Tabitha colgó el teléfono. La conversación le había dejado una sensación muy extraña. Aunque más lo había sido la intranquilidad de Amanda por lo que podría sucederle. Y eso la afectaba mucho, sobre todo porque ella misma se sentía intranquila.
Ya había estado a las puertas de la muerte en dos ocasiones tres años atrás, cuando Desiderio intentó matar a Amanda y a Kirian. Desde entonces ningún daimon le había hecho el menor rasguño. Principalmente porque había practicado y mejorado su capacidad de observación.
Pero los daimons de anoche…
Habían sido duros de pelar y algunos habían escapado. Aunque seguro que no volvían. La mayoría se largaban de la zona en cuanto se topaban con ella o con alguno de los Cazadores Oscuros. El valor no era precisamente una de sus virtudes. Dado que eran muy jóvenes y su prioridad era seguir con vida, muy pocos querían enfrentarse con el ejército de Artemisa, compuesto por guerreros con cientos, si no miles, de años de experiencia en combate.
Solo Desiderio, que había sido un semidiós, había tenido la fuerza y la estupidez necesarias para enfrentarse a los Cazadores Oscuros.
No, los daimons con los que se había topado la noche anterior se habían largado y a ella no le pasaría nada. Amanda debía de haber tenido una mala digestión, seguro.
Regresó junto a Valerio, que estaba terminando de comer.
—¿Cuáles son tus poderes? —le preguntó.
Su curiosidad pareció sorprenderlo un poco.
—¿Cómo dices?
—Tus poderes de Cazador Oscuro. ¿Incluyen las premoniciones o la precognición?
—No —contestó él antes de tomar otro sorbo de vino—. Al igual que la mayoría de los Cazadores Oscuros romanos estoy un poco (y perdona la vulgaridad de mis palabras) jodido en ese aspecto.
Sus palabras le hicieron fruncir el ceño.
—¿A qué te refieres?
Valerio inspiró hondo antes de contestar:
—A Artemisa no le hacía mucha gracia ser una deidad menor en Roma. De hecho, era reverenciada por los plebeyos, los esclavos y las mujeres. Así que se desquitó con nosotros. Soy más fuerte y más rápido que un humano, pero no tengo los poderes psíquicos que tienen los demás Cazadores Oscuros.
—¿Y cómo te las arreglas para luchar con los daimons?
Valerio se encogió de hombros.
—Igual que tú. Los supero en habilidad.
Sí, tal vez, pero era bastante habitual que ella acabara sangrando después de una pelea. Se preguntó cuántas veces debía de haberle pasado lo mismo a Valerio. Era duro enfrentarse a un daimon siendo un simple mortal.
—No es justo —dijo, furiosa porque Artemisa creara semejante disparidad entre los Cazadores Oscuros. ¿Cómo podía soltarlos así sin más, sabiendo a lo que se enfrentaban?
Joder, Simi tenía razón. Artemisa era una zorra.
Valerio frunció el ceño al escuchar la ira que teñía la voz de Tabitha. No estaba acostumbrado a que la gente se pusiera de su parte. Ni como humano ni como Cazador Oscuro. Siempre le había parecido que su destino era ser un perdedor, tuviera razón o no.
—Hay muy pocas cosas que sean justas. —Apuró el vino, se levantó e inclinó la cabeza a modo de agradecimiento—. Gracias por la comida.
—De nada, Val.
Se tensó al escuchar el despreciable diminutivo. Los únicos que lo habían utilizado habían sido su hermano Marco y su padre, y solo cuando querían burlarse de él o humillarlo.
—Me llamo Valerio.
Ella le lanzó una mirada burlona.
—No puedo llamarte Valerio. Joder. Suena como una tartana italiana o algo así. Cada vez que lo escucho, me entran ganas de ponerme a cantar: Volare, oh, oh… Y luego empiezo a pensar en esa película de Tony Danza, ¿sabes a cuál me refiero? A Los caballeros de Hollywood… Mejor no pensarlo siquiera. Así que para conservar la cordura y evitar que esa canción me taladre la cabeza mientras veo a un colgado haciendo cosas indescriptibles en el gimnasio de un instituto, tendrás que ser «Val» o «macizorro».
—Me llamo Valerio y no pienso responder a Val —puntualizó con una mirada furiosa.
Ella se encogió de hombros.
—Vale, macizorro, como tú quieras.
Abrió la boca para protestar, aunque sabía que sería en vano. Tabitha siempre se las ingeniaba para salirse con la suya, con o sin discusión.
—Muy bien —accedió a regañadientes—, toleraré «Val». Pero solo por ti.
—¿A que no duele? —replicó ella con una sonrisa—. Además, ¿por qué odias ese nombre?
—Es vulgar.
Tabitha puso los ojos en blanco.
—Tienes que ser cómico en la cama —replicó con sarcasmo.
—¿Cómo dices? —Sus palabras lo habían dejado pasmado.
—Me estaba imaginando cómo sería hacer el amor con un hombre tan… tieso; claro que… No. No me imagino que un hombre tan digno como tú sea capaz de disfrutar de un buen revolcón.
—Te aseguro que nunca he recibido quejas a ese respecto.
—¿En serio? Pues debes de haberte acostado con mujeres tan frías como una cubitera…
—Me niego a seguir manteniendo esta conversación —dijo al tiempo que se volvía para salir del comedor.
Sin embargo, Tabitha no lo dejó tranquilo y lo siguió hacia la escalera.
—¿Eras igual en Roma? Es que, por lo que he leído, los romanos erais la leche en el terreno sexual.
—Supongo que todo será una sarta de mentiras.
—Así que… ¿siempre has sido tan estirado?
—¿Y a ti qué te importa?
—Me importa porque estoy intentando averiguar qué te hizo ser de este modo.
La respuesta lo dejó atónito.
—Estás tan encerrado en ti mismo que casi no eres humano —siguió ella, que acababa de darle un tirón del brazo para detenerlo.
—No soy humano, señorita Devereaux. Por si no se ha dado cuenta, soy uno de los condenados.
—Cariño, abre los ojos y mira a tu alrededor. Todos estamos condenados de una manera o de otra. Pero una cosa es estar condenado y otra muy distinta, estar muerto. Y tú vives como si estuvieras muerto.
—Es que también lo estoy.
Tabitha recorrió ese pedazo de cuerpo con una mirada sensual.
—Pues para estar muerto, tienes un cuerpo de infarto.
Vio cómo se crispaba su rostro.
—Ni siquiera me conoces.
—Sí, tienes razón. Pero la pregunta es: ¿te conoces tú?
—Yo soy el único que lo hace.
Esa respuesta le dijo todo lo que necesitaba saber sobre él.
Estaba solo.
Sintió el impulso de acercarse a él, pero presentía que debía darle un poco de espacio. Valerio no estaba acostumbrado a interactuar con personas como ella… aunque no era el único, la verdad. Como solía decir la abuela Flora, la vidente gitana de la familia, tenía la costumbre de abalanzarse sobre la gente y arrollarla como si fuera un tren de mercancías.
Suspiró cuando lo vio retroceder otro paso.
—¿Cuántos años tienes?
—Dos mil ciento…
—No —lo interrumpió—. No me refiero a los años como Cazador Oscuro. ¿Cuántos años tenías cuando moriste?
Percibió la intensa oleada de dolor que le causaba su pregunta.
—Treinta.
—¿Treinta? Joder, pues te comportas como una vieja solterona. ¿Es que nadie reía en tu casa?
—No —respondió él—. Las risas estaban prohibidas.
La respuesta la dejó sin aliento a medida que la asimilaba y recordaba las cicatrices que tenía en la espalda.
—¿Siempre?
Val no respondió a la pregunta. En cambio, siguió escaleras arriba.
—Me retiraré hasta la noche.
—Espera —lo llamó al tiempo que subía hacia él y lo rodeaba para cortarle el paso. Se volvió para mirarlo a la cara.
Sentía el torbellino de emociones que giraba en su interior. Dolor. Confusión. Sabía hasta qué punto lo odiaba todo el mundo. Tal vez merecía ese odio, pero ella no lo tenía tan claro.
La gente no se aislaba del mundo sin un motivo. Nadie era feliz siendo tan estoico.
Y en ese momento lo comprendió. Era su mecanismo de defensa. Ella sacaba su lado impulsivo y descarado cuando estaba de mal humor o se sentía incómoda.
Él se volvía frío. Formal.
Esa era su fachada.
—Perdóname si he dicho algo que te haya ofendido. Mis hermanas suelen decirme que he convertido en un arte insultar a los demás.
Vio el asomo de una sonrisa en la comisura de los labios de Val y, si no estaba muy equivocada, su mirada se suavizó un poquito.
—No me has ofendido.
—Menos mal.
Valerio se sentía tentando de quedarse y charlar con ella, pero la mera idea lo incomodaba. Nunca había sido muy conversador. En sus días como mortal sus conversaciones giraban en torno a tácticas militares, filosofía y política. Nunca sobre temas intrascendentes.
Y con las mujeres había conversado mucho menos que con los hombres. Ni siquiera Agripina había hablado de verdad con él. Habían comentado cosas, pero jamás había compartido sus opiniones con él. Se había limitado a darle la razón y a hacer lo que él le decía.
Tenía la impresión de que Tabitha jamás le daría la razón a nadie, aunque fuese ella la equivocada. Parecía llevarle la contraria a todo el mundo por una cuestión de principios.
—¿Eres siempre tan directa? —le preguntó.
Vio que ella esbozaba una amplia sonrisa.
—Es mi forma de ser.
De repente, comenzó a sonar una canción de Lynyrd Skynyrd, «Gimme Three Steps», en la radio.
Tabitha dejó escapar un gritito y bajó corriendo la escalera. En un abrir y cerrar de ojos había subido el volumen y estaba de vuelta.
—Me encanta esta canción —dijo mientras bailaba.
El contoneo de esas caderas que se movían al ritmo de la música hacía que a Valerio le resultara muy difícil prestar atención a otra cosa.
—¡Vamos, baila conmigo! —rogó cuando comenzó el primer solo de guitarra. Subió la escalera y lo cogió de la mano.
—No es música para bailar.
—¡Claro que sí! —insistió ella antes de empezar a cantar el estribillo.
La situación comenzaba a resultarle divertida, muy a pesar suyo. Nunca había conocido a nadie que disfrutara tanto de la vida, que obtuviera tanto placer de algo tan simple.
—Vamos —insistió Tabitha cuando el cantante se detuvo de nuevo—. Es una canción genial. Además, no me negarás que la letra es digna de admiración, ¿verdad? —Le guiñó un ojo.
Él soltó una carcajada.
Tabitha se detuvo de repente.
—¡Madre del amor hermoso, si sabe reírse!
—Sé reírme —convino él alegremente.
Ella lo bajó a rastras de la escalera y comenzó a girar a su alrededor como si él fuera la barra de una stripper. En un momento dado se alejó, chasqueó los dedos y se agachó para después levantarse.
—El día menos pensado te quitarás esos zapatos tan pijos y te desmelenarás.
Valerio carraspeó mientras intentaba imaginar algo así. Imposible. En otra época, en su etapa como mortal, hubo un momento en el que tal vez lo habría intentado.
Pero esos días habían quedado atrás.
Siempre que intentaba ser algo distinto a lo que era alguien debía pagar por ello. Así que había aprendido a seguir siendo lo que era y a dejar tranquilos a los demás.
Era lo mejor.
Tabitha se percató de que el semblante de Valerio se tornaba pétreo de nuevo. Suspiró. ¿Qué debía hacer para llegar hasta él? Para ser inmortal, no parecía estar disfrutando mucho de la vida.
Al contrario que Kirian. A pesar de todos sus defectos, en ese sentido no podía criticarlo. El general griego disfrutaba de cada minuto de cada día. Vivía la vida al máximo.
En cambio, Valerio se limitaba a existir.
—¿Qué haces para divertirte? —le preguntó.
—Leo.
—¿Literatura clásica?
—Ciencia ficción.
—¿En serio? —preguntó, sorprendida—. ¿Heinlein?
—Sí. Harry Harrison es uno de mis escritores preferidos. Y también Jim Butcher, Gordon Dickson y C.J. Cherryh.
—¡Vaya! —exclamó, sorprendida—. Me dejas impresionada. Sigue, Dorsai.
—Bueno, la verdad es que de Dickson me gustan más The Right to Arm Bears y Wolfling.
Eso sí que la sorprendió.
—No sé. Soldado, no preguntes me parece más de tu estilo.
—Es un clásico, pero los otros dos libros me llegaron más.
Hummm… Wolfling trataba de un hombre solo en un mundo extraño, sin amigos ni aliados. Eso confirmaba sus sospechas sobre la vida que había llevado.
—¿Has leído Hammer’s Slammers?
—De David Drake. Otro de mis preferidos.
—Lógico, tenía que gustarte toda esa parafernalia militar. Burt Cole escribió hace unos años un libro titulado The Quick.
—Shaman. Era un héroe bastante complejo.
—Sí, amoral y ético a la vez. Nunca he tenido muy claro de qué lado estaba. Me recuerda a algunos amigos que he hecho a lo largo de los años.
Valerio no pudo contener una sonrisa. Era muy agradable tener a alguien con quien compartir su pequeño secreto. Solo conocía a otra persona que leía ciencia ficción: Aquerón. Pero rara vez hablaban de ello.
—Eres una mujer admirable, Tabitha.
—Gracias —dijo ella en voz baja y con una sonrisa—. Y ahora será mejor que te deje tranquilo para que te acuestes. Estoy segura de que descansar te irá bien.
Se moría de ganas de darle un beso cariñoso en la mejilla, pero no lo hizo. En cambio, lo siguió con la mirada mientras subía la escalera y desaparecía de su vista.
Valerio regresó en silencio al dormitorio de Tabitha. Esa mujer tenía una personalidad tan arrolladora que su simple compañía lo había dejado exhausto.
Se quitó la ropa y la colgó de modo que no se arrugase antes de meterse en la cama para dormir un poco.
Pero el sueño lo eludía. Acababa de notar el perfume que impregnaba las sábanas.
Era el aroma de Tabitha. Cálido, vivaz. Seductor.
Un olor que le provocó una erección inmediata. Se cubrió los ojos con una mano y apretó los dientes. ¿Qué estaba haciendo? Lo último que podía hacer como Cazador Oscuro era mantener una relación con una humana. Y, aunque pudiera hacerlo, era impensable que eligiera a Tabitha Devereaux.
Como amiga de Aquerón, estaba tan fuera de su alcance que debería volver a llamarlo en ese mismo momento y exigirle que lo sacara de allí fuera como fuese.
Pero el atlante los había dejado juntos.
Se dio la vuelta sobre el colchón e hizo todo lo que pudo para no inhalar el perfume de Tabitha ni imaginársela en esa misma cama. Con las piernas desnudas y dobladas…
Soltó un taco y cogió el otro almohadón para abrazarlo. Al levantarlo, vio que bajo él se escondía un minúsculo camisón de seda negra. La imagen de Tabitha vestida con él lo abrasó.
No podía respirar. Antes de ser consciente de lo que hacía, lo cogió y dejó que la fresca seda le acariciara la piel. Se lo llevó a la nariz e inspiró su olor.
No es para ti, pensó.
Y era cierto. Ya había muerto una mujer por culpa de su estupidez. No quería repetir la experiencia.
Guardó el camisón debajo de la almohada que estaba utilizando y se obligó a cerrar los ojos.
Aun así, lo asaltaron y atormentaron las imágenes de una mujer que debería resultarle repulsiva pero que, sin embargo, lo encandilaba por completo.
Tabitha se pasó el resto del día yendo de la tienda al pie de la escalera… donde se obligaba a dar media vuelta y regresar al trabajo.
Sin embargo, el Cazador Oscuro que dormía en su cama la atraía de forma irremisible. Era una estupidez. Él era un guerrero de la Antigüedad que no parecía soportarla.
Y aun así su beso le había dicho todo lo contrario. Durante unos minutos la había deseado tanto como ella lo deseaba a él. No la encontraba tan repulsiva como parecía.
Esperó hasta las cuatro para ir a despertarlo.
Abrió la puerta muy despacio y se detuvo al verlo dormido. Pero no se detuvo porque estuviera dormido, sino por las terribles cicatrices que le desfiguraban la espalda. No eran las cicatrices de un guerrero. Eran las que dejaba un látigo después de sufrir incontables azotes.
No podía apartar la mirada. Sin pensar, atravesó la estancia y le tocó el brazo.
Valerio susurró algo mientras se giraba sobre el colchón; la agarró con fuerza.
Antes de poder adivinar sus intenciones se encontró bajo él, tendida en la cama y con su mano cerrada en torno a la garganta.
—Valerio, si no me sueltas, voy a hacerte mucho daño.
Lo vio parpadear, como si estuviera despertando de un sueño. La soltó de inmediato.
—Perdona —dijo al tiempo que le acariciaba el cuello—. Debería haberte dicho que no me tocaras para despertarme.
—¿Siempre atacas a la gente que te despierta?
Valerio fue incapaz de contestar mientras disfrutaba de la suavidad de la piel que acariciaban sus dedos. La verdad era que había estado soñando con ella. Tabitha había estado en su mundo. Vestida tan solo con un collar de perlas y cubierta por pétalos de rosas.
Era increíblemente hermosa. Esos ojos azules… Esa nariz respingona y esos labios… Parecían sacados de una fantasía. Carnosos y sensuales. Reclamaban su atención a gritos.
Antes de poder detenerse, inclinó la cabeza y se apoderó de ellos.
Tabitha gruñó al saborear al guerrero romano. Su beso era tierno y delicado, todo lo contrario que su duro cuerpo. Derretida por las sensaciones, lo rodeó con los brazos y le acarició las cicatrices de la espalda.
Su cuerpo desnudo avivó su deseo.
Valerio gruñó al sentir el roce de esa lengua, al percatarse de su olor, de las suaves curvas que se amoldaban a su cuerpo. Sin embargo, los vaqueros que llevaba empañaron un poco el momento cuando separó las piernas y lo acogió entre sus voluptuosos muslos. Por el rabillo del ojo la vio alzar una mano con la que le acarició el pelo y se lo apartó de la cara. Acto seguido, hundió los dedos en su pelo y lo sostuvo como si no quisiera que se alejara.
Entretanto, él le levantó la camiseta y le acarició los pechos por encima del encaje del sujetador. El ronco gemido que escapó de su garganta lo puso a cien.
Tal como ella había adivinado, había pasado demasiadas noches con mujeres que nunca reaccionaban con tanto ardor a sus caricias. En ese momento ella llevó sus manos a los hombros de él y las fue bajando por su espalda.
Valerio tenía que poseerla. Hundirse una y otra vez en ella hasta que ambos quedaran exhaustos y saciados.
Sin embargo, mientras forcejeaba con el cierre frontal de su sujetador, el sentido común hizo acto de presencia. Esa mujer no era para él.
Apartó la mano.
Pero Tabitha le cogió la cabeza entre las manos y tiró de él.
—Sé lo que eres, Val. No pasa nada.
Acto seguido, le cogió la mano para llevársela de nuevo al pecho. Vio cómo ella apartaba la copa del sujetador y en ese momento un endurecido pezón rozó la palma de su mano. La suavidad de su piel le robó el aliento. Era una mujer tan afectuosa, tan tierna, que no entendía qué veía de especial en él.
—¿Te acuestas con todos los Cazadores Oscuros?
Ella se tensó.
—¿Cómo?
—Me estaba preguntando si te habías acostado con Aquerón… Talon…
Se lo quitó de encima al escucharlo.
—¿Qué clase de pregunta es esa?
—Acabamos de conocernos y esta es la segunda vez que me lo pones en bandeja.
—¡Eres un cerdo arrogante! —Cogió la almohada y comenzó a golpearlo.
Él alzó la mano para protegerse, pero Tabitha siguió pegándolo.
—¡Eres un imbécil! Es increíble que me hayas preguntado eso. No volveré a quedarme a solas contigo en la vida, ¡te lo juro!
La almohada dejó de golpearlo por fin.
Bajó el brazo.
Ella le asestó un último golpe en la cabeza antes de soltar la almohada.
—Para tu información, colega, no soy ninguna buscona. No me acuesto con todos los tíos a los que conozco. Creí que tú… Qué más da. ¡Vete a la mierda!
Se dio media vuelta y salió en tromba de la habitación. Dio tal portazo que las ventanas se sacudieron, al igual que los collares que colgaban del altar y del espejo.
Él se quedó allí en la cama, totalmente pasmado por lo que acababa de suceder. ¿Acababa de golpearlo con una almohada?
Después del encuentro de la noche anterior, sabía que podría haberlo atacado con algo muchísimo más contundente, pero se había contenido.
La verdad era que se sentía aliviado por su reacción. El arranque de indignación había sido demasiado intenso para ser fingido.
Y esa idea le provocó un extraño calor en las entrañas. ¿Cabía la posibilidad de que le cayera bien de verdad?
No. Era imposible. No le caía bien a nadie. Nunca lo había hecho.
«Eres un inútil. Maldigo el día en que madre te trajo a este mundo. Me alegro de que muriese antes de que pudiera ver la vergüenza que has acarreado a la familia.»
Se encogió al recordar las durísimas palabras que su hermano Marco le había repetido hasta la saciedad.
Hasta su padre lo había despreciado.
«Eres débil. Patético. Debería haberte matado para ahorrarme el agua y la comida que malgasté en criarte.»
Sus palabras eran amables comparadas con lo que los demás Cazadores Oscuros le habían dicho.
No, era imposible que le cayera bien a Tabitha. Ni siquiera lo conocía.
No entendía por qué se mostraba tan receptiva a sus caricias.
Tal vez fuera una mujer muy apasionada. Él era un hombre guapo. Y no era vanidad, solo la constatación de un hecho. A lo largo de los siglos se le habían ofrecido incontables mujeres.
Sin embargo, por alguna razón que no quería analizar, con Tabitha quería algo más que un lío de una noche.
Quería…
Se obligó a no pensar en ello. No necesitaba a nadie, ni siquiera necesitaba un amigo. Era mejor vivir solo, apartado de la gente.
Se levantó, se vistió y se encaminó a la planta baja.
Se encontró con Marla en el comedor.
—Corazón, no sé qué le has hecho a Tabby —le dijo—, pero tiene un cabreo de tres pares de cojones. Me ha pedido que te diga que comas algo antes de que te envenene la comida o haga algo peor con ella.
Se quedó sorprendido al ver el menú que lo esperaba: ternera con salsa marsala y una ensalada italiana con pan de ajo.
—¿De dónde ha salido eso? —le preguntó a Marla.
—De Tony’s, al final de la calle. Tabitha me mandó a comprarlo. Tony y ella no se hablan ahora mismo. No sé cómo se las apaña para mosquear a todo el mundo. Claro que a Tony se le pasará. Siempre se le pasa.
Cuando se sentó y probó la comida, creyó estar en el cielo. Estaba buenísimo. ¿Por qué se había tomado Tabitha tantas molestias por él?
Había comido la mitad cuando ella apareció por la puerta de la tienda.
—Espero que te atragantes —masculló de camino a la cocina.
Se tragó la comida que tenía en la boca, se limpió con la servilleta y fue tras ella.
—¿Tabitha? —la llamó al tiempo que la agarraba del brazo para detenerla—. Siento lo que te he dicho. Es que…
—¿Qué?
—Que la gente nunca es amable porque sí. —Y nunca eran amables con él.
Tabitha guardó silencio un instante. ¿Lo decía de verdad?
—¿Te ha gustado la cena?
—Estaba deliciosa. Gracias.
—De nada. —Se zafó de su mano—. Supongo que sabrás que ha oscurecido. Puedo llevarte a tu casa cuando estés listo.
—Solo tengo que parar en algún sitio para comprar aceite para lámparas.
—¿Aceite para lámparas? ¿No tienes electricidad?
—Sí tengo, pero necesito comprar una botella esta noche antes de volver a casa.
—De acuerdo. La cuadriga nos espera a cuatro manzanas de aquí, en casa de mi hermana Tia. Podemos comprar el aceite en su tienda.
—¿Vende aceite para lámparas?
—Claro. Es una sacerdotisa vudú. Seguro que te has fijado en el altar que tengo arriba. Me lo hizo ella. Es un poco rarita, pero la queremos de todas formas.
Valerio inclinó la cabeza de forma respetuosa antes de subir a recoger su abrigo.
Estaba a punto de recoger los platos de su cena cuando Marla la detuvo.
—Ya me ocupo yo.
—Gracias, cariño.
Su amiga frunció la nariz.
—De nada. Ahora largaos y pasáoslo en grande por mí. Y quiero todos los detalles.
Tabitha se echó a reír cuando intentó imaginarse lo que supondría «pasárselo en grande» con Valerio. Seguramente sería algo tan milagroso como lograr que se pusiera unas zapatillas de deporte y que bebiera en vasos de plástico.
Cuando él bajó, lo apremió a salir por la puerta de la tienda antes de que Marla viera su abrigo y lo confiscara.
Valerio se detuvo nada más poner un pie en la tienda, haciendo que ella se diera de bruces con su espalda. Cuando lo rodeó, vio que estaba observando la tienda, boquiabierto. Su rostro era un poema.
—¿Dónde estamos?
—En mi tienda —le respondió—. La Caja de Pandora en Bourbon Street. Vendo artículos para strippers y drag queens.
—Esto es… es…
—Podría decirse que un sex shop, sí, lo sé. La heredé de mi tía cuando se jubiló. Ahora cierra la boca y respira. Me deja mucha pasta y también hago muchos amigos.
Valerio no daba crédito a lo que veían sus ojos. ¿Tabitha era la propietaria de un antro de iniquidad? Claro que… ¿por qué se sorprendía?
—Esto es lo que provocó la decadencia del mundo occidental —afirmó mientras la seguía y pasaba junto a un expositor con adornos para pezones y tangas.
—Claro, lo que tú digas —replicó ella—. Estoy segura de que darías lo que fuera porque una mujer vestida con estas cosas te hiciera un striptease. Buenas noches, Franny —saludó a la mujer que estaba tras el mostrador—. Asegúrate de darle a Marla las facturas y la caja del día cuando cierres luego, ¿vale?
—Hecho, jefa. Que pases una buena noche.
Tabitha abrió la marcha hasta la calle. Las vallas que transformaban Bourbon Street en una zona peatonal por la noche ya estaban colocadas en las intersecciones de las calles. Giró a la izquierda en Bienville Street, en dirección a la casa de su hermana mientras permanecía alerta a cualquier indicio de actividad sospechosa.
Valerio guardaba silencio, por extraño que pareciera.
Cuando llegaron al siguiente cruce, oyó que soltaba un taco.
Dos segundos después lo alcanzó un rayo.