19:44 h.
Laura y Annabelle han estado jugando en la trastienda del puerto deportivo mientras Jan, John, William y yo compartíamos nuestras experiencias. William nos ha relatado su situación en el ático, cómo llegaron a eso. John estaba tumbado en el sofá con su brazo en un cabestrillo improvisado, irónicamente, lo hemos hecho con un trozo de sábana.
He querido resaltar el hecho de que no podemos quedarnos para siempre en esta isla. No estaremos nunca a salvo de las hordas que deambulan por las calles. ¿Y si se desata un huracán y borra el puerto del mapa o peor aún y si lo arranca de la costa? Pueden pasarnos un millón de cosas. En las lanchas hay una cantidad limitada de combustible. Ninguno de nosotros sabe cómo reparar o cómo funciona el transbordador que tenemos amarrado justo al lado. Le he reprochado a William que sea farmacéutico, en lugar de mecánico… Al parecer, tiene sentido del humor, para ser farmacéutico.
Le he preguntado a Jan cómo llevaba Laura lo que estaba pasando. Me ha contado que se muestra extrañamente resistente a todo el horror del que ha sido testigo en el último par de meses. Anoche volví a oír cómo Laura gemía en sueños, pero no se lo he mencionado a su madre, ya que no dudo de que está al corriente.
Debe de ser por mi naturaleza militar, pero siento que estamos en la misma situación que cuando John y yo estábamos encerrados en la torre de control. Siento que necesitamos trazar planes, que debemos hacerlo ya. No puedo prever ningún peligro aquí, en el puerto, ya que contamos con nuestra isla artificial… pero John y yo estábamos en la cima de una torre de 60 metros de altura, rodeados por una resistente valla de hierro, y nos asediaron en cuestión de minutos.
O tal vez sólo me estoy volviendo paranoico.
Con Laura hemos establecido unos códigos para cuando vemos una o más de esas criaturas en el exterior. Le decimos que tenemos que «jugar a callar». Así Laura sabe que no es momento de jugar, de saltar, o de reír con Annabelle. Hoy había uno de esos engendros tambaleándose ante nosotros, muy cerca de la orilla, donde estaría la pasarela flotante si estuviese conectada. Tenía dificultades con su cuerpo putrefacto para levantar la cabeza, pero lograba mirar en mi dirección mientras yo echaba un vistazo a través de las persianas. Soy consciente de que ese ser está idiotizado, está muerto, pero aún siento que me lanza una mirada calculadora cuando mira hacia aquí. Poco después han acudido más. Algunos parecía que acababan de morir. Son los que se movían más rápido, más metódicamente que sus compañeros podridos. He decidido que voy a evitarlos con mucho más empeño.
6 de marzo.
03:22 h.
Me he despertado hace media hora y no puedo volver a conciliar el sueño, por lo que he decidido comprobar el estado de la costa con las gafas de visión nocturna. Veo que hay muchas figuras que vagan por el área cercana a la orilla. Oigo un sonido que proviene de la dirección donde se alzan los edificios más altos. No se me ocurre de qué debe tratarse. Por algún extraño motivo se me antoja un televisor encendido, con el volumen demasiado alto. Me han dado ganas de comprobar el televisor que tenemos aquí, pero esperaré a que se haga de día para que no puedan ver desde la costa una luz en el interior del puerto. ¿Por qué se quedan ahí? ¿Es que pueden oírnos?
Si tuviese un silenciador, me cargaría un montón de estas miserables criaturas ahora mismo.
12:42 h.
Ideas, ideas, ideas. Me he pasado toda la mañana pensando en posibles áreas seguras, aunque es evidente que no hay ningún lugar que sea del todo seguro. La mayoría de edificios fortificados o de prisiones serán impenetrables; si no tenemos acceso a ellas, no nos sirven para nada. Esta isla tampoco nos sirve. Tal vez podríamos sobrevivir en una isla más pequeña, sin tanta población de no muertos. Se puede creer que en una situación como ésta una isla es lo ideal, pero no hay ningún lugar al que escapar y los únicos víveres son los que se pueden encontrar en la misma isla. Cuando se nos acabe la comida accesible que podemos recuperar de los edificios cercanos, todo habrá acabado. William me ha hablado de su vecino, de cómo lo mordieron. Me ha jurado que sólo pasaron unas cuantas horas antes de que sucumbiese a la herida, antes de convertirse en uno de ellos. Y con un engendro es suficiente. En alguna parte he leído que incluso los mejores ladrones se plantean la posibilidad de que al final los van a arrestar; es cuestión de probabilidades.
Al basar mis posibilidades de supervivencia en esta premisa, siento también que un día me llegará la hora. Lo único que puedo hacer es intentar sobrevivir. No he tenido hijos, pero soy testigo del velo de preocupación que cubre las miradas de William y de Jan cuando Laura pide permiso para salir de la sala. Es una vida de mierda. Por algún motivo siento que todo el mundo es responsabilidad mía. Soy consciente de que si cualquiera de ellos cae víctima de uno de los cadáveres, sentiré un gran pesar. En alguna parte tiene que haber un grupo de gente. La pregunta es: ¿quiero revelar mi propio nombre? He llevado la radio del puerto cerca del sofá de John, para que pueda controlarla desde allí. Le gusta y, al menos, se mantiene ocupado mientras se recupera.
Todavía tengo el mapa robado de Texas. No hay muchos detalles sobre Isla Matagorda, pero a unos tres kilómetros al sur de nuestra posición hay un hospital. No parece que las heridas de John empeoren, así que no estoy seguro de que necesite medicación, pero supongo que está bien saber dónde está por si me apetece arriesgar el pellejo.
No emiten nada por la tele, pero juraría que esta mañana he oído algo que parecía una a lo lejos. Hay una emisora que emite un zumbido muy agudo, pero en la pantalla sólo aparece nieve. La emisora de radio sigue con la música; creo que ya he memorizado el orden de todas las canciones, y hasta los anuncios. Seguirá en un bucle constante hasta que la electricidad se apague o hasta que el origen de la música, sea una cinta o un soporte digital, falle. Me pregunto qué tipo de ser putrefacto está atrapado en la cabina del DJ.
Cada vez estamos más cerca de la primavera, y no me gusta para nada la idea de estar a merced de un huracán, si se desata alguno por aquí. Odio tener que volver a trasladarme, pero parece que, hasta ahora, es lo único que me ha mantenido con vida.
7 de marzo.
21:23 h.
Cuando John y yo realizamos la expedición a Seadrift en busca de alimentos, cogimos todo lo que pudimos en dos carritos de la compra y nos largamos como alma que lleva el diablo. La cantidad de comida que nos llevamos era suficiente para resistir durante bastante tiempo, pero ahora tenemos tres bocas más que alimentar. John todavía no es capaz de volver a salir, lo que me deja sólo con William. Hoy he ido a comentárselo. Me sentía culpable, porque tiene mujer y una hija, pero tampoco puedo salir allá afuera yo solo y esperar sobrevivir. Necesito a alguien que sea los ojos en mi nuca mientras yo trabajo. William me ha mirado y me ha dicho que no era necesario ni preguntar, y siguió expresándome toda la gratitud que sentía hacia mí. A mí no me gustan ni las alabanzas ni los cumplidos, por lo que le he dado las gracias y he cambiado de tema.
Tras realizar un inventario de lo que nos queda de comida y agua, he calculado que tenemos suficiente para una semana. Supongo que leer esto suena a buenas noticias, sobre todo para una persona complaciente, pero yo preferiría tener bastante para un mes, más una semana extra. William tiene una experiencia limitada con las armas de fuego; esto tendrá que cambiar si quiero que sea efectivo allá fuera. Después de hablar con William sobre qué tendremos que hacer en los próximos días, se ha mostrado de acuerdo en que le enseñe a utilizar el fusil del calibre .22 de John.
Hemos comprobado si había algún cadáver en el exterior. Sólo hemos localizado uno, que se tambaleaba en una posición paralela a la nuestra, ocupado con algo que había encontrado en el suelo. He cargado mi arma y el fusil de John con balas suficientes para hacer lo que tenemos planeado. Le he dejado las pistolas a Jan, preparadas para dispararlas. Le he explicado que no debe dejarlas en ningún lugar al alcance de Laura, y las bases de cómo sujetar y apuntar el arma. De todos modos, estará a salvo mientras William y yo estemos fuera, sólo nos ausentaremos durante una hora.
William y yo hemos embarcado en silencio en la lancha y la hemos desamarrado. Hemos remado al unísono para alejarnos del área del puerto deportivo durante quince minutos. En esta ocasión, en lugar de encaminarnos hacia Seadrift, al oeste, hemos seguido la costa hacia la zona más poblada de la Isla Matagorda. Lo mejor es practicar con objetivos reales.
William estaba nervioso. Le he aconsejado que se tranquilizase, ya que desembarcaríamos en tierra firme. Esto le ha descargado algo de tensión y ha hecho que todo fuese un tanto más placentero. Hemos anclado el Bahama Mama a veinte metros de la costa, cerca de los tres grandes hoteles que están en primera línea de mar. Odio tener que hacerle esto a William, pero es mejor sudar en el entrenamiento que sangrar en la batalla. He empezado a hacer ruido, a silbar, a gritarles. No ha pasado mucho tiempo antes de que la playa se llenase de docenas de cadáveres andantes. Algunos hasta se han adentrado en el agua hasta que el mar les ha llegado a las rodillas; después han dado media vuelta y han vuelto, entre tumbos, a la orilla.
En ese momento he empezado a darle lecciones a William sobre cómo cargar y soltar un arma encasquillada. Me he imaginado que si podía cargar rodeado de muertos vivientes, lo podría hacer en cualquier parte. Ha manipulado con torpeza el fusil, ha dejado caer sobre la cubierta del bote unas cuantas balas, pero ha asimilado con bastante rapidez cómo cargar el arma y apuntarla. Le he cogido el fusil y he reemplazado el cargador lleno con uno vacío que llevaba escondido en el bolsillo mientras él no me miraba. Él observaba nervioso la línea de la costa cuando le he pasado el arma descargada y le he pedido que apuntase a la criatura de la camisa roja.
Le he explicado con grandes aspavientos cómo apuntar y la necesidad de acertarle en la cabeza para matarlo. Le he contado que lo ideal sería que le alcanzase en el tercio superior del cráneo. Le he dicho que respirase profundamente, con aspiraciones largas… Cuando estuviese preparado, tenía que apretar el gatillo y exhalar…
Estaba probándole. ¿Se anticiparía al retroceso del fusil del .22 y bajaría levemente la boquilla cuando soltase el gatillo? Le he ordenado que apunte…
Con los dos ojos abiertos, como le había instruido, ha mirado a través de la mirilla y ha apretado el gatillo. CLICK…
William ha movido el arma hacia arriba y hacia la derecha; era lo que sus reflejos mentales le ordenaban que hiciese. Después me ha mirado, confundido. Le he contado lo que había hecho y el porqué. Durante los siguientes minutos, le he colocado una bala al azar para seguir probando cómo actuaba. Enseguida ha dejado de mover el arma en el último segundo. A la primera criatura que ha matado, le ha dado por completo en la diana: le ha atravesado el ojo del cadáver afortunado y le ha destruido completamente el cerebro cuando el proyectil ha rebotado en su cráneo putrefacto.
He colocado diez balas en el cargador y le he recordado que enseguida iríamos a la ciudad, aunque antes tendría que encargarse de las criaturas con movilidad completa. En poco tiempo la costa ha quedado cubierta de unos veinte cadáveres inmóviles. En total, he gastado veinte balas en nuestra lección de tiro: aún nos quedan casi ochocientos repuestos.
Hemos atraído a casi todos los cadáveres en un radio de diez kilómetros. No importa; es mejor que vengan hacia aquí que no que se dirijan al puerto deportivo. He levado el ancla y he acelerado recorriendo la costa, alejándolos todavía más de nuestro refugio. Tras cinco minutos de recorrido he hecho virar la lancha y me he alejado de la isla para enmascarar el sonido de nuestro retorno. Cuando nos hemos encontrado razonablemente cerca, hemos apagado el motor y hemos remado de vuelta a nuestro refugio. Ahora me siento un poco mejor por llevar a William conmigo; confía más en sí mismo.
9 de marzo.
20:47 h.
Ayer y hoy han sido días interesantes. Hacía tiempo que no sentía que nada llenase mi yo humanitario, y me estaba volviendo seco, rústico. Tras la riña marital de la que hemos sido testigos John y yo, me he convencido de que esta plaga no puede… no logrará acabar con la naturaleza humana. Como no tenemos televisión y no es muy buena idea ir a pasear por la ciudad, esto es lo que me ha entretenido toda la mañana.
Mi nostalgia no ha sido lo que ha ocasionado su pelea, sino la suya propia; ha sido la naturaleza preapocalíptica de la riña lo que me ha conmovido. Ha sido una pelea sencilla sobre lavar la ropa, sobre las tareas domésticas, y sobre quién lo hacía en su casa antes de que todo esto sucediese. Me ha encantado poder escuchar por fin una conversación normal, y no una que dé vueltas sobre cómo vamos a evitar que esos seres nos muerdan el culo.
Comida: La situación no es crítica, pero nos queda para unos cinco días.
Laura quiere salir y jugar, «como hacen sus amigos del cole». He intentado explicarle, con mi limitado conocimiento de la «gente pequeña» que ahora jugar fuera no es muy divertido, que la gente de la orilla no es muy amable. Ha puesto los ojos en blanco y me ha contestado: «Ya sé que están muertos, no tienes que engañarme». Me ha sorprendido la franqueza de la niñita y he tenido que reprimir una carcajada.
Me pregunto de qué progenitor habrá sacado esa capacidad. Con la navaja he tallado un tablero de ajedrez en la mesa del área de descanso del puerto. Hemos cogido algunos señuelos de la tienda del puerto, y John y yo los usamos sin el anzuelo como piezas de ajedrez. De momento, gano yo por tres partidas a dos.
Tengo la extraña sensación de que William y Jan han hecho las paces tras su estúpida discusión; ya no se oyen gritos al otro lado de la cortina que colgué para que gozaran de un poco de intimidad hace unos días.
Actividad del enemigo: movimientos esporádicos. La luna llena de anoche ha atraído centenares de ellos hasta nosotros. Los he estudiado con las gafas de visión nocturnas. Parecen más activos. ¿Puede ser por la luna llena? Lo dudo.
Les he dado el último juego de tapones de espuma para las orejas a los Grisham. Laura se ha quedado fascinada al ver cómo recuperaban su forma original tras apretarlos. John aún guarda los suyos en el bolsillo de los pantalones.
Como no me quedan tapones, me he metido en los oídos un par de balas de 9 mm. Encajan a la perfección y han amortiguado el sonido de los gemidos de anoche.
10 de marzo.
12:22 h.
Hoy han dejado de emitir música por la radio. Durante un instante he oído una voz humana en el otro extremo de la línea. Ha sonado como la palabra «reforzad», antes de que cortasen el sonido del micrófono. John y yo jugábamos al ajedrez cuando ha sucedido. Ahora no puedo separar a John de la radio de onda corta. Todavía intenta localizarlo, espera que quien haya parado la música le escuche y responda. La estación emite desde fuera de Corpus, por lo que es evidente que los han invadido. Y la radio que usa John no puede llegar a tanta distancia… pero supongo que le ayuda a mantener el ánimo.
William y yo hemos hablado de sus habilidades como químico. Le he preguntado si podía llegar a crear algo útil, teniendo en cuenta nuestra situación actual. Me ha contestado que si cuenta con los ingredientes, puede llegar a hacer lo que sea necesario. Con William como químico y John como ingeniero, estoy seguro de que podrán inventar algo que nos ayude a salir de este berenjenal.
Reflexión: ¿Qué lugares históricos han quedado destruidos? ¿Qué lugares históricos ya no podrá ver Laura? Me acuerdo que el año pasado fui a visitar El Álamo. Me pregunto si quedó alguien defendiendo El Álamo hasta el final cuando cayó la cabeza nuclear. Tal vez ha sido la respuesta a una oración…
12 de marzo.
21:34 h.
—Comida: para dos días.
—Agua: aún hay presión, pero empieza a tener un sabor raro. Necesitaremos pastillas de purificación pronto. Si empiezo a mostrar algún síntoma, como diarrea, tendremos que buscar las pastillas o empezar a hervirla.
William es consciente de que se acerca el momento de irnos. Mañana tendremos que salir a reponer los víveres o moriremos de hambre aquí. Llueve y la mar está picada, y hace que el puerto deportivo se mezca lo suficiente como para intranquilizarme un poco. Ya no hay señales de la emisora de radio. He estudiado con atención el mapa que conseguí durante mi última excursión. Hay otras opciones para ir a saquear. Podríamos seguir la línea costera hacia el nordeste y escoger al azar, pero eso supondría correr el riesgo de que la lancha sufra un problema mecánico y nos veamos atrapados en medio de un montón de mierda.
Otra opción es volver a la vieja Seadrift.
Al otro lado de la bahía de San Antonio, en la costa oeste, hay una aldeíta que se llama Austwell. Supongo que podríamos ir a comprobar qué tal están las cosas ahí cuando salgamos a reunir suministros y víveres. Necesito pilas para las gafas de visión nocturna y repuestos para el botiquín de primeros auxilios.
John se recupera bastante bien y casi ya puede mover por completo el brazo. Las laceraciones también se están curando, pero sin haberlas cosido con puntos tendrá que tomarse las cosas con calma una temporada. Jan le ha tapado las heridas con cinta de embalar, para mantenerlas cerradas. Ya hemos encontrado un nuevo uso para ello. William le ha prometido a Laura que le traerá algo cuando volvamos de nuestra expedición. Supongo que era casi una obligación cada vez que William tenía que ausentarse de casa por cuestiones de trabajo, que era una costumbre traerle un regalito a su pequeña. Haré todo lo que esté en mis manos para asegurarme de que sea así.
Estas salidas me dan mucho miedo, y me pregunto si habrá algún momento en que podré volver a caminar con libertad por la tierra. Esta noche seguiré escribiendo la lista de la compra y después llenaré el depósito de la lancha, en la oscuridad, para evitar llamar la atención. Intentaré estar ya en el sobre a medianoche.
13 de marzo.
07:45 h.
Preparados para partir. Hemos cargado el equipo en la lancha. Ha dejado de llover, y la mar ya no está picada. He dejado mi Walther P99 con John y Jan. No les quedan muchas armas de fuego, pero no creo que las necesiten. Nuestro destino es Austwell, en la punta contraria a Seadrift, en la bahía de San Antonio. Austwell también es tan sólo un puntito en el mapa, lo que espero que se traduzca en una población pequeña de no muertos. Esta salida tiene dos funciones. La primera, conseguir que William se sienta más cómodo moviéndose entre ellos, de manera que podamos planificar algo más arriesgado. La segunda, reunir los víveres que tanto necesitamos.
Ahora tenemos seis almas que alimentar en nuestra pequeña isla, incluyo a Annabelle; siendo sólo dos personas, calculo que sólo podremos recoger comida para una semana. Esto se traduce en que, en teoría, tendremos que salir una vez a la semana, lo que, en mi opinión, es demasiado. Necesitamos empezar a pensar desde otra perspectiva todo este tema de las compras. Sí, la comida basura, la sopa enlatada, y el resto de cosas que hemos robado son geniales, pero la falta de vitaminas y de ejercicio empieza a afectarme. Mi metabolismo se ha ralentizado porque no puedo salir a correr.
Que la suerte nos acompañe.
22:33 h.
Después de abandonar el puerto deportivo y haber remado hasta llegar a una distancia segura para encender el motor, lo hemos puesto en marcha y nos hemos dirigido a la bahía de San Antonio. He visto volar algunos pájaros, y el olor del aire fresco era vigorizante. Enseguida hemos visto tierra firme, el estado de Texas se levantaba ante nosotros. Nos hemos adentrado en la bahía igual que en las dos ocasiones anteriores. Cuando hemos llegado a la costa oeste, hemos visto algunos embarcaderos privados. En una pequeña colina, tras ellos, había una mansión enorme. Supongo que era el hogar del propietario de los muelles, aunque no había ningún bote amarrado a ninguno de ellos.
Hemos apagado el motor y nos hemos acercado a remo a la costa. Me he sentado y he pensado en lo estúpido que le parecería nuestro comportamiento a un observador si nada de esto hubiese sucedido. He cerrado la mente y he seguido remando, imaginando que todo era normal.
Estaba todo destrozado. Las ventanas estaban hechas añicos, había ratas, basura, periódicos, y todo volaba alrededor de los embarcaderos y de la calle. Había un aparcamiento bastante amplio en la zona asfaltada más allá de la rampa del muelle. He visto cinco criaturas rodeando un pequeño coche blanco; golpeaban las ventanillas con sus manos pútridas. Desde tan lejos, y desde el ángulo que tenía, no podía ver qué sucedía en el interior del coche. He supuesto que había algo dentro que las criaturas anhelaban… y hasta podía llegar a imaginar que, fuera lo que fuese, estaba vivo.
Nos hemos deslizado remando en silencio hasta el punto de amarre y hemos atado la lancha. Me he colgado la mochila vacía a la espalda, y la palanca de acero en el cinturón, me he guardado unas cuantas sujeciones de plástico en el bolsillo y he preparado el arma; después hemos dado nuestros primeros pasos en este nuevo mundo. No he mirado atrás; podía sentir la presencia de William a mi espalda. Casi podía oler su miedo, aunque seguramente yo estaba más aterrorizado que él. Sin dejar de observar el área, hemos cruzado poco a poco la rampa que nos llevaba hasta la orilla, con los ojos clavados en el pequeño Ford blanco rodeado de muertos. Tan pronto como he puesto el pie en tierra firme, he cogido una roca del tamaño de un puño y la he lanzado con todas mis fuerzas, a veinte metros del coche; la he estrellado contra el parabrisas de un camión negro. Ha sonado como si alguien tocase un tambor militar. Los seres se han erguido todos de golpe y han empezado a caminar hacia la zona de detrás del coche.
Le he pedido a William que se quedase atrás, que los vigilase mientras yo comprobaba el estado de las cosas. El coche estaba muy cerca de mí; he extendido el brazo para tocar el capó: la superficie estaba fría. He visto una figura tumbada en el asiento del conductor. Era una mujer muy atractiva que parecía tener veintipocos años. Los cristales de las ventanillas estaban recubiertos de carne podrida y seca, de pus expelida durante los incansables golpes de las criaturas. La mayoría de las ventanillas estaban rotas, rajadas con líneas que formaban los dibujos de una telaraña.
He acercado la cara a la ventanilla para poder mirar a la mujer más de cerca. Parecía muerta. Su rostro mostraba signos de una grave deshidratación. Tenía los labios secos, quebrados. Las criaturas que hasta ahora se habían reunido alrededor del coche estaban ocupadas en otra parte. He llamado a William y le he preguntado cuánto tiempo tarda una persona en transformarse en un muerto viviente, recordaba que me había contado que había sido testigo de cómo le había sucedido a alguien. Me ha contado que, desde el ático de su casa, había visto a un hombre morir en la calle, y había vuelto a levantarse en menos de una hora.
No tenía sentido. Había un frasco de aspirinas desparramado sobre el asiento del acompañante; esparcidas por todo el coche había botellas vacías de agua. No podía llevar más de un día muerta. Supongo que lo que en realidad me preguntaba era por qué no se había transformado como el resto.
En el asiento de atrás había varios vasos desechables de restaurantes de comida rápida llenos de orina y de heces. Parecía que había estado atrapada en el coche durante varios días.
Y he captado movimiento. Primero su boca se ha movido con un débil bostezo, y después sus ojos han empezado a parpadear. He apuntado con mi arma hacia ella, mientras le pedía a William que me vigilase las espaldas y que siguiese comprobando el área circundante. Esperaba encontrarme con los habituales orbes lechosos y desprovistos de vida mirándome, así que me he quedado sorprendido cuando ha abierto los ojos y ha revelado el color azul de sus iris. Me ha mirado, completamente asombrada. Para ella, era un desconocido que llevaba una máscara y que la apuntaba con una metralleta. Ha mirado detrás de ella, alrededor del coche, y ha formado con los labios las palabras «Estoy viva».
Me he quitado la máscara y he intentado abrir la puerta. Estaba bloqueada. Ella, me ha mirado, ha sonreído, y ha quitado el seguro. La he cogido del brazo y la he ayudado a salir del coche. Apestaba más que los engendros. Ha tenido que apoyarse en mí para poder caminar. Está muy débil, muy dolorida por la larga permanencia en el coche. He mirado a mi espalda, le he hecho un gesto a William y le he indicado que me siguiese de vuelta a la lancha.
Tras llegar al Bahama Mama, la he ayudado a sentarse y le he dado algo de agua y buey enlatado, mi almuerzo. Le he recomendado que no comiera ni bebiera muy rápido. No teníamos tiempo para quedarnos y charlar. William ya tenía sus instrucciones: debía remar para alejar veinte metros la lancha, lanzar el ancla y esperarme. Yo iba a comprar.
Cuando he vuelto a pisar el embarcadero, ya oía cómo William remaba y alejaba el barco de mí. He avanzado de nuevo hasta el aparcamiento y he visto que ahora había más de cinco seres. He seguido adelante con la cabeza agachada y he recorrido la línea costera, hacia el pueblo. No había señales de vida en ninguna parte. Ni perros, ni gatos… Nada. Ni siquiera he visto pájaros que sobrevolasen el municipio. Me acercaba a un grupo de edificios. He virado para adentrarme en tierra y he llegado al centro del pueblecito de Austwell. Tras caminar unos centenares de metros, he llegado a un claro. Había un Walgreen y una gasolinera.
Dudaba de que encontrase comida en el Walgreen, pero estaba seguro de que encontraría medicamentos. Me he acercado a la puerta principal con sigilo, pegado a la pared. Esta puerta era distinta, ya que estaba cerrada por el interior con cadenas. No había forma de atravesarla sin romper el cristal, pero si lo hacía, los atraería. He ido hasta la parte trasera; había una ventanilla de acceso para comprar en la farmacia desde el coche. Ese lado del edificio daba a un bosque. Podría haber centenares de ellos observándome desde allí y ni siquiera me daría cuenta. No podía sentirlos, pero repito que no sé si todavía existen las sensaciones en un mundo con seres de esa calaña.
Había una puerta exterior de acero, que estaba cerrada, lo más seguro que para que a través de ella descargaran los nuevos pedidos. Intenté alzarla. Estaba cerrada. Tengo que conseguir un libro sobre cómo forzar cerraduras en la biblioteca. He sacado la palanca del cinturón y la he colocado bajo la persiana de acero, justo debajo de la cerradura. Tras unos minutos de empujar, cagarme en todo y sudar, he logrado romper el cierre. He comprobado el área que me rodeaba; me había ganado un poco de atención indeseada a una manzana de allí… y se acercaban.
He colocado la linterna LED sobre el cañón del fusil y la he encendido. El área de carga estaba muy oscura, ya que se encontraba bastante separada de la parte principal de la tienda, iluminada por la luz del día. He paseado la luz por toda la estancia: sólo he podido ver cajas, estanterías de acero y otros objetos habituales. He entrado de un salto en la nave. Justo en el momento en que cerraba de nuevo la persiana, dos de ellos han doblado la esquina y me han visto. He cerrado la puerta del todo y he buscado una forma de bloquearla. He mantenido la persiana sujeta con el talón de la bota mientras la primera criatura ha empezado a aporrear el metal. Atraerán a más. Los amarres de plástico que llevo en el bolsillo no servirán de nada, porque no hay nada en el suelo para atarlos. He lanzado una mirada a la esquina; había una fregona y una cuerda de nailon. Me he acercado a la esquina, arrastrando el pie sobre la rebaba metálica de la persiana, mientras con la pierna izquierda me ayudaba para mantener el equilibrio. He agarrado la fregona y la he insertado entre los rodillos que permiten que la persiana se alce con suavidad. Con el cordel, la he sujetado bien. En una estantería repleta de botellas de enjuague bucal, había una caja pesada; la he cogido y la he colocado sobre la rebaba en la que todavía mantenía el pie. No aguantaría para siempre, pero por ahora me tendría que servir.
Satisfecho con poder mantener la puerta cerrada durante un ratito, me he adentrado en la farmacia. Había muchos libros sobre la materia colocados en las estanterías. He recogido el Manual de Referencia de los Farmacéuticos y lo he hojeado en busca de información útil sobre los medicamentos. Me gustaría llevárselo a Jan, pero es demasiado voluminoso y me ocuparía un espacio vital en la mochila.
En otro de los volúmenes había un listado de antibióticos. Con esto como referencia, he cogido algunas bolsas de píldoras que habían dejado en la zona de carga que nadie reclamaría jamás. Cualquier cosa que tuviese las letras «biótico» al final ha ido a parar al interior de la mochila. He saltado por encima del mostrador, he aterrizado en el pasillo principal y he apuntado de inmediato el fusil hacia un punto ciego de la tienda.
He mirado hacia arriba y me he dado cuenta de que el establecimiento tenía espejos convexos de vigilancia, lo que me permitía poder examinar mucho mejor el área. He comprobado los espejos, y me he asegurado, pasillo por pasillo, de que la tienda estuviese del todo despejada. Las criaturas seguían aporreando rítmicamente contra la persiana. No me gustaba para nada. Tenía que darme prisa. Paracetamol, agua oxigenada, vendas, tiritas… Lo he metido todo en el apartado refrigerado de la mochila, con los antibióticos. He visto yodo en la estantería y he recordado que en las clases de supervivencia del ejército nos habían contado que el yodo servía de purificador del agua. Lo he añadido a la mochila. Tenía sed; he agarrado una botella de agua de la estantería y me la he bebido sin despegar los labios. Ya tenía la mochila medio llena. He pasado a la sección de chocolatinas, he cogido una barrita.
Al abrirla, he recordado todo el tiempo que ha pasado desde que esta catástrofe empezó. La barrita ya estaba pasada, pero no me importaba: necesitaba la energía. En el pasillo de juguetes he encontrado un osito de peluche y lo he metido en la mochila.
Tras comerme la chocolatina he empezado a buscar un lugar por el que escapar.
Me encontraba ante las puertas principales. La cadena era normal, de acero grueso. No quería pasearme mucho delante de las puertas, por si acaso tenía que utilizarlas para salir. No había forma de romper el candado de acero sin dispararle, o golpearlo un centenar de veces con un hacha de bombero. He aprovechado para coger un par de rollos de cinta de embalar de la estantería. En silencio, aunque no importaba mucho con todo el ruido que llegaba de las criaturas que aporreaban el metal, he empezado a cubrir de cinta adhesiva la parte inferior de la puerta de cristal, asegurándome de que no me veían.
He tardado unos minutos, pero he conseguido cubrir toda la sección. Después, con ayuda del extintor que había tras el mostrador, he golpeado contra el cristal. No ha sonado con tanta fuerza como habría hecho sin la cinta, pero era demasiado alto para mi gusto. Con rapidez, me he dirigido a la zona por el mismo camino por el que había llegado, a través del área arbolada, hacia el aparcamiento que había junto al puerto. He corrido a través del bosque; estaba casi esprintando. Ya veía el claro.
Y han aparecido dos de ellos delante de mí, entre los árboles. Los he derribado y he seguido corriendo. Cuando he llegado al claro, el corazón me ha dado un vuelco. Había muchos… He bordeado el aparcamiento, para evitar llamar la atención. Pero no podía hacer nada… Me tenía que dejar ver. He corrido hacia el muelle, sabía que me habían visto. Sus gemidos orquestados rebotaban en el agua y resonaban en todas direcciones, lo que casi me desmoraliza y me ha hecho desear colocarme en posición fetal.
Estaba en modo huida. He empezado a gritar a William. No había rastro de la lancha. He seguido corriendo… Ni rastro. He mirado atrás, y he visto cómo todos convergían en el muelle. No había salida. Me quedaban sólo tres metros para llegar al fin del embarcadero; las criaturas estaban a sólo seis metros de mi posición. Estaban tan hambrientas. Eran la personificación del mal, putrefactos, podridos. En su frenesí por atacarme, empujaban a algunos de sus compañeros al agua… Luchaban por ser el primero en poder devorar mi carne. Me he dado la vuelta y he seguido corriendo. Me he lanzado al agua y he empezado a alejarme a nado. He nadado de lado durante todo un minuto, antes de detenerme, mantenerme a flote y volver a mirar hacia el muelle. El embarcadero estaba plagado de cadáveres; había tantos que caían por los bordes, ya que no había suficiente espacio para todos. Y allí estaba yo, en el agua, solo. Y no podía quitarme de la cabeza la idea de que había algo bajo el agua que me tiraría de la bota. Estaba aterrorizado, y he tragado accidentalmente agua por el conducto erróneo al imaginar cuantos no muertos se pudrían en fondo de aquellas aguas turbias.
Entonces he oído el zumbido de un motor. Llevaba todo mi equipo sujeto al cuerpo, pero es sorprendente lo fácil que es flotar si haces que la ropa se te llene de aire. He empezado a hacer señales frenéticas hacia la lancha. Era William. Me había visto.
El bote ha avanzado al ralentí, hasta llegar a mi posición con el motor todavía encendido. Le he dado a William la mochila y el fusil desde el agua. Después me he aupado al interior de la lancha. William me ha dicho que el aparcamiento se había llenado de cadáveres después de irme yo y que había intentado alejarlos del puerto para mi seguridad. He comprobado la mochila; sólo había entrado un poco de agua en los compartimentos refrigerados. No lo suficiente para estropear el botín.
Hemos vuelto al lado de John, de Jan, de Laura, de Annabelle. Estaba empapado, helado, y no había conseguido la comida que habíamos salido a buscar. Si la lancha no hubiese aparecido, no sé cómo habría acabado. No sé cuánto tiempo podría haber nadado, y estoy seguro de que me hubiesen seguido por toda la línea de la costa hasta que hubiese estado demasiado agotado para seguir. Habría admitido mi derrota, y mi cuerpo cansado habría sido desgarrado mientras me hundía en las profundidades… de sus brazos.