Sábado, 1 de abril de 1944.
Mi querida Kitty:
Y sin embargo todo sigue siendo tan difícil, ya sabes a lo que me refiero, ¿verdad? Deseo fervorosamente que me dé un beso, ese beso que está tardando tanto. ¿Seguirá considerándome solo una amiga? ¿Acaso no soy ya algo más que eso? Tú sabes y yo sé que soy fuerte, que la mayoría de las cargas las soporto yo sola. Nunca he acostumbrado a compartir mis cargas con nadie, nunca me he aferrado a una madre, pero ¡cómo me gustaría ahora reposar mi cabeza contra su hombro y tan solo poder estar tranquila!
No puedo, nunca puedo olvidar el sueño de la mejilla de Peter, cuando todo estaba tan bien. ¿Acaso él no desea lo mismo? ¿O es que solo es demasiado tímido para confesarme su amor? ¿Por qué quiere tenerme consigo tan a menudo entonces? ¡Ay, ojalá me lo dijera!
Será mejor que acabe, que recupere la tranquilidad. Seré fuerte, y con un poco de paciencia también aquello llegará, pero lo peor es que parece que siempre fuera yo la que lo persigue. Siempre soy yo la que va arriba, y no él quien viene hacia mí. Pero eso es por la distribución de las habitaciones, y él entiende muy bien el inconveniente. Como también entiende tantas otras cosas.
Tu Ana M. Frank.
Lunes, 3 de abril de 1944.
Mi querida Kitty:
Contrariamente a lo que tengo por costumbre, pasaré a escribirte con todo detalle sobre la comida, ya que se ha convertido en un factor primordial y difícil, no solo en la Casa de atrás, sino también en Holanda, en toda Europa y aun más allá.
En los veintiún meses que llevamos aquí, hemos tenido unos cuantos «ciclos de comidas». Te explicaré de qué se trata. Un «ciclo de comidas» es un período en el que todos los días comemos el mismo plato o la misma verdura. Durante una época no hubo otra cosa que comer que escarola: con arena, sin arena, con puré de patatas, sola o en guiso; luego vinieron las espinacas, los colinabos, los salsifíes, los pepinos, los tomates, el chucrut, etc.
Te aseguro que no es nada agradable comer todos los días chucrut, por ejemplo, y menos aún dos veces al día; pero cuando se tiene hambre, se come cualquier cosa; ahora, sin embargo, estamos en el mejor período: no se consigue nada de verdura. El menú de la semana para la comida del mediodía es el siguiente: judías pintas, sopa de guisantes, patatas con albóndigas de harina, cholent[27] de patatas; luego, cual regalo del cielo, nabizas o zanahorias podridas, y de nuevo judías. De primero siempre comemos patatas; en primer lugar a la hora del desayuno, ya que no hay pan, pero entonces al menos las fríen un poco. Hacemos sopa de judías pintas o blancas, sopa de patatas, sopa juliana de sobre, sopa de pollo de sobre, o sopa de judías pintas de sobre. Todo lleva judías pintas, hasta el pan. Por las noches siempre comemos patatas con sucedáneo de salsa de carne y ensalada de remolachas, que por suerte todavía nos quedan. De las albóndigas de harina faltaba mencionar que las hacemos con harina del Gobierno, agua y levadura. Son tan gomosas y duras que es como si te cayera una piedra en el estómago, pero en fin…
El mayor aliciente culinario que tenemos es el trozo de morcilla de hígado de cada semana y el pan seco con mermelada. ¡Pero aún estamos con vida, y a veces todas estas cosas hasta saben bien!
Tu Ana M. Frank.
Miércoles, 5 de abril de 1944.
Mi querida Kitty:
Durante mucho tiempo me he preguntado para qué sigo estudiando; el final de la guerra es tan remoto y tan irreal, tan bello y maravilloso. Si a finales de septiembre aún estamos en guerra, ya no volveré a ir al colegio, porque no quiero estar retrasada dos años. Los días estaban compuestos de Peter, nada más que de Peter, sueños y pensamientos, hasta que el sábado por la noche sentí que me entraba una tremenda flojera, un horror… En compañía de Peter estuve conteniendo las lágrimas, más tarde, mientras tomábamos el ponche de limón con los Van Daan, no paré de reírme, de lo animada y excitada que estaba, pero apenas estuve sola, supe que tenía que llorar para desahogarme. Con el camisón puesto me dejé deslizar de la cama al suelo y recé primero muy intensamente mi largo rezo; luego lloré con la cabeza apoyada en los brazos y las rodillas levantadas, a ras del suelo, toda encorvada. Un fuerte sollozo me hizo volver a la habitación y contuve mis lágrimas, ya que al lado no debían oírme. Entonces empecé a balbucear unas palabras para alentarme a mí misma: «¡Debo hacerlo, debo hacerlo, debo hacerlo…!». Entumecida por la inusual postura, fui a dar contra el borde de la cama y seguí luchando, hasta que poco antes de las diez y media me metí de nuevo en la cama. ¡Se me había pasado! Y ahora ya se me ha pasado del todo. Debo seguir estudiando, para no ser ignorante, para progresar, para ser periodista, porque eso es lo que quiero ser. Me consta que sé escribir. Algunos cuentos son buenos; mis descripciones de la Casa de atrás, humorísticas; muchas partes del diario son expresivas, pero… aún está por ver si de verdad tengo talento. «El sueño de Eva» es mi mejor cuento de hadas, y lo curioso es que de verdad no sé de dónde lo he sacado. Mucho de «La vida de Cady» también está bien, pero en su conjunto no vale nada. Yo misma soy mi mejor crítico, y el más duro. Yo misma sé lo que está bien escrito, y lo que no. Quienes no escriben no saben lo bonito que es escribir. Antes siempre me lamentaba por no saber dibujar, pero ahora estoy más que contenta de que al menos sé escribir. Y si llego a no tener talento para escribir en los periódicos o para escribir libros, pues bien, siempre me queda la opción de escribir para mí misma. Pero quiero progresar; no puedo imaginarme que tuviera que vivir como mamá, la señora Van Daan y todas esas mujeres que hacen sus tareas y que más tarde todo el mundo olvidará. Aparte de un marido e hijos, necesito otra cosa a la que dedicarme. No quiero haber vivido para nada, como la mayoría de las personas. Quiero ser de utilidad y alegría para los que viven a mi alrededor, aun sin conocerme. ¡Quiero seguir viviendo, aun después de muerta! Y por eso le agradezco tanto a Dios que me haya dado desde que nací la oportunidad de instruirme y de escribir, o sea, de expresar todo lo que llevo dentro de mí. Cuando escribo se me pasa todo, mis penas desaparecen, mi valentía revive. Pero entonces surge la gran pregunta: ¿podré escribir algo grande algún día? ¿Llegaré algún día a ser periodista y escritora?
¡Espero que sí, ay, pero tanto que sí! Porque al escribir puedo plasmarlo todo: mis ideas, mis ideales y mis fantasías.
Hace mucho que he abandonado «La vida de Cady»; en mi mente sé perfectamente cómo la historia ha de continuar, pero me cuesta escribirlo. Tal vez nunca la acabe; tal vez vaya a parar a la papelera o a la estufa. No es una idea muy alentadora, pero si lo pienso, reconozco que a los catorce años, y con tan poca experiencia, tampoco se puede escribir filosofía.
Así que adelante, con nuevos ánimos, ya saldrá, ¡porque he de escribir, sea como sea!
Tu Ana M. Frank.
Jueves, 6 de abril de 1944.
Querida Kitty:
Me has preguntado cuáles son mis pasatiempos e intereses, y quisiera responderte, pero te aviso: no te asustes, que son unos cuantos.
En primer lugar: escribir, pero eso en realidad no lo considero un pasatiempo.
En segundo lugar: hacer árboles genealógicos. En todos los periódicos, libros y demás papeles busco genealogías de las familias reales de Francia, Alemania, España, Inglaterra, Austria, Rusia, Noruega y Holanda. En muchos casos ya voy bastante adelantada, sobre todo ya que hace mucho que llevo haciendo apuntes cuando leo alguna biografía o algún libro de historia. Muchos párrafos de historia hasta me los copio enteros.
Y es que mi tercer pasatiempo es la historia, y para ello papá ya me ha comprado muchos libros. ¡No veo la hora de poder ir a la biblioteca pública para documentarme! Mi cuarto pasatiempo es la mitología griega y romana. También sobre este tema tengo unos cuantos libros. Puedo nombrarte de memoria las nueve musas y las siete amantes de Zeus, me conozco al dedillo las esposas de Hércules, etc., etc.
Otras aficiones que tengo son las estrellas de cine y los retratos de familia. Me encantan la lectura y los libros. Me interesa mucho la historia del arte, sobre todo los escritores, poetas y pintores. Los músicos quizá vengan más tarde. Auténtica antipatía le tengo al álgebra, a la geometría y a la aritmética. Las demás asignaturas me gustan todas, especialmente historia.
Tu Ana M. Frank.
Martes, 11 de abril de 1944.
Mi querida Kitty:
La cabeza me da vueltas, de verdad no sé por dónde empezar. El jueves (la última vez que te escribí) fue un día normal. El viernes fue Viernes Santo; por la tarde jugamos al juego de la Bolsa, al igual que el sábado por la tarde. Esos días pasaron todos muy rápido. El sábado, alrededor de las dos de la tarde, empezaron a cañonear; eran cañones de tiro rápido, según los señores. Por lo demás, todo tranquilo.
El domingo a las cuatro y media de la tarde vino a verme Peter, por invitación mía; a las cinco y cuarto subimos al desván de delante, donde nos quedamos hasta las seis. De seis a siete y cuarto pasaron por la radio un concierto muy bonito de Mozart; sobre todo me gustó mucho la Pequeña serenata nocturna. En la habitación casi no puedo oír música, porque cuando es música bonita, dentro de mí todo se pone en movimiento. El domingo por la noche Peter no pudo bañarse, porque habían usado la tina para poner cera. A las ocho subimos juntos al desván de delante, y para tener algo blando en que sentarnos me llevé el único cojín que encontré en nuestra habitación. Nos sentamos en un baúl. Tanto el baúl como el cojín eran muy estrechos; estábamos sentados uno pegado al otro, apoyados en otros baúles. Mouschi nos hacía compañía, de modo que teníamos un espía. De repente, a las nueve menos cuarto, el señor Van Daan nos silbó y nos preguntó si nos habíamos llevado un cojín del señor Dussel.
Los dos nos levantamos de un salto y bajamos con el cojín, el gato y Van Daan. El cojín de marras nos trajo un buen disgusto. Dussel estaba enfadado porque me había llevado el cojín que usaba de almohada, y tenía miedo de que tuviera pulgas. Por ese bendito cojín movilizó a medio mundo. Para vengarnos de él y de su repelencia, Peter y yo le metimos dos cepillos bien duros en la cama, que luego volvimos a sacar, ya que Dussel quiso volver a entrar en la habitación. Nos reímos mucho con este interludio. Pero nuestra diversión no duraría mucho. A las nueve y media, Peter llamó suavemente a la puerta y le pidió a papá si podía subir para ayudarle con una frase difícil de inglés.
—Aquí hay gato encerrado —le dije a Margot—. Está clarísimo que ha sido una excusa. Están hablando en un tono como si hubieran entrado ladrones.
Mi suposición era correcta: en el almacén estaban robando. Papá, Van Daan y Peter bajaron en un santiamén. Margot, mamá, la señora y yo nos quedamos esperando. Cuatro mujeres muertas de miedo necesitan hablar, de modo que hablamos, hasta que abajo oímos un golpe, y luego todo volvió a estar en silencio. El reloj dio las diez menos cuarto. Se nos había ido el color de las caras, pero aún estábamos tranquilas, aunque teníamos miedo. ¿Dónde estarían los hombres? ¿Qué habría sido ese golpe? ¿Estarían luchando con los ladrones? Nadie pensó en otra posibilidad, y seguimos a la espera de lo que viniera.
Las diez. Se oyen pasos en la escalera. Papá, pálido y nervioso, entra seguido del señor Van Daan.
—Apagad las luces y subid sin hacer ruido. Es probable que venga la Policía.
No hubo tiempo para tener miedo. Apagamos las luces, cogí rápido una chaqueta y ya estábamos arriba.
—¿Qué ha pasado? ¡Anda, cuenta!
Pero no había nadie que pudiera contar nada. Los hombres habían vuelto a bajar, y no fue sino hasta las diez y diez cuando volvieron a subir los cuatro; dos se quedaron montando guardia junto a la ventana abierta de Peter; la puerta que daba al descansillo tenía el cerrojo echado, y la puerta giratoria estaba cerrada. Alrededor de la lamparilla de noche colgamos un jersey, y luego nos contaron:
Peter había oído dos fuertes golpes en el descansillo, corrió hacia abajo y vio que del lado izquierdo de la puerta del almacén faltaba una gran tabla. Corrió hacia arriba, avisó al sector combatiente de la familia y los cuatro partieron hacia abajo. Cuando entraron en el almacén, los ladrones todavía estaban robando. Sin pensarlo, Van Daan gritó: «¡Policía!». Se oyeron pasos apresurados fuera, los ladrones habían huido. Para evitar que la Policía notara el hueco, volvieron a poner la tabla, pero una fuerte patada desde fuera la hizo volar de nuevo por el aire. Semejante descaro dejó perplejos a nuestros hombres; Van Daan y Peter sintieron ganas de matarlos. Van Daan cogió un hacha y dio un fuerte golpe en el suelo. Ya no se oyó nada más. Volvieron a poner la madera en el hueco, y nuevamente fueron interrumpidos. Un matrimonio iluminó con una linterna muy potente todo el almacén. «¡Rediez!», murmuró uno de nuestros hombres, y… ahora su papel había cambiado del de Policía al de ladrones. Los cuatro corrieron hacia arriba, Dussel y Van Daan cogieron los libros del primero, Peter abrió puertas y ventanas de la cocina y del despacho de papá, tiró el teléfono al suelo y por fin todos desaparecieron detrás de las paredes del escondite.
FIN DE LA PRIMERA PARTE
Muy probablemente, el matrimonio de la linterna avisó a la Policía. Era domingo por la noche, la noche del domingo de Pascua, y el lunes de Pascua no habría nadie en la oficina[28], o sea, que antes del martes por la mañana no nos podríamos mover. ¡Figúrate, dos noches y un día aguantando con ese miedo! No nos imaginábamos nada, estábamos en la más plena oscuridad, porque la señora, por miedo, había desenroscado completamente la bombilla; las voces susurraban, y cuando algo crujía se oía «¡chis, chis!».
Se hicieron las diez y media, las once, ningún ruido; por turnos, papá y Van Daan venían a estar con nosotros. Entonces, a las once y cuarto, un ruido abajo. Entre nosotros se oía la respiración de toda la familia, pero por lo demás no nos movíamos. Pasos en la casa, en el despacho de papá, en la cocina, y luego… ¡en nuestra escalera! Ya no se oía la respiración de nadie, solo los latidos de ocho corazones. Pasos en nuestra escalera, luego un traqueteo en la puerta giratoria. Ese momento no te lo puedo describir.
—¡Estamos perdidos! —dije, y ya veía que esa misma noche la Gestapo nos llevaría consigo a los quince.
Traqueteo en la puerta giratoria, dos veces, luego se cae una lata, los pasos se alejan. ¡Hasta ahí nos habíamos salvado! Todos sentimos un estremecimiento, oí castañetear varios dientes de origen desconocido, nadie decía aún una sola palabra, y así estuvimos hasta las once y media.
No se oía nada más en el edificio, pero en el descansillo estaba la luz encendida, justo delante del armario. ¿Sería porque nuestro armario resultaba misterioso? ¿Acaso la Policía había olvidado apagar la luz? ¿Vendría aún alguien a apagarla? Se desataron las lenguas, ya no había nadie en la casa, tal vez un guardia delante de la puerta. A partir de ese momento hicimos tres cosas: enunciar suposiciones, temblar de miedo y tener que ir al retrete. Los cubos estaban en el desván; solo nos podría servir la papelera de lata de Peter. Van Daan empezó, luego vino papá, a mamá le daba demasiada vergüenza. Papá trajo la papelera a la habitación, donde Margot, la señora y yo hicimos buen uso de ella, y por fin también mamá se decidió. Cada vez se repetía la pregunta de si había papel. Por suerte, yo tenía algo de papel en el bolsillo.
La papelera olía, todos susurrábamos y estábamos cansados, eran las doce de la noche. «¡Tumbaos en el suelo y dormid!». A Margot y a mí nos dieron una almohada y una manta a cada una. Margot estaba acostada a cierta distancia de la despensa, y yo entre las patas de la mesa. A ras del suelo no olía tan mal, pero aun así, la señora fue a buscar sigilosamente polvos de blanqueo; tapamos el orinal con un paño de cocina a modo de doble protección.
Conversaciones en voz alta, conversaciones en voz baja, mieditis, mal olor, ventosidades y un orinal continuamente ocupado; ¡a ver cómo vas a dormir! A las dos y media, sin embargo, ya estaba demasiado cansada y hasta las tres y media no oí nada. Me desperté cuando la señora estaba acostada con la cabeza encima de mis pies.
—¡Por favor, deme algo que ponerme! —le pedí.
Algo me dio, pero no me preguntes qué: unos pantalones de lana para ponerme encima del pijama, el jersey rojo y la falda negra, medias blancas y unos calcetines rotos. Entonces, la señora fue a instalarse en el sillón y el señor vino a acostarse sobre mis pies. A partir de las tres y media me puse a pensar, y como todavía temblaba, Van Daan no podía dormir. Me estaba preparando para cuando volviera la Policía. Tendríamos que decir que éramos un grupo de escondidos. Si eran holandeses del lado bueno, no pasaría nada, pero si eran del NSB[29], tendríamos que sobornarlos.
—¡Hay que esconder la radio! —suspiró la señora.
—¡Sí, en el horno…! —le contestó el señor—. Si nos encuentran a nosotros, ¡que también encuentren la radio!
—¡Entonces también encontrarán el diario de Ana! —se inmiscuyó papá.
—¡Pues quemadlo! —sugirió la más miedosa de todos.
En ese momento la Policía se puso a traquetear en la puerta-armario; fueron los momentos en que me dio más miedo; ¡mi diario no, a mi diario solo lo quemarán conmigo! Pero papá ya no contestó, por suerte.
No tiene ningún sentido que te cite todas las conversaciones que recuerdo. Dijimos un montón de cosas, y yo estuve tranquilizando a la señora, que estaba muerta de miedo. Hablamos de huir y de interrogatorios de la Gestapo, de llamar por teléfono y de tener valor.
—Ahora tendremos que comportarnos como soldados, señora. Si perdemos la vida, que sea por la reina y por la patria, por la libertad, la verdad y la justicia, como suele decir Radio Orange. Lo único terrible es que junto con nosotros sumimos en la desgracia a todos los otros.
Después de una hora, el señor Van Daan se volvió a cambiar con su mujer, y papá vino a estar conmigo. Los hombres fumaban sin parar; de vez en cuando un profundo suspiro, luego alguien que hacía pis, ¡y otra vez vuelta a empezar!
Las cuatro, las cinco, las cinco y media. Ahora me senté a escuchar junto a Peter, uno pegado al otro, tan pegados, que cada uno sentía los escalofríos en el cuerpo del otro; nos dijimos alguna que otra palabra y aguzamos los oídos. Dentro quitaban los paneles de oscurecimiento y apuntaban los puntos que querían contarle a Kleiman por teléfono. Y es que a las siete querían llamar por teléfono a Kleiman y hacer venir a alguien. Existía el riesgo de que el guardia que estaba delante de la puerta o en el almacén oyera el teléfono, pero era mayor el riesgo de que volviera la Policía.
Aunque inserto aquí la hoja con la memoria de lo ocurrido, lo pasaré a limpio para mayor claridad.
Han entrado ladrones: inspección de la Policía, llegan hasta puerta giratoria, pero no pasan. Ladrones, al parecer interrumpidos, forzaron puerta del almacén y huyeron por jardín. Entrada principal con cerrojo, Kugler forzosamente tiene que haber salido por segunda puerta.
Máquinas de escribir y de calcular seguras en caja negra de despacho ppal.
También colada de Miep o Bep en tina en la cocina.
Solo Bep o Kugler tienen llave de segunda puerta; cerradura quizá estropeada.
Intentar avisar a Jan para buscar llave y echar vistazo a oficina; también dar comida al gato.
Por lo demás, todo salió a pedir de boca. Llamaron a Kleiman, se quitaron los palos, pusieron la máquina de escribir en la caja fuerte. Luego nos sentamos alrededor de la mesa a esperar a Jan o a la Policía.
Peter se había dormido, el señor Van Daan y yo estábamos tumbados en el suelo, cuando abajo oímos pasos firmes. Me levanté sin hacer ruido.
—¡Ese debe ser Jan!
—¡No, no, es la Policía! —dijeron todos los demás.
Llamaron a nuestra puerta-armario, Miep silbó. Para la señora Van Daan fue demasiado: blanca como el papel, se quedó medio traspuesta en su sillón, y si la tensión hubiera durado un minuto más, se habría desmayado.
Cuando entraron Jan y Miep, la habitación ofrecía un espectáculo maravilloso; la sola mesa merecía que le sacaran una foto: un ejemplar de Cinema & Theater lleno de mermelada y pectina contra la diarrea estaba abierto en una página con fotos de bailarinas, dos potes de mermelada, medio bollo por un lado y un cuarto de bollo por otro, pectina, espejo, peine, cerillas, ceniza, cigarrillos, tabaco, cenicero, libros, unas bragas, linterna, peineta de la señora, papel higiénico, etc.
Recibimos a Jan y Miep con gritos de júbilo y lágrimas, naturalmente. Jan tapó con madera blanca el hueco de la puerta y al poco tiempo salió de nuevo con Miep para dar cuenta del robo a la Policía. Debajo de la puerta del almacén, Miep había encontrado una nota de Sleegers, el sereno, que había descubierto el hueco y avisado a la Policía. También a él pasarían a verlo.
Teníamos entonces media hora para arreglarnos. Nunca antes vi producirse tantos cambios en media hora. Abajo, Margot y yo sacamos las camas, fuimos al cuarto de baño, nos lavamos los dientes y las manos y nos arreglamos el pelo. Luego recogí un poco la habitación y volví arriba. Allí ya habían ordenado la mesa, cogimos agua del grifo, hicimos té y café, hervimos leche y pusimos la mesa para la hora del café. Papá y Peter vaciaron y limpiaron los recipientes de orina y excrementos con agua caliente y polvos de blanqueo; el más grande estaba lleno a rebosar y era tan pesado que era muy difícil levantarlo, y además perdía, de modo que hubo que llevarlo dentro de un cubo. A las once estábamos sentados alrededor de la mesa con Jan, que ya había vuelto, y poco a poco se fue creando ambiente. Jan nos contó la siguiente versión: En casa de Sleegers, su mujer —Sleegers dormía— le contó que su marido descubrió el hueco de la puerta de casa al hacer su ronda nocturna por los canales, y que junto con un agente de Policía al que avisó, recorrieron la planta baja del edificio. El señor Sleegers es sereno particular y todas las noches hace su recorrido por los canales en bicicleta, con sus dos perros. Tenía pensado venir a ver a Kugler el martes para notificarle lo ocurrido. En la comisaría todavía no sabían nada del robo, pero tomaron nota enseguida para venir a ver también el martes.
En el camino de vuelta, Jan pasó de casualidad por la tienda de Van Hoeven, nuestro proveedor de patatas, y le contó lo del robo.
—Ya estoy enterado —contestó Van Hoeven, como quien no quiere la cosa—. Anoche pasábamos con mi mujer por su edificio y vimos un hueco en la puerta. Mi mujer quiso que siguiéramos andando, pero yo miré con la linterna, y seguro que entonces los ladrones se largaron. Por las dudas, no llamé a la Policía; en el caso de ustedes, preferí no hacerlo. Yo no sé nada, claro, pero tengo mis sospechas.
Jan le agradeció y se marchó. Seguro que Van Hoeven sospecha que estamos aquí escondidos, porque siempre trae las patatas después de las doce y media y nunca después de la una y media. ¡Buen tipo!
Cuando Jan se fue y nosotras acabamos de fregar los platos, se había hecho la una. Los ocho nos fuimos a dormir. A las tres menos cuarto me desperté y vi que el señor Dussel ya había desaparecido. Por pura casualidad, en el cuarto de baño me encontré, semidormida, con Peter, que acababa de bajar. Quedamos en vernos abajo. Me arreglé un poco y bajé.
—¿Aún te atreves a ir al desván de delante? —me preguntó. Dije que sí, cogí mi almohada envuelta en una tela y nos fuimos al desván de delante. Hacía un tiempo maravilloso, y al poco rato sonaron las sirenas, pero nos quedamos donde estábamos. Peter me puso un brazo al hombro, yo hice lo mismo y así nos quedamos, abrazados, esperando tranquilamente hasta que a las cuatro nos vino a buscar Margot para merendar. Comimos un bocadillo, tomamos limonada y estuvimos bromeando, lo que por suerte era posible otra vez, y por lo demás todo normal. Por la noche agradecí a Peter por ser el más valiente de todos.
Ninguno de nosotros ha pasado jamás por un peligro tan grande como el que pasamos esa noche. Dios nos protegió una enormidad, figúrate: la Policía delante de la puerta del escondite, la luz del descansillo encendida, ¡y nosotros aun así pasamos inadvertidos! «¡Estamos perdidos!», dije entonces en voz baja, pero otra vez nos hemos salvado. Si llega la invasión y las bombas, cada uno podrá defenderse a sí mismo, pero esta vez el miedo era por los buenos e inocentes cristianos.
«¡Estamos salvados, sigue salvándonos!». Es lo único que podemos decir.
Esta historia ha traído consigo bastantes cambios. En lo sucesivo, Dussel por las noches se instala en el cuarto de baño, Peter baja a controlar la casa a las ocho y media y a las nueve y media. Ya no podemos abrir la ventana de Peter, puesto que el hombre de Keg vio que estaba abierta. Después de las nueve y media ya no podemos tirar de la cadena. El señor Sleegers ha sido contratado como vigilante nocturno. Esta noche vendrá un carpintero clandestino, que usará la madera de nuestras camas de Francfort para fabricar unas trancas para las puertas. En la Casa de atrás se somete ahora todo a debate. Kugler nos ha reprochado nuestra imprudencia; nunca debemos bajar, ha dicho también Jan. Ahora es cuestión de averiguar si Sleegers es de fiar, saber si sus perros se echan a ladrar si oyen a alguien detrás de la puerta, cómo fabricar las trancas, etc. Hemos vuelto a tomar conciencia del hecho de que somos judíos encadenados, encadenados a un único lugar, sin derechos, con miles de obligaciones. Los judíos no podemos hacer valer nuestros sentimientos, tenemos que tener valor y ser fuertes, tenemos que cargar con todas las molestias y no quejarnos, tenemos que hacer lo que está a nuestro alcance y confiar en Dios. Algún día esta horrible guerra habrá terminado, algún día volveremos a ser personas y no solamente judíos.
¿Quién nos ha impuesto esto? ¿Quién ha hecho de nosotros la excepción entre los pueblos? ¿Quién nos ha hecho sufrir tanto hasta ahora? Ha sido Dios quien nos ha hecho así, pero será también Dios quien nos elimine. Si cargamos con todo este dolor y aun así siguen quedando judíos, algún día los judíos dejarán de ser los eternos condenados y pasarán a ser un ejemplo. Quién sabe si algún día no será nuestra religión la que pueda enseñar al mundo y a todos los pueblos lo bueno, y por eso, solo por eso, nosotros tenemos que sufrir. Nunca podemos ser solo holandeses o solo ingleses o pertenecer a cualquier otra nación: aparte de nuestra nacionalidad, siempre seguiremos siendo judíos, estaremos obligados a serlo, pero también queremos seguir siéndolo.
¡Valor! Sigamos siendo conscientes de nuestra tarea y no nos quejemos, que ya habrá una salida. Dios nunca ha abandonado a nuestro pueblo. A lo largo de los siglos ha habido judíos que han sobrevivido, a lo largo de los siglos ha habido judíos que han tenido que sufrir, pero a lo largo de los siglos también se han hecho fuertes. Los débiles caerán, ¡pero los fuertes sobrevivirán y nunca sucumbirán!
Esa noche supe realmente que iba a morir; esperé a que llegara la Policía, estaba preparada, preparada como los soldados en el campo de batalla. Quería sacrificarme gustosa por la patria, pero ahora, ahora que me he salvado, mi primer deseo después de la guerra es: ¡hacedme holandesa!
Amo a los holandeses, amo a nuestro país, amo la lengua y quiero trabajar aquí. Y aunque tenga que escribirle a la reina en persona: ¡no desistiré hasta que haya alcanzado mi objetivo!
Cada vez me independizo más de mis padres, a pesar de mis pocos años, tengo más valor vital y un sentido de la justicia más preciso e intacto que mamá. Sé lo que quiero, tengo una meta, una opinión formada, una religión y un amor. Que me dejen ser yo misma, y me daré por satisfecha. Sé que soy una mujer, una mujer con fuerza interior y con mucho valor.
Si Dios me da la vida, llegaré más lejos de lo que mamá ha llegado jamás, no seré insignificante, trabajaré en el mundo y para la gente.
¡Y ahora sé que lo primero que hace falta es valor y alegría!
Tu Ana M. Frank.
Viernes, 14 de abril de 1944.
Querida Kitty:
Hay todavía un ambiente muy tenso. Pim está que arde, la señora está en cama con catarro y despotricando, el señor sin sus pitillos está pálido; Dussel, que ha sacrificado mucha comodidad, se pasa el día haciendo comentarios y objeciones, etc., etc. De momento no estamos de suerte. El retrete pierde y el grifo se ha pasado de rosca. Gracias a nuestros múltiples conocidos, tanto una cosa como la otra podrán arreglarse pronto.
A veces me pongo sentimental, ya lo sabes… pero es que aquí a veces hay lugar para el sentimentalismo. Cuando Peter y yo estamos sentados en algún duro baúl de madera, entre un montón de trastos y polvo, con los brazos al cuello y pegados uno al otro, él con un rizo mío en la mano; cuando afuera los pájaros cantan trinando; cuando ves que los árboles se ponen verdes; cuando el sol invita a salir fuera; cuando el cielo está tan azul, entonces… ¡ay, entonces quisiera tantas cosas!
Aquí no se ven más que caras descontentas y gruñonas, más que suspiros y quejas contenidas, es como si de repente nuestra situación hubiera empeorado muchísimo. De verdad, las cosas van tan mal como uno las hace ir. Aquí, en la Casa de atrás, nadie marcha al frente dando el buen ejemplo, aquí cada uno tiene que apañárselas para dominar sus ánimos.
Ojalá todo acabe pronto, es lo que se oye todos los días. Mi trabajo, mi esperanza, mi amor, mi valor, todo ello me mantiene en pie y me hace buena.
Te aseguro, Kitty, que hoy estoy un poco loca, aunque no sé por qué. Todo aquí está patas arriba, las cosas no guardan ninguna relación, y a veces me entran serias dudas sobre si más tarde le interesará a alguien leer mis bobadas. «Las confidencias de un patito feo»: ese será el título de todas estas tonterías. De verdad, no creo que a los señores Bolkestein y Gerbrandy[30] les sea de mucha utilidad mi diario.
Tu Ana M. Frank.
Sábado, 15 de abril de 1944.
Querida Kitty:
«Un susto trae otro. ¿Cuándo acabará todo esto?». Son frases que ahora realmente podemos emplear… ¿A que no sabes lo que acaba de pasar? Peter olvidó quitar el cerrojo de la puerta, por lo que Kugler no pudo entrar en el edificio con los hombres del almacén. Tuvo que ir al edificio de Keg y romper la ventana de la cocina. Teníamos las ventanas abiertas, y esto también Keg lo vio. ¿Qué pensarán los de Keg? ¿Y Van Maaren? Kugler está que trina. Le reprochamos que no hace nada para cambiar las puertas, ¡y nosotros cometemos semejante estupidez! Peter no sabe dónde meterse. Cuando en la mesa mamá dijo que por quien más compasión sentía era por Peter, él casi se echó a llorar. La culpa es de todos nosotros, porque tanto el señor Van Daan como nosotros casi siempre le preguntamos si ya ha quitado el cerrojo. Tal vez luego pueda ir a consolarlo un poco. ¡Me gustaría tanto poder ayudarle!
A continuación, te escribo algunas confidencias de la Casa de atrás de las últimas semanas:
El sábado de la semana pasada, Moffie se puso malo de repente. Estaba muy silencioso y babeaba. Miep enseguida lo cogió, lo envolvió en un trapo, lo puso en la bolsa de la compra y se lo llevó a la clínica para perros y gatos. El veterinario le dio un jarabe, ya que Moffie padecía del vientre. Peter le dio un poco del brebaje varias veces, pero al poco tiempo Moffie desapareció y se quedó fuera día y noche, seguro que con su novia. Pero ahora tiene la nariz toda hinchada y cuando lo tocas, se queja. Probablemente le han dado un golpe en algún sitio donde ha querido robar. Mouschi estuvo unos días con la voz trastornada. Justo cuando nos habíamos propuesto llevarlo al veterinario también a él, estaba ya prácticamente curado.
Nuestra ventana del desván ahora también la dejamos entreabierta por las noches. Peter y yo a menudo vamos allí a sentarnos después del anochecer.
Gracias a un pegamento y pintura al óleo, pronto se podrá arreglar la taza del lavabo. El grifo que estaba pasado de rosca también se ha cambiado por otro. El señor Kleiman anda ya mejor de salud, por suerte. Pronto irá a ver a un especialista. Esperemos que no haga falta operarlo del estómago.
Este mes hemos recibido ocho cupones de racionamiento. Desafortunadamente, para los primeros quince días solo dan derecho a legumbres, en lugar de a copos de avena o de cebada. Nuestro mejor manjar es el piccalilly[31]. Si no tienes suerte, en un tarro solo te vienen pepinos y algo de salsa de mostaza. Verdura no hay en absoluto. Solo lechuga, lechuga y otra vez lechuga. Nuestras comidas tan solo traen patatas y sucedáneo de salsa de carne.
Los rusos tienen en su poder más de la mitad de Crimea. En Cassino los ingleses no avanzan. Lo mejor será confiar en el frente occidental. Bombardeos hay muchos y de gran envergadura. En La Haya un bombardero ha atacado el edificio del Registro Civil Nacional. A todos los holandeses les darán nuevas tarjetas de identificación. Basta por hoy.
Tu Ana M. Frank.
Domingo, 16 de abril de 1944.
Mi querida Kitty:
Grábate en la memoria el día de ayer, que es muy importante en mi vida. ¿No es importante para cualquier chica cuando la besan por primera vez? Para mí al menos lo es. El beso que me dio Bram en la mejilla derecha no cuenta, y el que me dio Woudstra en la mano derecha tampoco. ¿Que cómo ha sido lo del beso? Pues bien, te lo contaré. Anoche, a las ocho, estaba yo sentada con Peter en su diván, y al poco tiempo me puso el brazo al cuello. (Como era sábado, no llevaba puesto el mono).
—Corrámonos un poco, así no me doy con la cabeza contra el armarito. Se corrió casi hasta la esquina del diván, yo puse mi brazo debajo del suyo, alrededor del cuello, y por poco sucumbo bajo el peso de su brazo sobre mis hombros. Es cierto que hemos estado sentados así en otras ocasiones, pero nunca tan pegados como anoche. Me estrechó bien fuerte contra su pecho, sentí cómo me palpitaba el corazón, pero todavía no habíamos terminado. No descansó hasta que no tuvo mi cabeza reposada en su hombro, con su cabeza encima de la mía. Cuando a los cinco minutos quise sentarme un poco más derecha, enseguida cogió mi cabeza en sus manos y la llevó de nuevo hacia sí. ¡Ay, fue tan maravilloso! No pude decir gran cosa, la dicha era demasiado grande. Me acarició con su mano algo torpe la mejilla y el brazo, jugó con mis rizos y la mayor parte del tiempo nuestras cabezas estuvieron pegadas una contra la otra.
No puedo describirte la sensación que me recorrió todo el cuerpo, Kitty; me sentía demasiado dichosa, y creo que él también.
A las ocho y media nos levantamos. Peter se puso sus zapatos de deporte para hacer menos ruido al hacer su segunda ronda por la casa, y yo estaba de pie a su lado. No me preguntes cómo hice para encontrar el movimiento adecuado, porque no lo sé; lo cierto es que antes de bajar me dio un beso en el pelo, medio sobre la mejilla izquierda y medio en la oreja. Corrí hacia abajo sin volverme, y ahora estoy muy deseosa de ver lo que va a pasar hoy.
Domingo por la mañana, 11 horas.
Tu Ana M. Frank.
Lunes, 17 de abril de 1944.
Querida Kitty:
¿Crees tú que papá y mamá estarían de acuerdo en que yo, una chica que aún no ha cumplido los quince años, estuviera sentada en un diván, besando a un chico de diecisiete años y medio? En realidad creo que no, pero lo mejor será confiar en mí misma al respecto. Me siento tan tranquila y segura al estar en sus brazos, soñando, y es tan emocionante sentir su mejilla contra la mía, tan maravilloso saber que alguien me está esperando… Pero, y es que hay un pero ¿se contentará Peter con esto? No es que haya olvidado su promesa, pero al fin y al cabo él es hombre.
Yo misma también sé que soy bastante precoz; a algunos les resulta un tanto difícil entender cómo puedo ser tan independiente, cuando aún no he cumplido los quince años. Estoy casi segura de que Margot nunca besaría a un chico si no hubiera perspectiva concreta de compromiso o boda. Ni Peter ni yo tenemos planes en ese sentido. Seguro que tampoco mamá ha tocado a un hombre antes que papá. ¿Qué dirían mis amigas y Jacque si me vieran en brazos de Peter, con mi corazón contra su pecho, mi cabeza sobre su hombro, su cabeza y su cara sobre mi cabeza?
¡Ay, Ana, qué vergüenza! Pero la verdad es que a mí no me parece ninguna vergüenza. Estamos aquí encerrados, aislados del mundo, presas del miedo y la preocupación, sobre todo últimamente. Entonces, ¿por qué los que nos queremos habríamos de permanecer separados? ¿Por qué no habríamos de besarnos, con los tiempos que corren? ¿Por qué habríamos de esperar hasta tener la edad adecuada? ¿Por qué habríamos de pedir permiso para todo?
Yo misma me encargaré de cuidarme, y él nunca haría nada que me diera pena o me hiciera daño; entonces, ¿por qué no habría de dejarme guiar por lo que me dicta el corazón y dejar que seamos felices los dos?
Sin embargo, Kitty, creo que notarás un poco mis dudas; supongo que es mi sinceridad, que se rebela contra la hipocresía. ¿Te parece que debería contarle a papá lo que hago? ¿Te parece que nuestro secreto debería llegar a oídos de un tercero? Perdería mucho de su encanto, pero ¿me haría sentir más tranquila por dentro? Tendré que consultarlo con él. Ay, aún hay tantas cosas de las que quisiera hablar con él, porque a solo acariciarle no le veo el sentido. Para poder contarnos lo que sentimos necesitamos mucha confianza, pero saber que disponemos de ella nos hará más fuertes a los dos.
Tu Ana M. Frank.
P. D. Ayer por la mañana, toda la familia ya estaba levantada a las seis, ya que habíamos oído ruido de ladrones. Esta vez la víctima quizá haya sido uno de nuestros vecinos. Cuando a las siete controlamos las puertas del edificio, estaban herméticamente cerradas. ¡Menos mal!
Martes, 18 de abril de 1944.
Querida Kitty:
Por aquí todo bien. Ayer por la tarde vino de nuevo el carpintero, que empezó con la colocación de las planchas de hierro delante de los paneles de las puertas. Papá acaba de decir que está seguro de que antes del 20 de mayo habrá operaciones a gran escala, tanto en Rusia y en Italia como en el frente occidental. Cada vez resulta más difícil imaginarme que nos vayan a liberar de esta situación.
Ayer Peter y yo por fin tuvimos ocasión de tener la conversación que llevábamos postergando por lo menos diez días. Le expliqué todo lo relativo a las chicas, sin escatimar los detalles más íntimos. Me pareció bastante cómico que creyera que normalmente omitían dibujar el orificio de las mujeres en las ilustraciones. De verdad, Peter no se podía imaginar que se encontrara tan metido entre las piernas. La velada acabó con un beso mutuo, más o menos al lado de la boca. ¡Es una sensación maravillosa! Tal vez un día me lleve conmigo el libro de las frases bonitas cuando vaya arriba, para que por fin podamos ahondar un poco más en las cosas. No me satisface pasarnos todos los días abrazados sin más, y quisiera imaginarme que a él le pasa igual. Después de un invierno de medias tintas, ahora nos está tocando una primavera hermosa. Abril es realmente maravilloso; no hace ni mucho calor ni mucho frío, y de vez en cuando cae algún chubasco. El castaño del jardín está ya bastante verde, aquí y allá asoman los primeros tirsos.
El sábado Bep nos mimó trayéndonos cuatro ramos de flores: tres de narcisos y un ramillete de jacintos enanos, este último para mí. El aprovisionamiento de periódicos del señor Kugler es cada vez mejor. Tengo que estudiar álgebra, Kitty, ¡hasta luego!
Tu Ana M. Frank.
Miércoles, 19 de abril de 1944.
Amor mío:
(Así se titula una película en la que actúan Dorit Kreysler, Ida Wüst y Harald Paulsen). ¿Existe en el mundo algo más hermoso que estar sentada delante de una ventana abierta en los brazos de un chico al que quieres, mirando la naturaleza, oyendo a los pájaros cantar y sintiendo cómo el sol te acaricia las mejillas? ¡Me hace sentir tan tranquila y segura con su brazo rodeándome, y saber que está cerca y sin embargo callar! No puede ser nada malo, porque esa tranquilidad me hace bien. ¡Ay, ojalá nunca nos interrumpieran, ni siquiera Mouschi!
Tu Ana M. Frank.
Viernes, 21 de abril de 1944.
Mi querida Kitty:
Ayer por la tarde estuve en cama con dolor de garganta, pero como ya esa misma tarde me aburrí y no tenía fiebre, hoy me he levantado. Y el dolor de garganta prácticamente ha «des-a-pa-rrecii-do».
Ayer, como probablemente ya hayas descubierto tú misma, cumplió cincuenta y cinco años nuestro querido Führer. Hoy es el 18.º cumpleaños de Su Alteza Real, la princesa heredera Isabel de York. Por la BBC han dicho que, contrariamente a lo que se acostumbra a hacer con las princesas, todavía no la han declarado mayor de edad. Ya hemos estado conjeturando con qué príncipe desposarán a esta beldad, pero no hemos podido encontrar al candidato adecuado. Quizá su hermana, la princesa Margarita Rosa, quiera quedarse con el príncipe Balduino, heredero de la corona de Bélgica…
Aquí caemos de una desgracia en la otra. No acabábamos de ponerle unos buenos cerrojos a las puertas, cuando aparece en escena Van Maaren. Es casi seguro que ha robado fécula de patata, y ahora le quiere echar la culpa a Bep. La Casa de atrás, como te podrás imaginar, está convulsionada. Bep está que trina. Quizá Kugler ahora haga vigilar a ese libertino.
Esta mañana vino el tasador de la Beethovenstraat. Nos ofrece 400 florines por el cofre; también las otras ofertas nos parecen demasiado bajas.
Voy a pedir a la redacción de De Prins que publiquen unos de mis cuentos de hadas; bajo seudónimo, naturalmente. Pero como los cuentos que he escrito hasta ahora son demasiado largos, no creo que vaya a tener suerte. Hasta la próxima, darling.
Tu Ana M. Frank.
Martes, 25 de abril de 1944.
Querida Kitty:
Hace como diez días que Dussel y Van Daan otra vez no se hablan, y eso solo porque hemos tomado un montón de medidas de seguridad después de que entraron los ladrones. Una de ellas es que a Dussel ya no le permiten bajar por las noches. Peter y el señor Van Daan hacen la última ronda todas las noches a las nueve y media, y luego nadie más puede bajar. Después de las ocho de la noche ya no se puede tirar de la cadena, y tampoco después de las ocho de la mañana. Las ventanas no se abren por la mañana hasta que no esté encendida la luz en el despacho de Kugler, y por las noches ya no se les puede poner las tablitas. Esto último ha sido motivo para que Dussel se molestara. Asegura que Van Daan le ha soltado un gruñido, pero ha sido culpa suya. Dice que antes podría vivir sin comer que sin respirar aire puro, y que habrá que buscar un método para que puedan abrirse las ventanas.
—Hablaré de ello con el señor Kugler —me ha dicho, y le he contestado que estas cosas no se discuten con el señor Kugler, sino que las resuelve el grupo en su conjunto.
—¡Aquí todo se hace a mis espaldas! —refunfuñó—. Tendré que hablar con tu padre al respecto.
Tampoco le dejan instalarse en el despacho de Kugler los sábados por la tarde ni los domingos, porque podría oírle el jefe de la oficina de Keg cuando viene. Pero Dussel no hizo caso y se volvió a instalar en el despacho. Van Daan estaba furioso y papá bajó a prevenirle. Por supuesto que se salió con algún pretexto pero esta vez ni papá lo aceptó. Ahora también papá habla lo menos posible con él, porque Dussel lo ha ofendido, no sé de qué manera, ni lo sabe ninguno de nosotros, pero debe de haber sido fuerte.
¡Y pensar que la semana que viene el desgraciado festeja su cumpleaños! Cumplir años, no decir ni mu, estar con cara larga y recibir regalos: ¿cómo casa una cosa con otra?
El estado del señor Voskuijl va empeorando mucho. Lleva más de diez días con casi cuarenta grados de fiebre. El médico dice que no hay esperanzas, creen que el cáncer ha llegado hasta el pulmón. Pobre hombre, ¡cómo nos gustaría ayudarle! Pero solo Dios puede hacerlo.
He escrito un cuento muy divertido. Se llama «Blurry, el explorador», y ha gustado mucho a mis tres oyentes.
Aún sigo muy acatarrada, y ya he contagiado a Margot y a mamá y a papá. Espero que no se le pegue también a Peter, quiso que le diera un beso y me llamó su El Dorado. ¡Pero si eso ni siquiera es posible, tonto! De cualquier manera, es un cielo.
Tu Ana M. Frank.
Jueves, 27 de abril de 1944.
Querida Kitty:
Esta mañana la señora estaba de mal humor. No hacía más que quejarse, primero por su resfriado, y porque no le daban caramelos, y porque no aguanta tener que sonarse tantas veces la nariz. Luego porque no había salido el sol, por la invasión que no llega, porque no podemos asomarnos por la ventana, etc., etc.
Nos hizo reír mucho con sus quejas, y por lo visto no era todo tan grave, porque le contagiamos la risa.
Receta del cholent de patatas, modificada por escasez de cebollas: Se cogen patatas peladas, se pasan por el pasapurés, se añade un poco de harina del Gobierno y sal. Se untan con parafina o estearina las bandejas de horno o de barro refractario y se cuece la masa en el horno durante 2 1/2 horas. Cómase con compota de fresas podridas. (No se dispone de cebollas ni de manteca para la fuente y la masa).
En estos momentos yo estoy leyendo El emperador Carlos V, escrito por un catedrático de la Universidad de Gotinga, que estuvo cuarenta años trabajando en este libro. En cinco días me leí cincuenta páginas, más es imposible. El libro consta de 598 páginas, así que ya puedes ir calculando cuánto tiempo tardaré en leérmelo todo, ¡y luego viene el segundo tomo! Pero es muy interesante.
¿A que no sabes la cantidad de cosas a las que pasa revista un estudiante de secundaria como yo a lo largo de una jornada? Primero traduje del holandés al inglés un párrafo sobre la última batalla de Nelson. Después repasé la continuación de la Guerra Nórdica (1700-1721), con Pedro el Grande, Carlos XII, Augusto el Fuerte, Estanislao Leszczynsky, Mazepa, Von Görz, Brandeburgo, Pomerania anterior y citerior y Dinamarca, más las fechas de costumbre. A continuación, fui a parar al Brasil, y leí acerca del tabaco de Bahía, la abundancia de café, el millón y medio de habitantes de Río de Janeiro, de Pernambuco y São Paulo, sin olvidar el río Amazonas; de negros, mulatos, mestizos, blancos, más del 50% de analfabetos y de la malaria. Como aún me quedaba algo de tiempo, le di un repaso rápido a una genealogía: Juan el Viejo, Guillermo Luis, Ernesto Casimiro I, Enrique Casimiro I, hasta la pequeña Margarita Francisca[32], nacida en Ottawa en 1943.
Las doce del mediodía: continué mis estudios en el desván, repasando diáconos, curas, pastores, papas… ¡uf!, hasta la una.
Después de las dos, la pobre criatura (¡ejem!), volvió nuevamente a sus estudios; tocaban los monos catarrinos y platirrinos. Kitty, ¡a que no sabes cuantos dedos tiene un hipopótamo!
Luego vino la Biblia, el Arca de Noé, Sem, Cam y Jafet. Luego Carlos V. En la habitación de Peter leí El coronel de Thackeray, en inglés. Repasamos el léxico francés y luego comparamos el Misisipi con el Misuri. Basta por hoy. ¡Adiós!
Tu Ana M. Frank.
Viernes, 28 de abril de 1944.
Querida Kitty:
Nunca he olvidado aquella vez en que soñé con Peter Schiff (véase principios de enero). Cuando me vuelve a la memoria, aún hoy siento su mejilla contra la mía, y esa sensación maravillosa que lo arreglaba todo. Aquí también he tenido alguna vez esa sensación con Peter, pero nunca en tal medida, hasta… anoche, cuando estábamos sentados juntos en el diván, abrazados, como de costumbre. En ese momento la Ana habitual se esfumó de repente, y en su lugar apareció la segunda Ana, esa segunda Ana que no es temeraria y divertida, sino que tan solo quiere amar y ser tierna.
Estaba sentada pegada a él y sentí cómo crecía mi emoción, se me llenaban los ojos de lágrimas, la de la izquierda le cayó en el mono a Peter, la de la derecha me resbaló por la nariz, voló por el aire y también fue a parar al mono. ¿Se habrá dado cuenta? Ningún movimiento lo reveló. ¿Sentirá igual que yo? Tampoco dijo casi palabra. ¿Sabrá que tiene frente a sí a dos Anas? Son todas preguntas sin responder.
A las ocho y media me levanté y me acerqué a la ventana, donde siempre nos despedimos. Todavía temblaba, aún era la segunda Ana, él se me acercó, yo lo abracé a la altura del cuello y le di un beso en la mejilla izquierda. Justo cuando quería hacer lo mismo en la derecha, mi boca se topó con la suya y nos dimos el beso allí. Embriagados nos apretamos el uno contra el otro, una y otra vez, hasta nunca acabar, ¡ay!
A Peter le hace falta algo de cariño, por primera vez en su vida ha descubierto a una chica, ha visto por primera vez que las chicas que más bromean tienen también su lado interior y un corazón, y que cambian a partir del momento en que están a solas contigo. Por primera vez en su vida ha dado su amistad y se ha dado a sí mismo; nunca antes ha tenido un amigo o una amiga. Ahora nos hemos encontrado los dos, yo tampoco le conocía, ni había tenido nunca un confidente, y esto es lo que ha resultado de ello…
Otra vez la pregunta no deja de perseguirme: ¿Está bien? ¿Está bien que ceda tan pronto, que sea impetuosa, tan impetuosa y tan ansiosa como el propio Peter? ¿Puedo dejarme llevar de esa manera, siendo una chica?
Solo existe una respuesta: estaba deseándolo tanto y desde hace tanto tiempo… Estaba tan sola, ¡y ahora he encontrado un consuelo!
Por la mañana estamos normales, por la tarde también bastante, salvo algún caso aislado, pero por la noche vuelve a surgir el deseo contenido durante todo el día, la dicha y la gloria de todas las veces anteriores, y cada cual solo piensa en el otro. Cada noche, después del último beso, querría salir corriendo, no volver a mirarle a los ojos, irme lejos, para estar sola en la oscuridad.
¿Y qué me espera después de bajar los catorce escalones? La plena luz, preguntas por aquí y risitas por allá, debo actuar y disimular.
Tengo aún el corazón demasiado sensible como para quitarme de encima un golpe como el de anoche. La Ana blanda aparece muy pocas veces y no se deja mandar a paseo tan pronto. Peter me ha herido como jamás me han herido en mi vida, salvo en sueños. Me ha zarandeado, ha sacado hacia fuera mi parte interior, y entonces, ¿no es lógico que una quiera estar tranquila para restablecerse por dentro? ¡Ay, Peter! ¿Qué me has hecho? ¿Qué quieres de mí?
¿Adónde iremos a parar? ¡Ay, ahora entiendo a Bep! Ahora que estoy pasando por esto, entiendo sus dudas. Si Peter fuera mayor y quisiera casarse conmigo, ¿qué le contestaría? ¡Ana, di la verdad! No podrías casarte con él, pero también es difícil dejarle ir. Peter tiene aún poco carácter, poca voluntad, poco valor y poca fuerza. Es un niño aún, no mayor que yo por dentro; solo quiere encontrar la tranquilidad y la dicha. ¿De verdad solo tengo catorce años? ¿De verdad no soy más que una colegiala tonta? ¿De verdad soy aún tan inexperta en todo? Tengo más experiencia que los demás, he vivido algo que casi nadie conoce a mi edad.
Me tengo miedo a mí misma, tengo miedo de que, impulsada por el deseo, me entregue demasiado pronto. ¿Qué debo hacer para que no me pase nada malo con otros chicos en el futuro? ¡Ay, qué difícil es! Siempre está esa lucha entre el corazón y la razón, hay que escuchar la voz de ambos a su debido tiempo, ¿pero cómo saber a ciencia cierta si he escogido el buen momento?
Tu Ana M. Frank.