LA REFULGENCIA DE CLAUDIA

18 de marzo.

21:48 h.

Los últimos días nuestra dieta ha sido a base de pescado. He encontrado un hornillo de propano en uno de los barcos más grandes amarrados en el puerto, y por fin hemos podido cocinar un poco. Ahora tenemos una dieta más variada. Hoy me he aventurado al interior de la isla, acompañado por William. Hemos recorrido la costa oeste de la isla con el Bahama Mama, para intentar encontrar comida. Según el mapa, la isla Matagorda mide apenas cuarenta kilómetros de largo, y unos cinco de ancho. He pensado que estaría bien montar un señuelo sonoro que atrajese a las criaturas a un punto determinado de la isla mientras William y yo exploramos el resto de la zona. John ya está trabajando en la idea.

Hoy hemos descubierto algo interesante. Debíamos haber avanzado ya 15 kilómetros al oeste cuando algo ha aparecido tierra adentro, entre los árboles. Parecía una especie de torre. Cuando nos hemos acercado, nos hemos dado cuenta de que se trata del faro de la isla. Es una columna negra, larga, que se eleva unos cuarenta y cinco metros. En la zona superior tiene una sala con una lente.

Supongo que en la base debe de encontrarse la casa de los fareros. Parece una zona solitaria, aunque soy consciente que en menos de dos horas aparecerían, atraídos por el sonido de los motores. Hemos lanzado el ancla a tres metros de tierra. He saltado al agua, que no me cubría; estaba templada. Esta zona es más rural que la del puerto deportivo. Lo bueno de eso es que a menos población, menos población de muertos vivientes. Lo malo es que los árboles impiden que tenga una visión completa del área que rodea el faro.

William ha mejorado con el fusil del .22 estos últimos días. Nos quedan sólo 700 balas para su arma, y a mí sólo me quedan 450 para mi fusil del .223, también he hecho unas prácticas de tiro. Hemos avanzado en silencio por la zona arbolada cercana al faro, pero había algo que hacía ruido… y cuanto más nos acercábamos a la construcción, más fuerte sonaba el ruido. Era un golpeteo constante, a intervalos rítmicos, pero nosotros todavía no habíamos tenido contacto visual con ningún cadáver. Nos encontrábamos ya en el claro. El faro tenía un aspecto envejecido. Estoy seguro de que hubo una época en que la pintura negra, ahora desconchada, había sido brillante, pero los años de aire salado y de lluvia habían dejado su huella. La casa que había junto a la base del faro parecía más moderna. El césped del patio estaba cubierto de malas hierbas, que habían crecido libremente durante tres meses. Era evidente que el sonido procedía del faro.

Hemos seguido adelante. Le he hecho gestos a William para que comprobase nuestro flanco, para evitar un posible ataque por la retaguardia. Bang… Bang… Bang… El sonido seguía, con un ritmo parecido al de un segundero en un reloj. Hemos recorrido el perímetro de la casa y del faro. Ya teníamos claro de dónde procedía el ruido; la puerta de acceso al sótano, en la parte trasera de la casa, temblaba con cada golpe que le propinaban desde abajo. No podía estar seguro al cien por cien, pero tenía una idea bastante clara de lo que sucedía allá abajo. La puerta aguantaba con firmeza, por algún extraño motivo, la habían cerrado desde el exterior, y fuera lo que fuese lo que estaba encerrado abajo, allí seguiría hasta que la puerta se pudriese alrededor de las bisagras o hasta que yo lo soltase. Nos hemos acercado a la puerta de entrada de la casa. No estaba cerrada con llave, pero las ventanas estaban cegadas con tablones, por lo que no podíamos averiguar cómo estaba el interior. He girado con mucho cuidado el pomo y he abierto la puerta de un empujón; los dos hemos dado un salto atrás y hemos apuntado el interior con los fusiles. Debíamos de tener una pinta ridícula. La casa apestaba a carne podrida. Malas noticias. Yo estaba tentado de enviarlo todo a la mierda y pasarme el resto de la vida alimentándome de pescado… pero ya que estaba ahí, necesitábamos comida. El suelo de la vivienda estaba hecho de madera vieja. Cada paso crujía como un trueno. Estábamos en la salita. «¿Crees que dentro de la casa hay una puerta que lleva al sótano?», le he preguntado a William en un susurro. Él no estaba seguro, pero yo esperaba que esa puerta no existiese. Enseguida me he fijado que en el suelo había un rastro de sangre seca que llevaba hacia el pasillo. Se distinguían con claridad las huellas sangrientas de unas manos, como si algo o alguien se hubiese arrastrado por el pasillo.

Yo he sido el primero en entrar, William me seguía de cerca. Al doblar la esquina del pasillo, me he fijado en que el rastro de sangre giraba hacia lo que creía que era un dormitorio. Lo he seguido. El corazón me palpitaba, sudaba, estaba asustado. Me encontraba ante la puerta bajo la que desaparecía el rastro. Estaba cerrada, y la parte inferior estaba cubierta de huellas de manos. He escuchado, y he estirado el brazo hacia el pomo. Ningún sonido. He girado el pomo en silencio y he abierto unos centímetros la puerta: el olor a putrefacción me ha golpeado con fuerza. Podía ver un par de piernas, enfundadas en unos vaqueros sucios, tumbadas sobre la cama. He entrado en la habitación, y he visto los restos de lo que me ha parecido que era un hombre. Su camiseta y los tejanos estaban embadurnados de sangre; le había desaparecido la mitad de la cabeza, desde la nariz hacia arriba. Los gusanos infestaban sus heridas, y la piel se le estremecía con las larvas que se movían por debajo.

Un rifle de caza del calibre .12 descansaba sobre su pecho. Se lo he quitado de la mano podrida, y me he fijado que también había estado sosteniendo un trozo de papel amarillento, escrito con tinta negra.

Le he pasado la nota a William[1]. No hemos hablado durante los siguientes minutos. El rifle de caza es un buen hallazgo, así como las tres cajas de cartuchos que guardaba en el armario. En el cajón de los calcetines había escondido un revólver Smith & Wesson del calibre .357. La siguiente habitación era la cocina: todas las latas, el aceite de cocina, las especias y todo lo que no tuviese fecha de caducidad se venía con nosotros, pero no hemos encontrado tanta comida como esperaba. El incesante golpeteo no paraba; Claudia no se rendía con facilidad.

Recordaba haber visto una carretilla cerca de la puerta del sótano; la he empujado por la puerta de entrada y la hemos llenado con todo nuestro botín. A continuación le he comunicado a William mis suposiciones sobre el sótano: allí debía de haber más comida y más armas. Hemos decidido abrir la puerta y encargarnos de Claudia.

William se ha ofrecido voluntario para abrir la puerta y me ha dejado a mí la tarea de disparar. Con mucho cuidado, ha deslizado el cerrojo fuera de la manga de hormigón en la que quedaba trabado. La puerta estaba desbloqueada. Claudia ha seguido golpeando; no sabía que estábamos allí. Lo único que sabía es que tenía hambre y que quería salir. Yo tenía miedo de tener que mirarla a la cara.

William ha agarrado el pomo y estaba a punto de tirar de él, pero yo le he dicho que esperase. Había una forma mucho más segura de hacerlo. Le he dicho a William que buscase una cuerda en la casa. Tras unos minutos ha venido con un ovillo que había encontrado en uno de los dormitorios vacíos. He hecho que lo doblase y que lo atase al tirador, y que se alejase unos cuantos metros. Le he hecho un gesto, ha tirado del hilo doblado… Y ha abierto la puerta.

Allí estaba… Podrida, putrefacta, enferma. Sus ojos lechosos se han clavado en los nuestros y lo que quedaba de sus labios se ha curvado hacia atrás, mostrando sus dientes amarillentos, rotos. Sus manos se habían convertido en muñones ensangrentados tras pasarse semanas golpeando contra la puerta de madera del sótano. Nos ha embestido. Cuando ha ascendido los escalones, ha tropezado con el superior y ha caído de cara sobre el suelo. He aprovechado la ocasión para proporcionarle la paz que Frank no había sido capaz de administrarle. Le he disparado a quemarropa en la nuca; la he enviado de vuelta con su marido.

El sótano estaba oscuro; resultaba espeluznante. He encendido la linterna que llevaba montada en el fusil. El resplandor de la linterna LED ha llenado la escalera. He permitido que mis ojos se ajustaran a la nueva iluminación y he reflexionado qué otros horrores podía haber agazapados en las entrañas de ese viejo faro. He bajado los peldaños, me he sumergido en la oscuridad, pero no he encontrado ninguna criatura, viva o muerta. Claudia había estado sola. He llamado a William para que bajase a ayudarme. Había un montón de latas de conserva llenas de judías verdes, boniatos y otras verduras. También había una considerable selección de vinos y más comida enlatada.

Parecía como si Frank y Claudia se hubiesen parapetado aquí abajo, ya que tenían una cama, un hornillo y una nevera. También había una escopeta de caza Remington de 7 mm con punto de mira, apoyada en una esquina. Encima de la nevera había dos cajas con cartuchos de 7 mm. Hemos cogido toda la comida que podíamos llevar, además de la escopeta.

Hemos llenado las mochilas con la comida, las armas y la munición. La mayor parte de los víveres que habíamos encontrado han acabado en la carretilla. Me he descolgado la mochila de la espalda y le he dicho a William que volvería enseguida. Me he acercado al faro. Quería ir arriba para poder observar lo que nos rodeaba desde una perspectiva mejor y saber si debíamos esperar compañía. He subido la escalera de caracol que daba vueltas y más vueltas hasta llegar a la cima de la columna.

Al llegar arriba he observado toda la zona. En la dirección de la que habíamos venido, el este, he llegado a ver veinte criaturas que avanzaban a trompicones en un grupo que se movía hacia nosotros. Los catalizadores de aquel movimiento debían de haber sido el ruido del motor y el disparo.

A juzgar por el ritmo al que se desplazaban, he calculado que teníamos tiempo de sobra para escapar. He bajado la escalera corriendo; William y yo hemos hecho turnos para empujar la carretilla de vuelta a la lancha. La hemos cargado y hemos vuelto a casa. Hoy hemos tenido suerte.

20 de marzo.

15:17 h.

Acabo de escuchar una emisión de radio por los canales civiles. La persona que hablaba aseguraba que era un congresista del estado de Luisiana, encerrado en un búnker a un centenar de kilómetros al norte de Nueva Orleans. Tenía la voz quebrada, cansada. Ha seguido comunicando que a su lado se encontraban varios soldados supervivientes de la Guardia Nacional de Luisiana. La razón por la que emitía ese anuncio era para advertir cualquier posible superviviente de la amenaza que suponían los no muertos expuestos a la radiación. Aparentemente, Nueva Orleans fue destruida durante la campaña de bombardeos estratégicos.

El congresista envió exploradores equipados con dosímetros y contadores Geiger para comprobar el estado de las ruinas de la ciudad y las filas de cadáveres. De los diez que había enviado, sólo habían vuelto seis. Los exploradores habían informado que los no muertos afectados por la radiación no mostraban muchos signos de descomposición y eran más rápidos y más coordinados que los no afectados. La radiación los conservaba. Uno de los soldados había afirmado que creía haber escuchado a una de las criaturas pronunciar una palabra. De los cuatro exploradores que habían muerto, dos habían caído bajo las garras de una docena de muertos irradiados en la carretera interestatal a las afueras de Nueva Orleans. Los otros dos murieron por exposición a la radiación ya que pasaron la noche en un camión de bomberos empapado en radiación, mientras que el resto durmieron a salvo en un desagüe de hormigón, a un metro y medio bajo tierra.

El congresista ha dicho que tiene un sistema de comunicación por teletipo de alta frecuencia con una base equipada con escuadrones de prototipos de UAV y almacenes llenos de explosivos militares.

Según la emisión, las ráfagas electromagnéticas han inutilizado la mayoría de objetos electrónicos sin protección de las grandes ciudades devastadas. Los exploradores no lograron hacer puentes a ningún coche ni encontrar ningún sistema de comunicación radiofónico. Lo he dejado apuntado en el fondo de mi mente, por si tengo la mala suerte de ir a parar a una de estas zonas arrasadas.

John ha intentado responder a la emisión, pero nuestro transmisor de poco alcance no tiene la energía suficiente para llegar a destino. Tal vez, en un día nublado, encapotado… Pero hoy no. Sólo es otro tema más por el que preocuparnos.

22 de marzo.

18:54 h.

Tara es una mujer muy interesante. Tengo que reconocer que ha logrado sobrevivir hasta ahora. No puedo ni imaginar su sensación de derrota cuando se quedó encerrada en aquel coche pequeño, escuchando como golpeaban contra los cristales durante días. Me contó que se había pasado un día entero atrayéndolos a un lado del coche, para poder abrir ligeramente la ventanilla del otro lado para renovar el aire antes de que volviesen a esa zona con sus tambaleos. No he visto que en ningún momento se haya derrumbado y haya roto a llorar, pero es algo natural y algún día pasará.

Laura sigue en su pequeño mundo con Annabelle y su osito de peluche. Temo el día que está a punto de llegar, el día en que tendremos que irnos de aquí. Me siento responsable por todos los que vivimos aquí. Sería muy difícil superar la pérdida de cualquiera de ellos, pero sé que tarde o temprano tendremos que rendirnos a la estadística. He mejorado al ajedrez, y cuando John y yo jugamos acabamos siempre al 50/50.

William se despertó anoche alrededor de las 2.00 de la madrugada. Yo estaba despierto, examinaba el mapa. Me contó que había soñado con la excursión al faro, y que en su sueño la mujer del sótano, «Claudia», no había tropezado. Pensé en cómo iba a continuar la historia e intenté quitármelo de la cabeza. No hemos visto a ninguno desde que hemos vuelto. Hemos logrado confundirles con los ruidos del motor y de los disparos.

Ni ayer ni hoy hemos recibido más transmisiones desde Luisiana. Hemos procurado que siempre haya al menos una persona que pueda escuchar la radio a todas horas. Desde el episodio del faro sufro una especie de depresión, así que hoy he decidido afeitarme para subirme un poco la moral. Es sorprendente como un buen afeitado puede ayudar a sentirte más humano.

He calculado cuántos seres debe de haber. He reflexionado en que nos superan en número y me he preguntado cuántos militares profesionales deben de quedar. Me he acordado del último censo de Estados Unidos, en el que se informó de que había casi trescientos millones de personas. No tengo forma de saber cuánta gente ha sobrevivido, pero estoy seguro de que nos superan en número. Me atrevería a decir que la campaña nuclear se ha cargado algunos millones, incluyendo a los vivos. Supongo que no tengo los suficientes datos para realizar unos cálculos estimados.

La llovizna impide una buena visibilidad. Se acerca la primavera; se acercan las tormentas.

23 de marzo.

18:19 h.

Hemos recibido otra transmisión desde Luisiana. Esta vez ha sido bastante confusa. La voz del otro extremo dice que se han interrumpido todas las comunicaciones con el NORAD. La teoría que plantean es que lo han atacado desde dentro. Están intentando pinchar algunas imágenes de vídeo del centro de mando al norte de Nueva Orleans, pero todos los intentos han sido infructuosos.

John todavía sigue trazando algunos bocetos para crear el «distractor» que tendremos que usar contra las criaturas. Le he pedido que también idee algo para cargar las baterías gastadas, ya que la mayoría de las baterías de los coches que nos encontremos en tierra estarán tan muertas como sus propietarios. Estamos construyendo la base de nuestra evasión. Aún no estamos seguros de adonde iremos.

24 de marzo.

23:39 h.

La lluvia radiactiva no nos ha afectado. Debemos evitar la mayoría de las metrópolis; por la información que recibimos sobre los exploradores y sus compañeros muertos, estoy seguro de que todavía hay grandes dosis de radiación en las ciudades. También tenemos que tener en cuenta el resto de informaciones que recibimos hace algunos días desde Luisiana. Puedo oír sus gemidos. El viento arrastra el sonido, y es como si estuvieran justo tras la ventana. Sé que no es así, pero sólo pensarlo me intranquiliza mucho. No son gemidos humanos; surgen de las profundidades de la garganta. Son sonidos graves, antinaturales. Necesito comprobar el perímetro.

26 de marzo.

20:03 h.

Aunque las criaturas no pueden nadar, sí que pueden «existir» en el agua. Hoy el día estaba despejado y la mar estaba en calma. Hemos decidido salir al muelle, para tomar un poco el sol. He cogido el fusil, para asegurarme de que todo el mundo estuviera a salvo mientras estuviésemos fuera. La pequeña Laura estaba muy pálida por la falta de sol, y me siento culpable por no dejarla salir al aire libre. Me he quedado de pie, mirando hacia la costa, mientras el resto de gente se ha quitado los zapatos y han dejado los pies colgando por el borde del muelle y los han sumergido en el agua.

Mientras observaba la línea costera, no he percibido ningún movimiento, excepto el de las criaturas atormentadas atrapadas en el dormitorio del hotel que había enfrente de nuestra posición. He comprobado a mis compañeros, a mi espalda; parecía que se lo estaban pasando bien. Estaban callados, conscientes de los peligros que nos acechaban en el área urbana que nos rodeaba. He bajado la vista hacia el agua y me he dado cuenta de que algo oscuro se movía por debajo de la superficie, pero el tono verde oscuro del agua reducía mi visibilidad.

He llamado a John, y le he pedido a William que se quedase con las demás y las vigilase; les he ordenado a todos que sacasen los pies del agua. En la pared del puerto deportivo hay un salvavidas redondo, parecido a los que hay en los barcos, y un gancho para sacar gente del agua. He lanzado una mirada al garfio y después a John. Éste lo ha traído mientras yo seguía examinando las verdes profundidades. Lo he vuelto a ver. Había algo grande que se desplazaba por debajo de la superficie.

Le he pedido a John que me sujetase por el cinturón mientras yo sumergía el largo gancho en el agua. He sentido cómo golpeaba contra algo sólido; tras unos minutos de empujar y tirar, he logrado atraparlo. Mientras arrastraba a la criatura putrefacta hacia la superficie, he lamentado haberme comido todos esos pescados que seguramente se han alimentado de su cuerpo corrupto. Se sacudía, tenía la boca abierta en una mueca terrible. Ha intentando morderme, he visto cómo el agua estancada en su garganta se derramaba por las comisuras de sus labios; de su interior ha brotado un borboteo grave.

No tenía ojos. Seguro que los peces ya se los habían zampado hace semanas. Aquella criatura llevaba mucho tiempo en el agua. Lo he subido hasta el muelle. Cuando he sacado todo su torso del agua, he visto que tampoco tenía piernas; a pesar de todo, todavía era peligroso, así que he decidido encargarme de él de una puñalada en la órbita del ojo izquierdo. Con ayuda del gancho, he mantenido la cabeza quieta mientras he golpeado con el cuchillo, y he neutralizado al cabronazo ese.

Pasará mucho tiempo antes de que me decida a darme un baño relajante en ningún tipo de agua. He colocado el puente del embarcadero ante tierra firme tirando del mecanismo de cuerdas. Con el gancho, he arrastrado a la criatura hasta la calle mientras John me cubría con su fusil. Laura ha visto el engendro mientras yo arrastraba el cadáver y ha empezado a llorar. Me he sentido mal y he odiado a ese ser aún más al abandonar a aquella masa pútrida en el suelo. El cadáver ha dejado una marca negra sobre el hormigón; el delgado torso se ha quedado cociéndose en la calle, bajo el sol.

27 de marzo.

19:51 h.

El viento aúlla en el exterior. Los gemidos de las criaturas parecen sonar con más fuerza a medida que pasan los días. Hay un par de docenas allá afuera, que patrullan la línea costera. A cada segundo que pasa, me tengo que convencer para no salir y ejecutarlos. Esta noche tendré que volver a dormir con balas de 9 mm metidas en los oídos, porque el ruido es enloquecedor. Incluso en la oscuridad de la noche, todavía puedo ver las marcas que dejó en el muelle el cadáver que neutralicé ayer.

Estamos todos de acuerdo en que ha llegado la hora de ponerse en marcha. Nos hemos dado un plazo de una semana. En este periodo de tiempo, reuniremos más víveres y buscaremos un destino posible. Hemos llegado a la conclusión de que si no nos movemos, moriremos. No, no moriremos, nos convertiremos en uno de ellos, lo que es peor.