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El sentido femenino de la participación tuvo su origen en la colaboración en los quehaceres familiares: el cuidado de los pequeños, la recolección y preparación de los alimentos, el compartir las alegrías, el amor y las penas. Las lamentaciones fúnebres se originaron con las mujeres. La religión nació como un monopolio femenino que se logró arrancar a las mujeres sólo después de que su poder social se tornara excesivo. Mujeres fueron las primeras en investigar y practicar la medicina. No ha existido jamás un equilibrio claro entre los sexos porque el poder va unido con determinados cometidos, de igual forma que aparece indiscutiblemente ligado a los conocimientos.

Los Diarios Robados

Para la Reverenda Madre Tertius Eileen Anteac la mañana había sido desastrosa. Hacía apenas tres horas que en compañía de su colega la Decidora de Verdad Marcus Claire Luyseyal y su séquito oficial habían desembarcado en Arrakis, procedentes del pequeño aparato que realizaba el servicio entre el planeta y la gran nave espacial de la Cofradía suspendida en órbita estacionaria. En primer lugar, el alojamiento que les habían asignado se encontraba al final del Sector Diplomático de la Ciudad Sagrada. Las habitaciones eran pequeñas, y su limpieza dejaba mucho que desear.

—Un poco más lejos y nos hacen acampar en los suburbios —había comentado Luyseyal al llegar.

Luego les habían negado cualquier medio de comunicación. Por más interruptores que oprimiesen y diales a palma que manipulasen, las pantallas permanecían inalterablemente vacías.

Anteac se había encarado con la fornida oficial que estaba al mando de su escolta de Habladoras Pez, una mujer ceñuda, cejijunta y con los músculos de un picapedrero.

—¡Deseo presentar una queja a vuestro Comandante!

—Durante la celebración del Festival quedan suspendidas todas las solicitudes y denuncias —replicó ladrando la amazona.

Anteac la miró echando fuego por los ojos, con una mirada que en el rostro anciano y enjuto de su dueña había hecho temblar incluso a más de una Reverenda Madre, sus iguales.

La amazona se había limitado a esbozar una sonrisa y replicar:

—Tengo un mensaje para las Reverendas Madres. Debo anunciaros que vuestra audiencia con el Dios Emperador ha sido aplazada, pasando a ocupar el último puesto de la lista.

Casi todos los miembros del séquito de la Bene Gesserit habían escuchado estas palabras, y hasta la última de las postulantes sabía lo que significaban. Para cuando se celebrara la audiencia, todas las asignaciones de especia estarían repartidas y hasta quizás (¡Los dioses nos protejan!) agotadas.

—Éramos las terceras —había dicho Anteac, con voz considerablemente amable dadas las circunstancias.

—¡Ordenes del Dios Emperador!

Anteac conocía bien ese tono en boca de una Habladora Pez. Desafiarlo significaba violencia.

¡Una mañana saturada de desastres, y para colmo esto!

Anteac estaba sentada en un taburete apoyado contra la pared de una habitación minúscula y desprovista casi de mobiliario, cercana a la pieza central de su inadecuado alojamiento. Junto a ella se veía un jergón de poca altura, digno apenas de una hermana lega. Las paredes estaban pintadas de un triste verde pálido, y no había más que un globo luminoso, viejo ya y tan deteriorado que sólo alcanzaba a graduarse en amarillo. El cuarto mostraba señales de haber sido una especie de almacén. Olía a moho, y su pavimento de plástico negro aparecía repleto de agujeros y desgarrones.

Alisándose en las rodillas los pliegues de su túnica aba, Anteac se inclinó hacia la postulante mensajera que, con la cabeza baja, se hallaba arrodillada a los pies de la Reverenda Madre. Era una muchacha rubia, de grandes ojos pasivos, con el rostro y el cuello cubiertos de un sudor provocado por el miedo y la excitación. Vestía una túnica parda manchada de polvo y con el borde sucio de haber recorrido las calles de la ciudad.

—¿Estás segura, completamente segura? —Anteac hablaba en tono bajo para tranquilizar a la pobre muchacha que todavía temblaba por la gravedad de su mensaje.

—Sí, Reverenda Madre. —Mantuvo los ojos bajos.

—Repítelo una vez más —le indico Anteac, y pensó: Estoy ganando tiempo. Lo oí perfectamente.

La mensajera levantó la vista hacia Anteac y la miró directamente a los ojos, totalmente azules, como les enseñaban a hacer a las novicias y postulantes.

—Cumpliendo vuestras órdenes, acudí a la Embajada Ixiana a presentar vuestros respetos, y luego pregunté si había algún mensaje que tuviera que traeros.

—Si, sí, muchacha, lo sé. Vamos al fondo del asunto. La mensajera tragó saliva.

—El portavoz que me atendió se identificó como Othwi Yake, jefe en funciones de la embajada y secretario del antiguo embajador.

—¿Estás segura de que no se trataba de un Danzarín Rostro que lo suplantase?

—No poseía ningún signo característico de los sustitutos, Reverenda Madre.

—Muy bien. Conocemos de sobra a ese Yake. Prosigue.

—Yake dijo que estaban aguardando la llegada de la nueva…

—Sí, Hwi Noree, la nueva embajadora. Tiene prevista su llegada para hoy. La mensajera se humedeció los labios con la lengua.

Anteac tomó nota mental de someter a la pobrecilla a un programa de adiestramiento elemental; las mensajeras debían poseer mayor dominio de sí mismas, aunque realmente podía disculpársela dada la gravedad de este mensaje.

—Luego me rogó que esperara —continuó diciendo la muchacha—. Salió de la habitación, y regresó al poco rato en compañía de un tleilaxu, un Danzarín Rostro, estoy segura de ello. Advertí todos los signos característicos…

—Está bien, está bien —apremió Anteac—. Vamos directamente a… —Anteac se interrumpió al ver entrar a Luyseyal.

—¿Qué es eso que he oído de un mensaje de los ixianos y los tleilaxu? —preguntó Luyseyal.

—Precisamente la muchacha me lo estaba repitiendo —contestó Anteac.

—¿Por qué razón no se me avisó?

Anteac miró a su interlocutora, Decidora de Verdad como ella, pensando que Luyseyal podía ser una de las practicantes más expertas de ese arte, pero pecaba sin duda de ser demasiado consciente de su rango. Luyseyal era joven, sin embargo, y poseía las sensuales facciones ovaladas del tipo de Jessica, y esos genes solían producir temperamentos impetuosos. Anteac respondió dulcemente:

—Tu asistenta dijo que estabas en meditación.

Luyseyal asintió, tomó asiento en el jergón y, dirigiéndose a la mensajera, le ordenó:

—Continúa.

—El Danzarín Rostro dijo que era portador de un mensaje para las Reverendas Madres, en plural.

—Sabía que esta vez éramos dos —replicó Anteac.

—Todo el mundo lo sabe —añadió Luyseyal.

Anteac concentró entonces toda su atención en la mensajera y le dijo:

—Muchacha, entra en trance de memoria y repite las palabras del Danzarín Rostro al pie de la letra.

La mensajera asintió, se puso en cuclillas, y juntó las manos descansándolas en la falda. Hizo tres inspiraciones profundas, cerró los ojos y relajó los hombros. Al hablar su voz había adquirido un timbre agudo y nasal.

—Di a las Reverendas Madres que para esta noche el Imperio se habrá librado de su Dios Emperador. Le atacaremos antes de que llegue a Onn. No podemos fracasar.

Una profunda inspiración estremeció a la mensajera, que abrió los ojos y miró a Anteac.

—Yake, el ixiano, me dijo que me apresurara a regresar con el mensaje. Luego me tocó el dorso de la mano izquierda de ese modo especial, convenciéndome aún más de que no estaba…

—Yake es uno de los nuestros —dijo Anteac—. Dile a Luyseyal el mensaje de los dedos.

La mensajera miró a Luyseyal.

—Hemos sido invadidos por los Danzarines Rostro y no podemos movernos.

Anteac, al ver el sobresalto de Luyseyal, que se levantó del jergón, dijo:

—Ya he tomado las medidas necesarias para defender nuestras puertas. —Y, volviéndose hacia la mensajera, añadió—: Puedes retirarte, muchacha. Has realizado convenientemente tu cometido.

—Sí, Reverenda Madre.

La mensajera incorporó su ágil cuerpo con notable elegancia, pero sus movimientos revelaron claramente que había comprendido el significado de las palabras de Anteac. Convenientemente no era lo mismo que muy bien.

Una vez que la mensajera hubo partido, Luyseyal dijo:

—Hubiera tenido que inventar alguna excusa para examinar la Embajada y averiguar cuántos ixianos han sido sustituidos.

—Creo que no —replicó Anteac—. A mi juicio, en ese aspecto actuó bien. No, hubiera sido mejor que hubiese encontrado modo de obtener un informe más detallado de Yake. Temo que a éste le hayamos perdido.

—La razón de que los tleilaxu nos enviaran este mensaje está bien clara, sin duda comentó Luyseyal.

—Van realmente a atacarle —dijo Anteac.

—Naturalmente. Eso es lo que estos estúpidos harían. Pero a mí me interesa el porqué nos enviaron el mensaje a nosotras.

Anteac asintió.

—Creerán que no tenemos más salida que unirnos a ellos.

—Y si tratamos de avisar a Nuestro Señor Leto, los tleilaxu descubrirán a nuestras mensajeras y contactos.

—¿Y si los tleilaxu consiguen eliminarle? —preguntó Anteac.

—No es probable.

—No conocemos sus planes concretos, sino tan solo el momento en que los llevarán a cabo.

—¿Y si esa muchacha, esa Siona, tuviera que ver con ello? —aventuró Luyseyal.

—Me he hecho la misma pregunta. ¿Conoces el informe completo de la Cofradía?

—Sólo el resumen. ¿Es suficiente?

—Sí, con elevada probabilidad.

—Tendrías que procurar no emplear expresiones como ésta de elevada probabilidad —advirtió Luyseyal—. No queremos que nadie sospeche que eres un Mentat.

Secamente, Anteac replicó:

—Supongo que no me descubrirás.

—¿Opinas que la Cofradía tiene razón acerca de esa Siona? —preguntó Luyseyal.

—Carezco de suficiente información. De tener razón, esa muchacha es realmente algo extraordinario.

—¿Tan extraordinaria como el padre de Nuestro Señor Leto?

—Un navegante de la Cofradía podía ocultarse del ojo oracular del padre de Nuestro Señor Leto.

—Pero no de Nuestro Señor Leto.

—He leído con suma atención el informe completo de la Cofradía. No es tanto que se oculte ella o trate de ocultar las acciones que la rodean como que…

—Se desvanece, dijeron. Se desvanece desapareciendo de su vista.

—Ella sola —dijo Anteac.

—¿Y de la vista de Nuestro Señor Leto también?

—Eso lo ignoran.

—¿Osaremos ponernos en contacto con ella?

—¿Quizá no nos atreveremos?

—Todo esto sería discutible si los tleilaxu… Anteac, por lo menos tenemos que intentar darle aviso.

—Los medios de comunicación no funcionan, y ahora tenemos guardias Habladoras Pez a la puerta que permiten entrar pero no salir a nuestro personal.

—¿Hablamos con alguna de ellas?

—Ya he pensado en eso. Siempre podemos alegar que temimos que fuesen Danzarines Rostro sustitutos.

—Guardias en la puerta —murmuró Luyseyal—. ¿Es posible que lo sepa?

—Todo es posible.

—Con Nuestro Señor Leto eso es lo único que puede afirmarse con certeza —dijo Luyseyal.

Anteac se permitió emitir un leve suspiro al levantarse del taburete donde había estado sentada.

—Cuánto añoro aquellos tiempos en que teníamos toda la especia que por siempre pudiéramos necesitar.

—Eso de siempre era también otra ilusión —replicó Luyseyal—. Espero que nos hayamos aprendido bien la lección, independientemente de lo que consigan hoy los tleilaxu.

—Sea cual sea el resultado, lo harán con torpeza —refunfuñó Anteac—. ¡Dioses! Hoy en día ya no se encuentran buenos asesinos.

—Siempre quedan los gholas Idaho —dijo Luyseyal.

—¿Qué has dicho? —Anteac se quedó mirando fijamente a su compañera.

—Que siempre están…

—¡Sí!

—Los gholas son demasiado lentos de movimientos.

—Pero de cabeza no.

—¿Qué estas pensando?

—¿Sería posible que los tleilaxu…? No, ni siquiera ellos podrían ser tan…

—¿Un Danzarín Rostro sustituto de Idaho? —murmuró Luyseyal.

Anteac asintió en silencio.

—Sácatelo de la cabeza —replicó Luyseyal—. No serían tan estúpidos.

—Ese es un juicio en extremo aventurado acerca de los tleilaxu —contestó Anteac—. Debemos prepararnos para lo peor. ¡Haz entrar a una de esas guardias Habladoras Pez!