Las puntas de tres yerims se incrustaron en la puerta del despacho de Cery. Este se levantó de su silla frente al escritorio, desclavó los tres utensilios de escritura y regresó a su asiento. Se quedó mirando la puerta y volvió a lanzar los yerims, uno detrás de otro.
Fueron a dar justo donde él quería, en los vértices de un triángulo imaginario. Cery se puso de pie otra vez y cruzó tranquilamente la habitación para recuperarlos. Sonrió al pensar en el mercader que aguardaba al otro lado. ¿Cómo interpretaría el hombre ese golpeteo sordo y regular en la puerta del ladrón?
Exhaló un suspiro. En realidad lo mejor sería recibir al mercader y quitárselo de encima de una vez, pero en aquel momento no se sentía muy generoso, y ese hombre solía visitarlo para rogarle que le diera más tiempo para pagar sus deudas. Cery no estaba seguro de si el mercader estaba poniendo a prueba al ladrón nuevo y más joven a fin de ver cuánto era capaz de aguantar. Era mejor cobrar una deuda de forma gradual que no cobrarla en absoluto, pero un ladrón con fama de paciencia infinita no era un ladrón respetado.
A veces tenía que demostrar que podía actuar con mano dura.
Cery miró los yerims, con la punta clavada profundamente en la veta de la madera. Tenía que reconocerlo: el mercader no era la verdadera causa de su mal humor.
«Se ha ido —le había informado Morren—. Él la ha dejado escapar.»
Cuando le había exigido más detalles, Morren había descrito una lucha encarnizada. Era evidente que la mujer había resultado ser más poderosa de lo que Akkarin imaginaba. Él no había conseguido contener su magia, que había destrozado la habitación de la casa de bol donde ella se alojaba. Varios clientes habían visto más de lo que convenía, aunque Cery había enviado antes a aquel establecimiento a unos hombres dispuestos a compartir sus cuantiosas «ganancias» de las carreras para asegurarse de que la mayoría de los presentes estuviese bajo los efectos de la bebida. Los que no estaban borrachos o se encontraban fuera de la casa de bol habían recibido dinero a cambio de su silencio, aunque esas medidas rara vez acallaban los rumores durante mucho tiempo, sobre todo cuando tenían que ver con una mujer que saltaba por la ventana de un tercer piso y descendía flotando hasta el suelo.
«No es un desastre —se dijo Cery por centésima vez—. Ya la encontraremos de nuevo. Akkarin tendrá buen cuidado de estar mejor preparado.» Regresó a su escritorio, se sentó, abrió el cajón y dejó caer los yerims en él.
Tal como esperaba, tras varios minutos de silencio, se oyó un golpecito tímido en la puerta.
—Pasa, Gol —dijo Cery en voz muy alta. Bajó la vista y se arregló la ropa mientras la puerta se abría y el hombretón entraba en el despacho—. Más vale que hagas pasar a Hem —levantó la mirada—. Acabemos con esto… ¿A ti qué te pasa?
Gol sonreía de oreja a oreja.
—Ha venido Savara.
Cery notó que el corazón le latía más deprisa. ¿Cuánto sabía ella? ¿Cuánto debía decirle él? Irguió la espalda.
—Que pase.
Gol se retiró. Cuando la puerta volvió a abrirse, Savara entró en la habitación. Se acercó al escritorio a grandes pasos, muy ufana.
—He oído que el Gran Lord encontró la horma de su zapato anoche.
—¿Cómo te has enterado? —preguntó Cery.
La joven se encogió de hombros.
—La gente tiende a contarme cosas cuando les hago preguntas con educación —aunque su tono era desenfadado, había una arruga entre sus cejas.
—No lo dudo —respondió Cery—. ¿De qué más te has enterado?
—De que la mujer escapó, cosa que no habría ocurrido si me hubieras dejado ocuparme de ella.
A Cery se le dibujó una sonrisa.
—Sí, ya, como si tú lo hubieras hecho mejor.
Los ojos de Savara relampaguearon.
—Pues sí, lo habría hecho mejor.
—¿Cómo?
—Tengo mis tácticas —cruzó los brazos—. Me gustaría matar a esa mujer, pero ahora que Akkarin sabe de su existencia, no puedo. Ojalá no se lo hubieras contado —lanzó a Cery una mirada muy directa—. ¿Cuándo vas a fiarte de mí?
—¿Fiarme de ti? —se rió entre dientes—. Nunca. ¿Dejar que mates a uno de esos asesinos? —frunció los labios, como si se lo pensara—. En la próxima ocasión.
Savara lo miró fijamente.
—¿Me das tu palabra?
Cery le sostuvo la mirada y asintió.
—Sí, te doy mi palabra. Encuentra a esa mujer, y si no me das ningún motivo para cambiar de idea, matarás al esclavo que venga después.
Savara se puso ceñuda, pero no protestó.
—Trato hecho. Cuando él consiga matar a esa mujer, yo estaré allí, con o sin tu permiso. Por lo menos quiero presenciar su muerte.
—¿A ti qué te ha hecho?
—Le eché una mano hace mucho tiempo, pero después me arrepentí por culpa suya —adoptó una expresión seria—. Te crees muy duro y despiadado, ladrón. Si eres cruel, es solo para mantener el orden y el respeto. Para los ichanis, el asesinato y la crueldad son un juego.
Cery arrugó el entrecejo.
—¿Qué hizo?
Savara vaciló y luego negó con la cabeza.
—No puedo decirte nada más.
—Pero hay algo más, ¿verdad? —Cery suspiró—. ¿Y así quieres que me fíe de ti?
Ella sonrió.
—Tanto como tú quieres que me fíe yo de ti. No me explicas los detalles de tu acuerdo con el Gran Lord, y sin embargo esperas que crea que mantienes en secreto mi existencia.
—Por eso debes confiar en mí, con independencia de si matas o no a uno de los asesinos… o asesinas —Cery dejó escapar una sonrisa—. Pero si te empeñas en asistir a esa pelea, yo también estaré allí. Detesto perderme siempre el espectáculo.
Savara asintió, sonriendo.
—Me parece justo —hizo una pausa y retrocedió un paso—. Debería ponerme a buscar a esa mujer.
—Supongo que sí.
Savara dio media vuelta y cruzó el despacho en dirección a la puerta. Cuando se hubo marchado, Cery sintió una vaga desilusión y empezó a pensar en cómo podría haberla retenido un rato más. La puerta volvió a abrirse, pero esa vez se trataba de Gol.
—¿Listo para recibir a Hem?
—Que pase —dijo Cery, haciendo una mueca.
Abrió el cajón y sacó uno de los yerims junto con una piedra de afilar. Mientras el mercader entraba con pasos medidos, Cery empezó a afilar la punta del utensilio de escritura.
—Bien, Hem, dame una buena razón para que no calcule cuántos agujeros tengo que hacerte antes de que empieces a sangrar dinero.
Desde el tejado de la universidad se alcanzaba a vislumbrar los restos de la vieja atalaya, que estaba medio desmantelada. En algún lugar situado detrás de los árboles, unos carros tirados por gorines transportaban piedra nueva por el camino largo y sinuoso hacia la cima.
—Tal vez la construcción se posponga hasta después de las vacaciones de verano —dijo lord Sarrin.
—¿La construcción se va a retrasar? —Lorlen se volvió hacia el mago que tenía al lado—. Esperaba que este proyecto no se alargara más de tres meses. Ya estoy harto de las quejas sobre el retraso en los proyectos y la falta de tiempo libre.
—Estoy seguro de que muchos estarían de acuerdo con usted —respondió lord Sarrin—. Aun así, no podemos decir a todos los que trabajan en ello que no podrán ir a visitar a sus familias este año. El problema de los edificios reforzados con magia es que no tienen una estructura sólida hasta que fusionamos la piedra, y eso no lo hacemos hasta que todo está en su sitio. Mientras tanto, evitamos que la obra se caiga a pedazos de forma consciente. Los retrasos no nos hacen muy felices.
A diferencia de lord Peakin, lord Sarrin apenas había participado en la polémica sobre la nueva atalaya. Lorlen no estaba seguro de si eso se debía a que el viejo líder de alquimistas no tenía una opinión muy definida al respecto, o a que había tenido claro qué bando acabaría por ganar y había optado por un silencio prudente. Tal vez era un buen momento para preguntárselo.
—¿Qué opina usted en realidad sobre este proyecto, Sarrin?
El viejo mago se encogió de hombros.
—Estoy de acuerdo en que el Gremio debe acometer planes imponentes y ambiciosos de vez en cuando, pero me pregunto si construir otro edificio es lo que más necesitamos.
—He oído que Peakin quería utilizar unos planos de lord Coren que no se habían llegado a realizar.
—¡Lord Coren! —exclamó Sarrin, exasperado—. Qué harto estoy de oír ese nombre. Me gustan algunas de las obras que el arquitecto diseñó en su día, pero en la actualidad tenemos magos tan capaces de concebir edificios atractivos y funcionales como lo fue él.
—Sí —convino Lorlen—. Me han dicho que a Balkan casi le dio un ataque cuando vio los planos de Coren.
—Los llamó «una pesadilla de frivolidad».
Lorlen suspiró.
—Creo que las vacaciones de verano no serán lo único que retrase este proyecto.
Sarrin frunció los labios.
—Un poco de presión externa tal vez agilice el asunto. ¿Tiene prisa el rey?
—¿Alguna vez no la ha tenido?
Sarrin soltó una risita.
—Pediré a Akkarin que nos haga el favor de tantear el terreno —dijo Lorlen—. Estoy seguro de que…
—Administrador —lo llamó una voz.
Lorlen se volvió. Osen cruzaba a toda prisa la azotea hacia él.
—¿Sí?
—Barran, el capitán de la Guardia, ha venido a verle.
—Será mejor que me ocupe de esto —dijo Lorlen a Sarrin.
—Desde luego —Sarrin movió la cabeza en señal de despedida.
Cuando Lorlen echó a andar hacia Osen, el joven mago se detuvo para esperarlo.
—¿Ha explicado el capitán el motivo de su visita? —preguntó Lorlen.
—No —respondió Osen, caminando al lado del administrador—, pero se le ve alterado.
Entraron por la puerta que daba al tejado y recorrieron la universidad. Al dejar atrás el vestíbulo, Lorlen avistó a Barran de pie frente a la puerta de su despacho. El guardia pareció aliviado cuando vio a Lorlen acercarse.
—Buenas tardes, capitán —dijo Lorlen.
Barran hizo una reverencia.
—Administrador.
—Pase a mi despacho —Lorlen abrió la puerta para que Barran y Osen entraran, y luego indicó un asiento a su visita. Se sentó tras su escritorio y dirigió al capitán una mirada seria.
—¿Qué le trae al Gremio? Espero que no se trate de otro asesinato.
—Me temo que sí. Y no solo uno —la voz de Barran sonaba tensa—. Se ha producido algo que no puedo sino calificar de matanza.
Lorlen notó que se le helaba la sangre.
—Continúe.
—Anoche encontraron en Ladonorte a catorce víctimas… asesinadas de la misma manera. Casi todas estaban en la calle, pero algunas se hallaban dentro de casas —Barran sacudió la cabeza—. Es como si un demente hubiera estado deambulando por las barriadas, matando a todo aquel que se cruzara en su camino.
—En ese caso, sin duda habrá testigos.
Barran negó con un gesto.
—Nada útil. Unas cuantas personas han dicho que les pareció ver a una mujer; según otras, era un hombre. Nadie vio la cara al asesino. Estaba demasiado oscuro.
—¿Y cómo mató a las víctimas? —se obligó a preguntar Lorlen.
—Con cortes superficiales. En principio nada de heridas mortales. No hay rastro de veneno, ni huellas dactilares en las heridas. Por eso he venido a verle. Esa es la única similitud respecto a los casos anteriores que hemos comentado —hizo una pausa—. Hay algo más.
—¿Sí?
—El marido de una víctima contó a uno de mis investigadores que circulan rumores sobre una pelea que supuestamente hubo anoche en una casa de bol. Una pelea entre magos.
Lorlen consiguió adoptar una expresión de escepticismo.
—¿Magos?
—Sí. Aparentemente uno de ellos bajó flotando hasta el suelo desde la ventana de un tercer piso. Yo habría pensado que se trataba de una fantasía fruto de la oscuridad, de no ser porque todos los asesinatos se cometieron en una línea que apunta directamente a esa casa de bol. O que se aleja de ella.
—¿Ha investigado esa casa de bol?
—Sí. Una de las habitaciones estaba patas arriba, lo que demuestra que algo pasó allí anoche. Respecto a si tuvo o no algo que ver con la magia… —se encogió de hombros—. No hay forma de saberlo.
—Nosotros tenemos forma de saberlo —aseveró Osen.
Lorlen alzó la vista hacia su ayudante. Osen estaba en lo cierto; alguien del Gremio debía examinar la casa de bol. «Akkarin querrá que lo haga yo», pensó Lorlen.
—Me gustaría ver esa habitación.
Barran asintió.
—Si quiere, le llevo ahora mismo. Tengo un coche de la Guardia esperando fuera.
—Puedo ir yo en su lugar —se ofreció Osen.
—No —repuso Lorlen—. Lo haré yo. Sé más de esos casos que tú. Quédate y mantén los ojos bien abiertos.
—Es posible que otros magos se enteren de esto —señaló Osen—. Estarán preocupados. ¿Qué les digo?
—Que se ha producido otra inquietante serie de asesinatos y que la historia sobre la casa de bol probablemente es una exageración. No queremos que la gente saque conclusiones precipitadas o siembre el pánico —se puso de pie, y Barran lo imitó.
—¿Y si efectivamente se descubren indicios de que se usó magia? —inquirió Osen.
—Ya nos ocuparemos de ello.
Osen permaneció de pie junto al escritorio mientras Lorlen y Barran se acercaban a la puerta. Al volver la vista, Lorlen advirtió que su ayudante tenía el ceño fruncido.
—No te preocupes —intentó tranquilizarlo Lorlen, y consiguió esbozar una sonrisa irónica—. Seguramente esto será solo tan siniestro como los otros casos de asesinato.
Osen sonrió con languidez y asintió.
Tras cerrar la puerta de su despacho, Lorlen cruzó a grandes zancadas el vestíbulo y salió de la universidad.
Deberías entrevistarte con el capitán Barran a solas, amigo mío.
Lorlen dirigió la mirada a la residencia del Gran Lord.
Osen es un hombre sensato.
Los hombres sensatos pueden volverse bastante irracionales cuando se dejan llevar por la sospecha.
¿Tiene motivos para sospechar? ¿Qué sucedió anoche?
Un montón de losdes borrachos fue testigo del intento fallido del ladrón de atrapar a una asesina.
¿De verdad fue eso lo que ocurrió?
—Administrador…
Lorlen parpadeó y cayó en la cuenta de que estaba de pie frente a la portezuela abierta del carruaje. Barran lo contemplaba con aire inquisitivo.
—Discúlpeme —Lorlen sonrió—. Solo estaba consultando a un colega.
Barren abrió los ojos un poco más de lo normal al comprender a qué se refería Lorlen.
—Debe de ser una habilidad bastante útil, la suya.
—Lo es —convino Lorlen. Subió al carruaje—. Pero tiene sus limitaciones.
«O debería tenerlas», añadió para sí.
Sonea sintió un cosquilleo en el estómago al entrar en la sala subterránea; últimamente le ocurría aquello siempre que pensaba en la siguiente clase de magia negra, cosa que hacía cada pocos minutos. Habían brotado dudas en su mente, y en unas cuantas ocasiones había estado a punto de decir a Akkarin que había cambiado de idea. Pero si se sentaba a reflexionar sobre ello con tranquilidad, su determinación se mantenía firme. Aprender magia negra suponía un riesgo para ella, pero la alternativa era exponer al Gremio y a Kyralia a un riesgo aún mayor.
Cuando Akkarin se volvió hacia ella, Sonea hizo una reverencia.
—Siéntate, Sonea.
—Sí, Gran Lord.
Se sentó y echó un vistazo a la mesa. Estaba cubierta con una extraña colección de objetos: un cuenco con agua, una planta común en una maceta pequeña, una jaula en la que un harrel olisqueaba aquí y allá, toallas pequeñas, libros y una caja de madera pulida y sin adornos. Akkarin estaba leyendo uno de los libros.
—¿Para qué es todo esto? —preguntó Sonea.
—Para tu entrenamiento —respondió él, y cerró el libro—. No le he enseñado a nadie lo que voy a enseñarte esta noche. Yo mismo tuve que aprender sin que nadie me proporcionara una explicación. No descubrí más hasta que encontré los viejos libros que lord Coren había vuelto a enterrar en el Gremio.
La chica asintió.
—¿Y cómo los encontrasteis?
—Coren sabía que los magos que habían enterrado el arcón originalmente tenían razón al querer conservar el conocimiento de la magia negra por si el Gremio se veía obligado a enfrentarse algún día a un enemigo más poderoso. Pero de nada serviría si nadie lo encontraba después. Escribió una carta al Gran Lord, que debía entregársele después de su muerte, en la que le explicaba que había enterrado un depósito secreto de conocimientos bajo la universidad que podría salvar al Gremio si tenía que hacer frente a un enemigo terrible —Akkarin levantó la vista al techo—. Encontré la carta entre las hojas de un libro de crónicas cuando trasladaron aquí la biblioteca una vez terminadas las reformas. Las instrucciones de Coren para dar con el secreto eran tan crípticas que ninguno de mis antecesores había tenido paciencia para descifrarlas. Yo, sin embargo, adiviné su secreto.
—¿Y lograsteis entender las instrucciones?
—No —Akkarin rió apenas para sí—. Me pasé cinco años explorando todas las noches los pasadizos subterráneos hasta que encontré el arcón.
Sonea sonrió.
—Qué desastre habría sido que el Gremio hubiese tenido que hacer frente a un enemigo terrible —luego añadió, más seria—: Bueno, ese momento ha llegado.
Akkarin adoptó una expresión grave. Miró los objetos dispuestos sobre la mesa.
—Muchas de las cosas que te diré ya las sabes. Te han enseñado que todos los seres vivos contienen energía, y que cada uno de nosotros posee una barrera en la piel que nos protege de influencias mágicas externas. De no ser por eso, un mago podría matarte desde lejos, accediendo a tu cuerpo con la mente y comprimiéndote el corazón, por ejemplo. Esa barrera es permeable a ciertos tipos de magia, como la sanadora, pero solo cuando se produce un contacto de piel con piel.
Se apartó de la mesa y dio un paso hacia Sonea.
—Si cortas la piel, rompes la barrera. Absorber energía a través de esa abertura puede ser un proceso lento. En clase de alquimia habrás aprendido que la magia se desplaza más deprisa a través del agua que por el aire o la piedra. En clase de sanación habrás aprendido que el aparato circulatorio llega a todas las partes del cuerpo. Cuando te haces un corte lo bastante profundo para que mane sangre, puedes absorber energía de todo el cuerpo con bastante rapidez.
»La técnica de absorción no es difícil de aprender —prosiguió Akkarin—. Podría explicártela tal como la describen en estos libros y dejar que experimentes con animales, pero así tardarías muchos días, incluso semanas, en aprender a absorber de manera controlada —sonrió—. Además, traer a los animales a escondidas resultaría tan complicado que no valdría la pena —volvió a ponerse serio—. Pero hay otro motivo. La noche que me viste absorber energía de Takan, percibiste algo. Yo había leído que, como ocurre con la magia normal, otros magos pueden detectar el uso de la magia negra, sobre todo si están cerca. Al igual que la magia normal, la negra permite anular ese efecto. Yo no sabía que podía ser detectado hasta que te leí la mente. Después hice varios experimentos hasta que me aseguré de no ser detectable. Debería enseñarte esto lo antes posible, para reducir el riesgo de que te descubran —alzó la mirada hacia el techo—. Te guiaré mentalmente, y utilizaremos a Takan como primera fuente. Cuando llegue, ten cuidado con lo que digas. Él no quiere aprender estas cosas por razones demasiado complicadas y personales para que las entiendas.
Se oyeron unos pasos amortiguados procedentes de la escalera. La puerta se abrió y Takan entró en la habitación. Hizo una reverencia.
—¿Me habéis llamado, amo?
—Ha llegado el momento de enseñar magia negra a Sonea —dijo Akkarin.
Takan asintió con la cabeza. Se dirigió a la mesa y abrió la caja. Dentro, sobre una almohadilla de tela negra fina, estaba el cuchillo con que Akkarin había matado al espía sachakano. Takan lo cogió con cuidado, solemnemente.
A continuación, con un movimiento fluido y ensayado, el sirviente se colocó el cuchillo sobre las muñecas y se acercó a Sonea, agachando la cabeza. Akkarin entrecerró los ojos.
—Ya es suficiente, Takan. Y no te arrodilles —Akkarin sacudió la cabeza—. Somos un pueblo civilizado. No esclavizamos a nadie.
Una sonrisa apenas visible asomó a los labios de Takan. Miró a Akkarin con un brillo en los ojos. El Gran Lord dio un resoplido suave e hizo una indicación a Sonea con la cabeza.
—Esta es un arma sachakana, que solo pueden llevar los magos —dijo—. Forjan y afilan sus cuchillos con magia. Tiene muchos siglos de antigüedad y ha ido pasando de padre a hijo. Su último propietario fue Dakova. Yo lo habría dejado donde estaba, pero Takan lo trajo consigo. Coge el cuchillo, Sonea.
Ella aceptó el arma con aprensión. ¿A cuánta gente habían matado con ese cuchillo? ¿A cientos? ¿A miles? Se estremeció.
—Takan va a necesitar esa silla.
La chica se levantó. Takan ocupó su lugar y comenzó a remangarse la camisa.
—Haz un corte poco profundo. No aprietes mucho. Está muy afilado.
Ella bajó la vista hacia el sirviente y sintió la boca reseca. Takan le sonrió y alzó el brazo. Tenía la piel cubierta de cicatrices entrecruzadas, como Akkarin.
—¿Lo ve? —dijo Takan—. Ya he hecho esto antes.
La hoja del arma tembló ligeramente cuando Sonea la apretó contra la piel de Takan. Al apartarla, vio que brotaban perlas rojas a lo largo del corte. Tragó saliva. «Estoy haciendo esto de verdad.» Levantó la mirada y vio que Akkarin la observaba con suma atención.
—No tienes obligación de aprender esto, Sonea —dijo, quitándole el cuchillo.
Ella inspiró profundamente.
—Sí, sí la tengo —replicó—. ¿Y ahora qué?
—Coloca la mano sobre la herida.
Takan seguía sonriendo. Sonea posó la palma de la mano sobre el corte con delicadeza. Akkarin extendió los brazos y le puso los dedos en las sienes.
Concéntrate como cuando aprendiste Control. La visualización te ayudará de entrada. Muéstrame la habitación de tu mente.
La chica cerró los ojos, se formó una imagen mental de la habitación y se situó en su interior. Las paredes estaban cubiertas de cuadros de rostros y paisajes conocidos, pero Sonea hizo caso omiso de ellos.
Abre la puerta de tu energía.
De inmediato, un cuadro se estiró hasta adquirir forma de puerta y de esta surgió un picaporte. Ella alargó la mano hacia la manija y la hizo girar. La puerta se abrió hacia fuera y desapareció. Un abismo de oscuridad se extendió ante Sonea, y en su interior pendía la esfera de luz que representaba su energía.
Ahora avanza y entra en tu energía.
Sonea se quedó inmóvil. ¿Avanzar hacia el abismo?
No, entra en tu energía. Entra en su núcleo.
¡Pero si está muy lejos! No puedo llegar hasta allí.
Claro que puedes. Es tu energía. Está tan lejos como tú quieras que esté, y puedes llegar tan lejos como desees.
Pero ¿y si me quema?
No te quemará. Es tu energía.
Sonea vaciló durante unos instantes ante la entrada; luego se armó de valor y pasó al otro lado.
Sintió que se estiraba; acto seguido, la esfera blanca se hinchó, y una oleada de emoción recorrió a Sonea cuando penetró en ella. De pronto se encontró flotando ingrávida en una neblina de luz blanca. La energía la inundó.
¿Lo ves?
Lo veo. Es maravilloso. ¿Por qué no me enseñó esto Rothen?
Pronto sabrás por qué. Quiero que te expandas. Amplifica los sentidos y siente toda la energía que te pertenece. La visualización es un instrumento útil, pero ahora debes ir más allá. Tienes que percibir tu energía con todos tus sentidos.
Sonea descubrió que estaba obedeciendo antes de que Akkarin terminara la frase. Al no estar rodeada más que de aquel resplandor blanco, le resultaba fácil amplificar sus sentidos.
Cuanto más consciente era de su energía, mayor era la percepción de su cuerpo. Al principio temió que aquella conciencia de lo físico implicara que estaba perdiendo la concentración. Después cayó en la cuenta de que su energía era su cuerpo. No existía en algún abismo dentro de su mente. Fluía por todas sus extremidades, todos los huesos y venas de su interior.
Sí. Ahora, céntrate en tu mano derecha y en lo que hay más allá.
De entrada Sonea no lo vio, pero enseguida algo captó su atención. Era una brecha, una visión fugaz de algo más allá de sí misma. Al fijarse en ella, sintió una presencia distinta al otro lado.
Concéntrate en esa otra presencia, y luego haz esto.
Akkarin le transmitió un pensamiento demasiado extraño para expresarlo con palabras. Era como si entrara en el cuerpo de Takan pero sin salirse del suyo propio. Tenía conciencia de ambos.
Percibe la energía en el interior de su cuerpo. Traslada un poco de esa energía al tuyo.
De pronto, la chica se percató de que Takan poseía una gran reserva de energía. Era poderoso, casi tanto como ella. Sin embargo, su mente no parecía estar en contacto con esa energía acumulada en su interior, como si no fuera consciente de su existencia.
Pero Sonea sí lo era. A través de la brecha en la piel del sirviente, Sonea entró en contacto con su energía. Le fue fácil extraerla del cuerpo de él y canalizarlo hacia el suyo. Se sintió un poco más fuerte.
Entonces lo comprendió. Estaba absorbiendo energía.
No sigas.
Sonea relajó su voluntad y notó que el goteo de energía cesaba.
Vuelve a empezar.
Absorbió energía a través de la brecha otra vez. Era un transvase lento de magia. Sonea se preguntó cómo se sentiría si se apropiase de toda aquella energía y doblase su poder. Eufórica, tal vez.
Pero ¿qué haría con ello? En realidad no tenía la menor necesidad de ser el doble de poderosa. No agotaba su propia energía ni siquiera en las clases de la universidad.
No sigas.
La chica obedeció. Cuando las manos de Akkarin se apartaron de sus sienes, abrió los ojos.
—Bien —dijo él—. Ahora sana a Takan.
Sonea miró el brazo de Takan y se concentró. La herida sanó rápidamente, y la conciencia que la joven tenía del cuerpo y la energía del sirviente se desvaneció. Takan hizo una mueca y a Sonea el corazón le latió con fuerza.
—¿Te encuentras bien?
Él desplegó una sonrisa.
—Sí, lady Sonea. Es usted muy delicada. Es solo que la sanación pica —alzó la vista hacia Akkarin y se puso serio—. Será una aliada valiosa, amo.
Akkarin no respondió. Al volverse, Sonea vio que el Gran Lord se había alejado hacia el armario de libros y se había detenido, con los brazos cruzados y el entrecejo fruncido. Akkarin sintió su mirada y se dio la vuelta para contemplarla con una expresión indescifrable.
—Enhorabuena, Sonea —dijo con voz suave—. Ya eres una maga negra.
Ella se quedó perpleja.
—¿Eso es todo? ¿Es así de fácil?
Akkarin asintió.
—Sí. La técnica para matar al instante se aprende en un momento. De ahora en adelante, no debes permitir que nadie acceda a tu mente. Un pensamiento furtivo bastaría para que revelaras este secreto a otro mago.
La chica bajó la vista a la pequeña mancha de sangre que tenía en la mano y sintió un escalofrío.
«Acabo de utilizar la magia negra —pensó—. No hay vuelta atrás. Ya no. Nunca la habrá.»
Takan la observaba.
—¿Siente remordimientos, lady Sonea?
Ella inspiró profundamente y soltó el aire.
—Menos que si el Gremio fuera destruido sin que yo hubiese hecho algo por evitarlo. Pero… espero no tener que recurrir a esto nunca más —miró a Akkarin con una sonrisa torcida—. Eso significaría que el Gran Lord ha muerto, y hace muy poco dejé de desear que eso ocurriese.
Akkarin arqueó las cejas, y a Takan se le escapó una risotada.
—Me gusta, amo —dijo—. Elegisteis bien cuando asumisteis su tutela.
Akkarin ahogó una carcajada y descruzó los brazos.
—Sabes perfectamente que yo no elegí nada, Takan.
Se acercó a la mesa y contempló los objetos que había encima.
—Bien, Sonea. Ahora quiero que examines cada uno de los seres vivos que hay sobre esta mesa y pienses cómo se puede aplicar a ellos la técnica que acabo de enseñarte. Después te daré otros libros que debes leer.