Cuatro meses y medio de fuga

Cinco guerrilleros sobrevivieron al desastre de la quebrada del Yuro, dos bolivianos y tres cubanos. Rompieron milagrosamente el cerco del ejército e iniciaron una odisea: exhaustos y sin dinero, con espías y militares pisándoles los talones, enfrentando combates armados, recorrieron clandestinamente el territorio boliviano y cruzaron a pie la cordillera de Los Andes. Los dos bolivianos decidieron quedarse en su país a continuar la lucha; los tres cubanos llegaron a territorio chileno, donde el entonces senador Salvador Allende los ayudó a continuar su viaje a La Habana.

Témoris Grecko

El 18 de febrero de 1968 el gobierno boliviano anunció que tres miembros de la desintegrada guerrilla de Ernesto Che Guevara no sólo habían sobrevivido, sino que habían roto el cerco del ejército y, acompañados de dos guías, escapado del país, internándose en Chile.

En esa nación, la expectación por el arribo de los sobrevivientes de la guerrilla del Che era enorme, tanto en los sectores de izquierda como de derecha. Encabezados por el entonces senador Salvador Allende, los partidos progresistas amenazaban con una huelga general para evitar que los militares chilenos torturaran y deportaran a Bolivia a los supervivientes.

Pero una semana después nadie los encontraba: soldados, policías, reporteros ni los enviados de Salvador Allende, incluida su hija Beatriz.

El primero que hizo contacto con ellos fue el periodista Luis Berenguela, corresponsal de Las Últimas Noticias. Los encontró el 22 de febrero de 1968. Estaban escondidos en una cueva de una montaña próxima a Camiña, pueblo chileno cercano a la frontera con Bolivia. Habían pasado cuatro meses y medio en fuga.

Fotógrafos de distintos medios hicieron placas para que quedara constancia del estado físico de los recién llegados: andrajosos, enflaquecidos, sucios de días de intemperie, pero sin heridas de consideración. La población local los arropó cuando en el pueblo de Camiña fueron al encuentro de una partida del ejército chileno. Ahí se “entregaron” los tres sobrevivientes cubanos de la guerrilla del Che: Benigno (Dariel Alarcón Ramírez), Pombo (Harry Villegas Tamayo) y Urbano (Leonardo Tamayo Núñez).

La opinión pública presionó y “las autoridades, aunque acosadas por cuestiones internacionales obvias, dispensaron un trato amable y digno a los revolucionarios”, reportó la revista Punto Final el 27 de febrero de ese año.

Valorando los peligros de las distintas rutas de evacuación, y en acuerdo con Allende (que los escoltó personalmente en un tramo), el presidente Eduardo Frei dispuso enviarlos a darle la vuelta al mundo: volaron a Isla de Pascua y de ahí a Tahití, posesión de Francia, que se hizo cargo de ellos. De ahí, a Australia, Singapur y Grecia, antes de aterrizar en París. Luego, Checoslovaquia y, por fin, La Habana.

Atrás quedaba un duro periplo que Punto Final resumió así:

“Habían cruzado prácticamente todo el territorio boliviano, eludiendo el cerco de los rangers y el cuidadoso rastreo de los soplones y los ‘expertos en seguridad’ que la CIA mantiene en Bolivia; habían alcanzado desde la espesa región tropical del oriente, húmeda y calurosa, hasta la altiplanicie de 5 mil y más metros; habían enfrentado al ejército en La Siberia (en el camino Cochabamba-Santa Cruz), causándole bajas al enemigo, y habían logrado esfumarse para reaparecer en Oruro y más tarde en la inhóspita zona de los salares y azufreras que flanquean la frontera con Chile; habían cruzado la cordillera de Los Andes, con el ejército pisándoles los talones, y se habían internado por una huella (camino) de herradura utilizada sólo por campesinos baqueanos, contrabandistas audaces o rebaños de llamas; habían entrado en territorio chileno en medio de un batifondo (ruido molesto) internacional de noticias que descargó el general Alfredo Ovando Candia, comandante en jefe del ejército boliviano, que anunció urbi et orbi que los guerrilleros se habían adentrado en territorio chileno; y, finalmente, durante ocho días el grupo fue invisible para las patrullas de Carabineros e Investigaciones y para los aviones de la Fuerza Aérea de Chile que rastreaban la región”.

Sin embargo, no todos los que salieron con vida del último combate del Che, el 8 de octubre de 1967, sobrevivieron al asedio del ejército boliviano.

La derrota de Yuro

Los 17 guerrilleros que quedaban de la columna del Che, que utilizaban la oscuridad nocturna para movilizarse y se escondían durante el día, fueron ubicados y cercados el ejército. El Che envió exploradores para identificar algún punto débil por el que pudieran escapar y colocó una emboscada de cuatro combatientes en el lugar en el que la quebrada del Yuro confluía con otras dos.

El Che mandó a Inti, Benigno y Darío a un punto alto de observación a la derecha, y a Pombo y Urbano a la izquierda. Quiso reemplazar a estos dos a las 11:30 y envió a Ñato y Aniceto, pero cuando este último quiso atravesar un claro, una bala lo mató. La ofensiva había comenzado.

El primer trío, bien escondido, tenía una posición de ventaja desde la que disparaba sólo cuando los soldados lo hacían, para no descubrirse. Así derribó al oficial al mando y a quienes lo fueron sustituyendo, hasta que las tropas se retiraron, antes de las seis de la tarde.

Abajo se reencontraron los cubanos Pombo, Benigno y Urbano, y los bolivianos Inti, Darío y Ñato, pero hallaron los cadáveres de Aniceto y tres compañeros más. Fue “un golpe brutal en el centro del alma”, contó Benigno.

Y faltaban siete, incluido el Che.

El grupo se retiró por la noche buscando un naranjal junto al río Santa Elena, un punto de encuentro establecido por Guevara en caso de dispersión. Pasó cerca de La Higuera, donde dos semanas antes, el 26 de septiembre, habían caído siete combatientes en una emboscada, entre ellos Coco (Roberto Peredo Leigue), el hermano menor de Inti.

El día 9, ocultos en las cercanías del pueblo, vieron volar sobre ellos un helicóptero, “el mismo que en esos instantes llevaba el cadáver aún tibio del Che”, escribió Inti, “pero no sabíamos nada”.

Guevara y dos de sus hombres habían sido tomados prisioneros y acababan de ser asesinados ahí mismo, en La Higuera.

De 30 años, Inti era un cuadro destacado del Partido Comunista de Bolivia (PCB) y el comisario político de la guerrilla; de la misma edad, su compatriota Ñato era “un taller ambulante” que llevaba en su mochila “hacha, clavos, suelas, todo lo que fuera útil”, recordó después Urbano, y le hizo unas sandalias al Che cuando perdió sus botas; también sudamericano, Darío tenía 28 años.

Frente a la juventud de los nacionales, los cubanos eran hombres de larga experiencia militar que habían luchado bajo las órdenes del Che en la Sierra Maestra de Cuba (en el caso de Urbano, entonces de 46 años), y además en el Congo (Benigno, de 48, que traía dos balas dentro del hombro, y Pombo, de 47, con un proyectil en la pierna).

El día 10 escucharon por la radio que su comandante había muerto. Se resistían a creerlo pero la descripción de las ropas que traía el Che, dada por los locutores de diversas estaciones, y la ruidosa celebración de los soldados en La Higuera, a quienes podían ver desde su escondite, los convenció.

“Veo que ellos también lloran –relató Benigno–. Llorando en silencio un hombre tan formado como el Inti, llorando un hombre tan valiente como el Ñato, llorando Darío, que era como un niño pero que nunca le dio importancia a la muerte. Y Pombo también llora. Y Urbano llora”.

A pesar de la tragedia y de las escasas posibilidades de escape, el sexteto juró “continuar la lucha hasta la muerte o la victoria final”, asentó Inti. Y se plantearon dos objetivos: reorganizar y relanzar la lucha del diezmado Ejército de Liberación Nacional; y denunciar que Mario Monje, secretario general del PCB, había traicionado la lucha y al Che.

Formaron tres parejas en la que cada uno era responsable de ayudar al compañero y, en caso de que quedara mal herido, de matarlo para evitar que cayera en manos enemigas.

La confusión como arma

Por los noticieros de la radio, supieron que buscaban a diez sobrevivientes, por lo que confirmaron que el grupo de Moro, Pablito, Eustaquio y Chapaco había escapado y se propusieron hallarlo. Pero éstos había tomado el rumbo contrario y el día 11, como también reportó la radio, fueron descubiertos y muertos en el río Mizque.

En su libro Cómo capturé al Che, Gary Prado, el capitán de la División de Rangers (fuerzas entrenadas en contraguerrilla por asesores militares estadunidenses) que comandó la ofensiva en el Yuro, asegura que el Estado Mayor decidió suspender las operaciones, porque los sobrevivientes “sólo buscaban evadirse” y “ya no constituían un peligro”.

Las narraciones de los guerrilleros describen, en cambio, una cacería intensiva a cargo de cientos de hombres, y las penurias de los seis insurgentes: sin comida ni medicamentos –debilitados y dos de ellos heridos–, forzados a dormir de día, escondidos entre las matas, y a caminar de noche por territorios agrestes, delatados por campesinos ansiosos por cobrar la recompensa de 10 millones de pesos bolivianos que ofrecían por cada detenido (el equivalente a diez años de trabajo en el campo), y enfrentando aquí y allá a contingentes militares superiores en número.

El 12 de octubre se vieron cercados en “una islita de monte”, de unos 50 metros cuadrados, rodeada de planicies en las que serían acribillados si hubieran querido atravesarlas. Los soldados sospechaban que ahí se escondían, pero los guerrilleros evitaban responder el fuego, por lo que una patrulla de siete hombres fue enviada a peinar la zona. Benigno escuchaba que los soldados, temerosos, insistían en que no había nadie, pero el campesino que los guiaba insistía en que seguro sí y el capitán apremiaba a seguir buscando. El lugareño y tres uniformados cayeron cuando se pusieron a tiro de los revolucionarios.

Aunque los 200 militares en las cercanías quisieron barrer la zona a ráfagas y granadazos, llegó la noche sin que lograran su objetivo y tuvieron que establecer tres cercos para evitar un escape. Una luna grande que iluminaba la región era un mal aliado para los sitiados. A las tres de la mañana, por fin la luna se ocultó tras una loma y los guerrilleros salieron.

Un soldado del primer círculo los escuchó, pero tuvo dudas y prefirió preguntar antes de dar el disparo: “¡Alto! ¿Quién anda ahí?” Fue el primero en morir. Su compañero, el segundo. Su trinchera quedó desprotegida y los combatientes se ocultaron ahí mientras la tropa, confundida en la oscuridad, disparaba contra cualquier sombra. Algunos soldados se espantaron y comenzaron a correr, y mientras los guerrilleros se escurrían por los otros dos anillos, eran tomados por desertores y escuchaban voces que les gritaban: “¡No huyan, cobardes!”

¿Qué maca les pasa?

Al anochecer del 8 de noviembre, tras un mes de huida, los seis llegaron a ver las luces de Vallegrande, la ciudad donde habían sido enterrados el Che y varios de los caídos. La idea de infiltrarse al cementerio para llevarles flores fue de Ñato. No era una propuesta realizable. Fue la última que hizo.

En huida tras ser descubiertos, el 14 de noviembre, los guerrilleros observaron que Ñato se retrasaba en una loma porque el saco de comida que portaba había quedado enganchado en un cactus. Recibió un disparo en la espalda que le atravesó la columna vertebral y salió por su ombligo. No podía continuar.

“Abrazándome, hermano, bien fuerte, hermano, y pégame el tiro”, le dijo a Benigno, que hacía pareja con él y era responsable de impedir que fuera capturado con vida. “¿Qué maca les pasa?”, continuó, “¿no van a cumplir con lo que nos comprometimos? ¿O están apendejaos?”

Todas las narraciones destacan el papel que a partir del 4 de diciembre jugó un lugareño, al que Benigno llama “Campesino”, y Pombo, “Víctor”, quien junto con su mujer, sus hijos y su yerno, escondió y apoyó al grupo, llevándose golpizas de los militares y asumiendo todo tipo de riesgos. Se quedaron con él, esperando una oportunidad de salir de la zona, y la relación se hizo tan cercana que Benigno terminó apadrinando a su nieto.

El 16 de diciembre, aprovechando el revuelo provocado en el pueblo cercano por la proyección de una película de Cantinflas, Sube y baja, Inti y Urbano se marcharon camino a Santa Cruz y el 18 llegaron a Cochabamba, donde los tres restantes los alcanzaron el 6 de enero.

Miembros del PCB (los guerrilleros hacían una distinción entre Monje, el dirigente al que consideraban traidor, y los militantes que los transportaron y ocultaron) los condujeron a La Paz y por fin, el 10 de febrero, enviaron a los tres cubanos a la frontera.

Iban con dos guías bolivianos: Estanislao Vilca, de 29 años, y Efraín Quicañez, de 37. Este último, conocido como Negro José, cuenta en su narración (que tituló “Pan comido” porque, según él, llegar a Chile sería fácil) que eran acosados por aviones y seguidos por agentes de inteligencia, que su transporte no pudo continuar por las tormentas que desbordaron el lago Titicaca y debieron continuar a pie por las aguas heladas del altiplano, que en el poblado de Sabaya las autoridades locales trataron de engañarlos para permitir que llegara el ejército, que subieron a las alturas de la frontera seguidos de cerca por las tropas, y que lograron cruzar a Chile sin saber cuándo podrían retornar, pues él y Vilca habían sido identificados. Ambos viajaron a Cuba con sus tres compañeros.

En Bolivia permanecieron Inti y Darío, quienes reorganizaron la resistencia urbana y cayeron en combates con la policía en 1969. Estanislao Vilca volvió a Bolivia en ese mismo año y murió en la guerrilla rural en Teoponte, en 1970.

Quicañez permaneció una década en Cuba, donde tuvo una hija, y en 1980 regresó a su país. En 1990, tras ser expulsado del PCB por, según él, “ser comunista”, formó la Alternativa del Socialismo Democrático. Hasta 2010 trabajó en la Central Obrera Boliviana. Vive retirado en Oruro.

Como sus dos compatriotas, Benigno fue celebridad en Cuba hasta que, en 1994, se exilió en Francia, donde publicó libros en los que sostiene que Fidel Castro y la Unión Soviética abandonaron al Che Guevara para que fuera derrotado. Urbano y Pombo fueron asesores militares en Angola y en Nicaragua. El primero preside la Comisión Parlamentaria de Amistad Cuba-Etiopía. Pombo llegó a ser general de brigada y tiene la condecoración de “Héroe de la República de Cuba”.