MÁS TARDE, mientras cenaban en torno a la hoguera, Lobo les habló de lo que se comentaba por el pueblo.
—Después de lo sucedido en la Fiesta del Florecimiento —dijo—, todo el mundo está buscando a Viana. Harak considera que lo ha insultado gravemente y ha pedido su cabeza. Y ofrece mucho por ella —paseó la vista por los presentes, como si tratara de adivinar si alguno de ellos sería capaz de traicionarla—. Peor aún: muchos testigos vieron cómo el rey sobrevivía a un flechazo en el pecho, por lo que los rumores sobre su presunta inmortalidad han cobrado fuerza. Y eso lo favorece. Si la gente piensa que no se le puede matar, nadie osará alzarse contra él.
Parecía que Garrid tenía algo que decir al respecto, pero Lobo le lanzó una mirada tan terrible que el soldado volvió a cerrar la boca sin pronunciar palabra.
—Bien —prosiguió Lobo—, las cosas van a ponerse difíciles en el dominio, especialmente ahora que ha cambiado de manos.
—¿Qué ha cambiado de manos? —repitió Viana, alzando bruscamente la cabeza—. ¿Qué quieres decir?
Lobo dejó escapar una risa seca.
—Evidentemente, Harak piensa que Hundad no está haciendo bien su trabajo —respondió—. No ha sido capaz de echarte el guante y encima ha permitido que lo ataques delante de todo el mundo. Así que ha entregado Torrespino a otra persona.
—¿Y qué hay de Rocagrís, la casa de mi familia? —preguntó Viana—. ¿Quién vive allí ahora?
En tiempos de Holdar, el castillo del duque Corven había quedado algo olvidado. Viana llevaba ya tiempo deseando regresar, al menos para verlo de nuevo, pero temía lo que iba a encontrarse. Quizá, abandonado, Rocagrís se había convertido en un nido de cuervos. O tal vez en un antro lleno de bárbaros.
—Es curioso que lo menciones —respondió Lobo—, porque me consta que el nuevo señor del dominio quería instalarse en el antiguo castillo de tu padre, pero Harak no se lo ha permitido. No hasta que cumpla la misión que le ha encomendado.
—¿Y cuál es? —quiso saber Viana.
—Capturarte, naturalmente. Viva o muerta. Y, como sabe que te escondes aquí, en el bosque, le resultará más práctico emplazarse en la base más cercana. Cuando cumpla su cometido, su rey le entregará todo lo que era tuyo.
Viana bufó con desdén.
—Que intente atraparme si puede. Ya tengo experiencia en tratar con bárbaros.
—No es un bárbaro. Harak ha concedido el dominio de tu padre a uno de los caballeros renegados. Creo que le conoces: se llama Robian de Castelmar.
A Viana le dio un vuelco el corazón justo antes de empezar a latir totalmente desbocado. Lobo advirtió su palidez.
—Vamos, Viana, no me digas que aún sientes algo por esa rata traidora. Supéralo de una vez, ¿quieres?
—No siento nada por él —replicó ella con fiereza; pero le había temblado la voz levemente al hablar—. Lo odio; me dejó plantada y me entregó a los bárbaros, y me niego a creer que encima tenga la desfachatez de pretender darme caza para quedarse con la hacienda de mi familia.
Lobo se encogió de hombros.
—Míralo por este lado: si se hubiese casado contigo, esas tierras serían suyas de todos modos.
—Pero la cuestión es que no se casó conmigo, de modo que no tiene derecho a ellas —discutió Viana, cada vez más enfadada—. Vamos, ¿a nadie más le parece absurdo todo esto?
Miró a su alrededor, pero solo halló rostros desconcertados. Con un bufido, se levantó de golpe y se fue al otro extremo del campamento a rumiar su indignación.
Nadie la siguió. Quizá porque, en el fondo, entendían que detrás de sus modos airados se ocultaba una profunda pena.
Hacía ya mucho tiempo que había dejado de entender las acciones y decisiones de Robian. Con gran esfuerzo había llegado a perdonarle su traición, suponiendo que lo había hecho porque se sentía obligado a conservar las tierras de su familia. Pero aquello… no tenía sentido. ¿La entregaría a Harak solo para poder quedarse con Rocagrís y el resto de sus propiedades?
Quizá se había visto forzado a ello. O tal vez solo estaba fingiendo, ganándose la confianza del rey bárbaro para…
Sacudió la cabeza. Había decidido meses atrás que no volvería a intentar justificar a Robian ni seguir viéndole como un héroe que espiaba al enemigo para asestarle un golpe mortal cuando menos lo esperaba. Sin embargo, si pudiera…
—Ni se te ocurra —dijo de pronto la voz de Lobo, sobresaltándola.
—¿De qué me estás hablando?
—Se lo que está pasando por tu cabecita, Viana. Y no vas a ir a verlo. Te amarraré a un árbol, si es necesario, para evitar que cometas tamaña estupidez.
Viana enrojeció a su pesar.
—No tenía intención de hacerlo —protestó.
—Mentirosa.
—Mira, Robian me abandonó en manos de Harak y los suyos y no movió un dedo por ayudarme. ¿Por qué querría volver a verlo?
—Para pedirle explicaciones, por ejemplo. Cosa muy comprensible, por otra parte. Pero resulta que no sois simplemente una pareja de novios que ha roto, Viana. Tú eres una proscrita y a él le han encomendado la tarea de capturarte.
—Ya lo sé —se enfurruñó ella—. Pero ¿por qué Harak lo ha elegido precisamente a él? Los bárbaros, que yo sepa, no son tan retorcidos.
—Bueno puede que piense que eres responsabilidad de Robian, ya que estabais prometidos —opinó Lobo—. Y, dado que tu padre y tu esposo han muerto, alguien tiene que ocuparse de ti y de atarte corto. Aunque tampoco descarto que, en efecto, Harak tenga un corazón taimado y haya escogido a Robian solo para hacerte daño.
Viana no respondió. Seguía molesta.
—Por ese motivo —prosiguió Lobo—. No debes permitir que esto te afecte. Y no cometas la locura de acudir a su encuentro o dejarte ver por el pueblo estos días. Ya no tienes ningún motivo para ir allí, así que hazme caso por una vez.
Viana respiró hondo, pero no respondió.
Aquella noche soñó con Robian, después de mucho tiempo sin hacerlo, y al día siguiente se levantó melancólica y meditabunda. Cuando salió a cazar con Lobo, colocó mal una trampa y falló un flechazo dirigido a un venado, por lo que se ganó una reprimenda que apenas escuchó. Más tarde se detuvo junto al arroyo para beber, como solía hacer a menudo, y se miró en un remanso cristalino. También por primera vez en muchos meses echó de menos su aspecto anterior y su vida como doncella. Recordó los sueños de su infancia y primera adolescencia y cerró los ojos, imaginando como habría sido su futuro con Robian si los bárbaros no hubiesen invadido Nortia. Su parte sensata le decía que era buena cosa que hubiese descubierto cómo era en realidad su prometido antes de casarse con él, pero en el fondo de su corazón se resistía a hacerse a la idea. Era Robian. Robian. Habían crecido juntos, se habían jurado amor eterno cuando eran apenas unos niños. Debía de haber una explicación.
No obstante, era muy consciente de que Lobo tenía razón. No podía volver a dejarse ver por el pueblo, ahora no.
En los días siguientes se esforzó por concentrarse en lo que necesitaban de ella sus nuevos compañeros. Iba a cazar y ayudaba a Alda con la cocina, e incluso empezó a tomar lecciones de esgrima con Garrid, pese a que Lobo opinaba que no le haría falta, y que era mucho mejor que entrenase con el arco. Pero Viana, en realidad, no lo hacía porque tuviese un especial interés en aprender otra disciplina, sino porque necesitaba mantenerse ocupada.
Sin embargo, y sin apenas darse cuenta, sus excursiones por el bosque la llevaban cada vez más lejos, hasta que una mañana se topó con la cabaña que Lobo y ella habían abandonado tan precipitadamente varias semanas atrás.
Dudó un momento antes de acercarse, pero el lugar parecía desierto, de modo que no vio motivos para no hacerlo. Se aproximó lentamente, casi como si temiera que la choza fuera a desvanecerse en el aire, igual que había sucedido con sus sueños infantiles. Pero parecía sólida y muy real, de modo que, antes de que quisiera darse cuenta, se encontró empujando la puerta para entrar.
Ahogó una exclamación de sorpresa al ver que las cosas no estaban como las habían dejado. Todo en el interior de la cabaña se hallaba revuelto y desordenado, como si hubiese pasado por allí un ejército de camino a la batalla. Viana comprendió entonces que los bárbaros habían llegada hasta allí buscándola, y que Lobo había hecho muy bien obligándola a abandonar el lugar después del atentado fallido contra Harak. Acarició con suavidad la repisa de la chimenea, que ya había acumulado una ligera capa de polvo. Se encontraba a gusto en el campamento, pero añoraba el tiempo que había pasado allí con Lobo. De la misma forma, comprendió que echaba de menos su vida en el castillo de su padre. Y a su padre, naturalmente. Y a Belicia.
Y a Robian.
Suspiró sin poderlo evitar.
De pronto, como traída por el viento, escuchó su voz. Al principio no le prestó atención, convencida de que su memoria le había jugado una mala pasada. Pero entonces oyó una segunda voz y se irguió, alerta.
—Ya hemos venido aquí antes, señor, y los bárbaros han registrado la cabaña minuciosamente. ¿Por qué hemos vuelto de nuevo?
—Porque no sabemos dónde buscarla —respondió Robian con suavidad—. Y porque siempre cabe la posibilidad de que se les haya pasado algo por alto.
Viana se maldijo a sí misma por su estupidez. No debería haber bajado la guardia. Jamás debería haber bajado la guardia. Lobo la reñiría por su inconsciencia.
Si llegaba a enterarse, claro. Porque era posible que no saliera viva de allí, o que la capturaran para entregarla a Harak y no tuviera la oportunidad de regresar al bosque nunca más.
No podía permitirlo. Se movió rápida como el rayo y se sitúo detrás de la puerta justo cuando esta se abría, de modo que quedó oculta por ella. Contuvo el aliento mientras uno de los recién llegados, solo uno, penetraba en el interior.
Se trataba de Robian. Lo veía de espaldas, pero habría reconocido su figura en cualquier parte. Su cabello oscuro aún se encrespaba sobre su nuca de aquella forma que Viana había encontrado tan atractiva, y sus anchos hombros sostenían su capa con garbo y elegancia.
Pero Viana no podía permitirse el lujo de quedarse embobada contemplando a su antiguo amor. En silencio, deslizó su cuchillo de caza fuera de su funda y aguardó el momento adecuado.
La puerta se cerró tras Robian, pero él no se percató de la presencia de Viana a sus espaldas. Parecía ensimismado contemplando el interior de la cabaña. Se inclinó para recoger algo del suelo. Viana se dio cuenta de que se trataba de una manta, la misma que había utilizado ella para envolverse en la frías noches de invierno. Contempló, atónita, cómo Robian se la llevaba a la cara para aspirar su aroma. Aquel movimiento la dejó desconcertada y sin saber que pensar.
—Oh, Viana —murmuró él, y la joven se quedó quieta, temiendo que la hubiera descubierto; pero Robian añadió—: ¿A dónde has ido?
Viana dejó escapar un suspiro casi imperceptible. Y en aquel momento Robian se percató de que no estaba solo; se puso en tensión y llevó la mano al pomo de su espada, pero ella fue más rápida; se plantó tras él en dos pasos y colocó el filo de su daga contra el cuello de su antiguo prometido.
—Un solo movimiento y morirás —siseó en su oído.
Robian tragó saliva.
—Viana, ¿eres tú? No tienes ni idea de lo que…
—Calla —cortó ella y el cuchillo se hundió un poco más en la piel del joven—. No quiero saberlo. ¿Qué diablos haces aquí? ¿Acaso has venido a darme caza, ahora que eres uno de los perros de presa de Harak?
Robian ladeó un poco la cabeza, con precaución, probablemente sorprendido de que ella utilizara la palabra «diablos».
—De modo que te has enterado de eso —murmuró—. No es lo que parece, Viana. De verdad.
Viana aflojó un poco la presión, pero no retiró la daga.
—Habla —dijo—. Espero, por tu bien, que tengas una buena explicación.
—No pretendía capturarte en realidad —se defendió él—. Me dijeron que antes vivías aquí, pero que te habías marchado, de modo que rondo por los alrededores para hacer tiempo y darte ventaja. No quiero verme obligado a entregarte, pero no he tenido elección: Harak me lo ha encomendado como una misión especial. ¿Qué podía hacer?
Viana entornó lo ojos.
—Podrías haberte negado a aceptarla, por ejemplo.
—Es mi señor natural. No puedo desobedecerlo.
—No deberías haberle jurado fidelidad. Ni, ya puestos, haberme abandonado como lo hiciste: «El jefe Holdar será un buen esposo para Viana» —repitió con voz de falsete—. Traidor —escupió.
—Viana, ¡no tenía elección! —insistió Robian—. Si hubiese plantado cara, como hizo mi padre, ¿qué tendría ahora? Estaría muerto, y mis tierras habrían acabado en manos de los bárbaros.
—Mejor ser un héroe muerto que un cobarde vivo —opinó ella—. Y en cuanto a tus tierras… ya veo que tienes interés por ampliarlas. ¿Es cierto que Harak te ha prometido el dominio de mi familia si me entregas a él? Porque no voy a permitir que pongas un solo pie en Rocagrís. Antes tendrás que pasar por encima de mi cadáver.
Robian pasó por alto la pulla.
—Había otra cosa —prosiguió—. Mi madre y mi hermana… Al conservar el título, ellas siguen bajo mi protección. Harak no las entregará en matrimonio a nadie sin mi consentimiento.
Viana retiró la daga un poco más mientras consideraba aquel hecho. Era cierto que no había visto a la duquesa ni a su hija, la pequeña Rinia, durante aquel ignominioso reparto de doncellas.
Viana le tenía mucho cariño a Rinia; era una niña alegre y encantadora, y de ninguna manera quería verla caer en las garras de los bárbaros.
—Eso puedo entenderlo —reconoció a regañadientes—. Pero yo… Podrías haber luchado un poco por mí, ¿no? —añadió con amargura—. Si hubieses dicho que querías casarte conmigo… que estábamos prometidos… quizá Harak…
Robian sacudió la cabeza.
—No había nada que hacer, Viana. Eras un buen partido; no iban a entregarte a un traidor como yo. Y no creas que no te he echado de menos. Todos los días, a todas horas, pensaba en ti. Nunca he dejado de amarte, ni un solo momento.
También había tristeza en sus palabras, y la joven se sintió conmovida. No hizo nada cuando Robian se volvió para mirarla a los ojos y después, lentamente, se inclinó para besarla.
Viana se entregó a aquel beso como si no hubiera nada más en el mundo. Le trajo recuerdos de tiempos mejores y, por un instante, le hizo creer que las cosas podían volver a ser como antes o, al menos, cambiar un poco.
—Robian, Robian —suspiró, apoyando la cabeza en su pecho—. ¿Por qué nos ha pasado esto?
—Ssssh, tranquila —respondió él acariciándole el cabello—. Sé que ha sido muy duro para ti. Por eso me alegré mucho cuando supe que habías escapado de Holdar; además, se cuenta que no solo no estabas encinta, sino que él ni siquiera mancilló tu doncellez. ¿Es eso cierto?
«¿Eso es todo lo que te importa?», pensó Viana, sintiendo que la ira la llenaba de nuevo. Estaba tan furiosa que no respondió a su pregunta.
—Bueno, pero eso ya quedó atrás —prosiguió Robian, ajeno al enfado de la muchacha, creyendo que ella callaba por pudor—. Sin embargo, me he dado cuenta de que vivías aquí con otro hombre —concluyó con cierto tono de reproche.
La antigua Viana habría respondido, muy ofendida: «No es asunto tuyo», o algo similar, enrojeciendo como una amapola. Pero la nueva Viana había aprendido mucho de su estancia con Lobo. Se separó de él y le dirigió una mirada burlona que pretendía enmascarar su decepción.
—Sí, fornicábamos todos los días —le soltó—. Varias veces. Y por todas partes —especificó—. Lástima que no estuvieras aquí para unirte a la fiesta, pero claro, renunciaste a todas tus posibilidades conmigo cuando decidiste que un bárbaro bruto y maloliente sería un buen esposo para mí.
Robian abrió la boca para replicar, escandalizado por sus modales, pero no fue capaz de hablar. Viana sonrío para sí, contenta por haberle dejado sin palabras, aunque en el fondo se sentía muy incómoda y molesta por el hecho de que él fuera capaz de considerar, siquiera por un momento, que podía haber mantenido una relación con Lobo. Antes de que Robian pudiera reaccionar, la joven volvió a apoyar la daga contra su cuello y lo obligó a darse la vuelta de nuevo.
—Y ahora, andando —dijo, empujándolo suavemente hacia la puerta—. Tengo que escapar de aquí, y tú vas a ser mi rehén.
—Viana, no quiero luchar contra ti.
—Ya es demasiado tarde, Robian —respondió ella, tratando de evitar que se filtrase a sus palabras la pena que aún latía en su corazón.
El joven hizo un breve movimiento para alcanzar su espada, pero Viana clavó la daga más profundamente en su cuello, arañándolo y haciendo brotar de su piel un hilillo de sangre.
—¿Crees que bromeo? —le espetó—. Te convendría tomarme en serio.
—Pero ¿qué te ha pasado? —preguntó él, y parecía realmente horrorizado. Sin embargo, avanzó hacia la puerta, tal y como ella le había ordenado.
—¿Que qué me ha pasado? —repitió ella—. ¿Cómo te atreves a preguntarlo?
—De acuerdo, lo entiendo —se apresuró a responder Robian—. Sé que ha sido muy duro para ti y…
—Cierra la boca —ordenó ella entre dientes.
Salieron los dos de la cabaña, Robian empujado por Viana, y se detuvieron ante la entrada. La muchacha miró a su alrededor en busca del segundo hombre, para asegurarse de que entendía cuál era la situación y que su compañero corría peligro si hacía algún movimiento sospechoso. Sin embargo, ambos se sorprendieron al ver que había llegado una cuarta persona al lugar: Lobo estaba allí, y tenía el arco cargado con una flecha que se hundía peligrosamente entre las costillas del acompañante de Robian, que había tirado la espada al suelo y levantaba las manos en el aire.
—Vaya, vaya —dijo Lobo—. Está bien saber que algo has aprendido de mis lecciones, Viana.
—¡Vos! —exclamó Robian al reconocerlo; ató cabos y añadió—: Viana, no me digas que él y tú…
—No es asunto tuyo —gruñó Viana, y esta vez no pudo evitar enrojecer, quizá porque no le hacía gracia que Robian recordara en público que tiempo atrás sí había tenido derecho a inmiscuirse en su vida personal.
Los ojos de Lobo brillaron divertidos.
—Bien, Robian, pequeña rata traidora —dijo—. Conocí a tu padre, ¿te lo habían dicho? Peleamos juntos en varias batallas. En una de ellas, de hecho, perdí la oreja por salvarle el culo. Lo cual no significa que Landan de Castelmar no fuera un hombre valiente: luchó contra los bárbaros hasta el final. Qué lástima que su hijo no tenga sus mismas agallas. No sé qué diría si te viera ahora.
Esta vez le tocó a Robian enrojecer.
—Seguro que estaría contento de ver que he conservado su patrimonio —acertó a decir.
—Seguro —se burló Lobo—. O quizá preferiría haberse llevado a la guerra a Viana en vez de a ti. Por lo que sé, es mucho más hombre que tú.
Viana reprimió una risita al ver que Robian temblaba de indignación.
—Sin embargo —prosiguió Lobo—, debo decir que ella también carece de una virtud que hacía de su padre un gran guerrero: el duque Corven era muy precavido. Jamás habría dejado armado a un adversario, por inofensivo que este pudiera parecer.
Viana captó la indirecta y aceptó el reproche con un cabeceo. Entonces se le ocurrió una idea y sonrió.
Rápida como el pensamiento, bajó el cuchillo hasta la cadera de Robian y cortó su cinto de un tajo. Cuando la espada del joven cayó al suelo, sus pantalones lo hicieron también.
—Vaya, muchacho —se burló Lobo—. Creo que esto resume perfectamente tu actitud ante la invasión bárbara.
Robian trató de volver a colocar la prenda en su sitio, profundamente avergonzado. Oyó a su espalda la risita de Viana, pero, cuando se dio la vuelta, la chica ya se había marchado.
Momentos después, Lobo y Viana se internaban por el bosque, dejando atrás a sus rivales. Robian tardaría un rato en recomponer su vestimenta, y para entonces ya no podrían darles alcance. Aun así, se apresuraron cuanto pudieron.
—Deberías haber matado a esa rata traidora —gruñó Lobo—. Aunque, ya que has tenido la ocasión de llevar tu daga tan cerca, podrías de paso haberle cortado los…
—No hace falta ser tan explícito —interrumpió ella.
—Bueno, no creo que los echara de menos en realidad —siguió diciendo Lobo—. Después de todo, ya los perdió el día de la invasión bárbara.
—No quiero seguir hablando de eso, muchas gracias.
Y, con gran alivio para Viana, Lobo dejó de hablar de ratas traidoras y de atributos masculinos. Tampoco la riñó por haber regresado a la cabaña a pesar del riesgo. Por lo que parecía, la forma en la que había terminado su encuentro con Robian la había disculpado ante sus ojos. Viana comprendió que creía que con su acción había cortado todo vínculo sentimental con Robian para siempre.
Sin embargo, ella no lo tenía tan claro. Era cierto que estaba aún furiosa con Robian y que no se arrepentía de haberlo dejado en ridículo frente a su sirviente, pero, por otro lado, no podía evitar pensar en sus razones y tratar de ponerse en su lugar. «Si mi padre se hubiese rendido a los bárbaros, como hizo Robian», cavilaba, «yo no habría tenido que casarme con Holdar. Y su madre y su hermana están más seguras con él».
Procuró, no obstante, que Lobo no se diera cuenta de que aún se sentía confusa con respecto a Robian, de modo que se centró en avanzar tras él y no volvió a mencionar el tema.
Se cuidaron mucho de dejar rastros. De hecho, y solo por si acaso, dieron un gran rodeo y dejaron huellas falsas antes de dirigirse al campamento.
Cuando llegaron allí, ya era casi de noche.
—Con todo este asunto no hemos traído nada para cenar —dijo Lobo—. Alda nos va a hacer silbar los oídos, ya lo verás.
Sin embargo, nadie les reprochó que aparecieran con las manos vacías. Todos estaban reunidos junto al fuego, tan concentrados en escuchar a alguien que se hallaba allí sentado que ni siquiera se dieron cuenta de que Lobo y Viana acababan de llegar.
—¿Qué pasa aquí? —se quejó Lobo—. ¿Ya no se recibe a los cazadores como es debido?
Calló, sin embargo, al reconocer a la figura que se encorvaba junto a la lumbre. Y cuando él alzó la cabeza para mirarlos fijamente, apoyado en su nudoso bastón, Viana sintió que el corazón se le aceleraba.
Se trataba de Oki, el juglar.
No lo había visto desde la noche del solsticio, cuando les había relatado aquella extraña leyenda acerca del Gran Bosque. Ni sabía de nadie que hubiese tenido noticia de él después de aquel día. Por eso, verlo aparecer de pronto en el campamento la llenó de extrañeza.
Lobo parecía estar pensando lo mismo.
«¿Cómo diablos habrá llegado hasta aquí?», se preguntó.
Viana no tenía respuesta para eso, de modo que permaneció en silencio.
Ambos se acercaron a la hoguera, y la muchacha advirtió, no sin sorpresa, que su compañero avanzaba con cierta timidez. Porque Oki estaba relatando una historia, e incluso Lobo sentía un gran respeto por el peculiar narrador de cuentos.
Se sentaron junto a los demás y se dejaron llevar por la magia de las palabras.
Durante toda aquella noche, Oki contó historias, recitó largos cantares y entonó bellas baladas de amor. Nadie se acordó de comer o de dormir durante todo ese tiempo, aunque el vino y la cerveza corrieron en abundancia y refrescaron la garganta del viejo juglar.
Y cuando los primeros rayos de sol abrieron las entrañas de la noche en una alborada de colores fantasmales, Oki se levantó y anunció que debía marcharse.
Varias voces le suplicaron que se quedase, pero él declinó la oferta.
Viana, sin embargo, permaneció sentada un momento más, pensando en las historias que había contado Oki aquella noche… y en la que no había contado.
Cuando el juglar se alejaba ya del claro, Viana se levantó de un salto y corrió tras él.
—Maestro Oki —lo llamó, preguntándose si era la forma más adecuada de dirigirse a él.
El juglar se volvió hacia ella y la miró con aquellos ojillos negros y penetrantes; pero no la reprendió, de modo que Viana supuso que estaba dispuesto a escucharla.
—Estaba preguntándome… —empezó, dubitativa; hizo una pausa y continuó—. Me preguntaba acerca de la leyenda que relatasteis en el último banquete del solsticio, en la corte del rey Radis.
Viana calló, dando pie a que Oki hiciese algún comentario acerca de la invasión bárbara o del final de la dinastía que lo había acogido en su castillo año tras año. Pero él no dijo nada. Solo aguardó a que ella siguiera hablando.
—Se trataba de una historia sobre el manantial de la eterna juventud, o algo parecido —dijo Viana—. Se supone que se oculta en algún lugar del Gran Bosque.
—Eso cuenta la historia —asintió Oki con suavidad—. ¿Y bien?
Viana tragó saliva.
—Sé que va a parecer un poco estúpido, pero… querría saber si hay algo de verdad en vuestro relato.
Oki sacudió la cabeza, disgustado, y echó a andar sin responder. Viana comprendió que lo había ofendido, aunque no acertaba a adivinar por qué.
—¡Aguardad! —lo llamó—. Disculpad mi ignorancia. Es solo que… bien, corren rumores de que Harak, rey de los bárbaros, es invulnerable. O tal vez inmortal —añadió.
—Aaah —dijo Oki, deteniéndose de nuevo y dirigiéndole una misteriosa sonrisa—. Interesante asociación.
Alentada por sus palabras, Viana prosiguió:
—Estaba pensando que si ese manantial existe y las fuerzas rebeldes bebiesen de él, quizá podríamos hacer frente a Harak y liberar el reino.
Se sorprendió de su propuesta en cuanto la formuló, sobre todo porque seguía pensando que las «fuerzas rebeldes» que acababa de mencionar eran poco más que un puñado de vagabundos desarrapados.
—¿Y bien? —preguntó Oki.
—¿Y bien, qué? —preguntó Viana a su vez, desconcertada por la reacción del juglar.
—¿Cuál era la pregunta?
—Eeeh… Bueno, es evidente… Desearía saber si eso es posible.
Oki le dedicó una risa extraña, como el crujir de la maleza bajo el viento.
—¿Qué son las leyendas, sino leyendas? —respondió.
—Entonces, ¿no es cierto? —insistió Viana.
Oki le dirigió una mirada severa.
—Tendrás que ir tú misma al corazón del bosque para averiguarlo.
Viana se estremeció. Sabía, por las veces que lo había visto actuar, que Oki otorgaba una condición especial a los cuentos y las leyendas. Cada vez que actuaba, había quien consideraba que se trataba de historias sin fundamento y quien las creía a pies puntillas. Y Oki no concedía la razón ni a unos ni a otros. No eran verdad, pero tampoco eran mentira. Viana caviló acerca de ello. Siempre le habían apasionado los cuentos, y se incluía entre la gente que soñaba con hermosas hadas y traviesos duendes, con fieros dragones y poderosos hechiceros. Sin embargo, nunca había visto tales seres ni conocía a nadie que se hubiese topado con ellos.
Oki no iba a resolver aquella cuestión. Quizá porque no conocía la respuesta o tal vez porque no lo creía necesario.
—Se cuentan muchas cosas acerca del Gran Bosque —susurró Viana.
Oki asintió; sus ojos brillaban, delatando la pasión que sentía por toda clase de historias. La muchacha entendió que ahora sí estaba hablando su idioma.
—Podría creerlas, o quizá no —añadió con tiento—, pero supongo que eso no es lo que importa, ¿no?
—No es lo que importa. —Oki negó con la cabeza, y sus negros e hirsutos cabellos se agitaron bajo su sombrero—. Lo esencial es la historia en sí.
—Comprendo —asintió Viana.
Y era cierto que lo comprendía. Sin embargo, aquello no solucionaba su duda, y no sabía cómo volver a planteársela a Oki sin que se ofendiera.
—Deseas saber si vale la pena, ¿no es verdad? —dijo entonces el juglar—. Si debes asumir el riesgo y salir al encuentro de la leyenda.
—Sí —asintió Viana, agradecida—. Sí, eso es.
—Porque puede que descubras el misterio o puede que te enfrentes a una muerte segura. ¿Quién sabe? Muchacha, te contaré algo: el mundo está lleno de historias. Todas las personas y todas las cosas tienen historias que contar. A algunas de ellas se llega a través de gente como yo, que las relata para que no se olviden. Otras, en cambio… se viven. ¿Entiendes?
Viana asintió, aunque no estaba segura de comprenderlo del todo.
—Ahora tú debes decidir —concluyó Oki—, si seguirás siendo una oyente o, por el contrario, saldrás en busca de tu propia historia.
—¿Puede que tenga que ver con el manantial de la eterna juventud?
—Tendrá que ver con la búsqueda del manantial de la eterna juventud —corrigió el juglar—. Pero solo si te arriesgas a vivir esa historia sabrás cómo concluye. A no ser, por supuesto, que esperes a que otra persona la viva por ti. Entonces es posible que dentro de un tiempo conozcas el final en boca de alguien como yo.
Viana asintió de nuevo. Y esta vez sí lo entendía.
—Puedo ser una espectadora —resumió—, o puedo ser la protagonista de mi propia historia. Y eso conlleva riesgos.
Oki sonrió y cientos de pequeñas arrugas contrajeron su rostro.
—Así es, muchacha. Así es —dijo.
Sacudió la cabeza de nuevo y reemprendió la marcha. Viana lo siguió un par de pasos.
—¡Maestro Oki! ¿A dónde vais? ¿Volveremos a vernos?
Él le respondió con una enigmática risa.
—¿Quién sabe? Yo voy y vengo, aquí y allí, como el viento errante, arriba y abajo, como las grandes mareas. Una y otra vez. Sin detenerme jamás. Es así desde que tus antepasados llegaron a estas tierras, y así será cuando tus descendientes interpreten su propia leyenda. Pero ¿quién podría decir cómo finalizará la tuya? Yo no, ciertamente. Al menos, no aún. Pero quizá algún día… quizá algún día…
Su voz se perdió entre el murmullo de los árboles y Viana no llegó a oír sus últimas palabras. De todas formas, no había entendido lo que quería decir. Tal vez, se dijo, el maestro Oki empezaba a desvariar a causa de la edad.
Suspiró, sintiéndose algo mejor. No había obtenido de él la respuesta que quería, pero sí la que necesitaba, y fue capaz de comprenderlo así.
De modo que lo vio alejarse, una pequeña figura apoyada en su bastón, y permaneció allí, de pie, hasta que Oki se fundió con las sombras y el tintineo de sus cascabeles dejó de escacharse entre los susurros del bosque.
Tal como imaginaba, a Lobo no le pareció buena idea.
—¿Un manantial de la eterna juventud? —se burló—. Despierta, Viana. Todos los bosques tienen una leyenda al respecto. Eso no son más que cuentos.
—Pero Oki dijo…
—¿Te dijo Oki que encontrarías una fuente semejante si viajabas al corazón del Gran Bosque?
—No —reconoció Viana de mala gana.
—Porque no existe, ¿ves? Oki no es más que un cuentacuentos, Viana. ¿Sabes lo que eso significa? Que cuenta cuentos. Cuentos —repitió—. Es decir, historias inventadas.
—Sé lo que son los cuentos —replicó ella, molesta—. Pero aún así… ¿no te intriga un poco el hecho de que Harak…?
—Ni una palabra más sobre el tema.
Y Viana no insistió. Pero había tomado su decisión, y Lobo no iba a detenerla. Esta vez no.
Quizá él no creyó en ningún momento que fuese a llevar a cabo su idea. Nadie se adentraba en el Gran Bosque, porque nadie había regresado nunca de una expedición así. Y eso lo sabía todo el mundo, más allá de relatos y leyendas.
Pero Viana se sentía capaz de sobrevivir al bosque, a cualquier bosque. Si las historias terroríficas que contaban acerca de aquel lugar no eran reales, entonces no tenía nada que temer. Y si lo eran… bueno, en aquel caso, también existía la posibilidad de que hallase el manantial del que había hablado Oki la noche del solsticio. Y entonces…
No se detuvo a pensar en ello porque sabía que, si lo hacía, cambiaría de idea. De modo que aquella mañana aprovechó que todos durmieron hasta tarde y salió del campamento, aparentemente para cazar. Pero lo que hizo en realidad fue avituallarse para un largo viaje a través del bosque. No sabía cuánto tiempo le llevaría alcanzar aquel mítico manantial, si es que existía en realidad. Pero no le importaba. Tenía que intentarlo.
Lamentó no poder despedirse de Lobo, de Dorea, de Alda, de Airic y de todos los demás. Pero no podía arriesgarse a esperar un poco más y que la disuadieran de su propósito.
Por otro lado, si se alejaba de la civilización, también tardaría mucho en volver a ver a Robian. Y necesitaba estar sola para pensar.
Emocionada porque sentía que, por primera vez, iba a tomar las riendas de su destino, a ser la protagonista de su propia historia, Viana emprendió el viaje hacia el corazón del bosque. No tenía plano, ni más indicaciones que las que había dado Oki en su relato. No tenía claro hacia dónde debía dirigirse, pero confiaba en que, cuando llegara allí, lo sabría.
Porque los árboles estarían cantando.