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He aislado la experiencia urbana que albergo en mi interior para examinarla con detalle. La idea de una ciudad me fascina. La formación de una comunidad biológica sin el apoyo de una comunidad social operante conduce a la destrucción. Mundos enteros se han convertido en simples comunidades biológicas carentes de una estructura social interrelacionada, y ello ha desembocado siempre en la ruina. Lo cual adquiere un dramático valor instructivo en condiciones de superpoblación. El ghetto es letal. Las tensiones psicológicas de la superpoblación crean una presión que tarde o temprano explota. La ciudad constituye la tentativa de manejar estas fuerzas. Las normas sociales mediante las cuales las ciudades realizan dicha tentativa son dignas de estudio. Recordad que existe una cierta malevolencia sobre la formación de cualquier orden social. Es la lucha por la existencia mediante una entidad artificial. En los extremos se ciernen el despotismo y la esclavitud. Se producen muchas lesiones, y de ahí la necesidad de las leyes. La Ley desarrolla su propia estructura de poder, creando más heridas y nuevas injusticias. Este trauma sólo puede sanar mediante la cooperación, no con la confrontación. La llamada a la cooperación identifica al que desea emprender la tarea de sanarlo.

Los Diarios Robados

Moneo entró en el pequeño aposento de Leto con evidente agitación. Prefería ese lugar para entrevistarse con él porque el carro del Dios Emperador estaba situado en un desnivel desde el cual un ataque del Gusano sería más difícil existiendo además el hecho de que Leto permitía a su mayordomo descender en un ascensor-tubo ixiano en lugar de obligarle a utilizar aquella interminable rampa. Pero Moneo estaba seguro de que las noticias de que era portador esa mañana provocarían la aparición de El Gusano que es Dios.

¿Cómo comunicárselas?

Hacía una hora que había amanecido el Cuarto Día del Festival, cosa que Moneo celebraba solamente porque aproximaba mucho su conclusión, y con ella el final de esas tribulaciones.

Al entrar Moneo en el pequeño aposento, Leto se movió y, ante esta señal, se encendieron las luces de la estancia iluminando tan sólo su rostro.

—Buenos días, Moneo. Mis guardias me han dicho que has insistido en verme inmediatamente. ¿Por qué?

El peligro, como bien sabía Moneo por experiencia, estribaba en la tentación de revelar demasiadas cosas demasiado pronto.

—He pasado esos días bastantes ratos con la Reverenda Madre Anteac —dijo Moneo—, y aunque lo lleva con mucho disimulo, estoy seguro de que es un Mentat.

—Sí. Las Bene Gesserit tienen que desobedecerme alguna vez. Esta forma de desobediencia me divierte.

—¿Entonces no vais a castigarlas?

—Moneo, soy realmente el padre de mi pueblo, y un padre a la vez que severo debe mostrarse generoso.

Está de buen humor, pensó Moneo. De su boca escapó un pequeño suspiro que hizo sonreír a Leto.

—Anteac protestó cuando le dije que habíais concedido la amnistía a unos pocos Danzarines Rostros seleccionados entre los prisioneros.

—Les voy a utilizar para cierto festejo del Festival —replicó Leto.

—¿Señor?

—Te lo explicaré luego. Vamos con las noticias que te traen por aquí a estas horas.

—Yo… ahh… —Moneo se mordió el labio superior—. Los tleilaxu se han mostrado bastante indiscretos en su forma de congraciarse conmigo.

—Me lo figuraba. Qué menos. ¿Y qué es lo que han revelado?

—Que… ahhh… proporcionaron a los ixianos asesoramiento y equipo suficientes para producir… ahhh, un… no exactamente un ghola, ni tampoco un clon. Quizás convendría utilizar el término tleilaxu: una reestructuración celular. El… ahhh, experimento fue llevado a cabo en el interior de una especie de aparato protector que los miembros de la Cofradía aseguraron que vuestros poderes no podrían traspasar.

—¿Y el resultado? —Leto se cuidó de formular la pregunta en tono frío e inexpresivo.

—No están del todo seguros. No se permitió la entrada a los tleilaxu. No obstante, vieron entrar a Malky en esa… ahhh… cámara, y salir al cabo de un rato con un recién nacido.

—Lo sé.

—¿Lo sabíais? —Moneo estaba perplejo.

—Sí, por deducción. Y todo esto ocurrió hace unos veintiséis años, ¿verdad?

—Correcto, Señor.

—¿Y han identificado al recién nacido como Hwi Noree?

—No están seguros, Señor, pero… —Moneo se alzó de hombros.

—Claro. ¿Y qué deduces de todo esto, Moneo?

—Que existe un propósito bien determinado implantado en la nueva Embajadora de Ix.

—Ciertamente es así. Moneo, ¿no te extraña lo mucho que Hwi, la gentil Hwi, representa un espejo del formidable Malky? Es su opuesto en todo, incluido el sexo.

—No había pensado en ello, Señor.

—Yo sí.

—Ordenaré que sea enviada de regreso a Ix inmediatamente —dijo Moneo.

—¡En absoluto!

—Pero Señor, si ellos…

—Moneo, he notado que pocas veces vuelves la espalda al peligro. Otros lo hacen a menudo, pero tú no. ¿Por qué querrías que cometiese tan evidente estupidez?

Moneo tragó saliva.

—Bien. Me gusta que reconozcas los errores de tus métodos —dijo Leto.

—Gracias, Señor.

—También me gusta que expreses tu gratitud con sinceridad, como acabas de hacer. Dime, ¿estaba Anteac contigo cuando te comunicaron esta información?

—Tal como lo ordenasteis, Señor.

—Excelente. Eso anima un poco todo este asunto. Bien. Quiero que ahora te retires y acudas ante Dama Hwi. Le dirás que deseo verla inmediatamente. Eso la turbará, pues piensa que no hemos de volver a vernos hasta que la llame a la Ciudadela. Quiero que tú tranquilices sus temores.

—¿De qué forma, Señor?

Con gran tristeza, Leto replicó:

—Moneo ¿por qué me pides consejo sobre un tema en el que eres experto? Cálmala y tráela aquí convencida de mis bondadosas intenciones para con ella.

—Sí, Señor. —Moneo hizo una reverencia y retrocedió.

—¡Un instante, Moneo!

Moneo se cuadró, con la mirada fija en el rostro de Leto.

—Estás perplejo, Moneo —le dijo Leto—. A veces no sabes qué pensar de mí. ¿Soy todopoderoso y omnipotente? Me vienes con todos esos cuentos y te preguntas: ¿Debe saber eso? Si lo sabe, ¿para qué me preocupo? Pero yo te he ordenado informarme de esas cosas, Moneo. ¿Acaso tu obediencia no resulta instructiva?

Moneo empezó a hacer el gesto de alzarse de hombros, pero lo pensó mejor y se detuvo. Le temblaban los labios.

—El tiempo también puede ser un lugar, Moneo —siguió diciendo Leto—. Todo depende de donde se está, adonde se mire o lo que se oiga. La medida de ello se encuentra en la propia consciencia.

Tras un prolongado silencio, Moneo se arriesgó a decir:

—¿Es todo, Señor?

—No. No es todo. Siona recibirá hoy un paquete que le será entregado por un correo de la Cofradía. Nada debe interferir la entrega de ese paquete. ¿Me entiendes?

—¿Qué hay… qué hay en el paquete, Señor?

—Traducciones, textos, material de lectura que quiero que examine. No hagas nada que pueda interferir con ello. Ah, no hay melange en el paquete.

—¿Cómo… cómo sabías lo que temía que contuviera…?

—Porque temes a la especia. Podría prolongar tu vida, pero la evitas.

—Temo sus otros efectos, Señor.

—Una naturaleza generosa ha decretado que la melange desvele para algunos de vosotros profundidades inesperadas de la psique y tú, sin embargo, lo temes.

—¡Soy un Atreides, Señor!

—Ahhh… sí, y para los Atreides la melange puede enrollar el misterio del Tiempo mediante un peculiar proceso de revelación interna.

—Sólo tengo que recordar la prueba a que me sometisteis, Señor.

—¿No ves la necesidad de mostrarte sensible hacia la Senda de Oro?

—No es eso lo que temo, Señor.

—Tú temes la otra estupefacción, aquello que me obligó a decidir mi elección.

—No tengo más que miraros a Vos, Señor, y conozco ese miedo. Nosotros los Atreides… —Se interrumpió, con la boca reseca.

—¡Tú no quieres todos esos recuerdos de antepasados y otras gentes que se amontonan dentro de mí!

—A veces… ¡a veces pienso, Señor, que la especia es la maldición de los Atreides!

—¿Quisieras que yo no hubiera ocurrido?

Moneo guardó silencio.

—Pero la melange tiene su valor. Los navegantes de la Cofradía la necesitan, ¡y sin ella la Bene Gesserit degeneraría en una patética pandilla de gemebundas mujeres!

—Debemos vivir con ella o sin ella, Señor. Eso sí lo sé.

—Muy perspicaz, Moneo. Pero tú has escogido vivir sin ella.

—¿No tengo derecho a tal elección, Señor?

—De momento.

—Señor, ¿qué queréis…?

—Existen veintiocho términos distintos para la melange en Galach: según su empleo, según su grado de dilución, según su edad, según si se obtuvo mediante adquisición honesta mediante robo o conquista, según si se trataba de la dote de un varón o de una mujer. Y se describe en muchas formas. ¿Qué te hace pensar eso, Moneo?

—Que se nos ofrecen numerosas posibilidades de elección.

—¿Sólo en lo que a la especia se refiere?

Moneo frunció el ceño pensativo, y luego dijo:

—No.

—Raras veces dices no en mi presencia —replicó Leto—. Me gusta observar tus labios redondeándose para formar esa palabra.

La boca de Moneo se torció en una mueca que quiso ser una sonrisa.

Leto dijo con gran animación:

—Bien. Y ahora quiero que acudas ante Dama Hwi. Pero antes de partir, te daré un consejo que puede ayudarte.

Moneo prestó una aplicada atención al rostro de Leto.

—El conocimiento de las drogas se originó principalmente en el varón porque este tiende a ser más audaz que la mujer. Simple proyección de la agresividad masculina. Tú has leído la Biblia Católica Naranja y conoces la historia de Eva y la manzana. He aquí un hecho interesante de esa historia. Eva no fue la primera en coger la fruta y comer de ella. Adán lo hizo antes y aprendió a echar la culpa a Eva. Mi historia alude a la manera como nuestra sociedad encuentra una necesidad estructural para la presencia de subgrupos.

Moneo ladeó ligeramente la cabeza a la izquierda.

—Señor, ¿cómo puede ayudarme eso?

—Te ayudará, y mucho, para tratar con Dama Hwi.