Miércoles, 13 de enero de 1943.

Querida Kitty:

Esta mañana me volvieron a interrumpir en todo lo que hacía, por lo que no he podido acabar nada bien.

Tenemos una nueva actividad: llenar paquetes con salsa de carne (en polvo), un producto de Gies & Cía.

El señor Kugler no encuentra gente que se lo haga, y haciéndolo nosotros también resulta mucho más barato. Es un trabajo como el que hacen en las cárceles, muy aburrido, y que a la larga te marea y hace que te entre la risa tonta.

Afuera es terrible. Día y noche se están llevando a esa pobre gente, que no lleva consigo más que una mochila y algo de dinero. Y aun estas pertenencias se las quitan en el camino. A las familias las separan sin clemencia: hombres, mujeres y niños van a parar a sitios diferentes. Al volver de la escuela, los niños ya no encuentran a sus padres. Las mujeres que salen a hacer la compra, al volver a sus casas se encuentran con la puerta sellada y con que sus familias han desaparecido. Los holandeses cristianos también empiezan a tener miedo, pues se están llevando a sus hijos varones a Alemania a trabajar. Todo el mundo tiene miedo. Y todas las noches cientos de aviones sobrevuelan Holanda, en dirección a Alemania, donde las bombas que tiran arrasan con las ciudades, y en Rusia y África caen cientos o miles de soldados cada hora. Nadie puede mantenerse al margen. Todo el planeta está en guerra, y aunque a los aliados les va mejor, todavía no se logra divisar el final.

¿Y nosotros? A nosotros nos va bien, mejor que a millones de otras personas. Estamos en un sitio seguro y tranquilo y todavía nos queda dinero para mantenernos. Somos tan egoístas que hablamos de lo que haremos «después de la guerra», de que nos compraremos ropa nueva y zapatos, mientras que deberíamos ahorrar hasta el último céntimo para poder ayudar a esa gente cuando acabe la guerra, e intentar salvar lo que se pueda.

Los niños del barrio andan por la calle vestidos con una camisa finita, los pies metidos en zuecos, sin abrigos, sin gorros, sin medias, y no hay nadie que haga algo por ellos. Tienen la panza vacía, pero van mordiendo una zanahoria, dejan sus frías casas, van andando por las calles aún más frías y llegan a las aulas igualmente frías. Holanda ya ha llegado al extremo de que por las calles muchísimos niños paran a los transeúntes para pedirles un pedazo de pan.

Podría estar horas contándote sobre las desgracias que trae la guerra, pero eso haría que me desanimara aún más. No nos queda más remedio que esperar con la mayor tranquilidad posible el final de toda esta desgracia. Tanto los judíos como los cristianos están esperando, todo el planeta está esperando, y muchos están esperando la muerte.

Tu Ana.

Sábado, 30 de enero de 1943.

Querida Kitty:

Me hierve la sangre y tengo que ocultarlo. Quisiera patalear, gritar, sacudir con fuerza a mamá, llorar y no sé qué más, por todas las palabras desagradables, las miradas burlonas, las recriminaciones que como flechas me lanzan todos los días con sus arcos tensados y que se clavan en mi cuerpo sin que pueda sacármelas. A mamá, Margot, Van Daan, Dussel y también a papá me gustaría gritarles: «¡Dejadme en paz, dejadme dormir por fin una noche sin que moje de lágrimas la almohada, me ardan los ojos y me latan las sienes! ¡Dejadme que me vaya lejos, muy lejos, lejos del mundo si fuera posible!». Pero no puedo. No puedo mostrarles mi desesperación, no puedo hacerles ver las heridas que han abierto en mí. No soportaría su compasión ni sus burlas bienintencionadas. En ambos casos me daría por gritar.

Todos dicen que hablo de manera afectada, que soy ridícula cuando callo, descarada cuando contesto, taimada cuando tengo una buena idea, holgazana cuando estoy cansada, egoísta cuando como un bocado de más, tonta, cobarde, calculadora, etc. Todo el santo día me están diciendo que soy una tipa insoportable, y aunque me río de ello y hago como que no me importa, en verdad me afecta, y me gustaría pedirle a Dios que me diera otro carácter, uno que no haga que la gente siempre descargue su furia sobre mí. Pero no es posible, mi carácter me ha sido dado tal cual es, y siento en mí que no puedo ser mala. Me esfuerzo en satisfacer los deseos de todos, más de lo que se imaginan aun remotamente. Arriba trato de reír, pues no quiero mostrarles mis penas. Más de una vez, después de recibir una sarta de recriminaciones injustas, le he dicho a mamá: «No me importa lo que digas. No te preocupes más por mí, que soy un caso perdido». Naturalmente, enseguida me contestaba que era una descarada, me ignoraba más o menos durante dos días y luego, de repente, se olvidaba de todo y me trataba como a cualquier otro.

Me es imposible ser toda melosa un día, y al otro día dejar que me echen a la cara todo su odio. Prefiero el justo medio, que de justo no tiene nada, y no digo nada de lo que pienso, y alguna vez trato de ser tan despreciativa con ellos como ellos lo son conmigo. ¡Ay, si solo pudiera!

Tu Ana.

Viernes, 5 de febrero de 1943.

Querida Kitty:

Hace mucho que no te escribo nada sobre las riñas, pero de todos modos, nada ha cambiado al respecto. El señor Dussel al principio se tomaba nuestras desavenencias, rápidamente olvidadas, muy en serio, pero está empezando a acostumbrarse a ellas y ya no intenta hacer de mediador.

Margot y Peter no son para nada lo que se dice «jóvenes»; los dos son tan aburridos y tan callados… Yo desentono muchísimo con ellos, y siempre me andan diciendo «Margot y Peter tampoco hacen eso, fíjate en cómo se porta tu hermana». ¡Estoy harta!

Te confesaré que yo no quiero ser para nada como Margot. La encuentro demasiado blandengue e indiferente, se deja convencer por todo el mundo y cede en todo. ¡Yo quiero ser más firme de espíritu! Pero estas teorías me las guardo para mí, se reirían mucho de mí si usara estos argumentos para defenderme.

En la mesa reina por lo general un clima tenso. Menos mal que los «soperos» cada tanto evitan que se llegue a un estallido. Los soperos son todos los que suben de la oficina a tomar un plato de sopa.

Esta tarde el señor Van Daan volvió a hablar de lo poco que come Margot: «Seguro que lo hace para guardar la línea», prosiguió en tono de burla.

Mamá, que siempre sale a defenderla, dijo en voz bien alta:

—Ya estoy cansada de oír las sandeces que dice.

La señora se puso colorada como un tomate; el señor miró al frente y no dijo nada. Pero muchas veces también nos reímos de algo que dice alguno de nosotros. Hace poco la señora soltó un disparate muy cómico cuando estaba hablando del pasado, de lo bien que se entendía con su padre y de sus múltiples coqueteos:

—Y saben ustedes que cuando a un caballero se le va un poco la mano —prosiguió—, según mi padre, había que decirle: «Señor, que soy una dama», y él sabría a qué atenerse. Soltamos la carcajada como si se tratara de un buen chiste.

Aun Peter, pese a que normalmente es muy callado, de tanto en tanto nos hace reír. Tiene la desgracia de que le encantan las palabras extranjeras, pero que no siempre conoce su significado. Una tarde en la que no podíamos ir al retrete porque había visitas en la oficina, Peter tuvo gran necesidad de ir, pero no pudo tirar de la cadena. Para prevenirnos del olor, sujetó un cartel en la puerta del lavabo, que ponía «svp[10] gas». Naturalmente, había querido poner «Cuidado, gas», pero «svp» le pareció más fino. No tenía la más mínima idea de que eso significa «por favor».

Tu Ana.

Sábado, 27 de febrero de 1943.

Querida Kitty:

Según Pim, la invasión se producirá en cualquier momento. Churchill ha tenido una pulmonía, pero se está restableciendo. Gandhi, el independentista indio, hace su enésima huelga de hambre.

La señora asegura que es fatalista. ¿Pero a quién le da más miedo cuando disparan? Nada menos que a Petronella Van Daan.

Jan Gies nos ha traído una copia de la carta pastoral de los obispos dirigida a la grey católica. Es muy bonita y está escrita en un estilo muy exhortativo. «¡Holandeses, no permanezcáis pasivos! ¡Que cada uno luche con sus propias armas por la libertad del país, por su pueblo y por su religión! ¡Ayudad, no dudéis en ayudar!». Esto lo exclaman sin más ni más desde el púlpito. ¿Servirá de algo? Decididamente no servirá para salvar a nuestros correligionarios.

No te imaginas lo que nos acaba de pasar: el propietario del edificio ha vendido su propiedad sin consultar a Kugler ni a Kleiman. Una mañana se presentó el nuevo dueño con un arquitecto para ver la casa. Menos mal que estaba Kleiman, que les enseñó todo el edificio, salvo nuestra casita de atrás. Supuestamente había olvidado la llave de la puerta de paso en su casa. El nuevo casero no insistió. Esperemos que no vuelva para ver la Casa de atrás, porque entonces sí que nos veremos en apuros.

Papá ha vaciado un fichero para que lo usemos Margot y yo, y lo ha llenado de fichas con una cara todavía sin escribir. Será nuestro fichero de libros, en el que las dos apuntaremos qué libros hemos leído, el nombre de los autores y la fecha. He aprendido dos palabras nuevas: «burdel» y «cocotte». He comprado una libreta especial para apuntarlas.

Tenemos un nuevo sistema para la distribución de la mantequilla y la margarina. A cada uno se le da su ración en el plato, pero la distribución es bastante injusta. Los Van Daan, que son los que se encargan de hacer el desayuno, se dan a sí mismos casi el doble de lo que nos ponen a nosotros. Mis viejos no dicen nada porque no quieren pelea. Lástima, porque pienso que a esa gente hay que pagarle con la misma moneda.

Tu Ana.

Jueves, 4 de marzo de 1943.

Querida Kitty:

La señora tiene un nuevo nombre; la llamamos la Sra. Beaverbrook. Claro, no comprenderás el porqué. Te explico: en la radio inglesa habla a menudo un tal míster Beaverbrook, sobre que se bombardea demasiado poco a Alemania. La señora Van Daan siempre contradice a todo el mundo, hasta a Churchill y al servicio informativo, pero con míster Beaverbrook está completamente de acuerdo. Por eso, a nosotros nos pareció lo mejor que se casara con este Beaverbrook, y como se sintió halagada, en lo sucesivo la llamaremos Sra. Beaverbrook.

Vendrá a trabajar un nuevo mozo de almacén. Al viejo lo mandan a trabajar a Alemania. Lo lamentamos por él, pero a nosotros nos conviene porque el nuevo no conoce el edificio. Los mozos del almacén todavía nos tienen bastante preocupados. Gandhi ha vuelto a comer.

El mercado negro funciona a las mil maravillas. Podríamos comer todo lo que quisiéramos si tuviéramos el dinero para pagar los precios prohibitivos que piden. El verdulero le compra las patatas a la «Wehrmacht» y las trae en sacos al antiguo despacho de papá. Sabe que estamos escondidos, y por eso siempre se las arregla para venir al mediodía, cuando los del almacén se van a sus casas a comer.

Cada vez que respiramos, nos vienen estornudos o nos da la tos, de tanta pimienta que estamos moliendo. Todos los que suben a visitarnos, nos saludan con un «¡achís!». La señora afirma que no baja porque se enfermaría si sigue aspirando tanta pimienta. No me gusta mucho el negocio de papá; no vende más que gelatinizantes y pimienta. ¡Un comerciante en productos alimenticios debería vender por lo menos alguna golosina! Esta mañana ha vuelto a caer sobre mí una tormenta de palabras. Hubo rayos y centellas de tal calibre que todavía me zumban los oídos. Que esto y que aquello, que «Ana mal» y que «Van Daan bien», que patatín y que patatán.

Tu Ana.

Miércoles, 10 de marzo de 1943.

Querida Kitty:

Anoche se produjo un cortocircuito. Además, hubo tiros a granel. Todavía no le he perdido el miedo a todo lo que sea metrallas o aviones y casi todas las noches me refugio en la cama de papá para que me consuele. Te parecerá muy infantil, pero ¡si supieras lo horrible que es! No puedes oír ni tus propias palabras, de tanto que truenan los cañones.

La Sra. Beaverbrook, la fatalista, casi se echó a llorar y dijo con un hilito de voz:

—¡Ay, por Dios, qué desagradable! ¡Ay, qué disparos tan fuertes!

Lo que viene a significar: ¡Estoy muerta de miedo!

A la luz de una vela no parecía tan terrible como cuando todo estaba oscuro. Yo temblaba como una hoja y le pedí a papá que volviera a encender la vela. Pero él fue implacable y no la encendió. De repente empezaron a disparar las ametralladoras, que son diez veces peor que los cañones. Mamá se levantó de la cama de un salto y, con gran disgusto de Pim, encendió la vela. Cuando Pim protestó, mamá le contestó resueltamente:

—¡Ana no es soldado viejo! Y sanseacabó.

¿Te he contado sobre los demás miedos de la señora? Creo que no. Para que estés al tanto de todas las aventuras y desventuras de la Casa de atrás, debo contarte lo siguiente. Una noche, la señora creyó que había ladrones en el desván. De verdad oyó pasos fuertes, según ella, y sintió tanto miedo que despertó a su marido.

Justo en ese momento, los ladrones desaparecieron y el único ruido que oyó el señor fue el latido del corazón temeroso de la fatalista.

—¡Ay, Putti (el apodo cariñoso del señor), seguro que se han llevado las longanizas y todas nuestras legumbres! ¡Y Peter! ¡Oh!, ¿estará todavía en su cama?

—A Peter difícilmente se lo habrán llevado, no temas. Y ahora, déjame dormir.

Pero fue imposible. La señora tenía tanto miedo que ya no se pudo dormir.

Algunas noches más tarde, toda la familia del piso de arriba se despertó a causa de un ruido fantasmal. Peter subió al desván con una linterna y ¡trrrr!, vio cómo un ejército de ratas se daba a la fuga.

Cuando nos enteramos de quiénes eran los ladrones, dejamos que Mouschi durmiera en el desván, y los huéspedes inoportunos ya no regresaron. Al menos, no por las noches. Hace algunos días, Peter subió a la buhardilla a buscar unos periódicos viejos. Eran las siete y media de la tarde y aún había luz. Para poder bajar por la escalera, tenía que agarrarse de la trampilla. Apoyó la mano sin mirar y… ¡casi se cae del susto! Sin saberlo había apoyado la mano en una enorme rata, que le dio un gran mordisco en el brazo. La sangre se le pasaba por la tela del pijama cuando llegó tambaleándose y más blanco que el papel donde estábamos nosotros. No era para menos: acariciar una rata no debe ser nada agradable, y recibir una mordedura encima, menos aún.

Tu Ana.

Viernes, 12 de marzo de 1943.

Querida Kitty:

Permíteme que te presente: Mamá Frank, defensora de los niños. Más mantequilla para los jóvenes, los problemas de la juventud moderna: en todo sale a la defensa de los jóvenes y, tras una buena dosis de disputas, casi siempre se sale con la suya.

Una lata de lenguado en conserva se ha echado a perder. Comida de gala para Mouschi y Moffie[11].

Moffie aún es un desconocido para ti. Sin embargo, ya pertenecía al edificio antes de que nos instaláramos aquí. Es el gato del almacén y de la oficina, que ahuyenta a las ratas en los depósitos de mercancías. Su nombre político es fácil de explicar. Durante una época, la firma Gies & Cía. tenía dos gatos, uno para el almacén y otro para el desván. A veces sucedía que los dos se encontraban, lo que acababa en grandes peleas. El que atacaba era generalmente el almacenero, aunque luego fuera el desvanero el que ganara. Igual que en la política. Por eso, el gato del almacén pasó a ser el alemán o Moffie, y el del desván, el inglés o Tommie[12]. Tommie ya no está, pero Moffie hace las delicias de todos nosotros cuando bajamos al piso de abajo.

Hemos comido tantas habas y judías pintas que ya no las puedo ni ver. Con solo pensar en ellas se me revuelve el estómago.

Hemos tenido que suprimir el suministro de pan por las noches.

Papá acaba de anunciar que está de mal humor. Otra vez tiene los ojos tan tristes, pobre ángel.

Estoy completamente enganchada con el libro El golpe en la puerta, de Ina Boudier-Bakker. La parte que describe la historia de la familia está muy bien, pero las partes sobre la guerra, los escritores y la emancipación de la mujer son menos buenas, y en realidad tampoco me interesan demasiado.

Bombardeos terribles en Alemania. El señor Van Daan está de mal humor. El motivo: la escasez de tabaco.

La discusión sobre si debemos abrir o no las latas de conservas para comerlas la hemos ganado nosotros.

Ya no me entra ningún zapato, salvo los de esquiar, que son poco prácticos para andar dentro de la casa. Un par de sandalias de esparto de 6,50 florines solo pude usarlas durante una semana, luego ya no me sirvieron. Quizá Miep consiga algo en el mercado negro.

Todavía tengo que cortarle el pelo a papá. Pim dice que lo hago tan bien que cuando termine la guerra nunca más irá a un peluquero. ¡Ojalá no le cortara tantas veces en la oreja!

Tu Ana.

Jueves, 18 de marzo de 1943.

Querida Kitty:

Turquía ha entrado en guerra. Gran agitación. Esperamos con gran ansiedad las noticias de la radio.

Viernes, 19 de marzo de 1943.

Querida Kitty:

La alegría dio paso a la decepción en menos de una hora. Turquía aún no ha entrado en guerra; el ministro de allí solo mencionó la supresión inminente de la neutralidad. Un vendedor de periódicos de la plaza del Dam exclamaba: «¡Turquía del lado de Inglaterra!». La gente le arrebataba los ejemplares de las manos. Así fue cómo la grata noticia llegó también a nuestra casa.

Los billetes de mil florines serán declarados sin valor, lo que supondrá un gran chasco para los estraperlistas y similares, pero aún más para los que tienen dinero negro y para los escondidos. Los que quieran cambiar un billete de mil florines tendrán que explicar y demostrar cómo lo consiguieron exactamente. Para pagar los impuestos todavía se pueden utilizar, pero la semana que viene eso habrá acabado. Y para esa misma fecha, también los billetes de quinientos florines habrán perdido su validez. Gies & Cía. aún tenía algunos billetes de mil en dinero negro, pero los han usado para pagar un montón de impuestos por adelantado, con lo que ha pasado a ser dinero limpio. A Dussel le han traído un pequeño taladro a pedal. Supongo que en poco tiempo más me tocará hacerme una revisión a fondo.

Hablando de Dussel, no acata para nada las reglas del escondite. No solo le escribe cartas a la mujer, sino que también mantiene una asidua correspondencia con varias otras personas. Las cartas se las da a Margot, la profe de holandés de la Casa de atrás, para que se las corrija. Papá le ha prohibido terminantemente a Dussel que siga con sus cartas. La tarea de corregir de Margot ha terminado, pero supongo que Dussel no estará mucho tiempo sin escribir.

El «Führer de todos los alemanes» ha hablado con los soldados heridos. Daba pena oírlo.

El juego de preguntas y respuestas era más o menos el siguiente:

—Me llamo Heinrich Scheppel.

—¿Lugar donde fue herido?

—Cerca de Stalingrado.

—¿Tipo de heridas?

—Pérdida de los dos pies por congelamiento y rotura de la articulación del brazo izquierdo. Exactamente así nos transmitía la radio este horrible teatro de marionetas. Los heridos parecían estar orgullosos de sus heridas. Cuantas más tenían, mejor. Uno estaba tan emocionado de poder estrecharle la mano al Führer (si es que aún la tenía), que casi no podía pronunciar palabra.

Se me ha caído la pastilla de jabón de Dussel, y como luego la pisé, se le ha quedado en la mitad. Ya le he pedido a papá una indemnización por adelantado, sobre todo porque a Dussel no le dan más que una pastilla de jabón al mes.

Tu Ana.

Jueves, 25 de marzo de 1943.

Querida Kitty:

Mamá, papá, Margot y yo estábamos sentados placenteramente en la habitación, cuando de repente entró Peter y le dijo algo al oído a papá. Oí algo así como «un barril volcado en el almacén» y «alguien forcejeando la puerta».

También Margot había entendido eso, pero trató de tranquilizarme un poco, porque ya me había puesto más blanca que el papel y estaba muy nerviosa, naturalmente. Las tres nos quedamos esperando a ver qué pasaba, mientras papá bajó con Peter. No habían pasado dos minutos cuando la señora Van Daan, que había estado escuchando la radio abajo, subió para decir que Pim le había pedido que apagara la radio y que se fuera para arriba sin hacer ruido. Pero como suele pasar cuando uno no quiere hacer ruido: los escalones de una vieja escalera crujen más que nunca. A los cinco minutos volvieron Peter y Pim blancos hasta la punta de las narices, y nos contaron sus vicisitudes. Se habían apostado a esperar al pie de la escalera, pero sin resultado. Pero de repente escucharon dos fuertes golpes, como si dentro de la casa se hubieran cerrado con violencia dos puertas. Pim había subido de un salto, pero Peter había ido antes a avisar a Dussel, que haciendo muchos aspavientos y estruendo llegó también por fin arriba. Luego todos subimos en calcetines al piso de los Van Daan. El señor estaba muy acatarrado y ya se había acostado, de modo que nos reunimos alrededor de su lecho y le susurramos nuestras sospechas. Cada vez que se ponía a toser fuerte, a su mujer y a mí nos daba un susto tremendo. Esto sucedió unas cuantas veces, hasta que a alguien se le ocurrió darle codeína. La tos se le pasó enseguida.

Esperamos y esperamos, pero no se oyó nada más. Entonces en realidad todos supusimos que los ladrones, al oír pasos en la casa que por lo demás estaba tan silenciosa, se habrían largado. Pero el problema era que la radio de abajo aún estaba sintonizada en la emisora inglesa, con las sillas en hilera a su alrededor. Si alguien forzaba la puerta y los de la defensa antiaérea se enteraban y avisaban a la Policía, las consecuencias podrían ser muy desagradables para nosotros. El señor Van Daan se levantó, se puso los pantalones y la chaqueta, se caló el sombrero y siguió a papá escaleras abajo, cautelosamente, con Peter detrás, que para mayor seguridad iba armado con un gran martillo. Las mujeres (incluidas Margot y yo) nos quedamos arriba esperando con gran ansiedad, hasta que a los cinco minutos los hombres volvieron diciendo que en toda la casa reinaba la calma. Convinimos en que no dejaríamos correr el agua ni tiraríamos de la cadena, pero como el revuelo nos había trastocado el estómago, te podrás imaginar el aroma que había en el retrete cuando fuimos uno tras otro a depositar nuestras necesidades. Cuando pasa algo así, siempre hay varias cosas que coinciden. Lo mismo que ahora: en primer lugar, las campanas de la iglesia no tocaban, lo que normalmente siempre me tranquiliza. En segundo lugar, el señor Voskuijl se había retirado la tarde anterior un rato antes de lo habitual, sin que nosotros supiéramos a ciencia cierta si Bep se había hecho con la llave a tiempo o si había olvidado cerrar con llave.

Pero no importaban los detalles. Lo cierto es que aún era de noche y no sabíamos a qué atenernos, aunque por otro lado ya estábamos algo más tranquilos, ya que desde las ocho menos cuarto, aproximadamente, hora en que el ladrón había entrado en la casa, hasta las diez y media no oímos más ruidos. Pensándolo bien, nos pareció bastante poco probable que un ladrón hubiera forzado una puerta a una hora tan temprana, cuando todavía podía haber gente andando por la calle. Además, a uno de nosotros se le ocurrió que era posible que el jefe de almacén de nuestros vecinos, la compañía Keg, aún estuviera trabajando, porque con tanta agitación y dadas nuestras paredes tan finitas, uno puede equivocarse fácilmente en los ruidos, y en momentos tan angustiantes también la imaginación suele jugar un papel importante.

Por lo tanto nos acostamos, pero ninguno podía conciliar el sueño. Tanto papá como mamá, y también el señor Dussel, estuvieron mucho rato despiertos, y exagerando un poco puedo asegurarte que tampoco yo pude pegar ojo. Esta mañana los hombres bajaron hasta la puerta de entrada, controlaron si aún estaba cerrada y vieron que no había ningún peligro.

Los acontecimientos por demás desagradables les fueron relatados, naturalmente, con pelos y señales a todos los de la oficina, ya que pasado el trance es fácil reírse de esas cosas, y solo Bep se tomó el relato en serio.

Tu Ana.

P. D. El retrete estaba esta mañana atascado, y papá ha tenido que sacar de la taza con un palo todas las recetas de fresas (nuestro actual papel higiénico) junto con unos cuantos kilos de caca. El palo luego lo quemamos.

Sábado, 27 de marzo de 1943.

Querida Kitty:

El curso de taquigrafía ha terminado. Ahora empezamos a practicar la velocidad. ¡Seremos unas hachas! Te voy a contar algo más sobre nuestras «asignaturas matarratos», que llamamos así porque las estudiamos para que los días transcurran lo más rápido posible, y de ese modo hacer que el fin de nuestra vida de escondidos llegue pronto. Me encanta la mitología, sobre todo los dioses griegos y romanos. Aquí piensan que son aficiones pasajeras, ya que nunca han sabido de ninguna jovencita con inclinaciones deístas. ¡Pues bien, entonces seré yo la primera!

El señor Van Daan está acatarrado, o mejor dicho, le pica un poco la garganta. A causa de eso se hace el interesante: hace gárgaras con manzanilla, se unta el paladar con tintura de mirra, se pone bálsamo mentolado en el pecho, la nariz, los dientes y la lengua, y aun así está de mal humor.

Rauter, un pez gordo alemán, ha dicho en un discurso que para el 1 de julio todos los judíos deberán haber abandonado los países germanos. Del 1 de abril al 1 de mayo se hará una purga en la provincia de Utrecht (como si de cucarachas se tratara), y del 1 de mayo al 1 de junio en las provincias de Holanda Septentrional y Holanda Meridional. Como si fueran ganado enfermo y abandonado, se llevan a esa pobre gente a sus inmundos mataderos. Pero será mejor no hablar de ello, que de solo pensarlo me entran pesadillas. Una buena nueva es que ha habido un incendio en la sección alemana de la Bolsa de trabajo, por sabotaje. Unos días más tarde le tocó el turno al Registro civil. Unos hombres en uniformes de la Policía alemana amordazaron a los guardias e hicieron desaparecer un montón de papeles importantes.

Tu Ana.

Jueves, 1 de abril de 1943.

Querida Kitty:

No te creas que estoy para bromas (fíjate en la fecha[13]). Al contrario, hoy más bien podría citar aquel refrán que dice: «Las desgracias nunca vienen solas».

En primer lugar, el señor Kleiman, que siempre nos alegra la vida, sufrió ayer una gran hemorragia estomacal y tendrá que guardar cama por lo menos durante tres semanas. Has de saber que estas hemorragias le vienen a menudo, y que al parecer no tienen remedio. En segundo lugar, Bep está con gripe. En tercer lugar, al señor Voskuijl lo internan en el hospital la semana que viene. Según parece, tiene una úlcera y lo tienen que operar. Y en cuarto lugar, iban a venir los directores de la fábrica Pomosin, de Francfort, para negociar las nuevas entregas de mercancías de Opekta. Todos los puntos de las negociaciones los había conversado papá con Kleiman, y no había suficiente tiempo para informar bien de todo a Kugler.

Vendrían los señores de Francfort y papá temblaba pensando en los resultados de la reunión.

—¡Ojalá pudiera estar yo presente, ojalá pudiera estar yo allí abajo! —decía.

—Pues échate en el suelo con el oído pegado al linóleo. Los señores se reunirán en tu antiguo despacho, de modo que podrás oírlo todo.

A papá se le iluminó la cara, y ayer a las diez y media de la mañana, Margot y Pim (dos oyen más que uno) tomaron sus posiciones en el suelo. A mediodía la reunión no había terminado, pero papá no estaba en condiciones de continuar con su campaña de escuchas por la tarde. Estaba molido por la posición poco acostumbrada e incómoda. A las dos y media de la tarde, cuando oímos voces en el pasillo, yo ocupé su lugar. Margot me hizo compañía. La conversación era en parte tan aburrida y tediosa que de repente me quedé dormida en el suelo frío y duro de linóleo. Margot no se atrevía a tocarme por miedo a que nos oyeran abajo, y menos aún podía llamarme. Dormí una buena media hora, me desperté medio asustada y había olvidado todo lo referente a la importante conversación. Menos mal que Margot había prestado más atención.

Tu Ana.

Viernes, 2 de abril de 1943.

Querida Kitty:

Nuevamente se ha ampliado mi extensa lista de pecados. Anoche estaba acostada en la cama esperando que viniera papá a rezar conmigo y darme las buenas noches, cuando entró mamá y, sentándose humildemente en el borde de la cama, me preguntó:

—Ana, papá todavía no viene, ¿quieres que rece yo contigo?

—No, Mansa[14] —contesté.

Mamá se levantó, se quedó de pie junto a la cama y luego se dirigió lentamente a la puerta. De repente se volvió, y con un gesto de amargura en la cara me dijo:

—No quiero enfadarme contigo. El amor no se puede forzar. Salió de la habitación con lágrimas en las mejillas.

Me quedé quieta en la cama y enseguida me pareció mal de mi parte haberla rechazado de esa manera tan ruda, pero al mismo tiempo sabía que no habría podido contestarle de otro modo. No puedo fingir y rezar con ella en contra de mi voluntad. Sencillamente no puedo. Sentí compasión por ella, una gran compasión, porque por primera vez en mi vida me di cuenta de que mi actitud fría no le es indiferente. Pude leer tristeza en su cara, cuando decía que el amor no se puede forzar. Es duro decir la verdad, y sin embargo es verdad cuando digo que es ella la que me ha rechazado, ella la que me ha hecho insensible a cualquier amor de su parte, con sus comentarios tan faltos de tacto y sus bromas burdas sobre cosas que yo difícilmente podía encontrar graciosas. De la misma manera que siento que me enojo cuando me suelta sus duras palabras, se encogió su corazón cuando se dio cuenta de que nuestro amor realmente había desaparecido. Lloró casi toda la noche y toda la noche durmió mal. Papá ni me mira, y cuando lo hace solo un momento, leo en sus ojos las siguientes palabras: «¡Cómo puedes ser así, cómo te atreves a causarle tanta pena a tu madre!».

Todos se esperan que le pida perdón, pero se trata de un asunto en el que no puedo pedir perdón, sencillamente porque lo que he dicho es cierto y es algo que mamá tarde o temprano tenía que saber. Parezco indiferente a las lágrimas de mamá y a las miradas de papá, y lo soy, porque es la primera vez que sienten algo de lo que yo me doy cuenta continuamente. Mamá solo me inspira compasión. Ella misma tendrá que buscar cómo recomponerse. Yo, por mi parte, seguiré con mi actitud fría y silenciosa, y tampoco en el futuro le tendré miedo a la verdad, puesto que cuanto más se la pospone, tanto más difícil es enfrentarla.

Tu Ana.

Martes, 27 de abril de 1943.

Querida Kitty:

La casa entera retumba por las disputas. Mamá y yo, Van Daan y papá, mamá y la señora, todos están enojados con todos. Bonito panorama, ¿verdad? Como de costumbre, sacaron a relucir toda la lista de pecados de Ana.

El sábado pasado volvieron a pasar los señores extranjeros. Se quedaron hasta las seis de la tarde. Estábamos todos arriba inmóviles, sin apenas respirar. Cuando no hay nadie trabajando en todo el edificio ni en los aledaños, en el despacho se oye cualquier ruidito. De nuevo me ha dado la fiebre sedentaria: no es nada fácil tener que estar sentada tanto tiempo sin moverme y en el más absoluto silencio.

El señor Voskuijl ya está en el hospital, y el señor Kleiman ha vuelto a la oficina, ya que la hemorragia estomacal se le ha pasado antes que otras veces. Nos ha contado que el Registro civil ha sido dañado de forma adicional por los bomberos, que en vez de limitarse a apagar el incendio, inundaron todo de agua. ¡Me gusta!

El hotel Carlton ha quedado destruido. Dos aviones ingleses que llevaban un gran cargamento de bombas incendiarias cayeron justo sobre el Centro de oficiales alemán. Toda la esquina del Singel y la calle Vijzelstraat se ha quemado. Los ataques aéreos a las ciudades alemanas son cada día más intensos. Por las noches ya no dormimos; tengo unas ojeras terribles por falta de sueño.

La comida que comemos es una calamidad. Para el desayuno, pan seco con sucedáneo de café. El almuerzo ya hace quince días que consiste en espinacas o lechuga. Patatas de veinte centímetros de largo, dulces y con sabor a podrido. ¡Quien quiera adelgazar, que pase una temporada en la Casa de atrás! Los del piso de arriba viven quejándose, pero a nosotros no nos parece tan trágico.

Todos los hombres que pelearon contra los alemanes o que estuvieron movilizados en 1940, se han tenido que presentar en los campos de prisioneros de guerra para trabajar para el Führer. ¡Seguro que es una medida preventiva para cuando sea la invasión!

Tu Ana.

Sábado, 1 de mayo de 1943.

Querida Kitty:

Fue el cumpleaños de Dussel. Antes de que llegara el día se hizo el desinteresado, pero cuando vino Miep con una gran bolsa de la compra llena de regalos, se puso como un niño de contento. Su mujer Lotje le ha enviado huevos, mantequilla, galletas, limonada, pan, coñac, pastel de especias, flores, naranjas, chocolate, libros y papel de cartas. Instaló una mesa de regalos de cumpleaños, que estuvieron expuestos nada menos que tres días. ¡Viejo loco!

No vayas a pensar que pasa hambre; en su armario hemos encontrado pan, queso, mermelada y huevos. Es un verdadero escándalo que tras acogerlo con tanto cariño para salvarlo de una desgracia segura, se llene el estómago a escondidas sin darnos nada a nosotros. ¿Acaso nosotros no hemos compartido todo con él? Pero peor aún nos pareció lo miserable que es con Kleiman, Voskuijl y Bep, a quienes tampoco ha dado nada. Las naranjas que tanta falta le hacen a Kleiman para su estómago enfermo, Dussel las considera más sanas para su propio estómago.

Anoche recogí cuatro veces todas mis pertenencias, a causa de los fuertes disparos. Hoy he hecho una pequeña maleta, en la que he puesto mis cosas de primera necesidad en caso de huida. Pero mamá, con toda la razón, me ha preguntado: «¿Adónde piensas huir?».

Toda Holanda ha sido castigada por la huelga de tantos trabajadores. Han declarado el estado de sitio y a todos les van a dar un cupón de mantequilla menos. ¡Eso les pasa por portarse mal!

Al final de la tarde le lavé la cabeza a mamá, lo que en estos tiempos no resulta nada fácil. Como no tenemos champú, debemos arreglarnos con un jabón verde todo pegajoso, y en segundo lugar Mansa no puede peinarse bien, porque al peine de la familia solo le quedan diez dientes.

Tu Ana.

Domingo, 2 de mayo de 1943.

Querida Kitty:

A veces me pongo a reflexionar sobre la vida que llevamos aquí, y entonces por lo general llego a la conclusión de que, en comparación con otros judíos que no están escondidos, vivimos como en un paraíso. De todos modos, algún día, cuando todo haya vuelto a la normalidad, me extrañaré de cómo nosotros, que en casa éramos tan pulcros y ordenados, hayamos venido tan a menos, por así decirlo. Venido a menos por lo que se refiere a nuestro modo de vida. Desde que llegamos aquí, por ejemplo, tenemos la mesa cubierta con un hule que, como lo usamos tanto, por lo general no está demasiado limpio. A veces trato de adecentarlo un poco, pero con un trapo que es puro agujero y que ya es de mucho antes de que nos instaláramos aquí; por mucho que frote, no consigo quitarle toda la suciedad. Los Van Daan llevan todo el invierno durmiendo sobre una franela que aquí no podemos lavar por el racionamiento del jabón en polvo, que además es de pésima calidad. Papá lleva unos pantalones deshilachados y tiene la corbata toda desgastada. El corsé de mamá hoy se ha roto de puro viejo, y ya no se puede arreglar, mientras que Margot anda con un sostén que es dos tallas más pequeño del que necesitaría. Mamá y Margot han compartido tres camisetas durante todo el invierno, y las mías son tan pequeñas que ya no me llegan ni al ombligo. Ya sé que son todas cosas de poca importancia, pero a veces me asusta pensar: si ahora usamos cosas gastadas, desde mis bragas hasta la brocha de afeitar de papá, ¿cómo tendremos que hacer para volver a pertenecer a nuestra clase social de antes de la guerra?

Tu Ana.

Domingo, 2 de mayo de 1943.

Apreciaciones sobre la guerra de los moradores de la Casa de atrás. El señor Van Daan: en opinión de todos, este honorable caballero entiende mucho de política. Sin embargo, nos predice que tendremos que permanecer aquí hasta finales del 43. Aunque me parece mucho tiempo, creo que aguantaremos. ¿Pero quién nos garantiza que esta guerra, que no nos ha traído más que penas y dolores, habrá acabado para esa fecha? ¿Y quién nos puede asegurar que a nosotros y a nuestros cómplices del escondite no nos habrá pasado nada? ¡Absolutamente nadie! Y por eso vivimos tan angustiados día a día. Angustiados tanto por la espera y la esperanza, como por el miedo cuando se oyen ruidos dentro o fuera de la casa, cuando suenan los terribles disparos o cuando publican en los periódicos nuevos «comunicados», porque también es posible que en cualquier momento algunos de nuestros cómplices tengan que esconderse aquí ellos mismos. La palabra escondite se ha convertido en un término muy corriente. ¡Cuánta gente no habrá refugiada en un escondite! En proporción no serán tantos, naturalmente, pero seguro que cuando termine la guerra nos asombraremos cuando sepamos cuánta gente buena en Holanda ha dado cobijo en su casa a judíos y también a cristianos que debían huir, con o sin dinero. Y también es increíble la cantidad de gente de la que dicen que tiene un carnet de identidad falsificado.

La señora Van Daan: cuando esta bella dama (en palabras de ella misma) se enteró de que ya no era tan difícil como antes conseguir un carnet de identidad falsificado, inmediatamente propuso que nos mandáramos hacer uno cada uno. Como si fueran gratis, o como si a papá y al señor Van Daan el dinero les lloviera del cielo. Cuando la señora Van Daan profiere las tonterías más increíbles, Putti a menudo pega un salto de exasperación. Pero es lógico, porque un día Kerli[15], dice: «Cuando todo esto acabe, haré que me bauticen», y al otro día afirma: «¡Siempre he querido ir a Jerusalén, porque solo me siento en mi casa cuando estoy rodeada de judíos!».

Pim es un gran optimista, pero es que siempre encuentra motivo para serlo. El señor Dussel no hace más que inventar todo lo que dice, y cuando alguien osa contradecir a su excelencia, luego las tiene que pagar. En casa del señor Alfred Dussel supongo que la norma es que él siempre tiene la última palabra, pero a Ana Frank eso no le va para nada.

Lo que piensan sobre la guerra los demás integrantes de la Casa de atrás no tiene ningún interés. Solo las cuatro personas mencionadas pintan algo en materia de política; en verdad tan solo dos, pero doña Van Daan y Dussel consideran que sus opiniones también cuentan.

Tu Ana.

Martes, 18 de mayo de 1943.

Querida Kitty:

He sido testigo de un feroz combate aéreo entre aviadores ingleses y alemanes. Algunos aliados han tenido que saltar de sus aviones en llamas, lamentablemente. El lechero, que vive en Halfweg, ha visto a cuatro canadienses sentados a la vera del camino, uno de los cuales hablaba holandés fluido. Este le pidió fuego al lechero para encender un cigarrillo y le contó que la tripulación del avión estaba compuesta por seis personas. El piloto se había quemado y el quinto hombre estaba escondido en alguna parte. A los otros cuatro, que estaban vivitos y coleando, se los llevó la «Policía verde»[16] alemana. ¡Qué increíble que después de un salto tan impresionante en paracaídas todavía tuvieran tanta presencia de ánimo!

Aunque ya va haciendo calor, tenemos que encender la lumbre un día sí y otro no para quemar los desechos y la basura. No podemos usar los cubos, porque eso despertaría las sospechas del mozo de almacén. La menor imprudencia nos delataría.

Todos los estudiantes tienen que firmar una lista del Gobierno, declarando que «simpatizan con todos los alemanes y con el nuevo orden político». El ochenta por ciento se ha negado a traicionar su conciencia y a renegar de sus convicciones, pero las consecuencias no tardaron en hacerse sentir. A los estudiantes que no firmaron los envían a campos de trabajo en Alemania. ¿Qué quedará de la juventud holandesa si todos tienen que trabajar tan duramente en Alemania?

Anoche mamá cerró la ventana a causa de los fuertes estallidos. Yo estaba en la cama de Pim. De repente, oímos cómo en el piso de arriba la señora saltó de la cama, como mordida por Mouschi, a lo que inmediatamente siguió otro golpe. Sonó como si hubiera caído una bomba incendiaria junto a mi cama. Grité:

—¡La luz, la luz!

Pim encendió la luz. No me esperaba otra cosa sino que en pocos minutos estuviera la habitación en llamas. No pasó nada. Todos nos precipitamos por la escalera al piso de arriba para ver lo que pasaba. Los Van Daan habían visto por la ventana abierta un resplandor de color rosa. El señor creía que había fuego por aquí cerca, y la señora pensaba que la que se había prendido fuego era nuestra casa. Cuando se oyó el golpe, la señora estaba temblando de pie. Dussel se quedó arriba fumando un cigarrillo, mientras nosotros volvíamos a nuestras camas. Cuando aún no habían pasado quince minutos, volvimos a oír tiros. La señora se levantó enseguida y bajó la escalera a la habitación de Dussel, para buscar junto a él la tranquilidad que no le era dada junto a su cónyuge. Dussel la recibió pronunciando las palabras «Acuéstate aquí conmigo, hija mía», lo que hizo que nos desternilláramos de risa. El tronar de los cañones ya no nos preocupaba: nuestro temor había desaparecido.

Tu Ana.

Domingo, 13 de junio de 1943.

Querida Kitty:

El poema de cumpleaños que me ha hecho papá es tan bonito que no quisiera dejar de enseñártelo.

Como papá escribe en alemán, Margot ha tenido que ponerse a traducir. Juzga por ti misma lo bien que ha cumplido su tarea de voluntaria. Tras el habitual resumen de los acontecimientos del año, pone lo siguiente:

Siendo la más pequeña, aunque ya no una niña, no lo tienes fácil; todos quieren ser un poco tu maestro, y no te causa placer. «¡Tenemos experiencia!». «¡Sé lo que te digo!». «Para nosotros no es la primera vez, sabemos muy bien lo que hay que hacer». Sí, sí, es siempre la misma historia y todos tienen muy mala memoria. Nadie se fija en sus propios defectos, solo miran los errores ajenos; a todos les resulta muy fácil regañar y lo hacen a menudo sin pestañear. A tus padres nos resulta difícil ser justos, tratando de que no haya mayores disgustos; regañar a tus mayores es algo que está mal por mucho que te moleste la gente de edad, como una píldora has de tragar sus regañinas para que haya paz. Los meses aquí no pasan en vano, aprovéchalos bien con tu estudio sano, que estudiando y leyendo libros por cientos se ahuyenta el tedio y el aburrimiento. La pregunta más difícil es sin duda: «¿Qué me pongo? No tengo ni una muda, todo me va chico, pantalones no tengo, mi camisa es un taparrabo, pero es lo de menos. Luego están los zapatos: no puedo ya decir los dolores inmensos que me hacen sufrir». Cuando creces 10 cm no hay nada que hacer; ya no tienes ni un trapo que te puedas poner.

Margot no logró traducir con rima la parte referida al tema de la comida, así que esa parte no la he copiado. Pero el resto es muy bonito, ¿verdad?

Por lo demás me han malcriado mucho con los hermosos regalos que me han dado; entre otras cosas, un libro muy gordo sobre mitología griega y romana, mi tema favorito. Tampoco puedo quejarme de las golosinas, ya que todos me han dado algo de sus respectivas últimas provisiones. Como benjamina de la familia de escondidos me han mimado verdaderamente mucho más de lo que merezco.

Tu Ana.

Martes, 15 de junio de 1943.

Querida Kitty:

Han pasado cantidad de cosas, pero muchas veces pienso que todas mis charlas poco interesantes te resultarán muy aburridas y que te alegrarás de no recibir tantas cartas. Por eso, será mejor que te resuma brevemente las noticias.

Al señor Voskuijl no lo han operado del estómago. Cuando lo tenían tumbado en la mesa de operaciones con el estómago abierto, los médicos vieron que tenía un cáncer mortal en un estado tan avanzado, que ya no había nada que operar. Entonces le cerraron nuevamente el estómago, le hicieron guardar cama durante tres semanas y comer bien, y luego lo mandaron a su casa. Pero cometieron la estupidez imperdonable de decirle exactamente en qué estado se encuentra. Ya no está en condiciones de trabajar, está en casa rodeado de sus ocho hijos y cavila sobre la muerte que se avecina. Me da muchísima lástima, y también me da mucha rabia no poder salir a la calle, porque si no iría muchas veces a visitarlo para distraerlo. Para nosotros es una calamidad que el bueno de Voskuijl ya no esté en el almacén para informarnos sobre todo lo que pasa allí o todo lo que oye. Era nuestra mayor ayuda y apoyo en materia de seguridad, y lo echamos mucho de menos.

El mes que viene nos toca a nosotros entregar la radio. Kleiman tiene en su casa una radio miniatura clandestina, que nos dará para reemplazar nuestra Philips grande. Es una verdadera lástima que haya que entregar ese mueble tan bonito, pero una casa en la que hay escondidos no debe, bajo ningún concepto, despertar las sospechas de las autoridades. La radio pequeñita nos la llevaremos arriba, naturalmente. Entre judíos clandestinos y dinero negro, qué más da una radio clandestina.

Todo el mundo trata de conseguir una radio vieja para entregar en lugar de su «fuente de ánimo». De veras es cierto que a medida que las noticias de fuera van siendo peores, la radio con su voz maravillosa nos ayuda a que no perdamos las esperanzas y digamos cada vez: «¡Adelante, ánimo, ya vendrán tiempos mejores!».

Tu Ana.