9

Tabitha fue en pos de los daimons sin pensar, pero Valerio la detuvo.

—¿Qué haces? —le preguntó, indignada.

—Es una trampa.

—¿Qué? —exclamó con el ceño fruncido.

Se percató de que en el rostro de Val había asomado una expresión muy extraña mientras la sujetaba por el brazo con fuerza.

—¿No lo sientes? Yo lo hago y no tengo poderes.

—No, y si no salimos, van a matar a esas chicas. —Intentó zafarse de su mano, pero él no la soltó.

—Escúchame, Tabitha. Hay algo que no encaja. Los daimons nunca son tan atrevidos y tienen que saber que estoy aquí.

Tenía razón. Era demasiado evidente. Entre semejante multitud, Valerio destacaba como el sol en plena noche.

—¿Qué propones que hagamos? ¿Quieres que dejemos que mueran todas esas chicas inocentes?

—No. Quédate aquí, ya salgo yo.

—Y una mie…

—Tabitha —la interrumpió con una mirada abrasadora en esos ojos negros—. Soy inmortal. Tú no. A menos que tengan un hacha, no pueden hacerme mucho daño. Me hagan lo que me hagan, sobreviviré. Tú no puedes decir lo mismo.

Quería discutir con él, pero sabía que tenía razón. Además, gracias a sus poderes sabía que se estaba comportando con sinceridad. No era el típico numerito de macho con el que demostrar su superioridad.

Estaba preocupado por su seguridad, pero si se preocupaba por ella, no podría luchar con la cabeza despejada.

—Vale —accedió—. Tú sales y yo intento no seguirte.

En el mentón de Val apareció un tic nervioso en ese momento.

—Por mi bien, espero que además de intentarlo, lo logres. —Le soltó el brazo y, en un abrir y cerrar de ojos, desapareció de su vista.

Valerio se abrió paso entre la multitud a fin de alcanzar a los daimons. Se detuvo en la entrada el tiempo justo para pedirle a Ty que retuviera a Tabitha en el interior por su seguridad. No estaba seguro de que pudiera ayudarlo, pero si el portero conseguía retrasarla un poco, tal vez tuviera tiempo suficiente para matar a los daimons antes de que ella saliera y se pusiera en peligro.

Una vez fuera del club, se detuvo, indeciso. La música seguía atronándole los oídos. Pero incluso así presentía a los daimons…

Llegó al extremo de la manzana, giró hacia Royal Street y tomó la dirección que debía de haber seguido el grupo. Se movían muy deprisa, por lo que se estaban internando en la parte más oscura del Barrio Francés.

A no ser que estuviera muy equivocado, cosa poco probable, era un grupo bastante numeroso.

Aminoró el paso al llegar a Saint Louis Street y enfiló la calle. No se había adentrado mucho cuando se topó con una verja entreabierta.

Estaban dentro. Inmóviles y en silencio.

Esperando.

¿Habían matado ya a las humanas?

Sacó una daga y la aferró con fuerza por la empuñadura dejando la hoja pegada a su antebrazo; a continuación, abrió la verja, con mucho cuidado de no hacer ruido, y entró en el patio, que estaba tan oscuro como la boca de un lobo.

Era una noche sin luna y, a diferencia del resto de Nueva Orleans, allí no había farolas encendidas. Recorrió el perímetro del patio, preparado para lo que iba a llegar.

Los daimons lo estaban esperando.

Oyó que alguno chasqueaba la lengua.

—Ha pasado mucho desde que me enfrenté a un Cazador Oscuro inteligente. Este sabe que estamos aquí.

Al rodear los setos, descubrió que un grupo formado por nueve daimons lo esperaba en el patio. Las mujeres a las que había creído humanas no lo eran.

Tenían colmillos.

Mierda.

Enderezó la espalda, adoptando su pose más imperiosa, y miró al grupo con las cejas enarcadas.

—¿Qué quieres que te diga? Cuando se envía una tarjeta de visita cósmica, he de suponer que se espera una respuesta.

El daimon que había hablado esbozó una irreverente sonrisa mientras se abría paso lentamente entre los demás hasta quedar frente a él. Era delgado, más bajo que él y, al igual que todos sus congéneres, era físicamente perfecto.

—La invitación no era para ti. —El daimon suspiró, disgustado, y echó un vistazo al grupo que tenía a la espalda—. Creí haberos dicho que atrajerais a la mujer, no al Cazador Oscuro.

—Lo intentamos, Desiderio —le aseguró una de las mujeres—. Ella se quedó atrás.

En cuanto escuchó el nombre del daimon que había desfigurado a Tabitha, Valerio lo vio todo rojo. Quería despedazarlo, pero sabía que no debía traicionarse, ni traicionar a Tabitha, al reaccionar como si ella fuera especial.

Si no hubiera perdido el control la noche que sus hermanos lo mataron, habrían dejado a Agripina en paz. No estaba dispuesto a sacrificar a Tabitha tontamente.

Desiderio frunció el ceño.

—¿Tabitha Devereaux se ha quedado en el club?

—El Cazador Oscuro le dijo que lo hiciera —explicó otro daimon—. Los oí.

—Interesante —dijo Desiderio, dirigiéndose a él—. Me cuesta mucho creer que Tabitha le haya hecho caso a alguien. Debes de ser muy especial.

—Ella no te cree una amenaza —replicó él con indiferencia—. Así que le dije que no perdiera el tiempo contigo. —Bostezó—. Y tampoco merece la pena que lo haga yo.

El daimon hizo ademán de lanzarle una descarga.

Él lo cogió del brazo, se lo retorció y le dio un codazo en la garganta. Desiderio se tambaleó hacia atrás al tiempo que lo insultaba.

—Lo sé todo sobre los griegos y sus truquitos —masculló mientras lo cogía del cuello y lo arrojaba al suelo—. Y sobre todo sé cómo matarlos.

Antes de que pudiera utilizar la daga para matar a Desiderio, los demás lo rodearon. Uno lo agarró por detrás mientras que una de las mujeres le clavaba un puñal de hoja larga y muy afilada.

La apartó de una patada y después se volvió para enfrentarse a los que tenía a la espalda. Uno de ellos le asestó un puñetazo en la cara. Apretó los dientes al tiempo que el dolor se extendía desde la mejilla hasta la nariz. Notó el regusto a sangre en la lengua.

Sin embargo, el dolor no era nada nuevo para él. En su etapa de mortal lo conoció a base de palizas.

Devolvió el puñetazo; el daimon cayó de rodillas.

De repente, una descarga astral que pareció surgida de la nada lo golpeó en el pecho, lo levantó del suelo y lo estampó contra el muro de ladrillos que tenía detrás. Se quedó sin respiración. Intentó mantenerse de pie, pero el dolor era tan intenso que desistió y se dejó caer al suelo.

—Duele, ¿eh? —se burló Desiderio—. Un don que heredé de mi padre. —Se agachó y le cogió la mano derecha con la intención de observar de cerca su sello—. Vaya, esto sí que es interesante. Un romano en Nueva Orleans… Kirian de Tracia debe de quererte con locura.

Valerio lo fulminó con la mirada mientras intentaba rodar hacia un lado.

Apenas se había movido cuando Desiderio volvió a lanzarle otra descarga.

—¿Qué vas a hacer con él? —preguntó una de las daimons.

Desiderio soltó una nueva carcajada antes de agarrarlo.

Pero fue Valerio quien rió el último, ya que lo apartó de una patada, decidido a hacer caso omiso del dolor. Acto seguido, lo agarró y lo estampó con fuerza contra la pared, haciéndolo rebotar.

—La pregunta no es qué vas a hacer conmigo, sino qué voy a hacer yo contigo.

Tabitha era incapaz de seguir esperando. Sin embargo, no era estúpida. Sacó el móvil y llamó a Aquerón, que contestó al primer tono.

—Hola, Tabby —la saludó antes de soltar una carcajada—, el móvil de Valerio es 204-555-6239.

—Me revienta que hagas eso, Ash.

—Pues hay algo que te va a sentar todavía peor, ¿sabes qué?

—Ni idea.

—Date la vuelta.

Lo hizo y lo vio al otro lado del club. Con sus dos metros y cinco centímetros de altura, además de unas botas cuyas suelas le añadían otros cinco centímetros, era imposible no verlo.

A pesar de lo que le había dicho, verlo le provocó un gran alivio. Colgó y atravesó el club para acercarse a él.

—¿Qué haces aquí?

—Sabía que ibas a seguir a Valerio, así que voy contigo.

—Entonces tú también crees que está en apuros.

—Sé que lo está. Vamos.

No le pidió que le explicara más. Sabía que sería inútil. Aquerón Partenopaeo rara vez respondía a una pregunta. Vivía la vida según sus reglas y era muy reservado en todos los aspectos.

Fue él quien tomó la delantera para salir a la calle. Tabitha no sabía adónde se dirigían, pero Ash parecía orientarse de forma instintiva.

—Tengo un presentimiento muy malo —confesó ella mientras atravesaban la calle prácticamente corriendo.

—Ya somos dos —replicó Ash, que se agachó para colarse por una verja abierta. Lo siguió al interior del patio, pero se detuvo en seco al ver lo más increíble que había visto en toda su vida.

Valerio en plena lucha. Blandía una espada en cada mano y se enfrentaba a cuatro daimons, que se abalanzaban sobre él con consumada habilidad. La escena era rapidísima, violenta y hermosa en un sentido bastante morboso.

Vio que Valerio giraba y le asestaba a uno de los daimons un gancho que le acertó justo en el pecho, atravesando la marca oscura que tenían sobre el corazón, lugar donde se almacenaban las almas humanas. El daimon se desintegró en una nube dorada.

Ash se unió a la pelea con su báculo y alejó a dos daimons de Valerio, ayudándolo de ese modo a concentrarse en el otro enemigo que le quedaba.

Tabitha dio un paso hacia ellos, pero sintió la proximidad de algo frío y malvado.

—Predecible —dijo esa voz siniestra y aterradora que ya habiá escuchado en otro encuentro.

Junto a ella pasó un destello luminoso, una descarga dirigida a Ash.

En un abrir y cerrar de ojos, Ash pasó de atravesar a un daimon con el báculo a estar postrado de rodillas mientras Valerio acababa con su adversario.

El segundo daimon al que Ash se estaba enfrentando se acercó para rematarlo, pero Val desvió el golpe, lo apartó de una patada y lo mató.

Ella se acercó corriendo a Ash, que estaba en el suelo, murmurando mientras se sujetaba el brazo como si estuviera roto.

—Simi —jadeó—, forma humana. ¡Ahora!

El enorme tatuaje con forma de dragón que tenía en el antebrazo se despegó de su piel. Casi al instante, la sombra burdeos adoptó la conocida forma del demonio.

—¿Akri? —lo llamó Simi mientras le sujetaba la cabeza—. Akri, ¿qué te duele?

Tabitha se arrodilló junto a ellos e intentó ver qué le pasaba a Ash en el brazo. Se le estaba petrificando, aunque su tacto seguía siendo el mismo. Su piel adquiría un tono grisáceo que comenzaba a extenderse hacia el hombro.

Con el rostro magullado por la pelea, Valerio se arrodilló al otro lado de Ash.

—¿Qué es eso?

Ash se retorcía como si estuviera en llamas.

—Simi… Akra… Thea Kalosis. Biazomai, biazomai.

Tabitha acertó a ver la expresión aterrada del rostro de Simi antes de que el demonio desapareciera.

—¿Ash? —lo llamó, presa del pánico—. ¿Qué pasa?

—Nada —respondió él entre resuellos. Agarró a Valerio por la camisa—. Llévate a Tabitha a casa. ¡Ya!

—No podemos dejarte —protestaron ambos al unísono.

—¡Largaos! —rugió Ash un momento antes de que el color grisáceo se extendiera aún más por su cuerpo.

Ninguno de los dos se movió.

Gritando de dolor, Ash continuó luchando mientras el color grisáceo lo cubría. Resollaba como si tratara de librarse de aquello que intentaba adueñarse de su cuerpo. Tabitha lo ayudó a tenderse en el suelo.

Ash estaba perdiendo la batalla.

Abrió sus ojos plateados de par en par antes de que el color gris los cubriera; después se quedó tan inmóvil como un cadáver. No respiraba. No se movía. Como si algo lo hubiera paralizado por completo.

—¿Qué hacemos ahora? —le preguntó a Valerio.

—Ahora moriréis.

Tabitha se giró en redondo al escuchar la malévola voz tras ella y vio al fantasma de nuevo. Estaba rodeado de más daimons.

—¡Por el amor de Dios! ¿Quién ha sembrado daimons en este patio? Crecen como las setas en otoño… —dijo.

Valerio se puso en pie.

Antes de que ella pudiera hacer nada, vio que se abalanzaba sobre los daimons.

Corrió para unirse a la lucha.

—¡No matéis a la mujer! —masculló el fantasma a los daimons—. La necesito viva.

Uno de los daimons se echó a reír.

—Sí, pero podéis golpearla a placer.

Tabitha se volvió para hacer frente a un daimon que tenía a la espalda. Le asestó un puñetazo, pero él lo esquivó y se enderezó para atizarle un golpe tremendo en las costillas.

El dolor la hizo postrarse de rodillas.

Valerio soltó un taco y echó a andar hacia ella. Dos daimons le cerraron el paso.

Echando mano de su férrea fuerza de voluntad, Tabitha volvió a levantarse.

El daimon se quedó impresionado.

Lo atacó de nuevo, pero él se apartó con la velocidad del rayo. Sin embargo, cuando intentó devolverle el golpe, acabó estampado contra la pared que tenía a la espalda.

—Dejadla en paz —rugió Valerio, interponiéndose entre ella y el resto de los daimons.

Tabitha se subió la manga, lanzó una flecha al daimon que tenía más cerca y vio cómo se desintegraba.

De repente, un objeto rebotó entre los daimons, mató a dos en el acto y desapareció.

Alzó la mirada y vio que por detrás de la horda de daimons llegaban los refuerzos. Julian, Talon y Kirian se acercaban, armados hasta los dientes. Jamás se había alegrado tanto de verlos. Individualmente eran peligrosos. Juntos eran invencibles.

Siguió luchando contra los daimons al lado de Valerio mientras los recién llegados se unían a la refriega. Entre los cinco acabaron con el enemigo en un santiamén. La escena fue realmente vistosa ya que fueron desintegrándolos uno a uno.

Solo quedó el que la había golpeado. El fantasma se enroscó a su alrededor y los dos desaparecieron sin dejar rastro. Tabitha frunció el ceño al verlo. Y así siguió hasta que escuchó el colorido insulto de Kirian. Valerio pasó de estar a su lado a verse de bruces con el muro.

—¡Cabrón! —rugió su cuñado mientras lo machacaba a puñetazos.

Valerio esquivó los golpes y se echó a un lado. Estampó a Kirian contra la pared y lo habría inmovilizado de no ser porque Julian lo agarró por detrás.

Antes de comprender lo que sucedía, vio que Julian se unía a la paliza. Sin pensárselo dos veces, lo apartó de un empujón y se interpuso entre el romano y los dos griegos.

—Quítate de en medio, Tabitha —le ordenó Kirian, mientras fulminaba a Valerio con una mirada llena de odio—. Si sigues haciendo el tonto, te haré daño y no quiero que Amanda se cabree conmigo.

—Y si tú sigues haciendo el imbécil, voy a dejarte lisiado y no quiero que mi hermana se cabree conmigo.

—Esto no es un juego, Tabitha —intervino Julian con sequedad. En su vida como mortal, Julian había sido el general griego bajo cuyas órdenes luchaba Kirian. Por desgracia, había provocado la ira de los dioses, que lo habían condenado a permanecer encerrado en un libro y ser el esclavo sexual de cualquier mujer que lo convocase.

La mejor amiga de Selena, Grace Alexander, lo había liberado.

Desde entonces el semidiós se había unido más de una vez a los Cazadores Oscuros en la lucha contra los daimons, y en ese momento se había unido a Kirian para matar a Valerio.

Pero ella jamás se lo permitiría.

Alzó los brazos al frente para alejar a su cuñado y a Julian.

—No, no lo es.

—No pasa nada, Tabitha —dijo Valerio detrás de ella—. Esto viene de muy lejos.

—Talon —dijo, llamando al celta que estaba detrás de sus amigos griegos. Como de costumbre, iba vestido como un motero, con chupa de cuero, pantalones del mismo material y camiseta. Tenía el pelo corto, salvo por dos largas trencitas que le caían de la sien izquierda—, ¿vas a ayudarme?

El aludido torció el gesto.

—Por desgracia, sí. —Se puso a su lado.

—Celta… —dijo Kirian a modo de advertencia.

Talon cruzó los brazos por delante del pecho y lo miró con seriedad.

—A ver… —dijo ella entre dientes—, tenemos cosas más importantes de las que preocuparnos ahora mismo que vuestro odio por Valerio y su familia.

—¿Como qué? —preguntó Kirian.

Señaló hacia el lugar donde Ash estaba inmóvil.

Kirian se quedó pálido al verlo.

—¿Qué ha pasado?

—No lo sé —respondió—. Uno de los daimons se lo hizo, y tenemos que llevarlo a un lugar seguro.

Kirian miró a Valerio con evidente resentimiento.

—Esto no ha acabado.

Valerio guardó silencio y se acercó a Ash.

Cuando hizo ademán de cogerlo en brazos, Kirian lo apartó de un empujón.

—Aparta tus sucias manos de él, romano. No necesitamos tu ayuda. Podemos encargarnos de los nuestros.

—Da la casualidad de que Valerio es el único Cazador Oscuro de los tres —soltó Tabitha a su cuñado—. Tiene más derecho a ayudar a Ash que…

—Los griegos no queremos ni necesitamos la ayuda de los romanos —puntualizó Julian al pasar junto a Valerio y empujarlo con el hombro.

Tabitha sintió la furia de Val, su dolor, pero sobre todo sintió que estaba avergonzado.

¿Por qué?, pensó.

—¿Val?

En cuanto pronunció su nombre, se dio cuenta de que había cometido un error táctico. Kirian soltó un taco.

—Vaya, no me digas que te has liado con él. Joder, Tabitha, nunca creí que pudieras caer tan bajo.

¡Hasta ahí podíamos llegar!, pensó, al tiempo que se plantaba delante de su cuñado.

—Deja de hacerte el mártir, Kirian. —Señaló hacia Valerio, que estaba detrás de ella—. Él no te hizo nada.

Kirian torció el gesto.

—¿Cómo lo sabes? ¿Tú estabas allí?

—Vaya por Dios. ¿Ahora me vienes con esas? No, no estaba allí. Pero sé contar y también sé la edad que tenía cuando te mataron. A ver, ¿vas a decirme que dejaste que un niño de cinco años te crucificara?

Alguien la cogió por detrás. Hizo ademán de atacar, pero se dio cuenta de que Valerio la estaba apartando.

—No, Tabitha. No te metas en esto.

—¿Por qué? Estoy harta de ver cómo te tratan. ¿Tú no?

El semblante de Valerio era estoico, pero no así su corazón. Sentía su dolor.

—Francamente, me da igual lo que piensen de mí. En serio. Y no tienes por qué enfadarte con tu familia. No te metas en esto.

—¿Por qué?

Valerio desvió la mirada y clavó los ojos en Kirian. Volvió a mirarla. Con severidad.

—Esto puede esperar. Lo primero es poneros a salvo a Aquerón y a ti. Vete con Kirian.

Quería discutir, pero Val tenía razón y no era tan cabezota como para no reconocer algo tan cierto. Cuanto más se quedaran allí discutiendo, mayor peligro correría Ash, sobre todo porque Simi no estaba allí para protegerlo.

La prioridad era llevar a Ash a un lugar seguro.

—Ten cuidado.

Valerio se despidió de ella con un saludo romano extrañamente tierno y giró sobre sus talones para marcharse.

—Eres la hostia —masculló Kirian mientras levantaba del suelo a Ash con la ayuda de Julian—. No puedo creer que te pelearas con Amanda porque estaba conmigo y que ahora te hayas liado con ese cabrón.

—Cállate, Kirian —replicó—. Al contrario que Amanda, no me importaría nada apuñalarte el corazón.

—¿Adónde llevamos a T-Rex? —preguntó Talon al tiempo que los ayudaba, cogiendo a Ash por los pies.

—A mi casa —respondió Kirian—. Después de que aquel demonio atacara a Bride Kattalakis mientras estaba con nosotros, Ash la protegió con algún hechizo de los suyos. Supongo que sea lo que sea lo que le haya hecho esto, no podrá atacarlo de nuevo si lo llevamos allí.

Talon asintió con la cabeza.

—¿Quién le ha hecho esto exactamente?

—No lo sé —respondió Tabitha, encogiéndose de hombros—. Algo lo golpeó y ¡zas!, se fue al suelo. Ocurrió tan deprisa que ni siquiera sé qué le dio.

Talon soltó el aire muy despacio.

—Joder, creía que nada podía herir a Ash. Por lo menos, de esta manera.

—Sí —convino ella—, pero al menos sigue vivo. Más o menos… Aunque acojona un poco.

No quería admitir delante de ellos lo asustada que estaba porque los daimons hubieran sido capaces de derrotar al poderoso atlante sin despeinarse siquiera. Si podían hacerle aquello a Ash, a saber lo que podían hacer a los demás.

Lo que planteaba la pregunta de por qué a ellos los habían dejado tranquilos cuando podrían haberlos matado.

No tenía sentido.

Se internaron en los callejones más oscuros y menos frecuentados, atentos a la posible presencia de daimons o de transeúntes inocentes que pudieran llamar a la policía si los veían trasladar al Land Rover de Julian lo que parecía un cadáver.

Se subió en el asiento trasero con Ash mientras Talon se quedaba en la zona para seguir patrullando en busca de daimons. Kirian se sentó en el asiento del copiloto y permaneció sumido en un silencio malhumorado. Julian los llevó hacia el Garden District en dirección a la mansión de Kirian, emplazada apenas a dos manzanas de la de Valerio.

Se preguntó si sabían lo cerca que vivían el uno del otro. Prácticamente eran vecinos, pero los separaba un odio insalvable.

Apartó ese pensamiento mientras acariciaba el pelo a Ash. Su textura era esponjosa y muy extraña. Tenía los ojos entreabiertos y el color plateado de sus iris había dejado de moverse. Resultaba aterrador pensar que algo pudiera hacerle algo así y que ninguno de ellos supiera qué había sido ni tampoco si había algo que pudiera devolverlo a su estado normal.

Dios, ¿qué iba a pasar si no lo lograban?

¿Qué iba a pasar con los Cazadores Oscuros si no contaban con Ash para que los liderase? Era una idea escalofriante. Él siempre sabía qué hacer, qué decir. Cómo hacer que las cosas mejorasen para todos.

Se mordió el labio y luchó contra el pánico. Simi conseguiría ayuda para Ash. Era imposible que le fallara.

Una vez que Julian y Kirian salieron del coche, bajaron a Ash y lo llevaron a la casa. Ella los siguió de cerca.

Amanda se levantó de un salto del sofá en cuanto los vio entrar en el vestíbulo.

—¡Dios mío! ¿Qué ha pasado?

—No lo sabemos —respondió Kirian mientras lo llevaban hacia la escalinata de caoba.

—¿Tabby? —la llamó su hermana.

Se encogió de hombros por respuesta y siguió a los hombres. Amanda se unió a la procesión. Cuando llegaron al descansillo de la planta superior, vio salir a un hombre negro de una de las habitaciones de invitados.

—¿Aquerón? —preguntó con fuerte acento.

—No sabemos qué ha pasado —dijo Kirian como respuesta a la pregunta que no había llegado a formular mientras pasaban junto a él.

—Hola, soy Tabitha —se presentó ella, tendiéndole la mano al Cazador Oscuro que estaba protegiendo a su familia.

—Kassim —replicó él y le estrechó la mano antes de echar a andar tras los demás hacia el dormitorio de Ash.

En cuanto lo dejaron en la cama, Kirian la miró con el gesto torcido.

—¿Por qué no le preguntas a tu hermana por su nuevo amiguito, Amanda?

—Kirian —le advirtió—, o te callas o te doy una patada donde tú ya sabes.

—¿Qué amigo? —quiso saber Amanda.

—Valerio Magno —respondió Julian—. Parecían llevarse muy bien cuando los encontramos esta noche.

—Sí, es verdad —admitió—. Y no es asunto vuestro.

Amanda la miró con expresión airada.

—Tabitha…

—¡Cállate! —exclamó—. En cuanto ayudemos a Ash, te dejaré que me eches el sermón. Pero ahora, voy a empezar a llamar a gente a ver si alguien sabe cómo arreglar esto. Tocaos los huevos todo lo queráis y dejadme como un trapo si os apetece, pero yo no voy a quedarme de brazos cruzados.

Se sacó el móvil, se marchó hacia la escalera y bajó al salón, desde donde llamó a Tia, que no pudo darle ninguna solución.

—Vamos, Tia —le suplicó a su hermana—, tiene que haber algún hechizo que revierta esto.

—No, si no sé qué lo provocó. Ash no es lo que se dice humano, Tabby. Y si me equivoco, podríamos hacerle muchísimo daño.

Gruñó una respuesta a ese comentario y colgó. Amanda acababa de entrar en el salón cuando escuchó que algo golpeaba la puerta de entrada con tanta fuerza que las bisagras crujieron.

Le pasó el móvil a su hermana y se sacó el estilete de la bota.

—¡Akri! —El enloquecido grito de Simi resonó por la casa como un trueno ensordecedor—. ¡Deja que Simi entre, akri!

—¿Qué es eso? —preguntó Amanda con el rostro ceniciento.

—Es el demonio de Ash.

—¿Ese estrépito lo está haciendo Simi? —preguntó Kirian, que acababa de bajar la escalera con Julian.

—Eso parece —respondió ella al tiempo que se acercaba a la puerta.

Kirian se le adelantó.

—¡No! —gruñó—. Podría ser una trampa.

—Los cojones —le soltó—. ¿Simi? ¿Eres tú?

—Tabitha, deja pasar a Simi. No puede ayudar a akri si no lo ve. Simi tiene que ayudar a su akri. Deja entrar a Simi o hará una barbacoa con la puerta. ¡Simi lo dice en serio!

—No puedes, Simi. El hechizo protector te hará daño si lo intentas. Tienen que invitarte a entrar —dijo una voz desconocida con un leve acento desde el otro lado de la puerta.

Tabitha se quedó helada.

—¿Quién está contigo, Simi?

—Una de las koris de esa zorra. Las koris son las que la sirven en su templo del Olimpo. Katra es buena gente y va a ayudar al akri de Simi. ¡Deja entrar a Simi ya!

—No pasa nada —le dijo a Kirian—. Conozco bien a Simi y sé que es ella la que está ahí fuera.

Kirian le lanzó una mirada amenazadora.

—Sí, y también conoces muy bien a Valerio. Eso no dice mucho a favor de tu buen juicio.

El comentario la irritó.

—Amanda, si tienes cariño a las pelotas de tu marido, te aconsejo que lo quites de mi vista antes de que empiece a cantar como una soprano.

—Déjala que abra la puerta, Kirian.

—¡Y una mierda! —rugió él—. Mi hija está durmiendo en su habitación.

—Su sobrina está durmiendo en su habitación —le recordó Amanda—. Tabitha jamás pondría en peligro a Marissa. Hazte a un lado.

Su cuñado hizo un gesto que dejaba bien claro que le encantaría estrangularlas a las dos, pero se apartó.

Cuando Tabitha abrió la puerta, vio a Simi y a una mujer increíblemente alta y encapuchada.

Ninguna de las dos preguntó dónde estaba Ash, ya que parecían saberlo de forma instintiva.

—No te preocupes, Tabby —dijo Simi mientras la desconocida se encaminaba a la escalinata—. Katra jamás le haría daño al akri de Simi. Ella también lo quiere.

Katra subió la escalera ajena a la cháchara de Simi. No conocía la mansión, pero ningún lugar le resultaba desconocido. Había heredado inmensos poderes de su padre y de su madre, entre los que se contaba la habilidad de captar la esencia y la distribución de los edificios.

Esa casa rezumaba calidez, respeto y amor. No era de extrañar que Aquerón se quedase allí cada vez que iba a Nueva Orleans. Era un hogar maravilloso, y Marissa era una niña muy afortunada por vivir allí. Ojalá hubiera conocido semejante lugar cuando niña.

Abrió la última puerta del pasillo y se encontró a Aquerón acostado en una enorme cama con dosel.

Se detuvo al verlo. Jamás había estado tan cerca de él. A lo largo de los siglos había intentado observarlo a hurtadillas cada vez que iba al Olimpo para ver a Artemisa. Al igual que el resto de las siervas de la diosa, era desterrada del templo cuando él estaba allí.

Ella en particular tenía prohibido acercarse a él. Pero en ese momento…

Llevaba toda la vida esperando ese momento. Esperando la oportunidad de tocarlo. De conocerlo en persona.

De sentir sus brazos mientras la abrazaba, aunque solo fuera una vez.

Cruzó la estancia con el corazón desbocado y se detuvo junto a la cama, demasiado pequeña para su altura. La palidez y el extraño color de su piel no impedían que siguiera siendo el hombre más guapo que había visto jamás.

Aunque había mucho más en él aparte de su belleza exterior.

Incluso paralizado, imponía respeto y temor. Sentía cómo sus poderes se expandían hacia ella. La llamaban.

Aquerón era la encarnación del poder.

Y, sobre todo, era imprescindible para el orden del universo. Si moría…

No quería ni pensarlo.

Cerró la puerta y echó el pestillo utilizando sus poderes; unos poderes que solo se veían superados por los del hombre que estaba en la cama. Acto seguido, se quitó la capucha y se sentó en el borde del colchón. Quería pasar unos minutos a solas con él sin que nadie los observase.

—Eres tan guapo… —susurró mientras trazaba con los dedos el contorno de sus cejas.

Había deseado acariciarle la mano desde que lo vio por primera vez cuando era una niña. Había deseado que la llamase por su nombre.

Y, por encima de todo, había deseado que supiese de su existencia.

Pero era imposible.

Artemisa siempre se interpondría entre ellos. Siglos atrás había ordenado que nadie, mucho menos ella, tocara al sagrado Aquerón.

Sin embargo, allí estaba, sentada en su cama, muy lejos de la atenta mirada de la diosa.

Las emociones que llevaba conteniendo tanto tiempo se apoderaron de ella. Incapaz de contenerlas, se recostó contra él y lo abrazó, deseando con todas sus fuerzas que estuviera despierto para que la reconociera. Para que la sintiera.

Pero no lo estaba.

Jamás sabría que había estado allí. Ni que ella lo había ayudado. Simi tenía prohibido decírselo y en cuanto ella desapareciera, las personas que estaban en la planta baja también se olvidarían de ella.

—Te quiero —le susurró al oído—. Siempre te querré. —Le dio un casto beso en la mejilla antes de apartarse y coger una de sus manos. Se echó a llorar mientras se acercaba la palma a la cara—. Algún día nos conoceremos —murmuró—. Te lo prometo.

Quitó el pestillo de la puerta con sus poderes y después sacó una bolsita de su bolsillo. En el interior había tres hojas del Árbol de la Vida, que solo crecía en el jardín de la Destructora, emplazado en el corazón de su templo, en Kalosis. Era lo único que podía romper el ypnsi, el sueño sagrado que Orasia dispensaba antiguamente desde los sagrados muros de Katoteros, cuando los antiguos dioses atlantes regían la Tierra.

Eso era lo único que podía restablecer la fuerza de Aquerón.

Aplastó las hojas para hacer brotar su savia. Las acercó a los labios de Aquerón, las estrujó un poco más y vertió nueve gotas en su boca.

Observó que el color regresaba lentamente al cuerpo inerte de Aquerón, extendiéndose desde sus labios.

Acto seguido, inspiró hondo y abrió los ojos.

Ella desapareció al instante.

Ash sintió que el aire se agitaba a su alrededor. Se irguió enseguida, pero deseó no haberlo hecho en cuanto notó el dolor.

Se humedeció los labios e hizo una mueca de desagrado por el regusto amargo que tenía en la boca.

—¿Akri?

El corazón le dio un vuelco al escuchar la voz indecisa de Simi un segundo antes de que entrara en tromba en la habitación y se abalanzara sobre él.

De pronto, lo recordó todo. Los daimons.

El ataque…

¿Qué coño lo había atacado?

—Simi, ¿qué estoy haciendo aquí?

Su demonio lo abrazó con tal ímpetu que lo arrojó de espaldas al colchón con ella encima.

—Has asustado a Simi, akri. Simi no sabía qué te pasaba. Te pusiste todo gris y feo como las estatuas esas. ¡A ti no te pasan esas cosas! Tú se lo dijiste a Simi.

—Estoy bien —dijo, acunándola—. Creo. ¿Por qué estoy en casa de Kirian… y tú… en forma humana?

—Porque nosotros te trajimos.

Se tensó al escuchar la voz de Kirian. Sin apartarse de Simi, se incorporó muy despacio en la cama.

Kirian estaba en el vano de la puerta con los brazos cruzados por delante del pecho, acompañado de Julian y Amanda.

—¿Estás bien? —le preguntó.

Asintió con la cabeza.

—Eso creo. Un poco mareado, pero respiro. —O al menos lo intentaba, porque Simi se le había pegado como una lapa y no lo soltaba.

—¿Sabes qué te ha pasado? —escuchó a Tabitha desde algún lugar del pasillo.

Por desgracia, sí lo sabía, pero ellos no tenían por qué; mucho menos cuando Simi había conseguido el antídoto y lo había curado. Gracias a los dioses que había entendido su orden.

Si los demás llegaban a averiguar quién y qué era…

Claro que eso conllevaba una pregunta; entre las filas de los daimons, ¿quién conocía su verdadera identidad? ¿Cómo habían averiguado el modo de dejarlo fuera de juego por completo?

Aunque jamás volvería a suceder. Puesto que ya lo esperaba, podría defenderse del ataque.

Ya se encargaría del siguiente gilipollas que volviera a intentarlo.

—Ya vale, Simi —dijo, dando unas palmaditas al demonio en la espalda—. Ya puedes soltarme.

—No, Simi no puede —protestó ella mientras lo abrazaba con más fuerza—. Te pusiste todo gris, akri. Como una de esas cosas que tenemos en casa. ¡Uf! A Simi no le gusta. Tienes que quedarte así de guapo y rosado, como se supone que eres. O azul. A Simi no le importa cuando estás azul. Pero tampoco le gusta que te pongas triste, ¿vale?

—Vale, Simi —respondió antes de que dijera algo que no debía decir.

—¿Te pones azul? —preguntó Kirian.

—Todo el mundo se pone azul cuando tiene frío —contestó de forma evasiva.

Se levantó de la cama a pesar de que Simi seguía abrazándolo con la misma fuerza. Tenía que salir de la habitación para distraerlos de que había estado en un tris de morir, al menos en el sentido en el que lo hacían los suyos.

Simi se colocó tras él pero siguió abrazándolo con fuerza por la cintura.

—Creo que alguien te tiene un gran apego, T-Rex —dijo Talon con una carcajada.

—Eso parece. —Salió del dormitorio.

—¿Podemos comer helado? —preguntó Simi, soltándolo por fin. Echó a andar hacia la escalera, pero giró de repente y se encaminó hacia la habitación de Marissa para echar un vistazo—. ¡Chitón! —les dijo cuando cerró la puerta y se enderezó—. El bebé está durmiendo.

—Sí, y Tabitha se está escabullendo —apostilló Kirian—. ¿Te largas con Valerio?

Tabitha se molestó al escuchar la pregunta.

—Ash, tengo una duda —le dijo en voz baja mientras se acercaba a él, que ya había llegado a la escalera—. ¿Le importaría mucho a Artemisa que matara a un antiguo Cazador Oscuro?

—No, pero creo que a tu hermana sí.

—Pues será mejor que se haga un seguro —dijo mirando a Amanda por encima del hombro—, porque está a un paso de caer por la escalera.

—No me amenaces, Tabby —le advirtió Kirian—. Me hiciste una buena jugarreta cuando te enteraste de que tu hermana estaba conmigo. Para ser más exactos, intentaste matarme. Y ahora te lías con el ser más inmundo que jamás ha pisado la tierra. Díselo, Ash. Los de su ralea mataban sin escrúpulos.

Tabitha dio media vuelta para enfrentarse a él.

—¿Los de su ralea? ¿Te refieres a los generales de la Antigüedad? Tengo la impresión de que conozco a dos personas que también eran «de su ralea» —replicó al tiempo que lanzaba una mirada elocuente a los dos ex generales.

—Tabitha… —dijo su hermana—. Ya está bien. Sabías lo que Kirian sentía por Valerio. ¿Cómo has podido hacernos esto?

Ash se frotó la cabeza como si le doliese.

—A ver si dejamos tranquila a Tabitha. Fui yo quien le dije que no se apartara de Valerio.

—¿Por qué? —preguntaron Kirian, Julian y Amanda al unísono.

—Tabby, ¿cuál es tu hombre ideal? —le preguntó él a Tabitha, mirándola con sorna.

—¿Lo preguntas de verdad?

Asintió con la cabeza.

—Tú —dijo ella sin vacilar—. Alto, buenísimo, a la última y con un toque gótico.

—¿Y qué te parece Valerio?

Desvió la mirada hacia su hermana antes de contestar.

—Es un estirado, pero me gusta mucho.

Kirian y Julian soltaron un taco.

—Tabitha… —la avisó Amanda.

—No me vengas con esas. Joder, estoy harta de que todos me deis la lata. —Bajó la escalera y se encaminó hacia la puerta.

En cuanto la abrió, se encontró con Nick en los escalones de la entrada. El escudero le sonrió y entró en el vestíbulo. Fue todo tan rápido que ni siquiera se le pasó por la cabeza avisarlo de que Ash estaba en la casa…

Con Simi.

Se dio la vuelta para mirar boquiabierta al grupo que bajaba la escalera.

—¡Hola, Nicky! —lo saludó Simi, sonriendo de oreja a oreja mientras se apartaba de Ash dando brincos.

Tabitha estaba petrificada por el miedo.

Y supo el momento exacto en el que Ash comprendió que Simi conocía a Nick en el sentido bíblico de la palabra. Se le enrojeció el rostro de furia.

Nick se quedó helado antes de quedarse boquiabierto.

Simi parecía ajena al caos que acababa de desencadenar.

—Nicky —le dijo al tiempo que ponía los brazos en jarras y hacía un puchero—, ¿por qué dejaste plantada a Simi?

Nick abrió y cerró la boca varias veces sin decir nada, mientras que Ash soltó un rugido. Cogió a Nick por el cuello y lo estampó contra la pared con tanta fuerza que la atravesó.

Tabitha se encogió en un gesto de solidaridad cuando vio que el escudero intentaba ponerse en pie en medio de la polvareda que había levantado.

—No sabía que era tu novia, Ash —resolló—. Te lo juro.

Los ojos plateados de Ash adquirieron un brillo rojizo.

—No es mi novia, gilipollas. ¡Es mi hija!

Aunque le pareciera increíble, Nick perdió el poco color que le quedaba en la cara.

—Pero es… tan joven… Tú eres tan joven… —Tragó saliva—. Y yo soy hombre muerto.

Los ojos de Ash lanzaban destellos rojos y amarillos. En ese momento, golpeó a Nick con tanta fuerza que lo lanzó contra Kirian, que observaba la escena a unos cinco metros de distancia.

Marissa comenzó a llorar en su habitación.

—Amanda, encárgate de tu hija —masculló Ash con una voz que ni siquiera parecía humana. Era ronca y reverberante. Aterradora.

Aprovechando la distracción, Tabitha se abalanzó sobre él, pero Ash extendió la mano y una fuerza invisible la detuvo en seco.

—¡Akri! —gritó Simi—. ¡No!

Ash echó a andar hacia Nick, pero antes de que pudiera dar más de dos pasos, Simi se interpuso entre ellos.

El agónico grito de Ash hizo que Tabitha se compadeciera de él.

—¡Jamás debías tener contacto carnal con nadie! —le gritó a su demonio.

Al contrario que los demás, que temían por sus vidas, Simi no parecía impresionada por la furia de Ash.

—¿Por qué no? —le preguntó—. Todo el mundo lo tiene.

Ash se pasó las manos por el pelo.

—Joder, Simi, porque ahora serás como todas las demás. La que me ha caído encima…

Simi torció el gesto como si aquello fuera la cosa más desagradable que había escuchado nunca.

—Por favor, akri. Te lo tienes un poco creído, ¿no? Es asqueroso. Llevas demasiado tiempo con esa foca. ¡Uf! A ver, eres guapo, pero no como Travis Fimmel. Él sí que está bueno. Además, a Simi no le gustaron nada esos jadeos y sudores. Demasiado trabajo para tan poco placer. Simi prefiere ir de compras. Es mucho más divertido y luego no hay que ducharse. Bueno, a menos que vayas a un lugar muy sucio, pero hoy en día la mayoría de las tiendas están muy limpias.

Nick abrió la boca como si fuera a protestar, pero Talon lo interrumpió con un gesto de la cabeza.

—Tío —dijo Talon con brusquedad—, alégrate de ser un desastre en la cama y aprovecha la oportunidad que acaba de darte de salvar la vida.

—Sí, Nick —convino Kirian—, mantén esa puta boca cerradita.

Ajeno a la conversación, Ash abrazó a Simi con fuerza, como si temiera soltarla.

El muro invisible que había retenido a Tabitha desapareció. Inspiró hondo mientras el ambiente se tranquilizaba y la tensión se desvanecía.

Sin embargo, cuando Ash miró a Nick vio que todavía tenía los ojos rojos.

—Estás muerto para mí, Gautier. En tu lugar, yo me mataría y así me ahorrarías la molestia.

—¡Oye! —exclamó ella al ver que Ash se alejaba hacia la puerta—. Te has pasado.

—No te metas, Tabitha —rugió Ash—. Simi, vuelve a mí.

El demonio se convirtió en una bruma diáfana antes de colocarse sobre su brazo y convertirse en el tatuaje con forma de dragón.

Ash estampó la puerta al salir. Sin pensárselo dos veces, Tabitha fue tras él.

—¡Ash! —gritó, obligándolo a detenerse en la avenida de acceso—. ¿Adónde vas?

—Me voy antes de que mate a Nick.

—No puedes echarle toda la culpa a él.

—¡Cómo que no! ¡Se ha acostado con mi Simi!

—Bueno, pero si quieres odiar a alguien, ódiame a mí. Fui yo quien los dejó a solas.

La miró echando chispas por los ojos. Literalmente.

—Déjame tranquilo, Tabitha. Ya.

—No —negó con vehemencia—. Si quieres hacer daño a alguien por esto, házselo al culpable. Nick y tú sois muy buenos amigos. No creas que no lo sé. Te quiere como a un hermano y acabas de hacerlo polvo.

—Se acostó…

—Ya te he oído la primera vez. Pero también sé cómo se sintió Nick cuando se enteró de que Simi era tuya. A ver, explícame, ¿por qué no sabía Nick nada sobre ella?

Ash apretó la mandíbula con furia.

—No quería que ningún hombre supiera de su existencia. Sabía que llegaría el momento en el que… —Se encogió como si le hubieran clavado un cuchillo—. No lo entiendes.

—Tienes razón, no lo entiendo. No sé qué te ha pasado esta noche. No sé qué me persigue. No entiendo en qué coño te has convertido hace unos minutos ni por qué tus ojos siguen echando fuego… o eso parece. ¿Qué eres? Porque ahora mismo me estoy preguntando si alguna vez has sido humano.

Los ojos de Ash refulgieron y pasaron del rojo al plata.

—En otro tiempo fui humano —dijo en voz baja.

—¿Y ahora?

—Ahora ha llegado el momento de vuestra muerte.

Apenas había tenido tiempo de asimilar esas aterradoras palabras cuando una abrasadora sensación le atravesó el estómago.