19

Aquí sopla la arena;

ahí sopla la arena.

Ahí espera un hombre rico;

aquí espero yo.

La voz de Shai-Hulud, de la Historia Oral

Informe de la Hermana Chenoeh, hallado entre sus papeles después de su muerte:

Obedezco a mis votos Bene Gesserit y al mandato del Dios Emperador al omitir estas palabras de mi informe y ocultarlas de manera que puedan ser halladas cuando yo haya partido. Pues Nuestro Señor Leto me dijo: «Regresarás ante tus Superioras con mi mensaje, pero estas palabras las mantendrás en secreto por el momento. Descargaré mi furia sobre la Orden si me desobedeces».

Como la Reverenda Madre Syaksa me había advertido antes de partir: «No harás nada que pueda atraer su cólera sobre nosotras».

»Mientras corría junto a Nuestro Señor Leto en la breve peregrinación de la que ya he hablado, creí oportuno interrogarle sobre su semejanza con una Reverenda Madre, y le dije:

—Señor, sé cómo sucede que una Reverenda Madre adquiere los recuerdos de sus antepasados y de otras personas. ¿Cómo sucedió con vos?

—Fue consecuencia del designio de nuestra historia genética, junto con los efectos de la especia. Mi hermana gemela, Ghanima, y yo, despertamos en el vientre de nuestra madre, y se nos estimuló antes de nacer a asumir la presencia de nuestros recuerdos ancestrales.

—Señor… mi Orden llama a esto abominación.

—Y no se equivoca —replicó Leto—. Los números ancestrales pueden resultar abrumadores. ¿Y quién sabe antes de que el suceso se produzca cuál será la fuerza que capitaneará a tal horda, o el bien o el mal?

—Señor ¿cómo vencisteis a esa fuerza?

—No la vencí —contestó Nuestro Señor Leto—. Pero la persistencia del modelo faraónico nos salvó a Ghani y a mí. ¿Conoces ese modelo, Hermana Chenoeh?

—A las miembros de nuestra Orden se nos enseña historia a fondo.

—Sí, pero sobre este punto no pensáis igual que yo —dijo Nuestro Señor Leto—. Yo me refiero a una enfermedad del gobierno que se originó en los griegos, quienes la traspasaron a los romanos, los cuales, a su vez, la desparramaron por tantos lugares que jamás pudo ser completamente erradicada.

—¿Habla mi Señor con acertijos?

—Nada de acertijos. Detesto este asunto, pero fue lo que nos salvó. Ghani y yo formamos diversas alianzas internas muy poderosas con ciertos antepasados adeptos al modelo faraónico. Ellos nos ayudaron a constituir una identidad entremezclada en el seno de aquella turba aletargada.

—Vuestras palabras me perturban, Señor.

—Es que son perturbadoras.

—¿Por qué me explicáis estas cosas ahora, Señor? Jamás habíais respondido a ninguna de nosotras de esta forma, por lo menos que yo sepa.

—Porque sabes escuchar, Hermana Chenoeh; porque me obedecerás, y porque jamás volveré a verte.

Nuestro Señor Leto me dijo estas extrañas palabras y después me preguntó:

—¿Por qué no has hecho ninguna pregunta sobre lo que tu Orden denomina mi demencial tiranía?

Envalentonada por su actitud, me atreví a decir:

—Señor, tenemos noticias de algunas de vuestras sangrientas ejecuciones. Debo deciros que nos preocupan sobremanera.

Entonces Nuestro Señor Leto hizo una cosa muy extraña. Cerró los ojos mientras seguía avanzando y dijo:

—Porque sé que has sido adiestrada para registrar fielmente cuantas palabras escuches, te voy a hablar a ti, Hermana Chenoeh, como si fueras una página de mis diarios. Preserva con esmero estas palabras, pues no quiero que se pierdan.

Aseguro a mis Reverendas Madres y a mis Hermanas en la Orden que lo que sigue a continuación son las palabras textuales de Nuestro Señor Leto, exactamente tal y como él las pronunciara en aquella ocasión:

—Por mi conocimiento, cuando ya no me encuentre conscientemente presente aquí entre vosotros, cuando me halle aquí sólo como una pavorosa criatura del desierto, mucha gente al recordarme dirá de mi que fui un tirano.

»Justo es. He sido un tirano.

»Un tirano. Ni completamente humano ni demente, simplemente un tirano. Pero aún los tiranos corrientes poseen motivos y sentimientos superiores a los que acostumbran a asignarles los miopes historiadores de su época, y ellos me considerarán a mí un gran tirano. Y así mis sentimientos y motivos son un legado que deseo preservar para que la historia no los distorsione en demasía, pues la historia suele magnificar ciertas circunstancias mientras descarta algunas otras.

»La gente intentará comprenderme y tratará de explicarme con palabras. Buscarán la verdad, mas la verdad siempre acarrea la ambigüedad de las palabras que se emplean para expresarla.

»Tú no me comprenderás. Cuanto más lo intentes, más me alejaré yo, hasta desvanecerme por completo en el eterno mito. ¡Al fin un Dios Viviente!

»Ya ves. Es así. No soy un caudillo, ni tan siquiera un guía. Un dios. Recuerda eso. Completamente distinto de guías y caudillos. Los dioses no tienen que aceptar más responsabilidades que la de la génesis. Los dioses lo aceptan todo, y de ese modo no aceptan nada. Los dioses deben ser identificables y al mismo tiempo permanecer anónimos. Los dioses no necesitan un mundo espiritual. Mis espíritus moran en mi interior, dispuestos a responder a mi más leve llamada. Comparto contigo, porque me complace hacerlo, lo que he aprendido sobre y a través de ellos. Ellos son mi verdad.

»Desconfía de la verdad, gentil Hermana. Aunque es muy buscada, la verdad puede resultar peligrosa para el que la busca. Los mitos y las leyendas y las mentiras consoladoras son mucho más fáciles de encontrar y de creer. Si encuentras una verdad, aunque sea temporal, quizás te exija realizar cambios dolorosos. Oculta tus verdades en el interior de las palabras. Entonces te veras protegida por la ambigüedad natural. Las palabras resultan mucho más fáciles de asimilar que las agudas puñaladas délficas de mudo portento. Con palabras se puede gritar en el coro:

»—¿Por qué nadie me avisó?

»Pero yo sí te avisé. Te avisé con el ejemplo. No con palabras.

»Inevitablemente, las palabras sobran. Ahora mismo las estás registrando en tu prodigiosa memoria. Y algún día mis diarios serán descubiertos: ¡más palabras! Te advierto a ti que lees mis palabras que lo haces a tu riesgo. Justo debajo de tu superficie yace el mudo movimiento de terribles sucesos. ¡Hazte sordo! No es preciso que oigas, y si oyes, no hace falta que recuerdes. ¡Qué consuelo es olvidar! ¡Y qué peligro!

»Hace tiempo que a las palabras como las mías se les asigna un poder misterioso. Y existe un conocimiento secreto que puede utilizarse para gobernar a los olvidadizos. Mis verdades son la esencia de los mitos y leyendas con que los tiranos siempre han contado para manipular a las masas en beneficio propio.

»¿Lo ves? Lo comparto todo contigo, hasta el misterio mayor de todo el tiempo, el misterio por el cual compongo yo mi vida. Te lo voy a revelar en dos palabras:

»El único pasado que resiste yace enmudecido en tu interior».

Entonces el Dios Emperador guardó silencio, y yo me atreví a preguntar:

—¿Son estas todas las palabras que mi Señor desea que registre?

—Estas son las palabras —replicó el Dios Emperador, y pensé que sonaba cansado y desalentado. Su voz parecía la de quien acaba de dictar su testamento. Recordé que había dicho que jamás volvería a verme y tuve miedo, pero alabo a mis maestras porque el miedo no se traslució en mi voz.

—Mi Señor Leto —dije yo—, esos diarios de los que habláis, ¿para quién han sido escritos?

—Para la posteridad, para los que vengan dentro de varios milenios. Puedo individualizar bien a esos remotos lectores, Hermana Chenoeh. Pienso en ellos como en esos primos lejanos repletos de curiosidades familiares. Se han propuesto desenmarañar enigmas que sólo yo puedo relatar. Quieren realizar las conexiones personales con sus propias vidas. Quieren los significados. ¡Quieren la verdad!

—Pero vos nos advertís en contra de la verdad, Señor —dije yo.

—¡Cierto! La historia es en mis manos como un instrumento maleable. Ohhh… he acumulado todos estos pasados y poseo todos los hechos; y sin embargo, los hechos son míos, para usarlos como me plazca, pero aun usándolos con veracidad, los cambio. ¿De qué te estoy hablando ahora? ¿Qué es un diario, qué un relato? Palabras.

Nuevamente Nuestro Señor Leto guardó silencio. Yo medité el portento de cuanto acababa de decir, ponderando la advertencia de la Reverenda Madre Syaksa y las cosas que el propio Dios Emperador me había comunicado anteriormente. Me dijo que yo era su mensajera, y por eso me sentí bajo su protección y capaz de atreverme a más que cualquier otra. Por ello osé decir:

—Mi Señor Leto, habéis dicho que no volveréis a verme. ¿Quiere eso decir que estáis a punto de morir?

Juro aquí, en mi registro de este suceso, que Nuestro Señor Leto se echó a reír y luego dijo:

—No, mi gentil Hermana, tú eres la que vas a morir. No llegarás a ser una Reverenda Madre. No te entristezcas, pues por haber estado hoy aquí presente, por transportar mi mensaje a tu Orden, por preservar con tanto celo mis palabras secretas, alcanzarás mayor nombradía. Así te conviertes en parte integrante de mi leyenda. ¡Nuestros primos lejanos te rezarán a ti para que intercedas ante mí!

Otra vez Nuestro Señor Leto se echó a reír con una risa afable, y me sonrió con afecto. Me cuesta registrar aquí todos los detalles con la exactitud que se me exhortó a emplear en todos los relatos como éste, pero en el momento en que Nuestro Señor Leto me dijo estas terribles palabras, sentí un profundo vínculo de amistad hacia él, como si algo físico hubiera saltado entre nosotros, uniéndonos de un modo que las palabras no logran expresar. No fue sino hasta ese instante de mi experiencia cuando comprendí lo que había querido decir con su expresión, la verdad sin palabras.

Nota del Archivero

A causa de una serie de sucesos intermedios, el descubrimiento de este informe privado se ha convertido en poca cosa más que una nota al pie de página del libro de la historia, interesante porque contiene una de las más tempranas referencias a los Diarios Secretos del Dios Emperador. Quienes deseen estudiar más extensamente este particular, pueden acudir a los Registros de Archivos, subtítulos: Chenoeh, Santa Hermana Quintinius Violet: El informe Chenoeh y Rechazo de la Melange, Aspectos Médicos del.

(Nota: La Hermana Quintinius Violet murió en el año quincuagésimo tercero de su profesión en la Orden, atribuyéndose la causa a una incompatibilidad de la melange durante su período de postulado para acceder a la categoría de Reverenda Madre).