Las dos semanas siguientes supusieron el infierno en la tierra en cuanto se ponía el sol. Parecía que la única finalidad de los daimons era burlarse de ellos y atormentarlos.
Nadie estaba a salvo. Desde el ayuntamiento se había intentado imponer el toque de queda a petición de Aquerón, pero como Nueva Orleans era una fiesta las veinticuatro horas del día, les había resultado imposible.
El cómputo de bajas era tan elevado que Tabitha solo había visto algo parecido en las películas, y al Consejo de Escuderos y a Aquerón les costaba mucho ocultárselo a la policía y a las agencias de noticias. Sin embargo, lo más aterrador era la dificultad que les suponía matar a los pocos daimons a los que conseguían atrapar.
Todas las noches regresaba a la casa de Valerio con el cuerpo dolorido por la lucha. Sabía que él no quería que lo acompañara a patrullar, pero aun así no le decía nada al respecto. Se limitaba a pasar un par de horas embadurnándola con pomada antiinflamatoria y vendándole las heridas.
No era justo que él sufriera tan poco; además, los pequeños cortes que se hacía siempre desaparecían a las pocas horas.
En ese momento estaba desnuda entre sus brazos. Valerio estaba dormido, pero seguía abrazándola con fuerza contra su cuerpo como si temiera perderla.
Eso la conmovía como ninguna otra cosa en el mundo. Tendría que haberse levantado hacía horas. Ya casi eran las cuatro de la tarde, pero desde que se mudó a su casa, se había convertido en un animal nocturno.
Tenía la cabeza apoyada en su hombro derecho y su brazo le rodeaba la cintura. Le pasó la mano por el brazo mientras observaba su piel bronceada.
Valerio tenía unas manos muy bonitas. De dedos largos y delgados, fuertes y bien formadas. Las últimas semanas le habían reportado mucho consuelo y placer, tanto que casi no podía respirar por la felicidad que la embargaba cada vez que pensaba en él.
Su móvil sonó.
Se apartó de Valerio para responder.
Era Amanda.
—Hola —dijo con voz insegura. Esas dos últimas semanas habían estado muy tirantes la una con la otra.
—Hola, Tabby, me preguntaba si podría pasarme por ahí para hablar contigo.
Puso los ojos en blanco al escucharla.
—No necesito más sermones, Mandy.
—Te juro que no voy a sermonearte. Son cosas de hermanas. Por favor.
—Vale —accedió en voz baja tras un intenso debate interior. Después, le dio la dirección de Val.
—Hasta ahora.
Colgó y regresó de puntillas a la cama. Valerio estaba de costado, con el cabello revuelto sobre la almohada. Un asomo de barba le ensombrecía el mentón, pero aun así tenía el aspecto de un niño.
Sus músculos eran visibles incluso dormido. El vello negro que salpicaba los contornos de ese maravilloso cuerpo daba a su piel un encanto intensamente masculino y tentador.
Aunque no era solo su belleza lo que la atraía. Era su corazón. Su modo de cuidar de ella sin imponerle restricciones. Sabía que no le gustaba que luchase a su lado, pero no había dicho ni una sola palabra al respecto. Se limitaba a acompañarla y a dejar que librara sus propias batallas. Solo intervenía cuando la veía en una situación apurada.
Solo en esas circunstancias acudía a la carga para salvarla sin hacer que se sintiera incompetente o débil.
Sonrió al verlo dormir.
¿Cómo era posible que en tan poco tiempo se hubiera convertido en alguien tan importante para ella?
Meneó la cabeza y se dispuso a vestirse. Mientras lo hacía, recordó la primera vez que Valerio había visto el tatuaje con forma de triángulo celta que tenía en la base de la espalda.
—¿Qué sentido tiene marcarse intencionadamente? —le preguntó, como si la mera idea lo horrorizara.
—Es sexy.
La respuesta le había hecho torcer el gesto y, sin embargo, le encantaba besar y masajear el tatuaje cada mañana, cuando regresaban de patrullar.
Guiada por un impulso, cogió su camisa de seda negra del suelo y se la puso. Adoraba el intenso olor que dejaba impregnado en la ropa. En su piel.
Se puso los pantalones y bajó para esperar a Amanda.
—Hola, Tabby.
Miró hacia la izquierda al llegar al pie de la escalera y vio que Otto estaba utilizando el ordenador del despacho de Valerio. Era la única concesión tecnológica que había podido encontrar en toda la casa, aparte de la increíble colección de películas en DVD que Valerio tenía escondida en una caja en su despacho y que explicaba su amplio conocimiento de la cultura pop.
—Hola, Otto, ¿qué haces?
—Intento anticipar la amenaza daimon, como siempre. Estoy utilizando el programa de Brax, a ver si soy capaz de encontrar un patrón que nos ayude a predecir dónde estarán esta noche.
Asintió con la cabeza. Otto había acabado por aceptarla y desde que comenzaron los ataques de los daimons vestía de negro riguroso. Ese día llevaba una camiseta de cuello alto, un jersey y unos pantalones. Debía admitir que era bastante guapo cuando no intentaba parecer un hortera.
Había dejado el IROC a favor del Jag con la excusa de que ya no tenía ninguna gracia picar a Valerio porque estaba tan loco por Tabitha que ni siquiera reaccionaba a sus pullas. Como tampoco lo hacía Gilbert.
Entró en el despacho y se colocó tras él para mirar el monitor.
—¿Has encontrado algo?
—No, todavía no hay ningún patrón. No sé a qué viene esto. Si quieren a Kirian, ¿por qué no van a por él?
Soltó un suspiro irritado.
—Están jugando con nosotros. Tú no estabas aquí cuando tuvimos el primer enfrentamiento con Desiderio. Le encanta provocar el pánico y confundirnos.
—Sí, pero me pone enferma el número de muertos. Anoche murieron diez personas y el Consejo las está pasando canutas para ocultar todo esto a las autoridades. La gente comienza a tener miedo, y eso que solo conocen un porcentaje minúsculo de la cifra total.
El comentario le provocó un escalofrío.
—¿Cuántos daimons murieron anoche?
—Solo doce. Val y tú os cargasteis cuatro; Ash, cinco; y Janice, Jean-Luc y Zoe, uno cada uno. El resto se fue de rositas.
—Joder.
—Sí, no me gusta estar en el bando perdedor. Esto es una mierda.
Frunció el ceño mientras recordaba la lista que acababa de recitar Otto.
—No sé cómo lo verás, pero es un poco preocupante que una humana se cargue más daimons que un Cazador Oscuro.
Otto le lanzó una mirada burlona.
—Tú no sales sola.
Le sacó la lengua.
—Para que lo sepas, Valerio es mi ayudante, no al contrario.
—Vale, lo que tú digas.
Se echó a reír por su respuesta, pero entonces se le ocurrió algo.
—¿Y Ulric?
—¿Qué pasa con él?
—¿A cuántos mató?
—A ninguno, ¿por qué?
¿A ninguno? Aquello no cuadraba.
—Y anteanoche tampoco mató ninguno, ¿verdad?
—Tampoco.
Tuvo un mal presentimiento. No, seguro que estaba equivocada.
Era imposible, ¿o no?
—¿Dónde se localizaron la mayoría de las bajas anoche? —preguntó.
Otto pulsó una tecla y cambió la pantalla para que apareciera un mapa del Barrio Francés. Las zonas señaladas en rojo marcaban el lugar donde alguien había muerto. Había una concentración de puntos rojos en el cuadrante nordeste.
—¿Quién patrulla esa zona?
Otto lo comprobó en otra pantalla.
—Ulric.
Se quedó helada.
—¿Y no ha matado a ningún daimon? —preguntó, atónita.
Otto entrecerró los ojos.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Desiderio necesita un cuerpo… antes de que todo esto empezara Valerio me dijo que si un daimon se hacía con un Cazador Oscuro…
—Eso son chorradas, Tabitha. Vi a Ulric anoche y estaba bien.
—Pero ¿y si tengo razón? ¿Qué pasa si Desiderio se ha hecho con él?
—Te equivocas. Desiderio sería incapaz de ponerle una mano encima. Era un guerrero medieval. Si hay algo que Ulric sabe hacer, es protegerse.
Tal vez, pensó.
En ese instante sonó el portero de la verja de la mansión.
—Esa tiene que ser mi hermana.
Otto giró la silla hacia la pequeña pantalla que mostraba la imagen del conductor. Era Amanda.
La dejó pasar.
Tabitha fue a recibirla a la puerta, sin poder quitarse de la cabeza que algo andaba mal con Ulric. A pesar de lo que había dicho Otto, quería pruebas de que se equivocaba.
Esa noche iría en busca del Cazador Oscuro y comprobaría si sus sospechas eran fundadas o no; en caso de serlo, lo pulverizaría como a un daimon en un abrir y cerrar de ojos.
Amanda estaba saliendo de su Toyota cuando ella abrió la puerta. Llevaba unos pantalones negros muy elegantes, una camisa de seda verde oscuro y un jersey negro. Era maravilloso volver a verla.
La esperó en silencio en el vano de la puerta.
Amanda la abrazó con fuerza en cuanto estuvo a su lado.
—Te he echado de menos.
—Solo estoy a un par de manzanas.
—Lo sé, pero últimamente no hemos hablado mucho.
Le devolvió el abrazo antes de soltarla.
—Lo sé. Me cuesta mucho hablar ahora mismo.
Amanda le apartó el pelo del rostro en un gesto muy maternal y le sonrió.
—Sin embargo y a pesar de los recelos, estás muy contenta, ¿verdad?
El comentario la hizo fruncir el ceño.
—Empiezas a asustarme. —Miró detrás de Amanda y escudriñó la calle—. ¿Ha cambiado alguien a mi hermana por un robot?
Amanda se echó a reír.
—No, pedorra. Es que estaba muy preocupada por ti.
—Bueno, pues como puedes ver, estoy bien. Tú también estás bien. Todo está bien. ¿Qué te trae por aquí?
—Quiero conocer a Valerio.
La petición la dejó alucinada.
—¿Cómo?
—Ash me dijo unas cuantas cosas hace un par de semanas que me hicieron reflexionar. Y al ver que pasaban los días y que no le dabas la patada a este tío para venirte a vivir conmigo, he seguido reflexionando. Has estado con él día y noche, ¿verdad?
Se encogió de hombros con una despreocupación que no sentía.
—Sí, ¿por?
—Y aun así no he recibido ni una sola llamada de mi gemela homicida diciéndome que le va a cortar la cabeza y a clavarla en una pica si vuelve a repetir esto o lo otro. No es por nada, pero creo que eso es todo un récord para ti.
Era cierto y la culpabilidad hizo que se retorciera las manos. Nunca había estado con un tío a quien no hubiera amenazado con matar día sí y día también por alguna irritante costumbre.
Pero con Valerio…
Todo iba bien, aun cuando hiciera algo que la mosqueara. De todos modos no sucedía a menudo. Hablaban de un montón de cosas y se respetaban mutuamente cuando sus opiniones diferían.
—Lo quieres, ¿verdad?
Apartó la mirada.
—¡Madre del amor hermoso, Tabitha! —susurró Amanda—. Lo tuyo es complicar las cosas, ¿no?
—No empieces, Amanda.
Su hermana le cogió la barbilla y la obligó a mirarla a los ojos.
—Te quiero, Tabby. De verdad. De todos los hombres…
—¡Ya lo sé! —gritó, enfadada—. Ni que me levantara por la mañana pensando: a ver qué hombre consigue alejarme de mi familia para toda la eternidad… voy a por él ahora mismo a ver si me enamoro hasta las cejas. —Inspiró hondo para evitar que la furia se apoderase de ella—. No pretendía enamorarme de alguien como Valerio. Tengo muy claro que tú eres su ideal de mujer. Elegante, refinada… Joder, ¡si hasta sabes qué tenedor utilizar cuando comes en un restaurante! Yo soy esa que se bebió el agua del cuenco para limpiarse los dedos creyendo que era una puta sopa ligera aquel día que fuimos a comer con papá cuando estábamos en la universidad. —Frunció el ceño al caer en la cuenta de lo que estaba diciendo—. Y ya que estamos, ¡mira cómo hablo! Seguro que le pongo los pelos de punta, pero cuando me mira, me derrito.
Las razones por las que no debería seguir con Valerio pasaron una tras otra por su cabeza. Deberían ser absolutamente incompatibles, pero no era así. No tenía sentido. No estaba bien.
Soltó un suspiro.
—La otra noche me llevó al Commander’s Palace y nos sentamos a una mesa adornada con un centro muy elegante. Había un montón de verdura y fruta exótica con una pinta estupenda. Así que, tonta de mí, cogí el cuchillo y comencé a cortar cachitos para comérmelo. No me di cuenta de que estaba metiendo la pata hasta que vi que había dejado alucinado al camarero. Le pregunté qué le pasaba y me dijo que era la primera vez que veía a alguien comiéndose el centro de mesa. Estaba tan avergonzada que quería que me tragase la tierra.
—Por Dios, Tabby.
—Ya lo sé. Valerio, que es un trozo de pan, ni siquiera parpadeó. Extendió el brazo y comenzó a comer también antes de echarle una de esas miradas suyas tan arrogantes al camarero, que se largó de inmediato. En cuanto se fue, Val me dijo que no me preocupase. Que se gastaba tanto dinero en ese sitio que si quería, podía comerme el mantel y que si eso no me hacía feliz, compraría el restaurante para que pudiera despedir al camarero.
Amanda se echó a reír.
Ella también se había reído cuando Valerio se lo había dicho, y ese tierno recuerdo seguía provocándole una sensación maravillosa.
Miró a su hermana con el corazón en los ojos.
—¿Crees que no sé que no pego con él ni con cola? Porque esa es la pura verdad. Para mí, atiborrarme de ostras mientras bebo cerveza directamente de la botella ya es una pasada de cena. Para él, una cena en condiciones consta de quince platos con cambio de cubiertos para cada uno de ellos y sin quitarse la servilleta del regazo.
—Y aun así sigues aquí.
—Y no entiendo por qué.
Amanda le sonrió con ternura.
—Yo solo quería una vida tranquila y normal con un hombre tranquilo y normal. En cambio, acabé con un marido que antes era inmortal, con amigos que son dioses, demonios y animales que adoptan forma humana. Y ni siquiera sé cómo clasificar a Nick. Seamos sinceras, estoy casada con un hombre con el que he tenido una hija capaz de hablar con los animales como si fuera el doctor Dolittle y que puede mover cualquier objeto de la casa con la mente. ¿Y sabes qué te digo?
—¿Qué?
—Que no cambiaría nada de eso por toda la normalidad del mundo. El amor no es fácil. Cualquiera que te diga lo contrario te está mintiendo. Pero merece la pena luchar por él. Créeme, lo sé, por eso estoy aquí. Quiero conocer a este hombre y ver si puedo hacer algo para que Kirian se tranquilice un poco y pueda pronunciar su nombre sin que le dé un ataque.
Se le empañaron los ojos mientras abrazaba de nuevo a su hermana.
—Te quiero, Amanda, te quiero mucho.
—Lo sé. Soy la hermana gemela perfecta.
Se echó a reír ante el comentario.
—Y yo, la loca.
Se apartó de su hermana, la cogió de la mano y la hizo pasar.
Amanda silbó por lo bajo al ver el elegante interior.
—Esto es precioso.
Otto salió al vestíbulo y meneó la cabeza al verlas.
—A Kirian le dará un ataque si se entera de que has estado aquí.
—Y tú te llevarás una buena patada en salva sea la parte si se lo dices —replicó Tabitha.
—No te preocupes. No se enterará por mí. No soy tan estúpido —dijo mientras se acercaba a la puerta—. He quedado con Kyr y con Nick. Vamos a patrullar por nuestra cuenta esta noche, a ver si podemos cargarnos a unos cuantos de esos cabrones.
—Tened cuidado —le dijo.
—Vosotros también. —Se despidió de ellas con un gesto de la cabeza.
—¿Por qué no esperas en la biblioteca? —le pidió a su hermana—. Iré a ver si está despierto.
Amanda asintió con la cabeza.
Echó a correr escaleras arriba hacia el dormitorio de Valerio, donde él seguía dormido.
Levantó la sábana de seda para darle un mordisco en la cadera.
Valerio gimió de placer y giró hasta ponerse de espaldas.
Su cuerpo desnudo la dejó sin respiración. Podría pasarse todo el día mirando a ese hombre.
En particular, le encantaba la zona comprendida entre el ombligo y el vello púbico. Incapaz de resistirse a la tentación, se inclinó para darle un mordisco.
Se le puso dura al instante.
—Tú sí que sabes despertar a un hombre con alegría —dijo él, cogiéndole la cabeza con las dos manos.
Se echó a reír antes de mordisquearle un poco más, pero luego se apartó.
—Arriba. Ahora.
—Ya está arriba —replicó Val, bajando la vista hacia esa parte de su anatomía que se alzaba para saludarla.
—No me refiero a eso —dijo con los ojos en blanco—. Mi hermana está abajo y quiere conocerte.
—¿Qué hermana?
Le lanzó una mirada elocuente.
—No puedo conocerla —le aseguró, pálido.
Pero ella se negó a escuchar sus protestas.
—Vístete y baja. Solo será un momento y luego se irá.
—Pero…
—Nada de peros, general. Te espero en la escalera y como no bajes en cinco minutos, la invito a subir.
Amanda se sentó en un sillón burdeos emplazado junto a una ventana, con voluminosas cortinas. Echó un vistazo a la elegante e inmaculada mansión. A diferencia de su casa, no tenía nada de acogedora. El estilo denotaba un hombre serio, formal, pretencioso y arrogante. Frío. Incluso un poco malévolo y temible.
Todos los epítetos que había escuchado aplicados a Valerio Magno.
¿Cómo se había liado Tabitha con un hombre así? Su hermana no era nada de eso.
Bueno, Tabitha tenía una vena malévola, pero en su caso semejante característica era casi entrañable.
Le pareció que pasaba una eternidad antes de escuchar los pasos de Tabitha en la escalera.
—¡Tabitha! —exclamó una voz en voz baja con tono serio y dominante.
Al ver que su hermana no replicaba con un comentario mordaz, se levantó para investigar. Se quedó entre las sombras, desde donde vio a Valerio y a su hermana en la escalera.
El Cazador llevaba pantalones negros y una camisa del mismo color. Movida por lo que había escuchado sobre él, había supuesto que tendría el pelo muy corto. Así que se llevó una sorpresa al ver que le llegaba a los hombros. Las facciones de su rostro eran marcadas y elegantes. Perfectas.
Exudaba poder y control por todos los poros de su cuerpo. Definitivamente no era el tipo de hombre que solía atraer a su hermana.
Todo lo contrario.
Vio que Valerio fulminaba a Tabitha con la mirada, como si quisiera estrangularla.
—No puede estar aquí. Tiene que irse ahora mismo.
—¿Por qué?
—Porque Kirian se moriría si llega a enterarse de que su esposa ha estado en mi casa. Se volvería loco.
—Val…
—Tabitha, lo digo en serio. Es una crueldad. Tienes que convencerla de que se vaya antes de que Kirian lo descubra.
Se quedó atónita al escucharlo. ¿Por qué iba a importarle que a Kirian le afectara su visita cuando él quería verlo muerto?
—Amanda quiere conocerte. Por favor. Será solo un minuto, después me aseguraré de que se vaya a casa.
Frunció el ceño al escuchar la voz tranquila y racional de su hermana. Por regla general, cuando no se salía con la suya, recurría a la violencia. O, como poco, se ponía a gritar.
Vio que el semblante de Valerio se suavizaba mientras extendía la mano para acariciar la mejilla desfigurada de Tabitha.
—Odio esa mirada tuya. —Le acarició la ceja y esbozó una dulce sonrisa—. Vale. —Bajó la mano para entrelazarla con la de su hermana y se la llevó a los labios para darle un beso.
Tabitha le dio un beso en la mejilla antes de apartarse y echar a andar hacia la biblioteca.
Impresionada por lo que acababa de ver, regresó a la biblioteca para que no supieran que los había visto. Sin embargo, no dejaba de darle vueltas a la escena que acababa de presenciar…
Valerio no podía creer que estuviera a punto de conocer a la esposa de su enemigo.
La hermana gemela de Tabitha.
Jamás en la vida se había sentido más nervioso ni inseguro.
Pero se obligó a no exteriorizarlo. Enderezó la espalda y entró en la biblioteca, donde Tabitha saludó a su hermana.
Se le hacía muy raro escuchar la conversación que mantenían. Solo era capaz de distinguir sus voces por el vocabulario que utilizaban. Tabitha tenía un modo muy peculiar de hablar mientras que su hermana era mucho más refinada y educada.
Amanda abrió los ojos de par en par al tiempo que lo observaba de pies a cabeza. Sin embargo, no delató de ningún modo lo que pensaba de él.
—Tú debes de ser Valerio —le dijo, dando un paso hacia él y ofreciéndole la mano.
—Es un honor —replicó con formalidad antes de darle un brevísimo apretón de manos y retroceder hasta dejar suficiente distancia entre ellos.
Amanda miró a su hermana.
—Formáis una extraña pareja, ¿no?
Tabitha se encogió de hombros antes de meterse las manos en los bolsillos.
—Menos mal que Valerio es mucho más guapo que Jack Lemmon y yo no tengo la nariz de Walter Matthau.
El comentario hizo que Valerio se tensara todavía más.
Tabitha le acarició el brazo con ternura.
—Relájate, cariño. No muerde. Soy yo la que lo hace. —Le guiñó un ojo.
El problema era que no sabía cómo relajarse. Sobre todo cuando Amanda lo estaba mirando como si fuera algo muy siniestro.
Amanda observó a su hermana y al general romano que había creído que odiaría a primera vista. Para su sorpresa, no era así.
No era muy simpático, eso estaba claro. Se limitaba a mirarla sin relajar la postura y con una expresión arrogante que parecía retarla a que lo insultara. Sin embargo, al fijarse con más atención se dio cuenta de que solo era una fachada. Valerio estaba esperando que lo insultara y solo se estaba preparando para aceptarlo.
De hecho, sus sentidos psíquicos no captaron ni rastro de crueldad en él. Aunque la situación le resultaba muy incómoda, su mirada se suavizaba cada vez que sus ojos se posaban en Tabitha.
Y era imposible pasar por alto el modo en el que esta reaccionaba ante él.
Madre del amor hermoso, estaban enamorados de verdad. ¡Menuda pesadilla!
—En fin —dijo en voz baja—, puedo quedarme aquí haciendo que todo el mundo se sienta incómodo o puedo irme a casa. De todas maneras debería regresar antes de que anochezca, así que…
—Mis disculpas, Amanda —se apresuró a decir Valerio—, no quería incomodarte. Si deseas quedarte y charlar con Tabitha, no tengo inconveniente alguno en dejaros a solas.
Sonrió ante su amabilidad.
—No pasa nada. Solo quería conocerte en persona. Nunca me ha gustado tomar decisiones influida por los demás y quería saber si eras realmente un demonio con pezuñas y todo. Lo más curioso es que pareces un contable.
—Viniendo de ella, eso es todo un cumplido —dijo Tabitha con una carcajada.
Valerio pareció más incómodo que antes.
—No pasa nada —repitió de nuevo—. De verdad. Es que de repente sentí el impulso irresistible de conocer al secuestrador de mi hermana. No es propio de ella que no me llame al menos veinte veces al día.
—No la he secuestrado —se apresuró a replicar, como si la acusación lo ofendiese—. Tabitha puede irse cuando quiera.
Sonrió de nuevo.
—Lo sé. —Miró a su hermana y meneó la cabeza—. El Día de Acción de Gracias será espantoso, ¿verdad? De las Navidades mejor no hablar… Y hasta ahora creíamos que lo de la abuela Flora con el tío Robert era malo.
A Tabitha se le aceleró el corazón al escuchar las palabras de su hermana.
—¿No te importa?
—Por supuesto que me importa. Preferiría morir antes que hacerle daño a Kirian, pero tampoco puedo hacerte daño a ti y no estoy dispuesta a perderos a ninguno de los dos por algo que pasó hace dos mil años. Tal vez tengamos suerte y un daimon se cargue a Valerio antes de que esto acabe.
—¡Amanda! —exclamó.
—Era una broma. En serio. —Le cogió la mano a Valerio y la unió con una de las suyas—. Es cierto que no pegáis ni con cola —musitó antes de ponerse seria—. ¿Vas a pedirle a Ash el alma de Valerio?
La pregunta la descolocó.
—Aún no hemos hablado de ello.
—Ya veo.
Se tensó al escuchar el tono maternal de su hermana.
—¿Qué quieres decir con eso?
Amanda la miró como si no entendiera a qué se refería.
—No quiero decir nada.
—Y yo me lo creo —replicó, cada vez más enfadada—. Conozco ese tono. No crees que vaya en serio con él, ¿verdad?
Amanda resopló.
—No he dicho eso.
—Ni falta que hacía. ¿Sabes? Estoy hasta el moño de aguantar las bromitas de la familia. Nunca he entendido por qué tengo que llevar el sambenito de colgada de la familia cuando Tia baila desnuda en las ceremonias vudú que hace en los pantanos. Y Selena se encadena a verjas. Y Karma se gana la vida inseminando toros. Y la tía Jasmine está intentando hacer un injerto de dinea atrapamoscas con kuzdu para crear una planta carnívora que se alimente de humanos y se meriende a su ex…
—¿Cómo? —preguntó Valerio.
Pero ella no respondió.
—Y tú, mi querida Amanda, a la que todo el mundo adora, tampoco te quedas corta. Primero te lías sin saberlo con un medio apolita cuyo padre adoptivo quería matarte para conseguir tus poderes y después acabas casada con un vampiro al que tengo que aguantar a pesar de que creo que es un petardo insufrible, tieso y pomposo. ¿Por qué soy yo la loca?
—Tabitha…
—¡No me hables así cuando sabes que me sienta como una patada en el hígado!
Su hermana le lanzó una mirada furiosa.
—Vale, ¿quieres saber por qué eres la loca? Porque vas de un extremo a otro en cuestión de segundos. Por el amor de Dios, ¿cuántas veces cambiaste de carrera en la universidad? ¿Nueve?
—Trece.
—¿Lo ves? Eres un culo de mal asiento. Si no fuera porque nos ocupamos de ti, estarías como uno de esos vagabundos a los que das de comer todas las noches. Lo sabes muy bien. Por eso les llevas comida.
—Puedo cuidarme sola.
—Lo que tú digas. ¿Por cuántos trabajos pasaste antes de que Irena te dejase la tienda? Y debes saber que no quería retirarse del negocio. Papá le pagó porque era el único trabajo en el que habías durado más de dos días.
—¡Qué hija de puta! —Se abalanzó sobre su hermana, pero Valerio la detuvo.
—Tabitha, tranquilízate —le dijo mientras la sujetaba.
—¡No! Ya me he cansado de que las personas que dicen quererme me traten como si fuera una estúpida.
—No te trataríamos así si no te comportaras como tal. ¡Madre mía, Tabitha! Mírate y piensa por qué te dejó Eric. Te quiero, de verdad que sí, pero lo tuyo siempre ha sido crear problemas.
—No te atrevas a hablarle así —masculló Valerio al tiempo que se apartaba para encarar a su hermana—. Echaré de mi casa a cualquiera que lo haga, sea quien sea, joder. Nadie le habla así. Nadie. Tabitha no tiene nada de malo. Es generosa con todo el mundo y si no eres capaz de ver sus virtudes, eres tú quien está mal de la cabeza.
Amanda esbozó una inesperada sonrisa.
—Eso era lo único que necesitaba saber.
—¿Era un truco? —preguntó ella, sin dar crédito.
—No —respondió su hermana—, esto es demasiado serio para andarse con tonterías. Pero antes de hacerle pasar un mal rato a mi marido, tenía que saber que ibais en serio, que Valerio no era otro de tus intentos por volvernos locos a todos.
La miró echando chispas por los ojos mientras sentía el turbulento torbellino de sus emociones.
—Te juro que hay veces en las que te odio, Mandy.
—Lo sé. Pasaos esta noche por casa, a ver qué tal va la cosa.
—No puedo creer que estés haciendo esto por nosotros —dijo Valerio.
Amanda inspiró hondo.
—No te lo tomes a mal, pero lo hago por Kirian. Ash me dijo algo y estoy aquí para asegurarme de que se cumple.
Y con ese último comentario, se dirigió hacia la puerta.
—¿Mandy? —la llamó, deteniéndola antes de que saliera de la casa—. ¿Eso quiere decir que tenemos tregua?
—No, lo que tenemos es una familia muy volátil con tendencias homicidas. Pero al menos nunca nos aburriremos. Hasta esta noche.
Observó a Amanda mientras se marchaba y sintió un nudo en el estómago a causa de un intenso presentimiento. La sensación fue hiriente y horrible. Espeluznante y siniestra.
Como si su instinto la avisara de que una de ellas iba a morir esa noche…