Epílogo

Un año después

—Mirad al pobre desgraciado —dijo Kirian, que estaba cenando en el Café Pontalba con Amanda, Grace, Julian, Selena y Bill—. Tendría que haberme compadecido de él y matarlo cuando tuve la oportunidad.

A través de la puerta que tenían a la derecha, podían ver a Tabitha y a Valerio caminando en dirección a la Catedral de San Luis.

Las tres mujeres fruncieron el ceño mientras observaban a la pareja.

—¿Qué le pasa? —preguntó Amanda.

—La ha cagado —comentó Bill antes de beber un trago de cerveza—. ¿Qué habrá hecho mal ahora?

—¿De qué estáis hablando? —preguntó Selena.

—Conozco los andares de las Devereaux —le explicó Kirian, meneando la cabeza. Esa forma de caminar con la que se expresan sin necesidad de hablar—: «Esta noche te vas a comer una mierda, chaval, así que no se te ocurra preguntarme siquiera».

—¡Tú lo has dicho! —convino Bill—. Pero tienes la suerte de haberte casado con la única hermana incapaz de lanzarte una maldición en mitad de un cabreo. Muchísima suerte.

—¿Cómo dices? —exclamó Selena, que estaba mirando a su marido echando chispas por los ojos.

Kirian se echó a reír.

—Yo que tú no me reiría tanto —le advirtió Amanda con sequedad mientras observaban cómo Tabitha colocaba su mano en la cara a Valerio para que cerrara la boca. Acto seguido echó a andar de nuevo mientras él la seguía gesticulando de modo conciliador.

—Esa forma de andar me repatea —murmuró Bill.

—Creo que los dos vais a ver muy cerca esos andares esta noche —comentó Julian antes de sacar el transmisor. Buscó el nombre de Otto en el menú y en cuanto lo localizó, pulsó el botón para hablar con él—. ¿Otto? ¿Dónde estás?

—En el Café Du Monde. ¿Por qué?

—¿Ves desde ahí a Valerio y a Tabitha? Creo que van hacia ti por Pedestrian Mall.

Otto soltó un resoplido.

—Sí, ya los veo. Pues ya podrían buscarse una habitación, la verdad.

—¿Cómo dices? —preguntó Julian.

—Que están dándose el lote como dos adolescentes en pleno calentón.

Amanda y Selena lanzaron a sus esposos sendas miradas indignadas.

—No me lo creo —replicó Kirian, que se puso en pie y salió corriendo del restaurante seguido de Bill, que lo imitó al instante.

Cuando doblaron la esquina de la manzana, vieron a la pareja delante de la tienda de Selena.

Sí, estaban dándose un magreo en toda regla.

—¡Oye! —exclamó Bill—. ¿No sabéis que en esta ciudad los comportamientos inmorales en la calle están penados por la ley?

—¿Recuerdas lo que te pasó la última vez que intentaste echarle un sermón a una Devereaux sobre las ordenanzas municipales? —se burló Tabitha.

Bill se quedó pálido.

Ella se echó a reír y después siguió con lo que estaba haciendo antes de que su cuñado la interrumpiera de un modo tan desconsiderado.