Con la caída de la noche la niebla se aproximó como un manto desde las colinas, deslizándose con dedos helados entre los árboles, reptando por los campos verdes en dirección al hall de Hurot y a los guerreros de Buliwyf que la aguardaban. En nuestro extremo no había tregua en el trabajo. De un manantial desviamos el agua para llenar el foso de poca profundidad y entonces comprendí el sentido común del plan, ya que el agua ocultaba los palos afilados y los pozos más hondos, de tal manera que el foso resultaba traicionero para cualquier invasor.
Más lejos, las mujeres de Rothgar acarreaban odres de piel de cabra llenos de agua del pozo y con ella empaparon el cerco, la vivienda y todas las superficies del hall de Hurot. También los guerreros de Buliwyf mojaron sus armaduras con agua del pozo. Era una noche húmeda y fría y por suponer yo que se trataba de algún rito pagano, me excusé de mojarme como ellos, pero fue inútil. Herger me empapó de la cabeza a los pies como al resto. Diré que lancé gritos ante el choque del agua fría y exigí que me explicaran la acción.
—El dragón luciérnaga respira fuego —me dijo Herger.
Me ofreció entonces una copa de hidromiel para aliviarme el frío que sentía y bebí esta copa de hidromiel sin detenerme, sintiéndome agradecido por ella.
Era una noche de tinieblas y los guerreros de Buliwyf esperaban la llegada del dragón Korgon. Todos los ojos estaban fijos en las colinas, perdidas y en la niebla de la noche. Buliwyf recorrió personalmente todas las fortificaciones con su gran espada Runding en una mano y dando palabras de estímulo en voz baja a sus guerreros. Todos esperaban en silencio, salvo uno, el lugarteniente Etchgow. Este Etchgow es un maestro en el manejo del hacha. Había hundido un poste de madera bien resistente a cierta distancia y se dedicaba a practicar el lanzamiento de su hacha de mano contra dicho poste, repitiendo el movimiento sin cesar. Tenía, en verdad, muchas hachas que le habían entregado y llegué a contar cinco o seis fijas a su ancho cinturón, además de otras que tenía en las manos o estaban esparcidas por el suelo a su alrededor.
De manera parecida Herger estaba controlando y probando su arco y su flecha, como también lo hacía Skeld, ya que estos dos eran los más diestros arqueros entre los soldados nórdicos. Sus flechas tienen puntas de hierro y son de excelente construcción, con palos muy rectos. En cada aldea cuentan con un hombre que a menudo está lisiado o cojo y que es conocido como el almsmann. Este hombre está encargado de hacer las flechas y también los arcos para los guerreros de la región y por estas armas se le paga con oro, caracoles, o bien, como yo mismo lo he visto, con carne y alimentos.[33]
Los arcos de los nórdicos se aproximan en longitud a la de sus propios cuerpos y están hechos de abedul. Los utilizan del siguiente modo: se tira hacia atrás la vara de la flecha hasta que el extremo les toca una oreja, en lugar de un ojo, y desde allí la disparan. El impulso es tal que la flecha puede atravesar el cuerpo de un hombre sin quedarse hundida en él. Del mismo modo puede atravesar una lámina de madera del grosor de un puño de hombre. En verdad vi con mis propios ojos el poder de estas flechas, y yo mismo intenté utilizar uno de sus arcos, pero descubrí que era difícil hacerlo, ya que era demasiado grande y duro para mí.
Estos nórdicos son expertos en todas las formas de la guerra y de la matanza mediante el uso de las diversas armas que aprecian. Hablan de las líneas de batalla, que no tienen referencia alguna a la disposición de los soldados en el campo de lucha. Para ellos todo reside en el combate cuerpo a cuerpo con el hombre que es su enemigo. Las dos líneas de batalla se diferencian en cuanto a las armas utilizadas. La espada de hoja ancha, esgrimida siempre describiendo un amplio arco y nunca para hundirla, es descrita en la siguiente expresión: «La espada busca la línea del ancho», lo cual significa para ellos el cuello, y por tanto la decapitación. Para la lanza, la flecha, el hacha de mano, la daga y otras armas usadas para hundir en el cuerpo, se expresan así: «Estas armas buscan la línea gorda».[34] Con estas palabras aluden a la parte central del cuerpo, entre la cabeza y la ingle. Cualquier herida en esta parte central significa para ellos la muerte segura de su contrincante. Creen asimismo que es más eficaz atacar el abdomen, por ser blando, que el pecho o la cabeza.
En verdad Buliwyf y sus hombres habían mantenido una estrecha vigilancia aquella noche, encontrándome yo entre esta guardia. Me provocó una gran fatiga y muy pronto me sentí tan agotado como si hubiese librado una batalla, a pesar de no haberse registrado ninguna. Los nórdicos no estaban fatigados, sino, por el contrario, sumamente alertas. Es verdad que son los seres más vigilantes del mundo y que siempre están preparados para afrontar cualquier batalla o peligro. No hallan nada fatigoso en esta actitud de alerta, que para ellos resulta natural desde que nacen. En todo momento se muestran prudentes y vigilantes.
Al cabo de un rato dormí y Herger me despertó con brusquedad y de la siguiente manera: sentí un golpe seco y el silbido del aire encima de mi cabeza y al abrir los ojos vi una flecha que se estremecía hundida a medias en la madera y a la distancia de un pelo de mi propia nariz. La había disparado Herger, y al ver mi sobresalto, él y el resto estallaron en grandes risotadas. A mí me dijo:
—Si duermes, perderás la batalla.
Le di como respuesta que ello no me resultaría muy duro, según lo que yo pensaba al respecto.
Herger retiró su flecha y al ver que yo estaba ofendido por su broma, se sentó a mi lado y me habló en términos muy amistosos. Aquella noche Herger estaba muy inclinado a hacer chistes y reír. Compartió conmigo una copa de hidromiel y a continuación dijo:
—Skeld está hechizado —y echó a reír.
Skeld no estaba lejos y Herger habló en voz alta, lo cual me hizo comprender que la intención era que Skeld nos oyese. Con todo, Herger estaba hablando en latín, idioma incomprensible para Skeld. Había, pues, en todo ello alguna otra razón que yo no conocía. Entre tanto, Skeld afilaba las puntas de sus flechas y aguardaba la batalla. Dije entonces a Herger:
—¿En qué sentido está hechizado?
—Si no está hechizado —repuso Herger—; puede que esté volviéndose árabe, porque se lava la ropa interior y también el cuerpo todos los días. ¿No has observado tú mismo esto?
Volví a responder que no lo había observado, a lo cual Herger replicó:
—¿Qué ves, entonces?
Rióse mucho por su propio ingenio, el cual yo no compartía ni aun fingía que compartía, ya que no sentía ganas de reír. Herger dijo entonces:
—Ustedes los árabes son demasiado melancólicos. Todo el tiempo se quejan. Nada es digno de risa para ustedes.
Debí decirle que estaba equivocado. Herger me desafió entonces a que le refiriera una historia humorística y yo le conté la del sermón de un predicador famoso. Creo que es bien conocida. Un famoso predicador está en el púlpito de su mezquita y todos a su alrededor, hombres y mujeres, se han congregado para escuchar sus nobles palabras. Un hombre, Hamid, se pone una túnica y un velo y se coloca entre las mujeres. El famoso predicador dice:
—Según la costumbre del Islam, conviene que nadie se deje crecer demasiado largo el pelo pubiano, se trate de hombres o de mujeres.
Alguien pregunta:
—¿Qué se considera largo, noble predicador?
Todos conocen la historia. Es muy grosera. El predicador responde:
—No debe crecer más alto que la cebada.
La mujer palpa debajo de las ropas de Hamid para tocar su bello pubiano y al hacerlo toca el órgano. Sorprendida, deja escapar un grito. Al oírla, el predicador se siente muy complacido y dice al auditorio:
—Todos ustedes deberían aprender a escuchar un sermón como lo ha hecho esta mujer, pues pueden ver cómo le tocó el corazón.
Y la mujer, sorprendida aún, responde así:
—No me tocó el corazón, noble predicador. Me tocó la mano.
Herger escuchó todas mis palabras con el rostro impasible. No rió ni sonrió en ningún momento. Cuando terminé de hablar, me preguntó:
—¿Qué es un predicador?
Al oír esto le dije que era un nórdico estúpido que no conocía nada de la gran amplitud del mundo. Al oír esto, en cambio, rió, aun cuando no había reído al oír mi anécdota.
En aquel momento Skeld lanzó un grito y todos los guerreros de Buliwyf, conmigo entre ellos, nos volvimos para mirar hacia las colinas, detrás del manto de niebla. He aquí lo que vi: Muy alto en el aire brillaba un punto de luz intensa, como una estrella reluciente a gran distancia. Todos los guerreros lo vieron y se oyeron murmullos y exclamaciones entre ellos.
Pronto apareció otro punto de luz, y luego otro, y otro. Conté una docena de ellos antes de dejar de contar. Estos puntos de fuego intenso aparecían en una línea que se ondulaba como una serpiente o, en verdad, como el cuerpo ondulante de un dragón.
—Prepárate —me dijo Herger, añadiendo el dicho común entre los nórdicos—: Suerte en la batalla.
Repetí el mismo voto para él antes que se alejara.
Los puntos relucientes estaban todavía distantes, pero se aproximaban. Oí entonces un ruido que tomé por el de truenos. Era un rumor profundo y lejano que se intensificaba en la atmósfera brumosa, como ocurre siempre cuando hay niebla. Es la pura verdad, en efecto, que cuando hay niebla el susurro de un hombre puede ser oído a una distancia de cien pasos con tanta claridad como si estuviera susurrando a nuestro oído.
Estaba yo ahora alerta, escuchando. Todos los guerreros de Buliwyf tomaron sus armas y quedaron en la misma actitud, observando y aguardando mientras el dragón luciérnaga de Korgon se aproximaba hacia nosotros con truenos y fuego. Cada punto reluciente se agrandó y adquirió un maligno color rojo que parpadeaba y titilaba. El cuerpo del dragón era largo y brillante, visión de aspecto horroroso, y con todo, yo no sentía miedo, ya que había decidido esta vez que éstos eran jinetes con antorchas, lo cual resultó exacto.
Muy pronto, pues, surgieron entre la niebla los hombres a caballo, sombras negras con antorchas levantadas, cabalgaduras negras que relinchaban y cargaban hasta que se inició la batalla. Inmediatamente el aire de la noche se llenó de gritos y alaridos terribles de dolor, ya que la primera carga había caído en el foso y muchos caballos cayeron y despidieron a sus jinetes, cuyas antorchas se apagaron, chisporroteando en el agua. Otros caballos intentaron salvar el foso, sólo para quedar atravesados en los postes afilados. Una sección del cerco se incendió, los guerreros corrían en todas direcciones.
Vi entonces a uno de los caballeros cabalgar a través del cerco en llamas y por primera vez pude ver con claridad a este wendol. Y lo que vi fue lo siguiente: sobre el caballo negro montaba una figura humana vestida de negro, pero su cabeza era la de un oso. Me apresó momentáneamente un miedo terrible y temí que este miedo sólo me provocaría la muerte, ya que nunca había visto una visión tan de pesadilla. No obstante ello, en aquel mismo instante el hacha de mano de Etchgow se enterró profundamente en la espalda del jinete, el cual fue derribado y cayó. La cabeza de oso se separó entonces de su tronco, y vi que debajo había la cabeza de un hombre.
Con la velocidad del rayo, Etchgow saltó sobre el hombre caído y le apuñaló sobre el pecho, y volviendo el cadáver, le retiró el hacha de la espalda y se alejó corriendo a incorporarse a la batalla. También yo me uní a ella, porque el golpe de una lanza me hizo perder el equilibrio. Había ya muchos caballeros dentro del cerco, con sus antorchas ardientes. Algunos tenían cabeza de oso y otros no. Cuando rodearon la fortaleza trataron de incendiar el gran recinto de Hurot. Tanto Buliwyf como sus hombres lucharon con bravura para impedirlo.
Pude incorporarme en el momento en que uno de estos monstruos de la niebla se abalanzaba sobre mí con su cabalgadura. Juro que hice lo siguiente: me planté con firmeza y esgrimí mi lanza y creí que el choque con el animal me destrozaría. Sin embargo, mi lanza atravesó el cuerpo del jinete, quien dio un alarido horrible, aunque no cayó de su caballo, sino que prosiguió su carrera. Por mi parte, caí de bruces, sin aliento, pero no estaba en verdad herido, sino golpeado.
En el curso de esta batalla Herger y Skeld dispararon sus numerosas flechas y el aire silbaba al paso de ellas y lograron muchos impactos. Vi una flecha de Skeld hundirse en el cuello de un jinete y quedar allí. Vi luego cómo Skeld y Herger juntos atravesaron el pecho de otro, y era tal la rapidez con que ambos volvieron a sacar flechas y a tender sus arcos, que este mismo jinete no tardó en tener cuatro flechas hundidas en el pecho. Los gritos que daba mientras seguía cabalgando eran terribles.
Me enteré, sin embargo, de que esta hazaña era considerada como una lucha de muy mala calidad por Herger y Skeld, porque los nórdicos creen que no hay nada sagrado en un animal. Para ello, pues, el uso principal de las flechas es matar a los caballos con el fin de derribar al jinete. Acerca de esto dicen: «Un hombre derribado de su cabalgadura es sólo medio hombre y dos veces más susceptible de ser muerto». Por ello es que actúan sin vacilar.[35]
Luego vi esto: un jinete llegó al galope dentro de la empalizada, se inclinó muy bajo sobre su cabalgadura y recogió el cuerpo del monstruo muerto por Etchgow y echándolo sobre el cuello del animal se alejó, puesto que, como he señalado ya, estos monstruos de la niebla nunca dejan sus muertos para que los hallen cuando llega el día.
La batalla arreció largo tiempo a la luz del violento incendio que atravesaba la niebla con su resplandor. Vi a Herger empeñado en combate mortal con uno de los demonios. Tomé entonces otra lanza y la clavé muy hondo en la espalda del hombre. Herger, bañado en sangre, levantó un brazo en señal de gratitud y volvió al combate. En aquel instante me sentí muy orgulloso.
Quise después recobrar mi lanza, pero mientras lo hacía, me derribó un jinete al pasar sobre mí y desde aquel momento debo decir que no recuerdo mucho. Vi que estaba ardiendo una de las viviendas de los nobles de Rothgar con llamas que escupían y lamían los muros, pero que el recinto humedecido de Hurot estaba todavía en pie, y me alegré de ello como si yo mismo fuera uno de los nórdicos. Estos fueron los últimos pensamientos que recuerdo.
Amanecía cuando me despertó una especie de baño suave sobre la piel del rostro y me agradó aquella especie de caricia húmeda. No tardé en percibir que era objeto de los cuidados de un perro que me lamía. Me sentí como si hubiese sido un borracho sin sentido, sumamente mortificado, como cabe imaginar.[36]
Vi en aquel momento que estaba tendido en el foso, en el cual el agua estaba teñida de sangre. Me levanté y recorrí el campamento humeante, frente a toda especie de escenas de muerte y destrucción. Vi que la tierra estaba empapada en sangre, como si hubiera llovido, y con numerosos charcos. Vi los cuerpos de nobles muertos y también de mujeres y niños. Vi después tres o cuatro cuerpos que estaban chamuscados o quemados por el fuego. Todos estos cuerpos estaban diseminados en el suelo y me vi obligado a caminar sin apartar los ojos del suelo para evitar pisar a ninguno, tantos de ellos había.
De las obras de defensa, buena parte del cerco de postes había sido quemado. En otros sectores había caballos atravesados y ya fríos. Aquí y allí se veían antorchas. No vi a ninguno de los guerreros de Buliwyf.
No llegaban tampoco lamentos o quejas del reino de Rothgar, ya que los nórdicos no lloran la muerte. Por el contrario, reinaba un silencio inusitado. Oí cantar a un gallo y ladrar a un perro, pero no oí voz humana alguna en el exterior.
Entré entonces dentro del gran hall de Hurot y encontré allí dos cadáveres colocados sobre juncos con sus cascos sobre el pecho. Uno era el de Skeld, noble de Buliwyf, y el otro el de Helfdane, que había sufrido heridas y ahora estaba frío y pálido. Los dos estaban muertos. Estaba también Rethel, el más joven de los guerreros, sentado muy erguido en un rincón y atendido por unas esclavas. Rethel había sufrido heridas con anterioridad, pero tenía una nueva herida en el estómago que sangraba copiosamente. Sin duda le dolía mucho, aunque él se mostraba alegre y sonreía y cambiaba chanzas con las esclavas además de complacerse en pellizcarles el pecho y las nalgas. Por su parte, las esclavas le reprendían porque las distraía y les impedía vendarle las heridas.
He aquí la manera de tratar las heridas, según sea su tipo. Si un guerrero está herido en una extremidad, sea el brazo o la pierna, se le ata una ligadura y se colocan paños hervidos en agua sobre la herida para cubrirla. Me dijeron asimismo que se suele colocar telaraña o vellones de lana sobre la herida para espesar la sangre e impedir que fluya. Esto no lo vi en ninguna oportunidad.
Si un guerrero es herido en la cabeza o en el cuello, se le baña la herida hasta limpiarla y luego las esclavas la examinan. Si la piel está rota, pero los huesos blancos intactos, dicen de este género de herida: «No tiene importancia». Si, en cambio, los huesos están fracturados o separados de algún otro modo, dicen: «Se le escapa la vida y pronto se le escapará del todo».
Si un guerrero es herido en el pecho, le palpan las manos y los pies, y si los tiene tibios, dicen de tal herida «no tiene importancia». En cambio si este guerrero tose o vomita sangre, dicen: «Habla con sangre», y consideran esto de suma gravedad. Un hombre puede morir de este mal de hablar con sangre, o bien no morir, según sea su destino.
Si un guerrero es herido en el estómago, se le alimenta con una sopa de cebollas y hierbas. Las mujeres le huelen entonces las heridas, y si huelen a cebolla, dicen: «Tiene la enfermedad de la cebolla», y saben que morirá.
Vi con mis propios ojos a las mujeres preparar una sopa de cebollas para Rethel, quien tomó una buena porción. Las mujeres le olieron las heridas y olieron el olor de la cebolla. Al ver esto, Rethel rió a carcajadas y dijo algún chiste espontáneo, pidiendo luego hidromiel, que le sirvieron. No mostraba el menor signo de preocupación.
Buliwyf, el jefe y todos sus guerreros se congregaron en seguida en otro punto del gran hall. Me uní al grupo, pero nadie me saludó; Herger, a quien había salvado la vida, no reparó en mí, ya que los guerreros estaban absortos en una solemne conversación. Había aprendido algo de la lengua nórdica, pero no lo suficiente como para seguir aquellas palabras pronunciadas en voz baja y con rapidez, en vista de lo cual me alejé y bebí un poco de hidromiel mientras tenía conciencia de mis males físicos. A poco se acercó una esclava a lavarme las heridas. Eran un corte en la pantorrilla y otro en el pecho. Por mi parte no había tenido mucha sensación de dolor en estas heridas hasta que la mujer me las lavó.
Los nórdicos bañan las heridas con agua de mar, por creer que esta agua posee mayores propiedades curativas que el agua dulce. Estos lavados con agua salada no son muy agradables para la parte herida. La verdad es que gemí, y al oírme, Rethel echó a reír y dijo a una de las esclavas:
—Sigue siendo un árabe.
Al oír esto, diré que me sentí avergonzado.
También acostumbran los nórdicos bañar las heridas con orina de vaca caliente. Me negué a que lo hicieran cuando me ofrecieron este tratamiento.
Consideran la orina de vaca una sustancia excelente y la guardan en recipientes de madera. Por lo general, la hierven hasta que se concentra y su olor hace arder las fosas nasales. A continuación emplean este líquido vil para el lavado, especialmente de las prendas ásperas de color blanco.[37]
Me contaron asimismo que en una u otra época los nórdicos pueden emprender largos viajes por mar y no contar con reservas de agua dulce, en cuyo caso cada hombre bebe su propia orina y puede sobrevivir de esta manera hasta llegar a tierra firme. Me contaron esto, pero nunca lo vi, gracias a Alá.
Se me acercó en aquel momento Herger, por haber terminado la conferencia entre los guerreros. La esclava que me atendía me había hecho arder las heridas en forma atroz. A pesar de ello estaba yo decidido a observar la actitud alegre de cualquier nórdico. Dije, pues, a Herger:
—¿Qué tontería debemos hacer próximamente?
Herger observó mis heridas y me dijo:
—Puedes cabalgar sin dificultad.
Pregunté entonces a dónde iríamos, y la verdad es que inmediatamente perdí toda mi alegría, ya que me sentía muy fatigado y sin fuerzas para nada, salvo descansar. Herger repuso:
—Esta noche el dragón luciérnaga volverá a atacarnos. Desgraciadamente, estamos ahora muy débiles y nuestro número ha sido diezmado. Nuestras defensas están quemadas o destruidas. El dragón luciérnaga nos matará a todos.
Dijo estas palabras con calma. Lo advertí y le dije:
—¿A dónde iremos a caballo entonces? —se me ocurría que a causa de sus fuertes bajas, Buliwyf y sus hombres contemplaban la posibilidad de abandonar el reino de los Rothgar. No me oponía a este proyecto.
—El lobo que permanece en su guarida —dijo Herger— nunca consigue alimento, como tampoco obtiene la victoria el hombre que duerme.
Es éste un proverbio nórdico y por él inferí que el plan era otro. Saldríamos a atacar a los monstruos de la niebla, usando nuestros caballos, en sus propias guaridas en las montañas o en las colinas. De bastante mala gana pregunté a Herger cuándo tendría lugar esto, y él me dijo que hacia mediodía.
En aquel momento vi entrar en el hall a un niño que llevaba en las manos un objeto de piedra que fue examinado por Herger. Era una de esas tallas decapitadas de una mujer encinta, hinchada y fea. Herger lanzó una imprecación y dejó caer la talla de sus manos temblorosas. Llamó entonces a la esclava, quien tomó la talla y la arrojó al fuego, donde el calor de las llamas hizo que se rajara y rompiera en pedazos. En seguida se arrojaron estos fragmentos al mar, o por lo menos así me lo dijo Herger.
Pregunté qué significaba la talla y Herger me dijo:
—Es la imagen de los que se comen a los muertos, de la que preside sus festines y dirige sus comilonas.
Vi entonces que Buliwyf, que estaba en pie en el centro del gran hall, estaba contemplando el brazo de uno de los demonios, colgado aún de las vigas. Miró luego los cuerpos de sus dos camaradas muertos y luego a Rethel, ya moribundo, y al hacerlo se encorvó y hundió el mentón en el pecho. Por fin pasó junto a ellos y salió por la puerta, y vi que se colocaba la armadura, tomaba su espada y se preparaba una vez más para la batalla.