LAS BODAS DE FÍGARO

20 de enero.

22:23 h.

Situación: nefasta… Cuando nos hemos despertado esta mañana, John y yo hemos empezado a hablar enseguida con el walkie talkie. Cuando me he asomado a la ventana, he visto que la cosa había empeorado mucho. Eran sólo las 7.00, y alrededor de casa de John debía de haber alrededor de cien de aquellas criaturas, llenaban la calle y formaban una barrera humana ante su casa. He cogido el fusil, he comprobado que funcionase correctamente, me he colocado la funda de la pistola y me he preparado para la batalla. Me he puesto los guantes, el casco y el traje de vuelo, y he conectado el transmisor de John a un auricular. John no tenía ni idea de que sus esfuerzos para librarse de ellos acabarían con tantas criaturas allí, atraídas por el ruido. Le he pedido que aguante, he quitado la barricada de la puerta trasera, he salido, he lanzado una toalla de baño vieja sobre los cristales de mi propia valla y he saltado por encima.

Con mi fusil, he apuntado con cuidado a los que tenía más cerca, o a los que se encontraban en el perímetro exterior del círculo que formaban; suponía que esto tal vez frenaría el avance de los demás al tener que superar los cadáveres de los ya derribados. Sólo tenía cuatro cargadores, es decir, 116 proyectiles. He disparado una bala tras otra a los cráneos de esas cosas. Pensaba que los mataría al instante, pero no ha sido así. Algunos tiros directos ni siquiera les han alcanzado el cerebro, sino que han seguido el perímetro del cráneo hasta salir por la parte trasera. Por cada diez disparos, sólo he matado a ocho o nueve.

La masa de monstruos ha empezado a avanzar con lentitud hacia mí mientras yo intentaba atravesar un suelo cubierto de cadáveres. No tenía otra opción. Tenía que huir. He recorrido varias manzanas, pero sólo he logrado encontrar más criaturas de éstas. Toda esta zona se ha convertido en una ciudad muerta. Lo siento en el aire; las vibraciones de sus gemidos reverberan en mi pecho, como si fuese la música de una banda barata en un local nocturno. Me estaban cazando. El refugio más cercano que he logrado encontrar ha sido una gasolinera. Mi cuerpo rebosaba adrenalina. Si les doy cuartel, me devorarán.

He trepado por una tubería de gas que sobresalía en la pared de la gasolinera y me he quedado sobre el techo. Por los gemidos y el movimiento que apreciaba a lo lejos, he llegado a la conclusión de que era hombre muerto, de que vivía el tiempo de prórroga. Me quedaban sólo unas treinta balas (un cargador y unas pocas más), así que he decidido sacar una del cargador y reservarla para mí.

He empezado a disparar. He intentado dar siempre en la cabeza. Cada vez acertaba menos y fallaba más, como si la niebla de la guerra se apoderase de mi puntería, o tal vez sólo estuviese cayendo víctima de una depresión, similar a la de alguien que acaba de descubrir que es seropositivo.

Ha sido entonces cuando he oído a mi salvador. He vislumbrado un coche que se acercaba por mi calle. He seguido disparando. El coche se ha dado cuenta y ha virado en dirección a mí. Era John. Ha rodeado la gasolinera y ha parado el coche en uno de los laterales. Cinco seres se acercaban; me he cargado a tres antes de que se me agotasen las balas. Tenía que recurrir a mi pistola. He saltado del techo, me he acercado a ellos y he disparado contra los dos últimos a quemarropa, al estilo de un ejecutor. Una niebla marrón oscuro ha empapado el aire tras los cráneos. Yo me he alejado de ella, ya que temía que me pudiese infectar, y he saltado al interior del coche, con John. No nos hemos estrechado las manos; John me ha preguntado si quería volver a casa, pero yo era consciente de que si volvíamos allí, sólo conseguiríamos atraerles. Él se ha mostrado de acuerdo. Entonces se me ha ocurrido un plan: le he preguntado a John si podía desprenderse de su coche. John me ha contestado con una sonrisa: «¿Qué se te ha ocurrido, marinero?».

Le he pedido que continuase conduciendo. Las criaturas nos seguían. Le he indicado que se dirigiera a un punto no muy alejado de nuestras casas. He comprobado el tipo de música que John escucha en el coche: es un tío conservador. Al rebuscar entre los CD, he encontrado lo que buscaba. Sería perfecto. Hemos llegado a nuestro destino: un aparcamiento enorme al lado de una fábrica cerrada. Hemos aparcado y le he indicado a John que mantuviese el motor en marcha. He puesto el CD, he bajado las ventanillas y he abierto todas las puertas. Lo he puesto todo en marcha, hasta los limpiaparabrisas. He subido el volumen lo máximo que he podido sin llegar a fastidiar los altavoces. John y yo hemos agarrado nuestras armas y nos hemos dirigido a un punto seguro, a unos cuatrocientos metros del coche.

Las bodas de Fígaro llenaban el aire del aparcamiento y toda la zona adyacente. Finalmente, la masa de muertos vivientes ha doblado una esquina y ha visto el coche. Su tambaleante forma de caminar se ha acelerado cuando han visto lo que sus ojos en blanco, lechosos, anhelaban ver. Han rodeado el coche y se han metido dentro. John y yo no hemos perdido más tiempo. Cuando hemos visto que nuestro plan funcionaba, hemos seguido nuestro camino.

Al dirigirnos a casa, le he comentado a John que no estaba seguro de que esos seres pudiesen sobrevivir a aquella música. Se ha reído mientras seguíamos avanzando. Nos hemos cruzado con una docena de criaturas, pero como nosotros caminábamos con sigilo, no nos han detectado. Y ahora aquí estoy, media botella de whisky después. Aquí estoy, mirando la bala que he reservado para mí… ¿Vale la pena vivir así?

21 de enero.

21:43 h.

He tenido tiempo de recomponer mis pensamientos, de recuperarme de la catástrofe de ayer y de la resaca de esta mañana. John y yo hemos decidido que es mejor que nos mantengamos en casas separadas porque nunca es una buena idea «guardar todos los huevos en la misma cesta». No queremos acabar los dos muertos porque asedien una casa. Los sucesos de ayer me afectaron mucho. Estuve a punto de morir. Si John no me hubiese encontrado, o si hubiese decidido no salir en mi busca, me podría haber quedado allí arriba, muriendo de deshidratación, escuchando los gemidos de los muertos, hasta tomar la determinación de terminar con todo.

Debía de haber unos quinientos cadáveres revoloteando alrededor del coche cuando John y yo nos alejamos del aparcamiento. Anoche, acostado en la cama, todavía podía escuchar el débil sonido de la música de Mozart cuando el viento soplaba en la dirección adecuada. Ya no se oye. Sólo puedo conjeturar cuánto tiempo tardó el motor encendido en consumir toda la gasolina o la batería en agotarse con la radio encendida. Ahora mismo las calles están despejadas, pero no hay forma de saber cuánto tiempo seguirán así. Estoy seguro de que cuando el sonido que los atraía hacia el coche se apagó, se dispersaron de nuevo. Es cuestión de tiempo hasta que el azar los vuelva a traer hasta aquí.

John y yo hemos hablado un poco. Anoche, antes de separarnos y refugiarnos en nuestras respectivas soledades, justo después del incidente con Las bodas de Fígaro, John corrió al interior de su casa y me ofreció unos cuantos paquetes más de pilas para el walkie talkie. Era evidente que deseaba hablar, pero hasta hoy no me he acercado al aparato. John sabía que yo estaba destrozado. Hoy he podido conocerle un poco mejor: Es ingeniero, lo que explica su alocado plan con la goma elástica. Se sacó un Máster en Ingeniería Mecánica en Purdue. Me ha contado que trabajaba para Execu-Tech.

Se siente culpable por el probable destino de su hijo, ya que lo presionó para que asistiera a la misma universidad que su viejo. Mi respuesta fue que no importaba en qué rincón del mundo se encontrase cuando todo esto sucedió. Por lo que parece, es igual de malo en todas partes.

Tras la debacle de que fui testigo anoche, soy consciente de que no muchos habrán podido o habrán querido sobrevivir a la situación. Sólo me quedan 884 balas para mi arma del calibre .223. Si descienden por debajo de 500 me consideraré en una situación crítica, teniendo en cuenta que allá fuera debe de haber unos mil. O incluso más. No puedo convertir esto en una guerra de guerrillas. Ni siquiera obtendría una victoria pírrica.

John y yo nos veremos de nuevo mañana si la calle continúa despejada. Tenemos que planificar una misión de exploración, aventurar qué víveres creemos que podemos conseguir. Es posible que éstos sean nuestros últimos días aquí. Estoy firmemente convencido de que el gobierno se ha derrumbado. Hemos descartado completamente la opción de la plataforma petrolífera, ya que para lograr alcanzarla tendríamos que atravesar innumerables kilómetros de un terreno dominado por completo por los muertos. Cuando salgamos, si es que salimos, tenemos que seguir un plan realista y dirigirnos hacia una localización defendible.

Es imposible aislar nuestro vecindario con esas cosas vagando a nuestro alrededor. Lo único que se me ocurre sería conseguir algunos remolques y aparcarlos en los extremos de la calle; a continuación, colocar a su lado otro remolque, pero del revés, para evitar que se puedan arrastrar por debajo. Podríamos tapar los últimos huecos con vehículos más pequeños. Pero este plan es una locura; antes de que lográsemos conducir el primer remolque hasta su destino, la calle estaría a rebosar de criaturas de ésas. Lo que daría ahora por un hidroavión con el depósito lleno de combustible. Me pregunto qué tal aguantará la base. Supongo que las puertas siguen en pie. En el peor de los casos, se habrán llevado a los supervivientes en los aviones más grandes (737) a algún lugar seguro antes de que los muertos puedan entrar. Necesito algo de tiempo para sacar más ideas. Buenas noches, diario.

22 de enero.

22:40 h.

Ha venido John. Hemos decidido que es mejor trazar un plan hablándonos cara a cara que intentar coordinar nuestros esfuerzos por radio. Está en la cocina, dando de comer a su perra. John y yo intentaremos encontrar un avión que siga en condiciones de volar. Hemos pasado el día preparando lo indispensable, y saldremos con las primeras luces del día. John dejará a la perra encerrada en el sótano con agua y comida para cinco días. Lo bueno es que no la oirán aunque ladre desde el sótano. Me sabe mal por ella, pero el mundo ya no es lugar para el mejor amigo del hombre. Mientras estemos fuera, intentaré encontrar más armas.

Algo que debo tener en cuenta es llevarme el cargador de baterías. Mi coche no sobrevivirá a la escapada. Nuestro plan es salir de aquí bien pronto con mi coche, el de John ha quedado inservible, y localizar enseguida un medio de transporte alternativo. Lo mejor sería algún tipo de vehículo militar, el que sea. Lo ideal sería un carro de combate, pero hay las mismas posibilidades de encontrar uno, que de que me salgan monos voladores del culo. No sé si los satélites GPS seguirán funcionando sin mantenimiento humano. Si logramos encontrar un avión, no me importaría estar respaldado en la navegación por un GPS. Mientras estemos fuera seguiré escribiendo el diario. Creo que volveremos en tres días, que no nos alejaremos más de quinientos kilómetros. Nos dirigiremos hacia una población cercana, Austin, Texas. No llegaremos a entrar en la ciudad, sobre todo después de mi aventura sobre la gasolinera del otro día. Todavía me estremezco y huelo pólvora y sudor cuando pienso en ello.

23 de enero.

06:00 h.

John y yo nos vamos. Cambio de planes: volveremos en dos días, no en tres.

10:00 h.

Hemos salido esta madrugada, alrededor de las 6.00. Ya estamos a la altura de Universal City. He cargado el coche mientras seguía en el garaje; quería evitar que se presentasen invitados no deseados. He puesto en marcha el motor, que aunque ha tosido un poco, al final se ha encendido. En el Volvo no había mucho espacio, por lo que nuestra primera misión era encontrar un transporte más viable. Hemos llegado al Loop 1604. Creo que en mi vida había presenciado una situación tan caótica. La carretera estaba sembrada de vehículos abandonados. La he examinado con mis prismáticos: los he desplazado de izquierda a derecha, y lo que he visto ha sido completamente perturbador. Me recordaba a las imágenes que emitían las cámaras de tráfico, parecía que hubiesen pasado semanas desde aquello. Algunas de aquellas criaturas estaban atrapadas en su interior, con los cinturones de seguridad abrochados. Tenía todo el aspecto de que algunas personas habían dejado las ventanillas bajadas, que los habían atacado y después se habían reanimado. Hemos encontrado lo que buscábamos, aunque el color no era el ideal.

Un Hummer H2 de color amarillo chillón estaba de través en la carretera, con la puerta del conductor abierta. Hemos aparcado mi coche fuera de la vista, hemos empuñado nuestras armas, hemos agarrado el cargador de baterías, y hemos empezado a bordear la loma que rodea el Loop 1604. El único movimiento que hemos percibido ha sido el de unos seres a bastante distancia, aparte de los que se removían atrapados en los vehículos.

Al llegar al H2 he visto algo que nunca olvidaré. Una sillita atada en el asiento trasero. Le he pedido a John que esperase mientras yo me aproximaba, ya que él es o era padre y no quería que viese algo así.

He abierto la puerta trasera del vehículo. Y allí estaba: la carcasa de un niño humano, que se revolvía en su sillita e intentaba agarrarme. Los círculos negros alrededor de sus ojos los hacían parecer orbes. Tenía ganas de gritar mientras desataba la sillita y la colocaba a una buena distancia, a una distancia segura. Cuando me he sentado en el asiento del coche y he vuelto a alzar la mirada, la he visto. Una mujer desfigurada, vestida con unos tejanos, una camiseta y botas se acercaba. Estaba a tan sólo unos metros de nosotros.

Cuando me ha descubierto, ha empezado a caminar hacia mí. Un gemido agudo brotaba de su cuerpo en descomposición. He empezado a pensar en cuál sería la forma más silenciosa de encargarme de ella. Tendríamos que encender el motor del Hummer con las pinzas; la puerta del conductor había estado abierta días, o tal vez semanas, por lo que la luz piloto había estado encendida.

El cadáver de la mujer se acercaba pausadamente, pero a ritmo constante. He echado un vistazo al interior del Hummer. Había un cojín en el asiento del copiloto; lo he agarrado rápidamente, me he quitado el cinturón y he enrollado el cojín al cañón de mi CAR-15. El cinturón me ha permitido sujetarlo con firmeza. La mujer ya había llegado hasta mí, por lo que he tenido que disparar. Cuando sus deformados labios han empezado a mostrarme sus dientes amarillentos, he apretado el gatillo.

El arma no ha emitido más ruido que el de una palomita de maíz al estallar cuando la cabeza del monstruo ha explotado, y ha liberado tras ella una niebla oscura. Ha dejado de existir. Me he arrodillado hacia el niño pequeño. Me he quedado sentado en el suelo, meditabundo, valorando qué debía hacer. Si existe un dios en el cielo, espero que me perdone. He acabado con la joven criatura con el cuchillo. No creo que sea necesario extenderme más sobre esto.

Tras este encuentro, he tirado el cojín de nuevo sobre el asiento y le he hecho un gesto a John para que se acercase. No veía ningún peligro inmediato en el área, aparte de uno que seguía en el interior de un coche, a unos seis metros, y que no dejaba de retorcerse. John acarreaba el cargador portátil de baterías, se trata básicamente de una batería cargada, con cables para conectar a la gastada. He quitado las sujeciones del capó, me he inclinado a través de la puerta del conductor y lo he abierto. He vuelto a entrar en el coche, para buscar las llaves. No había llaves. Me he quedado sentado y he pensado durante un minuto.

¿Qué había sido del conductor de aquel vehículo? ¿Había sido tan egoísta que había dejado a su hijo en manos de aquellas criaturas? Tras pensarlo cuidadosamente, he llegado a la conclusión de que seguramente los padres no habían abandonado al pequeñín. He vuelto a mirar el interior del coche; había un ambientador de pino de color rosa colgando de la ventanilla trasera. He mirado al suelo, hacia el monstruo que acababa de matar; le he registrado los bolsillos hasta encontrar las llaves del H2 y el carnet de conducir. Siento lo de su hijo, señora Rogers.

He introducido la llave en la ranura y la he girado para encender el motor. Lo que pensaba. Muerto. He cogido el cargador y lo he enganchado a la batería mientras John giraba la llave. Ha rugido, vivo de nuevo. Hemos comprobado la gasolina. Quedaba poca. John se ha encaramado en el asiento del copiloto y nos hemos puesto en marcha. Hemos dado una vuelta completa y nos hemos dirigido hacia mi coche. Al ascender por el terraplén me he dado cuenta de que habíamos atraído algo de atención no deseada. Calculo que debía de haber unos veinte tambaleándose hacia nuestro vehículo. Estaban a casi trescientos metros. He detenido el Hummer cerca de mi coche y he cargado los paquetes en el maletero de nuestro nuevo vehículo, antes de dirigirnos al sitio más cercano donde proveernos de gasolina. Tanto John como yo éramos conscientes de que los surtidores no funcionarían sin electricidad, por ello hemos cogido una manguera para poder extraer la gasolina.

Hemos recorrido algo más de tres kilómetros y hemos esquivado los coches detenidos en la carretera, hasta llegar a una carretera secundaria. Hemos virado por ella. A un kilómetro de la entrada hemos encontrado un coche que no tenía sistema de seguridad en el depósito. Las luces de advertencia estaban encendidas; seguramente llevaban semanas parpadeando. He aparcado el H2 en una posición que nos facilitase la tarea. Hemos extraído hasta la última gota del coche, pero sólo hemos conseguido llenar medio depósito. Como todas las gasolineras están cerradas, nos tendremos que conformar con esto.