7

Tabitha siguió intranquila durante el resto de la noche. No podía librarse de la sensación de que había algo malévolo incluso en el aire que la rodeaba. Había algo ahí fuera y ella estaba en su punto de mira.

Ojalá supiera quién o qué era.

¿Por qué?

Valerio no habló mucho mientras patrullaban. No encontraron rastro alguno de ningún daimon. Faltaba menos de una hora para el amanecer cuando regresaron a Bourbon Street, a su casa.

Mientras abría la puerta, él se quedó un poco rezagado y no hizo ademán alguno de entrar.

—Te has llevado un buen susto esta noche —dijo en voz baja y con las manos en los bolsillos—. Deberías dormir para que se te pase y te sientas mejor.

Tabitha observó el modo en el que la luz de la luna resaltaba los rasgos de ese apuesto rostro. La sinceridad que vio en sus atormentados ojos negros la desarmó.

—Si te digo la verdad, no quiero estar sola. Me encantaría que entraras.

—Tabitha…

Colocó los dedos en sus cálidos labios para acallar sus protestas.

—No pasa nada, Val. No voy a tomármelo como un insulto personal si no te interesa acostarte conmigo. Pero…

Valerio la interrumpió con un beso apasionado. Soltó un gemido mientras disfrutaba del sabor de su romano; sintió que él le colocaba la mano en la nuca para undir sus dedos en el pelo.

Le arrojó los brazos al cuello al tiempo que tiraba de él para que entrara y, una vez dentro, lo aprisionó contra la pared con la intención de besarlo a placer. Tironeó de su ropa y estuvo a punto de arrancarle la camisa a trozos antes de darse cuenta de que la puerta seguía abierta.

La cerró de un portazo, echó el pestillo y retomó lo que estaba haciendo.

—Marla… —le recordó Valerio mientras ella comenzaba a desabrocharle los pantalones.

Soltó un taco. Tenía razón. Si Marla los oía, bajaría para investigar.

—Sígueme —susurró al tiempo que lo cogía de la mano y echaba a andar escaleras arriba, hacia su dormitorio.

Por suerte, la puerta de Marla estaba cerrada. Lo llevó a su dormitorio y cerró con pestillo.

Debería estar nerviosa por lo que estaba a punto de suceder, pero no era así. Tenía la impresión de que en parte necesitaba dar ese paso con un hombre al que toda su familia aborrecía.

No tenía el menor sentido.

Sin embargo, ahí estaba, rompiendo todos los tabúes. Amanda la mataría por eso. Kirian jamás la perdonaría.

Pero su corazón no atendía a razones. Deseaba a su general romano en contra del sentido común.

Lo besó con ardor, movida por el ansia de que la ayudara a olvidar el miedo.

Valerio gimió, encantado por el maravilloso sabor de Tabitha. No estaba acostumbrado a que las mujeres tomaran la iniciativa en el terreno sexual y la actitud desinhibida que demostraba le resultaba refrescante. Ella se apartó de sus labios lo justo para quitarse la camisa y después volvió a abrazarlo.

Su mente dejó de pensar en cuanto la notó pegada a él. El roce de sus pechos, pequeños y cubiertos por un sujetador de encaje, fue de lo más excitante. Una de sus manos le bajó la cremallera de los pantalones, se coló bajo ellos y le acarició fugazmente.

El roce de esas manos sobre sus caderas le arrancó un gemido de placer a medida que se movían hacia su culo. Una vez allí, comenzaron a bajarle los pantalones de forma lenta y seductora. Nunca había experimentado nada tan erótico.

Tabitha se arrodilló a sus pies para quitarle los zapatos, los calcetines y los pantalones.

No la entendía. Le resultaba incomprensible que estuviera haciendo algo así con él. Había pasado muchísimo tiempo desde la última vez que estuvo con una mujer. Tal como Tabitha había señalado, la mayoría de las mujeres con las que había estado habían sido frígidas e indiferentes en la cama.

En absoluto apasionadas.

No eran como ella.

Ella era incomparable y especial. Un valioso tesoro que ansiaba saborear. Su fuego interior lo calentaba. Lo atraía en contra de su voluntad.

Tabitha se detuvo al percibir una sensación extraña procedente de Valerio.

—¿Te ocurre algo, Val? —susurró al tiempo que se incorporaba.

—Estoy intentando comprender tus motivos para estar conmigo.

—Me gustas.

—¿Por qué?

Se mordió el labio de forma seductora antes de encogerse de hombros y contestar:

—Eres gracioso a tu manera, y también muy tierno.

Él negó con la cabeza.

—No soy tierno. Soy frío, es lo único que me han enseñado.

Hundió los dedos en su pelo y dejó que los sedosos mechones le acariciaran las manos.

—A mí no me pareces frío, general. —Le pasó la lengua por el borde del labio inferior antes de besarlo.

Valerio se estremeció ante sus palabras y sus actos. Presa de un deseo voraz, le llevó las manos a la espalda para desabrocharle el sujetador. Ella bajó los brazos y, sin necesidad de interrumpir el beso, la prenda cayó al suelo.

Acto seguido, la alzó en brazos para sentir esos pechos desnudos contra su torso. El piercing de plata con forma de media luna que llevaba en el ombligo le rozó la cadera, provocándole un extraño escalofrío. Un ardiente anhelo se apoderó de su entrepierna.

Y de su corazón.

Nunca había hecho el amor con una mujer a la que le gustara de verdad. Como humano, sus amantes siempre habían sido alianzas políticas. Mujeres que solo lo buscaban porque podría convertirse en un marido o en un amante rico y muy influyente.

Como Cazador Oscuro, se había relacionado con mujeres que ni siquiera lo conocían.

Pero Tabitha…

Dejó escapar un ronco gruñido mientras la desvestía a toda prisa. La luz de las farolas se colaba por las cortinas, iluminando su cuerpo desnudo. Era preciosa. Delgada. Fuerte. Jamás había deseado con tanta intensidad a una mujer.

La levantó para apoyarla contra la puerta.

Tabitha se echó a reír ante el despliegue de fuerza. De pasión desmedida. No. Su general no era frío. Era ardiente y excitante. Delicioso.

Él se hundió en su interior sujetándola tan solo con la fuerza de sus brazos. Dejó escapar un gemido mientras la penetraba hasta el fondo.

—Sí —dijo ella con voz ronca—. Así, métemela.

Valerio enterró la cara en su cuello y aspiró el dulce olor de su piel mientras embestía con las caderas. Tabitha le había rodeado la cintura con una pierna. Nunca había hecho el amor así. De un modo tan salvaje y apasionado.

Le encantaba.

Ella arqueó el cuerpo, tomándolo por completo en su interior mientras se movía al compás de sus envites. Guardaba el equilibrio con la pierna que tenía en el suelo y subía y bajaba sobre su miembro, profundizando cada vez más la penetración. Tuvo que echar mano de todas sus fuerzas a fin de contener el orgasmo y dejar que ella obtuviera el mismo placer que él estaba recibiendo. Le acarició los pechos mientras disfrutaba de la humedad con la que su cuerpo lo acogía.

Observó cómo ella se mordía el labio al tiempo que alzaba la pierna que tenía apoyada en el suelo para rodearle la cintura y aprisionarlo con fuerza entre sus muslos. Era increíble.

Mientras él seguía moviéndose por los dos, ella comenzó a acariciarle el cuello con los labios y la lengua.

Tabitha no podía pensar en otra cosa que no fuese la sensación de aquella dureza en su interior. Su cuerpo ardía de deseo. Se tensaba en torno a él, presa del anhelo.

Cuando se corrió, tuvo que contener un grito.

Valerio gruñó mientras ella le clavaba las uñas en la espalda y gemía. Pero no le hizo daño.

Observó cómo se corría entre sus brazos con una sonrisa. Satisfecha, ella se echó a reír antes de cogerle la cara con las dos manos para darle un beso que le robó el sentido.

Un beso que fue su perdición. Cuando él llegó al orgasmo creyó ver estrellas a su alrededor.

La abrazó con fuerza hasta que pasaron los estremecimientos. Embriagado de placer, apoyó la frente contra la puerta mientras ella deslizaba las piernas muy despacio por su cuerpo hasta quedar de pie.

—Eres una fiera, ¿sabes? —le preguntó Tabitha con voz provocativa, dándole un mordisco en el hombro.

Él sonrió, extrañamente satisfecho por el halago.

Tabitha se apartó de él y se acercó al equipo de música que había en un rincón del dormitorio, bajo un montón de ropa.

—¿Qué haces? —le preguntó.

De repente, las notas de «Can’t help falling in love with you[1]» de Elvis sonaron en el dormitorio. Ella bajó el volumen antes de regresar a su lado para abrazarlo.

—¿Tabitha?

—Baila conmigo. Todo el mundo debería bailar desnudo al menos una noche en la vida.

—Yo no bailo.

—Todo el mundo baila con Elvis.

Antes de que pudiera seguir protestando, ella le echó los brazos al cuello, apoyó la cabeza en su pecho y comenzó a bailar muy despacio.

Nunca se había sentido tan inseguro como en esos momentos. Sin embargo, a medida que la canción proseguía, una extraña calma se apoderó de él. Era una sensación mágica. Especial.

Con el corazón rebosante de alegría, acarició los largos mechones cobrizos mientras la abrazaba en silencio y seguían moviéndose al ritmo de la música.

La melódica voz de Tabitha acompañaba suavemente a Elvis.

—Tienes una voz muy bonita —le susurró al oído.

Ella le dio un beso en el pecho.

—Gracias. Cuando estaba en la universidad, era la solista de todos los grupos de heavy metal femeninos.

Sonrió ante el comentario y también por las cosquillas que le provocó su cálido aliento sobre la piel. No era difícil imaginársela en el escenario, cantándole a una enfervorizada multitud.

—¿De verdad?

—Mmmm —musitó ella, alzando la cabeza para mirarlo con la expresión más dulce que había visto nunca en el rostro de una mujer—. Creímos que podríamos ser las nuevas Vixen. Pero no pudo ser. Shelly se quedó embarazada y Jessie decidió que quería irse a Las Vegas para convertirse en gerente de un hotel.

—Y tú te convertiste en cazavampiros.

Se apartó de él para girar entre sus brazos antes de acercarse de nuevo y pegarse a su torso.

—Sí, y soy condenadamente buena.

—Estoy de acuerdo contigo —convino, bajando la vista hacia la diminuta cicatriz que su ataque le había dejado en el pecho.

La canción llegó a su fin, pero siguió «Sweet Emotion[2]» de Aerosmith.

Tabitha se alejó de él para mecer las caderas al compás de la música de un modo increíblemente seductor. Se quedó sin aliento mientras la observaba, sobre todo cuando el ritmo de la música aumentó y ella alzó una pierna bien alto.

Cuando se aferró a uno de los postes de la cama como si fuera la barra de una stripper, estuvo a puntito de soltar un gemido.

No había nada más erótico en el mundo que ver bailar a esa mujer. Se acercó de nuevo hasta quedar frente a él y se colocó de espaldas mientras se alzaba el pelo. Acto seguido, lo soltó muy despacio mientras comenzaba a frotar el culo contra su entrepierna.

Esa fue la gota que colmó el vaso. Inclinó la cabeza y la besó en el hombro al tiempo que la rodeaba con los brazos. Alzó las manos para cubrirle los pechos y después fue bajándolas lentamente por su vientre, dejando atrás el piercing del ombligo; se detuvo al llegar al triángulo cobrizo de su entrepierna. Aún estaba húmeda.

Ella gimió en cuanto la tocó y al instante comenzó a frotarse contra su mano. Para su sorpresa, una de las manos de Tabitha descendió muy despacio por su brazo hasta detenerse sobre la suya con la intención de indicarle que continuara.

No demostraba la menor inhibición en hacerle saber exactamente qué necesitaba, y él estaba encantado con esa actitud. No tenía por qué preguntarse si le gustaban sus caricias. Tabitha reaccionaba a cada una de ellas e incluso soltó un grito cuando la penetró con dos dedos. Al instante se dio la vuelta entre sus brazos y lo agarró con fuerza. Antes de adivinar sus intenciones, se encontró tendido de espaldas en la cama, con ella a horcajadas sobre sus caderas.

—Creo que acabarías asustando a cualquier hombre más apocado.

Entre carcajadas, ella se apartó el pelo para que le cayera por la espalda.

—¿Me tienes miedo, Val?

—No —respondió con sinceridad—. Me gusta que sepas qué quieres y que no te dé miedo ir a buscarlo.

La sonrisa que le arrancaron sus palabras le derritió el corazón.

Tabitha le pasó un dedo por el puente de la nariz, arañándolo con delicadeza, le acarició los labios y siguió hasta su garganta.

Cuando llegó al pecho inclinó la cabeza y le chupó un pezón endurecido. Su sabor le arrancó un gemido. Sobrepasaba con mucho cualquier cosa que pudiera haber imaginado. Nada le había resultado nunca tan satisfactorio como el roce de esa piel desnuda y morena.

Aunque lo que más le gustaba era que no se sintiera amenazado por su forma de ser. Valerio no parecía tener el menor problema con el deseo voraz que su cuerpo despertaba en ella.

Era un cambio significativo muy agradable.

Deslizó los labios por su pecho, por ese abdomen plano y musculoso, y por una de sus caderas. Sintió los escalofríos que provocaban en Valerio sus caricias. Se echó a reír mientras enterraba los dedos en el crespo vello de su entrepierna. Se le había puesto dura otra vez.

Se echó hacia atrás para observarlo en la penumbra de la habitación. Estaba para comérselo. Le acarició la punta de su pene con los dedos y su humedad los empapó. Se percató de que él la estaba mirando sin decir nada. Bajó la mano hasta la delicada zona de sus testículos y lo vio arquear la espalda.

Encantada con el poder que tenía sobre él en esos momentos, inclinó la cabeza y lo tomó en la boca. Valerio dio un respingo, reacción que la instó a seguir complaciéndolo.

Los roncos gemidos que le estaba arrancando la enorgullecían.

Valerio siguió tendido de espaldas, con las manos en la cabeza de Tabitha mientras se la lamía desde la punta hasta la base. La sensación que lo embargaba y que surgía de lo más profundo de su ser le resultaba totalmente desconocida. ¿Qué tenía esa mujer que era capaz de ver más allá de su fachada?

«Bueno, los inadaptados debemos apoyarnos. Al menos así no vamos por la vida solos.»

Las palabras que le había dicho a Otto volvieron de repente a su cabeza.

Pero ella no era una inadaptada. Era alegre y maravillosa.

Tabitha aspiró el aroma intenso y masculino de Valerio mientras disfrutaba a placer del sabor de su cuerpo. Alzó la vista y lo descubrió observándola con los ojos nublados por el deseo.

Sonrió y comenzó a ascender muy despacio por su cuerpo con la intención de apoderarse de nuevo de esa boca que clamaba por sus besos. Lo escuchó gruñir mientras la abrazaba con fuerza al mismo tiempo que ella le pasaba las manos por los hombros. Se apartó lo justo para mordisquearle la barbilla. Sintió el roce áspero de la barba en la lengua y en los labios, y la suavidad de su aliento en la mejilla.

En ese momento se apartó un poco, ajustó la posición y se apoderó lentamente de su miembro, centímetro a centímetro.

Valerio tomó el rostro de Tabitha entre las manos mientras ella se movía con un ritmo pausado que lo estaba dejando sin aliento, aunque careciera del frenesí del encuentro anterior. Sus movimientos mientras le hacía el amor eran tan delicados como un susurro. Porque estaban haciendo el amor. De una forma dulce y tierna. La observó mientras ella le cubría las manos con las suyas y separaba los labios para chuparle los dedos.

El mágico roce de su lengua en las yemas de los dedos le arrancó un siseo. Ella sonrió y comenzó a mordisquearlo de forma provocativa.

Incapaz de contenerse, tiró de ella para apoderarse de sus labios al tiempo que alzaba las caderas para penetrarla.

En esa ocasión se corrieron juntos.

Ella se desplomó sobre su pecho y yacieron así un buen rato, sudorosos y jadeantes.

La abrazó con ternura. No quería separarse de ella jamás. Si pudiera, pasaría el resto de su inmortalidad perdido en ese momento tan perfecto. Los dos abrazados. Físicamente satisfecho.

Cerró los ojos y se dejó arrastrar por el sueño. Un sueño que fue tranquilo por primera vez en más de dos mil años.

Después de asegurarse de que la luz del sol no supondría una amenaza para Valerio, Tabitha siguió acostada entre sus brazos, escuchando su respiración mientras dormía.

Todavía se sentía intranquila a causa del fantasma que habían visto. A causa de esa persistente sensación que se negaba a desaparecer. Una parte de su cabeza quería llamar a Aquerón, pero no quería molestarlo por semejante tontería. Ash necesitaba descansar.

Esa misma tarde, en cuanto se levantaran, lo llamaría para pedirle consejo.

De momento tenía a Valerio a su lado y su presencia le reportaba una extraña paz.

No debería sentirse de ese modo, y mucho menos con un hombre al que su hermana gemela jamás dejaría entrar en su casa. En parte se sentía como una traidora hacia Amanda y Kirian, pero también era cierto que el brillo atormentado de los ojos de Valerio le resultaba irresistible.

Él era una especie de ancla en su caótica vida y, francamente, le encantaba su mordaz sentido del humor. Su capacidad de aceptar los contratiempos sin perder los papeles. En su mundo, era raro toparse con un hombre así.

No es un hombre, le recordó su mente.

No. No lo era. Lo sabía, del mismo modo que sabía que no había la menor esperanza de que su relación tuviera un futuro. Los Cazadores Oscuros no tenían vínculos afectivos con nadie. Nunca podrían estar juntos. Jamás.

En cuanto se levantaran de la cama, tendrían que separarse. Se convertiría en otro amigo pasajero más.

De todas formas, no quería dejarlo marchar.

—Para —susurró, hablando consigo misma. Necesitaba descansar.

Cerró los ojos y se obligó a conciliar el sueño. Sin embargo, sus sueños no fueron en absoluto reconfortantes. Se pasó toda la mañana torturada por unas pesadillas horribles y muy vivaces acerca de Amanda y Kirian. Acerca de la pequeña Marissa, que lloraba pidiendo ayuda.

Pero lo peor fue ver las caras de los amigos que habían muerto y las escenas en las que torturaban a Valerio. Lo vio mientras lo estiraban en la cruz y escuchó un coro de risas burlonas mientras él luchaba para no morir.

Sintió su dolor y la traición que había sufrido.

Escuchó su grito de venganza, resonando a lo largo del tiempo.

Se despertó a mediodía, temblando a causa de las pesadillas. Había dormido muy poco, pero estaba tan inquieta que le resultaba imposible volver a dormirse.

—¿Tabitha?

Miró a Valerio, que la estaba observando con los párpados entornados.

—¿Estás bien? —le preguntó con voz ronca.

Le dio un beso en un hombro desnudo y le ofreció una sonrisa.

—No puedo dormir. Sigue descansando.

—Pero…

—Duerme, cariño. Estoy bien. En serio —lo interrumpió, poniéndole un dedo sobre los labios.

Él le dio un mordisco antes de ponerse de costado para darle un fuerte abrazo. Volvió a dormirse al instante.

Siguió un rato en el refugio de sus brazos, incapaz de detener el torbellino de sus pensamientos. No tenía ni pizca de ganas de salir de la cama, la verdad, pero cuando unos minutos más tarde oyó que Marla y Debbie hablaban sobre el inventario en la planta baja, decidió levantarse.

Se dio una ducha rápida y se vistió en silencio para no despertar al adonis que dormía en su cama. Una vez abajo, llamó a Otto para decirle que su jefe necesitaba ropa.

—¿Por qué no vino a casa anoche? —le preguntó el escudero.

—Porque faltaba poco para que amaneciera.

—Ajá —replicó como si no se lo tragara—. Estaré ahí dentro de una hora más o menos con la ropa.

—Otto, espero que no te dé por imitar a Nick cuando quiere mosquear a Kirian y que traigas algo que realmente Valerio quiera ponerse —le advirtió.

—Eres una aguafiestas.

Meneó la cabeza mientras colgaba. Como no tenía nada mejor que hacer, entró en la tienda y vio que Debbie estaba atendiendo a un cliente.

Otto llegó al cabo de una hora y dejó la ropa sin apenas rechistar. En lugar de sus habituales harapos chillones, vio que llevaba un jersey negro bastante elegante y unos vaqueros muy bonitos. Probablemente vestía de ese modo cuando Valerio no andaba cerca.

En cuanto el escudero se marchó, llevó la ropa a la planta alta y la dejó en su dormitorio para que Valerio la viera cuando se despertara. Una vez de vuelta en la tienda, limpió el expositor con los adornos para pezones y lo ordenó de nuevo. Acababa de colocarlos en forma de tanga cuando entró Nick Gautier con una sonrisa de oreja a oreja.

—Buenas tardes, Chère —la saludó al tiempo que se quitaba las gafas y se acercaba a ella para darle un beso en la mejilla.

Frunció el ceño. Hacía mucho tiempo que Nick no hacía una cosa así.

—¿Por qué estás tan contento? —quiso saber.

Él volvió a obsequiarla con su sonrisa más deslumbrante y encantadora.

—¿Tú qué crees? Joder, te debo una cena de las buenas.

La respuesta la confundió aún más.

—¿Por qué?

—Esa amiga tuya… Simi. ¡Es la leche!

Sus palabras y el tono de adoración con el que las pronunció la dejaron helada.

—Estoy deseando verla de nuevo —siguió él, aumentando el miedo que ella ya sentía—. No tendrás su número a mano, ¿verdad? Se supone que hemos quedado esta noche a las seis, pero voy a llegar un poco tarde y no quiero que tenga que esperar.

Intentó respirar mientras el pánico la consumía. Eso no podía estar pasando. Nick no podía haber hecho lo que ella pensaba que había hecho… ¿o sí?

Ni siquiera Nick Gautier haría algo tan estúpido.

—¿Simi? ¿Quieres el número de Simi?

—Sí. Anoche se largó con tantas prisas que no tuve tiempo de pedírselo.

—¿Por qué se largó?

—Porque dijo que había quedado con alguien. —La miró con el ceño fruncido—. ¿Qué pasa? ¿Hay algo que deba saber? No estará casada, ¿verdad?

—Dime que no hiciste nada con Simi anoche —le dijo, sintiendo que la sangre abandonaba sus mejillas—. La llevaste al Santuario y…

—La llevé a un sitio donde hacían barbacoas. Me dijo que era su comida preferida y que los osos no tenían ni puta idea de cómo utilizar el mezquite.

Se frotó la frente con la intención de aliviar el dolor palpitante que comenzaba a sentir entre las cejas. La cosa pintaba mal…

—Y después de comer… ¿qué?

La sonrisa de Nick se tornó pícara.

—Ya sabes que un caballero nunca habla de esas cosas.

La respuesta hizo que se llevara la mano a la boca mientras intentaba contener las repentinas náuseas que sentía.

Nick se puso serio al instante.

—¿Qué pasa?

—No le preguntaste con quién había quedado, ¿verdad?

—No, supuse que era un amigo.

—Ay, Nick… —dijo, a punto de llorar por él y por su ignorancia—. Era más que un amigo. A ver si lo entiendes así. Su número de teléfono es 555-562-1919.

Él frunció el ceño.

—Ese es el número de Ash.

—Sí.

Nick se quedó tan pálido como ella cuando comprendió el horror de la situación.

—¿Ash? Nuestro Ash… ¿Partenopaeo? —le preguntó.

Asintió con la cabeza, abatida, y observó cómo pasaban una multitud de colores por el rostro del escudero mientras asimilaba la información.

—¡Madre mía, Tabitha! ¿Por qué no me lo dijiste?

—¡Porque creí que la conocías! Ella te conocía a ti.

—No. No la había visto hasta anoche. —Se pasó una mano por la cara al tiempo que soltaba una retahíla de tacos.

Ella meneó la cabeza.

—Ash va a matarte.

—¡Ni se te ocurra contárselo! —masculló.

—No pienso hacerlo. Pero ¿y si Simi…?

—Lo llamaré y le diré que tengo que hablar con él. Se lo confesaré y…

—Nick, te matará. Adora a Simi, no sé si me entiendes, ¡la adora! Jamás te perdonará. Considérate afortunado si sales ileso de esta.

Nick no podía creer lo que estaba escuchando. A lo largo de los últimos años, Ash había hecho referencia a una chica, pero él había pensado que bromeaba.

Lo último que esperaba era encontrarse con su novia en el Barrio Francés, sola.

¡Madre del amor hermoso!, pensó. Aquello no podía estar pasando. ¿Cómo había podido acostarse con la novia de su mejor amigo? ¿Por qué no se lo había dicho Simi? Si, tal como Tabitha acababa de decir, ella lo conocía, ¿por qué había hecho algo así?

—¿Ash y ella están peleados? —preguntó, rezando para que fuera así.

—No. No tienes esa suerte.

Soltó otro taco.

—Tengo que decírselo —insistió—. No me callaré como un cobarde. Se lo debo.

—En ese caso, será mejor que te pases antes por la Catedral de San Luis y te confieses.

El comentario hizo que se santiguara, incapaz de creer que se hubiera metido en semejante berenjenal. Debería haberse dado cuenta de que Simi era demasiado buena para ser real. Se lo había pasado en grande con ella y, a decir verdad, había estado deseando volver a verla.

Tabitha tenía razón. Era hombre muerto.

—Oye, Tabby —dijo Marla mientras asomaba la cabeza por la puerta de la tienda—. Valerio se ha despertado y se está duchando.

La información lo dejó boquiabierto.

—¿Valerio? —repitió, mirando a Tabitha con cara de pocos amigos.

—Ni una palabra —le dijo ella.

Pero no la escuchó.

—¿Valerio, el capullo? ¿Ese Valerio? ¿Qué cojones está haciendo aquí, Tabitha?

—No es asunto tuyo.

Su respuesta desató la furia del escudero.

—Sí, claro. Pues entre tú y yo… —Hizo una pausa como si estuviera considerando lo que iba a decir—. Vale, yo estoy mucho más jodido, pero tú también lo llevas crudo. Si Amanda lo descubre, te arrancará el corazón.

Se volvió para mirarlo; echaba chispas por los ojos.

—En ese caso, espero que me eches una mano. Porque como se te ocurra soltar algo de esto, cojo el móvil y marco el número de Ash sin pensármelo dos veces.

Él alzó las manos en un gesto de rendición.

—Vale. Pero será mejor que saques a ese gilipollas romano de aquí.

—Adiós, señor Gautier —replicó ella, señalando la puerta con un dedo.

Nick volvió a ponerse las gafas de sol.

—Hasta luego, señorita Devereaux.

Mientras reflexionaba acerca del día tan desastroso que estaba teniendo, se pasó las manos por la cara. Y eso que no había hecho nada más que empezar…

Irritada, echó a andar hacia la puerta de acceso al apartamento. Valerio seguía en la ducha, a juzgar por los sonidos que le llegaban desde la planta superior. Encargó una pizza por teléfono por si tenía hambre; llegó antes de que él bajara. Le pagó al chico y la dejó sobre la mesa hasta que apareciera.

Todavía tenía el estómago revuelto.

—Debería haber un botón especial para empezar desde cero estos días tan cojonudos… —murmuró mientras sacaba dos platos de papel.

Valerio bajó la escalera en busca de Tabitha; estaba acabando de abrocharse la camisa. La vio de espaldas a él.

Se detuvo para observarla a placer. Estaba inclinada sobre la mesa, regalándole una vista maravillosa de su culo. Esbozó una sonrisilla al recordar ese mismo culo mientras bailaba desnuda por el dormitorio y se frotaba contra él.

Se le puso dura al instante.

Entró en el comedor en cuanto logró controlar un poco las reacciones de su traicionero cuerpo y vio que había una caja grande en la mesa de la cocina. Olía bien, pero…

—¿Qué es eso? —preguntó.

—Pizza —respondió ella, volviéndose para mirarlo.

Asqueado, frunció el ceño.

—¡Venga ya! —exclamó Tabitha, irritada—. Es comida italiana.

—Es pizza.

—¿La has probado alguna vez?

—No.

—Pues entonces pórtate como un buen chico y siéntate mientras abro el vino. Te gustará, te lo prometo. La ha hecho un italiano llamado Bubba.

Sus palabras le hicieron arquear las cejas.

—Bubba no es un nombre italiano.

—¡Claro que sí! —insistió ella con descaro—. Es más italiano que Valerio. Por lo menos tiene consonantes dobles y eso.

Abrió la boca para discutir ese argumento, pero se lo pensó mejor. No había forma de razonar con ella cuando estaba de ese humor.

—¿Estás irritada porque no has dormido bastante o porque quieres que me vaya?

—Porque no he dormido bastante y si sabes lo que te conviene, vas a sentarte ahora mismo y vas a comerte la pizza. —Y con eso se alejó en dirección a la cocina.

No le hizo caso. Al contrario, la siguió hasta la cocina, la cogió en brazos y se la echó sobre el hombro.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó ella con voz airada.

La dejó en una silla y la rodeó con los brazos para que no pudiera escapar.

—Buenas noches, Tabitha. Yo estoy genial, ¿y tú?

—Mosqueada contigo.

—Siento escuchar eso —replicó él, alzando una mano para acariciarle una mejilla—. Me he despertado con tu olor en la piel y debo decir que eso me ha puesto de un humor estupendo que me niego que estropees.

Tabitha se derritió al escuchar esas palabras y al contemplar la ternura con la que la miraba. Por no mencionar que el fresco olor a limpio que desprendía su piel podría mejorar el humor de cualquiera. Sus labios estaban tan cerca que casi podía saborearlos.

Y esos ojos negros…

Eran hipnóticos.

—Eres un coñazo, ¿lo sabías? —le preguntó. Se obligó a olvidar el enfado y lo obsequió con una sonrisa—. Vale. Seré simpática. —Tiró de su cabeza para poder besarlo.

Estaba emocionándose con el beso cuando sonó el teléfono. Se acercó para cogerlo, soltando una retahíla de tacos por el don de la oportunidad de quien estuviese llamando.

Era Amanda. Otra vez.

No prestó mucha atención a la cháchara de su hermana mientras esta le hablaba de Marissa, Kirian y de otra pesadilla que había tenido.

Al menos no lo hizo hasta que escuchó que nombraba a Desiderio.

—¿Qué? —preguntó, apartando a duras penas la mirada de Valerio que estaba tocando la pizza como si fuera un OVNI.

—Que estoy asustada, Tabby. Muy asustada. Durante la siesta he soñado que Desiderio nos mataba a Kirian y a mí.