31

La singular multiplicidad de este universo atrae mi más profunda atención. Es algo de ínclita belleza.

Los Diarios Robados

Leto oyó a Moneo en la antecámara justo antes de que Hwi entrara en el pequeño salón de audiencias. Vestía unos voluminosos pantalones abombachados de color verde pálido, ceñidos en los tobillos con unos lazos verde oscuro a juego con las sandalias. Una blusa suelta del mismo verde oscuro asomaba por debajo de su manto negro.

Se le veía calmada al acercarse a Leto y tomar asiento sin que la invitaran, eligiendo un almohadón dorado en lugar del granate que había ocupado anteriormente. Menos de una hora había tardado Moneo en traerla hasta aquí. El fino oído de Leto percibió a Moneo correteando nervioso en la antesala y con una señal selló la puerta que separaba ambas piezas.

—Algo preocupa a Moneo —dijo Hwi—. Se esforzó por no demostrármelo, pero cuanto más trataba de calmarme, más suscitaba mi curiosidad.

—¿No te asustó?

—Oh, no. En cambio hizo un comentario muy interesante. Dijo que debía recordar siempre que el Dios Leto es diferente para cada uno de nosotros.

—¿Qué tiene eso de interesante? —preguntó Leto.

—Lo interesante es la pregunta a la que el comentario servía de prefacio. Dijo que muchas veces se pregunta qué papel desempeñamos nosotros en la creación de tales diferencias en vos.

—Esto sí que es interesante.

—Lo encuentro de una penetración sorprendente —declaró Hwi—. ¿Para qué me habéis llamado?

—En una cierta época, tus amos de Ix…

—Ellos ya no son mis amos, Señor.

—Perdóname. De ahora en adelante les llamaré los ixianos.

Ella asintió muy seria, repitiendo:

—En una cierta época…

—Los ixianos estudiaron la posibilidad de construir un arma, una especie de cazador-buscador, un instrumento asesino autopropulsado, con una mente mecánica. Debía diseñarse como un objeto autoperfeccionable capaz de detectar vida y reducir esta vida a materia inorgánica.

—No tengo noticia de tal cosa, Señor.

—Lo sé. Los ixianos no quieren reconocer que los constructores de máquinas siempre corren el riesgo de convertirse en máquinas totales. Eso es la esterilidad final. Las máquinas fallan siempre… con el tiempo. Y cuando esas máquinas fallasen, no quedaría nada, ni un rastro de vida.

—A veces pienso que están locos —dijo ella.

—La misma opinión de Anteac. Este es el problema inmediato. Los ixianos han emprendido ahora un nuevo proyecto que mantienen oculto.

—¿Hasta de vos?

—Hasta de mí. Y voy a enviar a la Reverenda Madre Anteac a que lo investigue en mi nombre. Para ayudarla quiero que le digas todo cuanto puedas recordar sobre el lugar donde pasaste tu infancia. No omitas detalle alguno, por insignificante que parezca. Anteac te ayudará a recordar. Queremos todos los sonidos, todos los olores, el aspecto y los nombres de los visitantes, los colores, y hasta los escalofríos de tu piel. El más ínfimo detalle puede resultar vital.

—¿Pensáis que ese es el lugar donde lo ocultan?

—Sé que lo es.

—¿Y creéis que están construyendo esa arma en…?

—No, pero esa será la excusa para investigar el lugar donde naciste.

Ella abrió la boca, y lentamente formó una sonrisa para decir:

—Mi Señor es sagaz y tortuoso. Voy a hablar con la Reverenda Madre inmediatamente. —Hwi se puso en pie para retirarse, pero él la detuvo con un gesto.

—No hemos de dar la impresión de apresurarnos —manifestó.

Ella volvió a recostarse en el almohadón.

—Cada uno de nosotros es diferente, según la observación de Moneo —dijo Leto—. La génesis no se detiene. Tu dios continúa creándote.

—¿Qué descubrirá Anteac? Lo sabéis, ¿no es verdad?

—Digamos que tengo una fuerte convicción. Bien, pero no has mencionado siquiera el tema que abordé anteriormente. ¿No tienes ninguna pregunta?

—Vos mismo me proporcionaréis las respuestas que necesite. —Era una declaración tan rebosante de confianza que detuvo en seco la voz de Leto. No pudo hacer otra cosa que mirarla pensando en lo extraordinario que era este producto de la técnica ixiana… este ser humano. Hwi permanecía intensamente fiel a los dictados de la moralidad personalmente elegida por ella. Era atractiva, afable y honesta, y poseía una honda cualidad que la obligaba a compartir toda aflicción de aquellos con quien se identificaba. Leto imaginaba perfectamente el desespero de sus maestras Bene Gesserit al enfrentarse con este núcleo inamovible de honestidad. Las maestras, evidentemente, habían visto reducida su tarea de añadir un toque aquí, una destreza allá, fortaleciendo ese poder que le impedía convertirse en una Bene Gesserit. ¡Qué amargura debieron sentir!

—Señor —dijo ella—, quisiera conocer los motivos que os forzaron a elegir la vida que lleváis.

—Primero debes comprender lo que es contemplar el futuro.

—Con vuestra ayuda lo intentaré.

—Nada se separa jamás de su fuente —dijo Leto—. La visión del futuro es la imagen de una continuidad en la que todas las cosas adquieren forma, como las burbujas que se forman al pie de la catarata. Se ven, y a continuación se desvanecen en la corriente. Si la corriente se acaba, es como si las burbujas jamás hubiesen existido. Esa corriente es mi Senda de Oro, de la cual vi el final.

—¿Vuestra elección —señaló a su cuerpo— cambió eso?

—Lo está cambiando. El cambio procede no sólo de mi forma de vivir, sino de mi forma de morir.

—¿Sabéis cómo moriréis?

—No cómo. Sólo conozco la Senda de Oro en la que ocurrirá.

—Señor, no…

—Es difícil de comprender, lo sé. Sufriré cuatro muertes: la muerte de la carne, la muerte del alma, la muerte del mito y la muerte de la razón. Y todas esas muertes contienen la semilla de la resurrección.

—Regresaréis de…

—Las semillas regresarán.

—Y cuando hayáis partido ¿qué será de vuestra religión?

—Todas las religiones son una única comunión. Dentro de la Senda de Oro el espectro permanece intacto. Lo único es que los humanos ven primero una parte y luego la otra. Las ofuscaciones pueden llamarse accidentes de los sentidos.

—La gente seguirá adorándoos.

—Sí.

—Pero cuando el para siempre se termine, vendrá la ira, vendrá la negación —replicó ella—. Algunos dirán que no fuisteis más que un tirano corriente.

—Pura ofuscación —afirmó él.

Hwi notó un nudo en la garganta que le impedía seguir hablando; luego dijo:

—¿En qué forma vuestra vida y vuestra muerte cambiará la…? —Agitó la cabeza.

—La vida continuará.

—Lo creo, Señor, pero ¿de qué manera?

—Todos los ciclos son la reacción al ciclo precedente. Si de mí piensas en la forma de mi Imperio, conocerás la forma del próximo ciclo.

Ella apartó la vista de él.

—Todo lo que aprendí sobre vuestra Familia me indicaba que haríais esto —hizo un gesto a ciegas en dirección a él sin mirarlo— por una razón puramente altruista. Y sin embargo, no creo conocer verdaderamente la forma de vuestro Imperio.

—¿La Paz Dorada de Leto?

—Hay menos paz de la que algunos nos quisieran hacer creer —declaró ella, volviendo a mirarle.

Qué honestidad la suya, pensó Leto. Nada la desalentaba.

—Este es el tiempo del estómago —dijo él—. Este es el momento en que nos desarrollamos como se desarrolla una única célula.

—Pero falta algo —replicó ella.

Es igual que los Duncans, pensó él. Falta algo, y lo detectan de inmediato.

—La carne cree pero la psique no —afirmó Leto.

—¿La psique?

—Esa conciencia reflexiva que nos revela lo profundamente vivos que podemos llegar a estar. Tú bien lo sabes, Hwi. Es ese sentido que te dice como ser fiel a ti misma.

—Vuestra religión no basta —dijo ella.

—Ninguna religión puede ser suficiente. Es cuestión de elección; de una única y solitaria elección. ¿Entiendes ahora por qué tu amistad y tu compañía significan tanto para mí?

Ella parpadeó un instante con los ojos llenos de lágrimas, asintió y dijo:

—¿Por qué la gente no sabe esto?

—Porque las condiciones no lo permiten.

—¿Las condiciones que vos dictáis?

—Precisamente. Contemplo mi Imperio. ¿No distingues su forma?

Ella cerró los ojos, pensativa.

—¿Uno desea sentarse a la orilla de un río y pescar cada día? —Siguió diciendo Leto—. Excelente. Eso es esta vida. ¿Deseas navegar en un barco pequeño y cruzar un gran lago y visitar a gentes? ¡Soberbio! ¿Qué más se puede hacer?

—¿Viajar por el espacio? —preguntó ella, con una nota de desafío en la voz. Y a continuación abrió los ojos.

—Habrás observado que ni la Cofradía ni yo lo permitimos.

Vos no lo permitís.

—Cierto. Si la Cofradía me desobedece, pierde su ración de especia.

—Y mantener a la gente dentro de los límites de un planeta, le impide cometer atrocidades.

—Y aún hace algo más importante que eso. Les inspira el anhelo de viajar. Crea la necesidad de realizar viajes lejanos y contemplar casas nuevas. Y al final, viajar viene a significar libertad.

—Pero la especia disminuye —replicó ella.

—Y la libertad se torna más valiosa cada día.

—Eso sólo puede conducir a la desesperación y a la violencia —dijo ella.

—Uno de mis antepasados, un hombre sabio… yo fui en realidad esa persona, lo sabes ¿verdad? ¿Comprendes que en mi pasado no hay extraños?

Ella asintió, aterrada.

—Ese sabio observó que la riqueza es un instrumento de la libertad. Pero que la persecución de la riqueza es el camino a la esclavitud.

—¡La Cofradía y la Orden se esclavizan!

—Y los ixianos, y los tleilaxu, y todos los demás. Oh, de vez en cuando descubren un poquito de melange escondida, y eso les mantiene la atención ocupada. Un juego muy interesante, ¿no te parece?

—Pero cuando estalle la violencia…

—Habrá escasez y dificultades.

—¿También aquí, en Arrakis?

—Aquí y en todas partes. La gente recordará mi tiranía como los buenos tiempos. Yo seré el espejo de su futuro.

—¡Pero será terrible! —exclamó ella.

No podía tener otra reacción, pensó él.

Y añadió en voz alta:

—Cuando la tierra se niegue a alimentar a la gente, los supervivientes se amontonarán en refugios cada vez más pequeños. Y en numerosos mundos se repetirá un terrible proceso de selección: superpoblación y escasez de alimentos.

—¿Pero no podría la Cofradía…?

—La Cofradía se encontrará impotente por falta de melange suficiente para realizar su transporte.

—¿Escaparán los ricos?

—Algunos de ellos.

—Entonces, en realidad no habéis cambiado nada. Seguiremos igual, luchando y muriendo.

—Hasta que el gusano de arena reine de nuevo en Arrakis. Entonces nos habremos puesto a prueba tras compartir entre todos una profunda experiencia. Habremos aprendido que un suceso que ocurre en un planeta puede ocurrir en cualquier otro.

—Tanto dolor y tanta muerte —murmuró ella.

—¿Entiendes la muerte? —le preguntó él—. Debes entenderla. La especia debe entenderla. Toda la vida debe entenderla.

—Ayudadme, Señor —musitó.

—Es la experiencia más profunda de cualquier criatura —afirmó Leto—. A excepción de la muerte, produce todo, lo que la aproxima y la refleja: las enfermedades, heridas y accidentes que ponen en peligro la vida… el parto para una mujer… y en otros tiempos el combate para los varones.

—Pero vuestras Habladoras Pez son…

—Ellas enseñan a sobrevivir —contestó él.

Los ojos de Hwi se abrieron, comprendiéndolo.

—Las supervivientes. ¡Claro!

—¡Qué valiosa eres! —exclamó Leto—. ¡Qué rara y valiosa! ¡Benditos sean los ixianos!

—¿Y malditos?

—Eso también.

—Nunca creí que pudiera comprender a vuestras Habladoras Pez —comentó ella.

—Ni siquiera Moneo se da cuenta —dijo él—. Y desespero ya de los Duncans.

—Hay que apreciar la vida antes de desear preservarla —dijo ella.

—Y son los supervivientes los que mantienen un dominio más ligero y conmovedor de las bellezas del vivir. Las mujeres lo saben más que los hombres, porque el nacer es reflejo del morir.

—Mi tío Malky siempre decía que teníais buenas razones para prohibir el combate y la violencia gratuita a los hombres. ¡Qué amarga lección!

—Sin violencia disponible, los hombres disponen de escasos medios de comprobar cómo responderán a esa experiencia última —dijo él—. Falta algo. La psique no crece. ¿Qué es lo que dice la gente de la Paz de Leto?

—Que nos hacéis revolcar en una absurda decadencia, cual cerdos en una pocilga.

—Reconoce siempre la justeza de la sabiduría popular —afirmó él—. Decadencia.

—La mayoría de los hombres carecen de principios. Las mujeres de Ix se quejan de ello constantemente.

—Cuando tengo que identificar rebeldes, busco siempre hombres con principios —dijo él.

Ella se lo quedó mirando silenciosa, y él pensó que aquella tan simple reacción revelaba profundamente su gran inteligencia.

—¿Dónde crees que encuentro a mis mejores administradores? —preguntó él.

Un pequeño gemido escapó de su garganta.

—Los principios son aquello por lo que se lucha —afirmó Leto—. Casi todos los hombres pasan por la vida sin recibir más desafío que el del momento final. Disponen de muy escasas palestras en que ponerse a prueba.

—Os tienen a vos.

—Pero yo soy tan poderoso —replicó él—, que soy el equivalente del suicidio. ¿Quién correría a una muerte segura?

—Un loco… o un desesperado. ¿Un rebelde?

—Yo soy el equivalente a la guerra —declaró él—. El último predador. Soy la fuerza cohesiva que los destroza.

—Jamás pensé en mi como un rebelde —dijo ella.

—Tú eres algo mejor.

—¿Y podríais confiarme algún trabajo?

—Sí.

—No en la administración.

—Tengo ya excelentes administradores, incorruptibles, sagaces, inteligentes y dispuestos a reconocer sus errores, rápidos en la decisión.

—¿Fueron rebeldes?

—Casi todos.

—¿Cómo se les escoge?

—En realidad, podría decir que escogen ellos.

—¿Sobreviviendo?

—No sólo por eso. Hay algo más. La diferencia entre un buen administrador y un mal administrador se reduce a cinco latidos del corazón. Los buenos administradores toman decisiones inmediatas.

—¿Y aceptables?

—Generalmente dan resultado. Un mal administrador, en cambio, vacila, titubea, reclama comités, datos, informes. Y al final actúa de una forma que crea nuevos y serios problemas.

—¿Pero no necesitan a veces prolija información para…?

—Al mal administrador le interesan más los informes que las decisiones. Y exige siempre el documento que exhibirá como excusa de sus errores.

—¿Y los buenos administradores?

—Esos dependen de las órdenes verbales. No mienten jamás sobre su actuación, si es que sus órdenes verbales llegan a causar problemas, y se rodean de colaboradores capaces de actuar con acierto a base de órdenes verbales. Generalmente, el dato más importante de la información que reciben es que algo no funciona. Los malos administradores, en cambio, disimulan sus errores hasta que es demasiado tarde para corregirlos.

Leto la observó mientras ella pensaba en la gente que tenía a su servicio el Dios Emperador, especialmente Moneo.

—Hombres de decisión —dijo por fin.

—Una de las cosas más difíciles de hallar para un gobernante es gente que sea capaz de tomar decisiones —manifestó Leto.

—¿Y vuestro íntimo conocimiento del pasado no os proporciona…?

—Lo que me proporciona es un cierto regocijo. Casi todas las burocracias anteriores a la mía buscaron y promocionaron a hombres que evitaron tomar decisiones.

—Comprendo. ¿Qué trabajo tendríais para mí, Señor?

—¿Te casarás conmigo?

Una débil sonrisa apareció en sus labios.

—También las mujeres saben tomar decisiones. Sí. Me casaré con vos.

—Entonces ve a informar a la Reverenda Madre. Asegúrate de que conozca lo que está buscando.

—Busca mi génesis —replicó Hwi—. Vos y yo conocemos ya el propósito de mi existencia.

—Que no se halla separada de su origen —replicó él.

Ella se puso en pie y entonces preguntó:

—Señor, ¿podríais equivocaros con vuestra Senda de Oro? ¿Acaso la posibilidad del fracaso…?

—Cualquier ser y cualquier proyecto puede fracasar —contestó él—, pero el tener buenos amigos ayuda.