Dolarhyde trabajó con las pesas hasta las diez de la noche, miró sus películas, trató de satisfacerse y quedó agotado. Pero no obstante estaba inquieto.
Al pensar en Reba McClane su pecho se estremecía por una tremenda excitación. No debía pensar en ella.
Recostado en el sillón, su torso hinchado y enrojecido por la gimnasia, miraba un noticiero en la televisión para ver cómo andaba la policía con el asunto de Freddy Lounds.
Ahí estaba Will Graham parado junto al féretro mientras el coro ululaba a lo lejos. Graham era delgado. Sería fácil romperle la espalda. Mejor que matarlo. Romperle la espalda y retorcerla sólo para estar bien seguro. Entonces podría ser el tema de la próxima investigación.
No había apuro. Era mejor dejar que Graham siguiera con miedo.
En la actualidad, Dolarhyde experimentaba permanentemente una tranquila sensación de poder.
El Departamento de Policía de Chicago hizo un poco de alboroto durante una conferencia de prensa. Pero detrás de esa pantalla sobre lo duro que estaban trabajando, la verdad era que no habían realizado ningún progreso con Freddy. Jack Crawford integraba el grupo parado detrás de los micrófonos. Dolarhyde lo reconoció por haber visto su fotografía en un Tattler.
Un vocero del Tattler flanqueado por dos guardaespaldas manifestó: «Este acto salvaje e insensato sólo servirá para que la voz del Tattler resuene con más potencia».
Dolarhyde lanzó un resoplido. Quizás. Pero por cierto que había servido para silenciar a Freddy.
Los locutores de los noticieros lo llamaban ahora «el Dragón». Sus actos eran lo que la policía había calificado como «los asesinatos del Hada de los Dientes».
Franco progreso.
Ahora sólo pasaban noticias locales. Un idiota de mandíbula prominente estaba realizando un reportaje en el zoológico. Era evidente que lo mandarían a cualquier parte con tal de mantenerlo alejado de la oficina.
Dolarhyde estaba buscando su control remoto cuando vio en la pantalla a alguien con quien había hablado por teléfono pocas horas antes. El doctor Frank Warfield, director del Zoológico, que se había mostrado encantado ante la propuesta de la filmación que le había hecho Dolarhyde.
El doctor Warfield y un dentista trabajaban en un tigre que tenía un diente roto. Dolarhyde quería ver el animal, pero el reportero se lo tapaba. Finalmente el periodista se corrió hacia un lado.
Recostado en su sillón de respaldo reclinable, mirando la pantalla por encima de su poderoso torso, Dolarhyde vio el gran tigre tirado inconsciente sobre una pesada mesa de trabajo.
El locutor anunció que ese día estaban preparando el diente y que más adelante le colocarían la corona.
Dolarhyde los observaba trabajar tranquilamente entre las mandíbulas de la terrible cabeza rayada del tigre.
«¿Puedo tocarle la cara?».
Quería decirle algo a Reba McClane. Deseaba que tuviera aunque tan sólo fuera una leve sospecha de lo que casi había hecho. Deseaba que pudiera percibir aunque sólo fuera un breve destello de su Gloria. Pero no podía tenerlo y seguir viviendo. Debía vivir: lo habían visto en compañía de ella y vivía bastante cerca de su casa.
Había tratado de compartir con Lecter, pero Lecter lo había traicionado.
No obstante, le gustaría compartir. Y le gustaría poder compartir un poquito con ella, en una forma que le permitiera sobrevivir.