En el capítulo 23 de la primera edición del Quijote, acabada de imprimir todavía en 1604, pero ya con fecha del año siguiente, el protagonista y su escudero, después del episodio de los galeotes, «se entraron por una parte de Sierra Morena que allí junto estaba, llevando Sancho intención de atravesarla toda e ir a salir al Viso o a Almodóvar del Campo y esconderse algunos días por aquellas asperezas, por no ser hallados si la Hermandad los buscase». Unas líneas más abajo se escribe: «Así como don Quijote entró por aquellas montañas, se le alegró el corazón, pareciéndole aquéllos lugares acomodados para las aventuras que buscaba».
La segunda edición (o, si se prefiere, impresión corregida) de Juan de la Cuesta, publicada unos meses después de la príncipe, sustituye la frase «Así como don Quijote» de ese capítulo 23, pág. 212, por un pasaje en el que se cuenta cómo Ginés de Pasamonte robó el asno de Sancho. El pasaje aludido se incluye al final de esta nota; las cuatro últimas palabras, que imprimimos en cursiva, son ya comunes a las dos ediciones de 1605.
Por otro lado, en el capítulo 30, cuando Sancho, que ha ido a llevar la carta a Dulcinea, vuelve a Sierra Morena junto con Dorotea, el cura y el barbero, e inmediatamente después de que don Quijote aduzca el refrán «A pecado nuevo, penitencia nueva», la segunda edición interpola, respecto a la primera, el fragmento que transcribimos en la Nota complementaria (Adición al capítulo XXX). A partir de ahí, el texto vuelve a coincidir en las dos ediciones madrileñas con fecha de 1605.
Según todo ello, en la edición príncipe, donde no figura ninguno de los dos pasajes en cuestión, se alude a la falta del asno y se presenta a Sancho sin él (cap. 25: «Bien haya quien nos quitó ahora del trabajo de desenalbardar al rucio», y cap. 29: «de nuevo se le renovó la pérdida del rucio»), pero no se relata cuándo ni cómo desapareció el animal; y después (cap. 46: «no saldría… de la venta Rocinante, ni el jumento de Sancho»), el escudero vuelve a andar sobre el asno sin que se haya referido en qué modo y momento lo recobró.
En la segunda edición, en cambio, la desaparición del pollino, narrada en el capítulo 23, se produce antes de que Sancho la haya sufrido efectivamente, porque en el capítulo 25, todavía aparece el escudero «con su jumento», y sólo al final de ese mismo capítulo, se habla de «la falta del rucio». Y pese a que Sancho recobra a su inseparable compañero en el capítulo 30, el burro no vuelve a la escena hasta el capítulo 46.
Por cuanto se refiere a la edición príncipe, la explicación de esas anomalías probablemente está en que Cervantes nunca llegó a someter el Quijote a una revisión detenida que concordara por completo las abundantes modificaciones que introdujo tanto mientras escribía la novela como a última hora, al entregarla a la imprenta, cambiando de sitio algunos capítulos, intercalando nuevos materiales y omitiendo otros. En algún momento de ese proceso, debió de optar por suprimir el robo del asno, sin llegar luego a eliminar enteramente las referencias al episodio.
Al publicarse la novela y observarse la incongruencia (que fue inmediatamente satirizada), el propio Cervantes escribió un par de pasajes que explicaran la desaparición y reaparición del pollino, para que fueran interpolados en el texto de la segunda edición (por más que insertarlos suponía no poder reproducir la príncipe enteramente a plana y renglón, con todos los gastos y retrasos que ello comportaba). Pero cuando menos el pasaje añadido en el capítulo 23, está fuera del contexto que le habría correspondido (en el capítulo 25).
La primera interpolación (cap. 23) es sin duda un resumen, más o menos libre, de un episodio que Cervantes había escrito en una cierta etapa en la elaboración del Quijote y que luego optó por cambiar de lugar y finalmente por suprimir. En relación con la segunda (cap. 30), puede entenderse que al excluir el episodio del robo, el novelista excluyó asimismo el segmento paralelo en que relatara su recuperación. Pero también se ha propuesto que el manuscrito cervantino no contuviera nunca, en ninguno de sus estadios, una sección dedicada a tal recuperación, y la reaparición del pollino quedara sin explicar.
La primera interpolación nace, pues, de haberse omitido el episodio del robo, pero no las alusiones a él; el origen de la segunda puede estar en el hecho de que al suprimir el robo se hubiera suprimido también el fragmento relativo a la recuperación o bien, menos verosímilmente, en la posibilidad de haber proseguido después la novela como si el robo no se hubiera producido nunca.
Comoquiera que fuese, no hay duda de que las dos adiciones en cuestión salieron de la pluma de Cervantes. El estilo es inconfundible ya a primera vista (y, unas semanas después de la aparición de la príncipe, nadie podía haberlo asimilado lo suficiente como para pergeñar un remedo tan perfecto, ni una imitación de esa índole entraba siquiera en las perspectivas de la época). Pero, por otra parte, el análisis exhaustivo de los textos, auxiliado con instrumentos informáticos, zanja cualquier perplejidad al respecto, al mostrar un decisivo cúmulo de coincidencias entre los añadidos de la segunda edición y el resto del Quijote, tanto de 1605 como de 1615.
No es dudoso tampoco que las adiciones de los capítulos 23 y 30 se insertaron en el lugar indicado por el autor (que debió marcarlas con su propia mano en los pliegos correspondientes), porque las palabras que sirven de engarce entre el final de la adición al capítulo 23 y el texto primitivo («el cual, como entró…») responden a una construcción sintáctica característicamente cervantina (no la usa nunca, por ejemplo, el apócrifo Avellaneda). Por lo mismo, al propio Cervantes ha de imputarse que la intercalación relativa al robo figure antes del lugar en que hubiera cumplido correctamente su función. El novelista, con la familiaridad de quien maneja cosa suya (y tras haber sometido la primera redacción del Quijote a variadas reelaboraciones y desplazamientos), tendría bien presente que el hurto había sucedido en Sierra Morena, pero no se molestaría en determinar exactamente a qué altura y se contentaría con introducir la interpolación en el mismo arranque de las aventuras que allí se desarrollan. (Por el contrario, si Cervantes hubiera confiado a otra persona insertar el añadido en el lugar oportuno, sin indicarle dónde, el responsable de la tarea tendría que haber estudiado el contexto con atención y muy difícilmente habría incurrido en el error que ahora salta a la vista.)
Nótese, finalmente, que la tercera y última impresión (1608) de Juan de la Cuesta contiene asimismo otras pequeñas intervenciones del autor, y en particular dos que buscan precisar un aspecto que en la segunda no se había declarado y sólo se explicará cabalmente en el Quijote de 1615: que Ginés robó el asno, pero Sancho se quedó con los aparejos, sobre los cuales dormía (véase II, 3) Con esa mira, donde la primera y la segunda edición traían «iba tras su amo, sentado a la mujeriega sobre su jumento, sacando de un costal», y «picó a Rocinante, y siguiole Sancho con su acostumbrado jumento» (I, 23). la tercera escribe, respectivamente, «iba tras su amo, cargado con todo aquello que había de llevar el rucio, sacando de un costal», y «picó a Rocinante, y siguiole Sancho a pie y cargado merced a Ginesillo de Pasamonte».
En la Segunda parte, a su vez, Cervantes recrea y explica en términos jocosos «quién fue el ladrón que hurtó el rucio a Sancho» (II, 3) y achaca vagamente las anomalías al «descuido del impresor» (II, 4 y 27), saliendo así al paso de las críticas de que venía siendo objeto el desliz cometido en la príncipe e ignorando (y por ende cancelando) los desacertados retoques con que había intentado remediarlo en la segunda y, en otro aspecto, en la tercera impresión.
Adición al capítulo XXIII
Aquella noche llegaron a la mitad de las entrañas de Sierra Morena, adonde le pareció a Sancho pasar aquella noche, y aun otros algunos días, a lo menos todos aquellos que durase el matalotaje que llevaba,[1] y, así, hicieron noche entre dos peñas y entre muchos alcornoques. Pero la suerte fatal, que, según opinión de los que no tienen lumbre de la verdadera fe, todo lo guía, guisa y compone a su modo, ordenó que Ginés de Pasamonte, el famoso embustero y ladrón que de la cadena por virtud y locura de don Quijote se había escapado, llevado del miedo de la Santa Hermandad, de quien con justa razón temía, acordó de esconderse en aquellas montañas, y llevole su suerte y su miedo a la misma parte donde había llevado a don Quijote y a Sancho Panza, a hora y tiempo que los pudo conocer y a punto que los dejó dormir; y como siempre los malos son desagradecidos, y la necesidad sea ocasión de acudir a lo que no se debe, y el remedio presente venza a lo por venir, Ginés, que no era ni agradecido ni bienintencionado, acordó de hurtar el asno a Sancho Panza, no curándose de Rocinante, por ser prenda tan mala para empeñada como para vendida. Dormía Sancho Panza, hurtole su jumento y antes que amaneciese se halló bien lejos de poder ser hallado.
Salió el aurora alegrando la tierra y entristeciendo a Sancho Panza, porque halló menos su rucio;[2] el cual, viéndose sin él, comenzó a hacer el más triste y doloroso llanto del mundo, y fue de manera que don Quijote despertó a las voces y oyó que en ellas decía:
—¡Oh hijo de mis entrañas, nacido en mi misma casa, brinco de mis hijos,[3] regalo de mi mujer,[4] envidia de mis vecinos, alivio de mis cargas y, finalmente, sustentador de la mitad de mi persona, porque con veinte y seis maravedís que ganaba cada día mediaba yo mi despensa![5]
Don Quijote, que vio el llanto y supo la causa, consoló a Sancho con las mejores razones que pudo y le rogó que tuviese paciencia, prometiéndole de darle una cédula de cambio para que le diesen tres en su casa,[6] de cinco que había dejado en ella.
Consolose Sancho con esto y limpió sus lágrimas, templó sus sollozos y agradeció a don Quijote la merced que le hacía; el cual, como entró por aquellas montañas…
Adición al capítulo XXX
Mientras esto pasaba, vieron venir por el camino donde ellos iban a un hombre caballero sobre un jumento, y cuando llegó cerca les pareció que era gitano; pero Sancho Panza, que doquiera que vía asnos se le iban los ojos y el alma, apenas hubo visto al hombre cuando conoció que era Ginés de Pasamonte, y por el hilo del gitano sacó el ovillo de su asno,[1] como era la verdad, pues era el rucio sobre que Pasamonte venía; el cual, por no ser conocido y por vender el asno, se había puesto en traje de gitano, cuya lengua y otras muchas sabía hablar como si fueran naturales suyas. Viole Sancho y conociole, y apenas le hubo visto y conocido, cuando a grandes voces le dijo:
—¡Ah, ladrón Ginesillo! ¡Deja mi prenda, suelta mi vida, no te empaches con mi descanso,[2] deja mi asno, deja mi regalo! ¡Huye, puto; auséntate, ladrón, y desampara lo que no es tuyo![3]
No fueran menester tantas palabras ni baldones, porque a la primera saltó Ginés y, tomando un trote que parecía carrera, en un punto se ausentó y alejó de todos. Sancho llegó a su rucio y, abrazándole, le dijo:
—¿Cómo has estado, bien mío, rucio de mis ojos, compañero mío?
Y con esto le besaba y acariciaba como si fuera persona. El asno callaba y se dejaba besar y acariciar de Sancho sin responderle palabra alguna.[4] Llegaron todos y diéronle el parabién del hallazgo del rucio, especialmente don Quijote, el cual le dijo que no por eso anulaba la póliza de los tres pollinos. Sancho se lo agradeció.