Diario de Anette
Primer día de expedición del caso Vela. — Ruinas de la feria de congresos de Madrid.
El aterrizaje ha sido un éxito. Al tocar suelo nos hemos apresurado a cuadrar las balizas para comprobar que tan sólo medio kilómetro nos separaba del IFEMA.
Eso nos ha reconfortado.
Sin embargo, nunca podremos decir que haya sido fácil sobreponemos al impacto visual de ver la capital en tan deplorable estado. Puedo afirmar, sin miedo a equivocarme, que Madrid es, por ahora, la ciudad que ha sufrido las peores consecuencias del Apocalipsis. Al menos por lo que mis hombres y yo estamos acostumbrados a ver en este mundo desterrado en las sombras.
La nostalgia es una poderosa enemiga. Era el agosto pasado cuando estuve aquí por última vez. Recuerdo que aquel fue un fin de semana agradable. Uno de los últimos paréntesis en mi vida que tendría oportunidad de disfrutar. El sol iluminaba las sonrisas de la gente que me cruzaba por la calle. Madrid era una urbe llena de vida… Ahora, la ausencia del significado "humanidad" es total y aberrante. Demonios surcan sus calles, dando forma a las escenas más atroces. No creo que deba llamárseles muertos vivientes, pues son "demonios", no me cabe duda. Aúllan como espíritus enfurecidos desde el interior de los edificios en minas; por debajo de las bocas del metro, o incluso escondidos en los túneles oscuros en los que ahora se han convertido los portales de las antiguas viviendas. Nunca sabes desde qué lugar exacto acechan, solo que lo hacen… te huelen… Los ecos de sus lamentos confunden tu juicio. Te giras para comprobar lo que hay a tus espaldas, y de golpe, oyes otro estertor por delante que busca rasgar tu entereza. El miedo psicológico es peor que aquel que tiene un rostro o una forma física.
Todo esto es de locos, maldita sea.
Hemos caminado en formación a través de los restos de la civilización durante poco menos de media hora. Si hay algo que me ha afectado de verdad ha sido toparme con la imagen de un bebé tendido sobre el frío suelo de la calle. Así, tan de golpe… Tenía dos huesos roídos en vez de piernas. Mientras la lluvia le empapaba su pálida tez, el pequeño ha gruñido de gula al vernos pasar a escasos cinco metros de él, incapaz de alcanzarnos con sus delgados y diminutos dedos. Las lágrimas han rodado al instante por mis mejillas, y, acto seguido, he vomitado el desayuno.
Ahora estamos esperando en el vestíbulo del complejo de la feria. Podría jurar que nos encontramos a salvo de los peligros externos. No obstante, los dos hombres que montan guardia no nos quitan el ojo de encima. Dicen que antes de dejarnos pasar al interior tienen que recibir el consentimiento de Cristian, el que se supone que manda aquí.
Espero sinceramente que los rumores que envuelven a esa misteriosa niña: Paula, sean ciertos.
La rueda del destino ha empezado a girar, y no nos queda otra que rezar para que ceda en nuestro favor.