El botín más preciado
Una gaveta codificada como A-73 –en una bóveda de hormigón y toneladas de acero en el edificio BCB, el más seguro de Bolivia– resguarda los documentos originales del llamado Diario del Che en Bolivia: un cuaderno de tamaño carta con tapas de color rojo y una agenda alemana de tapa dura “forrada en cuerina, color borra de vino”. Tras ser arrebatados a Guevara durante su captura, el 8 de octubre de 1967, y fotografiados horas después por la CIA, estos documentos no sólo adquirieron valor histórico, sino económico, al grado que varios militares bolivianos han intentado hacer negocios con él.
Jean Paul Guzmán
La Paz.- Cerca de las 15:30 horas del domingo 8 de octubre de 1967, cuando Ernesto Che Guevara fue capturado por siete soldados bolivianos, perplejos al tener en sus miras al hombre más buscado del continente, un grupo de objetos que cargaba el legendario guerrillero adquirieron un valor incalculable al convertirse instantáneamente en un inverosímil botín de guerra que nadie había soñado tener.
La primera pieza requisada fue la carabina estadunidense M-2, con el número 7444-520, un largo de 905 milímetros y un cargador para 30 cartuchos, inutilizada por las primeras balas del combate que se había iniciado a las 13:20 horas en la quebrada del Yuro. Las otras dos armas que portaba el Che eran una pistola, posiblemente una Luger alemana o una Stechkin soviética, ya que el dato preciso no fue establecido, y una daga alemana Solinger.
El guerrillero llevaba también en una muñeca un reloj Rolex Oyster Perpetual de acero inoxidable y un altímetro colgado al cuello. En su mochila se hallaron otro Rolex de las mismas características, ropa, un mosquitero, una hamaca, libros, documentación personal, dos pipas, mapas, 12 rollos de películas 35 milímetros sin revelar, un bolígrafo Parker y una bolsa pequeña con dólares y pesos (la moneda de Bolivia en la época). Todos los artículos fueron a parar a diversas manos, desde el presidente de Bolivia hasta jefes, oficiales y soldados de las fuerzas armadas.
Pero las piezas más valiosas desde el punto de vista histórico, aunque con el tiempo adquirieron también un millonario valor económico, eran un cuaderno de espiral con tapas de color rojo, tamaño carta, y “una hermosa agenda alemana, modelo 151, impresa por Herstellung Baier & Schneider para Karl Kliper de Frankfurt, con acabado de tapa dura forrada en cuerina, color borra de vino, que se vendía al precio de 9.90 marcos”, según la descripción del Diccionario Bibliográfico de Archivistas de Bolivia.
Un cuaderno y una agenda que compartirían un solo nombre de ahí en adelante: El Diario del Che en Bolivia, un documento al cual Guevara no pudo agregar una palabra porque un día después de su captura fue ejecutado en la escuela de La Higuera, un pueblo ubicado a tres kilómetros de la zona de su último combate.
De mano en mano
Separado definitivamente de su dueño, el diario fue revisado por primera vez el mismo 8 de octubre de 1967 por tres militares bolivianos: el capitán Gary Prado Salmón, jefe de la patrulla que capturó al Che; el teniente coronel Andrés Selich, y el mayor Miguel Ayoroa, quienes hojearon el documento al realizar un inventario de los objetos hallados en la mochila del guerrillero.
Horas después, el cuaderno rojo, que contenía las anotaciones del Che desde el 7 de noviembre hasta el 31 de diciembre de 1966, y la agenda alemana, con registros desde el 1 de enero de 1967 hasta el 7 de octubre del mismo año, fueron a parar momentáneamente a manos de Félix Rodríguez, agente de la CIA de origen cubano que había llegado a La Higuera esa misma mañana.
En plena calle, Rodríguez instaló una máquina fotográfica de cuatro patas sobre una mesa y fotografió pacientemente cada una de las páginas del Diario del Che, con la ayuda de la luz solar y de un soldado que sujetaba las hojas del cuaderno y la agenda, ante la indiferencia de quienes pasaban por el lugar, ajenos al instante en que se perpetuaba para los servicios de inteligencia estadunidenses la memoria histórica del guerrillero en Bolivia.
El diario volvió a ser visto públicamente por segunda vez el martes 10 de octubre de 1967, apenas 24 horas después de la ejecución del Che, cuando el coronel Joaquín Zenteno Anaya, jefe de la Octava División del Ejército que organizó la embestida final contra la guerrilla, mostró el documento en una conferencia de prensa.
El escenario fue Vallegrande, el pueblo más próximo a La Higuera, a donde el cadáver del Che había sido trasladado para ser exhibido en la lavandería de un hospital, improvisada precariamente como morgue.
La conferencia de prensa iba a ser recordada siempre por dos actitudes de Zenteno: la mentira de que la ejecución del guerrillero era “un rumor infundado y tendencioso” y su nerviosismo cuando mostraba el diario e intentaba eludir preguntas sobre su contenido.
Tras el tenso encuentro de Zenteno con decenas de periodistas, el diario se convirtió en el secreto supuestamente mejor guardado de las fuerzas armadas de Bolivia y en una fuente de información inalcanzable para un sinfín de personas que alrededor del mundo quedaron intrigadas por su contenido, hasta que apenas 265 días después, el 1 de julio de 1968, fue publicado en Cuba.
Una mezcla de cólera y estupefacción inundó ese día el Palacio de Gobierno de La Paz y recorrió los pasillos de todas las instalaciones militares bolivianas, donde se presumía que el mayor botín de guerra del Ejército era un objeto inalcanzable, que sólo los privilegiados ojos de un puñado de hombres vinculados al poder podían observar.
Un negocio fracasado
¿Qué sucedió con el diario entre la conferencia de prensa del 10 de octubre de 1967 y el 1 de julio de 1968, cuando Fidel Castro presentó con grandilocuencia y fervor el testimonio del Che sobre su experiencia guerrillera en Bolivia?
Liquidado el foco guerrillero en octubre de 1967 con la captura y ejecución del Che y la huida de los sobrevivientes bolivianos y cubanos, el diario fue trasladado al Gran Cuartel de Miraflores, un complejo militar en el barrio del mismo nombre en la capital boliviana, donde se hallan las principales oficinas administrativas y de comando de las fuerzas armadas.
Allí germinó en los jefes militares la idea de “un gran negocio”: la venta del derecho de publicación del documento a editoriales internacionales, que habían comenzado a realizar tentadoras ofertas. Según una investigación del periodista y principal historiador boliviano de la presencia del Che en Bolivia, Carlos Soria Galvarro, las editoriales llegaron a ofrecer hasta medio millón de dólares.
Ajeno al tira y afloja en las negociaciones entre las editoras y los jerarcas militares, un personaje indescifrable liquidaría el proyecto del “negocio” de la forma más inverosímil. Antonio Arguedas, ministro de Gobierno del presidente René Barrientos –es decir, el encargado de la seguridad interna de Bolivia– hizo llegar un microfilm con imágenes de las páginas del diario a Fidel Castro, quien en cuestión de semanas las transformó en el libro que presentó al mundo.
Sería imposible entender el gesto de Arguedas para entregar una copia del más valioso documento de los militares bolivianos a la Cuba castrista, sin bucear en su personalidad, intrigante, contradictoria.
Fue militante del Partido Revolucionario de Izquierda (PRI), del que germinaría el Partido Comunista de Bolivia (PCB) y aunque no existe constancia de que haya sido uno de los fundadores de esta última organización, realizaba actividades como “simpatizante activo”.
Paralelamente fortaleció su amistad con Barrientos, ya que ambos compartían la afición por el andinismo, hasta convertirse en uno de sus hombres de confianza. Tanta, que una vez que Barrientos asumió la Presidencia de Bolivia, tras el golpe de Estado del 4 de noviembre de 1964, Arguedas fue designado subsecretario del Ministerio de Gobierno.
Soria Galvarro cuenta que la CIA expresó a Barrientos su incomodidad con el nombramiento de Arguedas por sus “antecedentes comunistas”. Para despejar “dudas”, Arguedas viajó a Lima, “donde varios especialistas norteamericanos lo interrogaron durante cuatro días, incluso con detector electrónico de mentiras y pentotal”, según el historiador boliviano, con un resultado satisfactorio para todos los involucrados: el flamante subsecretario estaba “limpio”, por lo que poco tiempo después, el 6 de agosto de 1966, Arguedas fue ascendido y juró como ministro de Gobierno.
En esa condición, Arguedas fue uno de los primeros en enterarse del ingreso del Che a Bolivia, a finales de 1966, y estuvo al mando de las operaciones de inteligencia para desbaratar la frágil red de apoyo urbano que intentaba construir la guerrilla en La Paz. Realizó estas tareas con un bajo perfil, ya que la atención general estaba concentrada en las operaciones militares contra la guerrilla, hasta que la publicación en Cuba del diario del Che y una acelerada investigación militar dirigieron todas las sospechas hacia él como autor de la entrega de una copia del documento a Castro.
El “operativo” de traslado de la copia del diario había sido simple e ingenioso: Arguedas entregó un microfilm a un amigo de confianza, Víctor Zannier, quien lo llevó escondido dentro de la tapa de un disco de vinil de música folklórica boliviana a Santiago de Chile. Allí Zannier lo entregó al jefe de redacción de la revista Punto Final, Mario Díaz Barrientos, quien sólo cambió la tapa del disco por una de música chilena y lo llevó a Cuba a mediados de marzo de 1968.
Casi cuatro meses después, el 1 de julio, cuando la investigación del escándalo se acercaba a la conclusión de que el propio ministro de Gobierno era el responsable de la “filtración” del diario, Arguedas se puso al volante de un jeep y recorrió 519 kilómetros, hasta la localidad chilena de Colchani, donde pidió asilo, que obtuvo luego de seis meses de espera.
Tras un periplo que después de Chile lo llevó a Inglaterra y Perú, Arguedas retornó a Bolivia el sábado 17 de agosto de 1969 y fue encarcelado. El Parlamento se declaró incompetente para juzgarlo, lo mismo que la justicia militar, hasta que la justicia ordinaria puso fin a su encierro de 96 días al disponer su libertad provisional tras el pago de una fianza de 7 mil dólares.
El polémico personaje explicó que recibió de la CIA la copia del diario del Che y justificó su entrega a Cuba como un acto de “soberanía nacional”, “dignidad personal”, “solidaridad con Cuba” y oposición “al imperialismo yanqui”.
Un segundo terremoto
Escarmentados por el escándalo y la vergüenza internacional por la filtración del diario del Che, los militares bolivianos guardaron el original en una caja fuerte del Departamento II del Ejército (sección de la inteligencia militar), donde durante 16 años los encargados de su custodia verificaban periódicamente que el documento se encontrara allí.
La calma duró hasta el 15 de diciembre de 1983, fecha en la que la jerarquía castrense fue estremecida con la misma perplejidad que la invadió al ver una copia del diario en manos de Fidel Castro. Ese día, al abrir la caja fuerte para una inspección de rutina, un oficial la encontró vacía.
El escándalo fue mayor cuando 104 días después, el 28 de marzo de 1984, el periódico londinense Daily Telegraph publicó un aviso en el que la galería Sotheby’s anunciaba el remate de los originales del diario del Che, la libreta roja y la agenda alemana, sobre la base de 350 mil dólares.
La justicia militar boliviana activó una investigación que jamás identificó a los responsables del robo. Sólo un juicio de responsabilidades al exdictador Luis García Meza, general que encabezó el último golpe militar en Bolivia para quedarse fugazmente en el poder (1980-1981), estableció en 1993 la culpabilidad de este oficial en la “desaparición” del documento.
Además de violaciones a los derechos humanos, crímenes y ruptura del orden constitucional, delitos por los que García Meza fue condenado a 30 años de prisión sin derecho a indulto, el juicio estableció que en algún momento de su fugaz presidencia el militar entregó el diario a un ciudadano brasileño, Erick Galantieri, quien tramitó su venta por medio de Sotheby’s.
El gobierno boliviano, por conducto de su embajada en Londres, contrató a abogados que lograron suspender el remate y recuperar el diario, que pasó a la custodia del Ministerio de Relaciones Exteriores, entidad que el 16 de septiembre de 1986 depositó el documento en el Banco Central de Bolivia (BCB), en La Paz.
Desde entonces el diario se guarda en el lugar más seguro de Bolivia. El edificio del BCB, a menos de 150 metros del Palacio de Gobierno, es una construcción de concreto de 32 plantas, tres de ellas en el subsuelo, diseñada por la firma estadunidense National Projects Development Corporation e inaugurada, curiosamente, por García Meza en su última actividad oficial, el 3 de agosto de 1981, ya que un día después abandonó el poder.
La bóveda se halla en el último sótano, 15 metros bajo tierra, donde sólo ingresan funcionarios autorizados tras varias escalas de control y severas medidas de seguridad. Está dividida en dos áreas, una para el depósito de billetes de diversas monedas que circulan regularmente y otra, la principal, tiene la típica puerta de seguridad de acero y manivelas, con un escudo de Bolivia dorado en su centro.
Tras esa puerta están algunos de los tesoros más valiosos de Bolivia, como la medalla de oro tachonada de brillantes que la asamblea fundacional de Bolivia (1825) le entregó a Simón Bolívar y que el Libertador heredó al país después, quedando convertida en la medalla presidencial que lucen los mandatarios el día de su toma de posesión.
Y también, en una gaveta codificada como A-73, el Diario del Che en Bolivia.