La Higuera: dejada de la mano de dios, sobrevive por la del Che

Yetlaneci Alcaraz

La Higuera, Bolivia.- La calle principal es un camino terregoso de no más de 500 metros. A lo largo de ella se encuentran como salpicadas de un lado y del otro pequeñas casas de adobe que apenas se sostienen en pie. Durante el día, las puertas abiertas de la mayoría de ellas dejan entrever que se trata de viviendas de una sola habitación, con piso de tierra, cuyos patios traseros son la mera extensión de los cerros.

Durante la sequía el polvo permea hasta los últimos rincones de cada una de las 30 casas que forman la comunidad, y durante las lluvias, aquello es un lodazal.

Esa calle es la única del lugar y desemboca en una plaza con amplios escalones de piedra y grandes árboles. Ahí, en el centro, se erige una estatua de unos tres metros de altura dando la bienvenida a los visitantes: es la imagen de Ernesto Che Guevara.

Con ropa de guerrillero color verde olivo y portando su tradicional boina negra con una estrella roja, la estatua del Che saluda con la mano derecha en alto, la cual sostiene un puro. Su rostro sonriente mira hacia al horizonte.

Al lado izquierdo de ese gran montículo, cuyo buen mantenimiento contrasta con lo desolador del pueblo, se erige otro más. Un enorme tronco, reposado en horizontal, sirve como zócalo para un gran busto del guerrillero argentino. De iguales dimensiones una cruz blanca lo acompaña del lado izquierdo. “Tu ejemplo alumbra un nuevo amanecer”, se lee sobre el tronco.

Es posible que este pequeño pueblo ubicado en las estribaciones de los Andes –donde apenas habitan 50 almas, no hay alumbrado público y hace apenas dos años llegó la electricidad– hubiera desaparecido debido a la pobreza permanente de la zona, que obliga al desplazamiento de comunidades enteras a ciudades grandes. Pero el vínculo eterno que lo une al guerrillero no lo deja morir.

Olvidada de la mano de Dios, la comunidad de La Higuera se sostiene por la del Che Guevara.

“La ruta del Che”

Según cuenta la historia, el guerrillero pisó dos veces esta tierra. La primera, el 24 de septiembre de 1967, cuando él y su grupo armado buscaban desplazarse hacia el norte para dejar su perímetro de acción ante el acoso del ejército boliviano.

“Al llegar a La Higuera todo cambió: habían desaparecido los hombres y sólo una que otra mujer había. Coco fue a casa del telegrafista y trajo una comunicación del día 22 en la que el subprefecto de Valle Grande comunica al corregidor que se tienen noticias de la presencia guerrillera en la zona y cualquier noticia debe comunicarse a Vallegrande, donde pagarán los gastos”, registró aquella vez el Che en su diario.

Fue también en esta primera estancia que la vanguardia de su guerrilla sería aniquilada. De ello queda constancia a la entrada del pueblo: un discreto montículo a la izquierda del camino preserva una polvorienta placa negra con los rostros y nombres de los caídos: Manuel Hernández, Mario Gutiérrez Ardaya y Coco Peredo.

La segunda vez, el 8 de octubre del mismo año, el Che llegó hasta aquí a pie, pero herido y escoltado por los soldados que lo traían detenido. Sus últimas horas las pasaría en uno de los dos salones de la pequeña escuela del pueblo. Un día después, el 9 de octubre, sería ejecutado por el suboficial Mario Terán.

A pesar de estar a 300 kilómetros de Santa Cruz de la Sierra, considerado uno de los polos de atracción turística de Bolivia, el pueblo de La Higuera no es hasta hoy de fácil acceso.

Para llegar a él se requieren, cuando menos, ocho horas de viaje por sinuosos caminos. Desde Santa Cruz hay que tomar la carretera 7 que conduce a Valle Grande. Son 243 kilómetros de un camino altamente transitado, pero en muy mal estado. Los deslaves producidos por la lluvia son comunes, así como los muchos tramos en reparación. Aunado a ello, la gran cantidad de transporte de carga que circula por la carretera de apenas dos carriles aletarga sobremanera el tránsito.

Tras seis o siete horas de viaje, en Vallegrande, célebre por ser el sitio a donde fue trasladado el cuerpo de Ernesto Guevara, comienza en realidad la Ruta del Che. Al pie de una cadena montañosa se avizora una carretera sin pavimentación ni alumbrado público que sube montes y cruza montañas. Unos letreros de madera sostenidos por palos del mismo material anuncian en letras blancas: “Ruta del Che”. Al lado, un grafiti negro con el rostro del guerrillero.

Aunque son sólo 60 kilómetros los que separan la localidad de La Higuera de la provincia de Vallegrande, el traslado en auto toma poco más de dos horas. La infinidad de curvas cerradas, lo estrecho e irregular del camino y el permanente ascenso no permiten circular a más de 30 kilómetros por hora. Antes, en la época del Che, el camino se realizaba sólo a pie o con animales de carga y tomaba cuando menos un día.

Antes de llegar a La Higuera, el viajante tiene que pasar por Pucará, un pequeño pueblo de menos de 800 habitantes, según el censo de 2001. Este es el último punto donde uno puede comprar gasolina en garrafón o hacerse de víveres en una tienda de abarrotes. De ahí en adelante, la nada.

Después de 30 kilómetros hay otro letrero de madera que anuncia: “Ruta del Che. Bienvenidos a La Higuera”.

De no ser por los 10 niños que habitan esta comunidad, quien llega a La Higuera pensaría en un primer momento que es un pueblo fantasma. El letargo del intenso sol del mediodía mantiene a los otro 40 habitantes dentro de sus casas. Ni los perros tienen ganas de ladrar. Sólo la inquietud natural de los niños los mantiene fuera de sus casas jugando con piedras y tierra.

Apenas la fachada de un par de casas se libra de las pintas de lo que ahí es casi religión: el Che Guevara y su guerrilla. En menos de 20 minutos uno puede recorrer el pueblo completo y notar en cada esquina y en cada muro la presencia de la leyenda con frases atribuidas a él: “Si el presente es de lucha, el futuro es nuestro”, “Podrán morir las personas, pero jamás sus ideas”, “Si fuéramos capaces de unirnos, qué hermoso y cercano sería el futuro”, “Seamos realistas, hagamos lo imposible”.

Sobresale, en un recodo antes de llegar a la plaza principal, el denominado Sitial Histórico del pueblo. En ese punto convergen la moderna cancha de basquetbol que el presidente Evo Morales mandó construir para los niños y jóvenes del lugar; la nueva escuelita, que al igual que la antigua, está compuesta de sólo dos salones para brindar educación primaria a los 10 niños del pueblo; el consultorio que es atendido por una pareja de médicos cubanos que prestan un servicio social a la comunidad y el pequeño espacio destinado a las ceremonias oficiales que cada 8 de octubre tienen lugar aquí.

Y es que La Higuera, además de ser un diminuto pueblo en el sur de Bolivia, se ha convertido en un centro de peregrinaje para cientos de viajeros que, nostálgicos, buscan las huellas de Ernesto Guevara y para los políticos que año tras año conmemoran la captura y muerte del guerrillero.

Por eso no es extraño que en este lugar existan dos albergues administrados por la comunidad y dos más privados, cuyos propietarios son dos parejas de franceses que decidieron instalarse en este remoto punto de la tierra tras haber llegado ellos mismos hace años como turistas.

“En 1976 éramos mucha más gente que ahora, pero muchos huyeron desde entonces. La escuelita tenía 50 alumnos, hoy sólo tiene 10”, explica Sabina Choque, cuyas tres hijas juegan entre la tierra mientras ella cumple con su tarea dentro de la comunidad: mostrar a los visitantes el Museo Comunal La Higuera, levantado en el mismo lugar donde se encontraba la antigua escuelita del pueblo en la que el Che pasó sus últimas horas.

San Ernesto

Administrado por la comunidad, el museo es una sencilla construcción de adobe con techo de teja de una sola habitación. Ahí se expone la silla de madera sobre la que, aseguran, pasó sentado el Che sus últimas horas; además, un par de bancas escolares de madera del mobiliario original. De una de las paredes cuelga una réplica del overol militar manchado de sangre que supuestamente traía puesto Guevara y en las otras una cronología histórica de los sucesos de aquel 1967.

Pero lo que realmente le brinda un aire de santuario a aquella habitación son los cientos de fotografías, escritos, banderas y objetos que los turistas han llevado hasta este lugar.

“Viene gente de todo el mundo y le traen muchas cosas. En especial, la gente de Bolivia le tiene mucha fe. Le traen flores, veladoras y frente a la silla que él ocupó le piden distintos favores que él les cumple”, asegura Choque.

–¿Como si fuera un santo?

–Sí, lo tratan como un santo. La gente siempre viene el 8 de octubre y el 14 de junio, que es cuando celebra su cumpleaños. Entonces le traen música y lo celebran.

Y sí. Al menos para La Higuera el Che representa una especie de santo y protector gracias al cual la comunidad puede subsistir. De los ingresos que se juntan por la entrada al museo y el hospedaje en los albergues, el pueblo puede mantenerse. Quien también desea bajar hasta la quebrada del Yuro, el lugar exacto donde fue detenido el Che, puede hacerlo junto con algún miembro de la comunidad, por una propina.

–Además del turismo, ¿de qué vive el pueblo?

–Somos agricultores. Sembramos maíz, trigo, papa, garbanzo, maní, pero casi todo es para el autoconsumo –responde Choque.

–¿Pero hay cuando menos una buena afluencia de turistas?

–No siempre. A veces pasan hasta cuatro días sin que nadie venga.