Valerio se sentía dividido entre la lealtad y el deber. Como Cazador Oscuro quería encontrar a Aquerón, pero como hombre se negaba a dejar sola a Tabitha, que montaba guardia en la tienda de su hermana hasta que Tate, el forense, llegara.
Había contactado, uno a uno, con sus familiares para asegurarse de que estaban bien.
Sin embargo, titubeó cuando llegó el momento de hacer la última llamada.
—No puedo llamar a mi madre para decírselo —dijo con los ojos cuajados de lágrimas—. No puedo.
El teléfono sonó.
Adivinó quién era en cuanto vio la expresión que puso Tabitha.
Le quitó el móvil de las manos y lo abrió.
—Tabitha Devereaux —dijo en voz baja.
—¿Quién habla? —preguntó una voz femenina muy nerviosa.
—Soy… —Se detuvo antes de decirle su nombre completo, sin duda lo asociaría con el de un enemigo y eso empeoraría su estado—. Soy Val —dijo con voz firme—, un amigo de Tabitha.
—Soy su madre. Necesito saber si está bien.
—Tabitha —la llamó, dulcificando el tono de voz mientras le pasaba el teléfono—, tu madre quiere saber si estás bien.
Ella carraspeó, pero no cogió el móvil.
—Estoy bien, mamá, no te preocupes.
Volvió a llevarse el teléfono a la oreja.
—Señora Devereaux…
—No diga nada… —dijo ella, pero se le quebró la voz—. Ya lo sé. Ahora necesito a mi niña conmigo, en casa. No quiero que esté sola. ¿Podría traerla a casa?
—Sí.
La mujer colgó.
Él cortó la llamada antes de devolverle el móvil a Tabitha, que guardó en un bolsillo.
No sabía qué hacer para mitigar su dolor, y la impotencia era una sensación que aborrecía. Su mente se empeñaba en buscar algo que decirle en semejantes circunstancias, pero sabía por experiencia que no había nada que decir.
Lo único que podía hacer era abrazarla.
—¿Hay alguien por ahí? —preguntó la voz de Otto por el transmisor—. Estoy en la casa de Nick. La puerta principal está abierta y esto pinta fatal. Necesito un recuento inmediatamente.
Kyr respondió a la señal al instante, al igual que Talon y Janice. El siguiente fue Julian, seguido de Zoe y, por último, él.
Esperaron a que los demás dieran señales de vida.
Nadie lo hizo.
—¿Nick? —llamó Otto—. ¿Estás por ahí, cajún? Vamos, tío, respóndeme con alguna insolencia.
No hubo respuesta.
Valerio se quedó helado.
—¿Jean-Luc? —llamó Otto.
Siguieron sin escuchar nada.
—¿Aquerón?
Una atroz oleada de pánico lo atravesó al tiempo que Tabitha lo miraba con expresión aterrorizada.
Ambos sabían cuáles eran los siguientes nombres antes de que Otto hablara.
—¿Kirian? ¿Kassim?
Solo se escuchó el ruido de estática.
Sacó el transmisor del cinturón y cambió de canal para hablar solo con Otto.
—¿Qué ha pasado en casa de Nick?
—Cherise está muerta y no hay ni rastro de él. He encontrado su arma junto a un charco de sangre al lado del cadáver de su madre. Le falta una bala, pero Cherise no ha muerto así.
Apretó los dientes al entender lo que quería decir su escudero.
—¿Ha sido un daimon?
—Sí.
Tabitha soltó un taco y se levantó de un salto de la silla.
—Tengo que ir a ver a Amanda.
—Otto, reúnete con nosotros en casa de Kirian. —Volvió a cambiar de canal para hablar con todo el grupo—. ¿Janice? ¿Talon? ¿Zoe? ¿Podéis comenzar la búsqueda de Jean-Luc?
—¿Quién te ha puesto al mando, romano? —masculló Zoe.
Sin embargo, no estaba de humor para gilipolleces y mucho menos cuando tenía que seguir a Tabitha.
—Cierra la boca, amazona. Esto no tiene nada que ver con que yo sea romano. Tiene que ver con tus compañeros de armas y con sus vidas.
Julian respondió a su llamada.
—Voy a casa de Kirian.
—No, por favor. Quédate con tu mujer y tus hijos. Asegúrate de que están a salvo.
—Muy bien. Pero llámame en cuanto sepas algo.
Tabitha ya estaba sentada al volante de su Mini Cooper. Él se sentó en el asiento del copiloto y cerró la puerta con fuerza.
Tabitha metió la marcha atrás y no se molestó en pararse para abrir la verja de madera. La atravesó sin miramientos y salió pitando.
Tuvo que agarrarse al salpicadero mientras ella sorteaba el tráfico como una posesa en dirección a la casa de su hermana.
Cuando llegaron, tampoco se detuvo para abrir la verja de hierro de la mansión. Así que levantó el brazo para protegerse la cara mientras ella estrellaba el coche contra la verja y arrancaba los barrotes de los pilones de piedra.
Tabitha detuvo el coche justo delante de la puerta principal y salió disparada sin apagar el motor siquiera.
Él no dudó en seguirla.
Desde el exterior todo parecía normal. Las luces estaban encendidas y, una vez que Tabitha abrió la puerta de una patada, les llegó el rumor de una tele encendida en la planta superior.
—¿Mandy? —dijo Tabitha a gritos.
Su hermana no contestó.
—¡Papá! —gritó alguien desde arriba—, tu postre ha llegado.
Artemisa se detuvo a las puertas del cementerio donde presentía la presencia de Aquerón. Se estremeció de asco. Siempre había odiado esos lugares, aunque él parecía tener cierta debilidad por ellos.
—¿Aquerón? —lo llamó mientras atravesaba el muro de piedra.
El terreno era irregular y caminar resultaba dificultoso. De modo que decidió levitar.
—¿Aquerón?
Una llamarada le rozó la cabeza.
La esquivó, estaba a punto de devolver el ataque cuando vio a la mascota de Aquerón. Torció el gesto mientras observaba al demonio, pero en ese instante se percató de que estaba abrazando a Aquerón, que se retorcía como si lo estuvieran torturando.
—¿Qué le has hecho? —le preguntó a la criatura.
El demonio siseó.
—Simi no le ha hecho nada, foca. Tú eres quien hace daño al akri de Simi. Simi no hace daño.
En otro momento se habría parado para discutir esa cuestión, pero Aquerón se retorcía como si estuviera agonizando de dolor.
—¿Qué le ha pasado?
—Son las almas que los daimons se están comiendo. Gritan cuando mueren y hay muchas esta noche. Simi no puede pararlo.
—¿Aquerón? —lo llamó de nuevo mientras se arrodillaba a su lado—. ¿Me oyes?
Él se apartó al instante.
Intentó tocarlo, pero el demonio la atacó.
—¡No toques al akri de Simi!
¡Joder con los carontes! El único que podía controlarlos era…
No, había dos criaturas que podían controlarlos.
—Apolimia —dijo a la niebla que la rodeaba—, ¿me oyes?
Flotando en la brisa le llegó el eco de una carcajada siniestra. La diosa atlante no podía abandonar físicamente su confinamiento, pero era tan poderosa que tanto su voz como su voluntad traspasaban las barreras de su prisión.
—Vaya, vaya, ¿ahora me hablas, zorra? ¿Por qué iba a escucharte?
Refrenó su temperamento antes de responder al insulto y provocar de ese modo que la diosa le diera la espalda.
—No puedo ayudar a Aquerón. Su demonio no me deja. Necesito tu ayuda.
—¿Y a mí qué me importa?
—Es que… —Apretó los dientes antes de pronunciar las palabras más difíciles de toda su vida—. Por favor. Ayúdame, por favor.
—¿Qué me darás a cambio de este servicio? ¿Me devolverás a mi hijo?
La simple idea le hizo torcer el gesto. Jamás lo liberaría.
—No puedo hacerlo y tú lo sabes. —Sintió que Apolimia se alejaba—. ¡No! —se apresuró a decir—. Si me haces este favor, liberaré a Katra de mi servicio. Estará a tus órdenes y ya no verá dividida su lealtad.
Volvió a escuchar la risa de la diosa. Aunque se cortó en seco.
—Lo habría ayudado de todas formas, imbécil. Pero te agradezco el regalo.
Cuando la Destructora acabó de hablar, la zona quedó envuelta en un extraño halo rojizo que adoptó la forma de una mano antes de rodear el cuerpo de Aquerón y acunarlo. Él soltó un grito como si estuviera sufriendo un dolor insoportable y acto seguido su cuerpo se quedó rígido.
—¿Akri? —chilló el demonio con el rostro demudado por el pánico.
En ese momento y al tiempo que la neblina se evaporaba, la tensión abandonó a Aquerón.
Artemisa soltó el aliento muy despacio sin quitarle los ojos de encima, temerosa de que Apolimia hubiera empeorado su estado solo por contrariarla. El demonio lo acunó contra su cuerpo y le apartó el largo cabello negro del rostro.
Su respiración parecía tranquila.
—¿Simi? —musitó al tiempo que alzaba la vista hacia el demonio. Su expresión era tan tierna que lo odió por ello al instante.
—No hables, akri, Simi quiere que descanses.
Aquerón se pasó una mano por el pelo y en ese instante se percató de su presencia. La ternura abandonó sus facciones.
—¿Qué estás haciendo…? —Dejó la frase en el aire como si acabara de caer en la cuenta de algo.
Se desvaneció, dejándola a solas con el demonio en el cementerio.
Molesta por sus modales, cruzó los brazos por delante del pecho.
—¡Habría sido todo un detalle que me dieras las gracias!
Aunque sabía que Aquerón no la escuchaba. Tenía una habilidad increíble para hacer oídos sordos a sus palabras.
Su único consuelo fue ver que el demonio parecía tan sorprendido como ella. Sin embargo, vio que abría los ojos de par en par y se transformaba en humana… con cuernos.
—¡Tienen a Marissa! —dijo antes de desaparecer.
Tabitha se abalanzó sobre el daimon, que se rió de ella mientras se hacía a un lado y le asestaba un puñetazo en la espalda. Sintió un dolor espantoso.
Valerio rugió de furia antes de dispararle.
Falló.
El daimon se echó a reír de nuevo.
—Veamos si el general romano muere gritando el nombre de su mujer como hizo el griego.
Esas palabras la dejaron sin respiración. Kirian no estaba muerto. No lo estaba.
—¡Mientes! —gritó.
Se volvió para ver a Valerio enfrentándose al daimon en el mismo momento en el que aparecían más contrincantes por la escalinata. Bajaban como una hilera de hormigas furiosas que salieran del hormiguero.
Dos de ellos la atraparon. Intentó defenderse, pero sus golpes parecían rebotar contra sus cuerpos sin hacerles el menor daño.
Valerio se libró de su oponente y le pasó una de sus espadas.
Una vez que la cogió, se giró para enfrentarse a tres daimons. Ensartó al que tenía más cerca, pero el daimon no explotó. En cambio, la miró con una sonrisa.
—No puedes matar a los siervos de la diosa, humana. Los Illuminati no somos daimons normales y corrientes.
Se obligó a no dejarse dominar por el pánico.
—¿Valerio? ¿A qué diosa se refiere?
—Solo hay una diosa, estúpida. Y no es Artemisa —respondió el daimon antes de clavarle los colmillos en el cuello.
Gritó de dolor.
De repente, algo la apartó de él. Cuando alzó la vista, vio que Valerio los estaba retando.
—¡No la toquéis!
El daimon chasqueó la lengua.
—No te preocupes, Cazador, porque antes de que muera, todos habremos probado su sangre. Lo mismo que hicimos con su hermana.
El dolor la hizo gritar de nuevo.
—¡Cabrones!
Otro daimon la cogió por detrás.
—Por supuesto que lo somos. En un requisito para convertirse en spati. —Le asestó un revés que la tiró al suelo.
Notó el sabor de su propia sangre en los labios, pero no se arredró. No iba a permitir que se fueran de rositas después de lo que habían hecho.
Mientras se alejaba del daimon a trompicones para coger la espada que había salido volando hasta el pie de la escalera, alzó la vista y se quedó helada. Horrorizada.
Kirian estaba junto a la escalinata, con el cuerpo en el descansillo, la cabeza colgando sobre el escalón y el brazo derecho extendido. Una espada griega manchada de sangre yacía más abajo, sobre los escalones. Tenía los ojos abiertos, la mirada vidriosa y un reguero de sangre en los labios. Sin embargo, fue la herida que tenía en el pecho lo que la dejó boquiabierta.
Lo habían matado.
A escasa distancia de su cadáver se veían dos pies de mujer y el borde de un camisón rosa, cerca de la puerta de la habitación de Marissa.
Y en ese momento vio a Ulric, que pasaba por encima del cuerpo de Amanda, en dirección a las escaleras, con la pequeña en brazos.
—¡Papá! —chilló su sobrina mientras intentaba zafarse del daimon para llegar hasta su padre. Los cuadros que adornaban el pasillo cayeron sobre Ulric, pero él ni se inmutó.
—Papi, mami, arriba. —Marissa le tiró del pelo y le mordió—. ¡Arriba!
—¡Amanda! ¡Amanda! ¡Amanda! —Estaba tan aterrada que al principio no supo quién estaba llamando a su hermana a gritos. Después, cuando se quedó sin voz, comprendió que los gritos histéricos habían salido de su boca.
Cogió la espada y comenzó a subir la escalera. Ulric la apartó de un golpe y al resbalarse con la sangre de Kirian, cayó de espaldas.
Valerio la sujetó antes de que rodara escaleras abajo.
—Corre, Tabitha —le dijo al oído.
—No puedo. Es mi sobrina. Prefiero morir a dejar que él se salga con la suya sin haber peleado.
Se apartó de Valerio en el mismo instante en el que una extraña ráfaga de aire penetraba en la casa con tanta fuerza que las lámparas y las hojas de las plantas se agitaron; todos los objetos pequeños acabaron en el suelo.
Los daimons caían sin proferir un solo grito a medida que los rozaba.
Sin soltar a Marissa, Desiderio, que seguía en el cuerpo de Ulric, comenzó a bajar la escalera, hacia ellos.
Ella lo siguió con la intención de recuperar a su sobrina.
—¡Desi! —gritó el daimon cuando vio que su hijo caía al suelo y se desintegraba—. ¡Desi!
—Duele, ¿verdad?
Tabitha se giró al escuchar una voz que conocía muy bien.
La de Aquerón.
Atravesó el umbral tranquilamente, como si no hubiera pasado nada raro.
Marissa dejó de llorar en cuanto lo vio.
—¡Akri, akri! —lo llamó, extendiendo los bracitos hacia él.
—¿Qué cojones eres? —preguntó Desiderio.
Ash extendió la mano y Marissa quedó libre de los brazos de Desiderio. La niña flotó por la habitación hasta llegar junto a Ash, que la cogió y la acunó contra su pecho.
—Soy su padrino, pero mis poderes son un poco más… divinos que los de los Corleone. —Besó a la niña en la coronilla.
—Rissa quiere a su mami y a su papi, akri —balbuceó Marissa mientras lo abrazaba con fuerza—. Haz que se despierten.
—No te preocupes, ma komatia —la tranquilizó Ash—. No pasa nada.
Desiderio dejó escapar un alarido y se abalanzó hacia ellos, pero rebotó contra lo que parecía ser un muro invisible.
Valerio se plantó junto a Tabitha mientras Ash se acercaba.
Ash extendió la mano y la espada de Kirian flotó hasta él.
—Date el gusto, Tabitha —le dijo mientras se la ofrecía—. Desiderio es todo tuyo.
—¡Stryker! —gritó Desiderio al tiempo que sacaba lo que parecía un amuleto muy antiguo—. ¡Abre el portal!
—No hay portal que valga —se burló Ash—. Al menos no para ti, gilipollas.
Tabitha sonrió por primera vez en esa espantosa noche.
—Voy a ensartarte como a una aceituna, cabrón. —Y se lanzó contra él.
Valerio acudió en su ayuda. Tabitha no pensaba con claridad dado su estado de ánimo y no iba a permitir que le hicieran daño. Ya había sufrido bastante.
Mientras Tabitha atacaba al daimon, vio que Aquerón subía la escalera y se detenía junto al cuerpo de Kirian.
—Marissa, cierra los ojos y pide que tu papi te abrace.
La niña apretó los ojos con fuerza.
—Papi, abrázame.
Se quedó de piedra al ver que Kirian comenzaba a respirar y parpadeaba. El griego parecía tan confundido como lo estaba él mientras supervisaba la pelea de Tabitha contra Desiderio.
Por el rabillo del ojo, vio que Aquerón le pasaba la niña al antiguo Cazador Oscuro. Ella gritó de felicidad al ver que su padre estaba vivo. En cuanto la soltó, el atlante siguió su camino.
La magnitud de lo que estaba sucediendo se le escapaba, pero no podía pararse a analizar los acontecimientos porque vio que Desiderio se abalanzaba sobre Tabitha.
Obligó al daimon a retroceder.
—Ni de coña —le gruñó.
Desiderio intentó zafarse de él.
En ese momento, Tabitha soltó un grito exultante y atravesó el corazón del daimon con la espada. Él se apartó justo a tiempo y se libró por los pelos de que la punta de la espada lo atravesara tal como había atravesado al enemigo.
Tabitha sacó la hoja y sonrió hasta que vio que la herida de Desiderio comenzaba a sanar.
El daimon se echó a reír.
—Soy un Cazador Oscuro, zorra. No puedes…
Sus palabras se detuvieron en cuanto Valerio asestó la única herida que podía matar a un Cazador Oscuro.
Le cortó la cabeza.
—Nadie puede llamarla «zorra» y vivir para contarlo —masculló cuando el cuerpo de Desiderio cayó al suelo.
La espantosa escena la dejó de piedra. Debería sentirse aliviada por haberse vengado.
Pero no era así.
Nada podría aliviar el dolor que esa noche le había provocado.
Valerio la abrazó y la apartó del cuerpo justo cuando Otto aparecía en tromba por la puerta destrozada. Se detuvo en seco mientras observaba los daños de lo que hasta ese momento había sido una mansión de película.
—¿Pregunto por lo que ha pasado? —susurró.
Ella negó con la cabeza.
—Amanda —musitó afligida mientras las lágrimas resbalaban de nuevo por sus mejillas.
¿Cómo era posible que su hermana gemela estuviera muerta?
—¿Tabby?
La voz de su hermana, procedente de la parte superior de la escalinata, le cortó la respiración. Volvió la cabeza muy despacio, temerosa de que fuera otro espectro.
No lo era.
Amanda estaba allí de pie, con el rostro ceniciento, el cabello revuelto y el camisón manchado de sangre.
¡Pero estaba viva!
Gritó antes de correr hacia ella para abrazarla con fuerza mientras lloraba, aunque en esos momentos fueran lágrimas de felicidad.
¡Amanda estaba viva!, exclamaba una y otra vez para sus adentros.
—¡Te quiero, te quiero, te quiero! —musitó contra el cuello de su hermana—. Pero como se te ocurra morirte de nuevo, ¡te mato!
El abrazo continuó durante un buen rato.
Valerio sonrió al verlas, contento porque Tabitha siguiera teniendo a su hermana.
Sin embargo, la sonrisa desapareció cuando se encontró con la mirada de Kirian, que bajaba la escalera seguido de Aquerón. En los ojos del griego solo había odio.
—¿Dónde está Kassim? —preguntó Otto.
—Está muerto —respondió Ash con voz cansada—. Está arriba, en el dormitorio de Marissa.
Tanto él como Otto se estremecieron.
Tabitha soltó a Amanda al ver a su cuñado.
—Estabas muerto —susurró—. Te he visto.
—Ambos estaban muertos —señaló Ash mientras pasaba junto a las gemelas y bajaba hacia el salón. A medio camino alzó el brazo y apretó el puño.
El cuerpo de Desiderio se desvaneció al instante.
—¿Eres un dios? —quiso saber él, asimilando por fin lo que Aquerón había dicho poco antes.
No obtuvo respuesta. Aquerón no estaba obligado a contestarle.
—¿Por qué no lo habías dicho nunca? —preguntó Kirian.
El atlante se encogió de hombros.
—¿Por qué iba a hacerlo? Mañana por la mañana ni siquiera lo recordaréis.
Tabitha frunció el ceño.
—No lo entiendo.
Ash inspiró hondo.
—El universo es algo muy complicado. Lo único que necesitáis saber es que Amanda y Kirian son inmortales. Nadie podrá matarlos de nuevo.
—¿Qué? —exclamó Amanda, apartándose un poco de ella.
Vio que Ash miraba a Kirian.
—Te prometí que jamás te dejaría morir y estoy obligado por ese juramento.
—¡Espera un momento! —exclamó ella—. Eres un dios. ¡Puedes resucitar a Tia!
—¿Tia ha muerto? —le preguntó, pálido.
—¿No lo sabías?
—No —respondió Ash en voz baja. De pronto, sus ojos adquirieron una expresión distante, como si estuviera escuchando algo que nadie más podía oír—. No estaba escrito que muriera esta noche.
—¡Pues sálvala!
La expresión de Ash era tan sobrecogedora como el nudo que ella tenía en el estómago.
—No puedo ayudarla. Su alma ya ha cruzado. No puedo obligarla a regresar a su cuerpo en contra de su voluntad. Las almas de Amanda y Kirian se negaban a dejar a su hija y llegué a tiempo para devolvérselas.
—¿Qué pasa con mi embarazo? —preguntó su hermana—. ¿Le ha pasado algo a mi bebé?
Ash negó con la cabeza.
—Está bien pero te agradecería mucho que dejaras de beber zumo de manzana. —Ash levantó las manos y la casa regresó a su estado original. Todo volvió a estar exactamente igual que antes de que los daimons hicieran acto de presencia.
No había nada fuera de sitio.
—Ash —le dijo Tabitha, poniéndose a su lado—, por favor, resucita a Tia. Hazlo por mí.
Él le cogió la cara entre las manos.
—Ojalá pudiera, Tabby. De verdad que sí. Solo puedo decirte que ahora mismo te está viendo y que te quiere.
Esas palabras la sacaron de quicio.
—Eso no me basta, Ash. La quiero de vuelta conmigo.
—Lo sé, pero ahora mismo tengo que ver cómo están los demás.
—Pero mi hermana…
Ash le cogió la mano y se la colocó en la de Valerio.
—Tengo que irme, Tabitha. —Miró a Otto—. Jean-Luc está vivo, aunque gravemente herido. Necesito que Nick y tú lo llevéis de vuelta a su barco.
—No sabemos dónde está Nick —dijo el escudero en voz baja—. Su madre ha muerto. Fui yo quien la encontró.
Ash se desvaneció de inmediato.
—Me revienta que haga eso —dijo Kirian, que acunaba a una dormida Marissa entre sus brazos.
Amanda se sentó en el suelo y se echó a llorar, de modo que ella se sentó al lado para abrazarla.
—Menudo día —dijo su hermana entre sollozos—. He visto cómo mataban a mi marido. Y a Kassim… Además, Tia ha muerto… Y ahora Cherise.
—Lo sé —dijo ella—. No tengo muy claro que seamos los ganadores de esta batalla.
—No —la contradijo Kirian mientras se sentaba junto a ellas—. Seguimos aquí y ellos no. Para mí, eso es una victoria. —Apretó a su esposa contra su pecho y la besó en la coronilla.
Tabitha volvió la cabeza y vio que Valerio se marchaba con Otto.
Los alcanzó cuando ya estaban fuera de la casa.
—¿Adónde vas? —le preguntó.
—No queríamos molestar en un momento tan íntimo —contestó él en voz baja—. Tu hermana te necesita.
—Y yo te necesito a ti.
Se quedó pasmado cuando Tabitha se arrojó a sus brazos.
Lo abrazó con fuerza y se aferró a él mientras Otto apagaba el motor del Mini.
—He dejado las llaves puestas. Luego nos vemos. —Se subió a su Jag y se alejó de la casa.
—Gracias —susurró Tabitha al tiempo que metía la cabeza bajo su barbilla—. No habría sobrevivido a esta noche sin ti.
—Siento no haber sido de mayor ayuda y también siento mucho lo de Tia.
Las lágrimas de Tabitha le quemaron la piel a través de la camisa.
—Tu madre dijo que quería que fueras a casa.
Ella asintió con la cabeza.
—Sí, tengo que ir a verla. Nosotras le damos fuerzas. —Se apartó de él cuando Amanda salió al porche—. Voy a ver a mamá.
Su hermana asintió con la cabeza.
—Dile que iré mañana por la mañana. No quiero que me vea así.
Tabitha contempló el camisón empapado de sangre de su hermana.
—Sí, es lo único que le hacía falta.
En ese instante Amanda hizo algo absolutamente inesperado: se acercó a él y le dio un fuerte abrazo.
—Gracias por venir, Valerio, y gracias por mantener a salvo a Tabitha. No sabes cuánto te lo agradezco. —Le dio un beso en la mejilla antes de apartarse.
Jamás se había sentido tan sorprendido. Además, acababa de experimentar una extraña sensación, como si hubiera encontrado su lugar. Era una sensación tan ajena a él que no tenía ni idea de cómo afrontarla.
—Ha sido un placer, Amanda.
La aludida le dio una palmadita en el brazo antes de regresar a la casa.
Acto seguido, ayudó a Tabitha a subir a su destrozado coche y, por una vez, ocupó el asiento del conductor. No dijo ni una palabra mientras ella le daba las indicaciones precisas para llegar a la casa de su madre en Metairie Street.
Aparte de eso, Tabitha se mantuvo en silencio. Se le partía el corazón por ella. Le cogió la mano y la sostuvo en la oscuridad mientras ella miraba por la ventanilla.
Cuando llegaron a casa de su madre, salió del coche y le abrió la puerta.
Tabitha tomó entrecortadamente una bocanada de aire y se preparó para hacer frente a su madre. El valor la había abandonado por primera vez en su vida.
Valerio le ofreció las llaves del coche.
Lo miró con el ceño fruncido al ver que se apartaba de ella.
—¿Adónde vas?
—Iba a regresar.
—No me dejes, Val. Por favor.
Valerio le acarició una mejilla con ternura y asintió con la cabeza. Con el apoyo de sus manos en los hombros, se dio la vuelta y llamó a la puerta.
Fue su padre quien abrió con una expresión sombría en el rostro. Al verla, su semblante se relajó un poco y se le llenaron los ojos de lágrimas mientras la estrechaba con fuerza entre sus brazos.
—Gracias a Dios que tú estás bien. Tu madre estaba muerta de preocupación por ti.
Le devolvió el abrazo.
—Estoy bien, papá. Amanda y Kirian también lo están.
Su padre la soltó en ese momento y miró a Valerio con los ojos entrecerrados.
—¿Quién eres?
—Es mi novio. Por favor, papá, sé amable.
Lo último que esperaba Valerio era que le mostraran amabilidad, de modo que cuando el padre de Tabitha le tendió la mano se quedó un tanto descolocado.
Se la estrechó antes de pasar al interior, que estaba abarrotado de miembros del clan Devereaux.
Mientras entraba en el salón, experimentó algo que jamás había sentido en toda la vida.
Se sintió como si por fin hubiera encontrado su hogar.