12

Ash se detuvo en seco en cuanto vio a Kirian a través de la puerta entreabierta de su despacho de la planta superior. Ya eran más de las cuatro de la madrugada y, aunque de vez en cuando Amanda y él se acostaban tarde, era raro encontrarse al antiguo Cazador Oscuro a solas.

Ladeó la cabeza y siguió observando a través de la rendija. Kirian estaba inclinado sobre un montón de papeles, atusándose el pelo. Su frustración era evidente.

Dio unos golpecitos en la puerta para no pillarlo por sorpresa.

Kirian alzó la vista y se quitó las gafas.

—¡Ah, hola! —lo saludó en voz baja mientras abría un poco la puerta—. Pensé que eras Amanda que venía a suplicarme que me fuera a la cama.

—Ni por todo el oro del mundo —replicó al tiempo que entraba. Se acercó hasta el escritorio negro de estilo Chippendale y con forma de riñón donde se apilaban un sinfín de papeles y notas escritas a mano—. ¿Qué estás haciendo levantado a estas horas?

—No podía dormir. Yo… —Apretó los dientes.

—¿Qué? —lo instó a continuar, preocupado por el que llevaba siglos siendo su amigo.

Kirian dejó escapar un largo suspiro de cansancio.

—No tienes ni idea de lo que es esto, Ash. Lo duros que son los días. ¿Recuerdas lo que se sentía siendo humano?

Dejó la mochila en el suelo después de escuchar la pregunta. Kirian parecía desorientado y al borde de un ataque de nervios.

Por regla general, evitaba contestar cualquier pregunta referida a su pasado, pero su amigo necesitaba consuelo. Y, francamente, después de toda la mierda que había tenido que soportar esa noche entre Nick, Simi, Zarek, Tabitha, la Destructora y los daimons, él también necesitaba que lo consolaran.

—Sí, recuerdo lo que sentía siendo humano, pero hago lo que puedo para no pensar mucho en aquello.

—Te entiendo, pero sin ánimo de ofender, eras muy joven cuando moriste. No tienes ni idea de las responsabilidades que tengo yo.

Tuvo que morderse la lengua para no soltar una amarga carcajada. Si Kirian supiera…

Cambiaría sus responsabilidades por las del antiguo general griego sin pensárselo dos veces.

—Mira esto —siguió Kirian, tendiéndole un papel—. Olvídate de los malditos daimons. Los abogados y las compañías de seguros sí que acojonan. ¡Madre mía! ¿Has visto las estadísticas sobre accidentes de tráfico? Me da pánico llevar a mi mujer y a mi hija en coche. Mi botiquín ha pasado de contener pasta de dientes y gasas estériles a guardar Espidifen, Vicks Spray Nasal, Reflex, Atorvastatina y Benazepril. Tengo hipertensión, el colesterol alto…

—¿Qué quieres que te diga? Te has pasado cuarenta años maltratando tu cuerpo con comida basura.

—¡Era inmortal! —le soltó antes de quedarse pálido—. Voy a morir otra vez, Ash. Pero esta vez dudo mucho de que esté allí Artemisa para ofrecerme un trato. —Se pasó una mano por el pelo—. Mi mujer morirá algún día y Marissa…

—No pienses en eso.

Los ojos de Kirian se clavaron en él al instante.

—¿Que no piense en eso? Para ti es muy fácil decirlo. Tú no vas a morir. Me obsesiona la muerte, sobre todo desde que empezaron las pesadillas de Amanda. Ahora soy humano. No puedo protegerlas como las habría protegido antes.

—Para eso nos tienes a Kassim y a mí.

Kirian negó con la cabeza antes de coger las gafas.

—Y odio esta mierda que tengo que llevar para poder leer la letra pequeña con la que quieren robarme el alma con mucha más eficacia que Artemisa. ¿Qué me ha pasado, Aquerón? Ayer era el merodeador nocturno más peligroso de todos. Los daimons temblaban de miedo al verme. ¿En qué me he convertido? Soy tan patético que tengo que darle dinero bajo cuerda a Nick para que compre beignets que como a escondidas porque si Amanda me pilla, me echa la bronca del siglo. Tengo problemas de congestión nasal. Me duele la espalda por la noche si duermo en una mala postura. Tengo las rodillas tan jodidas que ayer, cuando me agaché para coger a Marissa, estuve a punto de caerme. Envejecer es una putada.

—¿Me estás diciendo que quieres regresar? —se burló él.

Kirian apartó la mirada con timidez.

—En ocasiones, sí. Pero después miro a mi mujer y me doy cuenta de que soy un cabrón egoísta. La quiero tanto que me duelen partes que ni siquiera sabía que existían. Cada vez que pienso que pueden hacerle daño, o que pueden hacérselo a Marissa… me quedo sin respiración. Me muero. Me revienta sentirme inútil. Me revienta saber que voy a envejecer y a morir antes que ellas.

—No vas a morir, Kirian.

—¿Cómo lo sabes? —replicó el antiguo Cazador Oscuro.

—Porque no voy a permitirlo.

—Como si pudieras evitarlo… —rezongó Kirian—. Ambos sabemos que no tengo más remedio que morir de viejo… Si tengo la suerte de llegar tan lejos y no me quedo tieso de un infarto fulminante, de un accidente de tráfico, de una intoxicación alimenticia o de un desastre cualquiera. —Hundió la cara entre las manos.

Ver a su amigo así le llegaba al alma. Ser humano era duro. Joder, pensó, vivir sin más ya era duro.

Definitivamente, la vida no estaba hecha para los pusilánimes. Cada vez que las cosas parecían ir bien, algo se torcía. Era ley de vida.

—Amanda está embarazada otra vez —susurró Kirian después de una breve pausa.

Pese al funesto tono con el que hizo el anuncio, percibió la felicidad que lo embargaba. Y el pánico.

—Felicidades —le dijo.

—Gracias. —Kirian clavó la vista en los papeles que había sobre el escritorio—. Estoy intentando redactar mi testamento, por si acaso.

Tuvo que contener de nuevo las carcajadas que le provocaba esa actitud tan fatalista.

—No vas a morir, Kirian —le repitió.

Sin embargo, sabía que no lo estaba escuchando. Estaba demasiado ocupado intentando solucionar las cosas que podían torcerse; y no solo con respecto a Amanda y a su hija, sino también en lo que a él se refería.

—¿Quieres ser el padrino de nuevo? —le preguntó su amigo en voz baja.

—Por supuesto.

—Gracias. Y ahora si no te importa, tengo que acabar esto para llevárselo mañana a mi abogado y a la compañía de seguros.

—De acuerdo. Buenas noches, general.

—Buenas noches, Aquerón.

Recogió la mochila del suelo y cerró la puerta tras salir del despacho. Se detuvo en el pasillo al ver que Amanda estaba en la puerta de su dormitorio, ataviada con un albornoz de color crema. Tenía los ojos llenos de lágrimas.

Se acercó a ella.

—¿Estás bien?

Ella se encogió de hombros.

—¿Les ocurre lo mismo a todos cuando recuperan su alma?

Asintió con la cabeza mientras suspiraba.

—La readaptación es difícil. Se pasan cientos o miles de años convencidos de que tienen por delante, literalmente, todo el tiempo del mundo, de que nada puede hacerles daño y de que no sienten dolor físico más que unas pocas horas y, de repente, se convierten en mortales y se dan cuenta de que les quedan treinta o cuarenta años de vida, eso si tienen suerte. Vuelven a ser vulnerables a la muerte y a las enfermedades como el resto del mundo. Es difícil adaptarse a ello. La primera vez que sufren un arañazo casi todos piensan que van a morir.

Por la mejilla de Amanda resbaló una lágrima. Se la limpió mientras sorbía por la nariz con delicadeza.

—Ojalá lo hubiera dejado seguir con su vida. Ojalá me hubieras dicho que iba a pasar esto.

—¿Que iba a pasar qué, Amanda? —le preguntó—. ¿Que os ibais a amar durante el resto de vuestras vidas? ¿Que ibais a ver crecer a vuestros hijos? Ni Kirian ni tú sois conscientes de lo milagrosa que es vuestra vida. Hay gente que vendería su alma al diablo por tener lo que vosotros. Ríete de Artemisa y de la inmortalidad. Lo vuestro es muchísimo más valioso y difícil de conseguir.

Con el corazón en un puño, sintió rabia de que tanto Amanda como Kirian estuvieran cuestionándose su amor, que estuvieran preguntándose si habían tomado la decisión correcta.

—Yo mismo estaría dispuesto a dar mi inmortalidad a cambio de uno solo de vuestros días. —Cogió la mano de Amanda y la alzó con la palma hacia arriba para que ella pudiera ver la cicatriz que dejó allí el alma de Kirian cuando se la devolvió—. En una ocasión te pregunté si él valía la pena. ¿Recuerdas qué me contestaste?

—Que atravesaría los fuegos del infierno para morir por él.

Asintió con la cabeza.

—Y yo atravesaré los fuegos del infierno para manteneros a salvo.

—Lo sé.

Le dio un apretón en la mano.

—¿De verdad preferirías que hubiera seguido llevando su vida de Cazador Oscuro?

Amanda negó con la cabeza.

—Me moriría sin él.

—Y él se moriría sin ti.

Amanda se limpió las lágrimas con el dorso de la mano mientras le sonreía.

—¡Uf! Es que estoy cansada y embarazada. Detesto este desbarajuste hormonal y emocional. Siento mucho haberme desahogado contigo. Estoy segura de que es lo último que necesitabas. —Se puso de puntillas y tiró de él hacia abajo para poder abrazarlo.

Mientras disfrutaba de la ternura del abrazo, apretó el puño con fuerza sin que Amanda lo viera. Era muy raro que alguien lo tocara de forma amistosa, y era un gesto que valoraba muchísimo.

—Te quiero, Ash —susurró ella antes de darle un beso en la mejilla—. Eres el mejor amigo del mundo.

Salvo para Nick…, se dijo para sus adentros.

Se tensó al recordar la furia que había sentido poco antes. No debería haber hecho lo que había hecho. Por regla general, jamás daba rienda suelta a su ira. Pero Simi era uno de los pocos resortes que siempre hacían que saltara. Hasta que Nick la mancilló, era lo único puro que quedaba en su vida.

En parte odiaba a Nick por lo que había hecho.

Sin embargo, la parte racional y sensata que había en él, lo entendía. Aun así, no podía perdonarlo. Tenía miedo de que hubiera alterado a Simi. De que se transformara en algo…

—¿Nick está bien?

Amanda pareció incómoda por la pregunta.

—Lo has dejado hecho cisco. Intenté llevarlo al hospital, pero se negó. Me dijo que ya se había roto bastantes costillas en su vida y que sabía cómo cuidarse solo. Así que Kirian y Talon lo vendaron y lo mandaron a su casa.

—Échale un ojo —le dijo, asintiendo con la cabeza.

—¿Es que tú no vas a echárselo?

—No puedo. Al menos, de momento. Necesito un poco de tiempo para que se me pase el enfado y no te garantizo que no le dé otra paliza. Cada vez que abre la boca, mete la pata hasta el fondo.

Saltaba a la vista que Amanda estaba de acuerdo con él.

—Sabes que te quiere mucho, ¿verdad?

—Sí, pero las emociones y el sentido común no van de la mano.

—No. Supongo que no.

—Vete a dormir —le dijo, al tiempo que le daba un suave empujón hacia el dormitorio.

Amanda lo obedeció, pero de repente se detuvo y se volvió para mirarlo.

—¿Ash?

—¿Qué?

—¿Por qué has mandado a Tabitha con Valerio?

—Por el mismo motivo que te di el alma de Kirian el día que nos conocimos.

—Pero sabes que jamás conocerán la paz. Nunca. Tabitha no puede incluir a Valerio en la familia. No es justo para Kirian.

—Tal vez. Pero esa no es la cuestión. Si hubieras conocido a Valerio antes de conocer a Kirian, ¿tus sentimientos hacia él serían los mismos? Y si Tabitha se hubiera casado con Valerio y después tú hubieras conocido a Kirian, ¿qué sentirías si ella te pidiera que te alejaras de él?

Amanda desvió la mirada.

—Exacto, Amanda. Para tener un futuro, Kirian necesita enterrar el pasado.

Tabitha inspiró con fuerza entre dientes mientras Valerio lamía la salsa que le había untado en el pecho. Su reacción le hizo reprimir una sonrisa, pero no soltó el pezón que estaba mordisqueando. Alzó la mirada hacia ella.

Se apartó lo justo para coger otra gamba, mojarla con la salsa y acercársela a la boca. Ella la aceptó y le lamió los dedos de forma sensual.

—Creo que estamos batiendo el récord de la cena más larga de la historia.

Valerio sonrió mientras le colocaba otra gamba en el pezón derecho. La salsa resbaló por la curva del pecho; él lamió el reguero antes de ir a por la gamba.

—¿Ves? —le preguntó ella mientras le apartaba el pelo de la cara—. Sabía que los romanos erais increíbles en esto. Tenía razón, ¿verdad?

—Toda la razón del mundo —convino al tiempo que exprimía un limón sobre su estómago.

Cuando lo lamió, la recorrió una intensa oleada de placer.

El áspero roce de su barba le provocó un escalofrío.

—Eres maravilloso —le dijo en voz baja.

Se quedó helado al escuchar esas palabras. Nadie le había dicho eso jamás en la vida.

Absolutamente nadie.

Y en ese momento cayó en la cuenta de algo aterrador. Tendría que dejarla marchar.

La idea hizo que una fuerza desconocida lo golpeara en el pecho, dejándolo sin aliento.

La vida sin Tabitha.

¿Cómo podía afectarle de ese modo si acababa de conocerla? Sin embargo, al pensar que debía regresar a su mundo frío y estéril donde la gente le daba la espalda, se burlaba de él y lo menospreciaba, le entraron ganas de gritar por esa injusticia.

Quería quedarse a su lado.

El deseo de vincularla a él era brutal y no atendía a razones. Lástima que también fuera egoísta y que estuviera mal.

Tabitha tenía una familia que la amaba. Siempre había sido parte esencial de su vida. Él lo había visto con sus propios ojos. El amor. El cariño.

Su familia había sido una pesadilla de celos y crueldad. Pero la de Tabitha…

No podía arrebatársela. No estaría bien.

—¿Valerio? ¿Qué te pasa?

Esbozó una sonrisa torcida.

—Nada.

—No te creo.

Siguió tumbado sobre ella, escuchándola respirar. Tabitha lo abrazó y le rodeó las caderas con las piernas. El roce de su piel era maravilloso. El roce de esa piel sobre su cuerpo desnudo era maravilloso.

Pero no solo estaba desnudo en el aspecto físico. Con ella también había desnudado su alma.

Daría cualquier cosa por retenerla, pero Tabitha era la última persona en el mundo que podría conservar a su lado.

No era justo.

Tabitha acarició la espalda de Valerio mientras percibía sus emociones. La desesperación y la rabia que lo embargaban. No lo entendía.

—Cariño —susurró—. Cuéntamelo.

—¿Por qué me llamas «cariño»? —Su aliento le hizo cosquillas en el pecho.

—¿Te molesta?

—No. Es que nunca me han llamado por un apelativo cariñoso. Y me resulta raro escucharlo de tus labios.

Pasó la mano sobre las cicatrices de su espalda con el corazón en un puño por lo que acababa de confesarle.

—¿Alguna vez te has enamorado? —le preguntó.

Valerio negó con la cabeza.

—Solo tuve a Agripina.

—Pero nunca la tocaste, ¿verdad?

—No. Me acostaba con mujeres que sí tenían la oportunidad de decidir si querían hacerlo o no.

Frunció el ceño al escucharlo.

—¿Pero no estabas enamorado de ninguna?

—No —respondió, ladeando la cabeza para mirarla a los ojos—. ¿Y tú? ¿Has estado enamorada alguna vez?

Suspiró mientras recordaba su pasado y a la persona con la que había deseado compartir el resto de su vida.

—De Eric. Tenía tantas ganas de casarme con él que cuando me dejó, pensé que iba a morir de dolor.

Percibió los celos que sus palabras acababan de provocar en Valerio.

—¿Por qué te dejó? —quiso saber.

Antes de contestar, trazó con un dedo el arco de su ceja izquierda y después hundió la mano en su pelo para juguetear con los mechones mientras hablaba.

—Según él, porque lo exprimí. —Se le llenaron los ojos de lágrimas al recordar el día que Eric había roto la única relación decente que había tenido en la vida—. Me dijo que si con veintipocos años le costaba tanto seguir mi ritmo, no quería ni imaginar cómo sería a los cuarenta. Insinuó que si abandonaba la caza de vampiros y me deshacía de la tienda, tal vez tuviéramos una oportunidad. Pero ¿cómo iba a renunciar a algo que es tan importante en mi vida? Vivo para cazar. Se lo debo a aquellas personas que no pueden defenderse por sí mismas.

Valerio se incorporó y le enjugó las lágrimas con sus besos.

—Eric fue un imbécil.

Sus palabras le arrancaron una sonrisa mientras ese cuerpo musculoso y fuerte se deslizaba sobre ella de forma muy sensual. Mmmm, era delicioso. Toda esa energía, esa fuerza…

De repente se preguntó a por quién había ido después de convertirse en Cazador Oscuro.

—¿De quién te vengaste? —le preguntó en voz baja.

Notó que se tensaba al escuchar la pregunta. Se alejó de ella.

—¿Por qué quieres saberlo?

—Por curiosidad. Yo le rajé las ruedas del coche cuando me dejó.

—No me lo creo —replicó él con expresión horrorizada.

Ella asintió con la cabeza.

—Habría ido un poco más lejos, pero pensé que con eso había descargado parte de mi ira. Llevaba unas Pirelli muy buenas… —confesó.

Valerio se echó a reír mientras meneaba la cabeza.

—Menos mal que no conduzco…

—Estás esquivando la pregunta… —lo acusó, dándole unos golpecitos con el índice en la punta de la nariz—. Cuéntamelo, Val. Te juro que no voy a juzgarte.

Valerio se tumbó de espaldas sobre el colchón junto a Tabitha y dejó que los recuerdos afluyeran a su mente. Por regla general, hacía todo lo contrario y evitaba pensar en sus últimas horas como humano. En su primera noche como inmortal.

Se incorporó un poco para apoyarse sobre un codo y comenzó a trazar círculos alrededor de uno de los pechos de Tabitha. Le encantaba que fuese tan desinhibida con su cuerpo. No tenía el menor pudor a ese respecto.

—¿Val? —insistió ella.

No iba a permitirle que eludiera la pregunta. Respiró hondo y bajó la mano hacia el piercing de su ombligo.

—Maté a mis hermanos.

Tabitha le acarició el mentón y sintió el dolor y la culpa que se apoderaban de él.

—Estaban bebiendo y tirándose a sus esclavas cuando llegué. Jamás olvidaré el terror de sus rostros cuando me vieron y comprendieron a qué había ido. Debería haberlos dejado en paz, pero no pude. —Se alejó de ella con una expresión atormentada—. ¿Qué tipo de hombre mata a sus hermanos?

Se sentó y lo agarró del brazo cuando hizo ademán de abandonar la cama.

—Ellos te mataron antes.

—Pero eso no exime mi culpa. Éramos hermanos y los atravesé con la espada como si fueran unos enemigos a los que no conocía de nada. —Se pasó la mano por el pelo—. Incluso maté a mi padre.

—No —lo corrigió ella con firmeza, agarrándolo con más fuerza del brazo—, fue Zarek quien lo mató, no tú.

Él frunció el ceño antes de preguntarle:

—¿Cómo lo sabes?

—Me lo dijo Ash.

El rostro de Valerio se tornó pétreo mientras la fulminaba con la mirada.

—¿Y también te contó cómo lo mató Zarek? Lo atravesó con mi espada. Con una espada que yo le di después de que mi padre me suplicara que lo salvase.

Su dolor despertó en ella la acuciante necesidad de consolarlo.

—No te ofendas, pero tu padre era un cabrón que merecía que lo despedazaran.

—No —discrepó él al tiempo que negaba con la cabeza—, nadie merece algo así. Era mi padre y lo traicioné. Lo que hice estuvo mal. Muy mal. Fue igual que la noche que…

La intensa oleada de culpa que lo asaltó de repente la dejó sin respiración.

—¿Qué noche, cariño? ¿Qué pasó?

Valerio apretó los puños e intentó bloquear los recuerdos de su infancia. Fue imposible. Volvió a ver las violentas imágenes; volvió a escuchar los gritos que seguían resonando en sus oídos a pesar de los siglos transcurridos.

Nunca había sido capaz de bloquear esos recuerdos.

Antes de ser consciente de lo que hacía, le contó lo que nunca había contado a nadie.

—Tenía cinco años cuando Kirian murió, y estaba presente la noche que regresó para vengarse de mi abuelo. Por eso supe qué era Zarek cuando volvió para vengarse de mi padre. Por eso supe cómo invocar a Artemisa cuando morí. Por eso…

Meneó la cabeza para aclarar las ideas. Pero era imposible. Las imágenes de su pasado seguían siendo nítidas e indelebles.

—Mi abuelo insistió en que trasnochara porque quería contarme qué glorioso era el triunfo sobre un digno rival, aunque dicho triunfo fuera gracias a la traición. Estaba con él en el salón cuando escuchamos que los caballos resoplaban como si alguien los hubiera asustado. Había algo malévolo allí fuera. Se palpaba en el aire. Después escuchamos los gritos agónicos de los guardias. Mi abuelo me escondió en un armario y cogió su espada.

Hizo una mueca.

—La madera tenía una grieta y gracias a eso fui testigo de lo que pasó en el salón. Vi cómo Kirian entraba. Lo vi luchar hecho una furia con mi abuelo, que no era rival para él. Pero no se contentó con matarlo. Lo despedazó. Miembro a miembro. Lo fue cortando hasta que no quedó nada que indicara que aquellos restos habían pertenecido a un ser humano. Me tapé los oídos e intenté controlar los sollozos. Quería vomitar, pero me aterrorizaba la posibilidad de que Kirian me escuchara y me hiciera lo mismo que a mi abuelo. Así que me quedé allí sentado en la oscuridad como un cobarde, hasta que se hizo el silencio en el salón. Cuando miré de nuevo, solo vi las paredes y el suelo cubiertos de sangre.

Se pasó una mano por los ojos, como si quisiera apartar las imágenes que aún lo atormentaban.

—Salí del armario, y recuerdo que pasé un buen rato observando cómo mis sandalias se empapaban con la sangre de mi abuelo. Después me puse a chillar hasta quedarme afónico. Pasé años pensando que si hubiera salido corriendo, tal vez lo habría salvado. Que si hubiera salido del armario, podría haber hecho algo.

—No eras más que un niño.

No podía aceptar ese consuelo. Era imposible.

—No era ningún niño cuando le di la espalda a mi padre y lo dejé morir.

Alzó una mano y la llevó al rostro de Tabitha. Era tan hermosa, tan valiente…

Al contrario que él, ella tenía principios morales y ternura.

No tenía derecho a tocar algo tan valioso, tan preciado.

—Tabitha, no soy un buen hombre. He destruido a todo aquel que se me ha acercado y tú… tú eres la bondad personificada. Tienes que seguir viviendo. Por favor. No puedes quedarte a mi lado. Acabaré por destruirte a ti también. Lo sé.

—Valerio —replicó Tabitha, cogiéndole la mano. Percibió el doloroso deseo de tocarla que lo embargaba. El deseo de mantenerla a salvo, de protegerla. Tiró de él y lo abrazó durante un buen rato en silencio, sumidos en la oscuridad—. Eres un buen hombre, Valerio Magno. Eres la personificación del honor y de la decencia, y le daré su merecido a cualquiera que afirme lo contrario… incluso a ti.

Valerio cerró los ojos y se dejó abrazar. Alzó una mano hasta la nuca de Tabitha y se limitó a disfrutar de su calidez y su ternura.

Fue en ese momento cuando cayó en la cuenta de algo que lo asustó más que todo lo que había visto hasta entonces.

Estaba enamorándose de Tabitha Devereaux. Quería a esa desvergonzada y vulgar cazavampiros que estaba como un cencerro.

Pero no había manera de mantenerla a su lado. Era imposible.

¿Qué iba a hacer?

¿Cómo iba a alejarse de la única cosa que valía la pena en su vida? Aunque comprendía que tenía que dejarla marchar precisamente porque la quería.

Tabitha pertenecía a su familia del mismo modo que él pertenecía a Artemisa.

Había jurado servir a la diosa siglos atrás. El único modo de que un Cazador Oscuro se librara de ese juramento pasaba por encontrar a alguien que lo amara lo bastante como para superar la prueba impuesta por Artemisa.

Amanda había demostrado amar a Kirian; Sunshine, a Talon; Astrid, a Zarek.

E indudablemente Tabitha era lo bastante fuerte para sobrevivir a la prueba. Pero ¿podía una mujer como ella amar a alguien como él lo suficiente como para liberarlo?

No obstante, comprendió la estupidez de sus pensamientos en cuanto acabó de formularse la pregunta.

Artemisa no iba a permitir que otro Cazador Oscuro quedara libre así como así. Aun cuando lo permitiera, Tabitha jamás sería suya. Se negaba a interponerse entre su familia y ella.

La necesitaba, sí; pero a fin de cuentas ella necesitaba mucho más a su familia. Él estaba acostumbrado a sobrevivir solo. Ella, no.

Y no era tan cruel para pedirle que eligiera lo imposible cuando lo imposible podía costarle lo que más quería en la vida.