Los grupos tienden a condicionar su entorno para la supervivencia de la comunidad. Siempre que se desvían de este objetivo, es señal de que el grupo como tal se encuentra enfermo. Existen numerosos síntomas reveladores de la salud del grupo. Yo observo, por ejemplo, la distribución de alimentos. Es una forma de comunicación, una ineludible señal de ayuda mutua que contiene también un elemento mortal de dependencia. Resulta interesante comprobar que son los hombres los que hoy atienden las tierras. Son hombres y maridos. Antes ese era dominio absoluto de las mujeres.
Los Diarios Robados
«Disculpad las inexactitudes de este informe, que os ruego atribuyáis a la urgencia con que lo redacto», escribía la Reverenda Madre Anteac.
«Parto mañana por la mañana hacia Ix con el propósito del que ya informé con más detalle anteriormente. El intenso y sincero interés del Dios Emperador por Ix es innegable, pero lo que me propongo relatar ahora es la extraña visita que acabo de recibir de la Embajadora ixiana, Hwi Noree».
Anteac estaba sentada en el incómodo taburete que era lo mejor que le ofrecía la austeridad espartana de su alojamiento. Estaba sola en su minúsculo dormitorio, ese espacio-dentro-del-espacio que el Dios Emperador se había negado a mejorar aun a pesar de la advertencia de la Bene Gesserit sobre la traición de los tleilaxu.
Sobre las rodillas de Anteac había un pequeño rectángulo de tinta negra, de unos diez milímetros de largo por no más de tres de ancho. Estaba escribiendo en este rectángulo con ayuda de una aguja reluciente, grabando una sobre otra las palabras que eran absorbidas por el rectángulo. Una vez el mensaje se hallase completo, quedaría impreso en los receptores nerviosos de los ojos de la postulante-mensajera, y allí quedaría en estado latente hasta que pudiera proyectarse en el Capítulo de la Orden.
¡Qué gran dilema planteaba Hwi Noree!
Anteac conocía los informes de las maestras Bene Gesserit enviadas a Ix para educarla, pero dichos informes omitían más información de la que revelaban, suscitando más serias preguntas.
¿Qué aventuras has experimentado, niña?
¿Cuáles fueron los infortunios de tu juventud?
Anteac husmeó y contempló el rectángulo de tinta negra que reposaba en sus rodillas. Aquellos pensamientos le recordaban la creencia Fremen de que la tierra natal convertía a un hombre en lo que era.
«¿Hay animales extraños en tu planeta?», solían preguntar los Fremen.
Hwi Noree había llegado acompañada por una impresionante escolta de Habladoras Pez, más de un centenar de fornidas mujeres, todas ellas armadas hasta los dientes. Raras veces había visto Anteac un tal surtido de armas: pistolas láser, cuchillos largos, puñales de hoja fina, granadas aturdidoras…
Mediaba la mañana. Hwi había entrado majestuosa, dejando a las Habladoras Pez apostadas en todos los rincones de la legación Bene Gesserit salvo en este espartano dormitorio. Anteac paseó la mirada por su alojamiento. Manteniéndola en él. Leto le manifestaba algo concreto.
—¡Así es como mides tu respeto por el Dios Emperador!
Salvo que… ahora enviaba a una Reverenda Madre a Ix, y el confesado propósito de este viaje sugería muchas cosas sobre Nuestro Señor Leto. Tal vez cambiasen los tiempos, y reservaran nuevos honores y más melange para la Bene Gesserit.
Todo depende de la eficiencia con que desempeñe mi cometido.
Hwi había entrado sola en la pequeña habitación, y se había sentado con solemnidad y recato en el jergón de Anteac, con la cabeza algo más baja que la de la Reverenda Madre, gentil detalle que no tenía nada de accidental. Las Habladoras Pez hubieran podido colocar a las dos en su lugar respectivo obedeciendo las órdenes de Hwi. Las pasmosas palabras con que Hwi iniciara la conversación dejaban pocas dudas al respecto.
—Debéis saber desde el principio que voy a desposarme con Nuestro Señor Leto.
Había tenido que echar mano a su más férreo control para no quedarse boquiabierta. Su sentido de la verdad aseguraba a Anteac de la sinceridad de las palabras de Hwi, sin que pudiera todavía valorarse todo su significado.
—Nuestro Señor Leto ordena que no comuniquéis esta noticia a nadie —añadió.
¡Qué dilema!, pensó Anteac. ¿Es que puedo informar de esto a mis Hermanas de la Orden?
—La noticia se hará pública a su debido tiempo —dijo Hwi—. Aún no ha llegado el momento, os digo esto para ayudaros a comprender la gravedad de la confianza de Nuestro Señor Leto.
—¿Su confianza en ti?
—En las dos.
Eso había provocado un estremecimiento de emoción apenas disimulado en todo el cuerpo de Anteac. ¡El poder inherente a tal confianza!
—¿Sabes por qué te eligió Ix para el puesto de Embajador? —preguntó Anteac.
—Sí. Pretendían que le sedujera.
—Al parecer lo has conseguido. ¿Significa eso que los ixianos creen esas groseras historias tleilaxu sobre ciertas costumbres de Nuestro Señor Leto?
—Ni siquiera los tleilaxu se las creen.
—¿De lo cual deduzco que confirmas la falsedad de dichas historias?
Hwi hablaba con una peculiar inexpresividad que hasta el sentido de la verdad de Anteac y sus dotes de Mentat tenían dificultad en descifrar.
—Vos habéis hablado con él y habéis podido observarle. Responded vos misma a esta pregunta.
Anteac sofocó una pequeña punzada de irritación. A pesar de su juventud, esta Hwi Noree no era una postulante… ni sería jamás una buena Bene Gesserit. ¡Qué lástima!
—¿Has informado de ello al gobierno de Ix? —preguntó Anteac.
—No.
—¿Por qué?
—Pronto recibirán información. La revelación prematura de esta noticia podría perjudicar a Nuestro Señor Leto.
Es sincera, tuvo que recordarse Anteac.
—¿No debe ser para Ix tu lealtad primordial? —preguntó Anteac.
—Mi lealtad primordial es la verdad. —Entonces esbozó una sonrisa—. Ix logró más de lo que se proponía.
—¿Te considera Ix una amenaza para el Dios Emperador?
—Creo que su principal preocupación es el conocimiento. Hablé de ello con Ampre antes de partir.
—¿El Director de Asuntos Extrafederales de Ix? ¿Te refieres a ese Ampre?
—Sí. Ampre está convencido de que Nuestro Señor Leto permite amenazas contra su persona sólo hasta un cierto límite.
—¿Ampre dijo eso?
—Ampre no cree que se pueda esconder el futuro a Nuestro Señor Leto.
—Pero la misión que me lleva a Ix implica que… —Anteac se interrumpió y agitó la cabeza—. ¿Por qué abastece Ix al Señor con máquinas y armamento?
—Ampre opina que Ix no posee otra alternativa. Las fuerzas arrolladoras aniquilan a las personas que constituyeron una amenaza excesiva.
—Y el que Ix se negara traspasaría los límites de Nuestro Señor Leto. No existe punto intermedio. ¿Has pensado en las consecuencias de desposarte con Nuestro Señor Leto?
—¿Os referís a las dudas que suscitará tal acción sobre su divinidad?
—Algunos darán crédito a las historias tleilaxu.
Hwi se limitó a sonreír.
¡Condenación!, pensó Anteac. ¿Cómo nos dejamos perder a esta muchacha?
—Él está cambiando el designio de su religión —acusó Anteac—. Es eso, por supuesto.
—No cometáis el error de juzgar a los demás según vosotras mismas —replicó Hwi, y como Anteac se mostrara ofendida, añadió—: Pero no vine aquí a discutir con vos sobre el Dios Emperador.
—No. Claro que no.
—Nuestro Señor Leto me ha ordenado que os cuente todos los detalles que mi memoria recuerde del lugar donde nací y fui educada.
Reflexionando ahora sobre las palabras de Hwi, Anteac bajó los ojos al críptico rectángulo negro que reposaba en su falda. Hwi había procedido a relatar los detalles que su Señor, ¡y ahora novio!, le había ordenado, detalles que a ratos hubieran resultado muy tediosos de no ser por sus dotes de Mentat para la asimilación de datos.
Anteac agitó la cabeza al considerar lo que debía informar al Capítulo de su orden, que sin duda se hallaría entregada al estudio del anterior mensaje que les había enviado. ¿Una máquina capaz de protegerse a sí misma y a su contenido de los poderes prescientes del Dios Emperador? ¿Sería eso posible? ¿O se trataba de una distinta clase de prueba, una prueba de la franqueza de la Bene Gesserit para con su Señor Leto? ¡Pero bien! Si él no hubiera conocido de antemano la génesis de esa enigmática Hwi Noree…
Esta nueva posibilidad reforzó la convicción Mentat de Anteac del por qué había sido escogida para la misión de Ix.
El Dios Emperador no deseaba confiar este hecho a sus Habladoras Pez. ¡No quería que sus soldados sospechasen la existencia de una debilidad en el Dios Emperador!
¿O era tan evidente como parecía? Ruedas dentro de ruedas, esa era la forma de actuar de Leto.
Nuevamente Anteac agitó la cabeza. Se inclinó y reanudó su informe para el Capítulo, omitiendo la información de que el Dios Emperador había decidido desposarse.
Pronto se enterarían. Entretanto, Anteac consideraría a solas las implicaciones de tal decisión.