La escuela era un hervidero de comentarios a la hora de la comida. Un profesor lo había oído en la radio durante el recreo, lo había contado en clase y en el recreo de la comida lo sabía todo el mundo. Habían llegado los rusos.
El gran tema de conversación entre los chicos durante la última semana había sido el asesino de Vällingby. Varios lo habían visto, alguno aseguraba incluso que había sido atacado por él.
Habían visto al asesino en cada tipo raro que pasó cerca de la escuela. Cuando en el patio apareció un hombre mayor con la ropa manchada, los chicos corrieron gritando a esconderse dentro. Los más gallitos se armaron con palos de hockey, preparados para cargárselo. Por fortuna, alguien reconoció al hombre como uno de los borrachines de la plaza. Lo dejaron marchar.
Pero ahora eran los rusos. No se sabía mucho de los rusos. Estaban una vez un alemán, un ruso y Bellman. En hockey eran mejores. Se llamaban la Unión Soviética. Ellos y los americanos eran los que hacían viajes al espacio. Los americanos habían fabricado la bomba de neutrones para protegerse de los rusos.
Oskar estaba discutiendo el asunto con Johan en el recreo de la comida.
—¿Crees que los rusos tienen también la bomba de neutrones?
Johan se encogió de hombros.
—Seguro. A lo mejor tienen una en ese submarino.
—¿No hay que tener aviones para tirar bombas?
—No. Las tienen en cohetes que vuelan sin más adonde sea.
Oskar alzó la vista al cielo.
—¿Y se pueden llevar en un submarino?
—Es lo que tiene. Se pueden llevar donde se quiera.
—Las personas mueren y a las casas no les pasa nada.
—Exacto.
—Me pregunto qué pasará con los animales. Johan reflexionó un momento.
—Seguro que se mueren también. Por lo menos los grandes.
Estaban sentados en el borde de la arena donde no jugaba ningún niño pequeño en aquel momento. Johan cogió una buena piedra y la tiró haciendo saltar la arena.
—¡Pum! Todos muertos.
Oskar cogió una piedra más pequeña.
—¡No! ¡Ahí queda un superviviente! ¡Pshiuuu! ¡Misil en la espalda!
Tiraron piedras y chinas, asolaron todas las ciudades de la tierra hasta que oyeron una voz detrás de ellos.
—¿Qué cojones estáis haciendo?
Se dieron la vuelta. Jonny y Micke. Era Jonny el que había hablado. Johan tiró la piedra que tenía en la mano.
—Nada. Sólo estábamos…
—No te he preguntado a ti. ¿Cerdo? ¿Qué estabais haciendo?
—Tirando piedras.
—¿Por qué?
Johan se había echado para atrás, estaba ocupado atándose los cordones.
—Porque… nada.
Jonny miró hacia la arena y extendió el brazo de tal manera que Oskar se estremeció.
—Aquí juegan los niños pequeños. ¿Es que no lo entiendes? Estás estropeando la arena.
Micke meneaba la cabeza apenado.
—Pueden caerse y darse en las piedras.
—Cerdo, ya puedes quitar ahora mismo esas piedras.
Johan estaba todavía ocupado con los zapatos.
—¿Me has oído? Que quites ahora mismo esas piedras.
Oskar se quedó parado, no sabía qué postura adoptar. Estaba claro que a Jonny la arena le importaba un bledo. No era más que lo de siempre. Tardaría por lo menos diez minutos en quitar todas las piedras que habían tirado, Johan no iba a ayudar. Sonaría la campana de entrada de un momento a otro.
—No.
La palabra surgió de sus labios como una revelación. Como cuando alguien pronuncia por primera vez la palabra «dios», refiriéndose realmente a… Dios.