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Diario de Anette
Segundo día de expedición en el caso Vela. — 06:30 AM. En las afueras de Madrid.

Ayer fue un día horrible. La terminal 2 del aeropuerto de Barajas ardió con explosiones incontroladas. Un problema desconocido acabó con nuestro avión de rescate y con las vidas de los dos pilotos que aguardaban a nuestra llegada. Multitud de humaredas negras se alzaron hasta el cielo, a lo lejos, desorbitando nuestras incrédulas miradas.

Ignoramos qué es lo que pudo ocurrir en las pistas. Y decidimos por unanimidad que no podíamos arriesgar la seguridad del portador para ir a comprobarlo. Aunque ahora estamos solos. La posibilidad de comunicarnos con nuestra base se esfumó al compás de esas columnas de humo.

A lo largo de todo el día ha surgido una pregunta en concreto que ha bailado entre las mentes de mis hombres. Se lo noto en sus miradas taciturnas:

¿Qué se puede hacer cuando el mundo parece decidido a darnos la espalda?

De entre todos nuestros rostros consternados hay uno que me preocupa especialmente. Se trata de Joel, un soldado tremendamente efectivo e implacable; frío como el acero en momentos de extrema tensión y vigoroso como el fuego en situaciones límite. Desgraciadamente, uno de los pilotos que perdimos ayer era su hermano. Se ha pasado las últimas 24 horas actuando con semblante serio, ausente. Hemos sido acechados en dos ocasiones por pequeños grupos de no-muertos, y una de las veces Joel ha esperado ahí plantado, inmóvil, más allá de los límites de la insensatez, a que uno de ellos se le echara encima para poder agarrarle por la cabeza y retorcerle el cuello. No ha vacilado. No había ira ni excitación en sus movimientos. Era como si tan solo buscara el chasquido de aquel pescuezo. Tan solo eso.

Ayer intenté aproximarme a él cuando paramos para alimentarnos en el interior de un parking con varias entradas y salidas. La mayoría de nosotros nos mantuvimos en grupo, pero él prefirió sentarse en un rincón del garaje, bajo las sombras, con su fusil en el regazo y su mirada perdida en el recuerdo. Movida por la condolencia, me levanté y fui a coger una rosa artificial que acumulaba polvo en una maceta de plástico. Cuando me acerqué para dársela la aceptó con una sonrisa afable, se la guardó en su faltriquera y esperó pacientemente a que el resto del equipo estuviéramos listos para partir. Me gusta pensar que ese pequeño detalle pudo reconfortarle. Esta noche, acampados en esta meseta desértica, he sido testigo a la luz de la pequeña fogata cómo Joel sostenía la rosa entre sus dedos, contemplando en silencio cada detalle de su delicada silueta. He tratado de imaginar qué clase de pensamientos se estarían formulando en su cabeza. Es difícil. El alma humana es impredecible.

En cuanto a Paula, sigue mostrando una actitud ambigua. Los hombres intentan ganársela con afectuosos gestos y ella les obsequia de vez en cuando con una sonrisa que, estoy segura, consigue iluminarles. La protegen y cuidan de ella como si fuera su propia hija. Todos insisten en que el hecho de que tengamos que atravesar la península a pie solo es una traba más en el camino. Que lo lograremos. Será duro pero lo haremos.

No esperaba menos de su rango, valor y experiencia.

¿Qué se puede hacer cuando el mundo parece decidido a darnos la espalda?

Seguir caminando hasta que su sombra deje de ocultarnos…