Si conoces a tus antepasados, eres testigo personal de los acontecimientos que crearon los mitos y religiones de nuestro pasado. Si admites este hecho, debes considerarme un creador de mitos.
Los Diarios Robados
La primera explosión se produjo cuando las tinieblas empezaban a caer sobre la Ciudad de Onn. La descarga alcanzó a unos cuantos trasnochadores arriesgados que pasaban junto a la Embajada ixiana de camino a una fiesta donde, según se había anunciado, los Danzarines Rostro representarían una antigua función sobre el rey que degollaba a sus hijos. Tras los violentos acontecimientos de los cuatro primeros Días de Festival, hacía falta ciertas dosis de valor para que los aficionados a trasnochar decidieran abandonar la relativa seguridad de sus alojamientos. Circulaban por toda la ciudad rumores de muerte y peligro para los inocentes transeúntes, y ahí aparecían de nuevo más motivos de alarma para los cautelosos.
Ninguna de las víctimas ni de los supervivientes hubiera apreciado la observación de Leto de que los transeúntes inocentes parecían escasear últimamente.
Los agudos sentidos de Leto detectaron la explosión, localizándola de inmediato. En un ataque de furia que más tarde habría de lamentar, convocó a gritos a sus Habladoras Pez para ordenarles que «exterminaran a los Danzarines Rostro», incluidos aquellos que habían sido amnistiados.
Tras un inmediato análisis, aquella sensación de furia fascinó a Leto, que hacía largo tiempo que no sentía como emoción más que un leve enojo. Frustración, irritación, aquellos habían sido sus límites. Pero ahora, ante una amenaza a Hwi Noree, ¡le invadía la furia!
Unos instantes de reflexión le hicieron modificar sus órdenes iniciales, pero no antes de que algunas Habladoras Pez abandonaran la Santa Presencia, enardecidas sus ansias más violentas por el fuego que despedían los ojos de su Señor.
—¡Dios está furioso! —gritaban algunas.
La segunda explosión alcanzó a varias Habladoras Pez que salían en aquel momento a la plaza para comunicar la contraorden del Dios Emperador desencadenando nueva violencia. La tercera explosión, localizada cerca de la primera, obligó al propio Leto a entrar en acción. Impulsó su carro como una incontenida hecatombe, salió de sus aposentos, y en el ascensor ixiano emergió a la superficie.
Leto apareció en el borde de la plaza, encontrando ante sí una escena de caos y desorden iluminada por miles de globos luminosos que las Habladoras Pez habían soltado. El escenario central de la plaza había sido destruido, quedando tan solo la base de plastiacero que sustentaba el pavimento. Escombros y pedruscos yacían esparcidos y mezclados en tremenda confusión con los muertos y heridos.
En dirección a la Embajada ixiana, situada frente a él al otro lado de la plaza, tenía lugar un encarnizado combate.
—¿Dónde está mi Duncan? —vociferó Leto.
Una bashar de la guardia atravesó la plaza y se acercó a su lado para informarle entre jadeos:
—¡Le hemos conducido a la Ciudadela, Señor!
—¿Qué ocurre allí? —preguntó Leto, señalando la batalla que se desarrollaba ante la Embajada Ixiana.
—Los rebeldes y los tleilaxu atacan la Embajada de Ix, Señor. Tienen explosivos.
Se hallaba aún diciendo estas palabras cuando una nueva explosión estalló ante la deteriorada fachada de la Embajada. Vio cuerpos retorcerse en el aire, arqueándose y cayendo dentro del perímetro de un intenso fogonazo que dejó en los ojos una segunda imagen naranja salpicada de motas negras.
Sin pensar en las consecuencias, Leto traspasó la propulsión de su carro a suspensores y lo impulsó lanzándose como una bala a través de la plaza, cual desbocado mastodonte que arrastraba globos luminosos a su paso. Al llegar al borde exterior de la batalla, se arqueó por encima de sus propios defensores y arremetió contra el blanco del enemigo, consciente sólo de las pistolas láser que disparaban sus lívidos rayos azules contra él. Notó que su carro aplastaba carne humana, sembrando de cadáveres el entorno.
El carro chocó entonces contra los escombros amontonados frente a la Embajada, volcó, y le hizo caer rodando hasta una superficie dura. Sintió el hormigueo de los rayos láser en la superficie anillada de su cuerpo, y luego la sensación interna de calor seguida por una liberación de oxígeno en la cola. El instinto le hizo retrotraer el rostro y hundirlo en su cogulla y doblar los brazos dentro de la profundidad protectora de los pliegues de su segmento frontal. Entonces se apoderó de él su naturaleza de gusano, y su cuerpo comenzó a arquearse y contorsionarse propinando azotes a diestro y siniestro, rodando cual rueda enloquecida y golpeando a ciegas con furia incontenible.
La sangre encharcaba la calle lubricando el pavimento. La sangre, sustancia húmeda perjudicial para su organismo, liberaba su agua tras la muerte, y el agua era letal para él. Agitado por las contorsiones, su enorme cuerpo resbalaba revolcándose en ella, desprendiendo columnas de humo en cada punto de flexión en que una partícula de agua lograba penetrar bajo su piel de trucha de arena. Ello le causaba un dolor que desahogaba aumentando la violencia de sus espasmos.
Ante el ataque de Leto, la línea de Habladoras Pez retrocedió. Una bashar atenta al desarrollo de la pelea comprendió la oportunidad que ello representaba y gritó, acallando el rumor de la batalla:
—¡Acabad con los rezagados!
Las soldados de Leto se lanzaron al ataque.
Durante unos instantes no hubo más que confusión y sangre en torno a las Habladoras Pez, el centelleo de los puñales a la despiadada luz de los globos luminosos, el brillo de la macabra danza de los rayos láser, los tajos que cercenaban inexorables miembros humanos. No dejaron superviviente alguno las Habladoras Pez.
Leto se alejó rodando del charco sangriento que se extendía ante la embajada, incapaz apenas de pensar por las terribles oleadas de dolor provocadas por el agua. A su alrededor, el aire se hallaba denso de oxígeno, y ello estimulaba sus sentidos humanos. Llamó mentalmente a su carro y éste avanzó hacia él inclinándose peligrosamente al haber sufrido desperfectos sus suspensores. Muy despacio, consiguió encaramarse en el carro y le transmitió la orden de regresar a sus aposentos en los subterráneos de la plaza.
Desde hacía mucho tiempo se hallaba preparado para contrarrestar los perniciosos efectos del agua, disponiendo para ello de una estancia equipada con chorros de aire a elevadísima temperatura aptos para limpiar su cuerpo y restaurar sus fuerzas. También servía para el mismo propósito la arena, pero dentro del recinto de Onn no existía un lugar capaz para la ingente cantidad requerida para caldear y raspar su epidermis devolviéndole su pureza habitual.
Una vez en el ascensor, pensó en Hwi y envió un mensaje ordenando que la llevaran de inmediato a su presencia.
Si es que estaba con vida.
No disponía ahora de tiempo suficiente para efectuar una búsqueda presciente, y así se vio obligado a confiar en que así fuera, mientras su cuerpo, de humano y pre-gusano, anhelaba el calor que habría de purificarle.
Instalado en la cámara de aseo, pensó reiterar la orden de salvar a algunos Danzarines Rostro, pero para entonces las enardecidas Habladoras Pez se habían ya dispersado por toda la ciudad, y él no se sentía con fuerzas para realizar una exploración presciente y enviar a sus mensajeros a los puntos de reunión adecuados.
Salía Leto de su cámara de aseo cuando una capitana de su guardia le comunicó que Hwi Noree, si bien con ligeras heridas, se hallaba a salvo, y sería conducida a su presencia tan pronto como la Comandante de la plaza lo considerase oportuno.
Leto ascendió allí mismo a la capitana al grado de sub-Bashar. Era una mujer fornida, del tipo de Nayla, pero sin el rostro cuadrado de esta: sus facciones eran redondeadas, más próximas a los cánones antiguos. Temblaba de emoción por el elogio y el agradecimiento de su Señor, y cuando este le ordenó regresar y «asegurarse por partida doble» de que Hwi no sufriría daño alguno, se dio media vuelta y salió como una flecha de la estancia.
Ni tan siquiera le pregunté su nombre, pensó Leto, encaramándose a su carro nuevo dispuesto ya en el desnivel de su aposento. Le llevó unos instantes concentrarse y recordar el nombre del nuevo sub-Bashar: era Kieuemo. El ascenso debería confirmarse, y tomó nota mental de ocuparse de ello personalmente. Era preciso que las Habladoras Pez, todas ellas, comprendieran de inmediato lo mucho que estimaba a Hwi Noree, si es que quedaba alguna duda después de lo ocurrido esta noche.
Efectuó entonces la exploración presciente y envió mensajes a sus desbocadas Habladoras Pez de que cesaran en su sistemático registro de la ciudad. Para entonces el daño ya era irreparable: los cadáveres invadían las calles de Onn; muchos eran Danzarines Rostro, pero los había también de simples sospechosos.
Cuantos me habrán visto matar, pensó.
Mientras aguardaba la llegada de Hwi, hizo un repaso mental de los acontecimientos. No había sido éste un ataque tleilaxu característico y, junto con el sufrido días atrás en el camino de Onn, distinto también de los habituales, apuntaba hacia una mente única inflamada por un propósito letal.
Hubiera podido morir ahí fuera, pensó.
Eso empezó a explicar por qué no había previsto este ataque, aunque lo cierto era que existía otra razón de más honda envergadura. Leto comenzó a vislumbrarla, emergiendo ante él como la suma y reunión de todas las claves y todos los indicios. ¿Qué ser humano conocía mejor al Dios Emperador? ¿Qué ser humano disponía de un lugar secreto desde donde conspirar?
¡Malky!
Leto llamó a una guardia y le ordenó que averiguara si la Reverenda Madre Anteac había ya abandonado Arrakis. Regresó al cabo de un instante con la información requerida:
—Anteac se encuentra aún en la legación Bene Gesserit. La Comandante del destacamento de Habladoras Pez allí apostada afirma no haber sufrido ataque alguno.
—Comunícale a Anteac —dijo Leto— si entiende ahora por qué instalé su legación en una zona alejada de mi residencia, y dile luego que cuando llegue a Ix debe localizar a Malky e informar de su localización a nuestra guarnición de Habladoras Pez destacada en ese planeta.
—¿Malky, el antiguo embajador ixiano?
—El mismo. No debe escapar con vida. Comunicarás también a la Comandante de nuestra guarnición de Ix que debe ponerse en estrecho contacto con Anteac y proporcionarle toda la asistencia que estime necesaria. Una vez localizado, Malky debe ser o conducido a mi presencia o ejecutado, lo que nuestra Comandante juzgue más oportuno.
La guardia-mensajera, situada en el cerco de luz dirigido al rostro de Leto, asintió, y al hacerlo las sombras bailaron en su cara.
No pidió que se le repitieran las órdenes. Todos los miembros de su guardia personal habían sido adiestrados como registradoras humanas, siendo capaces de repetir no sólo las palabras textuales de Leto sino incluso su entonación, y jamás olvidarían ni una coma de lo que le habían oído decir.
Una vez la mensajera hubo partido Leto emitió una señal privada, y a los pocos segundos obtenía respuesta de Nayla. El dispositivo ixiano instalado en el interior de su carro reprodujo una versión inidentificable de su voz, un inexpresivo recital metálico destinado exclusivamente a los oídos del Dios Emperador.
Efectivamente, Siona se encontraba en la Ciudadela, y no se había puesto en contacto con sus compañeras de conspiración. «No, aún no sabe que estoy aquí observándola». ¿El ataque a la Embajada? Sus autores eran un grupo escindido autotitulado «El elemento Tleilaxu-Contacto».
Leto se permitió emitir un suspiro mental. Los rebeldes siempre daban a sus organizaciones unos nombres tremendamente presuntuosos.
—¿Algún superviviente?
—No que sepamos, de momento.
A Leto le hizo gracia que, careciendo la voz metálica de toda entonación emocional, fuera su propia memoria la que se la proporcionaba.
—Te pondrás en contacto con Siona —le dijo—, y le revelarás que eres una Habladora Pez. Dile que no se lo comunicaste antes porque sabías que no confiaría en ti, y porque temías ser descubierta ya que eres la única Habladora Pez aliada de Siona. Repítele tu juramento de lealtad. Dile que juras por lo más sagrado obedecerle en todo. Que, ordene lo que ordene, tú la obedecerás. Todo lo cual es cierto, como tú muy bien sabes.
—Sí, Señor.
La memoria suplió el fanático énfasis de la respuesta de Nayla. Nayla obedecería.
—Si es posible, procura que Siona y Duncan Idaho tengan ocasión de hallarse juntos a solas.
—Sí, Señor.
Dejemos que la propincuidad siga su curso natural, pensó.
Cortó la comunicación con Nayla, permaneció pensativo unos instantes, y luego envió a buscar a la Comandante de las fuerzas de la plaza. La bashar se presentó al cabo de poco rato con el uniforme oscuro sucio y polvoriento y las botas manchadas de sangre. Era una mujer alta y huesuda, con unas arrugas en la cara que prestaban a sus facciones aquilinas un aire de poderosa dignidad. Leto recordó su nombre propio, Iylyo, que significaba «Cumplidora» en antiguo Fremen, pero se dirigió a ella usando el matronímico, Nyshae, «Hija de Shae», lo cual dio un tono de sutil intimidad a esta entrevista.
—Siéntate a descansar un poco en un almohadón, Nyshae —le dijo—. Has trabajado mucho.
—Gracias, Señor.
Se acomodó en el almohadón granate que antes utilizara Hwi. Leto advirtió las arrugas de cansancio que bordeaban la boca de Nyshae, pero también observó que sus ojos se mantenían alerta. Se quedó mirándole, ansiosa por escuchar sus palabras.
—Las cosas vuelven a estar tranquilas en mi ciudad. —Pretendió deliberadamente que sus palabras no sonasen a pregunta, dejándolas a la interpretación de Nyshae.
—Tranquilas pero no resueltas, Señor.
Él lanzó una mirada a las manchas de sangre que llevaba en las botas.
—¿La calle de la Embajada ixiana?
—La están limpiando, Señor. Los trabajos de reparación ya se han iniciado.
—¿La plaza?
—Por la mañana habrá recuperado su aspecto habitual.
La mirada de Nyshae seguía fija en el rostro de Leto. Ambos sabían que faltaba por alcanzar el punto capital de la entrevista, pero antes de llegar a ello Leto descubrió un elemento nuevo agazapado en la expresión de Nyshae.
¡Se enorgullecía de su Señor!
Por vez primera había visto matar al Dios Emperador, implantándose con ello la semilla de una terrible dependencia. Si amenaza el desastre, mi Señor acudirá. Eso era lo que aparecía ahora en sus ojos. Ella ya nunca volvería a actuar con total independencia, extrayendo su poder del Dios Emperador y siendo personalmente responsable por el empleo de ese poder. En su expresión había algo de posesivo. Una terrible máquina mortífera esperaba entre bastidores, lista para entrar en acción al escuchar su llamada.
A Leto le disgustó lo que veía, pero el mal ya estaba hecho. Y todos los remedios exigirían la acción de fuerzas sutiles y lentas.
—¿Dónde obtuvieron los atacantes las pistolas láser? —preguntó.
—De nuestros propios depósitos, La Guardia del Arsenal ya ha sido reemplazada.
Reemplazada. Era un eufemismo que sonaba bien. Las Habladoras Pez expulsadas del servicio quedaban aisladas y en reserva hasta que Leto descubría un asunto que requería la intervención de los Comandos de la Muerte. Morían contentas, por supuesto, convencidas de que así expiaban su pecado. Y tan sólo el rumor de que tales fanáticas se hallaban en camino bastaba para tranquilizar una zona turbulenta.
—¿El arsenal fue atacado con explosivos? —preguntó Leto.
—Con mucho sigilo y algunos explosivos, Señor. La guardia se descuidó.
—¿Procedencia de tales explosivos?
El cansancio de Nyshae se hizo patente en el fatigado gesto con que se alzó de hombros.
Leto no pudo por menos que reconocer su razón. Sabía que era posible investigar y aún localizar su procedencia, pero de poco iba a servir. Las personas ingeniosas podían hallar siempre los ingredientes necesarios para confeccionar explosivos caseros, elementos corrientes como el azúcar y las lejías, aceites ordinarios y fertilizantes inocentes, plásticos y disolventes y fermentos extraídos de un montón de estiércol. La lista de tales ingredientes era virtualmente interminable, y crecía continuamente con cada nuevo producto debido a la experiencia y a la inventiva humana. Ni siquiera una sociedad como la que él había creado, que trataba de limitar la adición de la tecnología a la invención creativa, podía confiar en eliminar totalmente las armas de manos violentas. La idea de controlar tales artefactos era una pura quimera, una utopía ilusoria y peligrosa. El punto clave consistía en limitar el deseo de llegar a la violencia. En ese aspecto, esta noche había sido un auténtico desastre.
Tanta injusticia nueva, pensó.
Como si hubiera leído su pensamiento, Nyshae suspiró.
Naturalmente. A las Habladoras Pez se las adiestra desde la infancia a evitar la injusticia en todo lo posible.
—Debemos ocuparnos de los supervivientes civiles —dijo él—. Ocúpate de que se atiendan sus necesidades. Hay que convencerles de que los culpables fueron los tleilaxu.
Nyshae asintió. No había alcanzado el grado de bashar ignorando la instrucción. En este momento la aceptaba a pies juntillas. Simplemente por habérsele oído decir al Dios Emperador, creía en la culpabilidad de los tleilaxu. Además, su convicción estaba teñida de un cierto pragmatismo, pues sabía perfectamente por qué no había que degollar a todos los tleilaxu.
No deben eliminase todas las cabezas de turco.
—Además, debemos presentar una alternativa plausible —dijo Leto—. Por fortuna puede que tengamos una al alcance de la mano. Te enviaré recado tras entrevistarme con Dama Hwi Noree.
—¿La Embajadora de Ix, Señor? ¿No está implicada en…?
—Ella está completamente libre de culpa.
Vio la aceptación de su palabra de las facciones de Nyshae, como una pieza de plástico de quita y pon, capaz de bloquear su mandíbula y velar sus ojos. Hasta Nyshae. Conocía las razones porque había sido él quien las había creado, pero a veces se sentía un tanto asustado de su propia creación.
—Oigo a Dama Hwi Noree llegar a la antesala —dijo—. Cuando salgas, hazla pasar. Y, Nyshae…
Ella ya estaba de pie, y aguardó expectante, en completo silencio.
—Esta noche he ascendido a Kieuemo el grado de sub-bashar. Ocúpate de confirmarlo oficialmente. En lo que a ti respecta, estoy muy satisfecho. Pide y recibirás.
Vio que la fórmula ritual provocaba una oleada de placer en toda la persona de Nyshae, pero también la vio templarlo de inmediato, demostrando una vez más su valor hacia él.
—Probaré a Kieuemo —replicó—. Si da buen resultado, es posible que tome vacaciones. Hace muchos años que no voy a Salusa Secundus a ver a mi familia.
—Cuando más te convenga —dijo él.
Y pensó: Salusa Secundus. ¡Claro!
Aquella única alusión a sus orígenes le reveló a Leto a quién se parecía Nyshae: A Harq al-Ada. Lleva sangre Corrino en las venas. Somos parientes más cercanos de lo que me figuraba.
—Mi Señor es generoso —dijo ella.
Y se retiró con renovado ardor en su actitud. Oyó su voz en la antesala, diciendo:
—Dama Hwi, mi Señor Leto os espera.
Entró Hwi, enmarcada un instante por el contraluz del arco, vacilante en su paso hasta que sus ojos se adaptaron a la penumbra de la estancia. Se acercó cual polilla a la luz enfocada al rostro de Leto, desviando la mirada tan sólo para buscar en su cuerpo señales de heridas. Él sabía que tales signos no existían, aunque durasen aún el dolor y los temblores internos.
Los ojos de Leto detectaron una leve cojera en la pierna derecha de Hwi pero no más que eso, pues un vestido largo de color verde jade ocultaba la herida. Ella se detuvo al borde del desnivel donde se hallaba su carro y le miró directamente a los ojos.
—Me han dicho que estas herida, Hwi. ¿Es cosa seria?
—Un corte en la pierna por debajo de la rodilla, Señor. Causada por un cascote de la explosión. Vuestras Habladoras Pez me la curaron con un ungüento que me quitó el dolor. Señor, temía por vos.
—Y yo por ti, mi dulce Hwi.
—Salvo la primera explosión, no corrí peligro alguno, Señor. Me escondieron en seguida en una habitación de los sótanos de la Embajada.
No vio pues mi actuación, pensó él. Qué gran alivio.
—Te he enviado a buscar para pedirte perdón —le dijo Leto. Ella se sentó en un almohadón dorado.
—¿Qué hay que perdonar, Señor? Vos no sois la razón…
—Me están poniendo a prueba, Hwi.
—¿A vos?
—Sí. Los que desean conocer la hondura de mi interés por la seguridad de Hwi Noree.
Ella señaló hacia arriba.
—¿Eso… eso fue por causa mía?
—Por causa de los dos.
—Oh. ¿Pero quién…?
—Has accedido a desposarte conmigo, Hwi, y yo… —Alzó una mano, indicándole silencio al ver que ella intentaba hablar—. Anteac nos ha dicho lo que tú le revelaste, pero eso no fue originado por Anteac.
—Entonces, ¿quién…?
—El quién no es importante. Lo importante es que tú reconsideres tu decisión. Quiero darte una oportunidad por si deseas cambiar de idea.
Ella bajó los ojos.
Qué dulces son sus rasgos, pensó él.
Sólo en su imaginación podía crear la imagen de una vida humana compartida con Hwi. El mar de sus recuerdos contenía suficientes ejemplos con los que edificar una visión de la vida matrimonial construida con matices de su propia fantasía, con pequeños detalles de experiencia mutua, una caricia, un beso, todas esas dulzuras que componían un cuadro de dolorosa belleza. Y ello le torturaba, haciéndole sufrir con un dolor mucho más hondo que el de las heridas físicas, recuerdo de su violencia ante la embajada.
Hwi levantó la barbilla y le miró a los ojos, y él vio en ella un ardiente deseo de ayudarle.
—¿Pero de qué otro modo puedo serviros, Señor?
Él tuvo que recordar que ella era un ser humano, mientras que él había dejado de serlo. Las diferencias se acentuaban por minutos.
El dolor le embargaba.
Hwi era un realidad ineludible, algo tan elemental que no existía palabra alguna que lo expresara con precisión. El dolor que sentía se había hecho más de lo que pensaba poder soportar.
—Te quiero, Hwi. Te quiero como un hombre ama a una mujer… pero no puede ser. No podrá ser jamás.
De los ojos de Hwi brotaron lágrimas.
—¿Preferís que me vaya? ¿Que regrese a Ix?
—Ellos no harían más que herirte tratando de averiguar qué dio al traste con su proyecto.
Ha visto mi dolor, pensó. Conoce la futilidad y la frustración. ¿Qué hará? No mentirá. No dirá que corresponde a mi amor como una mujer ama a un hombre. Reconoce la inutilidad. Y conoce sus propios sentimientos hacia mí: compasión, temor, unas dudas que ignoran el miedo.
—Entonces me quedaré —declaró ella—. Obtendremos todo el placer que podamos del hecho de estar juntos. Creo que es lo mejor que podemos hacer. Si eso significa que debemos casarnos, que así sea.
—Entonces debo compartir contigo ciertos conocimientos que no he participado a nadie —dijo él—. Te darán sobre mí un poder que…
—¡No hagáis eso, Señor! ¿Y si alguien me forzara a…?
—No volverás a abandonar mi casa. Estos mis aposentos, la Ciudadela, los escondrijos secretos del Sareer, eso será tu hogar.
—Como vos deseéis.
Qué dulce y qué franca su callada aceptación, pensó.
Los dolorosos latidos de su interior tenían que calmarse, pues eran un peligro tanto para él como para su Senda de Oro.
¡Malditos ixianos! ¡Qué inteligentes!
Malky se había dado cuenta de que los todopoderosos se veían obligados a luchar con un perpetuo canto de sirena: la voluntad de autodeleitarse.
La conciencia constante del poder hasta en el más insignificante capricho.
Hwi interpretó su silencio como incertidumbre.
—¿Nos casaremos, Señor?
—Sí.
—¿Habrá que hacer algo sobre las historias tleilaxu que…?
—Nada.
Ella se lo quedó mirando, recordando su anterior conversación. Estaba sembrando las semillas de la disolución.
—Temo, Señor, que yo os debilite —dijo ella.
—Entonces debes hallar el modo de fortalecerme.
—¿Podrá fortaleceros el que disminuyamos la fe en el Dios Leto?
Él percibió un vestigio de Malky en su voz, ese tono mesurado que le había tornado tan asquerosamente encantador. Jamás logramos escapar del todo a los maestros de nuestra infancia.
—Tu pregunta requiere una respuesta —contestó él—. Muchos continuarán adorándome según mis designios. Otros creerán las mentiras y patrañas.
—Señor, ¿me pediríais a mí que mintiera por vos?
—Por supuesto que no. Pero te pediré que guardes silencio cuando tal vez desees hablar.
—Pero si ellos injurian…
—Tú no protestarás.
Una vez más, las lágrimas corrieron por las mejillas de Hwi. Leto anheló enjugarlas pero eran agua… agua dolorosa.
—Debe hacerse de este modo.
—¿Queréis explicármelo, Señor?
—Cuando me vaya, me llamarán Shaitan, emperador del Gehena. La rueda debe girar y girar y girar recorriendo la Senda de Oro.
—Señor, ¿no podrían dirigirse las iras hacia mí sola? No quisiera…
—¡No! Los ixianos te hicieron mucho más perfecta de lo que imaginaban. Te quiero de veras. No puedo evitarlo.
—¡Yo no deseo causaros dolor! —Fue como si le arrancaran las palabras.
—Lo hecho, hecho está. No te lamentes.
—Ayudadme a comprender.
—El odio que florecerá cuando me vaya, también eso acabará desvaneciéndose en el inevitable pasado. Pasará mucho tiempo y luego, un día muy lejano, se encontrarán mis diarios.
—¿Diarios? —Se quedó desconcertada por el aparente cambio de tema.
—Mis crónicas de mi tiempo. Mis argumentos, mi apología. Existen copias y sobrevivirán fragmentos diversos, algunos falseados, pero los diarios originales esperarán y esperarán el paso de los años. Los he escondido bien.
—¿Y cuando se descubran?
—La gente descubrirá que fui bastante diferente de lo que imaginaban.
La voz de la muchacha se convirtió en un tembloroso susurro:
—Yo ya sé lo que ellos descubrirán.
—Sí, mi dulce Hwi, creo que ya lo sabes.
—Vos no sois ni dios ni demonio, sino algo nunca visto y que no volverá a verse, porque vuestra existencia elimina su necesidad.
Se enjugó con las manos las lágrimas de las mejillas.
—Hwi ¿te das cuenta de lo peligrosa que eres?
La alarma se traslució en su expresión, en la tensión repentina de los brazos.
—Tienes madera de santa —dijo él—. ¿Comprendes lo doloroso que puede ser encontrar a un santo en el lugar equivocado y en el momento equivocado?
Ella agitó la cabeza.
—Las personas tienen que estar preparadas para ser santos —añadió Leto—. De lo contrario no pasan de simples seguidores, suplicantes, mendigos y debilitados sicofantes sumidos para siempre en la sombra del santo. A la gente esto la destruye porque tan sólo nutre debilidad.
Tras un breve instante de reflexión, ella asintió y luego dijo:
—¿Habrá santos cuando os hayáis ido?
—Ese es el objetivo de mi Senda de Oro.
—¿La hija de Moneo, Siona, será…?
—De momento no es más que una rebelde. En cuanto a la santidad, dejaremos que sea ella misma quien decida. Quizás tan sólo haga aquello para lo que fue engendrada.
—¿Para qué lo fue, Señor?
—No me llames Señor —le ordenó él—. Seremos Gusano y esposa. Llámame Leto si lo deseas. El Señor interfiere.
—Sí, L… Leto. Pero ¿qué es?
—Siona fue engendrada para gobernar. Y ese destino es muy peligroso. Cuando se gobierna se adquiere conocimiento del poder, lo cual puede conducir a una impetuosa irresponsabilidad, a penosos excesos susceptibles de desembocar en ese terrible destructor que es el hedonismo ilimitado.
—Siona haría…
—Todo lo que sabemos de Siona es que puede permanecer entregada a una determinada actuación a cuya norma de conducta ajusta sus sentidos. Ella es necesariamente una aristócrata, pero la aristocracia contempla básicamente el pasado. Y eso es un fallo porque no puede verse un largo trecho de camino a menos que se sea un Jano y se pueda mirar simultáneamente hacia adelante y hacia atrás.
—¿Jano? Sí, el dios de las dos caras. —Se humedeció los labios con la lengua—. ¿Eres tú un Jano, Leto?
—Yo soy un Jano aumentado a la billonésima potencia. Y también soy algo menos. He sido, por ejemplo, lo que mis administradores más admiran: el ser capaz de tomar decisiones que siempre dan buen resultado.
—Pero si les fallas…
—Se volverán contra mí, sí.
—¿Y Siona te sustituirá si…?
—¡Ahhh… qué enorme incógnita! Observas que Siona amenaza a mi persona. Pero no amenaza a la Senda de Oro. Existe además el hecho de que mis Habladoras Pez poseen un cierto afecto hacia el Duncan.
—Siona es… tan joven.
—Y yo soy su farsante favorito, el impostor que detesta el poder bajo fraudes y falsos pretextos, sin tener jamás en cuenta las necesidades de su pueblo.
—¿No podría yo hablar con ella y…?
—¡No! No intentes jamás persuadir a Siona de nada. Prométemelo, Hwi.
—Por supuesto, si tú me lo pides; pero yo…
—Todos los dioses tienen este problema, Hwi. El percibir necesidades más profundas me obliga a ignorar a menudo las más inmediatas. Y no solucionar las necesidades inmediatas, para los jóvenes, es un delito.
—¿No podrías razonar con ella y…?
—¡No intentes jamás razonar con alguien que sabe que tiene razón!
—Pero tú sabes que están equivocados…
—¿Crees en mi?
—Sí.
—¿Y si alguien tratara de convencerte de que soy el criminal más perverso?
—Me indignaría. Yo… —Se interrumpió.
—La razón —dijo él— sólo sirve cuando actúa contra el mudo trasfondo físico del universo.
Ella frunció el ceño, pensativa. A Leto le fascinaba contemplar el despertar de su comprensión.
—Ahhh… —más que pronunciar ella respiró la palabra.
—Ningún ser pensante podrá volver a negar la experiencia de Leto —dijo él—. Veo comenzar tu entendimiento ¡Comienzo! Eso es la vida: un permanente comienzo.
Ella asintió.
Ninguna objeción, pensó. Cuando descubre las huellas, las sigue hasta encontrar el lugar a que conducen.
—Mientras existía vida —añadió él—, todo final es un comienzo. Y yo salvaría a la humanidad hasta de sí misma.
Nuevamente, ella asintió. Las huellas seguían avanzando.
—Por eso en la perpetuación de la humanidad no hay muerte que sea un completo fracaso —siguió explicando él—. Por eso un nacimiento nos emociona tanto. Por eso la más trágica muerte es la muerte de un joven.
—¿Sigue amenazando Ix tu Senda de Oro? Siempre he pensado que conspiraban tramando algo malo.
Conspiran. Hwi no oye el mensaje interno de sus propias palabras. No le hace falta oírlo.
Él se la quedó mirando, maravillado de que fuera Hwi. Poseía una clase de honradez que algunos llamarían ingenua, que Leto definía como simplemente inconsciente. La honestidad no era su esencia, era ella misma.
—Entonces ordenaré que preparen una representación para mañana en la plaza —dijo Leto—. Será una representación a cargo de los Danzarines Rostro supervivientes. Al final de ella se anunciará nuestro compromiso.