ZONA CERO

10:30 h.

John y yo nos hemos podido acostar alrededor de las 5.40. La torre estaba limpia, en silencio, segura… Me daba una buena sensación. He puesto la alarma del reloj a las 9.30, para tener treinta minutos de preparación antes del espectáculo. He encendido la radio: el mismo mensaje del otro día se repetía en un bucle. Alrededor de las 10.05 he notado que había sucedido: la onda expansiva debe de haberse desplegado a una velocidad inmensa. Se ha levantado viento y he visto que los árboles se inclinaban hacia el este; no era su balanceo natural. Tenía los ojos enfocados hacia el noroeste, hacia San Antonio. Lo he visto. Pequeño, a causa de la distancia, pero allí estaba.

Hemos sido testigos de cómo una enorme nube en forma de hongo de color naranja chillón se alzaba en el horizonte. Joder, deben de haber lanzado una gorda de veras para que haya podido verla, para que haya podido sentir el viento a más de 240 kilómetros de distancia. Hoy el día estaba claro, tranquilo. Era consciente de que el viento, a esa distancia, no sería radiactivo, aunque la fuerza que lo hubiese provocado sí lo fuese. Tan sólo esperaba que la nube radiactiva no se desplazase en dirección a nosotros.

Me he dado cuenta de que había algo que no encajaba. Houston está al noreste. John miraba en esa dirección, pero no ha habido ningún estallido. Vale que esté a 450 kilómetros, pero es raro. Igual se han retrasado.

La torre tiene electricidad, presión de agua y radio. Creo que nos quedaremos aquí a reflexionar sobre lo que ha sucedido.

2 de febrero.

14:35 h.

Al despertar esta mañana he agarrado los prismáticos para poder echar un buen vistazo a toda la zona. Lo primero que he comprobado ha sido las mangas de viento. Soplaba hacia el oeste. Buenas noticias: esta noche no brillaré en la oscuridad. El aeródromo sigue seguro. Todas las estaciones aéreas de la Marina cuentan con verjas metálicas de dos metros y medio de altura para impedir el paso a cualquier persona no autorizada. A lo lejos, en la parte exterior del perímetro, puedo ver una gran cantidad de no muertos. No le prestan ninguna atención a la verja; tan sólo están allí.

Annabelle gimoteaba. John comprobaba las radios, así que he decido sacarla fuera, era el gemido típico de «tengo que mear». La he acompañado por la escalera y la he sacado hasta un pequeño recuadro de hierba que hay al lado de la torre, en dirección contraria a las pistas de aterrizaje. Ella ha hecho lo suyo y ha olfateado el aire. No es una perra muy grande, pero tiene buen olfato. Se le ha erizado de nuevo el pelo del lomo. Hemos vuelto a subir y he cerrado la puerta de la torre a mis espaldas. Desde la torre contamos con una visión de 360 grados, así que he ido a la zona que da al cuadrado de hierba para ver si averiguaba qué es lo que ha molestado tanto a Annabelle.

No había nada. Seguramente ha sido la brisa, que transportaba alguna clase de hedor. Annabelle ya volvía a estar contenta, le he puesto agua y algo de pienso para perros. John llevaba sus auriculares y escuchaba con atención. En las torres de control todo el mundo lleva auriculares porque sería un caos si todas las radios emitiesen al mismo tiempo. Era evidente que John escuchaba algo que no era el sonido de la estática. Me he acercado al panel, he mirado en qué frecuencia se encontraba y me he sentado en otro terminal para escuchar.

Eran dos pilotos que hablaban entre ellos. Uno le preguntaba al otro si habían tomado una buena decisión. Debían de estar cerca de nuestra torre; de otro modo, no los hubiésemos captado. Seguramente pensaban que contaban con toda la intimidad del mundo… Por lo que podían saber, no quedaba ningún otro ser vivo en el área. Me preguntaba a qué se debían de referir. ¿Serían los mismos pilotos que habían soltado las bombas? Enseguida me han dado la respuesta: han continuado hablando y he descubierto que aquellos pilotos se habían negado a descargar la artillería. No consideraban que se tratase de una decisión acertada, así que en lugar de acatar las órdenes han escogido el exilio.

No les culpo. Son humanos. Como yo. No estoy seguro de que yo hubiese podido llevar a cabo un bombardeo. Me pregunto qué ciudades se habrán librado. Supongo que una de ellas es Houston, y tal vez también Austin. A pesar de todo, soy consciente de que la explosión de San Antonio se los habrá cargado a todos.

John y yo hemos podido traer toda nuestra comida y agua en el avión. Ahora el agua no nos supone ningún problema, pero seguramente la comida empezará a serlo en un par de semanas. Anoche los incendios del noroeste brillaban con mucha intensidad. Seguramente todo lo inflamable ya ha estallado en llamas. Apostaría que mi casa no es más que cenizas y polvo.

21:43 h.

Tras registrar toda la torre, John y yo hemos dado con un cajón de aluminio bastante grande cerrado con un candado. Hemos logrado abrirlo con la ayuda de unas tenazas que hemos sacado del armario de mantenimiento del piso inferior. Ha resultado ser un cajón de material, recubierto de espuma protectora, que guardaba en su interior gafas de visión nocturna. Había cuatro, de las que se usan en un solo ojo. Funcionan con pilas normales AA. Tendría que habérmelo imaginado: los controladores aéreos las usan para advertir a los pilotos de posibles obstáculos en la pista. La mayoría de torres militares las tienen. Ahora las tenemos John y yo. No tienen mucha percepción de la profundidad, pero, oye, me siento mejor con ellas.

Las hemos probado. Hemos apagado todas las luces y he ajustado el objetivo y el nivel de luz, sólo luz de estrellas. El aeródromo está bañado con un brillo verde. Nos van a ser muy útiles. Hasta he podido distinguir algunos ratones de campo que corrían por la pista, cerca de los aviones. Mañana saldré y comprobaré los aviones.

3 de febrero.

15:23 h.

Esta mañana he salido para comprobar el estado de algunos de los vehículos y escoger el mejor, por si John y yo tenemos que huir de allí. Estos turbopropulsores me inspiran más confianza que el Cessna, y al menos yo cuento con varias horas de experiencia a bordo de ellos. Todos parecían funcionar, pero examiné a fondo el que me pareció en mejores condiciones. Era el número 07. Más tarde, hemos planeado ir a los hangares para buscar equipo.

Mientras seguía fuera, he recorrido con mucho cuidado la valla del perímetro, aunque he evitado las áreas por las que las criaturas merodeaban, al otro lado de la verja. Es un aeródromo enorme. Desde el suelo, con la ayuda de los prismáticos, he observado algo de movimiento en el interior de uno de los edificios de administración; en concreto, en el tercer piso. ¿Alguien vivo? No estoy seguro. He vuelto en silencio a la torre y he advertido a John sobre lo que había descubierto. Empiezo a pensar que la única forma de acabar venciendo a estos monstruos es esperar a que se marchiten ellos solos. Será como un largo encierro.

Hacía tiempo que no pensaba en mis padres. No conservo muchas esperanzas al respecto de cuál habrá sido su destino. Le he dado vueltas a la idea de coger uno de los aviones y aterrizar en alguna pista cerca de casa, para sacar algo en claro. Pero no le podría pedir a John que me acompañase… De todas formas, sólo ha sido una idea pasajera.

4 de febrero.

14:47 h.

Hemos llenado de combustible el depósito de uno de los T-34. He comprobado el motor, le he enseñado a John cómo funciona el APU (la unidad de energía auxiliar). Los T-34c pueden ponerse en marcha con su propia batería, pero es mejor hacerlo con una unidad exterior que funcione con combustible. Después hemos encerrado a Annabelle en la torre y nos hemos preparado para ir a registrar el hangar. Igual encontramos algún equipo adicional que nos sirva de algo.

Nos hemos convertido en unos expertos: John abre la puerta y yo compruebo que la estancia está limpia. El interior del hangar parecía una ciudad fantasma. Avanzamos hacia una puerta con el cartel MANTENIMIENTO DEL EQUIPO DE VUELO. La puerta estaba medio abierta y las luces de dentro seguían encendidas. Me he precipitado al interior, con el arma en ristre. He estado a punto de disparar a un maniquí que estaba allí de pie, vestido con un traje de vuelo. Es demasiado pequeño para mí, pero me parece que a John le iría bien.

Tras comprobar que la estancia estaba vacía y cerrar la puerta, por si acaso, le he ordenado a John que desnudase el maniquí y que se probase el traje y el casco. He cogido uno de la hilera marcada como «mantenimiento completado», me he acercado a la radio de pruebas y he comprobado el micrófono de caña. Funciona a la perfección. He agarrado un par de chalecos de supervivencia, equipados con elementos esenciales, y también he cogido un modelo de T-34 de madera, que puede serme de ayuda si tengo que explicarle algo a John. De una estantería colgaban unas llaves con el nombre: «camión de combustible».

Al volver a la torre, he empezado a instruir a John en las bases del vuelo. Me he ayudado de unos cuantos manuales y del modelo de madera para que se hiciese idea de los sistemas electrónicos y de cómo funcionan los controles de superficie de los aviones. Le he preguntado a John si le gustaría volar y comprobar cómo está todo en el exterior, como si se tratase de una misión de reconocimiento. Como estaba de acuerdo, nos hemos puesto los trajes.

19:32 h.

Hemos despegado alrededor de las 15.45 h. Hemos volado hacia el noroeste alrededor de 200 nudos para comprobar el daño de las explosiones. Sólo hemos tardado cuarenta minutos en llegar a las afueras; ya estábamos lo bastante cerca. La ciudad está en ruinas. Hemos volado a gran altura, a 3000 metros, para evitar la radiación residual, hasta que hemos decidido que lo mejor sería dar media vuelta. Cuando hemos llegado a una zona segura, hemos descendido a 600 metros. El día estaba claro y teníamos el sol a nuestra espalda. Hemos seguido la carretera interestatal.

John me ha pedido que inclinase el aparato para poder comprobar bien el terreno; he girado treinta grados. Hemos contemplado la interestatal. Las criaturas surgían de la ciudad, en un éxodo en masa. Me pregunto si las bombas atómicas habrán tenido algún efecto sobre las que no estaban cerca del punto de deflagración; dudo que la radiación les afecte de algún modo. Lo único que puede haberles afectado es el calor de la explosión. La distancia de seguridad mínima para cualquier ser humano era de 240 kilómetros, pero eso no se aplica a ellos. Habrán sobrevivido a tan sólo treinta kilómetros.

John ha sacado una instantánea digital de la huida de los fiambres. Hemos aterrizado cuando el sol empezaba a ponerse, y hemos rodado hasta el punto de aparcamiento cercano a la torre. Este lugar está completamente muerto. No hay señales de vida; sólo miles y miles de ellos vagando por campo abierto. Tarde o temprano las luces de Corpus Christi los atraerán hasta la ciudad.

5 de febrero.

22:01 h.

Aumenta su número al lado oeste de la verja. Ese lado está aproximadamente a cuatrocientos metros de la torre. Con las gafas de visión nocturna, contemplo cómo se acercan tambaleándose. La imagen verde y granulada me parece surrealista y perturbadora. Esta mañana, cuando nos hemos percatado de su presencia, hemos apagado las luces. Tengo la sensación de que se trata sólo de la primera oleada, que huyen de las grandes ciudades. Maldición, me hubiese ido bien que por Navidad me hubiesen regalado un contador Geiger. No realizaremos más viajes frívolos en el avión; no quiero que se pongan más nerviosos. Está noche iré a explorar el edificio de oficinas en el que el otro día vi movimiento. Tengo la ventaja de la visión nocturna, por lo que supongo que todo irá bien. Además, necesito pilas.

6 de febrero.

4:30 h.

Anoche fui solo al edificio de administración. John se quedó en la torre. Cuando abandoné el piso superior, cerré enseguida la puerta y encendí las gafas de visión nocturna. Aquella imagen verde y granulada que ya me era familiar ocupó todo mi campo de visión. Hacía que me sintiese invisible. El edificio está a unos buenos trescientos metros de la torre. El fusil era mi arma principal, pero también había cogido la Glock como refuerzo. Sólo me llevé 58 balas de .223 para el fusil, 29 en cada cargador. No me iba a la guerra; sólo quería buscar entre los restos de aquel edificio. Me llevé unos amarres de plástico negros y una cuerda que había encontrado en la torre. Por alguna razón, no creo que el «yo» de hace un mes hubiese abandonado la torre aquella noche. En el fondo de mi mente pensaba: ¿para qué seguir viviendo?

Me aproximé con cuidado a la puerta principal del edificio. Comprobé metódicamente las ventanas, intenté localizar algo de movimiento. Las gafas de visión nocturna son limitadas, y no pude ver nada en el interior de las ventanas hasta que estuve casi a tiro de piedra del edificio. No podía distinguir qué era lo que se movía allá arriba, en el tercer piso… Durante un segundo me pareció que podía ser la sombra de un ventilador de techo, iluminado por una especie de aplique. Eso es lo que deseaba que fuese. Me encontraba ante la puerta principal. No estaba cerrada con llave. Entré con cautela; escuché con atención e intenté captar el más mínimo sonido. Me recordó todas las pruebas auditivas que tuve que superar en el ejército. Estaba en completo silencio, como si fuese una habitación aislada. Tras atravesar el segundo juego de puertas, avancé hasta el centro de la estancia y me fijé en una escalera que, supuse, subía hacia el segundo y el tercer piso. Avancé otro paso y oí un estruendoso crujido bajo mis pies; había pisado un trozo de cristal roto, uno muy ruidoso. Fue entonces cuando empecé a oírlos.

Parecía un grupo formado por cuatro o cinco en los pisos superiores. Unos gemidos graves, unos pies que se arrastraban con lentitud, que se oían a través de las ruinas que tenía por encima. Era consciente de lo que era. Me habían oído y querían bajar al piso inferior para alimentarse con mi carne. Me di la vuelta rápidamente y me dirigí a la puerta; detrás de mí escuché el ruido de uno (o más) de ellos cayendo por la escalera. Sonaba como una bolsa de basura llena de hojas húmedas.

Corrí con todas mis fuerzas hacia la puerta. Tras cruzar el primer juego de puertas dobles, saqué un par de amarres negros y las dejé bien cerradas. Atravesé las siguientes, las que daban al exterior, e hice lo mismo. Eran de plástico grueso, y sabía que sólo los detendrían. Usé cuatro para las puertas exteriores. Cuando empezaba a alejarme, lograron abrirse camino por las puertas interiores y empezaron a golpear las exteriores, las que acababa de cerrar. Empecé a correr hacia la torre; escuchaba los fuertes golpes de frustración que resonaban en el aire mientras huía.

Y a continuación el estruendo del cristal rompiéndose. Miré a mi espalda y vi cómo uno de ellos se desplomaba desde la ventana del tercer piso. Todo aquel ruido debía de haberlos excitado. Llegué a la torre y corrí hacia el piso superior, en el que nos habíamos instalado John y yo. Golpeé la puerta, y le grité a John que apagase las luces y que se pusiese las gafas de visión nocturna. Cuando vi que las rendijas de la puerta exterior se oscurecían, entré y comprobé si la criatura que había saltado por la ventana me había seguido.

Ni rastro de él. La puerta de abajo está cerrada. Si intenta entrar, lo oiremos. Por ahora estamos a salvo.

15:34 h.

John ha estado escuchando las radios, en los últimos días ha empezado a deprimirse por la muerte de su esposa, y comprobaba los diferentes canales; me ha llamado para que comprobase algo. Me ha contado que había visto algo arrastrándose por debajo de uno de los aviones, pero que ya no podía verlo. He cogido los prismáticos y he examinado el área que me ha indicado John. Es el cadáver que se lanzó anoche por la ventana. Se desplaza con los brazos, y arrastra las piernas paralizadas tras él. No me apetece nada la idea de tener que salir y matarlo. De todos modos, ahora no molesta a nadie.

7 de febrero.

18:26 h.

Movimiento… John y yo lo hemos notado hace unas horas. Con el ángulo de visión con que cuento no puedo ver si los amarres de plástico han logrado mantener cerrada la puerta de entrada. La mayoría de esos engendros se están reuniendo en la zona oeste de la valla. He salido a comprobar el aparato, a asegurarme de que está listo para emprender el vuelo cuando lo necesitemos. Cuando volvimos del viaje de exploración a la ciudad, no pude aparcar el avión demasiado cerca de la torre, porque la hierba que la rodeaba estaba húmeda a causa de una llovizna reciente.

Lo tuve que dejar a unos doscientos metros de la torre; ir a comprobarlo era un paseíto. He logrado acercarme sigilosamente al avión sin que tuviese lugar ningún incidente. No he visto el fiambre que se arrastraba por ninguna parte. El área vallada es enorme, y podría estar en cualquier parte. El camión del combustible está cincuenta metros más allá del avión. Me he acercado al vehículo y los he visto. El ángulo en que me encontraba antes me impedía verlos; he llegado a contar hasta diez en el interior del área vallada, vagando alrededor de un punto ciego en el edificio de administración. Ellos no me habían visto, pero si empujaba el camión hacia el avión, para llenar el depósito, lo harían. Se me revuelve el estómago sólo de pensar que tendré que hacerlo en la oscuridad, pero no hay otra forma.

21:00 h.

He cogido las gafas de visión nocturna y las llaves del camión que encontramos hace un par de días, y he salido a la oscuridad para llenar de combustible el avión. Tenía el arma preparada, y me he deslizado por el aeródromo, en dirección al camión; esta vez me he acercado por un ángulo distinto, para poder vigilar el edificio de oficinas mientras avanzaba. Ni rastro de ellos. He llegado hasta el vehículo, me he aupado hasta la ventana y he echado un vistazo al interior, por si acaso. Despejado. He abierto la puerta y lo he puesto en punto muerto. Nunca antes había empujado un camión tan grande; ahora sé la razón. No se puede. Tenía que encender el motor. Sé que las criaturas no me pueden ver en la oscuridad, pero no tengo ninguna duda de que me oirán.

A regañadientes, he sacado la llave del bolsillo y la he puesto en la ranura de ignición… He dudado unos segundos, pero después he empujado el embrague, he sujetado el freno y he girado la llave. Tras voltearla dos veces, el motor ha cobrado vida, he soltado el embrague y he avanzado hacia el avión. En el trayecto, he pulsado los controles de la bomba del vehículo, para que estuviese preparada cuando me apease del camión.

He frenado el camión, he saltado y me he dirigido hacia el avión. He podido ver algo que se movía en la hierba, a un centenar de metros. He ajustado la sensibilidad de mis gafas hasta que lo he visto. Era el engendro paralítico, sobre la hierba, que reptaba hacia la torre. Tendría que vigilar con él cuando volviese.

Entonces los destellos de la linterna de John han cegado mi visión a través de las gafas; era código Morse, no había duda.

D… E… T… R… Á… S…

Me he dado media vuelta y he visto a seis que se tambaleaban en dirección al camión. No había alternativa. He preparado el fusil y he corrido hacia el avión. He saltado sobre un ala y he abierto fuego contra ellos. He derribado a dos, pero un tercero se me ha escapado.

He tenido cuidado de no disparar a los dos que estaban justo en la línea entre el camión de combustible y yo. Tenía que cargarme a dos más antes de ocuparme de ésos. He acertado a uno en la cabeza y la frente se le ha abierto como una flor en primavera.

Los destellos que soltaba el cañón de mi arma estaban impidiendo el buen funcionamiento de mi visión nocturna. Tenía que ajustar el intensificador; lo que veía a través de la lente era mucho más oscuro cuando he derribado al cuarto engendro con un disparo en la cabeza y otro en el cuello. Quedaban dos; era demasiado arriesgado tirar contra ellos, pero se acercaban. Ya estaban en el avión. Estaban intentando trepar al ala. He disparado a uno en el hombro, con lo que le he hecho caer al suelo. El otro ha estado a punto de agarrarme de la bota antes de que pudiese volarle la cabeza.

El último cadáver, herido, se ha vuelto a poner en pie y ha alzado los brazos, como un monstruo de Frankenstein enloquecido, mientras se acercaba de nuevo a mí. He saltado del ala por el lado contrario al que estaba el no muerto, y lo he mirado mientras empezaba a rodear el aparato, hacia mí. Estaba oscuro, y aquella criatura seguía chocando contra el ala y el empenaje del avión. He apuntado con mucho cuidado, para evitar dañar el aparato, y he disparado una vez. Se le ha separado la mandíbula de la cara, y la lengua, ahora huérfana, ha quedado colgando. Incluso con la limitada percepción del color que tengo con las gafas, era un espectáculo asqueroso. El monstruo ha dado un salto atrás, pero ha seguido avanzando; de su garganta escapaba un sonido borboteante. He vuelto a disparar contra el cabronazo ese, y he acabado con su miserable existencia.

He apartado todos los cadáveres de las cercanías del avión arrastrándolos por las piernas, y he empezado a llenar el depósito. He tardado diez minutos en completar la tarea. Durante este tiempo, no he parado de oír los gemidos de los no muertos que trae el viento. El sonido de los disparos los ha puesto nerviosos. Es un sonido terrorífico. Tras realizar el avituallamiento de combustible del avión, he vuelto a la torre. Sin dar ningún rodeo, pero esta vez tampoco he visto ni rastro del monstruo paralítico. Pero ¿dónde coño…? En el interior, durante la noche, estamos a salvo. Los gemidos continúan… Otra noche con tapones.

Reflexión de la noche: me he cargado a seis… Eso significa que dentro de la valla quedan cuatro y el «cojito». ¿Dónde se han metido?

8 de febrero.

18:22 h.

Esta mañana me he despertado con el ruido de los golpes contra la puerta de acero que hay en el piso inferior. Sonaba como si hubiese más de uno. John y yo hemos descendido la escalera con mucha cautela. Por los sonidos, hemos calculado que hay varios puños golpeando la puerta. A través del acero se colaban unos gemidos graves. He comprobado la cerradura, para asegurarme de que aguanta. Es la única puerta de acceso a la torre.

La otra forma de salir de aquí es una caída de 60 metros por el balcón. Hemos bajado un escritorio pesado para colocarlo tras la puerta; he subido y he salido al observatorio. No he logrado ver la puerta por el pequeño tejado que cubre el área. Con los prismáticos he comprobado la valla oeste. Había todavía más, pero la verja aún resiste. Supongo que las criaturas que golpean la puerta son los restos de mi batalla de anoche. No quiero arriesgarme a abrir la puerta de abajo; no sé cuál es la mejor forma de encargarme de ellos.

9 de febrero.

21:42 h.

El golpeteo se detuvo anoche; los no muertos del piso inferior deben de haberse cansado, seguramente porque ni nos han visto ni nos han oído. Tanto John como yo hemos estado completamente quietos, completamente callados durante todo el día de ayer. Hoy no ha sido necesario salir al exterior: ya hemos repostado el avión y todavía tenemos electricidad y agua corriente en la torre.

He aprovechado la ocasión para ducharme en el baño que hay un piso más abajo. Hay un fregadero muy hondo y una manguera. Los paneles del suelo son de plástico y tiene un sumidero en el centro; la estancia es un armario de mantenimiento. He alzado la manguera por encima de la cabeza y he tomado una agradable ducha. He tenido que usar una pastilla de jabón como si fuese champú, pero bueno, tampoco estamos para ponernos quisquillosos. Llevaba días sin afeitarme, y me ha gustado la sensación de la cuchilla en la piel. Después de lavarme me he sentido como un hombre nuevo. He aprovechado también para lavar un poco de ropa (en el fregadero, también con la pastilla de jabón) y la he tendido en la escalera para que se secara. Le he dicho a John lo de la manguera, pero no le ha interesado. Empeora por momentos, llora la pérdida de su mujer.

No tengo planes a largo plazo. El mundo se ha convertido en un lugar distinto. El alcance de un avión a turbopropulsor es de unos seiscientos cincuenta kilómetros, lo que nos proporciona algunas opciones. Hoy, durante un rato, hasta me he planteado ir en busca de lo que queda del estamento militar, aunque sería complicado responder a las preguntas que me formularían: «¿Cómo lograste sobrevivir en la base, hijo?». Casi me siento culpable por no haber muerto junto a mis compañeros. Eso me recuerda a un capítulo de La dimensión desconocida que vi antes de que todo se fuera a la mierda: era un episodio sobre un submarino del ejército que se había hundido, y sólo había sobrevivido un tripulante. El marinero se sentía culpable y no dejaba de ver a sus compañeros, muertos e hinchados, que le llamaban desde las profundidades.

Por favor, que no sueñe esta noche.

10 de febrero.

23:50 h.

La verja del área oeste puede caer. Ahora hay centenares alrededor del perímetro. Las luces de la ciudad los han atraído. Odiaría tener que salir de compras al centro de Corpus Christi en momentos así. He pasado la mayor parte del día con los prismáticos y he estudiado sus movimientos. He visto algunos pájaros que los sobrevolaban. Una de las criaturas no tiene brazos, y dos águilas se estaban aprovechando de ello; se habían posado sobre los hombros del cadáver y le picoteaban la carne del cráneo. El muerto mostraba los dientes y lanzaba mordiscos en dirección a ellos, pero no le servía de nada. Le está bien empleado a ese cabronazo.

John y yo hemos intentado establecer cuál será nuestro siguiente paso, pero la seguridad de la torre nos ha hecho caer en un falso estado de calma, de semitranquilidad. Si tenemos en cuenta el alcance limitado de nuestro avión y que hay áreas radiactivas, supongo, es difícil tomar una decisión. No sé cómo pilotar un helicóptero, por lo que si encontramos una isla, necesitaré suficiente tierra nivelada para aterrizar. Ha pasado casi un mes desde que los muertos empezaron a andar. He apreciado signos de descomposición en algunos de ellos, pero hay otros que parecen haberla diñado hoy mismo.

Tengo curiosidad por saber cómo afectará la radiación ambiental a los no muertos. Estoy seguro de que al estar en contacto con ella se verán afectados, pero ¿qué efectos tendrá la radiación sobre los cadáveres? ¿Destruirá la radiación las bacterias que provocan la putrefacción natural del cuerpo? Me estremezco al pensar que las bombas que han lanzado pueden haber causado más daños que el bien que pretendían. Nos quedamos sin comida. Tal vez tengamos suficiente para una semana más. Debe de haber comida en algunos de los edificios que nos rodean, pero no estoy preparado para arriesgar mi vida para hacerme con ella; no tengo ninguna duda de que aún hay más criaturas atrapadas en los confines del perímetro.

He intentado evitar que el shock de todo lo sucedido me afecte durante mucho tiempo, pero no sé cuánto más voy a soportar antes de derrumbarme. Supongo que todo tiene que seguir su curso natural, pero no quiero que se me vaya la olla en el peor de los momentos. John sigue sin mejorar. Hoy he jugado con Annabelle, que lo necesitaba. Es una perrita muy buena; siente que tanto John como yo estamos al borde de la crisis nerviosa, pero no sabe qué hacer para ayudarnos. Hemos llegado a la conclusión de que uno de los dos tiene que vigilar el perímetro a todas horas. Voy a descansar un poco, y espero no tener la mente lo bastante embrollada como para no dormir. Mi turno empieza en cuatro horas.

11 de febrero.

17:13 h.

Con una variante del nudo llano, he atado tres sogas de nailon de 30 metros para crear una cuerda de escape, por si la necesitamos. Como he atado unos nudos más en medio de la cuerda, cada noventa centímetros, incluyendo los que unían una soga con la otra, la longitud de 90 metros se ha visto reducida; de todos modos, si la atamos al balcón y la dejamos caer, llega al suelo. Tengo la certeza de que esos engendros no pueden trepar, pero de todos modos la he recogido, la he enrollado y la he guardado ante la puerta del balcón atada a una cañería exterior que sobresale.

La valla todavía aguanta y los mantiene en el exterior, aunque el único motivo de que sea así es que no están seguros de que haya comida en el interior. Supongo que si nos viesen aquí dentro, si descubriesen dónde nos encontramos, derribarían la verja sin más complicaciones… John y yo no pasaríamos un buen día. Pero creo que estamos lo bastante alejados de la verja oeste como para que nos logren ver. Hoy he limpiado las armas y le he enseñado a John a manejar el CAR-15. También he descubierto un acceso al techo de la torre. Supongo que servía para que el personal de mantenimiento pudiese subir allá arriba para arreglar las numerosas antenas y receptores. He trepado por el acceso para comprobarlo. Está al menos tres metros por encima del balcón.

Soy consciente de que ha pasado más de un mes desde que se realizó alguna tarea de mantenimiento en cualquiera de los aviones, por lo que hoy he salido, me he acercado a hurtadillas al avión y he sacado los paracaídas del piloto y del copiloto, para comprobar que siguen en perfecto estado. Si tenemos problemas con el motor, al menos todavía tendremos una posibilidad de sobrevivir. No he visto a los engendros sueltos que hay dentro del cercado, al menos cuatro, a los que hay que sumar el paralítico, aunque tampoco he intentado localizarlos. Me he llevado los paracaídas a la torre. Los he inspeccionado correctamente, y al ver que no tenían ningún desperfecto me siento más seguro en caso de tener que hacer despegar el avión (el número 07) de nuevo, cuando nos acucie la necesidad. Sigo vigilando la zona oeste; sigo asegurándome de que la barrera aguanta.

12 de febrero.

19:13 h.

En el interior de la verja oeste hay pájaros muertos. Los he visto hoy con los prismáticos; he contado seis. No parece que se los hayan comido, es como si se hubiesen muerto allí. Están en el suelo, a poco más de un metro de la masa de engendros. No puedo distinguir qué especie de ave son: son negros, lo que elimina a la mayoría de aves de presa. Supongo que no es algo de lo que deba preocuparme mucho, pero aún pienso en las águilas negras que se posaron sobre los hombros de la criatura sin brazos y le arrancaban tiras de carne. Hoy no ha pasado nada más. La valla todavía aguanta.

Esta noche saldré para cargar el resto de munición y de víveres en la carlinga. Me moveré en completo silencio, y prestaré mucha atención a los muertos que no tenemos localizados y que vagan por el interior del perímetro. La única cosa que hace reaccionar a esas criaturas es la carne viva. No las he visto intentando comerse las unas a las otras. Hay algo que debe atraer a esos engendros fuera de mi vista. Annabelle duerme. Ojalá gozara de la despreocupación de un perro. La ignorancia es una bendición.

21:22 h.

Estoy temblando. No he tenido miedo a la oscuridad desde que era un niño, pero todos mis miedos se han recrudecido hoy. He cargado todos los objetos en la bodega del avión. Estaba nublado y la luna era casi nueva, por lo que la oscuridad lo envolvía todo. Y mis gafas se han ennegrecido del todo. Llevaba pilas conmigo, por si algo parecido llegaba a sucederme, pero no me imaginaba que se gastarían con tanta rapidez. He empezado a sacarlas, con torpeza, en medio de la oscuridad. Estaba a más de cien metros de la torre. Mientras seguía allí sentado, en la oscuridad, e intentaba encontrar cómo colocar las pilas, he empezado a escuchar el ruido de algo que se arrastraba. Mi mente me jugaba una mala pasada.

El miedo escalaba posiciones… Por fin he logrado colocar las pilas correctamente, me he puesto de golpe las gafas de visión nocturna en la cara y he ajustado el intensificador. Cuando la imagen, verde, granulada, se ha puesto en marcha, he comprobado mi perímetro. Nada. Toda esta situación ya me supera. He corrido hacia la torre, he subido la escalera y me he sentado. John examinaba uno de los mapas que encontramos hace unos días. Me he acercado para mirar por encima de su hombro y he visto el lugar que ha señalado con un círculo: Mustang Beach.

No está muy lejos de aquí.

13 de febrero.

20:13 h.

Fuera está muy oscuro. Hace mucho frío, sobre todo en el interior de la torre. Supongo que si volviésemos a encender las luces, el ambiente se caldearía un poco, pero las criaturas que hay al otro lado de la valla oeste se pondrían nerviosas. Lo más seguro es que las vieran. Al anochecer he ascendido por el acceso al techo y me he quedado absorto mirando las estrellas. No hay ninguna luz encendida en el interior del perímetro, John y yo nos dedicamos a apagarlas cuando vimos que los muertos empezaban a reunirse en masa en la verja oeste, por lo que la Vía Láctea se distinguía perfectamente.

Creo que John ya se está recuperando de su bajón emocional, que ya empieza a superarlo. Hoy incluso me ha hecho un par de bromas. No he abandonado la torre para nada, pero tendría que devolver los paracaídas al avión para que tengamos menos cosas que cargar el día que partamos. Todavía estoy asustado por lo de anoche, así que lo de los paracaídas tendría que esperar un poco. Aún me intriga lo que hay en la zona oeste para que las criaturas se amontonen allí y no en ningún otro lugar. Me encantaría poder disfrutar de comida de verdad. Cuando John comprobaba los canales de radio, ha oído una emisión de un avión de las Fuerzas Aéreas que sobrevolaba el área. Hay un dato clave que John me ha comunicado que me ha dejado preocupado: el piloto ha tenido que volver para ahorrar combustible. Ha insistido en las pocas reservas con que cuentan en la base. Todo esto indica que están racionando el combustible, así que están confinados en un área que no está del todo accesible. El gobierno, o al menos esa parte, está tan atrapado como nosotros.

Cada vez me parece mejor la idea de ir a una isla cerca de la costa de Texas. El único problema es que será difícil conseguir víveres suficientes con sólo dos personas inspeccionando los despojos.

14 de febrero.

14:40 h.

La verja está empezando a abombarse hacia el interior; no sé cuánto tiempo aguantará en pie. Ahora o nunca. He comprobado las mangas: sopla un fuerte viento de este a oeste que cruza el aeródromo. Despegaremos tan pronto como me salga de los cojones.