Mañana de niebla densa. El pescador se levanta de la estera, mira por la rendija de la puerta el espacio blanco, y dice a la mujer, Hoy no salgo al mar, con una niebla así hasta los peces se pierden bajo el agua. Lo dijo éste y, con iguales o parecidas palabras, también lo dijeron los demás pescadores todos, de una orilla y de la otra, perplejos por la extraordinaria novedad de una niebla impropia de la estación. Sólo uno, que pescador de oficio no es, aunque con los pescadores sea su vivir y trabajar, se asoma a la puerta de la casa como para cerciorarse de que hoy es su día y, mirando al cielo opaco, dice hacia dentro, Voy al mar. Por detrás de su hombro, María de Magdala pregunta, Tienes que ir, y Jesús responde, Ya era tiempo, No comes, Los ojos están en ayunas cuando se abren de mañana. La abrazó y dijo, Al fin voy a saber quién soy y para qué sirvo, luego, con increíble seguridad, pues la niebla no dejaba ver ni los propios pies, bajó la cuesta que llevaba al agua, entró en una de las barcas que se encontraban amarradas y empezó a remar hacia lo invisible, que era el centro del mar. El sonido de los remos rozando y batiendo en la borda de la barca, el chapoteo del agua que levantaban, resonaban por toda la superficie y obligaban a estar con los ojos abiertos a los pescadores a quienes sus buenas mujeres habían dicho, Si no puedes ir a pescar, aprovéchate y duerme.
Inquietas, desasosegadas, las gentes de las aldeas miraban aquella niebla impenetrable que se situaba donde el mar debía de estar y esperaban, sin saberlo, que el ruido de los remos y del agua se interrumpiera de repente, para volver a entrar en casa y, con llaves, trancas y candados, cerrar todas las puertas, aunque sepan que el menor soplo las derribará, si aquel que está más allá es quien imaginan y para este lado decide soplar. La espesa niebla se va abriendo para que Jesús pase, pero los ojos apenas llegan a la punta de los remos y a la popa, con su travesaño simple sirviendo de banco. El resto es un muro, primero de un gris descolorido y ceniciento, luego, a medida que la barca se aproxima a su destino, una claridad difusa empieza a blanquear y dar brillo a la niebla, que vibra como si buscase, sin conseguirlo, en el silencio, un sonido. En un círculo mayor de luz, la barca se detiene, es el centro del mar de Galilea. Sentado en el banco de popa, está Dios.
No es, como la primera vez, una nube, una columna de humo, que hoy, estando así el tiempo, podrían haberse perdido o confundido en la niebla. Es un hombre alto y viejo, de barbas fluviales derramadas sobre el pecho, la cabeza descubierta, el pelo suelto, la cara ancha y fuerte, la boca espesa, que hablará sin que los labios parezcan moverse. Va vestido como un judío rico, con túnica larga color magenta, un manto con mangas, azul, orlado de oro, pero en los pies lleva unas sandalias gruesas, rústicas, de esas de las que se dice que son para andar, lo que muestra que no debe ser persona de hábitos sedentarios. Cuando se haya ido, nos preguntaremos, Cómo era el cabello, y no recordaremos si blanco, negro o castaño, por la edad debía de ser blanco, pero hay a quien las canas le vienen tarde, éste será tal vez el caso. Jesús metió los remos dentro de la barca, como quien piensa que la conversación va a prolongarse, y dijo, simplemente, Aquí estoy. Sin prisa, metódicamente, Dios compuso el vuelo del manto sobre las rodillas y dijo también, Aquí estamos. Por el tono de voz, diríamos que había sonreído, pero la boca no se movió, sólo el pelo del bigote y de la barba se estremeció, vibrando como una campana. Dijo Jesús, He venido a saber quién soy y qué voy a tener que hacer de aquí en adelante para cumplir, ante ti, mi parte del contrato.
Dijo Dios, Son dos cuestiones, vayamos por partes, por cuál quieres empezar, Por la primera, quién soy yo, preguntó Jesús, No lo sabes, preguntó Dios a su vez, Creía saberlo, creía que era hijo de mi padre, A qué padre te refieres, A mi padre, al carpintero José hijo de Heli, o de Jacob, no sé bien, El que murió crucificado, No pensaba que hubiera otro, Fue un trágico error de los romanos, ese padre murió inocente y sin culpa, Has dicho ese padre, eso significa que hay otro, Me asombras, eres un chico experto, inteligente, En este caso no me sirvió la inteligencia, lo oí de boca del Diablo, Andas con el Diablo, No ando con el Diablo, fue él quien vino a mi encuentro, Y qué fue lo que oíste de boca del Diablo, Que soy tu hijo. Dios hizo, acompasado, un gesto afirmativo con la cabeza, y dijo, Sí, eres mi hijo, Cómo puede ser un hombre hijo de Dios, Si eres hijo de Dios, no eres un hombre, Soy un hombre, vivo, como, duermo, amo como un hombre, luego soy un hombre y como hombre moriré, En tu lugar, yo no estaría tan seguro de eso, Qué quieres decir, Esa es la segunda cuestión, pero tenemos tiempo, qué le respondiste al Diablo que dijo que eras hijo mío, Nada, me quedé a la espera del día en que te encontrase, y a él lo expulsé del poseso al que andaba atormentando, se llamaba Legión y eran muchos, Dónde están ahora, No lo sé, Dijiste que los expulsaste, Seguro que sabes mejor que yo que, cuando se expulsan diablos de un cuerpo, no se sabe adónde van, Y por qué tengo que saber yo los asuntos del Diablo, Siendo Dios, tienes que saberlo todo, Hasta cierto punto, sólo hasta cierto punto, Qué punto, El punto en que empieza a ser interesante hacer como que ignoro, Al menos sabrás cómo y por qué soy tu hijo y para qué, Observo que estás mucho más despabilado de espíritu, incluso te noto un poco impertinente, considerando la situación, que cuando te vi por primera vez, Era un muchacho asustado, ahora soy un hombre, No tienes miedo, No, Lo tendrás, tranquilo, el miedo llega siempre, hasta a un hijo de Dios, Tienes otros, Otros, qué, Hijos, Sólo necesitaba uno, Y yo, cómo pude llegar a ser tu hijo, No te lo ha dicho tu madre, Lo sabe acaso mi madre, Le envié un ángel para que le explicara cómo ocurrieron las cosas, creí que te lo habría contado, Y cuándo estuvo ese ángel con mi madre, déjame ver, si no me equivoco, fue después de que tú salieras de casa por segunda vez y antes de hacer lo del vino en Caná, Entonces mi madre lo sabía y no me lo dijo, le conté que te vi en el desierto y no lo creyó, pero después de aparecérsele un ángel, tendría que haberlo creído, y no lo quiso reconocer ante mí, Deberías saber cómo son las mujeres, vives con una, ya lo sé, tienen todas sus manías, sus escrúpulos, Qué manías y qué escrúpulos, Yo mezclé mi simiente con la de tu padre antes de que fueras concebido, era la manera más fácil, la que menos llamaba la atención, Y estando las simientes mezcladas, cómo sabes que soy tu hijo, Es verdad que en estos asuntos, en general, no es prudente mostrar seguridades y menos una seguridad absoluta, pero yo la tengo, de algo me sirve ser Dios, Y por qué has querido tener un hijo, Como no tenía ninguno en el cielo, tuve que buscármelo en la tierra, no es original, hasta en las religiones con dioses y diosas que podían hacer hijos entre sí, se ha visto a veces que uno bajaba a la tierra, para variar, supongo, y de camino mejorar un poco a una parte del género humano con la creación de héroes y otros fenómenos, Y este hijo que soy, para qué lo quisiste, Por gusto de variar no fue, excusado sería decirlo, Entonces por qué, Porque necesitaba a alguien que me ayudara aquí en la tierra, Como Dios que eres, no debías necesitar ayudas, Esa es la segunda cuestión.
En el silencio que siguió, empezó a oírse, desde dentro de la niebla, aunque sin dirección precisa, un ruido como de alguien que viniera nadando y que, a juzgar por los jadeos que soltaba, o no pertenecía a la corporación de los maestros nadadores, o estaba a punto de llegar al límite de sus fuerzas. A Jesús le pareció notar que Dios sonreía y que prolongaba adrede la pausa para dar tiempo a que el nadador se mostrara en el círculo limpio de niebla del que la barca era centro. Surgió por estribor, inesperadamente, cuando se diría que iba a llegar por el otro lado, una mancha oscura mal definida en la que, en el primer momento, la imaginación de Jesús creyó ver un cerdo con las orejas verticales fuera del agua, pero que, tras unas brazadas más, se vio que era un hombre o algo que hombre parecía. Dios giró la cabeza hacia el nadador, no sólo con curiosidad, sino interesado, como si quisiera incitarlo en este último esfuerzo, y tal gesto, quizá por venir de quien venía, dio resultado inmediato, las brazadas finales fueron rápidas y armoniosas, ni parecía que el recién llegado viniera de tan lejos, de la orilla, queremos decir. Las manos se agarraron al borde de la barca mientras la cabeza estaba aún medio metida en el agua, y eran unas manos anchas y pesadas, con uñas fuertes, las manos de un cuerpo que, como el de Dios, debía de ser alto, grande y viejo. La barca osciló con el impulso, la cabeza ascendió del agua, el tronco vino detrás chorreando cual catarata, las piernas después, era leviatán surgiendo de las últimas profundidades, era, como se vio, tras todos estos años, el pastor, que decía, Aquí estoy también yo, mientras se instalaba en el barco, exactamente a media distancia entre Jesús y Dios, aunque, caso singular, la embarcación esta vez no se inclinó hacia su lado, como si Pastor hubiera decidido aliviarse de su propio peso o levitase mientras parecía que estaba sentado. Aquí estoy, repitió, espero haber llegado a tiempo de participar en la conversación, Ya íbamos bastante avanzados, pero aún no hemos entrado en lo esencial, dijo Dios, y dirigiéndose a Jesús, Éste es el diablo, de quien hablábamos hace un momento. Jesús miró a uno, miró luego al otro y vio que, salvo las barbas de Dios, eran como gemelos, cierto es que el Diablo parecía más joven, menos arrugado, pero sería una ilusión de los ojos o un engaño por él inducido.
Dijo Jesús, Sé quién es, viví cuatro años en su compañía, cuando se llamaba Pastor, y Dios respondió, Con alguien tenías que vivir, conmigo no era posible, con tu familia no querías, sólo quedaba el Diablo, Fue él quien me buscó o tú quien me enviaste a él, En rigor, ni una cosa ni la otra, digamos que estuvimos de acuerdo en que esa era la mejor solución para tu caso, Por eso él sabía lo que decía cuando, por boca del poseso, me llamó hijo tuyo, Exactamente, Es decir, que fui engañado por los dos, Como siempre sucede a los hombres, Dijiste que no soy un hombre, Y lo confirmo, podríamos decir que, cuál es la palabra técnica, podríamos decir que te encarnaste, Y ahora, qué queréis de mí, Quien algo quiere soy yo, no él, Estáis aquí los dos, bien vi que su aparición no fue una sorpresa para ti, lo estabas esperando, No precisamente, aunque, en principio, hay que contar siempre con el Diablo, Pero si la cuestión que tú y yo tenemos que tratar sólo tiene que ver con nosotros, por qué ha venido éste, por qué no lo echas de aquí, Se puede despedir a la pandilla de granujas que el Diablo tiene a su servicio, cuando estos granujas empiezan a molestar con actos o con palabras, pero al Diablo propiamente dicho, no, Luego esta conversación es también con él, Hijo mío, no olvides lo que voy a decirte, todo cuanto interesa a Dios, interesa al Diablo. Pastor, a quien de vez en cuando llamaremos así para no estar mencionando constantemente el nombre del enemigo, oyó el diálogo sin dar muestras de atención, como si no se hablara de él, negando de este modo, en apariencia, la última y fundamental afirmación de Dios. Pero pronto se vio que la desatención no pasaba de ser un fingimiento, pues cuando dijo Jesús, Hablemos ahora de la segunda cuestión, se mostró atentísimo. Sin embargo no salió de su boca ni una sola palabra.
Respiró Dios profundamente, miró la niebla de alrededor y murmuró, en tono de quien acaba de hacer un descubrimiento inesperado y curioso, No lo había pensado, esto es como estar en el desierto. Volvió los ojos a Jesús, hizo una larga pausa, y luego, como quien se resigna ante lo inevitable, comenzó, La insatisfacción, hijo mío, fue puesta en el corazón de los hombres por el Dios que los creó, hablo de mí, claro, pero esa insatisfacción, como todo lo demás que os hace a mi imagen y semejanza, la busqué donde ella estaba, en mi propio corazón, y el tiempo que ha pasado desde entonces no la ha hecho desvanecerse, al contrario, parece como si el tiempo la hubiera hecho más fuerte, más urgente, de mayor exigencia. Dios hizo aquí una breve pausa como para apreciar el efecto de la introducción, luego prosiguió, Desde hace cuatro mil y cuatro años, soy dios de los judíos, gente de natural conflictiva y complicada, pero de la que, haciendo balance de nuestras relaciones, no me quejo, una vez que me toman en serio y así se mantendrán a lo largo de todo lo que puede alcanzar mi visión de futuro, Por tanto estás satisfecho, dijo Jesús, Lo estoy y no lo estoy, o mejor dicho, lo estaría si no fuera por este inquieto corazón mío que todos los días me dice Sí señor, bonito destino, después de cuatro mil años de trabajo y preocupaciones, que los sacrificios en los altares, por abundantes y variados que sean, jamás pagarán, sigues siendo el dios de un pueblo pequeñísimo que vive en una parte diminuta del mundo que creaste con todo lo que tiene encima, dime tú, hijo mío, si puedo vivir satisfecho teniendo ésta, por así llamarla, vejatoria evidencia todos los días ante los ojos, Yo no he creado ningún mundo, no puedo valorarla, dijo Jesús, Es verdad, no puedes valorarla, pero sí puedes ayudar, Ayudar a qué, A ampliar mi influencia para ser dios de mucha más gente, No entiendo, Si cumples bien tu papel, es decir, el papel que te he reservado en mi plan, estoy segurísimo de que en poco más de media docena de siglos, aunque tengamos que luchar, yo y tú, con muchas contrariedades, pasaré de dios de los hebreos a dios de los que llamaremos católicos, a la griega. Y cuál es el papel que me has destinado en tu plan, El de mártir, hijo mío, el de víctima, que es lo mejor que hay para difundir una creencia y enfervorizar una fe. Las dos palabras, mártir, víctima, salieron de la boca de Dios como si la lengua que dentro tenía fuese de leche y miel, pero un súbito hielo estremeció de horror los miembros de Jesús, parecía que la niebla se hubiese cerrado sobre él, al mismo tiempo que el Diablo lo miraba con expresión enigmática, mezcla de interés científico e involuntaria piedad. Me dijiste que me darías poder y gloria, balbuceó Jesús, temblando aún de frío, Y te los daré, te los daré, pero recuerda lo que acordamos en su día, lo tendrás todo, pero después de la muerte, Y de qué me sirven poder y gloria si estoy muerto, Bien, no estarás precisamente muerto, en el sentido absoluto de la palabra, pues siendo tú mi hijo estarás conmigo, o en mí, aún no lo tengo decidido de manera definitiva, En ese sentido que dices, qué es no estar muerto, Es, por ejemplo, ver, siempre, cómo te veneran en templos y altares, hasta el punto, puedo adelantártelo ya, de que las personas del futuro olvidarán un poco al Dios inicial que soy, pero eso no tiene importancia, lo mucho puede ser compartido, lo poco no. Jesús miró a Pastor, lo vio sonreír, y comprendió, Ahora entiendo por qué está aquí el Diablo, si tu autoridad se prolonga a más gente y a más países, también se prolongará su poder sobre los hombres, pues tus límites son sus límites, ni un paso más, ni un paso menos, Tienes toda la razón, hijo mío, me alegro de tu perspicacia, y la prueba de eso la tienes en el hecho, en el que nunca se repara, de que los demonios de una religión no pueden tener acción alguna en otra religión, como un dios, imaginando que hubiera entrado en confrontación directa con otro dios, no lo puede vencer ni por él ser vencido, Y mi muerte, cómo será, A un mártir le conviene una muerte dolorosa, y si es posible infame, para que la actitud de los creyentes se haga más fácilmentte sensible, apasionada, emotiva, No vengas con rodeos, dime cuál va a ser mi muerte, Dolorosa, infame, en la cruz, Como mi padre, tu padre soy yo, no lo olvides, Si puedo todavía elegir un padre, lo elijo a él, incluso habiendo sido él, como fue, infame una hora de su vida, Has sido elegido, no puedes elegir, Rompo el contrato, me desligo de ti, quiero vivir como un hombre cualquiera, Palabras inútiles, hijo mío, aún no te has dado cuenta de que estás en mi poder y de que todos esos documentos sellados a los que llamamos acuerdo, pacto, tratado, contrato, alianza, en los que figuro yo como parte, podían llevar una sola cláusula, con menos gasto de tinta y papel, una que prescribiese sin más florituras, Todo cuanto la ley de Dios quiera es obligatorio, las excepciones también, ahora, hijo mío, siendo tú, de cierta y notable manera, una excepción, acabas siendo tan obligatorio como es la ley, y yo que la hice, Pero, con el poder que sólo tú tienes, sería mucho más fácil, y éticamente más limpio, que fueras tú mismo a la conquista de esos países y de esa gente:
—No puede ser, lo impide el pacto que hay entre los dioses, ese sí, inamovible, de nunca interferir directamente en los conflictos, me imaginas acaso en una plaza pública, rodeado de gentiles y paganos, intentando convencerlos de que el dios de ellos es un fraude y que el verdadero Dios soy yo, esas no son cosas que un dios le haga a otro, aparte de que a ningún dios le gusta que le hagan en su casa aquello que sería incorrecto que él hiciese en casa de los otros, Entonces os servís de los hombres, Sí, hijo mío, sí, el hombre es, podríamos decir, palo para cualquier cuchara, desde que nace hasta que muere está siempre dispuesto a obedecer, lo mandan para allá y él va, le dicen que se pare y se para, le ordenan que vuelva atrás y él retrocede, el hombre, tanto en la paz como en la guerra, hablando en términos generales, es lo mejor que le ha podido ocurrir a los dioses, Y el palo de que yo fui hecho, siendo hombre, para qué cuchara servirá, siendo tu hijo, Serás la cuchara que yo meteré en la humanidad para sacarla llena de hombres que creerán en el dios nuevo en el que me convertiré, Llena de hombres para que los devores, No es necesario que yo devore a quien a sí mismo se devorará.
Jesús hundió los remos en el agua, dijo, Adiós, me voy a casa, volveréis por el camino por el que vinisteis, tú a nado, y tú que sin más ni más reapareciste, desaparece también sin más ni más.
Ni Dios ni el Diablo se movieron de donde estaban, y Jesús añadió, irónico, Ah, preferís ir en barca, pues mejor, sí señores, os llevaré hasta la orilla, para que todos puedan, al fin, ver a Dios y al Diablo en sus figuras propias, y que vean lo bien que se entienden y lo parecidos que son.
Jesús dio media vuelta a la barca, en dirección ahora a la orilla de donde había partido, y con golpes de remo fuertes y acompasados, entró en la niebla, tan espesa que en el mismo instante dejó de verse a Dios, y del Diablo ni señal.
Se sintió vivo y alegre, con un vigor fuera de lo común, desde donde estaba no podía ver la proa del barco, pero la sentía levantarse a cada impulso de los remos como la cabeza del caballo en la carrera, que en cada momento parece desligarse del pesado cuerpo, pero tiene que resignarse a tirar de él hasta el fin. Jesús remó, remó, la orilla debía de estar ya próxima, cuál va a ser, se pregunta, la actitud de las gentes cuando les diga, El de las barbas es Dios, el otro es el diablo. Jesús echó una mirada hacia atrás, donde estaba la costa, distinguió una claridad diferente y anunció, Ya estamos, y remó más. En cualquier momento esperaba oír el blando deslizarse del fondo de la barca sobre el lodo espeso de la margen, el roce alegre de las pequeñas piedras sueltas, pero la proa de la barca, que él no veía, apuntaba hacia dentro del lago, y la luz percibida era la del brillante círculo mágico, la de la trampa fulgurante de que Jesús había imaginado escapar. Exhausto, dejó caer la cabeza sobre el pecho, cruzó los brazos sobre las rodillas, puso los puños uno sobre otro, como si esperase que viniera alguien a atárselos, ni siquiera pensó en meter los remos dentro de la barca, tan imperiosa y exclusiva era en él ahora la conciencia de la inutilidad de cualquier gesto que hiciese.
No sería el primero en hablar, no reconocería en voz alta la derrota, no pediría perdón por haber rechazado la voluntad y los decretos de Dios e, indirectamente, atentado contra los intereses del Diablo, natural beneficiario de los efectos segundos, aunque no secundarios, del uso de la voluntad y de la realización efectiva de los proyectos del Señor. El silencio, después de la tentativa frustrada, fue breve, Dios, allá en su banco, tras haberse compuesto el vuelo de la túnica y el manto con la falsa solemnidad ritual del juez que va a emitir una sentencia, dijo, Volvamos a empezar, volvamos a empezar a partir del momento en que te dije que estás en mi poder, porque todo lo que no sea una aceptación tuya, humilde y pacífica, de esta verdad, es tiempo que no deberías perder ni obligarme a perder a mí, Volvamos a empezar, dijo Jesús, pero toma nota de que me niego a hacer milagros y, sin milagros tu proyecto no es nada, un aguacero caído del cielo que no alcanza para matar ninguna sed verdadera, Tendrás razón si estuviese en tu mano el poder de hacer o no hacer milagros, Y no es así, Qué idea, los milagros, tanto los pequeños como los grandes, soy yo quien los hace siempre, en tu presencia, claro, para que recibas los beneficios que me convienen, en el fondo eres un supersticioso, crees que basta con que esté el milagrero a la cabecera de un enfermo para que el milagro acontezca, pero queriéndolo yo, un hombre que estuviera muriéndose sin tener a nadie a su lado, solo en la mayor soledad, sin médico, ni enfermera, ni pariente querido al alcance de su mano o de su voz, queriéndolo yo, repito, ese hombre se salvaría y seguiría viviendo, como si nada le hubiera ocurrido, Por qué no lo haces entonces, Porque él imaginaría que la curación le había venido por gracia de sus méritos personales y se pondría a decir cosas como ésta Una persona como yo no podía morir, ahora bien, ya hay demasiada presunción en el mundo que he creado para que ahora permita que a tanto puedan llegar los desconciertos de opinión, Es decir, todos los milagros son tuyos, Los que hiciste y los que harás, e incluso admitiendo, aunque esto es una mera hipótesis útil para clarificar la cuestión que aquí nos ha traído, admitiendo que llevaras adelante esa obstinación contra mi voluntad, si fueses por el mundo, es un ejemplo, clamando que no eres hijo de Dios, lo que yo haría sería suscitar a tu paso tantos y tan grandes milagros que no tendrías más remedio que rendirte a quien te los estuviera agradeciendo y, en consecuencia, a mí, Entonces, no tengo salida, Ninguna, y no hagas como el cordero rebelde que no quiere ir al sacrificio, y se agita, gime hasta romper el corazón, pero su destino está escrito, el sacrificador lo espera ya con el cuchillo, Yo soy ese cordero, Lo que tú eres, hijo mío, es el cordero de Dios, aquel a quien el propio Dios lleva hasta su altar, que es lo que estamos preparando aquí.
Jesús miró a Pastor como si de él esperase, no un auxilio, sino, siendo forzosamente diferente el entendimiento que él tendrá de las cosas del mundo, pues hombre no es ni fue, ni dios fue ni será, quizá una mirada, un leve movimiento de cejas que pudiera sugerirle al menos una respuesta hábil, dilatoria, que lo liberase, aunque sólo fuera por un tiempo, de la situación de animal acorralado en la que se encuentra. Pero lo que Jesús lee en los ojos de Pastor son las palabras que le dijo cuando lo expulsó de la guarda del rebaño, No has aprendido nada, vete, ahora comprende Jesús que desobedecer a Dios una vez no basta, aquel que no le sacrificó el cordero, no debe sacrificarle la oveja, que a Dios, no se le puede decir Sí para después decirle No, como si el Sí y el No fuesen mano izquierda y mano derecha, es bueno sólo el trabajo que las dos hiciesen. Dios, pese a sus habituales exhibiciones de fuerza, él es el universo y las estrellas, él los rayos y los truenos, él las voces y el fuego en lo alto de la montaña, no tenía poder para obligarte a matar la oveja, sin embargo, tú, por ambición, la mataste, la sangre que ella derramó no la absorbió toda la tierra del desierto, mira cómo llega hasta nosotros, es aquel hilo rojo sobre el agua que, cuando nos vayamos de aquí, seguirá nuestro rastro, el tuyo, el de Dios, el mío. Dijo Jesús a Dios, anunciaré a los hombres que soy tu hijo, el unigénito, pero no creo que ni siquiera en estas tierras que son tuyas eso sea suficiente para que se ensanche, como quieres, tu imperio, Te reconozco, hijo mío, al fin has abandonado las fatigosas veleidades de resistencia con que estuviste a punto de irritarme, y entras, con tu propio pie, en el modus faciendi, ahora bien, entre las innumerables cosas que a los hombres pueden ser dichas, cualquiera que sea su raza, color, credo o filosofía, una sola es pertinente a todos, una sola, a la que ninguno de estos hombres, sabio o ignorante, joven o viejo, poderoso o miserable, se atrevería a responderte Eso que estás diciendo no va conmigo, De qué se trata, preguntó Jesús, ahora sin disimular su interés, Todo hombre, respondió Dios, en tono de quien da una lección, sea quien fuere, esté donde esté, haga lo que haga, es un pecador, el pecado es, por así decir, tan inseparable del hombre como el hombre se ha hecho inseparable del pecado, el hombre es una moneda, le das la vuelta y ves el pecado, No has respondido a mi pregunta, Respondo, sí, y de esta manera, la única palabra que ningún hombre puede rechazar como cosa no suya es Arrepiéntete, porque todos los hombres cayeron en pecado, aunque sólo fuese una sola vez, tuvieron un mal pensamiento, infringieron una costumbre, cometieron un crimen mayor o menor, despreciaron a quien los necesitaba, faltaron a sus deberes, ofendieron a la religión o a sus ministros, renegaron de Dios, a esos hombres no tendrás que decirles más que Arrepentíos Arrepentíos Arrepentíos, Por tan poco no necesitarías sacrificar la vida de aquel de quien dices ser padre, bastaba con que hicieras aparecer a un profeta, Ya ha pasado el tiempo en que escuchaban a los profetas, hoy necesitamos un revulsivo fuerte, algo capaz de conmover la sensibilidad y arrebatar los sentimientos, Un hijo de Dios en la cruz, Por ejemplo, Y qué más le diré a la gente, aparte de exigirles un dudoso arrepentimiento, si, hartos de tu advertencia, me dan la espalda, Sí, mandar que se arrepientan no creo que sea suficiente, tendrás que recurrir a la imaginación, y no digas que no la tienes, todavía hoy estoy sorprendido con el modo como conseguiste no sacrificarme el cordero, Fue fácil, el animal no tenía nada de que arrepentirse, Graciosa respuesta, aunque sin sentido, pero hasta eso es bueno, hay que dejar inquietas a las personas, envueltas en dudas, inducirlas a pensar que si no consiguen entender, la culpa es suya, Tengo que contarles historias, Sí, historias, parábolas, ejemplos morales, aunque tengas que retorcer un poco la ley, no te importe, es una osadía que las gentes timoratas siempre aprecian en los otros, a mí mismo, pero no por ser timorato, me gustó tu manera de librar de la muerte a la adúltera, y mira que lo que digo no es poco, pues esa justicia la puse yo en la regla que os di, Permites que te subviertan las leyes, es una mala señal, Lo permito cuando me sirve, incluso llego a quererlo cuando me es útil, recuerda la explicación sobre la ley y las excepciones, lo que mi voluntad quiere, se hace obligatorio en el mismo instante, Moriré en la cruz, dijiste:
—Esa es mi voluntad.
Jesús miró al pastor, pero el rostro de él parecía ausente, como si estuviera contemplando un momento del futuro y le costara creer lo que veían sus ojos. Jesús dejó caer los brazos y dijo, Hágase entonces en mí según tu voluntad.
Dios iba a congratularse, a levantarse del banco para abrazar al hijo amado, cuando un gesto de Jesús lo detuvo, Con una condición, Bien sabes que no puedes poner condiciones, respondió Dios con expresión de contrariedad, No le llamemos condición, llamémosle ruego, el simple ruego de un condenado a muerte, A ver, di, Tú eres Dios y Dios no puede sino responder con verdad a cualquier pregunta que se le haga, y, siendo Dios, conoce todo el tiempo pasado, la vida de hoy, que está en el medio, y todo el tiempo futuro, Así es, yo soy el tiempo, la verdad y la vida, Entonces, dime, en nombre de todo lo que dices ser, cómo será el futuro después de mi muerte, qué habrá en él que no habría si yo no hubiera aceptado sacrificarme a tu insatisfacción, a ese deseo de reinar sobre más gente y más países. Dios hizo un movimiento de enfado, como quien acaba de verse preso en una red armada por sus propias palabras, e intentó, sin convicción, una evasiva, Mira, hijo mío, el futuro es enorme, el futuro sería muy largo de contar, Cuánto tiempo llevamos aquí en el mar, envueltos en la niebla, preguntó Jesús, un día, un mes, un año, pues bien continuemos otro año, otro mes, otro día, el Diablo que se vaya si quiere, ya tiene garantizada su parte, y si los beneficios fueran proporcionales, como parece justo, cuanto más crezca Dios, más crecerá el Diablo, Me quedo, dijo Pastor, era su primera palabra desde que se había anunciado, Me quedo, repitió, y luego, También yo puedo ver algunas cosas del futuro, pero lo que no siempre consigo es distinguir si es verdad o mentira lo que creo ver, es decir, veo mis mentiras como lo que son, verdades mías, pero nunca sé hasta qué punto las verdades de los otros son mentiras suyas. La laberíntica tirada exigía, para quedar perfectamente rematada, que Pastor dijera qué cosas del futuro veía, pero se calló bruscamente, como quien acaba de darse cuenta de que ya ha hablado demasiado. Jesús, que no perdía de vista a Dios, dijo, con una especie de ironía triste, Para qué fingir que no sabes lo que sabes, sabías que yo te pediría esto, sabes que me dirás lo que yo quiero saber, así que no retrases más mi tiempo de empezar a morir, Empezaste a morir desde que naciste, Así es, pero ahora iré más deprisa. Dios miró a Jesús con una expresión que, en persona, diríamos que fue de súbito respeto, como si sus modos y todo su ser se humanizasen y, aunque parezca que esto no tiene nada que ver con aquello, porque nunca conoceremos nosotros las vinculaciones profundas que existen entre todas las cosas y los actos, la niebla avanzó hacia la barca, la rodeó como una muralla cerrada y espesa, para que no salieran y se divulgasen en el mundo las palabras de Dios sobre los efectos, resultados y consecuencias del sacrificio de este Jesús, hijo que dice suyo y de María, pero cuyo padre verdadero es José, según ley no escrita que manda creer sólo en lo que se ve, aunque, ya se sabe, no veamos siempre, nosotros, hombres, las mismas cosas de la misma manera, lo que, por otra parte, ha resultado excelente para la supervivencia y relativa salud mental de la especie.
Dijo Dios, Habrá una iglesia, que, como sabes, quiere decir asamblea, una sociedad religiosa que tú fundarás, o que en tu nombre será fundada, lo que es más o menos lo mismo si nos atenemos a lo que importa, y esa iglesia se extenderá por el mundo hasta confines que hoy todavía son desconocidos, y se llamará católica porque será universal, lo que, desgraciadamente, no evitará desavenencias y disensiones entre los que te tendrán como referente espiritual, más, como ya te dije, a ti que a mí mismo, pero eso será durante algún tiempo, sólo unos miles de años, porque yo ya era antes de que tú fueses y seguiré siéndolo cuando tú dejes de ser lo que eres y lo que serás, Habla claro, le interrumpió Jesús, No es posible, dijo Dios, las palabras de los hombres son como sombras y las sombras nunca sabrían explicar la luz, entre ellas y la luz está, interponiéndose, el cuerpo opaco que las hace nacer, Te he preguntado por el futuro, Y del futuro te estoy hablando, Lo que quiero que me digas es cómo vivirán los hombres que vengan después de mí, Te refieres a los que te sigan, Sí, si serán más felices, Más felices, lo que se dice felices, no diría yo tanto, pero tendrán la esperanza de una felicidad allá en el cielo donde yo vivo eternamente, o sea, tendrán la esperanza de vivir eternamente conmigo, Nada más, Te parece poco, vivir con Dios, Poco, mucho o todo, sólo se sabrá después del juicio final, cuando juzgues a los hombres por el bien y por el mal que hayan hecho, pero entre tanto vivirás solo en el cielo, Tengo a mis ángeles y a mis arcángeles, Te faltan los hombres, Sí, me faltan, y para que ellos vengan a mí, tú serás crucificado, Quiero saber más, dijo Jesús casi con violencia, como si quisiera alejar la imagen que de sí mismo se le representaba, colgado de una cruz, ensangrentado, muerto, Quiero saber cómo llegarán las personas a creer en mí y a seguirme, no me digas que será suficiente lo que yo les diga, no me digas que bastará lo que en mi nombre digan después de mí los que en mí ya creían, te doy un ejemplo, los gentiles y los romanos, que tienen otros dioses, quieres tú decir que, sin más ni más, los cambiarán por mí, Por ti no, por mí, Por ti o por mí, tú mismo dices que es lo mismo, no juguemos con las palabras, responde a mi pregunta, Quien tenga fe, vendrá a nosotros, Así, sin más, tan simplemente como lo acabas de decir, Los otros dioses resistirán, Y tú lucharás contra ellos, qué disparate, todo cuanto acontece, acontece en la tierra, el cielo es eterno y pacífico, el destino de los hombres lo cumplen los hombres donde estén, Diciendo las cosas claramente, aunque las palabras sean sombras, van a morir hombres por ti y por mí, Los hombres siempre morirán por los dioses, hasta por falsos y mentirosos dioses, Pueden los dioses mentir, Pueden, Y tú, entre todos, eres el único verdadero, Único y verdadero, sí, Y siendo verdadero y único, ni siquiera así puedes evitar que los hombres mueran por ti, ellos que debían haber nacido para vivir para ti, en la tierra, quiero decir, no en el cielo, donde no tendrás para darles ninguna de las alegrías de la vida, Alegrías falsas, también ellas, porque nacieron con el pecado original, pregúntale a tu Pastor, él te explicará cómo fue, Si hay entre tú y el Diablo secretos no compartidos, espero que uno de ellos sea el que yo aprendí con él, aunque él diga que no aprendí nada. Hubo un silencio, Dios y el Diablo se miraron de frente por primera vez, ambos dieron la impresión de ir a hablar, pero nada ocurrió. Dijo Jesús, Estoy a la espera, De qué, preguntó Dios, como si estuviera distraído, De que me digas cuánto de muerte y sufrimiento va a costar tu victoria sobre los otros dioses, con cuánto de sufrimiento y de muerte se pagarán las luchas que en tu nombre y en el mío sostendrán unos contra otros los hombres que en nosotros van a creer, Insistes en querer saberlo, Insisto, Pues bien, se edificará la asamblea de que te he hablado, pero sus cimientos, para quedar bien firmes, tendrán que ser excavados en la carne, y estar compuestos de un cemento de renuncias, lágrimas, dolores, torturas, de todas las muertes imaginables hoy y otras que sólo en el futuro serán conocidas, Al fin estás siendo claro y directo, sigue, Para empezar por alguien a quien conoces y amas, el pescador Simón, a quien llamarás Pedro, será, como tú, crucificado, pero cabeza abajo, y crucificado será también Andrés, pero en una cruz en forma de aspa, y al hijo de Zebedeo, a ese que llaman Tiago, lo degollarán, Y Juan y María de Magdala, Esos morirán de su muerte natural, cuando se acaben sus días naturales, pero otros amigos tendrás, discípulos y apóstoles como los otros, que no escaparán del suplicio, es el caso de un Felipe, amarrado a la cruz y apedreado hasta que acaben con su vida, un Bartolomé, que será desollado vivo, un Tomás, a quien matarán de una lanzada, un Mateo, que ahora no recuerdo cómo morirá, otro Simón, serrado con el medio, un Judas, a mazazos, otro Tiago, lapidado, un Matías, degollado con hacha de guerra, y también Judas de Iscariote, pero de ese tú acabarás sabiendo más que yo, salvo la muerte, con sus propias manos ahorcado en una higuera, Todos esos tendrán que morir por ti, preguntó Jesús, Si planteas la cuestión en esos términos, sí, todos morirán por mí, Y después, Después, hijo mío, ya te lo he dicho, será una historia interminable de hierro y sangre, de fuego y de cenizas, un mar infinito de sufrimientos y de lágrimas, Cuenta, quiero saberlo todo.
Dios suspiró y, en el tono monocorde de quien ha preferido adormecer la piedad y la misericordia, comenzó la letanía, por orden alfabético, para evitar problemas de precedencias, Adalberto de Praga, muerto con una alabarda de siete puntas, Adriano, muerto a martillazos sobre un yunque, Afra de Ausburgo, muerta en la hoguera, Agapito de Preneste, muerto en la hoguera, colgado por los pies, Agrícola de Bolonia, muerto crucificado y atravesado por clavos, Águeda de Sicilia, muerta con los senos cortados, Alfegio de Cantuaria, muerto de una paliza, Anastasio de Salona, muerto en la horca y decapitado, Anastasia de Sirmio, muerta en la hoguera y con los senos cortados, Ansano de Sena, a quien arrancaron las vísceras, Antonino de Pamiers, descuartizado, Antonio de Rívoli, muerto a pedradas y quemado, Apolinar de Rávena, muerto a mazazos, Apolonia de Alejandría, muerta en la hoguera después de arrancarle los dientes, Augusta de Treviso, decapitada y quemada, Aura de Ostia, muerta ahogada con una rueda de molino al cuello, Áurea de Siria, muerta desangrada, sentada en una silla forrada de clavos, Auta, muerta a flechazos, Babilas de Antioquía, decapitado, Bárbara de Nicomedia, decapitada, Bernabé de Chipre, muerto por lapidación y quemado, Beatriz de Roma, estrangulada, Benigno de Dijon, muerto a lanzazos, Blandina de Lyon, muerta a cornadas de un toro bravo, Blas de Sebaste, muerto por cardas de hierro, Calixto, muerto con una rueda atada al cuello, Casiano de Ímola, muerto por sus alumnos con un estilete, Cástulo, enterrado en vida, Catalina de Alejandría, decapitada, Cecilia de Roma, degollada, Cipriano de Cartago, decapitado, Ciro de Tarso, muerto, niño aún, por un juez que le golpeó la cabeza en las escaleras del tribunal, Claro de Nantes, decapitado, Claro de Viena, decapitdo, Clemente, ahogado con un ancla al cuello, Crispín y Crispiniano de Soissons, decapitados, Cristina de Bolsano, muerta por todo cuanto se pueda hacer con muela de molino, rueda, tenazas, flechas y serpientes, Cucufate de Barcelona, despanzurrado, y al llegar al final de la letra C, Dios dijo, Más adelante es todo igual, o casi, son ya pocas las variaciones posibles, excepto las de detalle, que, por su refinamiento, serían muy largas de explicar, quedémonos aquí, Continúa, dijo Jesús, y Dios continuó, abreviando en lo posible, Donato de Arezzo, decapitado, Elifio de Rampillon, le cortarán la cubierta craneana, Emérita, quemada, Emilio de Trevi, decapitado, Esmerano de Ratisbona, amarrado a una escalera y muerto, Engracia de Zaragoza, decapitada, Erasmo de Gaeta, también llamado Telmo, descoyuntado por un cabrestante, Escubíbulo, decapitado, Esquilo de Suecia, lapidado, Esteban, lapidado, Eufemia de Calcedonia, le clavarán una espada, Eulalia de Mérida, decapitada, Eutropio de Saintes, cabeza cortada de un hachazo, Fabián, espada y cardas de hierro, Fe de Agen, degollada, Felicidad y sus Siete Hijos, cabezas cortadas a espada, Félix y su hermano Adauto, ídem, Ferreolo de Besancon, decapitado, Fiel de Sigmaringen, con una maza erizada de púas, Filomena, flechas y áncora, Fermín de Pamplona, decapitado, Flavia Domitila, ídem, Fortunato de Évora, tal vez ídem, Fructuoso de Tarragona, quemado, Gaudencio de Francia, decapitado, Gelasio, ídem más cardas de hierro, Gengulfo de Borgoña, cuernos, asesinado por el amante de su mujer, Gerardo de Budapest, lanza, Gedeón de Colonia, decapitado, Gervasio y Protasio, gemelos, ídem, Godeliva de Ghistelles, estrangulada, Goretti, María, ídem, Grato de Aosta, decapitado, Hermenegildo, hacha, Hierón, espada, Hipólito, arrastrado por un caballo, Ignacio de Azevedo, muerto por los calvinistas, estos no son católicos, Inés de Roma, desventrada, Genaro de Nápoles, decapitado tras lanzarlo a las fieras y meterlo en un horno, Juana de Arco, quemada viva, Juan de Brito, degollado, Juan Fisher, decapitado, Juan Nepomuceno, de Praga, ahogado, Juan de Prado, apuñalado en la cabeza, Julia de Córcega, le cortarán los senos y luego la crucificarán, Juliana de Nicomedia, decapitada, Justa y Rufina de Sevilla, una en la rueda, otra estrangulada, Justina de Antioquía, quemada con pez hirviendo y decapitada, Justo y Pastor, pero no éste aquí presente, de Alcalá de Henares, decapitados, Killian de Würzburg, decapitado, Léger de Autun, ídem, después de arrancarle los ojos y la lengua, Leocadia de Toledo, despeñada, Lievin de Gante, le arrancarán la lengua y lo decapitarán, Longinos, decapitado, Lorenzo, quemado en la parrilla, Ludmila de Praga, estrangulada, Lucía de Siracusa, degollada tras arrancarle los ojos, Magín de Tarragona, decapitado con una hoz de filo de sierra, Mamed de Capadocia, destripado, Manuel, Sabel e Ismael, Manuel con un clavo de hierro a cada lado del pecho, y otro clavo atravesándole la cabeza de oído a oído, todos degollados, Margarita de Antioquía, hachón y peine de hierro, Mario de Persia, espada, amputación de las manos, Martina de Roma, decapitada, los mártires de Marruecos, Berardo de Cobio, Pedro de Gemianino, Otón, Adjuto y Acursio, degollados, los del Japón, veintiséis crucificados, lanceados y quemados, Mauricio de Agaune, espada, Meinrad de Einsiedeln, maza, Menas de Alejandría, espada, Mercurio de Capadocia, decapitado, Moro, Tomás, ídem, Nicasio de Reims, ídem, Odilia de Huy, flechas, Pafnucio, crucificado, Payo, descuartizado, Pancracio, decapitado, Pantaleón de Nicomedia, ídem, Patroclo de Troyes y de Soest, ídem, Paulo de Tarso, a quien deberás tu primera iglesia, ídem, Pedro de Rates, espada, Pedro de Verona, cuchillo en la cabeza y puñal en el pecho, Perpetua y Felicidad de Cartago, Felicidad era la esclava de Perpetua, corneadas por una vaca furiosa, Pia de Tournai, le cortarán el cráneo, Policarpo, apuñalado y quemado, Prisca de Roma, comida por los leones, Proceso y Martiniano, la misma muerte, creo, Quintino, clavos en la cabeza y en otras partes, Quirino de Ruan, cráneo serrado por arriba, Quiteria de Coimbra, decapitada por su propio padre, un horror, Renaud de Dormund, maza de cantero, Reine de Alise, gladio, Restituta de Nápoles, hoguera, Rolando, espada, Román de Antioquía, lengua arrancada, estrangulamiento, aún no estás harto, preguntó Dios a Jesús, y Jesús respondió, Esa pregunta deberías hacértela a ti mismo, continúa, y Dios continuó, Sabiniano de Sens, degollado, Sabino de Asís, lapidado, Saturnino de Tolosa, arrastrado por un toro, Sebastián, flechas, Segismundo, rey de los Burgundios, lanzado a un pozo, Segundo de Asti, decapitado, Servacio de Tongres y de Maastricht, muerto a golpes con un zueco, por imposible que parezca, Severo de Barcelona, un clavo en la cabeza, Sidwel de Exeter, decapitado, Sinforiano de Autun, ídem, Sixto, ídem, Tarsicio, lapidado, Tecla de Iconio, amputada y quemada, Teodoro, hoguera, Tiburcio, decapitado, Timoteo de Éfeso, lapidado, Tirso, serrado, Tomás Becket, con una espada clavada en el cráneo, Torcuato y los Veintisiete, muertos por el general Muza a las puertas de Guimaräes, Tropez de Pisa, decapitado, Urbano, ídem, Valeria de Limoges, ídem, Valeriano, ídem, Venancio de Camerino, degollado, Vicente de Zaragoza, rueda y parrilla con púas, Virgilio de Trento, otro muerto a golpes de zueco, Vital de Rávena, lanza, Víctor, decapitado, Víctor de Marsella, degollado, Victoria de Roma, muerta después de arrancarle la lengua, Wilgeforte, o Liberata, o Eutropía, virgen, barbada, crucificada, y otros, otros, otros, ídem, ídem, ídem, basta. No basta, dijo Jesús, a qué otros te refieres, Crees que es realmente indispensable, Sí, lo creo, Me refiero a aquellos que no habiendo sido martirizados y muriendo de su muerte propia sufrieron el martirio de las tentaciones de la carne, del mundo y del demonio, y que para vencerlas tuvieron que mortificar el cuerpo con el ayuno y la oración, hay incluso un caso interesante, el de un tal John Schorn, que pasó tanto tiempo arrodillado rezando, que acabó criando callo. Dónde, En las rodillas, evidentemente, y también se dice, esto ahora va contigo, que encerró al diablo en una bota, ja, ja, ja, Yo, en una bota, dudó Pastor, eso son leyendas, para poder encerrarme en una bota tendría que tener la bota el tamaño del mundo, e incluso así, me gustaría ver quién habría por ahí capaz de calzársela y descalzársela después, Sólo con el ayuno y la oración, preguntó Jesús, y Dios respondió, También ofenderán al cuerpo con dolor y sangre y porquerías, y otras muchas penitencias, usando cilicios y practicando flagelaciones, habrá incluso quien se pase la vida entera sin lavarse, o casi, y habrá quien se lance en medio de las zarzas o se revuelque en la nieve, para domar las intemperancias de la carne suscitadas por el Diablo, a quien estas tentaciones se deben, que su objetivo es desviar a las almas del recto camino que las llevaría al cielo, mujeres desnudas y monstruos pavorosos, criaturas de la aberración, la lujuria y el miedo, son las armas con las que el Demonio atormenta las pobres vidas de los hombres, Todo esto harás, preguntó Jesús a Pastor, Más o menos, respondió él, me he limitado a tomar como mío todo aquello que Dios no quiso, la carne, con sus alegrías y sus tristezas, la juventud y la vejez, la lozanía y la podredumbre, pero no es verdad que el miedo sea mi arma, no recuerdo haber sido yo quien inventó el pecado y su castigo y el miedo que en ellos siempre hay, Cállate, interrumpió Dios, impaciente, el pecado y el Diablo son dos nombres de una misma cosa, Qué cosa, preguntó Jesús, La ausencia de mí, Y la ausencia de ti, a qué se debe, a haberte retirado tú, o a que se hayan retirado de ti, yo no me retiro nunca, Pero consientes que te dejen, Quien me deja me busca, Y si no te encuentra, la culpa, ya se sabe, es del Diablo, No, de eso no tiene él la culpa, la culpa la tengo yo, que no logro llegar al lugar donde me buscan, estas palabras las pronunció Dios con una punzante e inesperada tristeza, como si de repente hubiera descubierto límites a su poder. Jesús dijo, Continúa, Otros hay, siguió Dios, reanudando lentamente la conversación, que se retiran a descampados agrestes y hacen, en grutas y cavernas, en compañía de animales, vida solitaria, otros que se dejan emparedar, otros que suben a altas columnas y allí viven años y años seguidos, otros, la voz menguó, fue decayendo, Dios contemplaba ahora un desfile interminable de gente, millares y millares, millares de millares de hombres y mujeres, en todo el orbe, entrando en conventos y monasterios, algunos son construcciones rústicas, muchos, palacios soberbios, allí permanecerán para servirnos, a mí y a ti, de la mañana a la noche, con vigilias y oraciones, y teniendo todos ellos el mismo propósito y el mismo destino, para adorarnos y morir con nuestros nombres en la boca, usarán nombres distintos, serán benedictinos, bernardos, cartujos, agustinos, gilbertinos, trinitarios, franciscanos, dominicos, capuchinos, carmelitas, jesuitas, y serán muchos, muchos, muchos, ah, cómo me gustaría poder exclamar, Dios mío, por qué son tantos. En ese momento, dijo el Diablo a Jesús, Observa cómo, según lo que acaba de decirnos, hay dos maneras de perder la vida, una por el martirio, otra por la renuncia, no les bastaba tener que morir cuando llegara su hora, era necesario además que, de una manera o de otra, corrieran a su encuentro, crucificados, destripados, descuartizados, estrangulados, desollados, alanceados, corneados, enterrados, serrados, asaeteados, amputados, desgarrados, o si no, dentro y fuera de celdas, capítulos y claustros, castigándose por haber nacido con el cuerpo que Dios les dio y sin el cual no tendrían donde poner el alma, tales tormentos no los inventó este Diablo que te habla. Es todo, preguntó Jesús a Dios, No, aún faltan las guerras, también habrá guerras, Y matanzas, De matanzas estoy informado, podía incluso haber muerto en una de ellas, bien mirado fue una pena, no tendría ahora a mi espera una cruz. Llevé a tu otro padre al lugar donde era preciso que estuviera para poder oír lo que yo quise que los soldados dijesen, en fin, te salvé la vida, Me salvaste la vida para hacerme morir cuando te parezca y convenga, es como si me mataras dos veces, Los fines justifican los medios, hijo mío, Por lo que llevo oído de tu boca desde que aquí estamos, creo que sí, renuncia, clausura, sufrimientos, muerte, y ahora guerras y matanzas, qué guerras son esas, Muchas, un nunca acabar, pero sobre todo las que se harán contra ti y contra mí en nombre de un dios que todavía está por aparecer, Cómo es posible que esté por aparecer un dios, un dios, si realmente lo es, sólo puede existir desde siempre y para siempre, Reconozco que cuesta entenderlo, y no menos explicarlo, pero va a suceder como te estoy diciendo, un dios vendrá y lanzará contra nosotros, y los que entonces nos sigan, pueblos enteros, yo no tengo palabras bastantes para contarte todas las mortandades, las carnicerías, las matanzas, imagina mi altar de Jerusalén multiplicado por mil, pon hombres en lugar de los animales, y ni siquiera así entenderás por entero lo que fueron las cruzadas, Cruzadas, qué es eso, y por qué dices que fueron si aún están por ser, Recuerda que yo soy el tiempo, y que en consecuencia, para mí, todo lo que ocurrirá ha ocurrido ya, todo cuanto aconteció, está aconteciendo todos los días, Cuéntame eso de las cruzadas, Bueno, hijo mío, estos lugares donde ahora estamos, incluyendo Jerusalén y otras tierras hacia el norte y occidente, serán conquistadas por los seguidores de ese dios tardío del que te he hablado, y los nuestros, los que están de nuestro lado, harán todo por expulsarlos de los lugares que tú con tus pies pisaste y que yo con tanta asiduidad frecuenté, Para expulsar a los romanos, hoy, no has hecho mucho, Te estoy hablando del futuro, no me distraigas, Sigue, entonces, Añade que tú naciste aquí, aquí viviste y aquí moriste, Por ahora, todavía no he muerto, Para el caso es igual, acabo de explicarte que, desde mi punto de vista, lo mismo es acontecer que haber acontecido y, por favor, no me estés interrumpiendo siempre si no quieres que me calle de una vez por todas, Me callaré yo, Pues bien, estas tierras a las que en el futuro llamarán Santos Lugares, por el hecho de haber nacido, vivido y muerto tú aquí, no sería bueno que estuvieran en manos de infieles, siendo la cuna de la religión que voy a fundar, motivo, como ves, más que suficiente para justificar que, durante unos doscientos años, grandes ejércitos vengan de occidente e intenten conquistar y conservar para nuestra religión la cueva donde naciste y el monte donde morirás, por hablar sólo de los lugares principales, Esos ejércitos son las cruzadas, Así es, Y conquistaron lo que querían, No, pero mataron a mucha gente, Y los de las cruzadas, Murieron otros tantos, incluso más, Y todo eso, en nuestro nombre, Irán a la guerra gritando Dios lo quiere, Y morirán gritando Dios lo quiso, Sería una bonita manera de acabar, Una vez más, no valió la pena el sacrificio, El alma, hijo mío, para salvarse, necesita el sacrificio del cuerpo, Con esas u otras palabras, ya lo había oído antes, y tú, Pastor, qué nos dices de estos futuros y asombrosos casos, Digo que nadie que esté en su perfecto juicio podrá afirmar que el Diablo fue, es o será culpable de tal matanza y de tantos cementerios, salvo si a algún malvado se le viene a la cabeza la ocurrencia calumniosa de atribuirme la responsabilidad de hacer nacer al dios que será enemigo de éste, Me parece claro y obvio que no tienes la culpa, y en cuanto al temor de que te atribuyan la responsabilidad, responderás que el Diablo, siendo mentira, nunca podría crear la verdad que Dios es, Pero entonces, preguntó Pastor, quién va a crear al Dios enemigo. Jesús no sabía responder, Dios, si callado estaba, callado quedó, pero de la niebla bajó una voz que dijo, tal vez este Dios y el que ha de venir no sean más que heterónimos, De quién, de qué, preguntó, curiosa otra voz, de Pessoa (Juego de palabras, «pessoa» en portugués significa «persona». [N. del E.]), fue lo que se oyó, pero también podría haber sido, De la Persona. Jesús, Dios y el Diablo hicieron como quien no ha oído, pero luego se miraron asustados, el miedo común es así, une fácilmente las diferencias.
Pasó un tiempo, la niebla no volvió a hablar, y Jesús preguntó, ahora en el tono de quien espera una respuesta afirmativa , Nada más, Dios vaciló, y luego, en tono fatigado, dijo:
—Todavía está la Inquisición, pero de ella, si no te importa hablaremos en otra ocasión, Qué es la Inquisición, La Inquisición es otra historia interminable, Quiero conocerla, Sería mejor que no, Insisto, Vas a sufrir en tu vida de hoy remordimientos que son del futuro, tú no, Dios es Dios, no tiene remordimientos, Pues yo, si ya llevo esta carga de tener que morir por ti, también puedo aguantar remordimientos que deberían ser tuyos, Preferiría ahorrártelos, De hecho, no vienes haciendo otra cosa desde que nací, Eres un ingrato, como todos los hijos, Dejémonos de fingimientos y dime qué va a ser la Inquisición, La Inquisición, también llamada Tribunal del Santo Oficio, es el mal necesario, el instrumento cruelísimo con el que atajaremos la infección que un día, durante largo tiempo, se instalará en el cuerpo de tu Iglesia por vía de las nefandas herejías en general y de sus derivados y consecuentes menores, a las que se suman unas cuantas perversiones de lo físico y de lo moral, lo que, todo junto y puesto en el mismo saco de horrores, sin preocupaciones de prioridad y orden, incluirá a luteranos y a calvinistas, a molinistas y judaizantes, a sodomitas y a hechiceros, manchas algunas que serán del futuro, y otras de todos los tiempos, Y siendo la necesidad que dices, cómo procederá la Inquisición para reducir estos males, La Inquisición es una policía y un tribunal, por eso tendrá que aprehender, juzgar y condenar como hacen los tribunales y las policías, Condenar a qué, A la cárcel, al destierro, a la hoguera, A la hoguera, dices, Sí, van a morir quemados, en el futuro, millares y millares y millares de hombres y de mujeres, De algunos ya me has hablado antes, Esos fueron arrojados a la hogera por creer en ti, los otros lo serán por dudar, No está permitido dudar de mí, No, Pero nosotros podemos dudar de que el Júpiter de los romanos sea dios, El único Dios soy yo, yo soy el Señor y tú eres mi Hijo, Morirán miles, Cientos de miles, Morirán cientos de miles de hombres y mujeres, la tierra se llenará de gritos de dolor, de aullidos y de estertores de agonía, el humo de los quemados cubrirá el sol, su grasa rechinará sobre las brasas, el hedor repugnará y todo esto será por mi culpa, No por tu culpa, por tu causa, Padre, aparta de mí ese cáliz, el que tú lo bebas es condición de mi poder y de tu gloria, No quiero esa gloria, Pero yo quiero ese poder. La niebla se alejó hacia donde antes estaba, se veía agua alrededor del barco, lisa y opaca, sin una arruga de viento o una agitación de brisa. Entonces el Diablo dijo, Es necesario ser Dios para que le guste tanto la sangre.
La niebla volvió a avanzar, algo tenía que ocurrir aún, otra revelación, otro dolor, otro remordimiento. Pero fue Pastor quien habló, Tengo una propuesta para ti, dijo dirigiéndose a Dios, y Dios, sorprendido, Una propuesta, tú, y qué propuesta es esa, el tono era irónico, superior, capaz de reducir al silencio a cualquiera que no fuera el Diablo, conocido y familiar de largo tiempo. Pastor estuvo un momento callado, como si buscara las mejores palabras, y luego dijo, He oído con gran atención todo cuanto se ha dicho en esta barca y, aunque por mi cuenta ya había vislumbrado unos resplandores y unas sombras en el futuro, no creí que los resplandores fueran hogueras y las sombras de tanta gente muerta, Y eso te molesta, No debía molestarme, dado que soy el Diablo, y el Diablo siempre en algo se aprovecha de la muerte, incluso más que tú, pues no necesita demostración el hecho de que el infierno estará siempre más poblado que el cielo, Entonces, de qué te quejas, No me quejo, propongo, Pues propón más rápido, que no puedo quedarme aquí eternamente, tú sabes, nadie mejor que tú lo sabe, que el Diablo también tiene corazón, Sí, pero haces mal uso de él, Quiero hacer hoy buen uso del corazón que tengo, acepto y quiero que tu poder se amplíe a todos los extremos de la tierra, sin que tenga que morir tanta gente, y puesto que de todo aquello que te desobedece y niega dices tú que es fruto del Mal que yo soy y gobierno en el mundo, mi propuesta es que vuelvas a recibirme en tu cielo, perdonado de los males pasados por los que en el futuro no tendré que cometer, que aceptes y guardes mi obediencia, como en los tiempos felices en que fui uno de tus ángeles predilectos, Lucifer me llamabas, el que lleva la luz, antes de que una ambición de ser igual a ti me devorase el alma y me hiciera rebelarme contra tu autoridad, Y por qué voy a recibirte y perdonarte, dime, Porque si lo haces, si usas conmigo, ahora, de aquel mismo perdón que en el futuro prometerás tan fácilmente a derecha e izquierda, entonces se acaba aquí hoy el Mal, tu hijo no tendrá que morir, y tu reino será, no sólo esta tierra de hebreos, sino el mundo entero, conocido y por conocer, y, más que el mundo, el universo, por todas partes el Bien gobernará y yo cantaré, en la última y humilde fila de los ángeles que permanecieron fieles, más fiel que todos porque estoy arrepentido, yo cantaré tus loores, todo terminará como si no hubiese sido, todo empezará a ser como si de esa manera debiera ser siempre, No se puede negar que tienes talento para confundir a las almas y perderlas, eso ya lo sabía yo, pero nunca te había oído un discurso como éste, un talento oratorio, una labia, no hay duda, estuviste a punto de convencerme, No me aceptas, no me perdonas, No te acepto, no te perdono, te quiero como eres y, de ser posible, todavía peor de lo que eres ahora, Por qué, Porque este Bien que yo soy no existiría sin ese Mal que tú eres, un Bien que tuviese que existir sin ti sería inconcebible, hasta el punto de que ni yo puedo imaginarlo, en fin, que si tú acabas, yo acabo, para que yo sea el Bien, es necesario que tú sigas siendo el Mal, si el Diablo no vive como Diablo, Dios no vive como Dios, la muerte de uno sería la muerte del otro, es tu última palabra, La primera y la última, la primera, porque es la primera vez que la digo, la última porque no la repetiré. Pastor se encogió de hombros y habló con Jesús, Que no se diga que el Diablo no tentó un día a Dios, y, levantándose, iba a pasar una pierna por encima de la borda de la embarcación, cuando, de pronto, dejó el movimiento en suspenso, y dijo, Tienes en tu alforja una cosa que me pertenece. Jesús no recordaba haber traído la alforja a la barca, pero la verdad es que allí estaba, enrollada, a sus pies, Qué cosa, preguntó, y, abriéndola, vio que dentro no había más que la vieja escudilla negra que trajo de Nazaret, Esto, Eso, respondió el Diablo, y se la quitó de las manos, Un día volverá a tu poder pero tú no llegarás a saber que la tienes. Guardó la escudilla entre sus bastas ropas de pastor y entró en el agua. No miró a Dios, sólo dijo, como si hablara con un auditorio de invisibles, Hasta siempre, ya que él lo ha querido así.
Jesús lo siguió con los ojos, Pastor se iba alejando poco a poco perdiéndose en la niebla, no se le ocurrió preguntarle por qué capricho vino y se marchaba así, a nado, en la distancia era de nuevo como un puerco con las orejas erguidas, se oían unos jadeos bestiales, pero un oído fino no tendrá dificultad en percibir que había también allí un sonido de miedo, no a ahogarse, qué idea, el Diablo, acabamos de enterarnos ahora mismo, no acaba, sino de miedo de tener que existir para siempre. Ya Pastor se perdía en la línea difusa de la niebla, cuando la voz de Dios sonó de repente, rápida, como de quien está de partida, Mandaré a un hombre llamado Juan para que te ayude, pero tendrás que convencerlo de que eres quien dirás ser. Jesús miró, pero Dios ya no estaba allí. En el mismo instante, la niebla se levantó y se disipó en el aire dejando el mar limpio y liso de una punta a otra, entre los montes y los montes, en el agua ni señal del Diablo, en el aire ni señal de Dios.
En la orilla de donde había venido vio Jesús, pese a la distancia, una gran reunión de personas y muchas tiendas armadas tras la multitud, como si aquel lugar se hubiera transformado en sede permanente de gente que, no siendo de allí, y por lo tanto sin tener donde dormir, se había visto obligada a organizarse por su cuenta, Jesús encontró el caso curioso y nada más, metió los remos en el agua y orientó la barca en aquella dirección. Al mirar por encima del hombro, observó que estaban empujando algunas barcas hacia el agua y, afinando mejor la vista, reconoció en ellas a Simón y a Andrés, y a Tiago y a Juan, con unos cuantos que no recordaba haber visto, aunque a otros sí, de andar juntos.
En poco tiempo se acercaron, tanto era el empeño con que manejaban los remos, y, llegando lo bastante cerca para ser oídos, gritó Simón, Dónde has estado, lo que quería saber no era esto, claro, pero de algún modo tenía que empezar, Aquí en el mar, respondió Jesús, palabras tan innecesarias unas como otras, en verdad no parecen iniciarse bien las comunicaciones en la nueva época de la vida del hijo de Dios, de María y de José. De ahí a nada saltará Simón a la barca de Jesús, y lo incomprensible, lo imposible, lo absurdo fue conocido, Sabes cuánto tiempo has estado en el mar, en medio de la niebla, sin que pudiéramos echar nuestros barcos al agua, que una fuerza invencible nos empujaba cada vez para atrás, preguntó Simón, Todo el día, fue la respuesta de Jesús, un día y una noche, añadió, para corresponder a la excitación de Simón con una expectativa semejante, Cuarenta días, gritó Simón, y en voz más baja, Cuarenta días estuviste allí, cuarenta días en los que la niebla no se levantó ni un poco, como si quisiera esconder de nuestra vista lo que pasaba en su interior, qué hiciste, que en cuarenta días contados ni un solo pez pudimos sacar del agua. Jesús había dejado a Simón uno de los remos, ahora venían los dos remando y conversando en buen concierto, hombro con hombro, pausado, es lo mejor que hay para una confidencia, por eso, antes de que se acercaran las otras barcas, dijo Jesús, estuve con Dios y sé mi futuro, el tiempo que viviré y la vida después de mi vida, Cómo es, cómo es Dios, quiero decir, Dios no se muestra de una forma, tanto puede aparecer en una nube, en una columna de humo, como venir de judío rico, lo conocemos más bien por la voz, después de haberlo oído una vez, Qué te dijo, que soy su Hijo, Lo confirmó, Sí, lo confirmó, Entonces aquel diablo tenía razón cuando lo de los cerdos, El Diablo también estuvo en la barca, lo presenció todo, parece saber de mí tanto como Dios, pero hay ocasiones en las que pienso que sabe todavía más que Dios, Y dónde, Dónde qué, Dónde estaban ellos, El Diablo en la borda de la barca, ahí mismo, entre tú y Dios, que quedó en el banco de popa, Qué te dijo Dios, Que soy su hijo y que seré crucificado, Vas a las montañas a luchar junto a los bandidos, si vas, vamos contigo, Iréis conmigo, pero no a las montañas, lo que importa no es vencer a César por las armas, sino hacer triunfar a Dios por la palabra, Sólo, Por el ejemplo también, y por el sacrificio de nuestras vidas, cuando sea preciso, Son palabras de tu Padre, A partir de hoy todas mis palabras serán palabras de él, y aquellos que en él crean, en mí creerán, porque no es posible creer en el Padre y no creer en el Hijo, si el nuevo camino que el Padre escogió para sí, sólo en el hijo que yo soy podrá empezar, Has dicho que iríamos contigo, a quién te refieres, A ti, en primer lugar, a Andrés, tu hermano, a los dos hijos de Zebedeo, Tiago y Juan, a propósito, Dios me dijo que enviaría a un hombre llamado Juan para ayudarme, pero ese no debe de ser, No necesitamos más, esto no es un cortejo de Herodes, Otros vendrán, quién sabe si algunos de esos no están ya allí, a la espera de una señal, una señal que Dios manifestará en mí, para que me crean y me sigan aquellos ante quienes él no se deja ver, Qué vas a anunciar a las gentes, Que se arrepientan de sus pecados, que se preparen para el nuevo tiempo de Dios que ahí viene, el tiempo en el que su espada flameante obligará a inclinar el cuello a aquellos que rechazaron su palabra y escupieron sobre ella, Vas a decirles que eres el Hijo de Dios, eso es lo menos que puedes hacer, Diré que mi Padre me llamó Hijo y que llevo esas palabras en el corazón desde que nací, y que ahora vino también Dios a decirme Hijo Mío, un padre no hace olvidar a otro, pero hoy quien ordena es el Padre Dios, obedezcámosle, Entonces, deja el caso en mis manos, Dijo Simón, y, acto seguido, soltó el remo, se fue a la proa de la embarcación y, como ya su voz alcanzase a los de tierra, gritó, Hosanna, llega el Hijo de Dios, estuvo en el mar durante cuarenta días hablando con el Padre, y ahora vuelve a nosotros para que nos arrepintamos y nos preparemos, No digas que también el Diablo estaba allí, avisó rápido Jesús, temeroso de que se hiciera pública una situación que sería muy complicado explicar. Dio Simón un nuevo grito, pero más vibrante, con el que se alborozaron las gentes que en la orilla esperaban, y luego volvió a su lugar, diciéndole a Jesús, Déjame ese remo, y ponte en proa, de pie, pero no digas nada hasta que no estemos en tierra, no digas ni una palabra. Así lo hicieron, Jesús en pie, en la proa de la barca, con su túnica vieja, la alforja vacía al hombro, los brazos medio levantados, como si fuera a saludar o a dar una bendición y lo retuviera la timidez o una falta de confianza en sus propios merecimientos. Entre los que lo esperaban, hubo tres, más impacientes, que se metieron en el agua hasta la cintura y, llegados a la altura de la barca, echaron una mano, empujándola y tirando de ella, a la vez que uno, con la mano libre, intentaba tocar la túnica de Jesús, no porque estuviese convencido de la verdad del anuncio de Simón, sino porque ya le parecía muy notable que hubiera permanecido un hombre en altamar durante cuarenta días, como si hubiera ido al desierto en busca de Dios, y de las entrañas frías de una montaña de niebla regresara ahora, viera o no viera a Dios. Ni qué decir tiene que de otra cosa no se habló por estas aldeas y cercanías, muchos de los que aquí están reunidos vinieron por causa del fenómeno meteorológico, luego oyeron que dentro estaba un hombre, y dijeron, Pobrecillo, La barca quedó varada sin un traqueteo, como si allí la hubieran dejado alas de ángeles. Simón ayudó a Jesús a salir, despidiendo con impaciencia mal reprimida a los tres que se habían metido en el agua y que ya se creían acreedores de diferente pago, Déjalos, dijo Jesús, un día oirán que he muerto y sentirán dolor por no haber podido llevar mi cuerpo muerto, déjales que me ayuden mientras estoy vivo. Jesús se subió a un ribazo y preguntó a los suyos, dónde está María, la vio en el mismo instante en que hacía la pregunta, como si el nombre de ella, pronunciado, la hubiera traído de la nada o de un mar de nieblas, parecía que no estaba allí, pero bastaba decir su nombre y ella venía, Aquí estoy, mi Jesús, Ven a mi lado, que vengan también Simón y Andrés, que vengan Tiago y Juan, los hijos de Zebedeo, estos son los que me conocen y en mí creen, que ya me conocían y creían en mí cuando todavía no podía decirles, y tampoco podía decíroslo a vosotros, que soy el Hijo de Dios nacido, este Hijo que fue llamado por el Padre y que con él estuvo cuarenta días en medio del mar, y que de allí volvió para deciros que son llegados los tiempos del Señor, y que debéis arrepentiros antes de que el Diablo venga a recoger las espigas podridas que hubieran caído de la mies que Dios lleva en su regazo, que esas mieses caídas sois vosotros, si para vuestro mal del amoroso abrazo de Dios queréis huir. Pasó un murmullo por la multitud, rodando sobre las cabezas como aquellas olas que se ven en el mar de tiempo en tiempo, en verdad muchos de los asistentes habían oído hablar de milagros obrados en diversas partes por el que allí está, algunos incluso fueron testigos directos y beneficiarios de estos milagros, Yo comí de aquel pan y de aquellos peces, decía uno, Yo bebí de aquel vino, decía otro, Yo era vecino de aquella adúltera, decía un tercero, pero entre tales acontecimientos, por muy importantes que pudieran haber sido y parecieran, y este supremo y proclamado prodigio de ser Hijo de Dios y, en consecuencia, Dios mismo, va una distancia como de la tierra al cielo, y esa, que se sepa, aún no ha sido, hasta hoy, medida. De entre la multitud llegó entonces una voz, Danos una prueba de que eres el Hijo de Dios y yo te seguiré, Tú me seguirás siempre si tu corazón te trajese a mí, pero tu corazón está aprisionado en un pecho cerrado, por eso me pides una prueba que tus sentidos puedan comprender, pues bien, voy a darte ahora una prueba que dará satisfacción a tus sentidos, pero que tu cabeza rechazará, y, estando tú dividido entre tu cabeza y tus sentidos, no tendrás más remedio que venir a mí por el corazón, Quien pueda entender que entienda, yo no entiendo, dijo el hombre, Cómo te llamas, Tomás, Ven aquí, Tomás, ven conmigo hasta la orilla del agua, ven a ver cómo hago unos pájaros con este barro que cojo a manos llenas, mira, es muy fácil, formo y modelo el cuerpo y las alas, doy forma a la cabeza y al pico, engasto estas piedrecillas, que son los ojos, ajusto las largas plumas de la cola, equilibro las patas y los dedos y, habiéndolo hecho, hago once más, aquí los tienes, uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce pajarillos de barro, imagina, hasta podemos, si quieres, darles nombres, éste es Simón, éste es Tiago, éste Andrés, éste Juan, y éste, si no te importa, se llamará Tomás, en cuanto a los otros vamos a esperar a que aparezcan los nombres, que los nombres muchas veces se retrasan en el camino, llegan más tarde, y mira ahora lo que hago, lanzo esta red por encima para que los pájaros no puedan huir, si no tenemos cuidado, Quieres decir con eso que si esta red fuera levantada los pájaros huirían, pregunto incrédulo Tomás, Sí, si levantamos la red, los pájaros huirían, Y ésta es la prueba con la que querías convencerme, Sí y no, Cómo sí y no, La mejor prueba, pero esa no depende de mí, sería que no levantaras tú la red y creyeras que los pájaros huirían al levantarla, Son de barro, no pueden huir, También Adán, nuestro primer padre, era de barro y tú desciendes de él, A Adán le dio vida Dios, No dudes, Tomás, y levanta la red, yo soy el Hijo de Dios, Así lo quisiste, así lo tendrás, estos pájaros no volarán, con un movimiento rápido Tomás levantó la red, y los pájaros, libres, alzaron el vuelo, dieron, entre gorjeos, dos vueltas sobre la multitud maravillada y desaparecieron en el espacio.
Dijo Jesús, Mira, Tomás, tu pájaro se ha ido, y Tomás respondió, No Señor, está aquí arrodillado a tus pies, soy yo.
De la multitud se adelantaron algunos hombres, detrás aunque no demasiado cerca, algunas mujeres. Se aproximaron y dijeron cómo se llamaban, Yo soy Felipe, y Jesús vio en él las piedras y la cruz, Yo soy Bartolomé, y Jesús vio en él un cuerpo desollado, Yo soy Mateo, y Jesús lo vio muerto entre gentes bárbaras, Yo soy Simón, y Jesús vio en él la sierra que lo cortaba, Yo soy Tiago, hijo de Alfeo, y Jesús vio que lo lapidaban, Yo soy Judas Tadeo, y Jesús vio la maza que se alzaba sobre su cabeza, Yo soy Judas de Iscariote, y Jesús tuvo pena de él porque lo vio ahorcándose con sus propias manos de una higuera.
Entonces llamó Jesús a los otros y les dijo, Ahora estamos todos, ha llegado la hora. Y a Simón, hermano de Andrés, Como tenemos otro Simón con nosotros, tú, Simón, de hoy en adelante te llamarás Pedro. Dieron la espalda al mar y se pusieron en camino, tras ellos iban las mujeres, de la mayor parte no llegamos a saber los nombres, verdaderamente, da lo mismo, casi todas son Marías, incluso las que no lo sean responderían por ese nombre, que decimos mujer, decimos María y ellas vuelven la mirada y vienen a servirnos.