21

De modo que los espectros pensaban que podían reclamarme como uno de los suyos. Pues estaban muy equivocados y pensaba demostrárselo.

—No soy vuestra —dije a la espectro que flotaba delante de mí. Llevaba una especie de vestido blanco vaporoso, quizá un camisón antiguo; me pregunté si era la prenda con la que había muerto. De ser así, yo estaba atrapada en una camiseta blanca de tirantes y un pantalón de pijama azul con nubes blancas para el resto de la eternidad. Bajé la vista y vi el pantalón del pijama, ligeramente traslúcido como el resto de mi persona, pero decididamente el mismo. Genial—. Solo me pertenezco a mí, a nadie más.

—Pero ahora eres una de nosotros. —Su rostro, de color aguamarina, brillaba con la tenue luz del alba—. ¿No te das cuenta de que esto es mucho mejor?

Lucas se volvió hacia Balthazar.

—Si es una fantasma, o una espectro, ¿cómo podemos comunicarnos con ella?

—¡Estoy aquí! —grité, pero no me oyeron.

Balthazar parecía desconcertado.

—No lo sé. Nosotros aprendemos a evitar a los fantasmas y espectros, no a hablar con ellos.

—¿Quién podría saberlo? —Lucas parecía desesperado—. ¿Existe una manera? Yo no sé de ninguna, quizá no exista ninguna. Maldita sea, tiene que haberla. Tiene que haberla. —Bajó la vista hacia la tumba y cerró los párpados con fuerza.

—Estoy pensando, ¿vale? —Balthazar no parecía mucho más animado que Lucas—. ¿Conoces a alguien de la Cruz Negra que pueda decirnos algo?

Lucas gruñó.

—Un montón de gente con la que no puedo volver a hablar. Salvo quizá…

Estaba considerando esa posibilidad, considerando seriamente la posibilidad de ponerse en contacto con la Cruz Negra a pesar de que era muy probable que los cazadores tuvieran la orden de matarlo en el acto.

«Oh, no —pensé—. Lucas no puede hacer eso. Está triste, aturdido, es una pésima idea».

El mundo volvió a disolverse en una niebla azulada y dejé de sentir mi cuerpo físico. Aunque en cierto modo era una sensación liberadora —como volar en sueños— no me gustaba no tener cuerpo. Los cuerpos estaban bien. Los cuerpos te decían dónde estabas y lo que podías hacer. Empezaba a añorar seriamente tener un cuerpo en el que poder confiar.

Mientras intentaba adoptar algún tipo de forma, la espectro apareció detrás de mí.

—Aprenderás a disfrutar de esto. Pero acostumbrarse requiere su tiempo.

—Me temo que hoy no podrá ser. —Cuando me dirigía solo a ella, tenía la sensación de que hablábamos pese a no decir nada en voz alta—. Tenemos que hablar de lo que me ha pasado.

—Pues habla.

—¡No aquí flotando en medio de la nada! Llévame a un lugar real. A un lugar donde las dos podamos ser reales.

—Que así sea.

En un abrir y cerrar de ojos la niebla desapareció. Estábamos en el desván de la casa de Vic, junto al maniquí, que todavía lucía su vistoso sombrero de plumas. Podía oler los viejos libros y ver las pilas de trastos, algo menores desde que Vic nos amueblara la bodega. A través de nuestros pies traslúcidos podía ver los listones de madera del suelo.

La espectro me sonrió, todavía con cierta suficiencia. Podría haber sido bonita si no fuera por la expresión de su cara. Tenía el pelo rubio y liso, cortado recto, la barbilla fina, una nariz pronunciada y unos ojos perspicaces e inteligentes. Me sorprendió percatarme de que debía de ser uno o dos años menor que yo.

Bueno, uno o dos años menor que yo cuando murió. Por primera vez caí en la cuenta de que nunca envejecería. Ése detalle, en cierto modo, se me antojaba más decisivo que todo lo demás.

—Soy Maxie O’Connor —dijo la espectro—. Fallecí hace casi noventa años y habito esta casa desde entonces. Tú también te sentirás atraída por este lugar porque has muerto aquí, pero deja que te diga desde ahora que esta casa es mía. Os dejé instalaros en el sótano como un favor a Vic, nada más. Puedes visitarla, pero no puedes quedarte.

Como si fuera a querer visitarla. Su nombre me resultaba vagamente familiar, pero no sabía de qué y tampoco me importaba demasiado.

—Eres una espectro. —La siguiente parte no me resultó fácil decirla—. Como yo.

Maxie asintió.

Puaj, una espectro. Durante mi último año en la Academia Medianoche había aprendido a odiar y temer a los espectros. En mi opinión, no sabían hacer otra cosa que asustar y atormentar a la gente. El espectro de la casa de Raquel era un auténtico monstruo. Ahora yo era uno de ellos. Sentía un profundo asco; habría preferido no ser nada en absoluto. Por primera vez comprendía realmente la resistencia de Lucas a convertirse en vampiro. Convertirme en algo que nunca había pretendido ser —que nunca había querido ser— significaba perder algo importante de mí misma, puede que perderme del todo. Lucas había sido consciente de ello desde el principio.

Pese a mis débiles esperanzas, tenía que preguntárselo:

—¿No hay… no hay vuelta atrás? ¿No puedo volver a estar viva?

—Oh, claro que sí, está chupado. —Maxie esbozó una sonrisita—. Solo tienes que chasquear los dedos. Por eso no he vuelto a convertirme en humana en todos estos años.

—No hace falta que te pongas sarcástica.

—Cierto, no hace falta. Regalo de la casa.

Maxie era la espectro que había intentado matarme en el internado. Ahora comprendía que aquel debió de ser el momento álgido de nuestra relación. Entonces caí en la cuenta de algo.

—Un momento, yo te vi en la Academia Medianoche. Varias veces. ¿Cómo podías estar allí si estabas habitando esta casa?

Como si fuera la cosa más obvia del mundo, Maxie respondió:

—Vic, naturalmente. Estoy conectada con él, y él viajaba a Medianoche. Desde allí podía ponerme en contacto contigo.

—Eres la fantasma de Vic. —Recordé lo mucho que Vic apreciaba a Maxie. Estaba claro que no se había relacionado mucho con ella—. ¿Por qué no te apareces abiertamente a él?

—Es difícil aparecerse a los vivos. Por ejemplo, los dos tíos de ahí abajo…

—Lucas y Balthazar.

—Conocía a Lucas, pero al vampiro no. Están como un tren, por cierto. ¿Y los tenías en el bote a los dos? Felicidades.

Ignoré el comentario.

—No hablas como alguien que vivió hace noventa años.

—He pasado los últimos diecisiete en compañía de Vic.

—Eso lo explica todo —farfullé.

Maxie continuó:

—En cuanto a los tíos de ahí abajo, tú puedes aparecerte a ellos porque tienes una fuerte conexión emocional con los dos. Eso suele ayudar, pero ni siquiera entonces es algo seguro. A Vic… —Titubeó y comprendí que se trataba de un tema delicado para ella, aunque era evidente que no quería que me diera cuenta—… no le conocí hasta que yo ya llevaba muchos años muerta. Él creció en esta casa.

—Y cuando era niño te leía cuentos —dije.

—¿Te lo contó él? —Después de eso no supo muy bien cómo seguir. Si los fantasmas pudieran ruborizarse, sospechaba que Maxie tendría la cara roja como un tomate—. Vale, es cierto. Tal vez pudiera materializarme ante él, pero creo que a estas alturas eso lo asustaría. —Con voz queda añadió—: No quiero que Vic me tenga miedo.

—Conmigo no fuiste tan considerada —espeté enfadada—. Te me apareciste en Medianoche un montón de veces y en cada ocasión me diste un susto de muerte. Estuviste a punto de matarme dos veces, y no hay duda de que una de ellas fue a propósito. Por lo tanto, perdona que no me crea que en el fondo eres buena.

Me miró indignada.

—Pero ¡eras nuestra! ¡Siempre fuiste nuestra!

—¡Deja de decir eso! —Me habría gustado pegarle, pero sospechaba que mi mano traspasaría su cuerpo incorpóreo, lo cual sería decepcionante y decididamente espeluznante.

—¡Es cierto! —Sus ojos azules echaban fuego. Estaba claro que a Maxie no se la podía presionar—. ¡Naciste para ser un espectro! Y no un espectro cualquiera, sino uno de los puros. Tu situación es muy buena. Eres fuerte y tu poder puede ayudar a los demás. Los espectros te necesitan y tus padres quisieron retractarse de su palabra y robarte.

—En primer lugar, dar a una persona otra opción no es robarla.

Maxie ladeó la cabeza.

—Pero tus padres no te dieron otra opción, ¿a que no?

—Tú tampoco, así que deja de dar lecciones. —La cabeza me daba vueltas con toda esta nueva información—. ¿Uno de los puros? ¿Quieres decir uno de los niños nacidos de vampiros, o sea, creados por los espectros?

—Ya era hora de que lo pillaras.

Comprendí que Maxie podía contarme muchas cosas; ella tenía las respuestas que llevaba toda la vida esperando. Pero nunca sería una amiga. Sospechaba que para ella yo era un medio para un fin.

¿Para qué fin?

—Otros fantasmas necesitan… a fantasmas como yo —dije. Cuando Maxie asintió, continué—. ¿Para ayudarles a hacer qué exactamente?

—Nos haces más fuertes. Nos ayudas a materializarnos, y de ese modo podemos conectar de nuevo con el mundo. —Maxie flotó por el desván. Sus pies no tocaban el suelo, lo cual me sobresaltó, aunque no podía decir por qué—. Deja de compadecerte e imagina lo que son meses, años, siglos de solo esa niebla azul. Así es para algunos de nosotros. Los que se pierden de ese modo harían lo que fuera, lo que fuera, por volver a tener forma. A veces solo pueden hacerlo pegándose al miedo de las personas y empeorándolo. Pero la mayoría de los espectros desean tener otra opción. Otro camino. Y tú puedes darles eso.

Me acordé del fantasma que había atormentado a Raquel durante buena parte de su vida. ¿Hacerle daño había sido su única manera de escapar de una prisión de niebla? ¿Estaba entre los espectros que habían hecho la elección equivocada?

Maxie añadió:

—Cuando estamos a tu alrededor, muchos de nosotros podemos hacer cosas que no seríamos capaces de hacer solos. Todos nosotros fuimos capaces de aparecernos a ti en Medianoche pese a tener que vencer las barreras. Todavía no eras una espectro completa, pero ya tenías ese poder dentro.

—Por lo tanto, puede decirse que nací y morí para que vosotros pudierais tener pilas de sobra. —¿Esperaba que eso me hiciera sentir mejor?—. No tengo por qué ayudaros. Voy a volver junto a Lucas.

—Espera, por favor.

Maxie se desintegró hasta hacerse casi transparente, y en los pocos trazos faciales que aún logré vislumbrar vi lo mucho que sufría. Después de casi un siglo en el desván de Vic, debía de sentirse muy sola. Y a lo mejor llevaba muerta tanto tiempo que había olvidado lo terrible que eso era. La lástima que sentía, no obstante, no era mayor que el recelo.

—Si necesitas una amiga —dije despacio—, tienes que comportarte como tal.

El desván y Maxie desaparecieron. Ésta vez la niebla apenas me envolvió antes de encontrarme donde deseaba estar, con Lucas.

En un abrir y cerrar de ojos había vuelto a la bodega. Lucas y Balthazar estaban sentados a la mesa. Parecían aún más cansados que antes. Lucas tenía la espalda apoyada en la pared verde y una incipiente barba le ensombrecía la mandíbula. Las ojeras le daban el aspecto de haber recibido una paliza. Balthazar se hallaba a su lado, con los brazos sobre la mesa y la cabeza gacha.

Ninguno de los dos podía verme. Me alegraba tanto de verles que no podía ni disgustarme por mi invisibilidad.

Pillé a Balthazar en mitad de una frase.

—… llamada telefónica, quizá, o una carta. Parece lo más prudente.

Lucas sacudió la cabeza.

—Los comandos se mueven demasiado para que sea seguro una carta, y perdió el móvil durante el ataque de la señora Bethany. ¿Tienes cuatrocientos años y nunca te has molestado en aprender cosas sobre los tíos que te persiguen?

Le estaba picando, como hacía siempre, pero ya no había acritud en sus palabras. Su vieja rivalidad se había convertido en cosa del pasado para ambos.

Balthazar deslizó los dedos por la pared de la bodega, trazando un dibujo irregular, un movimiento al tuntún.

—Dijiste que la Cruz Negra también rastreaba los correos electrónicos.

—Sí, pero por lo menos puedo estar seguro de que mi madre recibirá el correo. Si sabe algo, o incluso aunque no lo sepa, vendrá.

Lucas se estremeció y aguzó la mirada.

—¿Lo sientes?

«¡Me reconoce! ¡Lucas sabe que estoy aquí!».

—Sí. —Balthazar se volvió para inspeccionar la habitación y esperé, contra toda esperanza, que me viera. Pero sus ojos pasaron por el lugar donde yo sentía que estaba sin detenerse—. Creo que ha vuelto.

—Decididamente es Bianca —dijo Lucas después de una pausa.

—Estoy de acuerdo. Es… es su energía. Y ese perfume de gardenias que usaba a veces…

—Sí. —Lucas miró de reojo a Balthazar, claramente molesto porque otro reconociera mi olor. Parecía, sin embargo, más aliviado que enfadado. Puede que lo más importante para Lucas en esos momentos fuera tener a alguien que pudiera convencerle de que mi presencia era real y no una señal de que estaba enloqueciendo.

—¿Te consuela saber que algo de ella sigue vivo? —preguntó quedamente Balthazar.

—¿Tú qué crees?

Balthazar suspiró.

—No, supongo que no.

—La quiero aquí. —Lucas se desplomó hacia delante, sobre la mesa—. No paro de decirme que si lo deseo mucho, si encuentro la manera, podré deshacer todo lo ocurrido y regresar al momento en que ella estaba a salvo. Como que esto no puede ser real.

—Recuerdo ese sentimiento. —Balthazar levantó la cabeza y estiró los hombros con una mueca, como si le dolieran—. Después de lo que le hice a Charity deseé tanto que no hubiera ocurrido que me parecía imposible no poder enmendarlo. No podía creer que el universo pudiera funcionar de forma tan diferente de como debería funcionar en realidad. Obviamente, ya no pienso así.

Lucas frunció el ceño. Me di cuenta de lo que iba a decir. «¡No lo hagas, Lucas, recuerda cómo se pone con eso, no lo hagas!».

—Charity está en la ciudad —dijo Lucas.

A eso lo llamaba yo telepatía.

Balthazar se enderezó de golpe.

—¿Has oído rumores? ¿Has encontrado algún rastro de la tribu…?

—No. La tribu nos secuestró una semana antes de que Bianca… hace una semana. —Lucas tragó saliva y prosiguió—: Charity estaba empeñada en convertir a Bianca en vampira. Tenía la estúpida idea de que eso os convertiría a ti, a ella y a Bianca en una familia feliz de zombis.

—¿Iba a matar a Bianca? —Balthazar parecía terriblemente dolido y decepcionado. Pese a tener pruebas evidentes de que Charity era una psicópata, todavía creía en su hermana y la quería tanto como siempre. Su fe me habría conmovido, pensé, si no fuera tan obstinadamente ciega—. Pero la salvaste.

Lucas negó con la cabeza.

—Fueron los fantasmas.

—¿Los espectros os salvaron?

—Eso creímos entonces. —Lucas miró al vacío—. Ahora me doy cuenta de que no fue así. Lo que estaban haciendo era asegurarse de que Bianca muriera cuando ellos quisieran y como ellos quisieran para poder llevarse el trofeo. Si Charity la hubiera matado, nos habría hecho un gran favor.

—Te repito que ser un vampiro no es lo mismo que estar vivo.

—Es preferible a ser un fantasma, ¿no crees? —Lucas se apartó de la mesa, demasiado enfadado consigo mismo para permanecer quieto—. Si Bianca fuera una vampira, seguiría aquí. Recuperaría a sus amigos y podría ir a ver a sus padres y… nada habría cambiado.

Balthazar le miró casi con ira.

—Todo habría cambiado para ella, lo sabes muy bien.

—Podría tocarla —susurró Lucas—. La tendría aquí. Ahora ya nunca volveré a tocar a Bianca.

«¿Nunca? ¿Nunca de verdad?». Me invadió una pena abrumadora. En ese momento la cocina se cubrió de niebla y sentí que se alejaba. «¡No, otra vez no!».

El vacío neblinoso me engulló de nuevo. Forcejeé, pero no tenía puños con los que pelear ni pies que plantar en el suelo. Mi voluntad no parecía contar para nada. Dentro de mi sufrimiento y desesperación, me sentí tan asustada y perpleja como una niña perdida llorando porque no encuentra a sus padres.

Y de repente ya no estaba en la niebla.

Estaba en Medianoche.

Miré a mi alrededor, tratando de comprender qué hacía allí. Sabía que no era un recuerdo porque estaba sentada sobre la gárgola situada junto a la ventana de mi dormitorio, algo que no había hecho antes. Tampoco parecía un sueño, aunque ignoraba cómo eran los sueños de los espectros, si es que soñaban.

No. Por extraño que pareciera, la suposición más lógica era que yo misma me había trasladado hasta la Academia Medianoche. Tal vez mi misión después de muerta fuera rondar a la señora Bethany.

Bajé la vista y advertí que la gárgola fruncía el ceño. ¿Le había herido el orgullo al montarme sobre su cabeza?

Por primera vez desde el desván de Vic tenía una clara sensación de corporeidad. Podía incluso verme los pies colgando bajo las garras de la gárgola. Apreté las manos contra el vidrio de la ventana, simplemente por hacer algo con ellas, pero también con la esperanza de ver mi dormitorio.

En cuanto las yemas de mis dedos tocaron el vidrio, la superficie se cubrió de escarcha. Las vetas se extendieron en forma de plumas hasta invadir toda la ventana. Adiós a mi deseo de fisgonear qué estaba pasando en mi habitación, pero el efecto molaba bastante.

Un ruido me hizo bajar la vista. Para mi asombro, divisé varios camiones estacionados en la entrada de la academia y al menos una docena de personas yendo y viniendo. Mis veranos en la Academia Medianoche siempre habían sido insoportablemente tranquilos. Nadie venía a vernos, con excepción de algunos repartidores y el servicio de lavandería. Así pues, ¿quién era esa gente?

Lo comprendí en cuanto caí en la cuenta de que todos vestían monos de trabajo. Eran los obreros que estaban reconstruyendo Medianoche.

Hasta ese momento no había oído nada, sobre todo, pensé, porque no estaba prestando atención. Qué extraño, tener que decidir oír. Ahora podía oír el gemido de sierras circulares y el repique de martillos. Casi todo el jaleo parecía llegar del tejado, pero probablemente también había gente trabajando dentro del edificio. Aunque detestaba la Academia Medianoche, más detestaba la Cruz Negra, por lo que me produjo cierta satisfacción saber que los daños generados por el incendio de la Cruz Negra estaban siendo reparados. La señora Bethany no se conformaría con menos.

Entonces oí una voz procedente de mi cuarto.

—¿Adrián?

Era mi madre, que llamaba a mi padre.

Me volví hacia la ventana, deseosa de verla, pero la escarcha seguía cubriendo el cristal. Seguro que era eso lo que mamá estaba mirando. «¡Pasa una mano por el cristal! —pensé—. ¡Si limpias el cristal podrás verme!».

Dentro del apartamento escuché unos pasos que se acercaban. Entonces oí decir a papá:

—Dios mío.

Ansiosa, apreté las manos contra el vidrio. Demasiado ansiosa: la escarcha se espesó. Ahora sería más difícil que me vieran. Pero tenían que verme, tenían que verme.

—Siempre hemos sabido que el espectro volvería. —Las palabras de papá eran duras, incluso frías—. La señora Bethany nos lo advirtió.

—Pero aquí, en la habitación de Bianca… —Me pareció que mamá estaba llorando.

—Lo sé —dijo mi padre con voz queda—. Todavía la están buscando. Al menos sabemos que aún no la han encontrado, que sigue viva.

«Oh, papá». Me cubrí la boca con la mano, como si todavía pudiera llorar y tuviera que contener las lágrimas.

—Pero esta vez podremos expulsarlos —dijo mi madre con la voz temblorosa pero firme.

«¿De qué está hablando?». Traté de imaginar a qué se refería; quizá a alguna estrategia ideada por la señora Bethany…

Me impactó como una ola: una ráfaga de fuerza descomunal me separó de la ventana, de la gárgola, de la Academia Medianoche y de todo lo que era real. Mi forma física se disolvió como un castillo de arena bajo una ola. Estaba demasiado aturdida para entender qué estaba pasando. Solo sabía que volvía a estar perdida en la niebla, siendo nada, siendo nadie, una cosa muerta.

—¿Por qué fuiste allí? —me espetó Maxie. Su presencia, aunque irritante, era mi única piedra de toque en la irrealidad que me rodeaba—. ¿Es que quieres que te destruyan?

—Ya me han destruido.

—Eso es lo que tú crees. —Había cierta arrogancia en sus palabras—. Tu situación podría ser mucho peor.

—¿Hay algo peor que estar muerta? No podré volver a estar con mis padres. No podré volver a estar con Lucas.

—Eso es cierto. Bueno, en su mayor parte.

—¿Qué quieres decir?

—Existe una forma de saludar a tu querido Lucas. Os resultará más doloroso que si hicieras lo debido y siguieras tu camino… Claro que uno nunca sabe cuándo marcharse del todo, ¿verdad? Mira, prueba esto.

Tuve la sensación de que era arrojada hacia delante, y de pronto vi a Lucas. Seguía en la bodega, pero ahora estaba solo, tumbado en el suelo, vestido pero con una almohada debajo de la cabeza y cubierto con una sábana. Me pareció que no había pasado mucho tiempo desde la última vez que lo vi —era mediodía, como muy tarde—, pero supuse que el cansancio le pedía dormir. Balthazar no estaba.

Se removió bajo la sábana. Me pregunté por qué dormía en el suelo, hasta que recordé que yo había muerto en nuestra cama. Seguramente, no quería yacer solo en ella.

—Dijiste que querías estar con él, ¿no? —dijo Maxie—. Pues hazlo.

Un segundo después, Lucas y yo estábamos en la librería de Amherst, a solas en el sótano donde se guardaban los libros de texto. Él estaba arrodillado en el suelo con un libro de astronomía abierto en las manos. Un cometa arrastraba su fuego por la página.

—¿Lucas? —dije.

Levantó la vista y sus ojos se iluminaron de alivio y felicidad.

—¿Bianca? ¿Estás aquí?

—Sí, pero… ¿dónde es aquí?

Soltó el libro y me abrazó con fuerza. El impacto de sentir sus brazos en mi espalda, la reconfortante presión de su cuerpo contra el mío, me hizo gritar de alegría y placer.

—Estás viva —susurró en mi oído—. Pensaba que estabas muerta. Estaba seguro de que habías muerto.

«Pero estoy muerta».

—Lucas, ¿dónde estamos?

—Quería buscarte en las estrellas, ¿ves? —En lugar de señalar el libro de astronomía que había dejado en el suelo, señaló hacia arriba. Atónita, lo que vi no fue el techo de la librería, sino el cielo nocturno, brillante y titilante—. Sabía que podía encontrarte allí. ¿Recuerdas la parte de Romeo y Julieta que me citaste aquel día, cuando intentabas convencerme de que Julieta también era astrónoma?

Susurré:

—Dadme a mi Romeo, y cuando muera lleváoslo y divididlo en pequeñas estrellas. El rostro del cielo se tornará tan bello que el mundo entero se enamorará de la noche y dejará de adorar al estridente sol.

—Exacto —murmuró en mi pelo—. Por eso sabía que podía encontrarte allí.

Entonces lo entendí. Con tristeza dije:

—Esto es un sueño.

—No estoy soñando. —Lucas me abrazó con más fuerza—. No lo creeré.

Estaba dentro del sueño de Lucas. Raquel me había contado que su fantasma la atacaba mientras dormía; hubiera debido comprender que los espectros podían penetrar en las mentes durmientes. Entonces, ¿podía estar con Lucas pero solo en sueños? Era tan poco, pero por lo menos era algo.

—Cada noche —le prometí—, cada noche estaré aquí para ti.

—No me basta. Te necesito. No permitas que esto sea un sueño.

La realidad que nos rodeaba se desvaneció en un instante. Volvía a flotar muy cerca del techo y estaba mirando a Lucas, que acababa de abrir los ojos. Hizo una mueca y se frotó la cara con una mano. Parecía aún más cansado que por la mañana.

—Bianca, ¿estás ahí? —preguntó. No podía responderle, pero lo entendió de todos modos—. Siempre estarás ahí, supongo. Aunque demasiado lejos para poder tocarte.

Comprendí que estar con Lucas en sueños sería un consuelo para mí, pero un tormento para él. No podría aferrarse a esa experiencia de la misma manera que yo. Además, no creía que pudiera hacerle entender que nuestra unión en sueños era real. Si le visitaba cada noche, solo conseguiría que Lucas lamentara mi pérdida una y otra vez.

Rodó sobre un costado, golpeando la almohada para apoyar mejor la cabeza.

—He soñado contigo —comentó—. Estaba en la librería tratando de encontrarte… no recuerdo cómo… Dios, ya estoy empezando a olvidarlo. Pero estabas allí. No era verdad que estabas muerta y podía abrazarte de nuevo. Un sueño fantástico… hasta que me desperté.

Con un suspiro, apartó la sábana y se levantó. Se movía con rigidez, y comprendí que probablemente tenía el cuerpo dolorido. Estaba sacando un cartón de zumo de la mininevera cuando oí pasos fuera. Lucas caminó hasta la puerta y abrió antes de que Balthazar tuviera tiempo de llamar.

En lugar de «hola» o «cómo estás», dijo:

—Tenías razón con respecto a Charity.

—Menuda novedad. —Aunque ya no había veneno en los comentarios sarcásticos que Lucas solía dedicar a Balthazar, eso no implicaba, al parecer, que fuera a dejar de hacerlos—. ¿La has encontrado?

—He encontrado a alguien que la conoce, y eso significa que Charity no tardará en enterarse de que me encuentro en Filadelfia, si es que no lo sabe ya.

—¿Dejaste huir al vampiro para que haga de mensajero? —Lucas bebió un largo sorbo de zumo directamente del cartón—. Mal hecho.

Balthazar frunció el ceño.

—Yo no le clavo la estaca a la gente a la primera de cambio, he ahí la diferencia entre tú y yo.

—Supongo que ahora tendrás que huir.

—Yo nunca huyo de una pelea —dijo Balthazar—, y no pienso abandonar a mi hermana a su suerte.

—Nadie la obliga a comportarse como lo hace —dijo Lucas, devolviendo el zumo a la nevera—. A estas alturas ya deberías saberlo. ¿O acaso lo has sabido siempre?

Balthazar no respondió.

—Si consigo apartarla de su tribu, seguro que entrará en razón.

—¿Qué piensas hacer? ¿Encerrarla en una habitación durante un siglo hasta que esté de acuerdo contigo?

—Sí.

—Tío, así la vas a cagar más.

—¿Se te ocurre una manera mejor de lidiar con ella? —preguntó Balthazar—. Clavarle una estaca no es una opción.

—Eso lo dirás tú. —Lucas respiró hondo—. Entonces, ¿quieres que te ayude con tu plan de secuestro?

Era evidente que Balthazar detestaba tener que pedir ayuda a Lucas, pero asintió con la cabeza.

—Tú sabes luchar. Y Charity no esperará que nosotros dos cooperemos. Podríamos utilizar el elemento sorpresa.

—¿Cuándo?

—Ella actuará al atardecer, de modo que dentro de un par de horas. —Como todos los vampiros, Balthazar podía sentir lo separados que estaban el atardecer y el amanecer—. Cuanto antes salgamos a buscarla, mejor.

Lucas no necesitaba ir a por Charity esa noche. De hecho, preferiría que nunca lo hiciera. Era peligrosa, e independientemente de lo buen luchador que fuera Lucas o lo fuerte que yo lo hubiera hecho bebiendo su sangre, Charity sería siempre más fuerte que él. Con el apoyo de su tribu, Lucas y Balthazar no tenían ninguna posibilidad de vencerla.

Por lo general, yo siempre tenía la certeza de que Lucas podía salir con vida de la refriega. Pero ahora estaba agotado y triste. Balthazar, cegado por su sentimiento de culpa, o por su dolor, o por ambas cosas, estaba cometiendo la imprudencia de arrojarlos a los dos a una misión suicida.

¿Era Lucas consciente de ello? En cuanto me di cuenta de que lo más seguro era que sí, me asaltó el pánico.

Le observé mientras se ponía una camisa de franela y se ataba los cordones de los zapatos. Estaba aterrada. ¿Pensaba Lucas que si moría volveríamos a estar juntos? ¿O acaso la vida ya no tenía sentido para él? Para mí sí lo tenía. Quería que viviera y estuviera a salvo y fuera feliz por los dos.

Presentía que a Lucas no le importaba nada de eso.

Cuando estaba casi listo se detuvo y fue hasta el pequeño cajón donde yo guardaba mis cosas. Cogió el broche de azabache que me había regalado —me pareció que hacía tanto de eso— y comprendí que quería que le diera fuerzas, como me las había dado a mí. Se lo guardó en el bolsillo de la camisa.

«Oh, Balthazar, podría matarte por esto. Por favor, chicos, deteneos, os lo ruego».

Balthazar se recostó en un botellero. Parecía tan cansado y triste que por un momento me apiadé de él. Entonces Lucas dijo:

—Vamos.

—Necesitamos armas —señaló Balthazar.

Lucas, que nunca había salido a una cacería de la Cruz Negra o a una cita conmigo sin ir armado hasta los dientes, respondió simplemente:

—Ya encontraremos algo.

Salieron y quise ir tras ellos, pero no pude. Me hallaba a unos metros del camino cuando descubrí que no podía seguirles. Me quedé como atrapada allí, viéndoles subir al coche de Balthazar.

Mientras Lucas se acomodaba en el asiento del copiloto, vi que contemplaba el lugar donde yo estaba con la mirada afilada. Cuando Balthazar puso el coche en marcha y arrancó a toda velocidad, desvió la vista. A lo mejor se estaba preguntando si había visto algo; probablemente decidió que solo era un efecto de la luz.