El héroe que se inventó a sí mismo

Medio siglo después de su muerte, el Che aún encarna “la inconformidad”, “la rebeldía”, “el idealismo de la juventud que desconoce los límites” y que reclama los “actos heroicos” que mueven al mundo, afirma el periodista estadunidense Jon Lee Anderson, uno de los biógrafos más reconocidos de Ernesto Guevara. De hecho, señala, “algo me dice que el mundo sería mejor si hubiera atendido los reclamos de justicia” del guerrillero, “pero no le hicieron caso: lo persiguieron y lo mataron”.

Mathieu Tourliere

El Che es la encarnación de un esfuerzo consciente de Ernesto Guevara para forjar un ser revolucionario, un héroe que él mismo podía admirar”, afirma el periodista Jon Lee Anderson, uno de los principales biógrafos del guerrillero.

Sostiene que fue la muerte “trágica” del Che, capturado por el ejército boliviano y la Agencia Central de Inteligencia (CIA), la que lo consagró como un héroe, un hombre que intentó un gran desafío y murió en el intento.

“A partir del colapso de la guerrilla en el Congo y de la muerte de su madre, le quedan tres años de vida sombríos. No sé si pensaba que podía triunfar, pero había sacado el sable y tenía que caer sobre él”, abunda.

Lo compara con Ícaro, el personaje de la mitología griega. “Su padre le advirtió que moriría, pero no le hizo caso: puso sus alas de cera, voló y murió. Quizá estuvo equivocado, pero a través de esta parábola entendemos que Ícaro representa el idealismo de la juventud, que desconoce los límites y el mundo pragmático. Si los jóvenes no intentan actos heroicos, el mundo no se mueve”, reflexiona.

Durante más de cinco años, el estadunidense se dedicó a investigar la vida del argentino: para ello vivió en Cuba, donde tuvo acceso a una gran cantidad de documentos entonces inéditos, y viajó a los lugares por donde pasó Ernesto Guevara. El resultado fue el libro Che Guevara. Una vida revolucionaria (1997), una de las biografías más completas del revolucionario.

Anderson explica que un fenómeno terminó por convencerlo de reconstruir la vida de Guevara: “Tanto sus enemigos como sus amigos lo admiraron y le reconocieron atributos de héroe, de un hombre que vivió y murió por sus principios”.

En entrevista, Anderson desmenuza la personalidad del Che Guevara quien, de médico joven y temerario –que “como buen argentino pensaba terminar en París, escribiendo poesía”–, se construyó como hombre “rudo y capaz de soportar las vicisitudes de una guerrilla” y posteriormente de “líder muy forjado, duro, implacable y severo, con una noción de hombre nuevo socialista que era en realidad una extrapolación de su experiencia en la guerrilla.

“Creo que siempre tuvo la noción de héroe. De niño se nutrió de libros y biografías de héroes, y cuando estudió a Carlos Marx vio los problemas del mundo con los ojos clínicos de un legista, con la intención de curar el mundo de sus enfermedades crónicas”, abunda.

Uno de los aspectos que más le sorprendió fue la relación que el Che Guevara tuvo con las mujeres. “Su última mujer lo bañaba. No solamente le preparaba el baño, sino que lo bañaba, como una geisha o como una madre a un hijo de cinco años. Resulta tan inverosímil y distinto a su imagen de hombre independiente y severo, pero muestra que había un ser tierno ahí, que necesitaba de una mano femenina”.

Ello lo lleva a decir: “Ernesto Guevara creó al Che y vivió con sus contradicciones”.

Era televisiva

La fama del Che, abunda Anderson, surgió en los inicios de la era televisiva, cuando “de pronto todo era global y una sola aparición en televisión se convertía en algo histórico”.

Recuerda el primer debate político televisado, el que sostuvieron Richard Nixon y John F. Kennedy, entonces candidatos a la presidencia estadunidense, el 26 de septiembre de 1960. “Por el sudor en la frente de Nixon todos asumieron que ganó Kennedy”, subraya.

En este contexto, el Che apareció frente a las cámaras en diciembre de 1964, durante la Asamblea General de la ONU en Nueva York, “de forma muy dramática, en verde olivo, hablando verdades y rompiendo moldes”, sostiene su biógrafo. “Representaba lo nuevo, lo enojado, el justiciero social y el revolucionario, en una época en la que el mundo apenas se acostumbraba a ver líderes históricos en las pantallas”.

Estima que la misma televisión convirtió a Fidel Castro en el primer “líder revoltoso en las miras mundiales”. Agrega que el egipcio Gamal Abdel Nasser era el estadista rebelde que surgió antes que el cubano pero, a diferencia de Castro, usaba “corbata y bigotito”, por lo que nunca tuvo una imagen romántica en el imaginario popular.

Anderson estima que las imágenes del argentino tirado en su lecho de muerte lo convirtieron en un mito. “Para muchos lucía como Jesucristo, con los ojos abiertos, tenía un componente cuasi espiritual, parecía vivo en la muerte. Y luego llegó su desaparición forzada. Se convirtió en una especie de ave fénix”, explica.

Rememora una discusión que tuvo con un integrante de los servicios secretos cubanos, quien le confesó, después de elegir sus palabras de manera muy cautelosa: “La muerte del Che ayudó con creces a la causa de las revoluciones americanas”.

Ante la pregunta de si permanecen aspectos desconocidos de la vida del argentino, el periodista plantea: “Quizás el misterio mayor, que junto con los demás biógrafos intentamos resolver al ciento por ciento, es lo que pasó entre Fidel Castro y el Che”.

Asume que hubo un “momento de separación fraternal” entre ambos en 1964, cuando el argentino abandonó el Ministerio de Industrias en Cuba para volver a la clandestinidad y encabezar guerrillas revolucionarias en el Congo y Bolivia.

Opina que esta separación era inevitable, ya que el marxismo radical del argentino molestaba a la Unión Soviética, con la que Castro acababa de firmar importantes acuerdos comerciales. Meses antes de su “desaparición”, Guevara había viajado a Argelia y arremetió contra el bloque soviético. “Eso era morder la mano que alimentaba a Cuba”, sostiene el biógrafo.

–¿Cuáles fueron los errores del Che en el Congo y en Bolivia?

–No sé si fue un error, pero quizá se equivocó al pensar que se podía repetir en otros países la gran suerte que fue Cuba –dice.

Cuando los hermanos Castro y los guerrilleros de la Sierra Maestra desembarcaron en Cuba y empezaron a derrocar a las fuerzas militares de Batista, Washington se encontraba dividido en torno a lo que ocurría en la isla y no aplicó su doctrina de seguridad hemisférica.

Según Anderson, el entonces presidente estadunidense, Dwight Eisenhower, estaba viejo y los análisis de la CIA, del Departamento de Estado y de la Casa Blanca discordaban si apoyar a Castro o a Batista. “Algunos no entendieron quién era Fidel Castro y por dónde iba”, dice.

Pero después del triunfo de la Revolución Cubana y de la proclamación de la orientación socialista del nuevo régimen, Washington empezó a vigilar y aplastar todos los intentos guerrilleros alentados desde Cuba en el continente. “A donde el Che mandaba gente, ya sea a Paraguay, a la República Dominicana o a Nicaragua, los pillaban muy rápidamente”, comenta.

Anderson considera que el Che no entendió la situación en el Congo. “El mundo era muy distinto; si buscas libros sobre países de África escritos antes de 1960 vas a ver que no hay ningún escritor africano, son puros europeos, colonialistas, aunque algunos eran más iluminados que otros”.

Por lo mismo, el argentino también “veía a África con los ojos de hombre blanco”. “Sólo que no era colonialista, entonces pensaba que él era el virtuoso y que los africanos naturalmente se alzarían y abrazarían el ideal comunista con fervor”, añade.

Recuerda que el argentino tuvo un único y breve encuentro con Laurent-Désiré Kabila, quien encabezaba el movimiento guerrillero congoleño. Ocurrió en 1965: “Sólo lo vio un día en toda su estancia en Congo: llegó con su lancha rápida, con dos prostitutas y una botella de whisky. Paseó en el lago y se fue. Era el líder”.

El Che tampoco entendió el tribalismo que dominaba la sociedad rural congoleña, y acabado de llegar al país se dio cuenta de que las creencias más arraigadas entre la población eran la dahua y el juju; en otras palabras: la magia.

Anderson sostiene que, en Bolivia, muchos de los campesinos con los que convivieron los guerrilleros eran iguales de “supersticiosos, suspicaces y sin mayor sofisticación política” que los congoleños.

El periodista lo ilustra con una anécdota, que sacó de sus entrevistas con militares bolivianos: una mujer dio agua a los revolucionarios y más tarde confesó a los soldados que buscaban a los revolucionarios que, según ella, eran extraterrestres, y después de su salida realizó rituales para espantar al diablo.

En Bolivia el Che se enfrentó además a la hostilidad del Partido Comunista y de su secretario general, Mario Monje, quien adivinó que el plan cubano consistía en utilizar el país como plataforma guerrillera, desde la cual radiarían los movimientos armados hacia otras naciones del continente.

Anderson entrevistó a Monje para la biografía sobre el Che. El hombre vivía exiliado en Moscú. “En nuestras conversaciones, básicamente me dijo que él estaba en contra del plan, pues sospechaba que se comerían viva a Bolivia. No pudo decir que él traicionó al Che, porque el Che es ‘Jesucristo’, pero yo tengo la convicción de que lo delató a la CIA”, explica.

“Ahora, ¿era un error o el Che estaba loco? Creo que no. Lo habían logrado en Cuba. Mira el Granma… corrió con mucha suerte: Fidel anuncia desde México que se van a Cuba; cuando llegan, los espera el ejército y mata a 90% de los guerrilleros. Apenas 17 sobrevivieron y dos años después lograron derrocar al régimen de Batista. Una cosa increíble”, añade.

Observa que, tanto en el Congo como en Bolivia, “no era el mismo Che”. El hombre era ya mayor de 35 años y empezaba a “tropezar con los límites de sus propios sueños”. Expone un elemento relevante: en estas guerrillas, el argentino no mató a nadie.

“¡Dispara, huevón!”

Anderson recuerda su encuentro con Félix Rodríguez, el agente cubano de la CIA, quien operó bajo el alias de “capitán Ramos” y persiguió el Che durante años. Fue el último en tener una plática con el revolucionario: ocurrió en la escuela de La Higuera, en Bolivia.

A mediados de los noventa, Rodríguez recibió al periodista en la oficina que tenía en su casa de Miami. Anderson rememora una sala oscura, cuyas paredes estaban cubiertas con armas, pero también con placas, certificados y agradecimientos de “casi todas las fuerzas militares de las dictaduras de América Latina, desde la de Augusto Pinochet hasta la de El Salvador”.

El exagente de la CIA se rodeaba de los “talismanes de la muerte” de sus trofeos: la cacha de su revólver tenía incrustada una burbuja de plexiglás con picaduras de tabaco de la última pipa del Che y había colgado la última fotografía del argentino en vida, en la que aparece junto a él; coleccionaba en un álbum las fotografías de cadáveres de guerrilleros acribillados e incluso tenía enmarcado el brasier de la guerrillera salvadoreña Nidia Díaz, que él mismo había capturado unos años antes. “Le robó el brasier, imagínate”, insiste Anderson.

De su plática con el siniestro personaje, el periodista documentó las últimas palabras del Che Guevara. “El hombre que lo mandó a la muerte no le restó valor, no dijo que el Che cayó a sus rodillas y le suplicó que lo dejara vivo”, comenta. Rodríguez le narró que, cuando le anunció que iba a morir, el Che se puso pálido y soltó: “Es mejor así”.

“Para el Che ése era el momento, toda su vida llegaba a este instante”, asevera el periodista.

Le resultó más difícil al biógrafo determinar las palabras exactas que pronunció el revolucionario cuando entró el sargento boliviano Mario Terán para ejecutarlo. “Es muy creíble que haya dicho ‘¡Dispara ya!’, aunque no sé si dijo ‘¡Dispara, huevón!’ o ‘¡Dispara, boludo!’”, reflexiona con una sonrisa.

Tampoco tiene certeza de que el Che dijo a su verdugo “sólo vas a matar a un hombre”, pero no lo descarta. “Suena un poco a heroísmo cubano, pero ¡coño!, si eres tú, sabes que la historia te va a recordar por este momento, vas a decir las cosas bien”, analiza.

Años después Anderson sigue impactado por la admiración de Rodríguez hacia el Che. Habían transcurrido más de tres décadas y el exagente de la CIA aseveraba que había “heredado” el asma del Che, una enfermedad que empezó a padecer inmediatamente después de la muerte del guerrillero.

De Marcos a Bin Laden

En los noventa Anderson cubrió los movimientos guerrilleros latinoamericanos y dice que el Che Guevara era todavía la “gran referencia” de los líderes de estos grupos. Quien más le hizo pensar en el argentino fue el subcomandante Marcos, el dirigente de la insurrección zapatista en Chiapas en 1994.

“Conocí a Marcos hace 20 años. Era un hombre intelectual, como el Che, un hombre que no era violento en su esencia. Me dio la impresión de que él actuó para corregir a la cowboyguerrillada del Che en los sesenta. O sea, el Che se metió así, ¡pum!, en Congo, y llegó a Bolivia como paracaidista. Marcos entendió que si quería lograr algo debía hacer una guerra popular prolongada, con cautela y modestia en sus ambiciones desde un principio. Se alzó en 1994 después de estar 10 años en el monte con los chiapanecos”.

Pero el mundo bipolar y todavía colonial en el que el Che Guevara promovió la guerra de guerrillas se acabó, señala Anderson. Si bien permanecen restos del enfrentamiento entre capitalismo y comunismo, asevera que la irrupción irredentista y milenarista del islamismo radical eclipsó esta lucha.

Años después de la publicación de la biografía del Che, el periodista se instaló en Medio Oriente para reportear la invasión estadunidense de Irak y los conflictos en la región.

Analiza: “Los guerrilleros seculares de la Guerra Fría han sido suplantados en su mayoría por grupos religiosos hiperviolentos que utilizan el terror y abandonaron los códigos de Robin Hood de las guerrillas de los sesenta, que consistían en perdonar la vida de los heridos, soltar a los capturados y no poner bombas en vías públicas”.

A la pregunta sobre si los movimientos yihadistas son las guerrillas modernas, Anderson opina que “ellos también utilizan las nociones de solidaridad internacional, ciertos aspectos románticos de la guerrilla, y vemos que logran reclutar a chicos desde Europa, los cuales se van a Medio Oriente con la ilusión de que van a instaurar el califato; o sea, es muy distinto, pero a la vez trabaja en el mismo molde”.

En este sentido, asevera que, en la década pasada, una parte del mundo musulmán consideró a Osama Bin Laden como “su” Che Guevara.

Bin Laden encabezó el grupo yihadista Al Qaeda durante más de una década, y cobró fama mundial por orquestar los atentados del 11 de septiembre de 2001 en el pleno corazón de Nueva York. Burló a las policías de varios países hasta su ejecución en Pakistán, el 1 de mayo 2011. El ejército estadunidense arrojó su cuerpo al mar menos de 24 horas después.

Lee Anderson subraya que existen analogías fuertes entre ambos personajes: “Bin Laden era un hombre que salió de una buena familia saudí, que de pronto vio un mundo desi­gual, concibió a Estados Unidos y Occidente como el gran enemigo, dejó sus fortunas y propiedades para ir al campo de batalla a pelear hasta la muerte contra él. Después se volvió el hombre más buscado por el imperio, que durante años no lo encontró, y finalmente murió de manera dramática”.

Sin embargo, precisa, “no hay comparación” entre el argentino y el líder yihadista, pues el primero representaba “dulzura y luz” respecto al segundo, quién “era un hombre capaz y dispuesto a matar millones de personas en aras de su ideal”.

“A mi juicio, lo que proponía el Che Guevara y las desigualdades que él señalaba, excepto algunas discrepancias, eran ciertas. Insistía en una mayor igualdad, en pedir a los grandes poderes un trato distinto a los hombres del Tercer Mundo, del mundo que se descolonizaba. Algo me dice que, de haber sido posible, el mundo sería mejor si hubieran atendido lo que él señalaba en aquel momento. Pero en general no le hicieron caso: lo persiguieron y lo mataron.”

“Mercancía consumista”

Cincuenta años después, ¿qué saben los jóvenes del Che Guevara? se le pregunta.

Después de un momento de reflexión, el estadunidense suelta un suspiro, y exclama: “El Che se convirtió en una mercancía consumista. Toda la vida y la complejidad del Che, para la mayoría de los jóvenes, han sido reducidas a su rostro, a la fotografía de Alberto Korda.

“Si tú te pones la playera del Che, quieres decir que eres inconforme. Hay cierta superficialidad en esto, pero en nuestra época consumista no tienes que hacer nada, sino vestirlo o presumirlo. Aprietas el botón de ‘me gusta’ para lavar tu conciencia.”

Aun así, según el periodista. el Che todavía “significa algo: la inconformidad juvenil y la rebeldía”. Recuerda que su figura está presente en el mundo entero. Su rostro aparece incluso en las banderas que enarbolan los grupos anarquistas y “bloques negros” en cada manifestación de repudio al G20.

Asevera que, desde la muerte del revolucionario, sus detractores ideológicos han tratado de reducirlo a un fetiche, pero todos han fracasado. “No entienden que su reduccionismo no funciona, porque consiguió arraigo por lo que hizo en la vida real, porque sí existió y fue heroico”.

–¿Y qué es lo heroico hoy?

–El heroísmo está en actos pequeños. Conocí a un médico en Sudán hace cinco años. Me quedé con él una semana. No había otro médico en 400 kilómetros. Atendía gente todo el día. Debía amputar brazos y piernas. Era un tipo de gran bondad. Para mí era un héroe.

“En la política no hay héroes. Y el mundo virtual, este limbo en el que estamos, donde lo político se ha acompañado de manera tóxica con el entretenimiento, hace más difícil el heroísmo”, añade.

“Pero creo que estamos en un bajón, del cual supongo que una generación va a estar inconforme y activarse. Es la única forma; si no, estamos perdidos. Dependemos del idealismo de los jóvenes.”