BASE

1 de marzo.

15:22 h.

Seguimos sin señales de John. Siento la necesidad de empezar a buscarlo, pero no tengo ni idea de por dónde empezar. ¿Qué le habrá hecho abandonarnos sin avisar? Su arma también ha desaparecido y el mecanismo de conexión con el puente que ideamos está abierto. Es todo muy confuso. Aprovecho el tiempo para conocer a la familia Grisham un poco mejor. No conocen a John, pero pueden ver la preocupación en mis ojos, aunque intente disimularla.

3 de marzo.

09:14 h.

John estaba cubierto de sangre, agotado, derrotado. Ha vuelto esta mañana y me ha llamado. He corrido al exterior y he vuelto a poner el mecanismo del puente en su sitio para que pudiera cruzarlo. Se ha desmayado cuando todavía estaba en la costa, y he tenido que acarrearlo hasta dentro. No es un hombre muy voluminoso: debe de pesar unos ochenta kilos. Me lo he cargado al hombro, he cruzado el puente móvil y he tirado de la cuerda para deslizarlo hacia mi posición y poder amarrarlo a la pared del edificio del puerto. He llevado a John al interior, lo he tumbado en una cama provisional… Entonces he visto la fotografía que llevaba en su mano ensangrentada.

La fotografía de una mujer, manchada de sangre, ha caído al suelo. En el fondo de mi corazón sabía quién era: era su esposa. Desde esta mañana ha estado despertándose y volviendo a caer en un estado de inconsciencia. Ha bebido algo de agua y ha intentado dar unos sorbos a un poco de sopa enlatada. Janet y yo hemos cuidado de él.

La mujer de William, Jan, es enfermera diplomada, aunque dejó su trabajo hace un par de años para matricularse en medicina. No es médico, pero ¿queda alguien que lo sea?

Janet lo ha examinado de pies a cabeza, y ha prestado una atención especial a las heridas que presenta John. No hay ninguna que se asemeje a un mordisco. Una parecía un disparo realizado con un arma de calibre pequeño, tenía orificio de entrada y salida en el hombro, mientras que el resto parecían arañazos causados al arrastrarse por el suelo. John no se ve capaz de explicar nada, y casi no puede ingerir agua o sopa sin vomitarlo todo y volverse a desmayar. Estoy preocupado.

4 de marzo.

20:14 h.

John ha salido por fin de su letargo. Le he dicho que estaba muy preocupado, y que no tengo ni idea de lo que le ha sucedido. Y él me ha contado que se había derrumbado en la soledad de los últimos días. Mientras yo no estaba, en lo único en que podía pensar era en su mujer y su hijo, en lo mucho que los amaba. Jan le escuchaba desde la habitación contigua, y estoy seguro de que empatizaba por completo con aquellas palabras. John recordó que había olvidado algunos objetos en el avión cuando lo habíamos abandonado, entre ellos la única fotografía que le quedaba de su esposa. Nunca habría podido pedirme que yo arriesgase mi vida por una foto, por lo que en lugar de esperar a que volviese, decidió intentar recuperarla él solo.

Se acercó al avión abandonado, recuperó la pequeña mochila en la que había guardado la fotografía y enseguida volvió hacia el puerto. Los muertos no tardaron en rodearlo, y tuvo que refugiarse en uno de los hoteles. Logró encerrarse en el segundo piso de uno de los edificios de cinco pisos. A continuación empezó a despejar los pasillos de cualquier huésped peligroso con ayuda de su fusil del calibre .22. Tras pasar tres días con sus tres noches escuchando los inacabables sonidos de los seres atrapados en sus habitaciones, decidió intentar huir.

Recorrió cada una de las habitaciones, se aseguró de que no estaban ocupadas, y recuperó las sábanas de las camas. Con nudos llanos, se construyó una larga cuerda con la que escapar. A primera hora de la mañana del día en que debía huir, localizó la ventana ideal por la que empezar el descenso. Se encontraba en el tercer piso, y un árbol alto que crecía desde la calle lo ocultaba de la vista de cualquiera que caminase por la calle. Empezó a descender por las sábanas, con el fusil colgado del hombro. Todo lo que no podía romperse, lo dejó caer al suelo.

Cuando empezó el descenso, notó que uno de los nudos de la cuerda de sábanas empezaba a deshacerse. Era demasiado tarde para volver a trepar y rehacerlo, así que continuó bajando. El nudo se soltó del todo cuando estaba a la altura del segundo piso. Cayó a toda velocidad por entre el ramaje del árbol, recibiendo arañazos y cortes por todo el cuerpo. Cuando golpeó contra el suelo, el fusil se disparó; la bala le entró por la espalda y salió limpiamente por la parte frontal del hombro.

Lo siguiente que recordaba era a mí llevándole de nuevo al interior del puerto.

5 de marzo.

12:30 h.

Esta mañana me he despertado alrededor de las 6.00, empapado en sudor frío. La familia Grisham dormía en la otra sala. John y yo nos habíamos acostado en los dos sofás de la oficina. Anoche tuve una horrible pesadilla, pero no acabo de recordar de qué iba. Sólo recuerdo que corría… que corría muy rápido. Lo primero que he visto al despertar han sido las salpicaduras de sangre en la pared, los restos del suicidio del capitán del muelle. John no se ha despertado hasta las once y media, o por ahí.

Por suerte, ni la herida de bala ni las laceraciones parecen muy infectadas, aunque hay algunos bordes que están un poco enrojecidos. Tuvo suerte que la bala le atravesase el hombro. Podría haber muerto de sepsis si uno de nosotros hubiese tenido que extraérsela.

Sería todo un lujo poder contar con medicamentos, sobre todo porque ahora tenemos a alguien que es capaz de darles un buen uso. Aunque está claro que un buen bunker de paredes de acero de dos metros y medio, con energía geotermal y un suministro infinito de comida y agua tampoco estaría mal. Y es que nunca nos conformamos con lo que tenemos… ¿A quién quiero engañar?

Sólo tenemos esto.

Pero yo no voy a conformarme.

Quiero más.