23

—¿Otro Festival, tan pronto? —preguntó Nuestro Señor Leto.

—Han pasado diez años —contestó el mayordomo.

¿Os induce este diálogo a pensar que Nuestro Señor Leto traiciona su desconocimiento del paso del tiempo?

La Historia Oral

Durante el período reservado a las audiencias privadas que precedía a las celebraciones propias del Festival, suscitó muchos comentarios el hecho de que el Dios Emperador pasara más tiempo del asignado con el nuevo embajador de Ix, cargo que ocupaba una joven mujer llamada Hwi Noree.

La embajadora fue introducida a media mañana por dos Habladoras Pez rebosantes todavía de la excitación del primer día del Festival. El salón de audiencias privadas, situado debajo de la gran plaza, se hallaba brillantemente iluminado. Se trataba de una estancia de unos cincuenta metros de largo por treinta y cinco de ancho. Decoraban sus paredes antiguas alfombras Fremen con sus alegres motivos realizados con piedras y metales preciosos, combinados con un tejido de valiosísimas fibras de especia y en cuyo colorido predominaban los rojos y los granates, tonos preferidos de los antiguos Fremen. El suelo del salón era casi todo transparente, marco para exóticos peces de colores realizados en cristal radiante. Por debajo del suelo discurría una corriente de purísima agua azul con toda su humedad herméticamente aislada de la sala pero tentadoramente cercana a Leto, que reposaba en una elevada peana acolchada situada al fondo de la estancia y frente a la puerta.

Su primera visión de Hwi Noree le reveló un extraordinario parecido con su tío Malky, pero la gravedad de sus movimientos y la elegante lentitud de sus andares le parecieron también extraordinarios por lo opuestos que resultaban a los de él. Poseía como Malky, en cambio, aquella piel oscura y aquel rostro de corte ovalado y facciones proporcionadas. Unos ojos oscuros de sereno mirar devolvieron a Leto su mirada. Y así como el cabello de Malky era ya gris, el de ella era de un luminoso color castaño.

Hwi Noree irradiaba una paz interior cuya influencia percibió Leto casi físicamente al acercarse la muchacha. Esta se detuvo a diez pasos de distancia, situándose debajo de él. Había en toda ella un equilibrio clásico que no tenía nada de accidental.

Con creciente interés, Leto descubrió en la nueva embajadora una muestra de las maquinaciones de los ixianos, cuyo programa genético de selección de tipos adecuados a funciones específicas progresaba a buen ritmo. La función de Hwi Noree era penosamente manifiesta, seducir al Dios Emperador, tratar de descubrir un resquicio en su armadura.

A pesar de esta circunstancia, a medida que la entrevista adelantaba, Leto se encontró disfrutando de la compañía de la muchacha. Hwi Noree se hallaba de pie en un charco de luz diurna introducida en el interior del salón mediante un sistema de prismas ixianos. Esa luz iluminaba el extremo del salón de Leto con un resplandor dorado centrado en la embajadora y que se apagaba detrás del Emperador, lugar donde montaban guardia una corta fila de Habladoras Pez, doce mujeres especialmente escogidas por su incapacidad para oír y para hablar.

Hwi Noree vestía una sencilla túnica de ambiel color morado, adornada solamente con un collar de plata del que pendía una placa grabada con el símbolo de Ix.

Unas flexibles sandalias del color de su vestido asomaban bajo el borde de su túnica.

—¿Sabes que maté a un antepasado tuyo? —le preguntó Leto.

—Mi tío Malky incluyó esta información en mis primeros estudios, Señor.

Al oírla hablar, Leto se dio cuenta de que una parte de su educación había corrido a cargo de la Bene Gesserit. Poseía aquella característica manera de controlar sus respuestas, y de captar los matices y trasfondos de una conversación. Sin embargo, advirtió que la influencia Bene Gesserit se había superpuesto con delicadeza, sin destruir la dulzura esencial de su temperamento.

—Te advirtieron que sacaría a relucir este tema.

—En efecto, Señor. Sé que mi antepasado tuvo la osadía de introducir aquí un arma con intención de atentar contra vos.

—Exactamente igual que tu inmediato predecesor en el cargo. ¿También te dijeron eso?

—No tuve noticia de ello sino hasta mi llegada, Señor. ¡Qué necios fueron! ¿Por qué salvasteis la vida de mi predecesor?

—¿No habiendo salvado la de tu antepasado?

—Sí, Señor.

—Kobat, tu predecesor, me resultaba más útil como mensajero.

—Entonces me dijeron la verdad —replicó ella. Nuevamente sonrió—. No siempre puede fiarse una de escuchar la verdad en labios de superiores y colegas.

La respuesta manifestaba tal franqueza que Leto no pudo reprimir la risa, y aún riéndose comprendió que esta mujer poseía todavía la Mente del Primer Despertar, es decir la mente elemental que despertaba con el primer impacto inconsciente del nacimiento a la vida. ¡Estaba viva!

—Entonces, ¿no me reprochas que matara a tu antepasado?

—¡Él trató de asesinaros, Señor! Me han dicho que lo aplastasteis con vuestro propio cuerpo.

—Cierto.

—Y que disparasteis su arma contra Vuestra Santa Persona para demostrar que el arma resultaba totalmente ineficaz… y se trataba de la pistola láser más perfeccionada que nosotros éramos capaces de hacer.

—Los testigos informaron de todo correctamente —aseveró Leto.

Y pensó: ¡Lo cual demuestra lo mucho que se puede uno fiar de los testigos! Como detalle de interés puramente histórico, él sabía que había disparado el arma tan sólo contra las zonas anilladas de su cuerpo, evitando las manos, la cara y las aletas; y su cuerpo de pre-gusano poseía una notable capacidad de absorción de calor, pues procesos químicos internos convertían el calor en oxígeno.

—Jamás dudé de lo que dijeron —replicó ella.

—¿Por qué ha repetido Ix este estúpido gesto? —preguntó Leto.

—No me lo han dicho. Tal vez Kobat decidiera por sí solo actuar de esa forma.

—Creo que no. Pienso que tu pueblo deseaba sólo la muerte del asesino que habían elegido.

—¿La muerte de Kobat?

—No, la muerte del que eligieron para manejar el arma.

—¿Quién fue, Señor? No me lo han dicho.

—Carece de importancia. ¿Recuerdas lo que dije en la época en que tu antepasado cometió su estupidez?

—Amenazasteis con terribles castigos si la violencia volvía a ocupar nuestros pensamientos. —Bajó la vista, pero no antes de que Leto vislumbrara en sus ojos una firme determinación: utilizar toda su capacidad para calmar la ira del Dios Emperador.

—Juré que ninguno de vosotros escaparía a mi cólera —dijo Leto.

Ella levantó la vista hasta fijarla en el rostro del emperador:

—Sí, Señor. —Y toda su actitud reveló el miedo que sentía.

—Nadie puede escapar de mí, nadie, ni tan siquiera esa inoperante colonia que habéis fundado en… —Y Leto desplegó ante la muchacha las coordenadas cartográficas de una nueva colonia que los ixianos habían fundado en secreto en un remoto lugar, alejado a su entender del alcance del Dios Emperador.

La muchacha no reveló sorpresa alguna.

—Creo, Señor, que me eligieron como embajador porque les advertí que no lograrían engañaros, y que tendríais conocimiento de ello.

Leto la observó con mayor atención. ¿Qué tengo ante mis ojos?, se preguntó. La réplica de la muchacha había sido sutil y penetrante. Los ixianos opinaban que la distancia y los elevadísimos costes de transporte aislarían a la nueva colonia; Hwi Noree no lo creía así, y en consecuencia así lo dijo, pero, en cambio, sus superiores la habían designado para el cargo de embajador precisamente por este motivo; lo cual decía mucho en favor de la prudencia ixiana, pues la muchacha, al mismo tiempo que representante oficial de los intereses de su pueblo, sería considerada adicta a Leto. El emperador asintió sonriendo a medida que aparecían las líneas generales del esquema. Al poco tiempo de ascender al trono había revelado a los ixianos la localización exacta del Núcleo ixiano, el corazón de la federación tecnológica que ellos gobernaban, celosamente mantenido en secreto, un secreto que los ixianos creían a salvo pues pagaban por él sobornos gigantescos a la Cofradía Espacial. Pero sin embargo, Leto lo había deducido utilizando sus dotes lógicas de observación presciente… y consultando asimismo sus recuerdos que albergaban a más de un ixiano.

Por aquel entonces Leto había advertido a los ixianos que les castigaría si actuaban en contra de él. Ellos habían respondido consternados, acusando a la Cofradía de haberles traicionado, lo cual había divertido sobremanera a Leto, que estalló en tales carcajadas que los ixianos quedaron anonadados. A continuación, en tono frío y acusador, les había informado de que no precisaba de espías ni traidores ni otros instrumentos corrientes de gobierno.

¿Acaso no creían que era un dios?

Durante cierto tiempo a partir de aquel suceso, los ixianos se mostraron bien dispuestos a satisfacer sus exigencias. La verdad es que Leto no abusaba de esta relación, y sus demandas eran modestas: una máquina para esto, un aparato para lo otro. Él se limitaba a explicar lo que necesitaba, y los ixianos le proporcionaban el juguete tecnológico indicado. Solamente una vez se retrasaron en la entrega de un instrumento violento que debía acoplarse a una de sus máquinas; degolló a toda la delegación ixiana antes de que pudieran siquiera desenvolver el artefacto.

Hwi Noree esperaba paciente mientras Leto meditaba. Ni el más leve signo de impaciencia afloraba al exterior.

Qué hermosa es, pensó.

A la luz de su ya dilatada relación con los ixianos, esta nueva postura hizo hervir la sangre a Leto. De ordinario las pasiones, crisis y necesidades que le habían producido e impulsado ardían a fuego lento, y a menudo pensaba que había sobrevivido a sus tiempos. Pero en cambio la presencia de una Hwi Noree le decía que aún se le necesitaba, y ello le complacía. Hasta pensó que quizá fuera posible que los ixianos hubieran conseguido un éxito parcial en la puesta a punto de su máquina amplificadora de la presciencia lineal de los navegantes de la Cofradía; podría habérsele escapado un ínfimo pormenor en el curso de los grandes acontecimientos. ¿Serían capaces de conseguir dicha máquina? ¡Qué portento sería eso! Deliberadamente, se negó a utilizar sus poderes para explorar el menor detalle de dicha posibilidad.

¡Deseo que me sorprendan!

Leto sonrió benigno a Hwi.

—¿De qué modo te han preparado para que me seduzcas? —preguntó.

Ella no pestañeó.

—He sido equipada con una serie de respuestas memorizadas para determinadas exigencias —contestó—. Las aprendí tal como me las enseñaron, pero no pienso utilizarlas.

Que es precisamente lo que ellos quieren, pensó Leto.

—Di a tus amos que eres exactamente el cebo apropiado para agitar ante mis ojos.

Ella inclinó la cabeza respetuosamente.

—Me complace que así sea, mi Señor.

—Sí, así es.

Entonces se recreó realizando una pequeña indagación temporal, para examinar el inmediato futuro de Hwi rastreando los hilos de su pasado. Hwi aparecía en un futuro fluido, en una corriente cuyos movimientos eran susceptibles de numerosas desviaciones. Conocería a Siona de forma superficial, a menos que… Numerosas preguntas asaltaron la mente de Leto. Un piloto de la Cofradía aconsejaba a los ixianos, y evidentemente había detectado el disturbio de Siona en la trama temporal. ¿Creería el piloto en realidad que podía ofrecer seguridad contra el descubrimiento del Emperador?

La indagación temporal duró varios minutos, pero Hwi no dio muestras de impaciencia. Leto la miró atentamente. Parecía intemporal, situada fuera del tiempo, rodeada de una aureola de pacífica serenidad. Jamás había conocido a ningún mortal capaz de aguardar de esta forma ante él, sin el menor atisbo de nerviosismo.

—¿Dónde naciste, Hwi? —le preguntó.

—En Ix, Señor.

—Me refiero específicamente: el edificio, su situación, tus padres, el ambiente que te rodeaba, amigos y familia, escuela, en fin, todo eso.

—No conocí a mis padres, Señor. Me dijeron que habían muerto siendo niña.

—¿Lo creíste?

—Al principio, sí… naturalmente. Luego comencé a figurarme imaginaciones. Llegué a imaginar que Malky era mi padre… pero… —Lo negó, agitando la cabeza.

—¿No te gustaba tu tío Malky?

—No, en absoluto. Es decir, le admiraba.

—Exactamente mi misma reacción —comentó Leto—. ¿Y qué me dices de tus amigos y la escuela?

—Tuve a los mejores maestros; incluso trajeron a varias Bene Gesserit para adiestrarme en el control emocional y en la observación. Malky decía que se me estaba preparando para grandes cosas.

—¿Y tus amigos?

—Creo que nunca tuve verdaderos amigos, tan sólo personas con las que me hallaba en contacto por algún propósito específico de mi educación.

—Y esas grandes cosas para las que te estaban preparando… ¿te hablaron alguna vez de ellas?

—Malky me dijo que me preparaban para seduciros, Señor.

—¿Cuántos años tienes, Hwi?

—Desconozco mí edad exacta. Supongo que debo tener unos veintiséis años, pero no he celebrado jamás un cumpleaños. Supe que existían esas fechas por pura casualidad, porque una de mis maestras presentó esa excusa para una ausencia. A aquella maestra jamás volví a verla.

Leto descubrió que esta respuesta le había fascinado. Sus observaciones le aseguraron que no había habido intervención tleilaxu en la muchacha ixiana. No procedía de un tanque axlotl. ¿A qué, pues, tanto secreto?

—¿Tu tío Malky conoce tu edad?

—Es posible. Pero hace muchos años que no le he visto.

—¿Jamás te dijo nadie cuántos años tenías?

—No.

—¿Y por qué te imaginas que no lo hicieron?

—Tal vez pensaron que ya lo preguntaría yo si me interesaba.

—¿Y te interesaba?

—Sí.

—¿Entonces por qué no lo preguntaste?

—Al principio pensé que tenía que existir alguna ficha mía en alguna parte. La busqué, y no había nada. Entonces deduje que no contestarían a mi pregunta.

—Por todo cuanto revela de ti, Hwi, esta respuesta me agrada, me agrada mucho. Yo también ignoro tu procedencia, pero puedo adivinar con bastante exactitud tu lugar de nacimiento.

Los ojos de la muchacha se fijaron en su rostro con una intensidad exenta de afectación.

—Naciste en el interior de esa máquina que tus amos tratan de perfeccionar para la Cofradía —dijo Leto—. Y allí también fuiste engendrada. Podría ser muy bien que tu padre fuera Malky, pero este detalle carece de importancia. ¿Sabes algo de esa máquina, Hwi?

—Se supone que no debiera, Señor, pero…

—¿Otra indiscreción de tus maestros?

—Esta vez fue mi propio tío.

—Qué canalla —exclamó—. ¡Qué simpático canalla!

—¿Señor?

—Esta es su venganza contra tus amos. No le gustó que lo apartaran de mi corte. Me dijo entonces que su sustituto era poco menos que un estúpido.

Hwi se alzó de hombros.

—Un hombre muy complejo, mi tío.

—Escúchame con atención, Hwi. Aquí en Arrakis algunas de tus relaciones podrían resultar peligrosas para ti. Yo te protegeré en todo lo que pueda. ¿Me comprendes?

—Creo que sí, Señor —respondió la muchacha, mirándole solemnemente.

—Y ahora te voy a transmitir un mensaje para tus amos. Sé con toda certeza que han seguido los consejos de un piloto de la Cofradía, y que se han asociado con los tleilaxu de manera peligrosa. Diles de mi parte que sus propósitos resultan transparentes.

—Señor, no tengo conocimiento alguno de…

—Me doy perfecta cuenta de cómo te están usando, Hwi. Por este motivo, puedes comunicar también a tus amos que habrá de designarte embajador permanente ante mi corte. No aceptaré a ningún otro ixiano. Y si tus amos hacen caso omiso de mis advertencias, obstaculizando con nuevas interferencias mis deseos, les aplastaré.

Los ojos de la muchacha se llenaron de lágrimas que resbalaron por sus mejillas, pero Leto le agradeció que no se permitiera otras muestras de consternación tales como la de caer ante su Señor de rodillas.

—Ya se lo he advertido —replicó ella—, en varias ocasiones. Les dije que debían obedecer.

Leto se dio cuenta de que lo que decía era verdad.

Que maravillosa criatura, esta Hwi Noree, pensó. Parecía la destilación de la bondad, y evidentemente había sido educada y condicionada para ello por sus amos, los ixianos, con el propósito específico de comprobar qué efecto produciría ello en el Dios Emperador.

De entre la multitud de sus ancestrales recuerdos, Leto la veía como una monja idealizada, amable, sacrificada, y toda sinceridad. Este era su temperamento natural, su manera de ser y de actuar. Para ella lo más fácil era ser franca y abierta, capaz de ensombrecer esta tendencia sólo para impedir un daño en los demás. Para Leto, este último rasgo era el cambio más profundo que la Bene Gesserit había logrado efectuar en ella. El verdadero carácter de Hwi seguía siendo extrovertido, sensible, y dulce por naturaleza. Pocos sentimientos calculadores o ansias de manipulación hallaba Leto en ella. Se mostraba dispuesta de inmediato, interesada por todo, era saludable, y sabía escuchar (otra cualidad Bene Gesserit). En ella no había nada abiertamente seductor, y precisamente este hecho mismo la tornaba irresistiblemente seductora para Leto.

Como había comentado a uno de los anteriores Duncans en una ocasión similar:

—Debes comprender de mí una cosa que evidentemente muchos sospechan, y es que a veces es inevitable que sufra sensaciones ilusorias, que tenga la impresión de que en algún lugar dentro de mí, dentro de esta mutante forma mía, existe un cuerpo humano adulto con todas y cada una de sus funciones vitales.

—¿Todas ellas, Señor? —había preguntado el Duncan.

—¡Todas! Siento los desaparecidos miembros de mi persona. Siento mis piernas, tan insignificantes ahora, y sin embargo tan reales para mis sentidos. Siento la palpitación de mis glándulas humanas, algunas de las cuales ya no existen. Siento incluso mis genitales, que intelectualmente sé que desaparecieron hace varios siglos.

—Pero si sabéis…

—El conocimiento no suprime tales sentimientos. Todas las partes desaparecidas de mi cuerpo perduran en mis recuerdos personales y en la múltiple identidad de todos mis antepasados.

Mirando a Hwi, de pie delante suyo, en nada le ayudaba saber que no poseía cráneo y que lo que antaño fuera su cerebro era ahora una ingente telaraña de ganglios esparcidos por toda su carne de pre-gusano. En nada le ayudaba. Sentía todavía el cerebro doliéndole en el lugar donde antaño reposara, y percibía claramente los latidos de sus sienes.

Por el simple hecho de encontrarse de pie delante de él, Hwi llamaba a gritos a su perdida humanidad. Era demasiado insoportable, y por eso gimió desesperado:

—¿Por qué me torturan así tus amos?

—¿Señor?

—¡Enviándote a ti!

—Jamás os haría daño.

—Sólo por existir ya me haces daño.

—No lo sabía. —Un torrente de lagrimas bañó sus mejillas—. Jamás me dijeron lo que estaban haciendo en realidad.

Leto procuró tranquilizarse y le dijo dulcemente:

—Vete ahora y déjame, Hwi. Ve a cumplir tu cometido, pero vuelve en seguida si te llamo.

La muchacha se retiró en silencio, pero Leto se dio cuenta de que también ella sufría una gran congoja. No podía confundirse la profunda tristeza que la invadía por la humanidad que Leto sacrificara. Pues Hwi sintió también lo que Leto sentía: que hubieran sido amigos, amantes, compañeros, con una entrega y una unión total entre ambos sexos. Sus amos habían planeado que ella también lo sintiera.

¡Qué crueles son los ixianos!, pensó Leto. Sabían muy bien cómo causarnos dolor.

La partida de Hwi suscitó el recuerdo de su tío Malky. Malky era cruel, pero Leto había disfrutado bastante de su compañía. Malky poseía todas las virtudes de su industrioso pueblo y los vicios suficientes como para resultar profundamente humano. Malky se había deleitado ilimitadamente con la compañía de las Habladoras Pez de Leto: «Vuestras huríes», solía llamarlas, y Leto pocas veces pensaba luego en sus soldados sin recordar el epíteto de Malky.

¿Por qué estoy pensando en Malky ahora? No es solamente a causa de Hwi. Tendré que preguntarle qué encargo le dieron sus amos al enviarla a mí.

Leto estuvo dudando de llamarla a su presencia.

Si se lo pregunto me lo dirá.

Los embajadores ixianos siempre habían recibido la misión de averiguar por qué razón el Dios Emperador toleraba a Ix. Sabían que eso no podían ocultárselo. ¡Esa necia tentativa de fundar una colonia fuera del alcance de su visión!

¿Estaban acaso poniendo a prueba sus límites? Los ixianos sospechaban que en realidad Leto no necesitaba sus industrias.

Jamás he ocultado la opinión que me merecen. Y así se lo dije a Malky.

—¿Innovadores tecnológicos? ¡En absoluto! Vosotros sois los criminales de la ciencia de mi Imperio.

Malky se había echado a reír.

Irritado, Leto le había lanzado la acusación:

—¿Por qué tratar de ocultar laboratorios secretos y talleres fuera de las fronteras del Imperio? No podréis escapar de mí.

—Sí, Señor. —Riéndose.

—Conozco vuestro propósito: volver a introducir un poquito de esto y otro de aquello en mis dominios imperiales. ¡Causar la subversión! ¡Diseminar la duda y la discordia!

—¡Señor, vos mismo sois uno de nuestros mejores clientes!

—¡No me refiero a eso y tú lo sabes, descarado!

—Os gusto precisamente porque soy un descarado, porque os explico historias de lo que hacemos por ahí.

—¡Lo sé sin que tú me las cuentes!

—Pero algunas historias son verídicas, y de otras se duda. Yo disipo vuestras dudas.

—¡Yo no tengo nunca dudas!

Lo cual no había hecho más que desencadenar las carcajadas de Malky.

Y debo seguir tolerándoles, pensó Leto.

Los ixianos operaban en la tierra incógnita de la invención creativa que había sido proscrita por el Jihad Butleriano. Fabricaban máquinas a semejanza de la mente humana, que era precisamente lo que había provocado la destrucción y las matanzas del Jihad. Eso era lo que hacían en Ix, y Leto se veía obligado a dejarles continuar.

¡Yo les compro sus productos! Ni siquiera podría escribir mis diarios sin sus dictateles, que responden al pensamiento no expresado. Sin el concurso de Ix no podría haber escondido ni mis diarios ni los impresores.

¡Pero hay que recordarles el peligro que entraña lo que hacen!

Ni tampoco podía permitirse que la Cofradía le olvidase. Eso era más fácil. Aún cuando los hombres de la Cofradía cooperasen con Ix, desconfiaban poderosamente de los ixianos.

¡Si la nueva máquina ixiana funciona, la Cofradía habrá perdido el monopolio de los viajes espaciales!