OBSERVO CON atención el rostro de Tobias de camino al comedor en busca de cualquier indicio de decepción. Nos hemos pasado dos horas tumbados en su cama, hablando, besándonos y, al final, durmiendo hasta que hemos oído gritos en el pasillo: gente que se dirige al banquete.
Lo único que veo es que quizá esté un poco más contento que antes. Al menos, sonríe más.
Cuando llegamos a la entrada, nos separamos. Yo entro primero, y corro a la mesa que comparto con Will y Christina. Él entra unos minutos después y se sienta al lado de Zeke, que le pasa una botella oscura, pero él la rechaza.
—¿Dónde te habías metido? —pregunta Christina—. Todos los demás volvieron al dormitorio.
—He estado dando vueltas por ahí. Estaba demasiado nerviosa como para hablar con los demás del tema.
—No tienes por qué estarlo —asegura ella, sacudiendo la cabeza—. Me volví un momento para hablar con Will y ya no estabas.
Detecto una pizca de celos en su voz y, de nuevo, desearía poder explicarle que estaba bien preparada para la simulación por lo que soy. Sin embargo, me limito a encogerme de hombros.
—¿Qué trabajo piensas elegir? —le pregunto.
—Estoy pensando que puede que me guste un trabajo como el de Cuatro, entrenar a los iniciados. Matarlos del susto. Ya sabes, algo divertido. ¿Y tú?
Estaba tan concentrada en superar la iniciación que apenas lo había pensado. Podría trabajar para los líderes de Osadía, pero me matarían si descubren lo que soy. ¿Qué otras opciones hay?
—Supongo… que podría ser embajadora ante las otras facciones. Creo que ser trasladada me ayudaría.
—Esperaba que dijeras que te gustaría formarte como líder —responde Christina, suspirando—. Porque eso es lo que quiere Peter, no dejaba de hablar del tema en el dormitorio.
—Y es lo que yo quiero —añade Will—. Con suerte quedaré por encima de él…, oh, y de los iniciados de Osadía, me había olvidado de ellos —dice, gruñendo—. Ay, Dios, es misión imposible.
—Qué va —responde Christina, dándole la mano como si fuera la cosa más natural del mundo; Will se la aprieta.
—Pregunta —dice ella, echándose hacia delante—: los líderes que examinaban tu paisaje del miedo… estaban riéndose de algo.
—¿Ah, sí? —pregunto, y me muerdo el labio con ganas—. Me alegro de que mi terror los divierta tanto.
—¿Alguna idea de qué obstáculo les hacía tanta gracia?
—No.
—Estás mintiendo, siempre te muerdes el interior de la mejilla cuando mientes. Eso te delata.
Dejo de morderme el interior de la mejilla.
—Will aprieta los labios, si eso te hace sentir mejor —añade, y Will se tapa la boca de inmediato.
—Vale, de acuerdo: me daba miedo la… intimidad.
—Intimidad —repite Christina—. ¿El… sexo?
Me pongo tensa y me obligo a asentir con la cabeza. Aunque solo estuviera aquí Christina y nadie más, también me entrarían ganas de estrangularla. Repaso unas cuantas formas de provocar daños graves con el mínimo esfuerzo. Intento lanzarle llamas con los ojos.
Will se ríe.
—¿Y cómo fue? —pregunta Christina—. Quiero decir, ¿alguien intentó… hacerlo contigo? ¿Quién?
—Bueno, ya sabes, sin rostro… hombre no identificable —respondo—. ¿Qué tal tus polillas?
—¡Me prometiste que no lo dirías! —grita ella, dándome en el brazo.
—Polillas —repite Will—. ¿Te dan miedo las polillas?
—No una simple nube de polillas —responde ella—, sino como… un enjambre entero de polillas. Por todas partes. Todas esas alas, patas y… —Se estremece y sacude la cabeza.
—Aterrador —bromea Will, fingiendo estar serio—. Esa es mi chica, dura como una bola de algodón.
—Oh, cállate.
En algún lugar chirría un micrófono con tanta fuerza que me tapo los oídos. Miro al otro lado de la sala y veo que Eric está encima de una de las mesas, micrófono en mano, dándole golpecitos con la punta de los dedos. Cuando termina y la multitud de Osadía guarda silencio, se aclara la garganta y empieza a hablar.
—Aquí no se nos dan demasiado bien los discursos, la elocuencia es para los eruditos —dice, y la gente se ríe.
Me pregunto si sabrán que él viene de Erudición, que bajo toda su falsa temeridad e incluso brutalidad osada, es más un erudito que otra cosa. Si lo supieran, dudo que se rieran con él.
—Así que voy a ser breve —sigue diciendo—. Es un nuevo año y tenemos un nuevo grupo de iniciados y un grupo ligeramente más pequeño de nuevos miembros. Les damos nuestra enhorabuena.
Al oír la palabra «enhorabuena», los asistentes, en vez de romper en aplausos, se ponen a dar puñetazos en las mesas. El ruido me vibra dentro del pecho y sonrío.
—Creemos en la valentía. Creemos en la acción. Creemos en liberarnos del miedo y en adquirir las habilidades necesarias para eliminar el mal de nuestro mundo, de modo que el bien pueda prosperar y florecer. Si vosotros también creéis en estas cosas, os damos la bienvenida.
Aunque sé que es muy probable que Eric no crea en ninguna de esas cosas, no puedo evitar sonreír, ya que yo sí creo en ellas. Por mucho que los líderes de Osadía hayan retorcido los ideales de la facción, esos ideales siguen siendo los míos.
Más puñetazos, esta vez acompañados de gritos de júbilo.
—Mañana, en su primer acto como miembros, nuestros diez mejores iniciados elegirán su profesión en el orden en que hayan quedado clasificados —dice Eric—. Sé que lo que todos esperáis es la clasificación. Se determina a partir de una combinación de tres puntuaciones: la primera, de la etapa de entrenamiento en combate; la segunda, de la etapa de simulaciones; y la tercera, del examen final, el paisaje del miedo. La clasificación aparecerá en la pantalla que tengo detrás.
En cuanto la palabra «detrás» sale de su boca, los nombres aparecen en la pantalla, que es casi tan grande como la pared. Al lado del número uno está mi foto y el nombre «Tris».
Es como si me quitaran un peso del pecho. No me había dado cuenta de que ese peso estaba ahí hasta que desaparece y dejo de sentirlo. Sonrío y noto un cosquilleo por todo el cuerpo: la primera. Divergente o no, esta facción es la mía.
Me olvido de la guerra; me olvido de la muerte. Will me da un abrazo de oso. Oigo vítores, risas y gritos. Christina señala la pantalla con los ojos muy abiertos y llenos de lágrimas.
1. Tris
2. Uriah
3. Lynn
4. Marlene
5. Peter
Peter se queda; reprimo un suspiro. Pero, entonces leo el resto de los nombres.
6. Will
7. Christina
Sonrío, y Christina se inclina sobre la mesa para abrazarme. Estoy demasiado distraída para protestar por la demostración de afecto, y ella se ríe en mi oído.
Alguien me agarra por detrás y me grita al oído; es Uriah. No puedo girarme, así que echo una mano atrás y le aprieto el hombro.
—¡Enhorabuena! —le grito.
—¡Les has vencido! —me grita; después me suelta, riéndose, y corre hacia un grupo de iniciados nacidos en Osadía.
Estiro el cuello para volver a mirar la pantalla y sigo bajando por la lista.
El octavo, el noveno y el décimo son chicos de Osadía cuyos nombres apenas reconozco.
El once y el doce son Molly y Drew.
Molly y Drew están fuera. Drew, el que intentó huir mientras Peter me tenía agarrada por el cuello sobre el abismo, y Molly, que contó mentiras a Erudición sobre mi padre, se quedarán sin facción.
No es la victoria que quería, pero no deja de ser una victoria.
Will y Christina se besan con demasiado baboseo para mi gusto. A mi alrededor solo se oyen los puñetazos de los osados en las mesas. Entonces noto que alguien me toca el hombro y, al volverme, veo a Tobias detrás de mí. Me levanto y esbozo una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Crees que abrazarte sería arriesgarse demasiado? —pregunta.
—La verdad es que me da lo mismo.
Me pongo de puntillas y le beso en los labios.
Es el mejor momento de mi vida.
Un instante después, el pulgar de Tobias roza el punto del cuello donde me pusieron la inyección y unas cuantas cosas encajan de repente. No sé cómo no me había dado cuenta antes.
Uno: El suero teñido contiene transmisores.
Dos: Los transmisores conectan la mente a un programa de simulación.
Tres: Erudición desarrolló el suero.
Cuatro: Eric y Max trabajan con Erudición.
Me aparto de Tobias y me quedo mirándolo con los ojos como platos.
—¿Tris? —pregunta, desconcertado.
—Ahora no —respondo, sacudiendo la cabeza, aunque quería decir: «Aquí no». No con Will y Christina a medio metro de mí (mirándonos con la boca abierta, seguramente porque acabo de besar a Tobias) y el estruendo de Osadía a nuestro alrededor. Pero tiene que saber lo importante que es.
—Después, ¿vale? —le digo.
Él asiente con la cabeza. Ni siquiera sé cómo se lo voy a explicar después; ni siquiera sé cómo pensar con claridad.
Lo que sí sé es cómo Erudición piensa hacernos luchar.