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Los enemigos fortalecen. Los aliados debilitan. Os digo esto confiando que comprendáis por qué actúo como actúo sabiendo a ciencia cierta que en mi Imperio se acumulan grandes fuerzas con un único deseo: el de destruirme. Quizá vosotros que leéis estas palabras conozcáis bien lo que ocurrió realmente, pero dudo que lleguéis a comprenderlo.

Los Diarios Robados

La ceremonia de la «Exposición», con la que los rebeldes iniciaban sus reuniones, se alargaba interminablemente para Siona. Sentada en la primera fila, miraba a todas partes menos a Topri, que dirigía la ceremonia a pocos pasos de distancia. Esta habitación de los subterráneos de servicio con que contaba la ciudad de Onn no la habían utilizado nunca, pero se parecía tanto a sus restantes lugares de reunión que podía haber servido de modelo.

Sala de Reunión de los Rebeldes, Clase B, pensó.

Oficialmente se destinaba a depósito de almacenaje, y por ello los globos luminosos fijos no podían graduarse a fin de atenuar la cegadora luz blanca que emitían. La habitación medía unos treinta pasos de largo y algo menos de ancho, y sólo podía accederse a ella a través de un laberinto de estancias similares, una de las cuales se hallaba provista de un buen surtido de sillas plegables rígidas destinadas a los pequeños dormitorios del personal de servicio. Diecinueve de estas sillas, dispuestas alrededor de Siona, se hallaban ocupadas por diecinueve compañeros participantes en la conjura, mientras que unas pocas permanecían vacías aguardando a los rezagados que aún podían llegar a tiempo de asistir a la reunión.

Se había fijado la hora entre el turno de medianoche y el de la mañana para disimular la afluencia de personas en los subterráneos de servicio. La mayor parte de los rebeldes iban disfrazados de operarios de energía, con pantalón y chaqueta livianos, de color gris, desechables, mientras que unos pocos, incluida Siona, vestían de verde como los inspectores de maquinaria.

La voz de Topri resonaba monótona en la habitación. No chillaba en absoluto mientras dirigía la ceremonia, y la verdad es que Siona tenía que admitir que no lo hacía del todo mal, sobre todo cuando ingresaba algún miembro. Sin embargo, desde la terminante afirmación de Nayla de que no confiaba en aquel hombre, Siona había comenzado a observar a Topri con ojos distintos. Nayla hablaba con una cortante ingenuidad, capaz de eliminar cualquier careta, y a partir de su confrontación verbal Siona se había enterado de ciertas cosas relativas a Topri.

Por fin Siona se dio la vuelta para contemplar al hombre que dirigía la ceremonia. La fría luz plateada de la estancia contribuía a aumentar la palidez natural del rostro de Topri, que para la ceremonia utilizaba una copia de un cuchillo crys, comprada de contrabando a los Fremen de Museo. Siona rememoró la transacción al contemplar la hoja que brillaba en las manos de Topri. La idea había sido de Topri, y en aquel momento ella la había juzgado bastante acertada. Había sido él quien la había conducido al lugar de la cita, una casucha de las afueras de la ciudad, adonde se habían dirigido al caer la tarde. Allí habían esperado hasta bien entrada la noche para que las sombras ocultaran la llegada del Fremen, ya que los Fremen no podían abandonar los sietch donde habitaban sin una dispensa especial del Dios Emperador.

Empezaba a creer que ya no iba a comparecer, cuando llegó el Fremen surgiendo furtivo de la noche y dejando a su acompañante de guardia en la puerta. Topri y Siona le esperaban sentados en un tosco banco apoyado contra la húmeda pared de la mísera habitación. La única luz que la iluminaba procedía de un mortecino farol amarillo colgado de un palo clavado en la ruinosa pared de adobe.

Las primeras palabras del Fremen habían llenado a Siona de recelo.

—¿Habéis traído el dinero?

Al verle entrar, Topri y Siona se habían puesto en pie. Topri no pareció molesto por la pregunta. Al contrario, comenzó a dar palmadas a la bolsa que llevaba escondida bajo el manto, haciéndola sonar.

—Aquí tengo el dinero.

El Fremen era un anciano encorvado y marchito, que vestía una copia del antiguo manto fremen bajo el cual se distinguía una prenda brillante, probablemente su versión de un destiltraje. Llevaba la cabeza cubierta con la capucha, lo cual ocultaba sus facciones. La luz de la antorcha hacía bailar sombras en el hueco que debía ser su cara.

Observó primero a Topri y después a Siona antes de sacar de debajo del manto un objeto envuelto con un trapo.

—Es una copia auténtica, pero de plástico —dijo—. No corta ni un pedazo de manteca.

Entonces extrajo la hoja de su envoltura y se la mostró, sosteniéndola en alto.

Siona, que sólo había visto cuchillos crys en museos y en las escasas grabaciones visuales conservadas en los archivos de su familia, había experimentado una extraña emoción al contemplar el cuchillo en aquel lugar, sintiéndose invadida por un poderoso sentimiento atávico que la hacía imaginar a ese pobre Fremen de Museo con su cuchillo de plástico en la mano como un verdadero Fremen de los viejos tiempos, y súbitamente el objeto que empuñaba se convirtió para ella en un cuchillo crys de hoja astillada centelleando en la trémula luz amarilla.

—Garantizo la autenticidad de la pieza que sirvió de modelo para la copia —dijo el Fremen. Pronunció estas palabras con voz baja, en un tono que la falta de expresión tornaba amenazador.

Entonces Siona captó el odio que acarreaban aquellas suaves vocales e inmediatamente se puso alerta.

—Al menor indicio de traición, te aplastaremos como a una sabandija —susurró.

Topri la miró sobresaltado.

El Fremen de Museo pareció encogerse replegándose sobre sí mismo. Le temblaba el cuchillo en la mano, pero sus dedos de gnomo seguían aferrados apretándolo como si estuvieran estrangulando una garganta.

—¿Traición, señora? No, nada de eso. Pero pensamos que habíamos pedido poco dinero por esta copia. A pesar de su pobre calidad, el fabricarla y venderla de esta forma nos pone en gravísimo peligro.

Siona le miró echando fuego por los ojos, repitiendo mentalmente la antigua máxima Fremen de la Historia Oral: «una vez se adquiere alma de mercado, el suk es la totalidad de la existencia».

—¿Cuánto quieres?

El Fremen dijo una cifra doble de la original.

Topri tragó saliva.

Siona miró a Topri.

—¿Traes esa cantidad?

—Tanto no… pero convinimos en…

—Dale todo lo que tengas, todo —ordenó Siona.

—¿Todo?

—¿No me has oído? Hasta la última moneda que lleves en esa bolsa. —Entonces se volvió al Fremen de Museo—. Aceptarás este pago. —No se trataba de una pregunta, y el Fremen lo comprendió correctamente. Envolvió el cuchillo en el trapo y se lo ofreció a ella.

Topri le hizo entrega de la bolsa mascullando por lo bajo. Siona se dirigió entonces al Fremen de Museo con estas palabras:

—Sabemos tu nombre. Tu eres Teishar, ayudante de Garum de Tuono. Posees una mentalidad suk y me haces estremecer al demostrarme en lo que se han convertido los Fremen.

—Señora, todos tenemos que vivir —protestó él.

—¡Tú no estás vivo! —replicó ella—. ¡Márchate!

Escabulléndose a toda prisa, Teishar se había marchado, apretando fuertemente contra el pecho la bolsa de las monedas.

El recuerdo de aquella noche disgustó a Siona mientras contemplaba a Topri empuñar la copia del cuchillo crys en la ceremonia rebelde. Somos tan mezquinos como Teishar, pensó. Una copia es peor que nada. Topri blandía el falso cuchillo por encima de su cabeza al acercarse el final de la ceremonia.

Siona apartó la vista de él y la dirigió a Nayla, que ocupaba un asiento a su izquierda. Nayla se había dedicado a vigilar en todas direcciones, prestando especial atención al grupo de miembros recién incorporados que se hallaban al fondo de la estancia. Nayla no era persona que confiara en la gente con facilidad. Percibiendo en el aire olor a lubricantes, Siona frunció la nariz. ¡Los subterráneos de Onn rezumaban siempre un peligroso olor a cosa mecánica! Siguió olfateando. ¡Y esta habitación! Le desagradaba el lugar donde celebraban sus reuniones porque con que los guardias interceptaran los pasillos exteriores y enviaran una patrulla armada, fácilmente podían encerrarles en una trampa. ¡Qué fácil era que terminase allí la conspiración! Siona se sintió doblemente preocupada al recordar que la habitación había sido elegida por Topri.

Una de las pocas equivocaciones de Ulot, pensó. El pobre Ulot había insistido para que admitieran a Topri en la conjura.

—Es un modesto funcionario de los servicios municipales. —Le había explicado Ulot—. Seguro que conoce un sinfín de lugares donde poder reunirnos y ocultar nuestras armas.

Topri estaba a punto de concluir la ceremonia. Colocó el cuchillo en un estuche ricamente adornado y, después de cerrarlo, dejó el estuche en el suelo, a su lado.

—Mi rostro es mi promesa —proclamó. Se puso de perfil ante los asistentes, primero de un lado, luego del otro—. Os muestro mi rostro para que podáis conocerme en cualquier sitio y sepáis que soy uno de los vuestros.

Estúpida ceremonia, pensó Siona.

Pero no se atrevía a modificarla ni osó interrumpirla. Y cuando Topri sacó una máscara de gasa negra y se cubrió con ella la cabeza, Siona sacó la suya y le imitó. Todos los asistentes hicieron lo mismo. En la estancia se oyó un rumor de agitación, pues casi todos los presentes habían sido advertidos de que Topri traía con él a un visitante de categoría. Siona se sujetó la máscara atándosela en la nuca. Estaba ansiosa por ver al desconocido.

Topri se dirigió a la única puerta de la habitación. Se produjo un cierto estrépito al levantarse los asistentes y empezar a doblar las sillas, que quedaron amontonadas contra la pared situada frente a la puerta. A una señal de Siona, Topri golpeó tres veces en la puerta, aguardó a que sonaran dos golpes, y entonces contestó con otros cuatro.

La puerta se abrió y un hombre alto, ataviado con el clásico jersey oficial de color marrón oscuro, entró en la habitación. Desprovisto de máscara, llevaba el rostro al descubierto para que todos pudieran contemplarlo: enjuto, imperioso, de boca fina, nariz afilada y ojos castaño oscuro hundidos bajo unas cejas pobladas. Era un rostro conocido por casi todos los ocupantes de la sala.

—Amigos míos —dijo Topri—, os presento a Iyo Kobat, embajador de Ix.

—Ex-embajador —puntualizó Kobat. Tenía una voz gutural y firmemente controlada. Se colocó de espaldas a la pared para quedar de cara a los enmascarados de la sala—. En el día de hoy he recibido orden de nuestro Dios Emperador de abandonar Arrakis en desgracia.

—¿Por qué?

Siona restalló la pregunta sin ninguna formalidad.

Kobat giró rápidamente la cabeza, un brusco movimiento que clavó su mirada en el rostro enmascarado de la muchacha.

—Se ha producido un atentado contra la vida del Dios Emperador. La pista del arma conduce hasta mí.

Los compañeros de Siona despejaron un espacio entre ella y el embajador, evidenciando así la deferencia con que la consideraban.

—Entonces, ¿por qué no te ha matado? —le preguntó.

—Creo que quiere decirme que no valgo siquiera la pena de matarme. Además, desea que lleve un mensaje a Ix.

—¿Qué mensaje?

Siona avanzó por el espacio recién abierto hasta detenerse a dos pasos de Kobat. Sintió la mirada del embajador estudiar su cuerpo, y no pudo impedir reconocer los manifiestos signos de su interés sexual.

—Eres la hija de Moneo —dijo.

Una silenciosa tensión estalló en toda la sala. ¿Por qué revelaba que la conocía? ¿A cuántas personas más había reconocido? Kobat no daba la impresión de cometer estúpidos errores. ¿Por qué, pues, lo había hecho?

—Tu cuerpo, tu voz y tus modales son bien conocidos aquí en Onn —le dijo—. Esta máscara es una sandez.

Siona se arrancó la máscara de un tirón y le sonrió.

—Estoy de acuerdo. Ahora, responde a mi pregunta. Oyó a Nayla acercársele por la izquierda; otras dos agentes elegidas por Nayla también se aproximaron.

Siona vio el momento de la verdad cernerse sobre Kobat, que sabía que le esperaba la muerte si fallaba en satisfacer las demandas de la muchacha. Su voz no perdió su firme control, pero respondió más despacio, eligiendo las palabras con sumo cuidado.

—El Dios Emperador me ha comunicado que tiene noticia de un acuerdo firmado entre Ix y la Cofradía. Estamos tratando de construir un amplificador mecánico del… del talento que poseen los navegantes de la Cofradía y para el cual precisan de la melange.

—En esta habitación le llamamos el Gusano —manifestó Siona—. ¿Qué haría vuestra máquina ixiana?

—Sabes que los navegantes de la Cofradía necesitan la especia antes de poder ver la ruta segura para atravesar el espacio.

—¿Sustituiríais a los pilotos por una máquina?

—Podría ser factible.

—¿Cuál es el mensaje que llevas a tu pueblo referente a esta máquina?

—Debo comunicar a mi pueblo que tienen permiso de seguir adelante con el proyecto sólo si acceden a enviar a Leto informes diarios sobre sus progresos.

Siona agitó la cabeza.

—¡Él no necesita esos informes! Este mensaje es una patraña.

Kobat tragó saliva sin intentar disimular su nerviosismo.

—La Cofradía y la Orden de la Bene Gesserit están interesadas en nuestro proyecto —declaró—. En realidad participan en él.

Siona asintió con un único movimiento de cabeza.

—Y pagan por su participación repartiendo su especia con Ix.

Kobat la miró echando fuego por los ojos.

—Se trata de un experimento caro, y necesitamos la especia para las pruebas comparativas que han de llevar a cabo los Navegantes de la Cofradía.

—Es una mentira y un fraude —le espetó ella—. Vuestro aparato no funcionará jamás, y el Gusano lo sabe.

—¡Cómo te atreves a acusarnos de…!

—¡Silencio! Acabo de pronunciar el verdadero mensaje. El Gusano os dice a los ixianos que continuéis engañando a la Cofradía y a la Bene Gesserit. Eso le divierte.

—Podría funcionar. —Insistió Kobat.

Ella se limitó a sonreírle.

—¿Quién intentó matar al Gusano?

—Duncan Idaho.

Nayla sofocó un grito de asombro. Se produjeron otros ligeros signos de sorpresa por la sala, un fruncir de cejas, un contener el aliento.

—¿Idaho ha muerto? —preguntó Siona.

—Supongo que sí pero el… Gusano se niega a confirmarlo.

—¿Por qué supones que ha muerto?

—Los tleilaxu han enviado otro ghola Idaho.

—Ya.

Siona se volvió e hizo una señal a Nayla, que se dirigió a un lado de la sala y regresó con un paquete estrecho envuelto en papel suk de color rosa, del tipo que los tenderos utilizaban para envolver objetos de pequeño tamaño. Nayla le entregó el paquete a Siona.

—Este es el precio de nuestro silencio —dijo Siona, tendiendo el paquete a Kobat—. Por eso Topri fue autorizado a traerte aquí esta noche.

Kobat tomó el paquete sin distraer su atención del rostro de la muchacha.

—¿Silencio? —preguntó.

—Prometemos no informar a la Cofradía ni a la Bene Gesserit de que les estáis engañando.

—Nosotros no engañamos…

—¡No seas estúpido!

Con la garganta súbitamente reseca, Kobat intentó tragar saliva. Acababa de comprender el significado de las palabras de Siona: fuera verdad o mentira, si la conjura se extendía, nadie pondría en duda tal historia. Era «de sentido común», como a Topri le gustaba decir.

Siona contempló a Topri, que se hallaba de pie justo detrás de Kobat. Nadie se unía a esta conspiración por razones de «sentido común». ¿Acaso Topri no se daba cuenta de que su «sentido común» podía traicionarle? Volvió a centrar la atención en Kobat.

—¿Qué contiene este paquete? —preguntó él.

Algo hubo en su pregunta que le indicó a Siona que conocía de antemano la respuesta.

—Es algo que quiero enviar a Ix. Lo llevarás de mi parte. Son las copias de dos volúmenes que robamos en la fortaleza del Gusano.

Kobat contempló el paquete que tenía en las manos. Resultaba evidente que hubiera deseado soltarlo, pues su intervención en la conjura le comprometía muchísimo más de lo que había imaginado. Lanzó una ceñuda mirada a Topri, que decía tan claramente como si lo hubiera pronunciado: «¿Porqué no me advertiste?».

—¿Qué…? —Volvió la mirada a Siona, carraspeó—. ¿Qué hay en estos volúmenes?

—Tu pueblo podrá decírnoslo. Creemos que son las propias palabras del Gusano escritas en una clave que no logramos descifrar.

—¿Qué te hace pensar que nosotros…?

—Vosotros, los ixianos, sois muy listos para esas cosas.

—¿Y si fracasamos?

Se alzó de hombros.

—No os culparemos por eso. De todos modos, si usáis estos volúmenes para cualquier otro propósito o dejáis de informar por completo de cuanto hayáis descubierto…

—¿Cómo podéis estar seguros de que nosotros…?

—No vamos a depender exclusivamente de vosotros. Otros también tendrán copias. Pienso que la Bene Gesserit y la Cofradía no vacilarán en tratar de descifrar estos volúmenes.

Kobat deslizó el paquete bajo el brazo y lo apretó contra su cuerpo.

—¿Qué razones tienes para pensar que el… Gusano desconoce vuestras intenciones… incluso esta misma reunión?

—Creo que sabe tantas cosas que incluso conoce el nombre de quien robó esos volúmenes. Mi padre afirma que es totalmente presciente.

—¿Tu padre da crédito a la Historia Oral?

—Todos los aquí presentes creen en ella. La Historia Oral no está en desacuerdo con la Historia Formal en los puntos de importancia.

—Entonces, ¿por qué no actúa el Gusano contra vosotros?

Siona señaló el paquete que Kobat llevaba debajo del brazo.

—Tal vez la respuesta esté ahí.

—¡O tal vez ni tú ni estos volúmenes cifrados representéis una verdadera amenaza contra él! —Kobat no pretendía disimular su cólera. Detestaba que le forzasen a tomar decisiones.

—Quizás. Dime por qué mencionaste la Historia Oral.

Una vez más. Kobat captó la amenaza latente en estas palabras.

—Dice que el Gusano es incapaz de emociones humanas.

—Esta no es la razón —replicó Siona—. Tienes una sola oportunidad para decirme la verdad.

Nayla se aproximó dos pasos a Kobat.

—Me… me dijeron que repasara la Historia Oral antes de venir aquí, que tu gente… —Se alzó de hombros.

—¿Que la recitamos?

—Sí.

—¿Quién te dijo eso?

Kobat tragó saliva, lanzó una mirada temerosa a Topri, y luego volvió a mirar a Siona.

—¿Topri? —preguntó la muchacha.

—Pensé que le ayudaría a comprendernos mejor.

—Y le dijiste el nombre de tu caudillo —dijo Siona.

—¡Ya lo sabía! —La voz de Topri había recobrado su estridencia.

—¿Qué fragmentos de la Historia Oral se te indicó repasar? —preguntó Siona.

—El… el linaje de los Atreides.

—Y ahora crees saber por qué se une la gente a mi conjura.

—¡La Historia Oral dice exactamente cómo trata él a cada uno de los miembros del linaje Atreides!

—¿Soltando un poco de cuerda y después arrastrándonos con ella? —replicó Siona. Su voz sonó engañosamente inexpresiva.

—Eso es lo que hizo con tu propio padre —declaró Kobat.

—¿Y ahora deja que yo me entretenga jugando a rebeliones?

—No soy más que un mensajero —dijo Kobat—. Si me matas, ¿quién llevará tu mensaje?

—¿O el mensaje del Gusano? —añadió Siona. Kobat guardó silencio.

—Creo que no entiendes el sentido de la Historia Oral —afirmó Siona—. Y también creo que no conoces al Gusano ni comprendes del todo sus mensajes.

La cara de Kobat se encendió de ira.

—¿Qué va a impedir que te conviertas en lo mismo que todos los Atreides, un decorativo y obediente elemento de…?

Kobat se interrumpió, consciente de improviso de lo que la cólera le había obligado a decir.

—¿Un simple miembro más del círculo íntimo del Gusano? —dijo Siona—. ¿Igual que los Duncan Idahos?

Se volvió para mirar a Nayla. Sus dos agentes, Anouk y Taw, se habían puesto de pronto en guardia; Nayla en cambio permanecía impasible.

Siona hizo una señal a Nayla inclinando la cabeza. Tal como habían jurado hacer, Anouk y Taw ocuparon posiciones junto a la puerta, bloqueando el paso. Nayla dio la vuelta y se colocó codo a codo con Topri.

—¿Qué… qué ocurre? —preguntó Topri.

—Deseamos conocer toda la información de importancia que el ex-embajador pueda compartir con nosotros —dijo Siona—. Queremos el mensaje completo.

Topri empezó a temblar. La frente de Kobat se perló de gotas de sudor. Lanzó una sola mirada a Topri, y luego volvió a centrar su atención en Siona. Aquella única mirada fue como un velo descorrido para que Siona vislumbrase la relación que unía a aquel par.

Sonrió. Acababa simplemente de confirmar lo que ya sabía.

Kobat se había quedado inmóvil.

—Puedes empezar —ordenó Siona.

—Yo… ¿qué quieres?

—El Gusano te confió un mensaje secreto para tus amos. Quiero oírlo.

—Él… quiere una pieza para agrandar su carro.

—Luego espera seguir creciendo. ¿Qué más?

—Debemos enviarle una gran cantidad de papel de cristal riduliano.

—¿Para qué propósito?

—Jamás da explicaciones sobre sus demandas.

—Eso huele a algo que él tiene prohibido a los demás —replicó Siona.

Kobat añadió con amargura:

—A sí mismo nunca se prohíbe nada.

—¿Habéis fabricado para él algún juguete prohibido?

—Lo ignoro.

Miente, pensó Siona. No obstante, decidió no seguir por ese camino; bastaba con conocer la existencia de una nueva grieta en la armadura del Gusano.

—¿Quién te sustituye en el cargo? —quiso saber Siona.

—Envían en mi lugar a una sobrina de Malky —contestó Kobat—. Tal vez recuerdes que…

—Recordamos muy bien a Malky —le cortó—. ¿Por qué han nombrado nuevo embajador a una sobrina de Malky?

—No lo sé. Pero sé que la nombraron antes de que el Di… el Gusano me destituyera.

—¿Su nombre?

—Hwi Noree.

—Cultivaremos la amistad de Hwi Noree —dijo Siona—. La tuya es indigna de tal cosa. Esta Hwi Noree quizá sea diferente. ¿Cuándo regresas a Ix?

—Inmediatamente después del Festival, en la primera nave de la Cofradía.

—¿Qué les dirás a tus amos?

—¿Sobre qué?

—¡Sobre mi mensaje!

—Harán lo que pides.

—Lo sé. Puedes retirarte, ex-embajador Kobat.

Kobat casi chocó con los guardias apostados en la puerta en sus prisas por abandonar la sala. Topri hizo ademán de salir tras él, pero Nayla lo agarró de un brazo, deteniéndole. Topri lanzó una asustada mirada al musculoso cuerpo de Nayla, y luego miró a Siona, que aguardaba a que la puerta se cerrase tras la salida de Kobat para seguir hablando.

—El mensaje no iba sólo destinado a los ixianos. También es para nosotros —declaró—. El gusano nos lanza un desafío, y nos dicta las reglas del combate.

Topri trató de desasirse de la presa de Nayla.

—¿Qué te…?

—¡Topri! —exclamó Siona—. También yo sé enviar un mensaje. Dile a mi padre que comunique al Gusano que aceptamos.

Nayla soltó a Topri, y éste se frotó el brazo en el lugar donde Nayla le había tenido agarrado.

—No vas a…

—Márchate mientras puedas y no vuelvas nunca más.

—No me digas que sos…

—¡Te he dicho que te marches! Eres torpe, Topri. He pasado casi toda mi vida en escuelas de Habladoras Pez. Allí me enseñaron a reconocer la torpeza.

—Kobat se marcha. ¿Qué mal había en…?

—¡No sólo me conoció, sino que sabía lo que yo había robado de la Ciudadela! Pero en cambio ignoraba que había decidido enviar ese paquete a los Ix con él. ¡Tus acciones me han revelado que el Gusano desea que yo envíe esos libros a Ix!

Topri se apartó de Siona, retrocediendo hacia la puerta. Anouk y Taw le permitieron pasar, abriendo la puerta de par en par. Siona le siguió con sus gritos:

—¡No pretendas afirmar que fue el Gusano quien le habló de mí y de mis libros a Kobat! El Gusano no envía mensajes tan torpes. ¡Dile que yo he dicho eso!