Epílogo

LA luz de la mañana se derramaba sobre la cama creando una aureola blanca en torno a la cabeza de Gabriel. Los cabellos castaños del ángel, húmedos a causa del esfuerzo, cubrían la almohada como un suave manto. Estaba agotada, exhausta más bien, pero sonreía. Junto a ella, Astaroth la contemplaba con una expresión indescifrable.

Entre los dos había un pequeño bulto envuelto en una manta cálida y suave. Aún no había abierto los ojos al mundo que acababa de recibirla, pero ya manoteaba vigorosamente, ansiosa por explorarlo.

—Es una niña —susurró Gabriel, emocionada.

—Es tan pequeña —comentó Astaroth—. Tan frágil.

—Es tu primera hija humana —dijo el ángel—. Es natural que notes la diferencia.

El bebé bostezó. Ambos sonrieron.

—Me gustaría llamarla Caterina —dijo Gabriel.

—¿Caterina? —se extrañó Astaroth—. ¿Cómo la hija de Azazel?

—En su memoria, sí. En recuerdo de la primera hija del equilibrio. Además —añadió—, Azazel eligió muy bien el nombre. En el lenguaje humano al que pertenece, Caterina significa «de noble linaje».

—Muy bien, pues —aceptó el demonio tras unos instantes de reflexión—. La llamaremos Caterina.

Alargó el dedo índice para acariciar la carita de la pequeña. Ella arrugó la nariz y abrió un poco los ojos.

Aún era pronto para asegurarlo, pero a Astaroth le pareció que tenían un color peculiar.

Oro viejo, tal vez.