1 de febrero.
04:30 h.
Los tres, Annabelle incluida, nos hemos escabullido de casa a hurtadillas por la puerta trasera y hemos avanzado hacia el Hummer. Nuestros ojos ya se habían ajustado a la noche. Los de Annabelle también, porque nos ha advertido de la presencia de uno de los cadáveres oculto en las sombras. John me ha dicho que había notado cómo se le erizaba el pelo del lomo, la llevaba en brazos, y los dos hemos oído los quedos ladridos que soltaba al llevar el bozal.
Me he encargado de la criatura con un bate de aluminio y he seguido mi camino hacia el coche. Había algunos que deambulaban por la zona del vehículo, pero estaban a una distancia segura y hemos logrado montar en él. Incluso con las ventanillas cerradas oíamos el chillido de los señuelos sonoros. Los gemidos sobrenaturales de los no muertos se alzaban por encima del ruido de los reclamos.
El trayecto hasta el circuito ha sido tranquilo. He conducido a poca velocidad, con los faros apagados. Aparte de algunos choques de esas criaturas contra el guardabarros, no ha sucedido nada reseñable. La luz de la luna nos mostraba el camino.
Hemos llegado hasta la portezuela encadenada de la verja que lleva al circuito. He encendido los faros y he visto que la prensa-C seguía donde la había colocado. He salido del Hummer con el fusil preparado y me he aproximado al cercado; he desenroscado la prensa. Aunque no he visto a ninguno por los alrededores, podía olerlos y sentir su presencia en la distancia.
He vuelto a colocar la prensa cuando el Hummer ha atravesado la entrada. A un centenar de metros he distinguido la silueta de uno de ellos. No importa. Necesitarían ser un centenar o más para lograr derribar el cercado.
Hemos descargado el Hummer y hemos llevado los bultos al Cessna. He llevado a cabo las comprobaciones anteriores al vuelo y he preparado el avión para el despegue. Me he metido en la cabina y he comprobado el sistema de encendido del motor. No ha habido ninguna dificultad para ponerlo en marcha. Todo correcto con la presión y la cantidad de combustible. Hemos cerrado las puertas y he encendido las luces de despegue. Y me he acordado de lo que había encontrado allí hacía unos días. De aquel pobre mecánico apresado bajo una grúa; de aquel pobre hombre convertido en una cena.
Y me he acordado de mi enfrentamiento contra uno de ellos, y del bidón de aceite de 200 litros que hice rodar y que coloqué en la puerta principal, para evitar que nada más pudiese salir de allí.
Las luces de despegue apuntaban hacia la puerta. Estaba completamente abierta. El bidón había caído sobre un costado. Y en aquel momento he visto al habitante del garaje: con un golpe sordo en el cristal de la ventanilla del piloto, el engendro ha aparecido; babeaba, chupaba, presionaba los labios contra el cristal como uno de esos comealgas en un acuario. Me he cagado de miedo. No puedo creerme que me haya olvidado de comprobar el garaje hasta que he estado dentro del avión; eso podría haber supuesto mi fin. He empezado a rodar hacia el área de despegue. Aquel ser avanzaba tras el avión, y he intentado evitar golpearlo con el propulsor, ya que no quiero arriesgarme a que se produzca ninguna avería.
He colocado el acelerador en posición de máxima potencia y he dejado que la energética mezcla del combustible alimentase el motor. Hemos empezado a avanzar. Las luces estroboscópicas anticolisión hacían que el estadio pareciese inmerso en una tormenta eléctrica. Miré por el espejo retrovisor y distinguí a dos monstruos dentro del perímetro, acercándose a nosotros.
50 nudos… 60 nudos… 70 nudos… He tirado de la palanca de mando y he empezado a elevar el aparato. Faltaba poco. El motor ha gemido por la presión cuando lo he puesto a la máxima potencia. Juraría que el tren de aterrizaje ha topado contra una de las gradas cuando empezábamos a sobrevolar las hileras de asientos.
Estábamos en el aire, en dirección sur-sureste hacia Corpus. Antes de salir de casa y coger el Hummer, John y yo hemos escuchado la tele y la radio, y hemos comprobado que no hubiese otra bomba nuclear destinada allí, con nuestros nombres escritos en ella. Pero no, no había ningún cambio en el nombre de las ciudades que aparecían en la zona inferior de la pantalla.
Supongo que Corpus no es lo bastante grande. De todas formas, sé que tienen las suficientes bombas atómicas para atacar todas las ciudades… supongo que lo que les faltan son pilotos.
Durante el trayecto, podíamos distinguir el débil resplandor de algunos faros en la carretera interestatal. ¿Serían otros supervivientes evacuando? Aterrizar en la carretera para ayudarles no serviría de nada, y lo más seguro es que tanto John como yo acabásemos muertos.
Volaba a 2100 metros, y seguía las Reglas de Vuelo Visual por costumbre. No creo que podamos chocar con otro aparato en el aire, ya que supongo que debo de estar en el único avión pilotado de toda Norteamérica, pero estoy seguro de que hay varios Predator no pilotados patrullando el cielo, informando del estado de los cada vez más numerosos muertos de la Tierra. A medio camino de Corpus he visto algo que no esperaba… Luces, luces eléctricas de verdad. Los incendios son algo habitual, a diferencia de la electricidad.
Según las cartas de vuelo nos acercamos a «Beeville, Texas», donde hay un pequeño aeródromo municipal. He comprobado el combustible y he determinado que nos iría justo, así que John y yo hemos decidido enviar un mensaje al aeropuerto, que tenía luces, para ver si podía aterrizar sin problemas. Sobrevolábamos la interestatal, en dirección sureste, cuando he virado hacia el aeropuerto municipal de Beeville. Milagrosamente, los satélites GPS siguen en funcionamiento, por lo que he introducido las coordenadas (28-21,42 N / 097-47,27 O). El monitor verde apuntaba en la misma dirección a la que yo me dirigía; íbamos bien.
Hemos llegado al aeropuerto unos ocho minutos después, como nos había indicado el GPS, y he bajado a 250 metros de altura para evaluar las pistas de aterrizaje. Están construidas de noroeste a sureste, y me he decidido por la pista 12, ya que el viento jugará a mi favor. Las luces de aproximación seguían encendidas, por lo que estaba convencido de que lograría aterrizar nuestro avión siempre y cuando no hubiese algún objeto extraño aparcado en medio del asfalto. Tras la pasada de inspección, he hecho que el avión virase para iniciar el aterrizaje. Al sobrevolar la zona, había localizado un camión de combustible cerca de la calle de rodaje.
He aterrizado el Cessna y he rodado hasta estar cerca del camión. He dejado el avión en marcha y lo he rodeado por la parte trasera, hacia el camión. Llevaba el fusil preparado por si algo iba mal. He encendido la linterna LED y su resplandor ha iluminado toda el área alrededor del camión. Me había olvidado de apagar las luces anticolisión, que me dejaban ver fogonazos de la zona cada dos segundos.
Me he acercado a la manguera, la he sacado de su soporte y he comprobado la presión de la bomba de combustible. Parece que no la habían apagado. No importa, porque no agotará la batería a menos que bombee constantemente. El camión llevaba bastante combustible como para cruzar el país dos o tres veces. Lástima que no me lo pudiese llevar todo. He vuelto al avión y he destapado el depósito del ala con ayuda de una palanca de madera que había en la puerta. No quería arriesgarme a que saltara ninguna chispa. Normalmente no repostaría con el motor encendido, pero tampoco quiero correr el riesgo de que este pajarito decida no volverse a poner en marcha. He llenado los depósitos a tope, hasta que el combustible ha empezado a rezumar por el ala. He vuelto a colocar la manguera en su soporte en el camión y he vuelto hacia el aparato. Con el ruido del motor no podía oír nada… pero mientras volvía hacia el Cessna, John hacía gestos frenéticos y señalaba hacia mí. Ha saltado del avión y se me ha acercado corriendo. Yo me he dado la vuelta y he alzado el arma por instinto. Justo a tiempo.
He apretado el gatillo y ha salido una bala a bocajarro que ha decapitado a la criatura. Es una suerte contar con John a mi lado, porque este saco de pus de dos metros tenía la altura exacta para arrancarme un trozo de cuello de un mordisco sin que yo me diera cuenta de qué era lo que me había golpeado. Ahora se había convertido en un pastel de gusanos que se estremecía entre convulsiones en el suelo. John me ha mirado preocupado y ha vuelto corriendo al avión, junto a Annabelle. A la perra no le gusta volar, y ya había vomitado dos veces durante el vuelo.
Hemos despegado y reemprendido nuestro viaje hacia Corpus. Según la carta de vuelo, está a 230 kilómetros de San Antonio. Necesitamos una distancia de seguridad mínima de 240 kilómetros. A las 3.15 ya volvíamos a estar en el aire, lo que se traducía en que quedaban seis horas y cuarenta y cinco minutos para que los bombarderos soltaran su carga. Una hora después de haber abandonado Beeville ya nos encontrábamos en el espacio aéreo de Corpus. Nuestro destino era la estación aérea de la Marina que hay al este de la ciudad, en la que seguramente sí que estaremos a la distancia de seguridad mínima de la zona cero. La estación aérea de Corpus Christi es una base de entrenamiento. Los aparatos que encontraremos allí no tienen importancia táctica; tan sólo son aparatos con un único motor de turbohélice.
Las luces de la base seguían encendidas. Deben de estar usando un generador. La mayoría de bases tienen fuentes de energía alternativas para contrarrestar el efecto de un ataque enemigo sobre la red de suministro. Cuando sobrevolábamos la base, hemos podido ver las consecuencias de la destrucción. El perímetro de la base había sido rebasado; había cientos de ellos pululando por la zona. Lo de siempre. He comprobado el aeródromo. Las luces de la torre siguen encendidas, y con sus señales blancoazuladas sueltan destellos.
Las luces del interior de la torre también están encendidas, pero no he podido ver nada de movimiento dentro del perímetro del aeródromo cuando lo hemos sobrevolado; hay una verja que separa el aeródromo de los edificios de administración y la torre. He distinguido unos cincuenta o sesenta aparatos de un solo motor aparcados en las calles de rodaje. La mayoría eran T-34c Turbo para los entrenadores y T-6 Texans. Me gusta; estoy familiarizado con los T-34c y todos llevan paracaídas, a diferencia del Cessna. Hemos decidido aterrizar cerca de la torre, y pasar la noche refugiados en ella. Cuando hemos tomado tierra, he apagado rápidamente el motor; no quiero atraer a muchos engendros de ésos. La puerta de la torre estaba cerrada, pero no habían pasado el cerrojo. Como sospechaba, la torre está del todo abandonada. No hay señales de vida… ni de muerte. Hemos acarreado al interior comida y agua, y nuestras armas. Hemos cerrado y asegurado la puerta a nuestras espaldas. Es una gruesa puerta de acero. Aguantará.