ESTA NOCHE no vuelvo al dormitorio. Dormir en el mismo cuarto que la gente que me atacó solo para parecer valiente habría sido una estupidez. Cuatro duerme en el suelo y yo en su cama, encima de la colcha, respirando el aroma de su funda de almohada. Huele a detergente y a algo denso, dulce y claramente masculino.
El ritmo de su respiración se ralentiza y me asomo un poco para ver si está dormido. Está tumbado boca abajo, con un brazo alrededor de la cabeza. Tiene los ojos cerrados y los labios entreabiertos. Por primera vez aparenta la poca edad que tiene y me pregunto quién será en realidad. ¿Quién es cuando no es de Osadía, ni instructor, ni Cuatro, ni nada en particular?
Sea quien sea, me gusta. Me resulta más fácil admitirlo ahora, a oscuras, después de todo lo sucedido. No es dulce ni cariñoso, ni tampoco especialmente amable, pero es listo y valiente, y, a pesar de haberme salvado, me ha tratado como si yo fuera una persona fuerte. Es lo único que necesito saber.
Me quedo mirando cómo se le dilatan y contraen los músculos de la espalda hasta que me quedo dormida.
Me despierto dolorida por todas partes. Hago una mueca al sentarme, sosteniéndome las costillas, y me acerco al espejito de la pared de enfrente. Soy demasiado baja para reflejarme en él, pero consigo verme la cara poniéndome de puntillas. Como esperaba, tengo un moratón azul oscuro en la mejilla. Odio la idea de dejarme caer con esta pinta en la silla del comedor, pero me he quedado con las instrucciones de Cuatro: debo arreglar las cosas con mis amigos, necesito parecer débil para obtener protección.
Me recojo el pelo en un moño detrás de la cabeza. La puerta se abre y entra Cuatro con una toalla en la mano y el pelo reluciente de la ducha. Noto un escalofrío en el estómago cuando veo la línea de piel que aparece sobre su cinturón cuando levanta la mano para secarse el pelo; tengo que obligarme a mirarlo a la cara.
—Hola —lo saludo con voz tensa; ojalá no sonara tensa.
Él me toca la mejilla amoratada con la punta de los dedos.
—No está mal —comenta—. ¿Qué tal tu cabeza?
—Bien —respondo, aunque miento, ya que la noto palpitar.
Me rozo el chichón con los dedos y el dolor me recorre todo el cuero cabelludo. Podría ser peor, podría estar flotando en el río.
Se me tensan todos los músculos del cuerpo cuando baja la mano hasta mi costado, donde me dieron la patada. Lo hace como si nada, pero yo me quedo paralizada.
—¿Y el costado? —pregunta con voz grave.
—Solo me duele cuando respiro.
—Va a ser difícil evitarlo —responde, sonriendo.
—Seguro que Peter montaría una fiesta si dejo de respirar.
—Bueno, yo solo iría si invitan a tarta.
Me río y hago una mueca; pongo una mano encima de la suya para sujetarme las costillas. Él la baja despacio, rozándome el costado con la punta de los dedos. Después levanta por fin los dedos y noto un dolor en el pecho. Cuando termine este momento, tengo que recordar lo que pasó anoche; y quiero quedarme aquí, con él.
Asiente con la cabeza y salimos los dos.
—Yo iré primero —dice cuando llegamos a la puerta del comedor—. Nos vemos después, Tris.
Atraviesa las puertas y me quedo sola. Ayer me dijo que creía que yo tendría que fingir ser débil, pero se equivocaba, ya que no tendré que fingir nada. Me preparo apoyando la espalda en la pared y apretándome la frente con las manos. Me cuesta respirar hondo, así que respiro deprisa unas cuantas veces. No puedo dejar que pase, me atacaron para hacerme sentir débil y, para protegerme, puedo fingir que tuvieron éxito, pero no permitir que sea cierto.
Me aparto de la pared y entro en el comedor sin pensarlo más. Tras dar unos pasos recuerdo que tiene que parecer que soy débil, así que freno un poco, me pego a la pared y mantengo la cabeza gacha. Uriah, que está en la mesa de al lado de la de Will y Christina, levanta la mano para saludarme… y la vuelve a bajar.
Me siento al lado de Will.
Al no está aquí, no está por ninguna parte.
Uriah se sienta a mi lado, y deja su magdalena a medio comer y su vaso de agua a medio beber en la otra mesa. Durante un segundo, los tres se limitan a mirarme.
—¿Qué te ha pasado? —pregunta Will, bajando la voz.
Miro por encima de su hombro, hacia la mesa que está detrás de la nuestra. En ella está Peter comiéndose una tostada y susurrándole algo a Molly. Aprieto con fuerza la mesa, quiero hacerle daño, pero no es el momento.
Drew no está, lo que significa que sigue en la enfermería. Al pensarlo noto un placer malvado.
—Peter, Drew… —empiezo a decir en voz baja; me agarro el costado cuando alargo la mano para coger una tostada porque me duele al estirarme, así que al final hago una mueca y me inclino hacia delante con toda la intención del mundo—. Y… —añado, tragando saliva—. Y Al.
—Dios mío —dice Christina con los ojos muy abiertos.
—¿Estás bien? —pregunta Uriah.
Los ojos de Peter se encuentran con los míos y tengo que obligarme a apartar la mirada. Mostrarle que le tengo miedo hace que note un sabor amargo en la boca, pero debo hacerlo. Cuatro tenía razón, debo hacer todo lo posible para asegurarme de que no vuelvan a atacarme.
—No mucho —respondo.
Me arden los ojos y no lo estoy fingiendo, a diferencia de la mueca de antes. Me encojo de hombros y empiezo a creerme la advertencia de Tori: Peter, Drew y Al estaban dispuestos a tirarme al abismo por celos, ¿por qué no voy a creerme que los líderes de Osadía sean capaces de asesinar?
Me siento incómoda, como si llevase puesta la piel de otra persona. Si no tengo cuidado, moriré. Ni siquiera puedo confiar en los líderes de mi facción, en mi nueva familia.
—Pero si no eres más… —empieza Uriah, apretando los labios—. No es justo, ¿tres contra uno?
—Sí, con lo que se preocupa Peter por la justicia. Por eso fue a por Edward mientras dormía y le clavó un cuchillo en el ojo —responde Christina, sacudiendo la cabeza—. Pero ¿Al? ¿Estás segura, Tris?
Me quedo mirando el plato, soy la siguiente Edward. Sin embargo, a diferencia de él, yo no pienso irme.
—Sí, estoy segura.
—Tiene que haber sido por desesperación —comenta Will—. Ha estado comportándose… No sé, como otra persona. Desde que empezó la segunda etapa.
Entonces Drew entra en el comedor arrastrando los pies. Dejo caer la tostada y se me queda la boca abierta.
Decir que está «magullado» sería decir poco. Tiene la cara hinchada y morada, un labio roto y un corte en la ceja. Mantiene la cabeza baja de camino hacia su mesa, ni siquiera la levanta para mirarme. Miro a Cuatro, que está al otro lado del comedor; esboza la sonrisa satisfecha que a mí me gustaría esbozar.
—¿Lo has hecho tú? —pregunta Will entre dientes.
—No, alguien, no vi quién era, me encontró antes de que… —Me interrumpo y trago saliva, decirlo en voz alta hace que sea peor, que sea real—. Antes de que me tiraran al abismo.
—¿Te iban a matar? —pregunta Christina en voz baja.
—Puede. Quizá solo planearan colgarme por encima de él para asustarme —respondo, y encojo un hombro—. Funcionó.
Christina me mira con cara de pena y Will clava una mirada furibunda en la mesa.
—Tenemos que hacer algo —dice Uriah en voz baja.
—¿El qué? ¿Darles una paliza? —pregunta Christina—. Parece que ya se ha encargado alguien.
—No, ese dolor pueden superarlo —contesta Uriah—. Tenemos que echarlos de la clasificación, eso arruinará su futuro. Para siempre.
Cuatro se levanta y se coloca entre las dos mesas, cortando de golpe la conversación.
—Trasladados, hoy vamos a hacer algo distinto —dice—. Seguidme.
Nos levantamos y Uriah arruga la frente.
—Ten cuidado —me pide.
—No te preocupes —contesta Will—. La protegeremos.
Cuatro nos saca del comedor y nos lleva por los senderos que rodean el Pozo. Tengo a Will a la izquierda y a Christina a la derecha.
—No llegué a decirte que lo siento —comenta Christina—. Por llevarme la bandera cuando fuiste tú quien se la ganó. No sé qué me pasó.
No estoy segura de si será inteligente perdonarla…, perdonarlos a los dos, después de lo que me dijeron ayer cuando salió la clasificación. Sin embargo, mi madre me diría que la gente tiene sus defectos y que hay que ser comprensivo con ellos. Y Cuatro me pidió que confiara en mis amigos.
No sé en quién debería confiar más, puesto que ya no sé quiénes son mis amigos de verdad. ¿Uriah y Marlene, que estuvieron de mi parte incluso después de parecer fuerte, o Christina y Will, que siempre me han protegido cuando parecía débil?
Cuando sus grandes ojos castaños se encuentran con los míos, asiento con la cabeza.
—Vamos a olvidarlo.
Sigo queriendo estar enfadada, pero tengo que desprenderme de mi rabia.
Subimos más que nunca antes, hasta que la cara de Will se pone blanca cada vez que mira abajo. Casi siempre disfruto de las alturas, así que me agarro al brazo de Will como si necesitara su apoyo…, aunque, en realidad, le estoy prestando el mío. Sonríe, agradecido.
Cuatro se vuelve y retrocede unos pasos… de espaldas, de espaldas en un sendero estrecho sin barandilla. ¿Tan bien conoce este lugar?
Mira a Drew, que arrastra los pies al final del grupo, y dice:
—¡Acelera, Drew!
Es un chiste cruel, pero me cuesta reprimir una sonrisa…, hasta que Cuatro se fija en que voy agarrada al brazo de Will y veo que se pone muy serio. Su expresión me provoca escalofríos, ¿está celoso?
Nos acercamos cada vez más al techo de cristal y, por primera vez en varios días, veo el sol. Cuatro sube unas escaleras metálicas que llevan a un agujero del techo. Crujen bajo los pies y miro abajo, al Pozo y al abismo.
Caminamos sobre el cristal, que es más bien un suelo que un techo, y atravesamos una habitación cilíndrica con paredes de cristal. Los edificios que nos rodean están medio derruidos y parecen abandonados, seguramente por eso nunca había visto el complejo de Osadía antes de llegar aquí. Además, el sector de Abnegación está muy lejos.
En la habitación de cristal hay varios miembros de Osadía hablando en grupos, dos de ellos luchan con palos y se ríen cuando uno de ellos no acierta y golpea el aire. Sobre mí hay dos cuerdas que cruzan la sala, una unos pocos metros más alta que la otra. Seguramente tiene algo que ver con las atrevidas proezas que dan fama a la facción.
Cuatro nos lleva hacia otra puerta. Al otro lado hay un espacio frío y húmedo con paredes llenas de grafitis y tuberías al aire. La habitación está iluminada mediante una serie de anticuados tubos fluorescentes con cubiertas de plástico; deben de ser muy viejos.
—Esto es un tipo de simulación distinta, conocida como el paisaje del miedo —dice Cuatro; le brillan los ojos—. La han desactivado para nosotros, así que no tendrá este aspecto la próxima vez que la veáis.
Detrás de él han pintado en rojo con letras artísticas la palabra «Osadía» en un muro de hormigón.
—A lo largo de las simulaciones hemos almacenado datos sobre vuestros peores miedos. El paisaje del miedo accede a esos datos y os presenta una serie de obstáculos virtuales. Algunos serán miedos a los que ya os hayáis enfrentado en las anteriores simulaciones. Otros miedos serán nuevos. La diferencia es que, en el paisaje del miedo, seréis conscientes de que se trata de una simulación, así que estaréis alerta durante todo el proceso.
Eso significa que todos serán divergentes en el paisaje del miedo. No sé si es un alivio, ya que no me podrán detectar, o un problema, ya que no contaré con esa ventaja.
—El número de miedos que tengáis en vuestros paisajes variará según el número de miedos que tenga cada uno —sigue explicando Cuatro.
¿Cuántos miedos tendré? Pienso en enfrentarme de nuevo a los cuervos y me estremezco, aunque el aire está caliente.
—Ya os dije antes que la tercera etapa de la iniciación se centra en la preparación mental —dice Cuatro; recuerdo cuándo lo dijo, el primer día, justo antes de ponerle a Peter una pistola en la cabeza. Qué pena que no disparara.
—Eso es porque debéis controlar tanto las emociones como el cuerpo, combinar las habilidades físicas que adquiristeis en la primera etapa con el dominio emocional que aprendisteis en la segunda para estar equilibrados —explica; uno de los tubos fluorescentes del techo parpadea; Cuatro deja de mirar a los iniciados y se centra en mí—. La semana que viene pasaréis lo más deprisa posible por vuestro paisaje del miedo delante de un tribunal de líderes de Osadía. Será la prueba final, la que determinará la clasificación de la tercera etapa. Igual que la segunda tenía más peso que la primera, la tercera es la que más se valora de todas. ¿Lo entendéis?
Todos asentimos con la cabeza, incluso Drew, que duele solo de mirarlo.
Si hago bien mi última prueba tengo muchas posibilidades de quedar entre los diez primeros y convertirme en miembro. Convertirme en miembro de Osadía. La idea casi hace que me maree de alivio.
—Tenéis dos formas de superar cada obstáculo: o conseguís calmaros lo suficiente para que la simulación registre un pulso normal y uniforme, o conseguís enfrentaros a vuestro miedo, lo que puede obligar a la simulación a seguir adelante. Un modo de enfrentarse al miedo a morir ahogado es sumergirse a más profundidad, por ejemplo —dice Cuatro, encogiéndose de hombros—. Así que os sugiero que aprovechéis la próxima semana para meditar sobre vuestros miedos y desarrollar estrategias para enfrentaros a ellos.
—No parece justo —protesta Peter—. ¿Y si una persona solo tiene siete miedos y otra tiene veinte? No es culpa suya.
Cuatro se queda mirándolo unos segundos antes de reírse.
—¿De verdad quieres hablar conmigo de justicia? —le pregunta; se acerca a Peter, y el grupo de iniciados le abre paso hasta que se coloca delante de él, cruza los brazos y añade, en tono asesino—: Entiendo que estés preocupado, Peter. Lo que pasó anoche prueba sin lugar a dudas que eres un despreciable cobarde. —Peter le devuelve la mirada, inmutable—. Bueno, ahora todos sabemos que te da miedo una chica bajita y escuálida de Abnegación —dice Cuatro, sonriendo.
Will me rodea con un brazo, mientras que la risa reprimida de Christina hace que se le agiten los hombros. Y yo también consigo encontrar una sonrisa dentro de mí.
Cuando volvemos al dormitorio por la tarde, Al está allí.
Will se pone detrás de mí y me sujeta los hombros un poco, como para recordarme que está conmigo. Christina se acerca más a mí.
Hay sombras bajo los ojos de Al, y tiene la cara hinchada de tanto llorar. Noto una punzada de dolor cuando lo veo, y no puedo moverme. El olor a hierba limón y salvia, que antes me gustaba, ahora me huele a rancio.
—Tris —dice Al, y se le rompe la voz—. ¿Puedo hablar contigo?
—¿Estás de coña? —pregunta Will, apretándome los hombros—. No te vuelvas a acercar a ella en la vida.
—No te haré daño, no quería hacerte daño… —insiste Al, tapándose la cara con ambas manos—. Solo quería decirte que lo siento, que lo siento mucho. No… No sé qué me pasa. Por favor, perdóname, por favor…
Levanta un brazo como si fuera a tocarme el hombro o una mano; tiene la cara cubierta de lágrimas.
En algún lugar de mi interior hay una persona compasiva y bondadosa. En algún lugar hay una chica que intenta comprender por lo que pasa la gente, que acepta que las personas hacen cosas malas y que la desesperación las conduce a lugares más oscuros de lo que jamás habrían imaginado. Juro que esa chica existe y que sufre por el chico arrepentido que tengo delante.
Pero, si la viera, no la reconocería.
—Aléjate de mí —digo en voz baja; me noto rígida y fría, y no estoy enfadada, no estoy dolida, no estoy nada—. No vuelvas a acercarte a mí —añado.
Nos miramos a los ojos, los suyos son oscuros y vidriosos. Yo no soy nada.
—Si lo haces, te juro por Dios que te mataré —le digo—, cobarde.