Diario de Anette
Noveno día de expedición en el caso Vela. Lugar: Desconocido.
Hace días que no tomaba este diario entre mis manos. Hoy por hoy, tocarlo me resulta extraño. Tiene el tacto de los días pasados. Lo huelo y aún conserva un aroma ligero a cuero y papel. Su forma es elegante. Fue un regaló de Kristoff; por eso lo traje conmigo. He arrancado la hoja del dorso. En ella me dejó un mensaje: "Je'taime, bientót de retour". Lo guardo en el bolsillo de mi chaleco y lo leo de vez en cuando.
Pensar en él, en sus abrazos y en la forma en que me sonríe siempre, me ayuda a soportar la crudeza de este viaje. Necesito tanto volver a verle…
Es imposible saber en qué coordenadas exactas estamos. Nos hemos dirigido todo el día hacia levante, eso es todo. Sustituimos las carreteras y las urbes pobladas en virtud de los bosques y zonas áridas. Imagino que nuestra posición actual, en la corona de una colina, debe de ser algún punto entre Montalibán y Teruel.
Seguimos aprendiendo a base de acariciar la muerte de cerca… Esta mañana, cuando estábamos abandonando el último tramo de una arboleda para acceder a las ruinas de Zaragoza nos vimos obligados a retroceder. No hubo discusión al respecto. La ciudad entera era un hervidero. Miles de siluetas de diferentes tamaños y envergaduras cubrían el horizonte por completo con su deambular lento, sin alma. Era como si esperasen a que sucediera algo de relevada importancia: Nosotros, tal vez.
De repente, algo se movió entre la maleza de la periferia del bosque. Era uno de ellos, que emergió desde unas ramas bajas y se le echó encima a la niña con una rapidez asombrosa. Nos fue por muy poco. Pudimos reducirlo antes de que le causara ningún daño, pero no resultó fácil; sus brazos eran rígidos y fuertes, y una vez hizo presa tuvimos que rompérselos por varios puntos. Acabé con su mísera existencia de forma silenciosa: Mientras los demás le inmovilizaban puse un pie en su cabeza, tan llena de pus y llagas, y disparé con la ballesta. Sin embargo, sus gruñidos previos y los gritos de Paula alertaron al resto de caminantes, que al estímulo comenzaron a avanzar hacia nosotros en la distancia, multiplicándose como termitas. En cuestión de segundos se materializó una auténtica marea de muertos vivientes que se aproximó como la ola gigantesca de un tsunami.
Empezamos a correr, desviándonos de la ruta principal, y prácticamente no hemos dejado de hacerlo hasta este momento, varias horas después. Sabemos que seguirán nuestro rastro, que no dejarán de perseguirnos. Son como máquinas: incombustibles. Espero que la ventaja que les hemos tomado nos pueda otorgar unas horas de reposo. Suerte que Joel y los demás son hombres con una resistencia perfecta y han podido cargar con la niña. Yo casi no me tengo en pie. Debido a la humedad y a la durísima marcha que nos hemos visto obligados a llevar se me han salido las uñas de los dedos de los pies. Un simple contratiempo más…
Ahora reina la oscuridad. Hemos decidido pasar las primeras horas de la noche en el interior de una furgoneta volcada y hecha trizas. La encontramos accidentada en mitad de un camino rural, aproximadamente a doscientos metros de las primeras calles de un municipio fantasma. Desconocemos de qué pueblo se trata, pero desde arriba de su colina se exhiben las sombras de un casco urbano siniestro y solitario. He contemplado su perfil durante un buen rato, pero no distingo nada, solo formas traicioneras que me hacen sentir tremendamente incómoda.
Seguramente, mañana tendremos que adentramos en ellas, el bosque se termina… Confieso que no me hace ninguna gracia.
El grupo duerme. En cuanto acabe de escribir estas líneas despertaré a Joel para que se encargue de la siguiente guardia y apagaré las pequeñas brasas que he avivado con un par de ramas podridas. No podemos permitirnos llamar demasiado la atención. Existe la creencia de que los zombis no suelen frecuentar los bosques, pero, dada la mala experiencia de hoy, ya no se puede dar nada por sentado. Debemos ser extremadamente cautos.
Sé que están ahí… ocultos en las ruinas de la civilización extinta.
Las rebeldes ráfagas de viento es lo único que aporta algo de sonido al mundo; brisas de mal augurio que transportan un fétido olor. Su olor…
Por cierto, antes de vernos acechados en la entrada de Zaragoza, Paula me ha preguntado por qué no se podía hablar con ellos. Por qué no lo intentábamos. Estaba convencida de que en su interior les debía quedar algo de humanidad.
Le he explicado que ellos no funcionan así.
Es ridículo: La simple idea de que un zombi pueda tener conciencia se escapa a toda lógica. Si encontrase a uno alguna vez significaría que estoy muerta o soñando. No… Ellos no están hechos para dialogar, solo para destruir vidas. No deja de sorprenderme lo perfecta que es la encima del virus Z. Un tiempo después de matar al huésped, de algún modo, consigue reactivar una parte del cerebelo, devolviendo la funcionalidad de las vías sensitivas y motoras. Pero más allá de eso, nada. Tan solo un vacío infinito que el revivido intenta llenar con la necesidad de alimentarse.
Así pues, ¿cómo ha podido una niña de ocho años vencer a un microorganismo tan letal y complejo? No me lo explico. ¿Existirán más como ella? ¿Como aquel tipo alemán que desapareció con la expedición anterior?
Mi reloj marca que es media noche. Es el momento del relevo… mi momento. Voy a intentar dormir un poco, aunque no creo que lo logre; todo esto me está afectando más de lo que pensaba.
Me siento agotada, sucia, y jodidamente triste…
Continuará…