El consejo del enano

Volvimos como habíamos ido, pero cabalgando a mayor velocidad, ya que los caballos estaban ansiosos, y por fin llegamos al pie de las colinas y avistamos la gran llanura, nuestra población y la gran fortaleza de Rothgar.

En aquel punto, Buliwyf se desvió y nos llevó en otra dirección, hacia un terreno elevado y rocoso azotado por los vientos del océano. Yo cabalgaba junto a Herger y le pregunté la razón del cambio de ruta. Herger me contestó que debíamos ir en busca de los enanos de la región.

Me sorprendió mucho esto, pues los nórdicos no aceptan a los enanos en medio de sus comunidades. Nunca se ve a ninguno en las calles, ni se sientan al pie de los reyes, ni se les ve, en fin, contando dinero o llevando el registro o haciendo las cosas que por lo general sabemos acostumbran hacer.[42] Nunca había mencionado un nórdico a los enanos y yo llegué a suponer que la gente de talla tan gigantesca[43] como la de ellos no podría nunca procrear enanos.

Llegamos así a un paraje lleno de cuevas hondas y azotadas por el viento. Buliwyf bajó de su caballo y todos sus guerreros hicieron lo mismo para proseguir el camino a pie. Oímos luego un sonido sibilante y juro que vi nubes de vapor brotar de una y otra de las cuevas. Cuando entramos en una de ellas, encontramos allí enanos.

Tenían el aspecto siguiente: de la talla habitual de los enanos se diferenciaban de los comunes por sus cabezas de gran tamaño, además de que sus rostros aparentaban ser los de ancianos. Había enanos tanto hombres como mujeres y todos daban la impresión de ser muy viejos. Los hombres tenían barbas y eran muy reposados. También las mujeres tenían vello en la cara, lo cual les daba el aspecto de hombres. Cada enano vestía una prenda hecha de piel o de marta y también llevaba cada uno un fino cinturón de cuero decorado con trozos de oro martillado.

Los enanos nos recibieron con gran cortesía y sin señales de temor. Herger me dijo que estos hombres tienen poderes mágicos y no tienen, por tanto, motivo para temer a nadie en el mundo. Son en cambio muy aprensivos frente a los caballos, y por esta razón habíamos debido dejar los nuestros. Herger me contó asimismo que los poderes de un enano residen en su fino cinturón, de tal manera que si llega a perderlo hará cualquier cosa por recobrarlo.

Herger añadió que el aspecto que tenían de gran edad respondía a la realidad, ya que un enano vivía mucho más que cualquier hombre común. Me comentó luego que estos enanos muestran su virilidad desde una edad temprana, que aun cuando son niños de corta edad tienen vello pubiano y miembros de proporciones inusitadas. En verdad es por esos signos que los padres se enteran de que su hijo es un enano y un ser mágico que debe ser llevado a las colinas para que viva con otros de su género. Hecho esto los padres dan gracias a los dioses y sacrifican algún animal, por cuanto haber engendrado y dado a luz un enano es considerado como un golpe de fortuna.

Tal es la creencia de los nórdicos, según me la explicó Herger, y si bien yo no sé bien cuál es la verdad, me limito a reproducir lo que él me dijo.

Vi en aquel momento que el ruido sibilante y el vapor surgían de grandes calderos en los cuales se hundían hojas de acero martillado para templar el metal, pues los enanos forjan armas sumamente apreciadas por los nórdicos. Debo añadir que vi a los guerreros de Buliwyf examinando con gran interés el interior de las cuevas, tal como lo harían las mujeres en las tiendas del bazar donde se venden sedas preciosas.

Buliwyf hizo algunas preguntas a estos seres, quienes le indicaron que se dirigiera a la cueva más alta, en la cual estaba un solo enano, más viejo que todos los otros, con barba y pelo blancos como la nieve y un rostro surcado de arrugas. Llamaban a este enano el tengol, que significa «juez del bien y del mal» y también adivino.

Este tengol tenía seguramente los poderes mágicos que todos le atribuían, porque en seguida saludó a Buliwyf por su nombre y le invitó a sentarse junto a él. Una vez sentado Buliwyf, el resto nos quedamos a cierta distancia y en pie.

Diré que Buliwyf no ofreció presentes al tengol. Los nórdicos nunca rinden pleitesía a esta gente de pequeña talla. Creen que los favores de éstos deben ser conferidos en forma espontánea y que no es correcto incitar los favores de un enano ofreciéndole dádivas. Así, pues, Buliwyf permanecía sentado mientras el tengol le miraba. A continuación éste cerró los ojos y comenzó a hablar mientras se mecía hacia delante y hacia atrás. Hablaba con la voz aguda de un niño, y Herger me tradujo lo que decía.

—¡Oh, Buliwyf!, eres un gran guerrero, pero has encontrado a tus iguales en los monstruos de la niebla, los caníbales que comen a los muertos. Será ésta una lucha a muerte y necesitarás de toda tu sabiduría y tus fuerzas para vencer el desafío.

El enano siguió hablando en estos términos durante mucho tiempo, meciéndose siempre. La esencia de lo que dijo fue que Buliwyf estaba frente a un adversario difícil, cosa que yo sabía bien ya, como también lo sabía Buliwyf. A pesar de ello Buliwyf no mostró impaciencia.

Vi asimismo que Buliwyf no se ofendió cuando el enano se reía de él, cosa que hacía a menudo. El enano le dijo, en efecto:

—Has acudido a mí porque atacaste a los hombres en el páramo árido y no te dio resultado alguno. Acudes, pues, a mí en busca de consejo y recomendaciones, como acudiría un niño a su padre, diciendo: «¿qué haré ahora, ya que todos mis planes han fracasado?».

El tengol rió largamente de su propio chiste, mas luego su rostro de viejo adquirió una expresión grave.

—¡Ah, Buliwyf! —dijo—, veo el futuro, pero no puedo decirte más de lo que sabes ya. Tú y todos tus bravos guerreros reunisteis vuestra destreza y valor para lanzar un ataque contra los monstruos que habitan el desierto del terror. En esto se equivocaron, pues no era ésta una empresa de verdaderos héroes.

Oí con asombro estas palabras, pues yo había hallado la empresa bien digna de un héroe.

—No, no, noble Buliwyf —declaró el tengol—. Emprendiste una misión falsa y en lo más profundo de tu corazón de héroe sabías bien que era indigna de ti. También lo fue tu batalla contra el dragón luciérnaga Korgon y te costó unos cuantos guerreros magníficos. ¿Qué objeto tienen tus planes?

Buliwyf seguía sin responder. Sentado junto al enano, aguardaba.

—El gran desafío para un héroe —dijo el enano— se encuentra en el corazón, no en el adversario. ¿Qué habría importado que sorprendieses a los wendol en su guarida y matases a muchos de ellos mientras dormían? Podrías haber matado a muchos, pero ello no habría dado fin a la lucha, como cortar los dedos a un hombre no da cuenta de él. Para matarlo hay que perforarle la cabeza o el corazón, y lo mismo sucede con los wendol. Todo esto lo sabes y no necesitas de mi consejo para saberlo.

En estos términos, mientras se mecía, reprendió el enano a Buliwyf. Y Buliwyf aceptó la reprimenda, ya que no replicó, sino que inclinó la cabeza.

—Has hecho la tarea de un hombre común —prosiguió el enano—, no la de un verdadero héroe. El héroe realiza lo que ningún otro hombre osa realizar. Para matar al wendol tienes que perforarle la cabeza y el corazón. Debes vencer a su madre misma en las cuevas de los truenos.

No comprendí el sentido de estas palabras.

—Tú lo sabes, pues siempre ha sido así, en toda la historia del hombre. ¿Habrán de morir tus guerreros, uno por uno? ¿O bien atacarás a la madre en las cuevas? No se trata de una profecía, sino de la elección entre ser hombre o héroe.

Por fin Buliwyf respondió, pero lo hizo en voz tan baja que no pude oír con los murmullos del viento que barría la entrada de la cueva. Fueran cuales fueran sus palabras, el enano habló otra vez:

—Esta es la respuesta del héroe, Buliwyf, y no habría esperado otra de ti. Por ello te ayudaré en tu empresa.

En aquel momento varios enanos se adelantaron entre los huecos sombríos de la cueva. Todos llevaban muchos objetos.

—Aquí tienes —dijo el tengol— trozos de cuerdas trenzadas con la piel de focas atrapadas cuando se producen los primeros deshielos. Estas cuerdas te ayudarán a llegar por el océano a la entrada de las cuevas de los truenos.

—Gracias —dijo Buliwyf.

—Y aquí tienes siete dagas, forjadas con vapor y magia, para ti y tus guerreros. Las espadas de gran tamaño no tendrán utilidad en las cuevas de los truenos. Llevad estas armas con valor y se cumplirán vuestros deseos.

Buliwyf tomó las dagas y volvió a agradecer al enano. Se puso entonces en pie y preguntó:

—¿Cuándo haremos esto?

—Ayer es mejor que hoy —repuso el tengol—, y mañana es mejor que pasado mañana. Debéis apresuraros y cumplir vuestras intenciones con el corazón firme y la mano vigorosa.

—¿Y qué vendrá después de nuestro triunfo? —preguntó Buliwyf.

—En tal caso el wendol será mortalmente herido y se agitará por última vez en los estertores de la muerte, y pasada esta última agonía, esta tierra tendrá paz y felicidad siempre. Y tu nombre será cantado en loas de gloria en todas las fortalezas del Norte y por la eternidad.

—Así se cantan las proezas de los hombres muertos —señaló Buliwyf.

—Es verdad —dijo el enano, y volvió a reír con la risa del niño o de la muchacha—. Pero también se cantan las de los héroes que sobreviven, mientras que nunca se cantan los hechos realizados por los hombres comunes. Todo esto lo sabes ya.

Buliwyf salió entonces de la cueva y entregó a cada uno de nosotros una daga de los enanos. Descendimos después de los escollos rocosos y batidos por los vientos y volvimos al reino y a la gran fortaleza de Rothgar al caer la noche.

Todos estos hechos se registraron y yo los vi con mis propios ojos.