25

El estado de trance de la profecía no se asemeja a ninguna otra experiencia visionaria. No se trata de una retirada de la cruda exposición de los sentidos, como muchos otros estados de trance, sino de una inmersión en una multitud de nuevos movimientos. Las cosas se mueven. Se trata de un pragmatismo final en medio del Infinito, de una consciencia exigente que al final se convierte en la intensa convicción de que el universo se mueve de por sí, de que cambia, de que sus leyes se transforman, de que no hay nada permanente ni absoluto durante todo este movimiento, de que las explicaciones mecánicas de cualquier cosa operan solamente dentro de límites precisos y que, una vez se derriban las paredes, las antiguas explicaciones se derrumban y se disuelven barridas por nuevos movimientos. Las cosas que se ven en este trance son sedantes y a menudo demoledoras. Exigen del que lo sufre un supremo esfuerzo por permanecer entero, y aun así se emerge de ese estado profundamente cambiado.

Los Diarios Robados

La noche del día de Audiencias, mientras otros dormían y luchaban, soñaban y morían, Leto se entregó al reposo en la soledad de su Salón de Audiencias sin más compañía que la de unas pocas Habladoras Pez que montaban guardia apostadas en la puerta.

No lograba dormir. Su mente se agitaba en remolinos de necesidades y desilusiones.

¡Hwi! ¡Hwi!

Ahora sabía por qué le habían enviado a Hwi Noree. ¡Y bien que lo sabía!

Mi más recóndito secreto ha salido a la luz. Habían descubierto su secreto. Hwi era la prueba de ello.

Desesperado, se entregó a pensar descabelladas ideas. ¿Se podría revertir su terrible metamorfosis? ¿Podría recuperar su estado humano?

Era imposible.

Y aun suponiendo que no lo fuese, el proceso tardaría en retroceder el mismo tiempo empleado para llegar a la presente fase. ¿Dónde estaría Hwi dentro de más de tres mil años? En la cripta, convertida en un montón de polvo y huesos.

Podría engendrar a otra como ella y prepararla para mí… pero ya no sería mi dulce Hwi.

¿Y qué sería de la Senda de Oro mientras él se entregaba a tan egoístas fines?

¡Al infierno con la Senda de Oro! ¿Han pensado estos cretinos insensatos una sola vez en mi? No, ni una sola vez.

Pero no era cierto. Hwi pensaba en él y compartía su tortura.

Procuró alejar de sí estos pensamientos de locura, concentrando los sentidos en el cuidadoso movimiento de los guardias y en el fluir del agua bajo el pavimento del salón.

Cuando tomé esta decisión ¿qué era lo que esperaba?

¡Cómo se reía de esta pregunta la muchedumbre que moraba en su interior! ¿No era acaso la esencia misma del acuerdo lo que mantenía a las turbas bajo control?

—Tienes una tarea que cumplir —le decían—. No tienes más que un único objetivo.

El objetivo único es la marca distintiva del fanático, y yo no soy un fanático.

—Debes ser cínico y cruel. No puedes quebrantar nuestra confianza.

¿Por qué no?

¿Acaso no prestaste juramento? Lo hiciste. Tú elegiste este camino.

¡Esperanzas!

—Las esperanzas que la historia crea para una generación suelen derrumbarse en la siguiente. ¿Quién puede saberlo mejor que tú?

Cierto… y las esperanzas destruidas son capaces de alienar a una población entera. ¡Y yo solo ya soy una población entera!

—¡Recuerda tu juramento!

Lo recuerdo. Soy la fuerza destructiva que se desata a través de los siglos. Yo limito las esperanzas, incluidas las mías. Yo amortiguo el movimiento del péndulo.

—Y luego lo impulsas. No lo olvides.

Estoy cansado. ¡Qué cansado estoy! Si pudiera dormir… dormir de verdad.

—Y rebosas autocompasión además.

¿Y por qué no? ¿Qué soy yo? El último solitario obligado a contemplar lo que hubiera podido ser. Cada día lo contemplo… y ahora, ¡Hwi!

—Tu altruista decisión original te llena ahora de egoísmo.

Me rodea el peligro. Debo vestir mi egoísmo como una armadura.

—El peligro existe para todo aquel que te toca. ¿No es esa tu verdadera naturaleza?

Peligro incluso para Hwi. Mi querida Hwi, mi deliciosa y querida Hwi.

—¿Te rodeaste de altas murallas sólo para quedarte en su interior entregado a la autocompasión?

Construí las murallas porque enormes fuerzas se han desatado en mi Imperio.

—Las desencadenaste tú. ¿Por qué no pactas con ellas?

Eso es obra de Hwi. Jamás estos pensamientos fueron tan poderosos en mí. ¡Por culpa de los malditos ixianos!

—¡Qué interesante que te ataquen con la carne en vez de con una máquina!

Porque han descubierto mi secreto.

Conoces el remedio.

El gran cuerpo de Leto empezó a temblar en toda su longitud ante esa idea. Sabía bien cuál era el remedio que hasta entonces siempre le había dado resultado, perderse durante un tiempo en su propio pasado. Ni siquiera las Hermanas Bene Gesserit podían realizar tales expediciones siguiendo hacia atrás el eje de los recuerdos, hacia atrás, hacia atrás, hasta los mismos límites de la conciencia celular, o bien deteniéndose al borde del camino a entregarse a una sofisticada orgía sensorial. Una vez, tras la muerte de un Duncan singularmente querido, había recorrido las grandes actuaciones musicales almacenadas en su memoria. Mozart le había fatigado en seguida. ¡Presuntuoso! Pero Bach… ¡ah Bach!

Leto recordaba el gran placer que había sentido.

Me senté al órgano y dejé que la música me penetrara y me invadiera.

Solo tres ocasiones en todo su recuerdo podían equipararse a Bach. Y ni siquiera Lícallo lo superaba; era comparable, pero no mejor que Bach.

¿Serían las intelectuales femeninas tema apropiado para esta noche? La abuela Jessica era una de las mejores. La experiencia le decía que alguien tan cercano como Jessica no sería el remedio adecuado para su tensión. La búsqueda debería llevarle mucho más lejos.

Se imaginó entonces describiendo tal recorrido a algún visitante amedrentado, a un ser completamente imaginario puesto que nadie de quien le visitaba se atrevería jamás a preguntarle por tan sagrado tema.

—Desciendo por el curso de mis antepasados buscando los afluentes, explorando rincones y grietas. No reconocerías la mayoría de sus nombres. ¿Quién ha oído hablar de Norma Cenva? Yo la he vivido.

—¿Vivirla? —preguntaba su imaginario visitante.

—Naturalmente. ¿Para qué otra cosa conservaría uno cerca a sus antepasados? Crees que fue un hombre el que diseñó la primera nave de la Cofradía, ¿verdad? Tus libros de Historia afirman que fue Aurelius Venport. Mienten. Fue su amante, Norma. Ella le dio el diseño junto con cinco hijos. Creía que su ego no podía aceptar menos. Al final, el saber que no había cumplido con su propia imagen fue lo que le mató.

—¿También le habéis vivido a él?

—En efecto. Y he atravesado los remotos vagabundeos de los Fremen. Y a través del linaje de mi padre me he remontado hasta la Casa de Atreus.

—¡Qué ilustre linaje!

—Con su buena proporción de cretinos.

Lo que necesito es distracción, pensó.

¿Serviría entonces un recorrido por los episodios y hazañas sexuales?

—¡No tienes ni idea de las orgías internas que encuentro a mi disposición! Soy el último mirón-participante(s) y observador(es). La ignorancia y los malos entendidos sobre la sexualidad han causado inmenso daño. ¡Qué estrechez de miras la nuestra, qué mezquindad!

Leto sabía que no podía elegir ese tema, no aquella noche, no con Hwi en la Ciudad.

¿Elegiría pues un recorrido por la guerra?

—¿Cuál Napoleón fue el más cobarde? —preguntó a su imaginario visitante. No voy a revelarlo, pero lo sé. Oh, sí, lo sé.

¿Adónde puedo ir? Con todo el pasado abierto ante mis ojos, ¿adónde puedo ir?

Los burdeles, las atrocidades, los tiranos, los acróbatas, nudistas, cirujanos, prostitutos, músicos, magos, ungencieros, sacerdotes, artesanos, sacerdotisas…

—¿Te das cuenta —preguntó a su imaginario visitante— de que el hula conserva un antiguo lenguaje de signos que en tiempos perteneció exclusivamente a los varones? ¿Nunca has oído hablar del hula? Claro. Ya nadie lo baila. Sin embargo, los Danzarines han conservado muchas cosas. Las traducciones se han perdido, pero yo las conozco.

«Durante una noche entera fui una serie de califas avanzando hacia oriente y occidente con las oleadas del Islam a través de los siglos. Pero no quiero aburrirte con detalles. Retírate ya, visitante».

Qué seductor es, pensó, este canto de sirena que quisiera tenerme viviendo solamente en el pasado.

Y qué inútil es ahora este pasado gracias a los malditos ixianos. Qué aburrido es el pasado cuando Hwi está aquí. Si la llamara, acudiría de inmediato. Pero no puedo llamarla. Ahora no… Esta noche no.

El pasado le seguía llamando.

Podría emprender una peregrinación a mi pasado. No tiene por qué ser una expedición. Podría ir solo. Las peregrinaciones purifican. Las expediciones, por el contrario, me convierten en turista. Esta es la diferencia. Podría ir yo solo a mi mundo interior.

Y no regresar jamás.

Leto intuyó el fatalismo de todo aquello, de que el estado onírico acabara por atraparle.

Yo creo un estado onírico en todo mi Imperio. Dentro de él se forjan nuevos mitos, aparecen nuevas direcciones y nuevos movimientos. Nuevo… nuevo… nuevo… Las cosas emergen de mis propios sueños, de mis propios mitos. ¿Quién será más susceptible a ellas que yo mismo? El cazador cazado en sus propias redes.

Leto se daba cuenta de haber alcanzado una situación para la cual no existía remedio, ni pasado ni presente ni futuro. Su gran cuerpo temblaba estremecido en la penumbra de su Salón de Audiencias.

En la puerta, una de las Guardias Habladoras Pez le dijo a otra:

—¿Está Dios acongojado?

Y su compañera contestó:

—Los pecados de este mundo acongojarían a cualquiera.

Leto las oyó y lloró en silencio.