VERDAD Y CONSECUENCIAS

1 de mayo.

14:24 h.

No dejo de repetir en mi mente el sonido que oí anoche. Parecía surgir del interior del complejo, pero tras realizar una concienzuda inspección de todos los rincones, no encontramos nada. Esta mañana eso ha cambiado. Empezamos al oír un golpeteo intermitente, fuertes porrazos, que provenían de nuevo del interior de las instalaciones. Hemos comprobado, otra vez, las cámaras para asegurarnos. «¿Por qué no las miramos todas, por si acaso?», ha sugerido John después de meditar durante un minuto. Yo me he mostrado de acuerdo y hemos empezado a pasar las imágenes de todas las cámaras del interior del complejo.

Todas las imágenes parecían despejadas, hasta que hemos activado la cámara del silo de misiles. El lanzamiento debió de enturbiar la lente, porque la imagen no se veía muy clara. John ha intentado activar el modo nocturno, pero parece ser que la cámara no está diseñada para esa función.

Hemos seguido observando. Una figura oscura, alta, se movía frente a la cámara, y, en ocasiones, bloqueaba la vista. Después se han oído otra vez los ruidos. Fuera lo que fuese, golpeaba las paredes del silo. He decidido subir y mirar por el hueco de éste, aunque evitando la posibilidad de ponerme en una posición peligrosa, o letal.

He agarrado mi fusil y he empezado a ascender la escalera de la salida alternativa, la que desemboca en el helipuerto y en el agujero del silo. El aire fresco de mayo ha entrado cuando he abierto la puerta sellada. He salido bajo la luz del sol y he ajustado mis ojos a la iluminación. Lo primero en lo que me he fijado ha sido en la puerta de la verja. No estaba cerrada. Me he acercado a ella, y he mirado si la habían forzado. No había nada mal; lo único era que había tierra en las teclas. Por la información que tenía, cualquiera de nosotros podría haberlos pulsado con las manos sucias, así que lo he ignorado y me he acercado al agujero que se abre en el suelo.

Con miedo a que el viento me empujase al interior del pozo, me he estirado en el suelo boca abajo y he asomado la cabeza por el borde. He mirado al fondo y he visto por fin la fuente de los extraños ruidos que oímos ayer y esta mañana. En el fondo del silo había un miembro de la Fuerza Aérea destrozado; su brazo mostraba numerosas fracturas y tenía la piel podrida atravesada por astillas de hueso. Aquella espeluznante criatura ha visto la sombra que proyectaba y ha intentado ascender hasta su cena por la escalerilla.

Casi me he reído de la criatura al verla intentar subir. Supongo que se rompió el brazo, se lo dislocó con la caída. La falta de coordinación le obligaba a colocar el pie en el primer peldaño y luego volver a caer de espaldas.

Este antiguo militar no muerto iba vestido con el mismo uniforme que los dos cadáveres que encontramos cuando llegamos aquí. Si sumamos esto al hecho de que alguien ha tenido que introducir el código de apertura, me he supuesto lo peor. Esto sugiere que estas criaturas mantienen más que sus recuerdos residuales primitivos. Este soldado debía de estar destinado aquí, debe de hacer meses que murió… sólo para tambalearse hasta aquí esta noche y recordar cómo teclear un código de cinco dígitos para entrar.

Ahora me tocaba encargarme de él. No podía arriesgarme a disparar mi arma desde aquí arriba, así que he decidido descender por el hueco del silo y dispararle desde la mitad del camino. No me entusiasmaba mucho la idea, pero prefería hacerlo así que llamar la atención de legiones a las puertas del complejo.

He colgado las piernas por el borde y he empezado a descender, con el arma colgada al hombro. A medio camino me he detenido con el arma preparada. La criatura estaba rabiosa; lo único que deseaba era que me cayese, que me rompiese las piernas… Estaría indefenso y me devoraría. Pensando más en esta criatura que en mí, he apuntado y la he destruido.

Le he comunicado a John las novedades. Estaba preocupado por la puerta de la verja, por si la criatura la había abierto. Quiero registrarle los bolsillos, pero no estoy de humor para bajar hasta allí, así que lo dejaré abajo hasta mañana. Después lo subiré y dispondré del cadáver.

4 de mayo.

21:09 h.

Hoy mi madre habría cumplido cincuenta años. He perdido toda esperanza respecto a la supervivencia de mi familia. Hemos cambiado el código de la cerradura exterior, por si acaso se acerca otro visitante. El día después a nuestro encuentro con el amigo saltapozos, John y yo decidimos registrarle los bolsillos. No había nada… aunque sí tenía algo que me llamó la atención. En su brazo izquierdo llevaba un reloj Omega que parecía nuevo. De nada serviría desperdiciarlo.

Su reloj estaba retrasado una hora con respecto al mío, seguramente porque la criatura ha sido incapaz de cambiar la hora para ahorrar energía. Aparte de eso, funciona a la perfección. Es automático y el movimiento del cadáver es lo que lo ha mantenido funcionando. Un buen hallazgo.

Esta noche aprovecharé la oscuridad para ir a comprobar el estado del avión. Hoy he jugado con Laura, y he sacado a Annabelle a dar un paseo. Las he dejado que corriesen con libertad mientras yo reparaba la débil estacada que rodeaba las compuertas de lanzamiento. Se había caído de un lado; era donde el cadáver había tropezado.

El viento ha cambiado, y Annabelle ha podido olerlos. El pelo del lomo se le ha erizado y ha empezado a ladrar. He señalado a la perra y después a Laura, para que la cogiese. Ha sido divertido ver cómo Laura intentaba capturar a Annabelle mientras ésta se retorcía. Por hoy, ya han estado suficiente en su mundo, supongo. Hemos vuelto al interior.

7 de mayo.

20:36 h.

Aunque el sonido de la lluvia de esta tarde no se oye desde el interior del complejo, sé que llueve, igual que sé que los muertos gimen en el exterior. Los truenos y los rayos han caído cerca de las instalaciones. Las imágenes del circuito cerrado se quiebran cada vez que un rayo golpea cerca de nosotros. Supongo que ninguna tormenta puede afectarnos aquí bajo tierra; de todos modos, apuesto a que un tornado se cargaría la alambrada del perímetro.

Entre interferencias, hemos podido contemplar las hordas de no muertos del exterior. El viento derriba a muchos, y otros caen a causa de los tropezones con sus colegas cadáveres. Ayer estuve revolviendo por la sala de estar, y encontré un libro de Margaret Atwood, Oryx y Crake. He leído casi toda la noche y la mayor parte de hoy. Supongo que la situación es paralela a la que estoy viviendo yo, aunque parezca extraño. No hace falta que cuente mucho de qué va, ya que el resto del grupo seguramente también lo leerá. Supongo que es deprimente. John y yo hemos escuchado la cháchara que se oía en las radios de alta frecuencia. No es que no se escuche bien la señal, sino que parece que las personas que hablan usan una especie de código y recortan palabras. Qué optimista por su parte pensar que a alguien le importa una mierda.

Tara y yo hemos hecho un poco de ejercicio esta mañana: abdominales, flexiones, saltos laterales… «No nos detendremos hasta que no se nos detenga el corazón». Esta frase despierta en mí recuerdos del instructor de los Marines, cuando estaba en la academia militar. Era todo un cabrón. Me juego lo que sea a que seguramente sigue vivo, y que se las está haciendo pasar putas a alguien.

10 de mayo.

19:53 h.

Durante la noche del día 8, algo causó que los no muertos de la puerta principal del complejo se alejasen durante unas horas. Los observé por las cámaras exteriores, y me fijé en que su atención estaba dividida. Sus cabezas giraban con aquella expresión familiar que indica que hay comida disponible. Los centenares que se veían en la pantalla se fundieron con la noche. No sé qué es lo que perseguían. William y yo teorizamos que debía de tratarse del mismo grupo de gente que nos disparó cuando montamos en el avión. Tiene sentido que se hayan acercado a explorar esta área, sobre todo si tenemos en cuenta que es muy valiosa para refugiarse en ella.

Hemos oído más conversaciones en los canales de alta frecuencia. He logrado comprender las siguientes palabras: banda, ofensiva y perímetro. No estoy seguro del orden en que las pronunciaron, pero pueden significar muchas cosas distintas. Ahora contamos con unos cuantos millares de balas que encontramos en el armario del arsenal, pero no creo que podamos repeler a los intrusos si nos superan ampliamente en número. Si rompieran las defensas del complejo, podrían vencernos.

Las chicas han aprendido a apuntar con los fusiles, pero necesitarían practicar con disparos de verdad para ser al menos un poco competentes. Sería una locura hacerlo en algún lugar cercano al complejo, ya que lo único que lograríamos sería atraerlos a nuestra posición y sin duda nos verían huir a través de la verja. Comenzaré a preparar una salida con Tara y Jan para asegurarme de que pueden disparar con fusiles de asalto cuando haya llegado el momento.

He oído que Jan empezaba a enseñarle a Laura nociones básicas de matemáticas. Supongo que como no hay ningún colegio al que acudir no es una mala idea que Laura aprenda un poco. Annabelle engorda a causa de la falta de ejercicio y de pienso para perros.

14 de mayo.

22:09 h.

El día 11 me llevé a las chicas a una pequeña excursión. Nos alejamos un kilómetro y medio del complejo, de manera que todavía veíamos las puertas de entrada a lo lejos. Fuimos William, Jan, Tara y yo mismo. Llevábamos a Jan y a Tara con nosotros para enseñarlas a disparar los M-16 que habíamos conseguido en el arsenal. En lugar de malgastar la munición, decidí que, para practicar, dispararan contra los cadáveres reunidos ante las puertas principales. Avanzamos hacia la entrada principal, hasta que estuvimos a unos quinientos metros, y con un campo de visión claro.

Yo los miraba con los prismáticos mientras William vigilaba a nuestras espaldas. Jan y Tara ya habían cargado las armas, y llevaban con ellas algunos cargadores más. Había llegado el momento de disparar de verdad las armas. Tiraron atrás los percutores; oí los chasquidos cuando las balas entraron en la recámara. Apuntaron. Me tapé los oídos con balas de 9 mm. Como no había nada a lo que apuntar, simplemente dirigieron sus disparos al centro de la masa que formaba la multitud. Con los prismáticos logré ver que algunos caían, mientras que otros levantaban nubes de polvo marrón en los lugares en que las balas les habían golpeado. Pero ellas no eran las únicas que habían venido a practicar. Había llegado mi turno.

William, Jan, Tara y yo esperamos a que la enorme formación de cadáveres empezara a desplazarse hacia el origen de los disparos, a que se alejaran del Hotel 23. Las chicas continuaron cargándose a algunos de los tambaleantes seres, mientras yo cargaba el M-203 que llevaba mi M-16. Nunca había disparado una granada con uno de estos cacharros, pero me había empollado el manual en los últimos días.

Un grupo de al menos trescientos seres se abría camino hacia nuestra posición; en ocasiones uno o dos se separaba de la formación. Había un número todavía mayor tras este grupo, pero parece ser que al final también percibieron que sucedía algo y se pusieron en marcha, hacia nosotros. El primer grupo estaba a unos doscientos metros cuando disparé la granada. No conocía las características de aquella arma, así que compensé demasiado el retroceso y lancé la granada entre el grupo de trescientos y el grupo posterior. Me cargué a seres de los dos grupos. Las chicas disparaban, apuntando a las cabezas. William comprobaba nuestros flancos; confiaba en que nosotros éramos sus ojos delanteros.

Coloqué el segundo proyectil en el lanzagranadas. Esta vez apunté justo en el centro del grupo más cercano. La bomba explotó y envió a la mierda al menos a cincuenta. La onda expansiva tumbó a la mitad; muchos de ellos volvieron a levantarse con dificultades. Ahora que conocía las posibilidades del arma y las chicas habían adquirido experiencia real con los M-16, había llegado el momento de volver. Desaparecimos tras la línea de árboles, trazamos un círculo, escondidos por los ramajes, y volvimos al complejo.