Graham depositó su portafolio sobre el piso del rellano del departamento que ocupaba en Chicago el lunes por la mañana y metió la mano en el bolsillo buscando las llaves.
Había pasado todo el día en Detroit entrevistando personal y revisando los ficheros de empleados de un hospital en el que había trabajado la señora Jacobi como voluntaria antes de mudarse a Birmingham. Buscaba a alguien que hubiera trabajado en Detroit y Atlanta o en Birmingham y Atlanta; alguien que pudiera tener acceso a una furgoneta y una silla de ruedas y que hubiera visto a la señora Jacobi y a la señora Leeds antes de irrumpir en sus casas.
A Crawford le pareció que el viaje era una pérdida de tiempo, pero no se opuso. Crawford tenía razón. Maldito Crawford. Tenía muchísima razón.
Graham oía sonar el teléfono en su departamento. Las llaves se engancharon en el forro de su bolsillo. Dio un tirón y salieron junto con una larga hebra de hilo. Varias monedas cayeron por la pierna del pantalón y se desparramaron sobre el suelo.
—Hijo de puta.
Había atravesado la mitad del cuarto cuando el teléfono dejó de sonar. Tal vez era Molly que quería hablar con él.
La llamó a Oregón.
El abuelo de Willy contestó al teléfono con la boca llena. Era la hora de cenar en Oregón.
—Dígale a Molly que me llame cuando termine de comer —le indicó Graham.
Estaba en la ducha con los ojos llenos de champú cuando sonó nuevamente el teléfono. Se enjuagó la cabeza y salió del baño chorreando para contestar la llamada.
—Hola, mi amor.
—Siento desilusionarlo pero soy Byron Metcalf y estoy en Birmingham.
—Disculpe.
—Tengo noticias buenas y malas. Acertó respecto a Niles Jacobi. Él sacó las cosas de la casa. Las liquidó, pero lo exprimí gracias a un poco de hachís que encontré en su cuarto y confesó. Eso es lo malo, sé que usted esperaba que el Hada de los Dientes las hubiera robado y vendido a reducidores. Las noticias buenas son que hay unas películas. Todavía no las tengo. Niles dice que escondió dos rollos bajo el asiento de su automóvil. ¿Siguen interesándole?
—Por supuesto, es claro que me interesan.
—Pues bien, Randy, su íntimo amigo, está usando el automóvil y todavía no lo hemos encontrado, pero no nos demoraremos mucho. ¿Quiere que le mande la película en el primer avión que salga para Chicago y le avise cuando llegara?
—Por favor. Qué suerte, Byron, muchas gracias.
—No hay de qué.
Molly llamó justo cuando Graham estaba por dormirse. Luego de haberse asegurado mutuamente que ambos estaban bien, no les quedaba mucho por decirse.
Molly dijo que Willy se estaba divirtiendo mucho. Se lo pasaría para que le dijera buenas noches.
Willy tenía mucho más que decirle; le contó a Will una interesante novedad: su abuelo le había regalado un poni.
Molly no lo había mencionado.