Las últimas horas

Si bien las versiones de los biógrafos y analistas difieren en algunos detalles, todas coinciden en los hechos: el Che fue capturado vivo por tropas bolivianas y luego asesinado a las 13:10 horas del lunes 9 de octubre de 1967. Más tarde su cadáver fue trasladado a Vallegrande, donde se pretendía incinerarlo; en vez de eso fue enterrado en una fosa improvisada, junto con algunos de sus compañeros de armas. Con base en tres libros que se enfocaron en él último tramo de la vida de Guevara, es posible reconstruir las últimas horas del guerrillero.

Homero Campa

La Quebrada de Yuro es una cañada de laderas pedregosas con un fondo estrecho por el cual corre un arroyo y en cuyas cimas la vegetación es rala. A este “cañadón de mierda, sin importancia, a mil kilómetros de la nada” –cómo lo describe el escritor Paco Ignacio Taibo II– llegaron el Che y sus hombres la madrugada del 8 de octubre de 1967.

Tras 11 meses de jornadas extenuantes, emboscadas continuas y combates cada vez más intensos, el del Che es ya un grupo muy diezmado: sólo quedan 17 de los 50 guerrilleros que iniciaron las acciones. Hambrientos, agotados, varios de ellos enfermos, los combatientes tratan de salir de esa zona prácticamente tomada por el ejército boliviano.

A la una y media de la mañana de ese 8 de octubre, Pedro Peña, soldado del servicio de inteligencia militar, los descubre cuando tomaban el agua turbia y amarga del arroyo. Peña, disfrazado de campesino, lleva una lámpara de petróleo para alumbrarse. La apaga y se oculta. Observa el punto exacto donde los guerrilleros se instalan para descansar. Luego se dirige a La Higuera. Llega pasadas las cinco de la mañana. Busca al subteniente Carlos Pérez Panoso, jefe de una sección de la Compañía A del ejército, y le cuenta lo que vio. Pérez Panoso se comunica por radio con el capitán Gary Prado, que comanda la Compañía B del ejército y cuya sede se encuentra en Abra del Picacho, a unos tres kilómetros de La Higuera.

Prado tarda 20 minutos en llegar a la confluencia de las quebradas de Jagüey y Yuro, donde establece su centro de operaciones. Llega con 165 efectivos de la Columna B, pero pide refuerzos de dos secciones de la Columna A. En total, 195 rangers –entrenados por asesores estadunidenses– poco a poco forman un cerco en torno al Che.

A esas horas Guevara manda a seis guerrilleros para explorar por parejas qué rumbo tomar. Benigno y Pacho van hacia el lado izquierdo cuando el primero ve a un soldado que se levanta del suelo. Más adelante se levanta otro. Y luego varios más. Regresan de inmediato con el Che, quien ordena replegar las exploraciones.

Los guerrilleros están atrapados: no pueden salir como llegaron porque el camino queda descubierto y los convierte en blancos fáciles, pero tampoco avanzar porque irían directo hacia los efectivos militares. El Che ordena entonces tomar posiciones para emboscar a los soldados.

Hacia las 9:00 horas los dos bandos saben que están frente a frente, ocultos pero a distancia de tiro. De hecho, algunos guerrilleros tienen en la mira a varios soldados. Pero el Che ha ordenado esperar. Tiene la esperanza de que al caer la noche sus hombres puedan, ayudados por la oscuridad, escabullirse, ganar el firme del risco y romper el cerco.

Pasan unas cuatro horas y media. A las 13:30 horas el Che envía a Aniceto y Ñato a remplazar en sus posiciones a Pombo y Urbano, que están en el extremo de la cañada. Mientras se desplaza, Aniceto queda expuesto en un claro. Un soldado lo descubre. Lo mata de dos tiros en la cabeza. Benigno e Inti responden el fuego y se inicia el combate. Es el principio del fin de la guerrilla del Che en Bolivia…

Con base en tres libros es posible reconstruir detalladamente los principales hechos que marcaron las últimas horas del Che en Bolivia: su captura (8 de octubre), su asesinato (9 de octubre) y la desaparición de su cadáver (11 de octubre). Los libros son: La CIA contra el Che (Editora Política, 1992, inédito en México), de los investigadores cubanos Adys Cupull y Froilán González; Ernesto Guevara, también conocido como el Che (Planeta, 1996) del escritor mexicano Paco Ignacio Taibo II; y Che Guevara, vida, muerte y resurrección de un mito (Nowtilus, 2007), del periodista boliviano Reginaldo Ustariz.

8 octubre

14:10 horas: En medio del combate, el Che ordena a Pablito que se retire con tres guerrilleros que vienen enfermos. Se queda con cinco de sus hombres. Junto con ellos contiene a los rangers mientras cubre la retirada de sus compañeros. Prado lanza al pelotón del sargento Bernardino Huanca hacia el interior de la quebrada y ordena apuntar la ametralladora y los morteros hacia el punto de confluencia donde espera que la guerrilla intente romper el cerco.

Uno de los hombres de Huanca dispara una ráfaga de su fusil automático hacia “un bulto que se mueve”. Es el Che. Uno de los disparos lo hiere en la pantorrilla derecha; otro impacta en la recámara de su fusil M-2 inutilizándolo; un tercero perfora su boina. Guevara vuelve a adentrarse en la quebrada y su grupo se dispersa. Sólo quedan con él Arturo y Willy. El primero pronto cae herido y muere una hora después.

14:30 horas: Willy ayuda al Che a subir una loma. Al llegar a la cima se topan de frente con el cabo Balboa y con los soldados Encinas y Choque de la Compañía B de los rangers, que no han participado en los combates y están ahí custodiando un mortero. Willy no tiene tiempo de subir el arma que lleva en bandolera, pues cuando se da cuenta los soldados están a unos metros, apuntándoles. Sólo alcanza a gritar: “¡Carajo, este es el comandante Guevara y lo van a respetar!”.

Los soldados se desconciertan. Uno dice: “Tome usted asiento, señor”. Pronto se reponen de la sorpresa. Les quitan las armas a sus prisioneros: el fusil de Willy, el M-2 averiado del Che, su pistola Walther PPK de 9 mm (al parecer sin cargador) y un cuchillo Solingen.

Cupull y González agregan que minutos después llegó el sargento Huanca. Se acercó al Che y le asestó un culatazo en el pecho. Luego le apuntó con su arma. Señalan que fue entonces cuando Willy se interpuso y gritó: “¡Carajo, este es el comandante Guevara y lo van a respetar!”.

Uno de los soldados va a avisarle a Prado, quien tiene su posición muy cerca, a unos 15 metros. Éste llega casi corriendo.

–¿Usted quién es?

–Soy el Che Guevara.

Prado extrae de una mochila una copia de los dibujos sobre el Che que hizo el pintor argentino Ciro Bustos, miembro de la guerrilla, después de que el ejército lo capturó. El capitán compara los rasgos. Luego pide que extienda la mano izquierda, donde observa una cicatriz en el dorso, señal particular que confirma la identificación del comandante guerrillero.

14:50 horas: Prado toma un radiorreceptor CRC9. Se comunica con su auxiliar Toti Aguilera, quien está en Abra de Picacho. Le pide que envíe un mensaje a Saturno, nombre en clave del coronel Joaquín Zenteno Anaya, comandante de la Octava División del ejército boliviano. Aguilera procede: “Hoy a 7 Km. N.O. de Higueras en junta Quebradas Jagüey-Racetillo a Hs. 12:00 librose acción. Hay 3 guerrilleros muertos y 2 heridos graves. Información confirmada por tropa asegura caída de Ramón (nombre en clave para designar al Che). Nosotros aún no confirmamos. Nosotros dos muertos y cuatro heridos”.

17:00 horas: Prado ordena suspender el ataque y replegarse a La Higuera con toda su tropa y el Che herido. Va Guevara con las manos amarradas. Dos soldados le ayudan a caminar. Detrás, Willy; luego, Pacho gravemente herido sobre una camilla improvisada y, finalmente, los muertos: Arturo y Antonio.

19:30 horas: La caravana llega a La Higuera, un caserío miserable. Ya oscureció por completo. Los militares llevan a los prisioneros a la escuelita de adobe, techo de paja y piso de tierra, con dos aulas separadas por un bloque de madera. En uno de los cuartos encierran a Willy, en el otro al Che. “Los dos guerrilleros muertos son colocados morbosamente en el cuarto donde éste se encuentra”, apunta Ustariz.

Pacho, moribundo, es llevado al lugar donde está Willy. Pero a resultas de sus heridas y por falta de atención médica, muere.

21:00 horas: El mayor Miguel Ayoroa, comandante de los rangers, y el coronel Andrés Selich, comandante del regimiento de Ingenieros de Vallegrande, ingresan al cuarto donde se encuentra el Che. Lo interrogan. Quieren datos precisos que les faciliten el aniquilamiento del resto de los guerrilleros. El Che guarda silencio.

Cupull y González apuntan: “Selich lo insultó. Le jaló con ira la barba, con tal fuerza que le arrancó parte de ésta. El Che tenía las manos atadas, pero reaccionó indignado, las alzó con fuerza para que cayeran en el rostro de Selich, quien se abalanzó sobre él para golpearlo. El Che le escupió la cara. Entonces las manos del Che fueron amarradas por detrás de la espalda”.

Prado, Ayoroa y Selich revisan las pertenencias de Guevara: una libreta con direcciones e instrucciones; dos más con copias de mensajes recibidos y enviados; dos libros pequeños de claves; 20 mapas, actualizados por el Che, de diferentes zonas; varios libros con anotaciones en sus márgenes; una carabina M-1; una pistola 9 mm; 12 rollos de película fotográfica de 35 mm sin revelar, un radio… Cupull y González sostienen que Selich se apoderó de varias de estas pertenencias y le repartió a la tropa dólares y pesos bolivianos que traían consigo los guerrilleros.

22:00 horas: En Vallegrande, el coronel Zenteno envía un mensaje a los militares de La Higuera: “Mantengan vivo a Fernando (otro nombre en clave del Che) hasta mi llegada mañana a primera hora en helicóptero”. Luego envía un telegrama al general David Lafuente, comandante en jefe del ejército, quien está en La Paz. Lo hace con claves previamente acordadas para tratar el espinoso asunto de la captura de Guevara: Fernando será 500; vivo: 600; muerto: 700.

“Muy buenas noches. Parte último ratifica encontrarse en nuestro poder 500. Deseamos recibir instrucción concreta sobre si 600 o 700”, dice el mensaje. El comando del ejército responde: “Debe mantenerse 600. Máxima reserva, hay filtraciones”.

Cupull y González afirman que René Barrientos, presidente boliviano, estaba desde las 21:00 horas en la residencia del embajador de Estados Unidos, Douglas Henderson, quien le transmitió la posición de su gobierno: eliminar al Che.

Varios biógrafos –entre ellos Taibo– descartan esta versión, pues no hay evidencia documental de que Washington haya emitido una orden o solicitud en este sentido, y más bien documentos desclasificados de la CIA, la Casa Blanca y el Departamento de Estado indican lo contrario: lo querían vivo.

A esas horas los miembros de la cúpula militar se reúnen en un salón de la ciudadela militar de Miraflores, en La Paz. Tienen que tomar una decisión. Están ahí, entre otros, el general David Lafuente, comandante del ejército; el general Juan José Torres, jefe del Estado Mayor, y el general Alfredo Ovando Candía, comandante en jefe de las fuerzas armadas. Ahí toman la decisión de matar al Che. “Una vez llegado a un acuerdo, los generales se lo comunican al presidente René Barrientos, que da su visto bueno”, expone Taibo.

Ustariz ubica esta reunión a las 07:30 horas del 9 de octubre e incluye al presidente Barrientos. “Después de estar todos reunidos, Barrientos pide que los dejen a solas con Ovando. Estos dos deliberan a puertas cerradas”, apunta el periodista boliviano.

23:30 horas: El comando de las fuerzas armadas envía al coronel Zenteno el siguiente mensaje en código Morse: “Orden presidente Fernando 700”.

El Che Guevara ha sido condenado a muerte.

9 de octubre

0:00 horas: Un grupo de soldados borrachos quiere matar al Che. El oficial Ayoroa –quien había recibido órdenes de mantenerlo vivo– lo impide. Monta guardia con otros oficiales.

6:30 horas: Como estaba previsto, Zenteno llega en helicóptero a La Higuera. Lo acompaña el agente de la CIA –de origen cubano– Félix Rodríguez. Se dirigen a la casa del telegrafista, donde revisan los documentos capturados en la mochila del guerrillero. Luego van a la escuela. Hablan con el Che.

10:00 horas: Desde la zona de combate trajeron el cadáver del guerrillero boliviano Aniceto y, casi ciego, al Chino.

Luego, Ninfa Arteaga y su hija, Elida Hidalgo, llevan sopa de maní al Che, a Willy y al Chino.

Rodríguez saca al guerrillero y le pide al mayor Niño de Guzmán, el piloto del helicóptero, que le tome una foto junto al Che. Niño de Guzmán dispara la Pentax del agente de la CIA. En la foto Guevara aparece con el pelo enmarañado, la barba sucia, los ojos achicados por el sueño y el agotamiento, ligeramente encorvado, las manos al frente como si las tuviera atadas… Es la imagen de la derrota.

Rodríguez utiliza su radiotransmisor portátil RS48 para mandar un mensaje cifrado. Luego, sobre una mesa que se encuentra afuera de la escuela, empieza a fotografiar los documentos del Che.

11.45 horas. Zenteno recoge el diario y el fusil del Che, y junto con Rodríguez parte en el ­helicóptero.

Ayoroa solicita voluntarios entre los rangers para ejecutar al Che. Otras fuentes dicen que fue por sorteo. El elegido es el soldado Mario Terán. Cupull y González afirman que lo embriagaron para envalentonarlo y que cumpliera la orden.

13:00 horas: Terán entra al cuartito de la escuela donde está el Che. Trae un M-2 en las manos que le ha prestado el suboficial Carlos Pérez. En el cuarto de a lado, el sargento Huanca acribilla a Willy y al Chino.

El Che escucha los disparos. Sabe que en ese momento lo van a matar.

“Guevara está sentado en un banco, con las muñecas atadas, la espalda recargada en la pared –relata Taibo–. Terán duda, dice algo, el Che responde:

–Para qué molestarse. Vienes a matarme.

Terán hace un movimiento como para ­marcharse.

–Tira, cobarde, que vas a matar a un hombre.

Cupull y González ofrecen una versión ligeramente diferente: “Terán declaró que cuando entró al aula ayudó al Che a ponerse de pie... Afirmó que se sintió impresionado. No podía disparar porque las manos le temblaban. Dijo que los ojos del Che brillaban intensamente; que lo vio grande, muy grande y que venía hacia él. Sintió miedo y se le nubló la vista. Al mismo tiempo escuchaba que le gritaban: “¡Dispara cojudo, dispara!”.

La primera ráfaga le destroza las piernas al Che. Se contorsiona. Empieza a regar mucha sangre. La segunda ráfaga lo alcanza en el brazo, un hombro y el corazón.

Casi inmediatamente el suboficial Carlos Pérez entra al cuarto y hace un disparo contra el cuerpo. Un soldado apellidado Cabero, para vengar la muerte de su amigo Manuel Morales, también le dispara.

Hay consenso en los testimonios: el Che habría muerto a las 13:10 horas del lunes 9 de octubre de 1967.

16:30 horas: El cuerpo del Che es amarrado a uno de los patines de aterrizaje de un helicóptero. Va sobre una camilla de lona y envuelto con una frazada. El aparato se eleva rumbo a Vallegrande. Llega a esta localidad media hora después. Lo esperan oficiales militares, periodistas y una multitud que se ha enterado del acontecimiento.

Soldados retiran el cadáver del patín de aterrizaje de la aeronave y lo introducen en una camioneta Chevrolet cerrada que se dirige al hospital Señor de Malta de la localidad. La sigue un jeep al que se treparon ansiosos periodistas.

El cuerpo es depositado, primero, en el piso de la lavandería del hospital Señor de Malta y, después, en el lavadero. El coronel Roberto Toto Quintanilla, jefe de Inteligencia del Ministerio del Interior de Bolivia, le toma las huellas dactilares. Ordena luego que la enfermera de guardia, Susana Osinaga, limpie el cuerpo del guerrillero. Le ayuda en esta labor Graciela Rodríguez, la lavandera del hospital.

Luego, los médicos José Martínez Caso y Moisés Abraham Baptista inyectan formol al cuerpo y levantan el acta de defunción. Por disposición de los militares omiten la hora y la fecha de muerte. Quieren que no haya dato alguno que comprometa la “veracidad” de la primera versión oficial: el Che murió en combate.

10 de octubre

10:00 horas: Llega a Vallegrande un telegrama del jefe del Estado Mayor, general Juan José Torres: “Restos de Guevara deben ser incinerados y cenizas guardadas aparte”.

Cupull y González analizan las razones de esa orden: “El presidente Barrientos sabía que familiares del Che reclamarían el cadáver, podrían impugnar la autopsia y solicitar aclaraciones sobre las circunstancias de su muerte.”

Además “Barrientos quería evitar que el lugar donde fuera enterrado el Che se convirtiera en un centro de veneración de los pobladores de Vallegrande y de los revolucionarios de todo el mundo. Por esta razón, y ante la demora del equipo de peritos argentinos para proceder a la identificación, se ordenó que le cortaran las manos y la cabeza y que el resto del cuerpo fuera incinerado”.

11:00 horas: Zenteno y el mayor Armando Saucedo, jefe de Información de la Octava División del ejército boliviano, ofrecen una conferencia de prensa. Muestran el diario del Che y aseguran que éste murió a consecuencia de las heridas que sufrió en combate.

12:30 horas: Los militares exhiben el cadáver a los pobladores de Vallegrande y a periodistas nacionales y extranjeros que en estampida han acudido a certificar la noticia de la muerte del guerrillero.

Es ahí, en la lavandería del hospital, donde los fotógrafos toman las placas del cadáver del Che que casi de inmediato dan la vuelta al mundo: el cuerpo exánime con el torso desnudo, la cabeza con el pelo revuelto, el rostro joven y sereno con los ojos abiertos.

Las versiones difieren sobre qué exactamente sucedió después. Pero diversos biógrafos del Che señalan que hubo discusiones entre los agentes de la CIA y los mandos militares bolivianos. González y Cupull sostienen que los agentes de la CIA en el terreno, Gustavo Villoldo, Julio Gabriel García y Félix Rodríguez, querían cortar la cabeza del Che y que ésta fuera enviada a Estados Unidos para practicarle exámenes de laboratorio, a lo que se opusieron los militares bolivianos; otros biógrafos, entre ellos Taibo, sostienen que fue al revés: eran los generales bolivianos quienes querían cortarle la cabeza y las manos para obtener de ellas más tarde una identificación que no dejara lugar a dudas; y que fue Rodríguez, el agente de la CIA, el que trató de convencer al general Ovando de que era suficiente con las manos para confirmar las huellas digitales, pues de lo contrario el gobierno boliviano quedaría a los ojos del mundo como una tribu de bárbaros.

21 horas: Por órdenes de Zenteno Anaya, los médicos Martínez y Abraham Baptista cortan las manos del Che y le hacen una mascarilla mortuoria. “El doctor Martínez se embriagó antes de la hora indicada y la macabra tarea se la impusieron al doctor Baptista, ayudado por Toto Quintanilla”, anotan González y Cupull.

11 de octubre

2:00 horas: El cuerpo del Che es trasladado en un jeep al cuartel del regimiento Pando, en las afueras de Vallegrande. Los militares han dispuesto cuatro tanques de combustible para la incineración. No pueden, sin embargo, cumplir la orden. Varios factores lo impiden: una torrencial lluvia que se desató de manera imprevista, la susceptibilidad de los pobladores, la presencia de periodistas y corresponsales extranjeros, la proximidad del amanecer, según refieren Cupull y González.

Por tanto, los militares entierran el cadáver en la misma zanja que un tractor cavó para los demás guerrilleros llevados a ese lugar: a un costado de la pista de aterrizaje de Vallegrande. Una excavadora Caterpillar cubre después con tierra la fosa clandestina. La tormenta que no cesa borra las huellas…

3:00 horas: Un periodista boliviano, Edwin Chacón, quien montaba guardia frente al hospital y fue alejado de ahí con engaños, regresa al hospital y ya no encuentra el cadáver. Junto con un corresponsal inglés sale en busca del cuartel del regimiento de soldados que estaban a cargo. Llega a la sede del regimiento Pando. Encuentra allí al coronel Selich y al mayor Walter Flores. Pero el cadáver del Che ha desaparecido, tal como querían los militares bolivianos.