Yo soy para mi pueblo padre y madre. He conocido el éxtasis del nacer y el éxtasis del morir, y conozco las normas de conducta que debéis aprender. ¿No he vagado acaso embriagado a través del universo de las formas? ¡Sí! Os he visto esbozados a la luz. Ese universo que decís que veis y que captáis, ese universo es mi sueño. Mis energías se concentran en él, y yo me encuentro en cualquier reino y en todos los reinos. Así nacéis.
Los Diarios Robados
—Mis Habladoras Pez me han dicho que te dirigiste inmediatamente a la Ciudadela después de Siaynoq —dijo Leto.
Contemplaba acusadoramente a Idaho, que estaba sentado muy cerca de donde lo hiciera Hwi menos de una hora antes. Tan breve espacio de tiempo… y Leto sentía un vacío de siglos.
—Necesitaba tiempo para reflexionar —contestó Idaho, mirando el hueco sombrío en el que se encontraba el carro de Leto.
—¿Y para hablar con Siona?
—Sí —contestó Idaho, levantando la mirada hacia el rostro de Leto.
—Pero preguntaste por Moneo —insistió Leto.
—¿Es que se os informa acaso de todos los movimientos que hago? —protestó Idaho.
—De todos no.
—A veces la gente necesita estar a solas.
—Naturalmente. Pero no culpes a las Habladoras Pez por preocuparse de ti.
—Siona dice que ha de ser sometida a prueba.
—¿Por eso fue por lo que preguntaste por Moneo?
—¿De qué prueba se trata?
—Moneo lo sabe. Supongo que fue por eso por lo que deseabas verle.
—¡Vos no suponéis nada! ¡Vos sabéis!
—Siaynoq te ha trastornado, Duncan. Lo siento.
—¿Tenéis idea de lo que es ser yo… aquí?
—El destino del ghola no es fácil —dijo Leto—. Algunas vidas son más duras que otras.
—¡No necesito consuelos ni filosofías juveniles!
—¿Qué necesitas pues, Duncan?
—Necesito saber algunas cosas.
—¿Como por ejemplo?
—¡No comprendo a ninguna de las personas que os rodean! Sin mostrar la menor sorpresa, Moneo me dice que Siona participó en una conjura contra vos. ¡Su propia hija!
—En su época, Moneo también fue un rebelde y un conspirador.
—¿Veis lo que os digo? ¿También le pusisteis a prueba?
—Sí.
—¿Y a mí, me pondréis a prueba?
—Te estoy probando. Duncan.
Idaho, echando fuego por los ojos, le miró fijamente.
—¡No comprendo ni vuestro gobierno, ni vuestro Imperio, ni nada! ¡Cuanto más averiguo, más cuenta me doy de que no comprendo lo que ocurre!
—Qué suerte tienes de haber descubierto el camino de la sabiduría —replicó Leto.
—¿Qué? —El desconcierto y la irritación de Idaho convirtieron su voz en un belicoso rugido que invadió la pequeña habitación.
Leto sonrió.
—Duncan, ¿no te he dicho que el pensar que se sabe alguna cosa es la barrera más efectiva para aprender?
—Entonces, explicadme lo que esta ocurriendo aquí.
—Mi amigo Duncan Idaho está adquiriendo una costumbre desusada. Está aprendiendo a mirar más allá de lo que cree conocer.
—Muy bien, muy bien. —Idaho asintió lentamente con la cabeza, adaptando este movimiento al ritmo de sus palabras—. Entonces decidme, ¿qué es lo que hay más allá de mi participación en la ceremonia de Siaynoq?
—El propósito de vincular estrechamente a mis Habladoras Pez con el Comandante en jefe de mi guardia.
—¡Y yo tengo que defenderme de ellas! La escolta que me sacó de la Ciudadela me deseaba para participar en una orgía, y las que me trajeron aquí cuando vos…
—Ellas saben lo mucho que me agrada ver los hijos de Duncan Idaho.
—¡Maldita sea! ¡No soy vuestro semental!
—No es preciso que grites, Duncan.
Idaho realizó varias inspiraciones profundas, luego replicó:
—Cuando les digo que no, al principio se muestran dolidas, pero luego me tratan como a un maldito… —agitó la cabeza— ermitaño o algo así.
—¿No te obedecen?
—No preguntan ni dudan de nada… a menos que resulte contrario a vuestras órdenes.
Yo no quería volver aquí.
—Y sin embargo, ellas te trajeron.
—¡Maldita sea, sabéis perfectamente que a vos no os desobedecen jamás!
—Me alegro de que vinieras, Duncan.
—¡Ya me doy cuenta!
—Las Habladoras Pez saben lo mucho que significas para mí, lo mucho que te debo, y el gran cariño que te tengo. En lo que a ti y a mí se refiere, no se trata jamás de una cuestión de obediencia o desobediencia.
—¿Entonces de qué es cuestión?
—De lealtad.
Idaho cayó en un pensativo silencio.
—¿Percibiste el poder de Siaynoq? —preguntó Leto.
—Pura superstición idólatra.
—Entonces, ¿por qué te perturba tanto?
—Vuestras Habladoras Pez no constituyen un ejército, sino una fuerza policial.
—Por mi nombre, te aseguro que eso no es cierto. La policía acaba inevitablemente corrupta.
—Me tentasteis con poder —acusó Idaho.
—Esa es la prueba, Duncan.
—¿No confiáis en mí?
—Confío íntegramente, sin el menor atisbo de duda, en tu lealtad para con los Atreides.
—Entonces, ¿para qué hablar de corrupción y pruebas?
—Fuiste tú quien me acusaste de poseer una fuerza policial. La policía procura siempre que los criminales prosperen. Hay que ser un policía bastante torpe para no darse cuenta de que la posición de autoridad es la posición criminal más próspera de todas las existentes.
Idaho se humedeció los labios con la punta de la lengua y se quedó mirando a Leto con evidente perplejidad.
—Pero el adiestramiento moral… es decir, el legal… las cárceles de…
—¿De qué sirven las leyes y las cárceles cuando la transgresión de la ley no es un delito o pecado?
Idaho ladeó ligeramente la cabeza hacia la derecha.
—¿Estáis acaso tratando de decirme que vuestra maldita religión es…?
—El castigo del pecado puede ser exorbitante.
Señalando por encima del hombro con el pulgar hacia la puerta que les aislaba del mundo exterior, Idaho dijo:
—¿Y todas esas habladurías sobre penas de muerte… y azotes… y…?
—Procuro prescindir en lo posible de leyes arbitrarias y de prisiones.
—¡Pero deben existir algunas cárceles!
—¿Si? Las cárceles se necesitan sólo para crear la ilusión de que los tribunales y la policía son efectivos. Son una especie de seguro de empleo.
Idaho se volvió ligeramente y lanzó un dedo acusador contra la puerta por la que había penetrado en la pequeña habitación:
—¡Tenéis planetas enteros que no son más que prisiones!
—Pienso que si uno se lo imagina, cualquier sitio puede parecer una prisión.
—¡Imaginar! —Idaho dejó caer la mano, mudo de asombro.
—Sí. Tú me hablas de cárceles y de policía y de legalidad, imaginaciones perfectamente ilusorias tras las cuales funciona una próspera estructura de poder, observando al mismo tiempo, con toda exactitud, que se encuentra por encima de sus propias leyes.
—Y vos creéis que los delitos pueden tratarse…
—Los delitos no, Duncan; los pecados.
—Y así pensáis que vuestra religión puede…
—¿Has observado cuáles son los pecados capitales?
—¿Cuáles?
—Tratar de corromper a un miembro de mi gobierno y ser corrompido por un miembro de mi gobierno.
—¿Y qué es esa corrupción?
—Básicamente la falta de observancia y veneración de la santidad del Dios Leto.
—¿Vos?
—Yo.
—Pero al principio me dijisteis…
—¿Piensas que no creo en mi propia divinidad? Ve con cuidado, Duncan.
La voz de Duncan adquirió entonces un irritado tono monocorde:
—Me dijisteis que una de mis funciones era contribuir a mantener el secreto de que vos…
—Tú no conoces mi secreto.
—¿Que sois un tirano? Eso no es…
—Los dioses tiene más poder que los tiranos, Duncan.
—Lo que escucho no resulta de mi agrado.
—¿Cuándo te preguntó jamás un Atreides si te agradaba tu trabajo?
—Me pedís que esté al mando de las Habladoras Pez que son juez, jurado y verdugo, y… —Idaho se interrumpió.
—¿Y qué?
Idaho guardó silencio.
Leto contempló la gélida distancia que les separaba, tan corta en el espacio y sin embargo tan remota.
Es como cansar a un pez que ha mordido el anzuelo, pensó Leto. Hay que calcular el punto de máxima tensión de todos los elementos que entran en juego.
El problema de Idaho era que acorralarle significaba siempre acelerar su final. Y esta vez todo se estaba produciendo con excesiva rapidez. Leto se sintió triste.
—No os adoraré —declaró Idaho.
—Las Habladoras Pez saben que gozas de dispensa especial —contestó Leto.
—¿Como Moneo y Siona?
—Muy distinta.
—Así que los rebeldes son otro caso especial.
Leto sonrió.
—Todos mis más fieles administradores fueron en tiempos rebeldes.
—Yo no fui…
—¡Tú fuiste un rebelde brillante! Tu ayudaste a los Atreides a arrancar un Imperio a un monarca reinante.
Los ojos de Idaho se desenfocaron para reflexionar.
—Es verdad. —Entonces agitó la cabeza con brusquedad, como si estuviera sacudiéndose algo del pelo—. ¡Y mirad lo que habéis hecho vos con ese Imperio!
—He impuesto en él una norma de conducta, una norma de normas.
—Eso decís.
—La información queda congelada en distintos modelos de normas, Duncan, y podemos utilizar uno de ellos para resolver los problemas de otro. Las normas fluidas son las más difíciles de reconocer y de comprender.
—Más superstición idólatra.
—Ya has cometido este error una vez.
—¿Por qué dejáis que los tleilaxu me sigan devolviendo a la vida, un ghola tras otro? ¿Dónde está aquí el modelo, la norma de conducta?
—En las cualidades que posees en grado sumo. Voy a dejar que sea mi padre quien lo diga.
La boca de Idaho dibujó una línea severa.
Leto habló entonces con la voz de Paul Muad’Dib, y hasta el rostro enmarcado en su cogulla adquirió una cierta semejanza con las facciones paternas.
—Fuiste mi mejor amigo, más íntimo aún que Gurney Halleck. Pero yo soy el pasado.
Idaho tragó saliva.
—¡Qué cosas hacéis!
—¿Contrarias a la actitud de los Atreides?
—¡Sí, maldita sea, sí!
Leto reasumió su propia voz.
—Yo soy un Atreides.
—¿Lo sois en realidad?
—¿Qué otra cosa podría ser?
—¡Ojalá lo supiera!
—¿Crees que hago trampas con las palabras y las voces?
—Por todos los demonios del infierno, ¿qué es en realidad lo que estáis haciendo?
—Preservar la vida y establecer las bases del próximo ciclo.
—¿Las preserváis matando?
—Muchas veces la muerte le es muy útil a la vida.
—¡Eso no es propio de un Atreides!
—Sí lo es. Siempre supimos el valor de la muerte. Los ixianos, en cambio, jamás han llegado a comprender ese valor.
—¿Qué tienen que ver los ixianos con…?
—Mucho. Construirían una máquina para ocultar sus restantes maquinaciones.
Como sin darle importancia, Idaho preguntó:
—¿Por eso estaba aquí la embajadora de Ix?
—¿Has visto a Hwi Noree?
Idaho señaló hacia arriba.
—Salía cuando yo llegué.
—¿Hablaste con ella?
—Le pregunté qué estaba haciendo aquí. Me contestó que eligiendo un bando.
Una fuerte carcajada sacudió a Leto.
—¡Oh! ¡Qué extraordinaria es! —exclamó—. ¿Te dijo cuál había elegido?
—Dice que ahora sirve al Dios Emperador. No la creí, por supuesto.
—Pues debieras creerla.
—¿Por qué?
—Ahh… sí, olvidaba que una vez hasta dudaste de mi abuela, Dama Jessica.
—¡Tenía buenos motivos!
—¿Dudas también de Siona?
—¡Estoy empezando a dudar de todo el mundo!
—Y dices que no sabes lo que vales para mí —replicó Leto en tono acusador.
—¿Y Siona? —preguntó Idaho—. Dice que queréis que nosotros… Quiero decir, maldita sea…
—De Siona en lo que más debes confiar es en su creatividad. Es una mujer capaz de crear novedad y belleza. Y siempre se puede confiar en los verdaderos creadores.
—¿Hasta en las maquinaciones de los ixianos?
—Eso no es creación. La creación se reconoce siempre porque se revela abiertamente. El encubrimiento revela siempre la existencia de otra fuerza completamente distinta.
—Luego no confiáis en esa Hwi Noree, pero…
—Confío enteramente en ella, y precisamente por los motivos que acabo de exponerte.
Idaho frunció el ceño y luego se relajó con un suspiro:
—Será mejor que cultive su amistad. Si se trata de alguien en quien vos…
—¡No! Te mantendrás alejado de Hwi Noree. Tengo pensado para ella algo muy especial.