8

Tabitha colgó el teléfono, aterrada. Nunca había visto a Amanda tan asustada. Pero lo peor era que había «visto» su propia muerte y conociendo sus poderes…

Llamó a Ash sin pensárselo dos veces.

—Hola, Ash —le dijo, y notó cómo la atención de Valerio se trasladaba de la pizza a ella—. Tengo un problema. Amanda acaba de llamar para decirme que ha soñado con su propia muerte, y encima yo anoche me topé con algo espeluznante. Un fantasma que…

Ash apareció de repente frente a ella.

—¿Cómo? —le preguntó.

Por un instante se quedó helada mientras asimilaba lo que Ash acababa de hacer. A veces la asustaba de una manera…

Colgó el teléfono y se lo repitió todo, incluidos los detalles sobre el fantasma que habían visto la noche anterior.

La mirada de Ash se tornó distante al tiempo que ladeaba la cabeza como si estuviera escuchando a alguien.

—¿Ves la muerte de mi hermana? —le preguntó.

El corazón de Ash se aceleró mientras intentaba traspasar la neblina que rodeaba el futuro de Amanda y Kirian.

No veía nada.

No escuchaba nada.

Joder, pensó. Por eso se emperraba tanto en mantener las distancias con todo el mundo. Cada vez que se permitía encariñarse con alguien o que ese alguien formaba parte de su propio futuro, su destino quedaba velado para él. En lo que a Amanda y a Kirian se refería solo había oscuridad, y eso le repateaba.

—Dime algo, Ash —le pidió Tabitha.

La miró de nuevo y percibió el miedo atroz que embargaba su mente y sus agitados pensamientos mientras esperaba un consuelo que no podía ofrecerle.

Incluso su futuro le estaba vetado.

—Su destino era ser feliz —le dijo en voz baja. Pero la clave de la respuesta era el verbo en pasado. «Era». El libre albedrío podía alterar el futuro, cosa que sucedía con frecuencia.

¿Qué había cambiado?

Algo había ocurrido y Amanda lo había visto en sueños.

Confiaba hasta tal punto en sus poderes que no ponía en tela de juicio nada de lo que ella dijera. Si había visto su muerte y la de Kirian, ese sería su futuro a menos que él descubriera el motivo y lo cambiara antes de que fuera demasiado tarde.

Cerró los ojos y sondeó las mentes de los humanos, buscando algo que pudiera alterar el destino de Amanda. No encontró nada.

Nada.

¡Joder!

Valerio se había movido hasta quedar detrás de él. Se hizo a un lado para no dejar la espalda expuesta al romano.

—Cuéntame con pelos y señales qué pasó anoche —le dijo a Tabitha.

Ella le relató la escena del fantasma; Valerio aportó algunos detalles.

—¡Urian! —gritó, convocando a su contacto spati.

Tabitha frunció el ceño. Ash se estaba comportando de un modo muy extraño y percibía su preocupación.

—¿Quién es Urian?

Antes de que acabara de formular la pregunta, otro hombre alto e increíblemente guapo apareció en la cocina. Era rubio, de ojos azules, e iba ataviado con pantalones de cuero negros y una camisa del mismo color. No parecía muy contento y estaba mirando a Ash con los ojos entrecerrados.

—No me hables en ese tono, Ash. No me gusta en absoluto, seas lo que seas.

—Te guste o no, necesito saber qué están tramando los spati. Concretamente, necesito saber si Desiderio ha vuelto al terreno de juego.

El pánico la invadió.

Urian torció el gesto.

—¿Por qué estás preocupado por él? Desi es un inútil.

—Desiderio está muerto —puntualizó ella con énfasis—. Kirian lo mató.

—Sí, y yo soy Bugs Bunny —se burló el tal Urian—. ¿Ves mi rabito? No se mata a un spati así como así, guapa. Lo único que se consigue es dejarlo fuera de combate una temporada.

—¡Y una mierda! —masculló ella.

—No, Tabitha —intervino Ash, que había suavizado su tono de voz—. La esencia de Desiderio fue liberada. Pero si uno de sus camaradas o de sus hijos quiere traerlo de vuelta, puede hacerlo. No es fácil, pero sí posible.

Que Ash les hubiera ocultado algo tan importante la dejó horrorizada.

—¿Por qué no nos lo dijiste antes?

—Porque esperaba que no sucediera.

—¿Esperabas? —repitió a voz en grito—. Por favor, dime que no has cimentado las vidas de mi hermana y de Kirian en una simple esperanza.

Ash no replicó.

Y fue en ese momento cuando por fin comprendió la relevancia de lo que había sucedido esos días.

—Así que la noche que conocí a Valerio estuve luchando con spati de verdad.

—Ni de coña, guapa —se burló Urian—. Debes de haber luchado con neófitos. Si hubieran sido spati de verdad, estaríais más que muertos y enterrados.

La arrogancia de ese tipo estaba empezando a ser cargante. ¿Qué se había creído ese gilipollas?

—¿Cómo es que sabes tanto acerca de ellos, don Listillo?

—Porque yo era un spati.

La respuesta desató la furia de Tabitha, que se abalanzó al punto sobre él.

Ash la atrapó y la levantó del suelo, para alejarla del daimon, pero ella no dejó de patalear y de intentar llegar hasta él mientras ponía de vuelta y media a Ash. Urian observaba la escena con una sonrisa burlona.

—Ya vale, Tabby —le dijo Ash al oído—. Urian es de los nuestros. Créeme, ha pagado con creces su lealtad al otro bando. Ni te imaginas cómo.

Sí, claro, rezongó para sus adentros.

—¿Cómo has podido traer un daimon a mi casa después de lo que me hicieron? ¿Después de lo que le hicieron a mi familia? —exigió saber.

—Querida, pero es que ya no soy un daimon… —la corrigió Urian con un brillo peligroso en la mirada—. Si lo fuera…

—Estarías muerto —lo interrumpió Valerio en tono amenazador—. Yo te habría matado.

Urian se echó a reír.

—Sí, claro. —Miró a Ash—. La arrogancia de tus Cazadores no tiene límites, en serio. Deberías pasar un poco más de tiempo enseñándoles cosas sobre nosotros.

Ash la soltó antes de ordenar al daimon:

—Necesito que descubras qué está pasando. ¿Sigues teniendo alguien en quien puedas confiar?

Urian se encogió de hombros.

—En posible que todavía quede algún pringado. Pero… —Su mirada se clavó en ella—. Si Desi ha vuelto de verdad, querrá acabar lo que dejó a medias. Que los dioses te protejan si ha vuelto a reencarnarse. Porque correrán ríos de sangre por Nueva Orleans.

—¿Quién querría traer de vuelta a ese monstruo? —preguntó ella.

—Sus hijos —respondieron Ash y Urian al unísono.

Le costaba muchísimo creer lo que estaba escuchando. Sin embargo, mientras ella hervía de furia, vio que el semblante del daimon por fin mostraba una pizca de compasión.

Y también de tormento.

—Créeme —dijo él, sin rastro de arrogancia en la voz—, cuesta mucho dejar de profesar lealtad a un padre que te salvó de una muerte espantosa a los veintisiete años.

Algo le dijo que lo sabía por experiencia propia.

—¿Tu lealtad sigue siendo para con tu padre? —quiso saber ella.

La expresión del daimon se tornó pétrea.

—Habría hecho cualquier cosa por él hasta el día que me mató y me arrebató lo que más me importaba en la vida. Cualquier vínculo que tuviera con él se rompió en aquel momento. —Miró a Ash—. A ver qué descubro.

Un destello anaranjado lo envolvió un instante antes de que se desvaneciera. Aun así, el aura malévola que lo rodeaba dejó un rastro palpable en la cocina.

—Joder con Urian y sus truquitos de magia… —masculló Ash—. A ver si le recuerdo que deje los fuegos artificiales cada vez que aparece y desaparece.

—Está muy enfadado —dijo ella.

—No sabes cuánto, Tabby —replicó—. Y tiene todo el derecho a estarlo. —Meneó la cabeza como si quisiera despejarse antes de seguir hablando en voz baja—: Mientras Urian anda buscando noticias, necesito que sigáis juntos y os cuidéis las espaldas el uno al otro. Desiderio es hijo de Dioniso, que todavía está molesto conmigo por lo que pasó durante el Mardi Gras de hace tres años. No creo que sea tan imbécil como para ayudar a Desiderio, pero no me fío de ninguno de los dos. —Le lanzó una mirada elocuente—. Aunque su padre no lo ayude, Desiderio sigue teniendo unos poderes divinos que pueden ser letales, como supongo que recordarás…

—Sí —afirmó con sarcasmo mientras recordaba cómo Desiderio y sus daimons habían pasado por encima de ella y de sus amigos como una apisonadora—. Lo recuerdo.

Ash miró a Valerio.

—Desiderio puede manipular a la gente. Poseerla, si lo prefieres. Tabitha es bastante testaruda y lo único que puede poseerla es el deseo de comer chocolate. En ese sentido, tenemos suerte. Pero Marla es harina de otro costal. Con Otto no habrá problemas. Pero el resto de tu servidumbre… deberías darles unos días de vacaciones.

Saltaba a la vista que antes preferiría la muerte.

—Puedo encargarme de ellos —le aseguró.

—Tendrás que dormir en algún momento. Alguno de los criados podría entrar sin muchos problemas en tu dormitorio y matarte. No creo que ninguno te aprecie tanto como para titubear cuando Desiderio le dé la orden, tal como le pasó a la cocinera de Kirian.

Esas palabras lo hicieron resoplar por la nariz.

Sin embargo, Ash hizo caso omiso del evidente dolor de Valerio y que ella percibía muy bien.

—Os necesito juntos en esto. Tengo que ir a ver a Janice y a Jean-Luc para ponerlos al tanto de lo que está ocurriendo. —Se volvió para mirarla—. Tabitha, mete lo que necesites en una bolsa y múdate una temporada con Valerio.

—¿Y qué pasa con la tienda?

—Que Marla se encargue de ella temporalmente.

—Sí, pero…

Los rasgos de Ash se endurecieron.

—No discutas conmigo, Tabitha. Estamos hablando de los enormes poderes de Desiderio y te recuerdo que os la tiene jurada. A Amanda, a Kirian y a ti. Esta vez no se andará con chiquitas. Va a mataros.

Normalmente, habría discutido con él aunque solo fuera para llevarle la contraria. Sin embargo, reconoció ese tono de voz. Porque nadie era capaz de discutir mucho tiempo con Ash.

—De acuerdo.

—Ya tienes tus órdenes, general —le dijo a Valerio con sequedad.

Valerio respondió con un irónico saludo al estilo romano.

Ash puso los ojos en blanco y desapareció.

Una vez a solas, Valerio la miró sin decir palabra. La furia que hervía en su interior era tan intensa que resultaba dolorosa incluso para ella.

—¿Qué? —le preguntó Tabitha.

En lugar de contestar, se acercó al aparador donde estaba la foto de boda de Amanda y quitó la cara de Russell Crowe que tapaba la de Kirian. Tras hacerlo, soltó un taco.

—Debería haberlo supuesto cuando me dijiste que se llamaba Amanda.

La expresión asqueada de su rostro la sacó de quicio.

—Sí, y yo me llamo Tabitha, no Amanda. ¿Qué tiene eso que ver con lo demás?

Pero no la estaba escuchando. Lo sabía.

Salió en silencio del comedor en dirección a la escalera. El portazo con el que cerró la puerta de su dormitorio le hizo dar un respingo.

—Muy bien —gritó—. Compórtate como un niño. Me da igual.

Valerio se sentó en el borde de la cama mientras su mente se empeñaba en repetirle quién era Tabitha.

La hermana gemela de la esposa de Kirian lo había salvado. La cosa tenía narices… después de pasarse dos mil años evitando al griego para que no sufriera con el recuerdo constante de lo que le había hecho su familia, le pasaba eso.

Apretó los dientes, enfurecido por la traición de la que había sido objeto Kirian. Muchísimos siglos atrás, su abuelo Valerio (de quien él era el vivo retrato) había seducido a la esposa de Kirian, Zeone, y la había convencido para que traicionara a su marido, que la amaba con locura. Kirian no había sido capturado en el campo de batalla como correspondía a un hombre de su talla. Su propia esposa lo había drogado en su casa mientras intentaba salvarla y después se lo había entregado a su enemigo mortal.

Con el corazón en un puño, recordó las semanas de tortura a las que su abuelo y su padre lo sometieron para sonsacarle información, y también por placer. También recordaba sus gritos.

Su imagen ensangrentada y derrotada lo seguía atormentando. En su mente lo veía tumbado de espaldas, con la mirada distante y una expresión de intenso sufrimiento en el rostro. A lo largo de las semanas de cautiverio sus miradas solo se cruzaron en una ocasión, y la expresión que vio en sus ojos se le quedó grabada a fuego en el alma.

Aunque lo peor era recordar las carcajadas de su abuelo durante la cena que celebraron la noche de su crucifixión, justo después de que el padre de Kirian intentara salvarlo.

«Deberías haberle visto la cara cuando su mujer se corrió en mis brazos delante de sus narices. La muy puta estaba deseando que se la metiera y me la follé allí mismo. Es una verdadera lástima que haya muerto antes de que viera cómo la echaba a la calle.»

Nunca había comprendido el motivo de semejante crueldad. Ya era suficiente con saberse derrotado a manos del enemigo, pero que lo hubieran obligado a presenciar cómo disfrutaba de su mujer…

Y él se estaba acostando con la viva imagen de su nueva esposa.

La historia se repetía, desde luego que sí.

Aquerón lo sabía y no le había dicho nada. ¿Por qué insistía en que se quedaran juntos cuando sabía lo que eso supondría para Kirian? No tenía sentido. Y tampoco lo tenía que Tabitha lo hubiera salvado a sabiendas de que su cuñado lo odiaba.

Bien sabía Júpiter que ese hombre tenía todo el derecho del mundo a desear su muerte. Con razón Selena lo había odiado a primera vista… Siendo la cuñada de Kirian, incluso le parecía que se había quedado corta demostrándole con cuánta violencia lo aborrecía.

La puerta se abrió.

Se tensó al ver que Tabitha entraba en el dormitorio. Ni siquiera le habló mientras abría una maleta pequeña y la llenaba de… armas.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó.

—Lo que Ash ha dicho. Voy a mudarme a tu casa.

—¿Por qué no te vas con Kirian y Amanda?

—Porque confío en Ash. Si dice que debo estar contigo, me voy y no hay más vuelta de hoja.

—¿También vas a escupirme? —le preguntó antes de que pudiera morderse la lengua.

Tabitha se detuvo al escuchar esa pregunta tan fuera de lugar.

—¿Cómo dices? —preguntó a su vez, observando el tic nervioso que acababa de aparecer en el mentón de Val.

—Es lo que suele hacer tu hermana Selena cuando me ve. Me preguntaba si tendría que guardar las distancias contigo por si acaso me tiras algún pollo.

Se habría echado a reír si él no hubiera estado tan serio.

—Un «pollo»… Interesante palabra viniendo de ti. Jamás habría pensado que la conocieras.

—Sí, bueno, tu hermana y mi anterior escudero me han dado unas clases magistrales acerca de lo que es un buen pollo. —Se puso en pie y echó a andar hacia la puerta—. Te esperaré fuera.

Antes de que pudiera llegar a la puerta, ella la cerró con el pie. Valerio se volvió con una actitud de suprema arrogancia.

—¿Qué bicho te ha picado?

—¿Cómo dices? —quiso saber él, con una voz tan gélida como su mirada.

—Mira, hay un par de cosas sobre mí que debes saber. Lo primero es que no aguanto las gilipolleces. Lo segundo es que no me gusta la hipocresía. Sea lo que sea lo que siento por algo o por alguien, lo digo sin tapujos.

—Ya me he dado cuenta.

—Y lo tercero… —siguió, haciendo oídos sordos a su interrupción—, es que soy empática. Por mí puedes quedarte ahí y fingir que todo esto te trae al fresco, porque de todas formas yo estoy sintiendo lo que tú sientes. Así que no vayas de reservado con ese airecillo distante porque a mí no me la das. Pero sí que me cabreas.

Sus palabras lo dejaron boquiabierto, aunque intentó disimularlo.

—¿Eres empática?

—Sí. Sé que la presencia de Ash en la cocina te ha hecho daño, aunque no sé por qué. Sentí tu furia en cuanto dejaste a la vista la cara de Kirian. —Alzó una mano y la colocó sobre una de sus mejillas—. Mi madre siempre dice que las apariencias engañan. La única vez que has actuado de acuerdo con tus emociones fue anoche, mientras hacíamos el amor, y hace un rato, cuando diste el portazo.

Intentó alejarse, pero Tabitha no se lo permitió.

—Háblame, Val, no salgas corriendo.

—No te entiendo —confesó con el corazón en la garganta—. No estoy acostumbrado a caer bien a la gente, y mucho menos si tienen todo el derecho del mundo a odiarme.

—¿Por qué iba a odiarte?

—Porque mi familia destrozó la vida a tu cuñado.

—Y mi tío Sally era un prestamista que murió cuando un tipo al que chantajeaba le disparó en la calle. En todas las familias hay un gilipollas. No es culpa tuya. ¿Fuiste tú quién mató a Kirian? No, ¿verdad?

—No, yo era un niño cuando murió.

—Entonces ¿cuál es el problema?

Para ser una mujer tan irracional, tenía momentos de extrema sensatez. Como en ese momento.

—Toda la gente a la que he conocido en esta ciudad y que a su vez conoce a Kirian me odia, así de simple. Supuse que tú también lo harías.

—En fin, parafraseando la sabiduría popular, tu suposición era verde y se la comió una cabra. ¡Por favor! Quiero a Kirian con locura, pero reconozco que necesita enterrar el pasado de una vez.

No podía creerla. El hecho de que lo aceptara de ese modo era…

De repente, Tabitha tiró de él y le dio un abrazo fuerte y extrañamente revitalizante.

—Sé que no puedo retenerte a mi lado, Valerio. Créeme, comprendo cómo es tu vida y cuáles son tus obligaciones. Pero somos amigos y también aliados.

La abrazó con fuerza mientras esas palabras resonaban en lo más profundo de su ser.

Ella lo soltó y retrocedió.

—Y esta noche tenemos cosas que hacer. ¿Verdad?

—Verdad.

—Muy bien. ¡A transformarse!

Frunció el ceño.

—¿A transformarse? —repitió.

Tabitha le ofreció una sonrisa avergonzada.

—Mi sobrino Ian está enganchado a los Power Rangers. Me parece que he visto demasiados episodios con él…

—¡Ah! —exclamó él al tiempo que cogía su maleta—. Vamos a mi casa para dejar tus cosas y después saldremos a la caza del daimon.

Por temor a encontrarse con Tia y arriesgarse de ese modo a un nuevo interrogatorio, Tabitha llamó a un taxi para que los llevara a casa de Valerio. Otto ya había salido cuando llegaron a la mansión.

Como era de esperar, Gilbert los recibió en la puerta. La formalidad de su recibimiento lo hizo parecer más almidonado que nunca.

—Me alegra volver a verte, Gil —le dijo ella mientras Valerio le pasaba la maleta—. Me encanta la rigidez de tu porte.

El mayordomo frunció el ceño antes de bajar la vista para echarse un vistazo, tras lo cual la miró con expresión interrogante.

Se dio cuenta de que Valerio reprimía una sonrisa.

—La señorita Devereaux se quedará con nosotros unos días, Gilbert. ¿Puedes decirle a Margaret que prepare una habitación para la dama, por favor?

—Sí, milord.

Ella siguió a Valerio, que había echado a andar hacia la escalinata, aunque se detuvo a medio camino.

—Gilbert, cuando Margaret termine, me gustaría que todo el personal se tomara unas semanas de vacaciones.

El mayordomo pareció sorprendido.

—¿Cómo dice, milord?

—No te preocupes. Serán pagadas. Consideradlo un regalo de Navidad adelantado. Lo único que necesito es que me dejes en el escritorio un listado con los números de teléfono de todos para comunicarles cuándo deben volver.

—Como desee, milord.

La tristeza que invadió a Valerio llegó hasta ella. A pesar de lo que Ash había dicho, Gilbert le caía bien y no parecía gustarle mucho la idea de que el hombre se marchara.

—¿Adónde vas? —preguntó Tabitha cuando vio que daba otro paso hacia la imponente escalinata de caoba.

—A por algunas armas más. ¿Te gustaría acompañarme?

—¡Oooh! —exclamó ella con voz provocativa—. Me pirran los hombres bien armados… Enséñame tu arsenal, cariño.

Se acercó a él, aunque no supo si la broma le había hecho gracia. Lo siguió escaleras arriba y después enfilaron el largo pasillo de la derecha. Habían recorrido la mitad cuando él se detuvo frente a una puerta y la abrió.

El gimnasio que apareció ante ella le arrancó un silbido. Era enorme y estaba equipado con una amplia variedad de sacos de arena, colchonetas y muñecos de entrenamiento. Uno de ellos en particular parecía seriamente dañado…

Uno que llevaba una camisa hawaiana muy chillona.

—Hummm… ¿alguien a quien yo conozca? —le preguntó al percatarse de las puñaladas que tenía en la cabeza.

—Me acojo a la quinta enmienda.

—Salta a la vista que Otto no participa en tus sesiones de entrenamiento.

Miró el muñeco de reojo.

—En cierto modo, podría decirse que sí.

Meneó la cabeza mientras Valerio se acercaba a un armario. En su interior había tal arsenal que en la ATF[3] saltarían todas las alarmas.

—¿Un lanzagranadas?

—Lo compré en eBay —contestó él—. Allí se encuentra de todo.

—Ya veo. ¿Quién necesita a Kell cuando tienes todo esto?

Él le dedicó una sonrisa maliciosa mientras se aseguraba un puñal de hoja larga y letal al antebrazo.

—¿Qué va a elegir la dama?

La dama cogió una pequeña ballesta que colgaba de un gancho.

—He visto las reposiciones de Buffy demasiadas veces. Definitivamente, lo mío son las ballestas.

Se apartó un poco mientras ella elegía sus armas. Debía admitir que le gustaba ver a una mujer que sabía cuidarse sola. Antes de elegir, calibraba el peso del arma y la examinaba con la habilidad de un profesional.

Valerio jamás habría creído que algo así pudiera ser excitante y, sin embargo, a esas alturas tenía una erección. Tuvo que echar mano de todas sus fuerzas para no hacerle el amor allí mismo.

Tabitha miró a Val por encima del hombro al percibir la ardiente oleada de deseo que irradiaba. Sus ojos negros la abrasaron.

Estaba a punto de perder el control. Lo percibía. Y eso avivó hasta tal punto su deseo que de repente se encontró respirando con dificultad.

—Toma —le dijo, ofreciéndole una de las relucientes estacas de acero.

Valerio retrocedió al tiempo que se la guardaba en el bolsillo. Antes de que pudieran seguir hablando, la puerta del pasillo se abrió y Gilbert entró en el gimnasio.

—¿Señorita Devereaux?

Cuando se dio la vuelta, vio que el mayordomo se acercaba a ella.

—¿Sí?

—Su habitación está lista.

Valerio carraspeó.

—Por favor, comprueba que todo sea de tu agrado antes de que la servidumbre se marche —le dijo.

—De acuerdo —replicó, a sabiendas de que él necesitaba recobrar la compostura. A decir verdad, ella también lo necesitaba. Si no salía de allí, en cuestión de minutos estarían los dos desnudos y en el suelo.

De modo que siguió a Gilbert hacia la otra ala de la mansión. El mayordomo se detuvo frente a una puerta situada en el extremo del pasillo y la abrió.

El suntuoso dormitorio la dejó boquiabierta. Era magnífico. Claro que no habría esperado menos de Valerio, pero aun así cortaba la respiración.

Estaba decorado en azul marino y dorado. Alguien había recogido a los pies el grueso edredón de plumas azul marino que cubría la cama.

Gilbert echó a andar hacia un interfono, aunque se detuvo a medio camino.

—Supongo que no habrá nadie para responderle si necesita algo —refunfuñó.

—¿No quieres marcharte?

El hombre la miró con expresión perpleja.

—Llevo mucho tiempo trabajando para lord Valerio.

A juzgar por el énfasis que imprimió a esa palabra, supuso que ese «mucho» tenía un enorme significado.

—¿Eres un escudero?

Gilbert negó con la cabeza.

—Ni siquiera saben que existo. Ese es el motivo de que el señor cambie tan a menudo de escudero. Me acogió cuando solo tenía quince años y él estaba destinado en Londres. Nadie más quería darme trabajo.

Esa información hizo que frunciera el ceño.

—¿Por qué no te reclutaron como escudero?

—El Consejo rechazó la petición de lord Valerio.

—¿Por qué? —repitió, incapaz de comprenderlo. El Consejo había aceptado a Nick Gautier cuando Kirian lo solicitó, y bien sabía Dios que tenía un pasado más que dudoso.

—Me temo que no tienen en mucha consideración ni al general ni sus peticiones.

La respuesta le arrancó un gruñido. Jamás había soportado a la gente que juzgaba a los demás. Tal como su tía Zelda solía decir: «No hagas a los demás lo que no quieras para ti».

—No te preocupes, Gilbert. Me aseguraré de que nadie le haga nada a Valerio durante tu ausencia. ¿De acuerdo?

El mayordomo sonrió.

—De acuerdo. —Le hizo una reverencia y se marchó.

Al inspeccionar el dormitorio descubrió que ya habían deshecho su maleta. Sus cosas estaban pulcramente colocadas en el armario, en los cajones de la cómoda y en el cuarto de baño.

¡Madre del amor hermoso!, exclamó para sus adentros. Ser el objeto de esa deferencia podría provocar adicción en cualquier mujer.

Ojeó sus armas, que alguien había colocado en un cajón expresamente pensado para tal fin. Sus preferidas eran los puñales retráctiles que se aseguraban a las muñecas con velcro. Tras accionar un mecanismo de presión, los puñales pasaban de los brazos a sus manos en un santiamén, pero debía tener cuidado porque corría el riesgo de acabar con un corte profundo en las palmas.

Se alzó la pernera del pantalón y metió otro estilete en la caña de la bota, además de una navaja mariposa en el bolsillo trasero. La mayoría de sus armas eran ilegales, pero tenía suficientes amigos en el departamento de policía para que no la molestaran.

Estaba poniéndose un jersey de manga larga para llevar los brazos cubiertos cuando alguien llamó a la puerta del dormitorio.

Al abrir se encontró con Valerio. Era el hombre más guapo que había visto en su vida. Todavía tenía el pelo húmedo y se lo había recogido en su habitual coleta; aunque, en honor a la verdad, ella lo prefería suelto y despeinado.

Los marcados rasgos de su rostro no delataban sus pensamientos, pero percibía que estaba contento.

—Estoy listo para salir a patrullar.

—Yo también.

Sintió que esa respuesta aumentaba su alegría. Su semblante se suavizó y ella tuvo que hacer un esfuerzo para no abrazarlo.

Era injusto que existiese alguien tan tentador.

Él abrió la puerta mientras decía:

—Vamos, lady Peligro, sus daimons la aguardan.

Ella encabezó la marcha hacia la planta baja, donde Otto los esperaba.

Debía de haber regresado mientras ellos estaban arriba.

—Nueva Orleans está en alerta —les dijo—. Todos los escuderos están siendo evacuados, salvo los Iniciados en el Rito de Sangre. Además, Ash viene de camino con algunos Cazadores del norte del estado y de Mississippi. ¿Lo sabíais?

—No —respondió Valerio—. No me había enterado de que estábamos en alerta.

—¿Los Addams también se van? —preguntó ella.

Otto asintió con la cabeza.

—Tad también se marcha. Trasladan la administración del sitio web a Milwaukee hasta que se desactive la alerta.

En ese instante recordó la advertencia de Amanda. Sacó el móvil de la mochila y la llamó para asegurarse de que estaban bien mientras Valerio y Otto seguían hablando.

Sintió un enorme alivio en cuanto escuchó la voz de su hermana.

—Hola, hermanita —la saludó, intentando que su voz sonara normal—, ¿qué estáis haciendo?

—Nada. Y sí, estoy al tanto de la alerta. Ash ya está aquí con nosotros y también un Cazador Oscuro llamado Kassim.

—¿Por qué no os han evacuado?

—Porque de todas formas nos seguiría, según palabras de Ash. Cree que es mejor luchar en nuestro propio terreno que hacerlo en algún otro lugar que nos resulte desconocido. No te preocupes, Tabby. Estoy muchísimo más tranquila con Ash y Kassim aquí, de verdad.

—Sí. Sé que Ash nunca permitiría que os pasara nada a ninguno. Tened cuidado. Hablamos más tarde, ¿vale? Te quiero.

—Ten cuidado tú también. Hasta luego.

Suspiró al escuchar que Amanda colgaba y sintió que el nudo que le atenazaba el estómago aumentaba a causa de un incomprensible miedo.

¿Por qué estaba tan nerviosa?

—Me aseguraré de que todos se marchen esta noche —oyó que decía Otto antes de irse.

Vio que Valerio inclinaba la cabeza con gesto autoritario.

En cuanto se quedaron solos, intentó desentenderse del humor sombrío que parecía haberse apoderado de ella.

—¿Conoces a un Cazador Oscuro llamado Kassim?

—De oídas.

—¿Qué sabes de él?

—Fue un príncipe africano en la Edad Media —respondió al tiempo que se daba un tironcito de la manga del abrigo—. Estaba destinado en Jackson, Mississippi, hasta que Ash lo trasladó a Alejandría hace unos años. ¿Por qué?

—Porque está en casa de Amanda y tenía curiosidad, nada más. —Señaló la puerta con el pulgar—. ¿Nos vamos?

Valerio la cogió de la mano cuando hizo ademán de ponerse en marcha.

—Tabitha, cogeremos a quien os persigue, sea lo que sea. No te preocupes.

La sinceridad de su voz la desarmó.

—¿Protegerías a tu enemigo mortal?

La pregunta lo hizo desviar la mirada un instante. Cuando volvió a clavar la vista en ella, su expresión la abrasó.

—Protegeré a tus seres queridos. Sí.

No tenía ningún motivo para hacerlo. Ninguno. Sabía a ciencia cierta que si Kirian estuviera en su lugar, se encerraría en su dormitorio y no haría nada.

Pero Valerio…

Antes de poder contenerse, tiró de él para darle un apasionado beso. Su sabor se le subió a la cabeza. Ojalá no tuviera que hacer nada esa noche salvo llevárselo escaleras arriba y hacer el amor con él.

Ojalá…

Dejó escapar un suspiro apesadumbrado mientras le mordisqueaba el labio inferior y se apartaba, consciente de la renuencia con la que él la soltaba. De todos modos, se obligó a alejarse, abrir la puerta y salir al exterior.

Otto regresaba por la avenida de entrada después de haber dejado el coche aparcado en la calle; cayó en la cuenta de que todavía llevaba los mismos vaqueros negros y el jersey de esa tarde… No se había transformado en el Otto hortera. La verdad era que parecía un adulto.

—Se me ha olvidado una cosa —les dijo al tiempo que le tendía a Valerio un aparato que parecía un pequeño transmisor—. Por si acaso. El Consejo quiere tener localizado a todo el mundo esta noche para que podamos ayudaros si pasa algo.

Para su sorpresa, descubrió que también había uno para ella.

—Gracias, Otto.

El escudero le correspondió con una inclinación de cabeza.

—Tened cuidado. Talon patrullará por Jackson Square esta noche. Kirian y Julian estarán con él. Los alrededores del Santuario, Ursulines Avenue, Chartres Street y el mercado francés también son suyos. Tal vez deberíais elegir otra zona.

—Estaremos por la parte norte del Barrio Francés. Bourbon Street, Toulouse, Saint Louis, Bienville y Dauphine.

Valerio hizo una mueca al escuchar Bourbon Street, pero ni siquiera rechistó.

—Ash se queda con los cementerios —siguió Otto—, Janice estará por Canal Street, Harrod’s y la zona comercial. Jean-Luc se encargará del Garden District. Ulric está en el distrito financiero y Zoe, en Tulane. Y eso nos deja a Kassim. En palabras de Ash, si Amanda, Marissa o él salen de casa de Kirian antes del amanecer, acabará muerto.

—¿Quién es Ulric? —preguntó ella.

Otto la miró con expresión burlona.

—Es un Cazador Oscuro que acaba de llegar de Biloxi hace cosa de media hora. Es rubio, así que intenta no apuñalarlo si os lo encontráis en un callejón.

Las palabras del escudero la ofendieron.

—¿Qué pasa? Si acabo apuñalando a la gente que tiene colmillos, no es culpa mía. No deberían parecerse tanto a los daimons.

—Yo no me parezco a ningún daimon y de todas formas me apuñalaste.

Otto se echó a reír.

—Sí, ¿qué quieres que te diga? Tenías toda la pinta de un abogado, era un imperativo moral que te matase —bromeó Tabitha.

Valerio meneó la cabeza.

—¿Cuántos escuderos quedan en la ciudad? —le preguntó ella a Otto, recobrando la seriedad.

—Solo estamos Kyr, Nick y yo. Los últimos en marcharse han sido Tad —le dijo a Valerio y después miró a Tabitha para continuar— y tu ex, Eric, con su esposa. Hace una hora que cogieron un vuelo chárter. Todos los demás, desde Liza hasta el más novato, están fuera de Nueva Orleans hasta que Ash autorice el regreso.

—¿Y los katagarios? —preguntó Valerio.

—Están cerca del Santuario para poder proteger a sus hembras y a sus cachorros. Vane y Bride también se alojarán allí durante un tiempo.

—¿Van a ayudarnos en algo? —quiso saber ella.

Otto negó con la cabeza.

—Según ellos, esto es un problema de los humanos y no quieren inmiscuirse.

La respuesta la hizo resoplar.

—No puedo creerlo.

—En ese caso, no entiendes de animales —replicó Otto—. Por eso Talon quiere vigilar el Santuario. Los apolitas y los daimons saben que una vez dentro del bar, nadie puede ponerles un dedo encima, ni siquiera Ash.

Eso le arrancó una carcajada.

—Ash no tiene ni que tocarlos para matarlos.

—¿Cómo? —preguntaron Valerio y su escudero al unísono.

—¿No lo sabéis? —preguntó ella a su vez—. Ash es impresionante en mitad de una pelea. Antes de que te enteres de que ha llegado, ya estás frito. Se mueve tan deprisa que la mitad del tiempo es imposible verlo.

—Me recuerda a Corbin —comentó Otto—. Es capaz de teletransportarse. Aparece de la nada, apuñala al daimon y desaparece antes de que el daimon se desintegre.

—¿Corbin? —preguntó ella.

—Era una antigua reina griega que acabó convertida en Cazadora Oscura —respondió Valerio.

—A ver si acierto —dijo, poniendo los ojos en blanco—: es un poco antipática contigo…

—Sin comentarios.

Ni falta que hacían.

—Sí —respondió Otto—. Pero no es nada comparada con Zoe y con Samia. Como digas «romano» estando cerca de ellas, tienes que ser rápido llevándote las manos al paquete. —Clavó los ojos en ella—. Bueno, tú no tendrías que hacerlo. Pero los que tenemos algo valioso ahí abajo, debemos protegernos.

—Vale —dijo, alejándose del escudero—. Y después de esa información tan interesante, creo que es hora de que nos pongamos en marcha. —Hizo un gesto en dirección al destartalado IROC rojo que estaba aparcado al otro lado de la verja de entrada a la propiedad—. ¿Te importa si nos llevamos tu coche, Otto?

La pregunta horrorizó a Valerio.

Su escudero soltó una siniestra carcajada al tiempo que le ofrecía las llaves.

—Con mucho gusto.

—Tengo mi… —protestó Valerio de inmediato.

—Este nos vendrá que ni pintado —lo interrumpió ella mientras le guiñaba un ojo a Otto y cogía las llaves.

Valerio estaba más tieso que el palo de una escoba.

—Tabitha, lo digo en serio. No creo que…

—Métete en el coche, Val. Te prometo que no va a morderte.

Él no lo tenía tan claro.

Entre carcajadas, ella enfiló la avenida en dirección a la verja.

—Tened cuidado, chicos —les dijo Otto, para su sorpresa—. No sois santos de mi devoción, pero no quiero que ganen los malos.

—No te preocupes —replicó ella sin detenerse—, esta vez sé a qué me enfrento.

—No seas tan arrogante —le advirtió Valerio al tiempo que la taladraba con la mirada—. Hubo un hombre mucho mejor que yo que dijo: «El preludio de la caída es el orgullo».

—Buen consejo —convino, memorizando las palabras. Acto seguido, se puso de puntillas para mirar por encima de su hombro—. ¡Buenas noches, Otto!

—¡Buenas noches! Cuídame el coche.

Valerio dio un respingo al escuchar a su escudero.

Tabitha tuvo que contener la risa que le provocó semejante reacción.

—Mmmm —musitó, después de tomar una honda bocanada de aire que olía a Nueva Orleans y abrir la portezuela para salir de la propiedad—. Huele la belleza.

Valerio la miró con el ceño fruncido.

—Lo único que huelo es el hedor de la putrefacción.

Lo fulminó con la mirada mientras él se acercaba.

—Cierra los ojos —le dijo, una vez que estuvo al lado del coche de Otto.

—Prefiero no hacerlo. Es posible que pise algo y luego me veré obligado a soportar el olor toda la noche.

Ese comentario le valió otra mirada desagradable que le resbaló por completo.

—Eres la única mujer que conozco capaz de oler ese hedor y afirmar que es agradable.

—Si no cierras los ojos, Valerio —dijo al tiempo que cerraba la portezuela—, es muy posible que la nariz sea lo único que te funcione mañana.

Aunque no sabía si debía obedecerla, se descubrió cerrando los ojos a regañadientes.

—Ahora, respira hondo —le dijo ella con voz sensual al oído, provocándole un escalofrío mientras la obedecía.

—¿Captas el olor del río, aderezado con una nota sutil de quingombó cajún y musgo español?

Abrió los ojos.

—Lo único que huelo es a orina, a marisco podrido y a fango del río.

Tabitha lo miró boquiabierta.

—¿Cómo puedes decir eso?

—Porque eso es lo que huelo.

—Eres duro de pelar, ¿sabes? —refunfuñó ella mientras se metía en el coche.

—Me han dicho cosas peores.

—Ya lo sé —le aseguró Tabitha. Su semblante parecía serio y triste de repente—. Pero han llegado tiempos nuevos para ti. Voy a sacarte ese palo del culo y esta noche vamos a desmelenarnos, a repartir hostias entre los daimons y a…

—¿Cómo has dicho? —le preguntó, ofendido—. ¿Que me vas a sacar qué de dónde?

—Me has entendido a la primera —respondió ella con una pícara sonrisa—. No sé si te das cuentas de que gran parte del problema que la gente tiene contigo es que no te ríes nunca y que te lo tomas todo, incluido a ti mismo, demasiado en serio.

—La vida es seria.

—No —lo contradijo con un brillo apasionado en sus ojos azules—. La vida es una aventura. Es emocionante y aterradora. En ocasiones puede ser un poco aburrida, pero jamás debería ser seria.

La incertidumbre asomó a los ojos de Valerio. No estaba acostumbrado a confiar en los demás y ella quería ganarse su confianza a toda costa.

—Venga conmigo, general, y déjeme enseñarle lo que la vida puede ser y por qué es tan importante que salvemos el mundo.

Lo observó mientras abría la puerta del coche; lo hacía con tanto asco como si estuviera tocando un pañal sucio. Jamás había conocido a nadie capaz de componer una expresión tan desdeñosa. Era imponente.

Sin embargo, no protestó cuando se sentó. Así que ella metió primera y se alejó de la acera a toda velocidad.

Valerio no tenía muchas esperanzas acerca de lo que podría reportarles la noche, pero debía admitir que le gustaba la vivacidad de esa mujer. La intensidad con la que vivía. Observarla era fascinante. No era de extrañar que Ash cultivara su amistad.

Cuando se era inmortal, la frescura de la vida se marchitaba muchísimo antes de lo que el cuerpo había tardado en morir. A medida que se iban sucediendo los siglos, era muy fácil olvidarse de la faceta humana. Era muy fácil olvidar el motivo por el que había que salvar a la humanidad.

Era muy difícil recordar cómo se reía. Claro que la risa y él no se conocían ni de nombre. Hasta que Tabitha apareció, nunca se había echado unas risas con nadie.

Ella poseía el entusiasmo de una niña. De algún modo, había logrado conservar los ideales de su juventud a pesar de tener que enfrentarse a un mundo que no acababa de aceptarla. No le importaba en absoluto lo que él, o cualquier otra persona, opinase de ella. Vivía su vida haciendo lo que creía necesario y según sus propios términos.

Por eso la envidiaba.

Era una poderosa fuerza de la naturaleza.

Soltó una carcajada muy a su pesar.

—¿Qué pasa? —le preguntó Tabitha mientras tomaba una curva a tal velocidad que estuvo a punto de acabar encima de ella.

Se enderezó antes de contestar:

—Estaba pensando que alguien debería apodarte «Huracán Tabitha».

—Llegas demasiado tarde —replicó con voz burlona—. Mi madre ya lo hizo hace mucho. En realidad, me puso el apodo la primera vez que entró en mi dormitorio de la residencia de estudiantes y vio qué desastre era cuando no tenía a Amanda para que fuera recogiéndolo todo detrás de mí. Agradece que después de doce años de vida independiente haya aprendido a ordenarlo todo yo solita.

La idea le provocó un estremecimiento.

—Estoy agradecidísimo.

Con una brusca maniobra, Tabitha metió el coche en el aparcamiento de Jackson Brewery y lo dejó en una plaza que en realidad no era tal.

—Se lo llevará la grúa.

—¡Qué va! —le aseguró mientras apagaba el motor y colocaba junto al parabrisas una medalla de plata en la que estaba grabado su nombre—. Esta zona es de Ed y ya se cuidaría mucho de hacer algo así. Sabe que como se le ocurra siquiera, le diré a mi hermana que lo maldiga. Y a su hermano, también.

—¿Ed?

—Un poli. Me echa un ojo siempre que puede. Íbamos juntos al instituto y estuvo saliendo con mi hermana Karma unos años.

—¿Tienes una hermana que se llama Karma? —le preguntó.

—Sí y es la leche. Tiene la horrible costumbre de presentarse de repente para vengarse de cualquiera que le haya hecho algo, justo cuando menos se lo espera el desgraciado en cuestión. Es como una araña enorme y negra que acecha en silencio. —El comentario no fue ni la mitad de gracioso que el gesto que hizo al alzar las manos y mordisquearse las uñas como si fuera un ratón nervioso—. Justo cuando te crees a salvo de su ira… ¡zas! —exclamó, dando una palmada—. Te tira al suelo y te deja allí, desangrándote.

—Espero que estés bromeando.

—En absoluto. Acojona un montón, pero la quiero mucho.

Estaba bajando del coche cuando cayó en la cuenta de algo. Tabitha no dejaba de sacarse hermanas de la manga.

—¿Cuántas hermanas tienes?

—Ocho.

—¿Ocho? —repitió, sorprendido por el número. No era de extrañar que fuese incapaz de recordarlas. Se preguntó cómo lo conseguía ella.

Tabitha asintió con la cabeza.

—Tiyana, a la que llamamos Tia. A Amanda y a Selena ya las conoces. Después están Esmeralda, Essie para la familia; Yasmina, o Mina; Petra; Ekaterina, a la que llamamos Trina casi todos; y Karma, que se niega a que le busquemos un diminutivo.

Soltó un silbido después de escuchar la lista.

—¿Qué? —preguntó ella.

—Me compadezco de los pobres hombres que tuvieron que vivir en esa casa con todas vosotras. Seguro que había una semana al mes particularmente espeluznante.

Ella se quedó boquiabierta antes de estallar en carcajadas.

—¿Acabas de hacer un chiste?

—Me he limitado a constatar un hecho espeluznante.

—Sí, claro. En fin, si te digo la verdad, mi padre pasaba trabajando gran parte de esa semana en concreto y se aseguraba de que nuestras mascotas fueran machos para no sentirse demasiado abrumado por la inferioridad numérica. ¿Y tú? ¿Tenías hermanas?

Negó con la cabeza mientras ella rodeaba el coche para ponerse a su lado. Una vez juntos, echaron a andar hacia Decatur Street.

—Solo tenía hermanos.

—¡Vaya! Imagina que tu padre se hubiera casado con mi madre… Seríamos la tribu de los Brady.

—No te creas —replicó con sorna—. Al lado de mi familia, los Borgia son una versión edulcorada de los Trapp.

Tabitha ladeó la cabeza.

—Para ser un hombre que se enorgullece tanto de su exquisita cultura, conoces un montón de personajes del cine y la televisión.

Renuente a replicar, guardó silencio.

—Vamos, ¿cuántos hermanos tenías? —le preguntó ella, sorprendiéndolo al retomar de un modo tan brusco el anterior tema de conversación.

No quería contestar, pero la respuesta salió de sus labios sin que pudiera evitarlo.

—Hasta hace pocos años, pensaba que solo tenía cuatro.

—¿Qué pasó?

—Que descubrí que Zarek también lo era.

Tabitha frunció el ceño al escuchar su respuesta.

—¿No lo supiste mientras vivíais?

La inocente pregunta le provocó una oleada de culpabilidad y de furia. Debería haberlo sabido. Si alguna vez se hubiera molestado en mirar a Zarek cuando eran humanos…

Pero claro, de tal palo…

—No —respondió con un deje de tristeza en la voz—. No lo sabía.

—Pero ¿lo conocías?

—Era un esclavo de la familia.

Eso la dejó horrorizada.

—Pero ¿era tu hermano?

Asintió con la cabeza.

Tabitha parecía tan confusa como se quedó él la noche que descubrió la verdad.

—¿Cómo es posible que no lo supieras?

—No entiendes el mundo en el que vivíamos. En aquel entonces había ciertas cosas que no se cuestionaban. La palabra de mi padre era la ley. Ni siquiera se miraba a los esclavos y Zarek… estaba irreconocible.

La tan profunda pena que Tabitha percibió en Valerio le llegó hasta el alma. Lo tomó del brazo y le dio un apretón.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó él.

—Pegarme a ti para que Zarek no vuelva a tocarte con sus rayos. Me dijiste que jamás le haría daño a un inocente, ¿verdad?

—Sí.

Le sonrió.

—En ese caso, llámame Escudo.

Valerio sonrió a pesar suyo mientras le colocaba una mano en el brazo.

—Eres un poco rara.

—Sí, pero estás empezando a cogerme cariño, ¿a que sí?

—Sí.

La sonrisa de Tabitha se hizo más amplia.

—El moho es así. En cuanto te descuides, descubrirás que te caigo bien.

El problema era que ya le ocurría, y mucho más de lo que a él le gustaría.

—¿Adónde vamos? —le preguntó mientras ella lo conducía por Decatur en dirección a Iberville, lejos de las zonas donde podrían toparse con alguien que aborreciera hasta el aire que respiraba.

—Como todavía es temprano, había pensado que podríamos hacer una inspección previa del perímetro y luego hurgar un poquito en el Abyss, un club que estoy segura de que no has pisado nunca. A los apolitas les gusta reunirse allí y he pulverizado a unos cuantos daimons tanto dentro como en los alrededores.

—¿No es ese uno de los clubes a los que suele ir Ash?

—Sí, pero como está en los cementerios, me da en la nariz que los daimons se congregarán donde crean que están más seguros.

No podía discutir su razonamiento.

Tabitha lo llevó al Magnolia Café.

—¿Tienes hambre de nuevo? —le preguntó, sorprendido, al verla entrar en el restaurante.

—No.

—Entonces ¿qué hacemos aquí?

—Ya lo verás. —Se acercó al mostrador y encargó cinco menús para llevar.

Totalmente confuso, Valerio se entretuvo observando el interior de un local al que muchos llamarían «acogedor». Las mesas eran pequeñas y estaban cubiertas por unos manteles de plástico de cuadros rojos y blancos. Las sillas eran las mismas que podrían encontrarse en un hogar de clase media.

Definitivamente no era el tipo de establecimiento que él frecuentaba, pero sí parecía de lo más apropiado para Tabitha.

Cuando el pedido estuvo listo, ella cogió las bolsas y lo precedió hasta la calle.

La siguió, intrigado por lo que iba a hacer con la comida.

Su curiosidad acabó en un callejón oscuro. Tabitha dejó las bolsas en el suelo y tiró de él para volver a la calle. Antes de hacerlo, escuchó que unas cuantas personas se movían a hurtadillas al amparo de la oscuridad.

—Estás dando de comer a los vagabundos —dijo en voz baja. Ella asintió con la cabeza—. ¿Lo haces a menudo?

—Todas las noches sobre esta misma hora.

La detuvo y la miró a los ojos.

—¿Por qué?

—Porque alguien tiene que hacerlo.

Estaba a punto de abrir la boca para hablar, pero ella se lo impidió poniéndole una mano en los labios.

—Conozco todos los argumentos en contra, Val. ¿Cómo van a buscar un trabajo si les das de comer gratis? No puedes salvar el mundo. Deja que otros se encarguen de ellos. Y un largo etcétera. Pero no puedo hacerlo. Cuando paso por aquí noche tras noche, sé que están ahí y también sé que sufren. Martin, uno de ellos, fue en otros tiempos un empresario muy importante que se quedó en la ruina a raíz de una demanda judicial. Su mujer se divorció de él y se llevó a los niños. Como no había acabado sus estudios en el instituto y tenía cincuenta y seis años cuando se declaró en bancarrota, nadie lo contrató. Trabajó un tiempo conmigo en la tienda, pero el sueldo no era suficiente para mantenerse y se negaba a aceptar caridad, así que dormía en los callejones. Deseaba subirle el sueldo, pero si lo hacía con él, tendría que haberlo hecho con todos los demás y el problema es que no puedo permitirme pagar treinta mil dólares anuales a todos los empleados a tiempo parcial de la tienda.

—No iba a decir nada de eso —le aclaró en voz baja—. Solo quería decirte que la compasión que demuestras por los demás me parece extraordinaria.

—Vaya… —Le sonrió con timidez—. Lo que pasa es que estoy acostumbrada a que la gente critique todo lo que hago.

Se llevó su mano a los labios y le besó los nudillos.

—Yo no la critico, milady. Solo la admiro.

Su radiante sonrisa lo desarmó por completo.

En ese instante y después de darle un apretón en la mano, ella hizo algo de lo más inesperado. Le pasó el brazo por la cintura y echó a andar calle abajo.

La situación le resultaba extrañísima. Había visto a muchos amantes pasear de ese modo a lo largo de los siglos, pero él nunca lo había hecho. Con un gesto inseguro, alzó el brazo, se lo pasó a Tabitha por los hombros y dejó que la calidez que desprendía su cuerpo lo inundara.

No había palabras que describieran lo que sentía en esos momentos. Estaban haciendo algo muy vulgar. La gente no debería tocarse con tanta intimidad en público. Sin embargo, jamás había experimentado nada tan maravilloso como el roce de esa extraña mujer en el costado.

La brisa hizo que algunos mechones cobrizos le acariciaran la mano. Fue algo suave, ligero, y despertó una serie de imágenes en su cabeza que no deberían estar allí. La vio en su cama, en pleno frenesí de pasión.

Las imágenes causaron estragos en su cuerpo.

Apenas hablaron mientras caminaban por las oscuras calles de la ciudad junto con los humanos que iban de un lado a otro, ajenos al peligro que se cernía sobre ellos. En el ambiente flotaba una calma espectral.

Pasaban pocos minutos de la medianoche cuando enfilaron Toulouse Street. El Abyss no era el típico club de Nueva Orleans. Era oscuro y poco acogedor, al contrario que la mayoría de los establecimientos, que intentaban atraer a los turistas a su interior.

Tabitha lo precedió por un largo pasillo, estrecho y un poco agobiante.

—Hola, Tabby —la saludó un tipo negro que estaba comprobando la edad de la pareja que tenían delante. Llevaba la cabeza afeitada y tenía tatuajes en todas las partes de su cuerpo que quedaban a la vista… incluidas las manos.

—Hola, Ty —correspondió ella—. ¿Qué tal va la noche?

—Pasable —respondió el portero, guiñándole el ojo al tiempo que le hacía un gesto a la pareja para que pasara—. ¿Quién es tu amigo? —preguntó mientras lo miraba con el ceño fruncido.

—Se llama Val. También es amigo de Ash y de Simi.

—¡No me jodas! —exclamó Ty y acto seguido le tendió la mano para saludarlo—. Ty Gagne. Encantado de conocerte.

—Lo mismo digo —replicó él mientras intercambiaban un apretón de manos.

—Que os divirtáis. Y, Tabby, esta noche nada de armas, ¿vale?

—Que sí, Ty. No habrá derramamiento de sangre. Lo he pillado.

Una vez dentro del local, la marea de humanos vestidos de negro lo dejó boquiabierto. Aquello parecía una convención de Cazadores Oscuros. Era muy fácil distinguir a la clientela habitual de los turistas que habían entrado en el club sin saber dónde se metían o llevados por una apuesta. No había visto tantos piercings y tatuajes en un mismo lugar en sus dos mil años de existencia.

Muchos de los habituales conocían a Tabitha de vista.

—Hola, Vlad —saludó ella a un tipo alto, escuálido y de piel tan pálida que casi parecía translúcida. Llevaba una camisa blanca con chorreras, un esmoquin de terciopelo rojo sangre y unos pantalones negros de pinzas. Su enjuto rostro quedaba enmarcado por una larga melena negra y ocultaba los ojos detrás de unas gafas de sol de cristales redondos.

—Buenas noches, Tabitha —replicó el tipo antes de mirarlo a él y sonreírle con la intención de dejar a la vista un par de colmillos. A modo de saludo, alzó una copa que parecía contener sangre.

Sus sentidos de Cazador Oscuro le dijeron que se trataba de vodka rojo. Los dedos largos y huesudos que rodeaban la copa estaban cubiertos por unas garras plateadas.

Estuvo a punto de echarse a reír y de enseñarle al tipo cómo eran unos colmillos de verdad, pero se contuvo.

—Vlad es un vampiro del siglo XV —le explicó Tabitha.

—Hijo de Vlad Tepes, mi amado padre, de quien tomé el nombre —apuntó el supuesto vampiro con un fingido acento rumano.

—¿En serio? —preguntó él—. Me resulta fascinante, ya que el único hijo de Vlad, Radu, murió a manos de los turcos a los dieciocho años. Solo sobrevivió su hija, Esperetta, que vive en Miami.

El tal Vlad puso los ojos en blanco.

—Tabitha, no sé de dónde sacas a esta gente —dijo.

Él estalló en carcajadas mientras el «vampiro» se alejaba.

Tabitha también se echó a reír.

—Y ahora en serio —le dijo una vez que se serenó—. Lo que acabas de contar… ¿es una trola o es cierto?

—Pregúntale a Ash —contestó él, asintiendo con la cabeza—. El marido de Retta se convirtió en Cazador Oscuro alrededor de 1480, si no me falla la memoria, y ella lo hizo poco después. De hecho, su marido es de los pocos Cazadores que me hablan de forma civilizada.

—¡Qué fuerte! —exclamó ella al tiempo que retrocedía para dejar paso a otra princesa gótica. Ladeó la cabeza para señalar una escalera—. Hay tres barras y una zona a la que llaman «la biblioteca». Los daimons suelen congregarse en la biblioteca o en la barra conocida como «conmoción». Las otras dos son la principal y la de Afrodita. ¡Ah! Supongo que deberías saber que Eros y Psiqué suelen frecuentar esa última, así que déjame esa zona a mí por si acaso aparecen esta noche.

—¡Hola, Tabby! —exclamó una rubia regordeta mientras la encerraba en un abrazo asfixiante—. ¿Has visto algún vampiro esta noche?

—Hola, Carly —replicó ella al tiempo que lo miraba con expresión socarrona—. No, ¿por qué?

—Oh, por nada en particular, pero si ves alguno, mándamelo. Estoy lista para que me muerdan y para convertirme en un ser inmortal.

Tabitha puso los ojos en blanco.

—Ya te he dicho que no pueden hacer eso. Es un mito cinematográfico.

—Sí, bueno, pues quiero que me mitifiquen. Así que si te encuentras a alguno, dile que estoy esperando en la biblioteca.

—Vale —le dijo, asintiendo con la cabeza—. Lo haré.

—Gracias, guapa.

—Conoces a un montón de gente interesante —dijo él frotándose la frente una vez que se quedaron solos.

Ella soltó una carcajada.

—Y eso lo dice un tío que obedece las órdenes de un hombre que lleva casi doce mil años dando tumbos por el mundo y que, encima, conoce a la hija del conde Drácula. No te lo consiento, amigo.

Debía admitir que tenía razón en ese punto.

—¿Por qué no te relajas? —le recomendó ella mientras le subía el cuello de la chaqueta. Acto seguido, le deshizo la coleta y le alborotó el pelo.

—¿Qué estás haciendo?

—Intento que pases inadvertido. Cosa que sería más fácil si cambiaras la cara de estreñido que tienes ahora mismo.

—¿Cómo dices?

—¡Venga ya! —exclamó, frotándole los labios con la palma de la mano como si quisiera borrarle la mueca de desagrado—. Deja de torcer el gesto y de poner esa cara de asco, como si alguien pudiera contagiarte algo. Ni que fueras a morir…

—Eres tú la que debería estar preocupada por eso.

—Y eso lo dice un tipo que procede de la civilización que inventó la bulimia —replicó con voz burlona—. Dime, ¿cuántas veces visitaste vuestro adorado vomitorio?

—No todos practicábamos esa costumbre, perdona que te diga.

—Sí, claro… —rezongó al tiempo que echaba a andar.

Tuvo que apresurarse para alcanzarla. Lo último que le hacía falta era quedarse solo con esa gente tan rara. Aunque no podían hacerle daño, seguían resultándole muy inquietantes. No entendía los motivos de Aquerón para frecuentar semejante lugar. La música estaba tan alta que ni siquiera podía escuchar sus propios pensamientos. Las luces le estaban haciendo polvo los ojos, por no mencionar los esqueletos y murciélagos que componían la decoración…

Era el último lugar del mundo donde elegiría pasar su tiempo libre.

Tabitha, en cambio, se fundía con la multitud con una facilidad pasmosa. Ese era su entorno. Su gente y su cultura.

Allí nadie parecía almidonado.

Lo precedió hasta llegar a la pista de baile, donde la saludó una mujer con una altísima cresta de color azul eléctrico.

Horrorizado, observó cómo Tabitha entraba en la pista para bailar con la mujer y lo que parecía un hombre ataviado con plástico brillante que llevaba sujeto al cuerpo mediante unas enormes hebillas plateadas. Llevaba los ojos y los labios pintados de negro y su pelo no había visto un peine en la vida.

Sin embargo, Tabitha parecía ajena a todo eso mientras giraba al compás de la estridente música. Estaba preciosa.

Le daba igual quién la mirase. No había reglas ni inhibiciones que coartaran su comportamiento.

Se limitaba a ser como era.

Y la amaba por ello.

Mientras se reía por algo que el hombre le había dicho, se agachó y volvió a levantarse con una agilidad y un ritmo que despertaron sus fantasías hasta un punto que jamás creyó posible. Solo tenía ojos para ella. Para la tersura de su rostro, para el brillo que la luz arrancaba a su piel. Para el movimiento de su cuerpo, que parecía fundirse con el ritmo palpitante de la música.

Y entonces lo miró. En cuanto esos ojos azules se clavaron en los suyos, su cuerpo se tensó, presa de una ansiosa expectación.

La vio sonreír al tiempo que le hacía un gesto con un dedo para que se acercara.

Llegó a dar un paso al frente antes de detenerse. Él no bailaba en público. En sus días como romano, su padre calificaba el baile de vulgar y soez, de modo que lo había prohibido. Desde que se convirtió en Cazador Oscuro ni siquiera se le había ocurrido aprender a bailar.

Renuente a avergonzarla delante de sus amigos, retrocedió.

Vio que ella se detenía y le decía algo a la pareja con la que bailaba. Besó al hombre en la mejilla, abrazó a la mujer y después se reunió con él.

—A ver si acierto: ¿los romanos carecen de sentido del ritmo?

—Salvo en un aspecto que no estoy dispuesto a mostrar en público.

Tabitha sonrió en respuesta.

—Tendría que comprobarlo, pero después de haber bailado contigo… —Dejó la frase en el aire mientras su mirada se clavaba en algún lugar situado tras él.

Volvió la cabeza para ver qué había llamado su atención de ese modo. Localizó a los daimons al instante.

Había cinco.

Y se encaminaban hacia la salida con un grupito de mujeres.