“Un mito que se desvanece”
A lo largo del tiempo sus ideas han sido “derrotadas, aplastadas y barridas”, y de no ser porque su imagen se volvió icónica durante los movimientos juveniles de 1968, el mito del Che no existiría. A esa conclusión llega Jorge Castañeda, uno de los biógrafos del guerrillero, quien, incisivo, remarca que éste padecía una gran megalomanía. De hecho afirma, “no hizo aquello para lo que estaba preparado, y lo que hizo no estaba preparado para ello”.
Homero Campa
El mito del Che Guevara no nació con el triunfo de la Revolución Cubana ni con su muerte en Bolivia, sino con un fenómeno posterior: el movimiento juvenil del 68 en varios países de Europa y América Latina.
En tales circunstancias y a partir de ese momento, “el Che se volvió símbolo” de esa “sublevación protagonizada por una parte importante de la juventud occidental”.
De hecho “sin el movimiento del 68 el mito del Che Guevara no hubiera existido”, pues “haber muerto como mártir revolucionario –joven, guapo y barbudo–”, no hubiera sido suficiente, ya que “el Che no tenía ninguna pertinencia en materia económica, política o internacional. No la tuvo entonces ni la tiene ahora”.
“Y sin embargo, tiene una enorme pertinencia como símbolo de esa rebelión generacional, cultural y social muy amplia que desencadenó transformaciones muy profundas en las sociedades occidentales.”
Tal es la conclusión a la que llegó el escritor y analista político Jorge Castañeda después de investigar sobre la vida de Ernesto Guevara de la Serna y de escribir su biografía con un título sugerente: La vida en rojo (Alfaguara, 1997), “A esa conclusión llegué hace 20 años y la sigo manteniendo”, dice.
–Según su tesis, el contexto creó el mito del Che, pero el contexto ha cambiado varias veces y el mito se mantiene ¿cómo lo explica?
–El contexto no ha cambiado tanto. Las luchas del 68 (sean estudiantiles, por la igualdad de género, por el derecho a la preferencia sexual, en contra de la discriminación racial o étnica, o por los temas de la juventud en general), están más presentes que nunca. Esas son las luchas que se iniciaron en el 68 y que se siguen dando. Todos los días hay un nuevo paso en ese ámbito de las causas y de las luchas y él sigue siendo de alguna manera el símbolo del origen de eso: el 68.
“Ahora bien –advierte–, hay que tomar en cuenta que el mito del Che también se ha ido desvaneciendo con el paso del tiempo. No es lo que era hace 20 o 30 años.”
En entrevista, Castañeda –quien como canciller de México (2000-2003) sostuvo un fuerte enfrentamiento con el gobierno de Fidel Castro que puso las relaciones bilaterales al borde de la ruptura– aborda de manera crítica el proceso de mitificación del Che Guevara, señala los “efectos negativos” que, asegura, provocaron sus acciones e ideas y atisba en los “momentos clave” de la vida del guerrillero que, 50 años después de su muerte, aún permanecen en secreto.
“El motor del ego”
A Castañeda se le pregunta qué pasó con las ideas del Che Guevara: el foquismo guerrillero, la creación del hombre nuevo, el internacionalismo solidario…
“Esas ideas fueron derrotadas, aplastadas y barridas”, responde de inmediato. “Y lo poco que quedó de ellas resultó tremendamente negativo para Cuba y para la izquierda latinoamericana”, señala en referencia a los jóvenes de la región que en los años sesenta y setenta abrazaron la causa revolucionaria y se levantaron en armas siguiendo el ejemplo y las tesis del Che. “Se perdió una gran cantidad de tiempo, de vidas y de horas de libertad de jóvenes. Cierto, estamos hablando de grupos pequeños, minoritarios, pero que con el paso del tiempo involucraron a cientos o miles de personas”, añade.
–Habla de efectos negativos. ¿Hubo algún efecto positivo?
–Fuera de ser el símbolo del 68, no.
“Bueno –matiza–, hubo un efecto positivo en los primeros años de la Revolución Cubana: el Che, Fidel Castro y el resto de los dirigentes cubanos le dieron a su gobierno un cariz de juventud, de frescura, de ruptura con la izquierda latinoamericana tradicional que básicamente estaba dominada por los partidos comunistas o por los movimientos populistas, como el cardenismo en México o el peronismo en Argentina.”
Sin embargo, “esa ruptura con la vieja izquierda tuvo sus límites. No llegó muy lejos. Conforme el gobierno de Castro se fue alineando con la Unión Soviética, también se fue alineado con los partidos comunistas de la región”, señala.
Refiere que esa ruptura pudo durar una década. “Mucha gente ubica el final de la ruptura en agosto de 1968, cuando Fidel Castro pronuncia el discurso en que apoya la invasión de la Unión Soviética a Checoslovaquia”.
–Si desmitificamos al Che, ¿qué ser humano queda?
–Un tipo obviamente muy valiente, pero también con elementos megalómanos evidentes. No haces esto (intentar una revolución continental) si no tienes una enorme idea de ti mismo. Es perfectamente lógico, comprensible y hasta admirable que así sea, dadas las condiciones individuales tan adversas que enfrentó, empezando por el asma que padecía, pero también por sus continuos cambios de trayectoria: primero fue líder revolucionario, luego gobernante, después de nuevo líder revolucionario en el Congo y en Bolivia, pero habiendo estudiado para médico en Buenos Aires. ¡No tiene nada que ver una cosa con la otra! No hizo aquello para lo que estaba preparado y lo que hizo no estaba preparado para ello”.
“Entonces –resume–, es su ego lo que le permite hacer algo así y ello podría ser en muchos sentidos admirable, pero eso es lo que queda en la otra parte de su persona.”
–¿Es el ego el motor de su actuación?
–En buena medida sí. Hay una ecuación de altruismo y sobre todo de ascetismo, pero no estoy seguro de que éste haya sido el motor… El motor fue ese enorme deseo de trascender y todo se le fue dando porque tenía un talento extraordinario para conectar con la gente, para ser su líder y para generar lealtades impresionantes.
Tres momentos clave
A Castañeda se le comenta que se ha escrito mucho sobre el Che Guevara: hay muchas biografías, proliferan los libros sobre aspectos específicos de su vida, abundan los reportajes, y el propio guerrillero escribió diarios, artículos y ensayos.
–¿Hay aspectos del Che que todavía no se conocen? ¿Hay secretos que faltan por revelar?
Antes de contestar, el escritor pide hacer una aclaración: no ha revisado todo lo que se ha publicado sobre el Che desde que él escribió su biografía hace 20 años, por lo que “es probable que haya cosas que piense que son opacas y ya no la son”. Con estas “reservas”, señala tres momentos clave que marcaron el futuro del Che y de los que aún no se sabe bien a bien qué paso:
Primero, “seguimos sin saber exactamente que pasó en la conversación que sostuvieron Fidel Castro, su hermano Raúl y el Che al regreso de éste de Argelia en marzo de 1965”.
–¿Por qué es clave?
–Porque ahí es donde se decide que el Che se va de Cuba, ya sea porque le dicen que se vaya, ya sea porque él dice ‘me voy’. Y si él dice ‘me voy’ es porque hay un acuerdo con Fidel y con Raúl o porque existe un pleito fuerte entre el Che y Raúl por el tema de la Unión Soviética y Fidel encuentra como salida elegante que el Che se vaya, pero con el apoyo del Estado cubano. Esa conversación fue decisiva.
El segundo “momento oscuro”: las últimas conversaciones del Che con Fidel en Cuba antes de salir en octubre de 1966 con destino a Bolivia para encabezar el movimiento guerrillero que al final le costó la vida.
“Ahí no se sabe en qué quedan Fidel y el Che. ¿Cuál es el acuerdo entre ellos? ¿Qué escenarios vislumbran para la misión en Bolivia? ¿Va a haber un equipo de rescate del Che en caso de que la guerrilla falle? ¿Fidel va a tratar de convencer a Mario Monje (líder del Partido Comunista de Bolivia) de que apoye al Che? ¿Van a llegar más hombres a incorporarse a la guerrilla?”, se pregunta Castañeda.
Y el tercer enigma, “quizá el más importante”: la reunión de Alexei Kosygin, presidente del Consejo de Ministros de la Unión Soviética, con Fidel Castro los días 26, 27 y 28 de julio de 1967 en La Habana, a escasas semanas de que el Che muera en Bolivia.
Castañeda explica que Kosygin fue a Nueva York para participar en una sesión especial de la ONU sobre la Guerra de los Seis Días, que estalló en junio de ese año en Medio Oriente. En ese viaje se reunió en Nueva Jersey con el presidente de Estados Unidos, Lyndon B. Johnson, a quien la CIA le había informado de la presencia del Che en Bolivia. Tras ver a Johnson, Kosygin viajó a La Habana y se reunió con Fidel Castro.
–¿Kosygin ya sabía que el Che estaba en Bolivia?
–Sí, porque todo hace suponer que Mario Monje se los informó a los soviéticos.
“Entonces –continúa–, me resulta inconcebible que Kosygin se siente con Fidel en La Habana, después de reunirse con Johnson en Nueva Jersey, y no aborden el tema del Che en Bolivia.”
El escritor comenta que en los noventa entrevistó a Oleg Daroussenkov, el traductor de Kosygin que estuvo presente en esas reuniones con Fidel Castro. El traductor le confirmó que el tema de la presencia del Che en Bolivia provocó reclamos por parte del líder soviético. “Mi interpretación es que Kosygin le dijo a Fidel: ‘Ya se acabó este cuento de exportar la revolución”. Entonces, a partir de ese momento Fidel tomó la decisión de no enviar un equipo de rescate para sacar al Che de Bolivia”.
–Fidel Castro argumentó en varias ocasiones que enviar un equipo de rescate era imposible y que además hubiera significado casi una declaración de guerra a Bolivia…
–¿Más declaración de guerra que mandar a unos guerrilleros para derrocar al gobierno boliviano por las armas? ¡Pero si la declaración de guerra fue mandar al Che…!
“Fracaso cantado”
Castañeda sostiene que la misión en Bolivia “era un fracaso cantado”. Y enumera varios de los errores que el Che y sus hombres cometieron en ese país:
La guerrilla del Che protagonizó un primer enfrentamiento con el ejército boliviano antes de estar lista para mantenerse por sí misma. Los guerrilleros mataron a varios soldados. Fue, en apariencia, un triunfo, pero sólo provocó que delatara su ubicación.
El Che buscó el apoyo de los campesinos bolivianos. Trató de replicar la experiencia de la Sierra Maestra cuando los guajiros cubanos se solidarizaron con los rebeldes. No tomó en cuenta el carácter reservado, receloso, del campesinado indígena. “¿Qué hacia una bola de cubanos en uno de los dos países de mayoría indígena de América Latina?”, se pregunta Castañeda.
En Bolivia hubo una reforma agraria que impulsó en los cincuenta el gobierno de Víctor Paz Estenssoro. “Fue una reforma agraria pinchona, burguesa, lo que tú quieras, pero la hubo. Entonces no puedes llegar a ese país y decir que se va a levantar el campesinado porque se necesita una reforma agraria”, sostiene.
Y finalmente el Che no contó con los cuadros e infraestructura ni del Partido Comunista de Monje ni de los troskistas que lideraba Juan Lechín y que entonces dominaba al movimiento minero.
En su biografía sobre el Che, Castañeda analiza algunas aristas de la supuesta personalidad del guerrillero: su “narcisismo”, “su espíritu de mártir”, su “ingenuidad” en algunos de sus análisis políticos, etcétera. Subraya luego la falta de iniciativa de Fidel Castro para rescatar al Che y a sus compañeros en la etapa final de su empresa en Bolivia, cuyo desenlace fue la muerte.
Escribió Castañeda: “De haberse considerado con seriedad la opción de un salvamento, es probable que Fidel Castro hubiera resuelto que un Che mártir en Bolivia servía más a la revolución que un Che vivo, abatido y melancólico en La Habana. Uno permitía crear un mito, avalar decisiones cada día más engorrosas, construir el martirio emblemático que la revolución requería para colocarlo en el panteón de sus héroes, al lado de Camilo Cienfuegos y Frank País. El otro implicaba discusiones eternas, tensiones y disensos, todos sin solución, y al final del camino, una secuela semejante sino es que idéntica. Pensar que Fidel Castro no era capaz de un cálculo de tal frialdad y cinismo es desconocer los métodos que le han asegurado su permanencia en el poder (…); significa pasar por alto su comportamiento frente a disyuntivas análogas, si bien no preñadas de la misma carga emocional o mítica que la del Che Guevara. Fidel no mandó al Che a morir a Bolivia; tampoco lo traicionó ni lo sacrificó: sencillamente permitió que la historia corriera su curso, con plena conciencia del destino al que conducía. No hizo; dejó hacer”.
En octubre de 1997, durante el V Congreso del Partido Comunista de Cuba, Fidel Castro se refirió a Castañeda sin mencionarlo por su nombre: “Son miserables plumas mercenarias que pretenden utilizar al Che como algo que fuera diferente de la Revolución Cubana”.
Luego, en la prensa de la isla, funcionarios y personajes cercanos al Che atacaron a Castañeda y a su libro: “Mal intencionado”, “irrespetuoso”, “mentiroso” e “indigno”, fueron algunos de los calificativos.
–¿Su biografía sobre el Che fue uno de los factores que alimentó después la bronca de Cuba con México cuando usted fue canciller? –se le pregunta.
–No, porque la animosidad cubana venía de antes, de 1993, cuando publiqué La utopía desarmada –dice, en referencia al libro que aborda el apoyo en dinero y armas que el gobierno de la isla brindó a los movimientos revolucionarios del continente.
–Pero el libro sobre el Che la atizó…
–Bueno, seguramente a los cubanos no les gustó ni esa parte ni otras del libro, pero creo que ya para entonces estaban muy enchilados.