CAPÍTULO53

Tanto Molly como Graham deseaban que todo volviera a ser entre ellos como antes, y continuar como lo habían hecho hasta entonces.

Al advertir que ya no era igual, ese tácito conocimiento se instaló en ellos como un huésped indeseable en la casa. Las mutuas manifestaciones que intercambiaban en la oscuridad y durante el día, pasaban bajo cierta refracción que les hacía perder su objetivo.

Molly no le había parecido nunca tan atractiva como entonces. Admiraba su natural encanto desde una penosa distancia.

Ella trató de ser buena con él, pero había estado en Oregón y refrescado el recuerdo de un muerto.

Willy lo sentía y demostraba cierta frialdad hacia Graham mezclada con una insoportable amabilidad.

Llegó una carta de Crawford. Molly la trajo con el resto de la correspondencia y no hizo comentario alguno.

Contenía una fotografía de la familia Sherman sacada de una película cinematográfica. No se había quemado absolutamente todo, explicaba Crawford en la carta. Al revisar los terrenos aledaños a la casa se había encontrado esa película junto con otras cuantas cosas que la explosión había alejado del incendio.

—Posiblemente estas personas figuraban en su próximo itinerario —escribía Crawford—. Ahora están a salvo. Pensé que te gustaría saberlo.

Graham se la mostró a Molly.

—¿Ves? Esta es la razón —dijo—. Esta es la razón por la que valía la pena.

—Lo sé —contestó ella—. De veras lo comprendo.

Los peces azules nadaban bajo la luz de la luna. Molly preparó bocadillos y pescaron y encendieron fogatas, pero nada resultaba muy convincente.

Los abuelos de Willy le enviaron una fotografía del poni y él la clavó en la pared de su cuarto.

Habían transcurrido cinco días desde que volvió a su casa y ése sería el último que pasarían Molly y Graham allí antes de volver a sus trabajos en Marathon. Pescaron en la rompiente, en un lugar donde habían tenido suerte otra vez y al que se llegaba luego de caminar cuatrocientos metros por la playa, que en esa parte hacía una profunda curva.

Graham había decidido hablar al mismo tiempo con ambos.

La expedición tuvo un mal comienzo. Willy hizo deliberadamente a un lado la caña que Graham le había preparado y llevó la nueva caña de lanzar que le había dado su abuelo.

Pescaron en silencio durante tres horas. Graham abrió la boca en tres oportunidades para hablar, pero no se decidió.

Estaba cansado de sentir que no les agradaba.

Graham sacó cuatro pescados utilizando unos crustáceos como carnada. Willy no pescó nada. Utilizaba una larga caña con tres anzuelos pequeños que también le había dado su abuelo. Pescaba demasiado rápido, lanzando una y otra vez, recogiendo apresuradamente, hasta que su cara se puso colorada como un tomate y su camiseta se le pegoteó a la espalda.

Graham se metió en el agua, agarró un puñado de arena detrás de la rompiente y sacó dos crustáceos.

—¿Qué te parece si pruebas con uno de éstos, compañero? —Le tendió un crustáceo a Willy.

—Seguiré con esta caña. Era de mi padre ¿sabes?

—No —contestó Graham mirando a Molly.

Ella se agarró las rodillas y contempló el vuelo de una gaviota.

De repente se paró y se sacudió la arena.

—Voy a preparar unos bocadillos —anunció.

Graham estuvo tentado de hablar con el chico cuando Molly se fue. Pero recapacitó. Willy debería sentir exactamente lo mismo que sentía su madre. Esperaría hasta que ella volviera para encararlos. Esta vez estaba decidido.

Molly regresó casi enseguida sin los bocadillos, caminando rápidamente sobre la arena mojada.

—Jack Crawford, por teléfono. Le dije que lo llamarías después pero parece que es urgente —anunció Molly mientras se examinaba una uña—. Será mejor que te apures.

Graham se sonrojó. Clavó la caña en la arena y salió al trote hacia los médanos. Era más rápido que dar la vuelta a la playa, siempre y cuando no se llevara por delante algo que pudiera engancharse en los matorrales.

Escuchó un sordo zumbido transmitido por el viento, y temeroso de tropezar con una serpiente cascabel escrutó el suelo al internarse entre los achaparrados arbustos.

Vio un par de botas bajo unas plantas, el reflejo de unos cristales y una silueta de color caqui que se incorporaba.

Su corazón latió fuertemente al fijar la vista en los ojos amarillos de Francis Dolarhyde.

El ruido de los diferentes seguros de una pistola, el arma apuntando hacia Graham, una patada de éste haciéndola volar hacia los arbustos al mismo tiempo que un destello amarillento salía de la boca del cañón. Graham cayó de espaldas sobre la arena, apuntando con la cabeza hacia la playa, sintiendo un intenso ardor en el costado izquierdo de su pecho.

Dolarhyde pegó un salto y cayó sobre el estómago de Graham con ambos pies esgrimiendo un cuchillo y sin prestar atención al alarido que provenía del borde del agua. Sujetó a Graham con las rodillas, levantó alto el cuchillo y lanzó un rugido al dejarlo caer. La hoja se incrustó profundamente en la mejilla a escasa distancia del ojo.

Dolarhyde se inclinó hacia adelante apoyándose contra el mango del cuchillo para atravesarle la cabeza a Graham.

La caña silbó cuando Molly la lanzó violentamente contra la cara de Dolarhyde. Los anzuelos se incrustaron firmemente en su mejilla y el carrete chirrió al aflojar más hilo cuando Molly tiró hacia atrás para golpear otra vez.

Dolarhyde gruñó y se agarró la cara y los anzuelos triples se incrustaron también en su mano. Con una mano libre y otra sujeta a la cara por los anzuelos, tironeó del cuchillo y salió en pos de ella.

Graham rodó hacia un costado, se puso de rodillas, consiguió pararse y corrió con ojos desorbitados escupiendo sangre; corrió escapando de Dolarhyde, corrió hasta desplomarse.

Molly partió a la carrera hacia los médanos con Willy a la delantera. Dolarhyde los seguía, arrastrando la caña. Esta se enganchó en un arbusto y lo tironeó obligándolo a detenerse lanzando un grito, hasta que se le ocurrió cortar el hilo.

—¡Corre niño, corre niño, corre niño! No mires hacia atrás —exclamó Molly. Sus piernas eran largas y empujaba al chico hacia adelante al escuchar cada vez más cerca el ruido de los arbustos que se quebraban.

Tenían noventa metros de ventaja cuando salieron de los médanos, sesenta cuando entraron a la casa. Corrió escaleras arriba. Se zambulló en el ropero de Will.

—Quédate aquí —le dijo a Willy.

Bajó para hacerle frente. Entró a la cocina luchando por poner el cargador.

Olvidó la posición de tiro y olvidó la mira, pero aferró con ambas manos la pistola y cuando la puerta se abrió violentamente le descerrajó un disparo en el muslo y le disparó a la cara cuando Dolarhyde resbaló hacia el piso mirándola y le disparó a la cara mientras estaba sentado sobre el piso y corrió hacia él y le disparó dos veces más en la cara mientras se desplomaba contra la pared. Con la cabeza caída y el pelo ardiendo.

Willy rompió una sábana y fue en busca de Will. Le temblaban las piernas y se cayó varias veces al atravesar el jardín.

Los agentes del alguacil y las ambulancias llegaron antes de que Molly pensara en llamarlos. Estaba dándose una ducha cuando entraron a la casa amparándose en sus armas. Se estaba refregando vehementemente las manchas de sangre y las astillas de hueso que tenía en la cara y en el pelo y no pudo contestar cuando un agente trató de hablar con ella a través de la cortina de la ducha.

Uno de los agentes recogió por fin el tubo del teléfono que seguía colgando y habló con Crawford que desde Washington había oído los disparos y los había llamado para que fueran allí.

—No sé, en este momento lo traen —dijo el agente. Miró por la ventana al ver pasar la camilla—. No me gusta mucho —agregó.